miércoles, 24 de diciembre de 2014

EL DIOS QUE LIBERA.

 
En un mundo donde los rabinos parecían más expertos en ginecología que en teología, Jesús lleva la relación con Dios a su verdadera dignidad.

Es el comportamiento hacia los otros el que permite o no la comunión con Dios y no la observancia de reglas inventadas por los hombres (Mt 15,1-20).

El encuentro de la desesperada "hemorroísa" -mujer moribunda-, con la vida que Jesús comunica tiene lugar mientras éste se dirige hacia la casa de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, para ir a "imponerle las manos" a su hija a punto de morir (Mc 5,23).

El evangelista subraya que la mujer ha oído hablar de Jesús, y lo que ha oído suscita en ella una nueva esperanza, dándole fuerza para llevar a cabo su gesto.

Jesús tiene ya fama de anunciar con palabras y gestos concretos que el amor de Dios se dirige a todos y no reconoce las discriminaciones morales y religiosas que dividen a los hombres en categorías de puros e impuros (Mc 1,40-45; 2,1-17).

Sobre todo, Jesús no acepta ningún impedimento puesto por los hombres entre el amor de Dios y éstos.

La mujer coge al vuelo la oportunidad de este encuentro con Jesús y piensa: "si le toco, aunque sea la ropa, me salvaré".

La Ley de Dios le impide tocar a cualquiera, pero el deseo de vida es más fuerte fque todo tabú moral y religioso.

Si continúa observando la Ley no cometerá pecado, pero morirá; si intenta transgredirla tiene una esperanza de vida.

La mujer se esconde entre la multitud que sigue a Jesús y cuando se encuentra de espaldas a éste, esperando que ninguno se dé cuenta, le toca el manto e "inmediatamente se secó la fuente de su hemorragia, y notó en su cuerpo que estaba curada de aquel tormento".

Pero a la probecilla no le ha dado tiempo de sentirse curada cuando se le presenta un mal trance. De hecho Jesús, dándose cuenta, se vuelve inmediatamente y pregunta: "¿Quién me ha tocado la ropa?"

Solamente los discípulos, entre toda la multitud, no se han dado cuenta de la tensión del momento, y con poco respeto se vuelven a Jesús tratándolo de irreflexivo: "Estás viendo que la multitud te apretuja ¿y sales preguntando "quién me ha tocado"?

Obtusos, como siempre, acompañan a Jesús, pero no lo siguen.

Están junto a él, pero no le son cercanos; por esto son siempre refractarios a la vida que Jesús transmite y comunica a cuantos se le acercan.

Según los discípulos Jesús "está mirando a la multitud", pero la mirada del Señor busca a su alrededor "para distinguir a la que había sido".

A la pobrecilla no le queda ahora otra cosa que ser descubierta y esperar una terrible reprimenda: "¿Cómo has podido, mujer impura, tocar a un hombre de Dios?".

Su gesto ha transmitido su impureza a Jesús, que ahora está también infectado.

El libro del Levítico avisa que transgredir la ley de la pureza ocasiona el castigo de parte de Dios: "Precaved a los israelitas de la impureza, para que no mueran por su impureza, por haber profanado mi morada entre vosotros" (Lv 15,31).

La mujer la ha liado y ahora espera la humillación pública y el castigo.

Pero todo esto no le quitará la alegría de haber sido curada y devuelta a la vida. Y así saca fuerzas de flaqueza y, asustada y temblorosa, confiesa la transgresión.
A la mujer que estaba excluida por causa de su enfermedad del amor de Dios, en lugar de un reproche le llega un elogio alentador, al oír como su transgresión es considerada un gesto de fe: "Hija, tu fe te ha salvado", en la versión de Mateo, Jesús la alienta expresamente ("Ánimo", Mt 9,22).

Aquello que, a ojos de la religión, es un sacrilegio, para Jesús es una expresión de fe.

En lugar de ser castigada por la transgresión, Jesús le augura un futuro de serenidad: "Márchate en paz y sigue sana de tu tormento".

El abismo que la religión había puesto entre la santidad de Dios y la impureza de los hombres es anulado por Jesús que se vuelve a la mujer llamándola "Hija", expresión tan cargada de íntima comunión como para anular toda distancia.

La mujer, que ha encontrado a Jesús, oprimida por su mal (lit.: "tormento"), una vez que ha experimentado la curación, no es enviada a ir al templo para la ofrenda prescrita de agradecimiento (Lv 15,29), sino a "marchar en paz", donde el hebreo "shalom", paz, expresa todo el conjunto de circunstancias que hacen plenamente feliz a una persona.

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