martes, 30 de diciembre de 2014

Hacer bien o hacer daño...

Mc 3,4a: Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar.»
Marcos sigue usando el presente («y a ellos les dice/les pregunta»); el problema sigue siendo actual en su época. Jesús se dirige a los fariseos. Va a intentar por última vez hacerles ver la contradicción que implican su interpretación de la Ley y la observancia que exigen. Poniéndoles delante la situación del lisiado/pueblo («en medio»), quiere hacerlos reflexionar.
La pregunta es de una claridad meridiana; apela a la evidencia y no tiene más que una respuesta. Sin polémica, adopta el estilo legal («está permitido») usado antes por los fariseos (c£ 2,24) y propone dos disyuntivas en paralelo que exigen una toma de posición.
La primera disyuntiva, «hacer bien o hacer daño», corresponde a la doble acción descrita en 3,2: «para ver si lo curaba en sábado» y «presentar una acusación contra él». «Hacer bien» es «curar», restituir la integridad física, lo que Jesús se propone hacer con el inválido; «hacer daño» es «presentar la acusación», lo que pretenden hacer los fariseos si Jesús cura al hombre.
La segunda disyuntiva, «salvar una vida o matar», radicaliza la primera, poniéndola en categorías de vida y muerte. «Hacer bien», «curar», sacar al hombre de su miserable situación, está en la línea de la vida («seco», sin vida) y significa «salvar una vida»,.impedir que se malogre; «hacer daño», «acusar», está, por el contrario, en la línea de la muerte.
Una y otra disyuntiva corresponden a la oposición expresada en 2,27: «hacer bien/salvar una vida» en sábado significa que el precepto existe por el hombre; «hacer daño/matar» en sábado, oponiéndose al bien del hombre en nombre de la Ley, significa que el hombre existe por el precepto, que la observancia legalista prevalece sobre él.
Jesús les pregunta cuál de las dos acciones está permitida o, lo que es lo mismo, si Dios, al instituir el sábado, pretendió que éste sirviera para el bien o para el mal. Los coloca ante un dilema ético, cuya solución depende de la función que se atribuya al sábado respecto al hombre.
          
Como se ha visto en 2,27, el sábado había sido instituido para favorecer al hombre, para que éste no perdiera de vista la libertad y el señorío a que estaba llamado como imagen de Dios. El descanso debía permitirle afirmar y celebrar el don de la vida y de la libertad. Esta concepción del sábado es la que ha de decidir la licitud o moralidad de las dos acciones que están para realizarse, la de Jesús y la de los fariseos
Lo que Jesús quiere hacer con el hombre, impedir que su vida se malogre, coincide con el designio de Dios. Por tanto, no sólo está permitido, sino que pertenece a la esencia misma del sábado. Es más, como este precepto se consideraba cima y compendio de toda la Ley, todo precepto que apele a la voluntad divina ha de servir para potenciar la vida y la libertad del hombre, no para someterlo y disminuirlo; de lo contrario, estará positivamente en contra del designio de Dios y no procederá de Dios, será cosa humana.
La actitud de los fariseos, por el contrario, está en contra del plan divino. No sólo no toleran que se haga bien al hombre, restituyéndole la capacidad de libertad y acción que Dios le ha dado (cf. Gn 1,28; 2,5: «dominar la tierra», «trabajar»), sino que amenazan con la muerte al que quiere liberarlo.
Para ellos, el hombre está al servicio del precepto; el sábado y, más en general, la Ley no tienen la función de recordar al hombre la libertad y autonomía a la que está llamado ni de potenciarlo, sino, por el contrario, la de hacerle sentir su condición de súbdito frente a Dios. El sábado fariseo, envuelto en una maraña` de prohibiciones, agarrota al hombre y, apelando a la voluntad de Dios, le impide toda iniciativa. El día sagrado se ha convertido en símbolo de esclavitud, esterilidad y muerte, en instrumento de opresión.
El sábado debía haber sido el exponente del designio de Dios sobre el hombre. Pero si este día, destinado a afirmar la libertad, la niega, convirtiéndose en día de opresión, el designio de Dios queda anulado y, por ser el sábado el compendio de toda la Ley, la opresión se extiende a toda la vida del israelita. La prueba de esta tergiversación de la Ley es el hombre del brazo atrofiado, colocado en el centro de la escena. Es la contrafigura de la imagen de Dios, la obra de Dios malograda. Su mera presencia es una acusación al sistema religioso.
         
Pero la interpretación farisea de la Ley abre un abismo tan profundo entre Dios y el hombre '2, que se pierde de vista que éste fue creado a imagen de Dios y que, por ende, está llamado a parecerse a él. De este modo, la única relación posible del hombre con Dios es la del esclavo con su dueño. La Ley, así concebida, trastorna los valores. Bien y mal ya no significan lo que impulsa o impide el desarrollo del hombre, sino la observancia o no observancia de la casuística legal, más importante que el hombre mismo. A lo más que el hombre puede aspirar es a ser un observante fiel, siempre en deuda con Dios, su señor. Dios ya no es modelo del hombre; ni éste imagen de Dios y, en consecuencia, no hay por qué afirmar la autonomía y la libertad. Se propone por modelo al que las sacrifica en aras de la observancia minuciosa y a ella consagra su vida.
Con esto, los fariseos han instrumentalizado a Dios haciéndolo cómplice de la opresión y de la muerte que infligen. Y, al invocar para su doctrina la autoridad de Dios mismo, no dejan salida: el deseo de libertad se convierte en ofensa a Dios, anulando así la posibilidad de rebelión. La Ley absolutizada y deificada impide la vida, la felicidad y el desarrollo del hombre y autoriza a darle muerte en nombre de Dios.
Para Jesús, el bien del hombre es la libre actividad que lo desarrolla; para los fariseos, es la sumisión al código de la Ley.
En resumen: Con su pregunta hace ver Jesús que es falsa e ilegítima la interpretación farisea de la Ley, nervio y base del sistema religioso judío, por estar en contradicción con el designio de Dios tal como lo presenta la Escritura. Los fariseos, cuya observancia les procura una posición de autoridad y de prestigio, han tergiversado los valores morales, presentando una idea falsa de Dios y de su relación con el hombre.
Con su nítida pregunta espera Jesús que los fariseos comprendan el sentido de la Ley y el designio de Dios.

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