lunes, 22 de diciembre de 2014

EL NÚMERO UNO.


Al presentar a los individuos vistos con los «ojos» de Jesús, los evangelistas tienen predilección por los "personajes representativos». 

Éstos son individuos que se presentan de modo anónimo, por cuanto su realidad trasciende la dimensión histórica para proyectarse en la actualidad de cualquier tiempo. A través del recurso literario de eliminar toda referencia anagráfica, los evangelistas presentan personajes en los que cualquier lector se puede ver reflejado. 

Una tradición, crecida de modo paralelo a los evangelios y que ha tenido su vértice en los evangelios apócrifos, "ha bautizado" de hecho a estos anónimos, creando no poca confusión en la comprensión de los evangelios. 

Con el mismo procedimiento con el cual la pecadora anónima, protagonista del evangelio de Lucas (7,36-50), ha sido identificada con María de Magdala, al discípulo amado (que no "predilecto") por Jesús se le ha dado el nombre de "Juan". Pero el evangelista, incluso presentando muchas 
veces a este discípulo, evita cuidadosamente darle otra identidad a no ser la de ser objeto del amor de Jesús. El evangelio no pretende dar a conocer las proezas del "número uno" entre los discípulos, una persona digna de recordarse con admiración nostálgica, sino que muestra cuál es 
para Jesús el comportamiento del discípulo ideal que todos pueden aspirar a ser. 

Por eso, desde el principio del evangelio, el autor presenta a un discípulo del que nunca dará detalles, siempre presente en los momentos clave de la vida de Jesús: el llamamiento, la cena, la muerte, la resurrección. 

A! aparecer Jesús, este discípulo, ya seguidor de Juan el Bautista, abandona diligentemente a su maestro para seguir al nuevo maestro del que no se separará ya nunca mostrándose así dispuesto a acoger la novedad anunciada por el Bautista On 1,26-39). 

La tradición, además de bautizar con el nombre de "Juan" a este discípulo, lo ha considerado siempre el "benjamín" de los discípulos de Jesús y le ha dado el apelativo de discípulo "predilecto". 

La representación iconográfica de la última cena alimenta la interpretación de este discípulo como el "preferído" de Jesús, representándolo reclinado lánguidamente sobre el pecho del Señor. 

Naturalmente la responsabilidad de esta melindrosa representación no es del autor del evangelio. 

En el evangelio no hay discípulos "predílectos": es solamente Jesús el "predilecto" del Padre (Mt 3,17). El discípulo anonimo se describe como aquél "a quien Jesús amaba" 13,23) o "al que Jesús quería bien" (Jn 20,2), términos que no indican un amor o amistad preferente, sino la relación 
normal que Jesús establece con todos los que lo acogen y le dan su adhesión. 

En el mismo evangelio estas expresiones se encuentran referidas tanto a Lázaro como a sus hermanas María y Marta: "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro" (In 11,5.3.11). Ser amado por Jesús y ser su amigo no son prerrogativas de un personaje particular, sino característica 
de todo miembro de la comunidad: "Vosotros sois mis amigos", asegura Jesús (Jn 15,14) y esta amistad se basa en la aceptación del ideal común de manifestar visiblemente el amor del Padre en la propia existencia (Jn 15,12). 

En la descripción de la última cena, el evangelista, al decir que este discípulo "se reclinaba sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23), no pretende señalar la privilegiada posición de un discípulo favorito del maestro, sino una profunda verdad teológica válida para todos los que intentan seguir a Jesús. 

Al comienzo de su evangelio, Juan, para mostrar a Jesús como el que está en total sintonía con el Padre, usa una expresión figurada: Jesús está "en el seno del Padre" (Jn 1,18). "Estar en el seno (o regazo) de alguien" significa tener con él una intensa e íntima comunión (el pobre Lázaro a su muerte es transportado "al seno de Abrahán", (Lc 16,22). 

El término traducido por "seno" es utilizado por el evangelista sólo dos veces en su evangelio: en el prólogo, referido a Jesús, y en la cena referido al discípulo anónimo, poniendo los dos temas en estrecha relación. 

Como Jesús goza de la plena intimidad con Dios, igualmente sus discípulos y todos los creyentes son llamados a esta relación con él y con el Padre (Jn 17,21). 

Esta comunión, expresada en la cena, prepara y funda la escena siguiente, la crucifixión, donde estará también presente el discípulo anónimo. 

El cuarto evangelio es el único que no refiere la invitación a cargar con la cruz como condición para el seguimiento de Jesús, pero es también el único en señalar la presencia de algunas personas junto a la cruz (Jn 19,25-27). 

Estar junto a la cruz de Jesús no es sólo un signo de compasión solidaria con el crucificado, sino que significa estar disponible como él para la donación de la propia vida, y el discípulo anónimo, presente junto a la cruz, manifiesta haber comprendido el significado de la cena y muestra de 
este modo tener la misma capacidad de Jesús de entregar la vida por amor a sus amigos (Jn 15,13). 

En la sucesión de acontecimientos que siguen a la muerte de Jesús, el discípulo anónimo llegará el primero al sepulcro de su maestro (Jn 20,2-8) y será el único en percibir la presencia del Señor vivo y vívífícanre (Jn 21,7). 

Apareciendo al principio del evangelio como el primer discípulo de Jesús, su presencia "siempre anónima" cierra el relato evangélico en el que el discípulo se presenta, no solamente como capaz de dar un testimonio autorizado de cuanto ha experimentado, sino también de transmitirlo a 
otros (Jn 21,24). 

El evangelista, incluso presentando a este discípulo anónimo como el ideal de seguidor de Jesús, subraya que no es el modelo a seguir. 

Simón Pedro, el discípulo que siempre se equivocó en todo, que llegó hasta a traicionar a su maestro negándolo, ahora quisiera tener un guía seguro para estar cierto de no errar y pide poder seguir las huellas del discípulo perfecto. Pero Jesús no se lo permite ("Tú sígueme", Jn 21,22): es Jesús el único camino a seguir (In 14,6) y el ünícó modelo para aprender a amar igual que nos sentimos amados.

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