jueves, 25 de diciembre de 2014

JESÚS NOS DICE CÓMO ES DIOS.

EL DIOS QUE NOS REVELA JESUS...
Jesús a Dios le llama "Padre", que significa aquel que por amor (Mc 1,11), comunica su propia vida. Por esta coherencia, Jesús tiene conciencia de ser "el Hijo de Dios", y como tal manifiesta ese amor del Padre entre los hombres. La idea del Dios- amor cambia radicalmente las concepciones que tenemos de Dios propuestas por las religiones. La experiencia de Dios propia de Jesús representó una novedad en relación con las ideas sobre Dios que poseía la humanidad. El evangelista Juan nos lo cuenta en su prólogo ("A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, que es Dios, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación"(Jn 1,18). Con esta frase el evangelista nos advierte que se debe "reconsiderar" toda idea de Dios, ya provenga del Antiguo Testamento o de la filosofía pagana. Nadie, antes de Jesús, tuvo la experiencia plena de la "realidad divina", y los elementos culturales y las proyecciones humanas a lo largo de la historia han ido deformando la "idea de Dios". Solo podemos conocer "lo que es Dios" a través de Jesús ("El que me ve a mí, está viendo a mi Padre"(Jn 14,9)).
UN DIOS BUENO Y SIN AMBIGÜEDADES...
"Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna"(1 Jn 1,5). En Dios no hay ninguna ambigüedad, es un Dios puramente positivo, exclusivamente bueno. Cuando los discípulos, imbuidos de tradición judía, sienten miedo ante una manifestación de su divinidad (1), Jesús les advierte que la presencia y manifestación de Dios son causa de seguridad y alegría, pues, siendo amor, solo desea potenciar y vivificar al hombre. Para Jesús, Dios no ama al hombre porque este sea bueno, sino porque él mismo es bueno (Mt 5,45). Dios, por tanto, no es problema para el hombre, no tiene que preocuparse en aplacarlo, siempre nos va a ser favorable (Rom 5,6; 5,8).
UN DIOS QUE SE COMUNICA CON LOS HOMBRES...
Porque Dios es amor tiene necesariamente que comunicarse; desea hacernos partícipes de su propia realidad. El proyecto de Dios de que el hombre llegue a ser como él, se hace realidad en Jesús y en la "humanidad-nueva". Dios tenía como "proyecto" la creación del hombre y de que el hombre llegue a su plenitud, que le da la condición divina y es condición indispensable para alcanzarla que al hombre se le comunique "su ser" (por ser nuestro Padre); y como Dios es amor, la plenitud del hombre está en la línea del amor. El Dios bueno ama al hombre como es, en su condición de hombre, a un ser que, aunque de momento pueda ser miserable, lleva dentro unas posibilidades cuyo desarrollo puede hacer de él un "hijo", es decir uno semejante a él. A pesar de las miserias humanas Dios tiene una fe inquebrantable en el hombre. El Dios que se revela en Jesús ofrece amor y vida a todos los hombres sin mirar la raza, la religión o la conducta. La aceptación de la gente de mala fama fue lo que provocó precisamente el escándalo en su sociedad (2); su modo de proceder traducía el modo de ser de Dios.
LA GLORIA DE NUESTRO DIOS ES QUE NOS DESARROLLEMOS PLENAMENTE...
Para que el hombre alcance la condición divina, debe de poseer una gran fuerza que le permita caminar hacia esa plenitud de vida. Esa fuerza es la que el NT llama "el Espíritu", que se comunica al hombre por medio de Jesús (Jn 1,14; 1,16). El hombre, de esa manera potenciado puede comenzar el largo camino hacia su plena realización y empieza a ser el artífice de su propia "creación". Pero este principio de vida y de amor, este "Espíritu", no se le puede dar si él no lo quiere, el hombre es un ser creado como ser libre, y no puede nunca dejar de serlo, pues iría en contra de su propia naturaleza, su porvenir y su destino está siempre en manos de su libertad de opción. A todos los hombres lo quieran o no, de manera más o menos explícita, unos con una claridad instantánea, otros de forma paulatina, e independientemente de toda persuasión religiosa, se les presenta una opción fundamental que orientará su vida, es la opción entre vivir preocupándose por el bien de los demás o egoístamente para sí mismos. Para escoger una de las dos opciones, cruciales para su destino, el hombre se encuentra preparado. Por su propia naturaleza humana, lleva en sí una aspiración a la plenitud que suele expresarse como deseo de felicidad, es la plenitud del ser que se identifica con la plenitud de amor y que colma la aspiración humana a una vida plena. Ese instinto primordial de plenitud debería hacer que el hombre escogiese el "amor" (vida) y no la "tiniebla" (muerte). Pero junto a ese deseo de plenitud existen en el hombre tendencias que lo impulsan al egoísmo, al deseo de posesión exclusiva, al dominio de los demás.

Notas:
(1) Mc 6,49s; Mt 14,26s; Jn 6,19s; Mc 4,41; 9,6.
(2) Mc 2,15-18; Lc 15,1s; 19,1-7.

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