lunes, 22 de diciembre de 2014

EL PREFERIDO DE JESÚS.



Jesús declara que su misión consiste en manifestar a todo hombre el amor de Dios, sumergiendo ("bautizando")al hombre en el Espíritu, la fuerza creadora del Padre (Jn 1,33).

Esta acción de Jesús va dirigida a todos.
Como el Padre, Jesús no ama al hombre gracias a sus méritos, porque es bueno, sino que éste tiene la posibilidad de hacerse bueno, porque es objeto de un amor sin condíciones.

Dirigiendo este amor hacia los "ingratos y malvados". (Lc 6,35), Jesús desmiente la visión de un dios Justiciero '. El Padre no le ha encomendado destruir, sino dar Vida: "Dios no envió el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,17). La actividad de Jesús no consistirá en "cortar y echar al fuego a todo árbol que no dé buen fruto" (Lc 3,9), sino en "cavar alrededor y echar estiércol" (Lc 13,8), favoreciendo las condiciones vitales necesarias para producir fruto.

Cuando Jesús se encuentra con alguien, los evangelistas dicen que "lo vio" (Mc 1,16), utilizando el mismo verbo usado siete veces en el libro del Genesis en el relato de la creación: "y vio Dios que era bueno" (Gn 1,3.10.12.18.21.25.31).

Jesús, el Hombre-Dios, cuando encuentra a alguien lo "ve" con la misma mirada del Dios de la creación, una mirada que comunica amor ("Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor", Mc 10,21).

El creador mira "la tierra informe y desierta" y le parece buena (Gn 1,2.10), y su mirada la transforma, le comunica vida animándola: "Envías tu espíritu y los creas, y repueblas la faz de la tierra» (Sal 104,30).

Jesús fija su mirada creadora en el caos de la persona para re-crearla con su amor como canta el profeta Sofonías: "Te renovará con su amor" (Sof 3,17). El hombre, cuando encuentra al Señor, no es nunca humillado por la penosa vision de sus propias miserias, sino embriagado por la inagotable riqueza del amor de Dios (Lc 15).

En sintonía con el Dios que "no mira la apariencia, sino el corazón" (1 Sm 16,7), los evangelios enseñan que es necesario encontrar a Jesús para aprender a mirar a las personas, acontecimientos y cosas con la mirada misma del Creador, la misma con la que Jesús miraba incluso a sus asesinos: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen"(Lc 23,34).

Al fariseo piadoso que ve su casa manchada por la presencia de "una pecadora» (Lc 7,36-50), Jesús le reprende por su mirada y lo invita a ver a un ser humano: "¿Ves esta mujer?".

Igualmente, mientras los ojos del fariseo ven un "pecador y un publicano", los de Jesús ven "un hombre" sentado al mostrador de los impuestos (Mt 9,9) y en lugar de evitar al que era considerado la personificación del pecado, lo invita a comer a su casa.

El amor derramado escandalosamente sobre quien no lo merece provoca en todo momento las protestas de cuantos regulan la conducta propia de acuerdo con la fiel observancia de la Ley.

A su protesta Jesús replica: "¿O ves tú con malos ojos (lit.tienes el ojo malo) que yo sea generoso?" (Mt 20,15).

Para tener la mirada de Jesús es necesario sustituir el ojo "malo" por el "generoso" (Mt 6,22-23), expresiones figuradas que indican, respectivamente, avaricia y generosidad (Dt 15,9-11), Y sintonizar la capacidad de amor con la de un Dios generoso capaz de "tener misericordia de todos" (Rom 11,32).

Esta nueva visión es fruto de la fe de los individuos, único "colirio para untárselo en los ojos y ver" (Ap 3,18).

Jesús "toca" los ojos de los ciegos, pero éstos se abren en la medida de su propia fe: "Que se os cumpla, según la fe que tenéis" (Mc 9,29) y como sucedió al celoso fariseo Saulo, que "incluso teniendo los ojos abiertos no veía nada", es necesario que le caigan "de los ojos una especie de escamas" (Hch 9,8-18) para recuperar la vista y reconocer a Dios (Hch 9,5).

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