martes, 23 de diciembre de 2014

EL ADELANTAMIENTO DE UNA PROSTITUTA.

(Lc 7,36-50)


 

La primera y la última mujer que aparecen en el Nuevo Testamento son prostitutas (Mt 1,3.5; Ap 17,16-18), pero la pecadora del relato de Lucas (Lc 7,36-50) es la única meretriz protagonista de un encuentro confidencial con Jesús.

Aunque el evangelista había mantenido el personaje anónimo, el deseo de asegurar su redención llevó en el pasado a identificar erróneamente a esta prostituta con María de Magdala, mujer que no tiene nada que ver con el personaje de Lucas, pero que, colocada por Juan junto a la cruz de Jesús (Jn 19,25), ha llevado a la tradición a ver en ella a la Magdalena arrepentida, para respiro de bienpensantes y moralistas.

El oficio más antiguo del mundo fue ejercido también por una antecesora de Jesús como Rajab (Mt 1,5; Jos 2,1), titular de un conocido y frecuentado albergue junto a los muros de la ciudad, púdica perífrasis utilizada por el historiador Flavio Josefa para indicar un burdel (Ant. 5,7), o como Tamar que ejercía la profesión, pero con un toque de distinción: prostituta, sí, pero sagrada (Gen 38,21). Cuando la autoridades judías echan en cara a Jesús -Nosotros no hemos nacido de prostitución- (Jn 8,41), el énfasis contenido en aquel -nosotros- es una alusión a los orígenes oscuros de Jesús y a las manchas de su familia.

Para comprender el escándalo suscitado por la presencia de la prostituta en el banquete que el fariseo Simón dio en honor de Jesús, es necesario situar el episodio y los personajes en la cultura de la época.

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