lunes, 29 de diciembre de 2014

La EXISTENCIA ABSURDA...

  El infierno como existencia absurda.
 De todo lo que hemos visto en la Escritura una cosa ha quedado clara: el infierno es una existencia absurda que se ha petrificado en el absurdo. Todo hombre es un nudo de potencialidades, de capacidades, de planes y deseos. Sueña con realizaciones y con la actualización de sus tendencias. Comienza un trabajo lleno de ilusión. Se esfuerza uno y otro día. Terrible tiene que ser el día en que perciba que todo ha sido en vano y que nunca conseguirá alcanzar su objetivo. Le hará sufrir, será como si le hubiese sido amputado algo de su vida y de su mismo cuerpo.
Nadie puede vivir sin sentido. El hombre podrá volver a empezar o cambiar de objetivos, por otros más al alcance de su mano. Pero infierno significa ya no tener futuro, no ver ya ninguna salida, no poder realizar nada de lo que se quiere o desea.  
La imagen del hombre amputado de sus órganos quizás nos pueda dar una idea. Alguien que carece de ojos, de oído, de tacto, de olfato, no podrá recibir nada ni comunicar nada. Vivirá en una soledad completa. Y la soledad es el infierno. Hemos sido hechos para arriar. Amar es dar y recibir. Hemos sido hechos para estar juntos, para comulgar los unos de los otros y gozarnos de las alegrías de Dios y de la creación. Y de eso nos separamos nosotros mismos.
La frustración mayor, sin embargo, consiste en la ausencia de Dios. Todo nuestro ser vibra por Dios en cuanto que es nuestro centro y el Tú radical que llena nuestro yo. Mientras que en ese hombre impera un vacío absoluto, se siente perdido en sí mismo y en las cosas. Aunque sienta que todo dice una referencia radical con el Misterio, no la puede gozar. Su dolor será mayor por el hecho de saber que, al existir y no quedar reducido a la nada, da gloria a Dios y da testimonio del amor que «todo lo penetra e ilumina» (Dante). Querría que Dios se aniquilase pero se da cuenta que sólo gracias a Dios puede tener semejantes deseos siempre frustrados.
Su existencia es absolutamente absurda. Y es absurda porque dentro transporta un sentido más radical: la gloria que el mismo infierno da a Dios, contra su misma voluntad. Es como si alguien fuese dentro de un tren a gran velocidad y caminase en sentido contrario al del tren, con la ilusión de ir en contra del sentido del trayecto. Por más que corra en dirección contraria, al estar dentro del tren, no dejará por ello de ser llevado y transportado hacia adelante en el sentido del trayecto que es Dios.

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