lunes, 26 de enero de 2015

Amor cristiano.

Una observación para terminar. El amor cristiano, imperativo evangélico, es una benevolencia, sentida o querida en grados diversos, es decir, una disposición favorable hacia los demás. Su traducción práctica es indispensable, y ha de buscar canales de beneficencia, de acción por el bien ajeno. Se crean así modelos de conducta capaces de promover la hermandad humana. El amor fraterno tiene, por tanto, un aspecto "calculador", organizador, necesario para la acción eficaz del grupo cristiano; y para establecer su estrategia, aunque sea provisional, se requiere pensamiento, experiencia y deliberación.

Además, el amor cristiano puede llegar más allá de toda previsión, hasta el don total de sí, sin contar esfuerzos, como sucedió en Cristo. No se agota en la organización, tiene un ápice carismático, el pleno desinterés y olvido de sí mismo, que ha brillado en no pocos cristianos del pasado y del presente. Si los comités son necesarios, hay individuos que sienten un llamamiento personal para actuar a la intemperie, como ocurría a san Pablo, "dando prueba de ser servidores de Dios con lo mucho que pasan: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer" (2 Cor 6,4-5). Estos hombres son los que impiden con su ejemplo que la caridad cristiana se convierta en una administración, recordándole el Espíritu de que procede.

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