Juan Pablo II sobre el Concilio Vat. II
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-Sobre la adhesión al Concilio Vaticano II
-Libro para una correcta interpretación del Concilio Vaticano II, del arzobispo Marchetto. 2005. "El Concilio Ecuménico Vaticano II. Contrapunto para su historia". Librería Editora Vaticana.
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6. Lo que la Iglesia cree es lo que asume como objeto de su oración. La constitución «Sacrosanctum Concilium» ilustró las premisas para una vida litúrgica que rinda a Dios el verdadero culto que le debe dar el pueblo llamado a ejercer el sacerdocio de la nueva Alianza. La acción litúrgica debe ayudar a todos los fieles a entrar en la intimidad del misterio, para captar la belleza de la alabanza al Dios trino. En efecto, constituye una
7. "Ha llegado la hora en que la verdad sobre la Iglesia de Cristo debe ser analizada, ordenada y expresada", afirmó el Papa Pablo VI en el discurso de apertura del segundo período del Concilio («Insegnamenti», vol. I [1963], 173-174). Con esas palabras el inolvidable Pontífice identificó la tarea principal del Concilio. La constitución dogmática «Lumen gentium» fue un verdadero canto de exaltación de la belleza de la Esposa de Cristo. En esas páginas recogimos la doctrina expresada por el concilio Vaticano I e imprimimos el sello para un estudio renovado del misterio de la Iglesia.
La comunión es el fundamento en el que se apoya la realidad de la Iglesia. Una «koinonía» cuya fuente está en el misterio mismo del Dios trino y se extiende a todos los bautizados, que por eso están llamados a la unidad plena en Cristo. Dicha comunión se manifiesta en las diversas formas institucionales en las que se realiza el ministerio eclesial y en la función del Sucesor de Pedro como signo visible de la unidad de todos los creyentes. A todos resulta evidente que el concilio Vaticano II hizo suyo con gran impulso el anhelo "ecuménico". El movimiento de encuentro y clarificación, que se puso en marcha con todos los hermanos bautizados, es irreversible. La fuerza del Espíritu llama a los creyentes a la obediencia, para que la unidad sea fuente eficaz de la evangelización. La comunión que la Iglesia vive con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es signo de que los hermanos están llamados a vivir juntos.
«Gaudium et spes»
8. "El Concilio, que nos ha dado una rica doctrina eclesiológica, ha relacionado orgánicamente su enseñanza sobre la Iglesia con la enseñanza sobre la vocación del hombre en Cristo" esto lo dije en la homilía durante la misa de apertura del Sínodo de los obispos, el 24 de noviembre de 1985 (n. 5: «L'Osservatore Romano», edición en lengua española, 1 de diciembre de 1985, p. 1). La constitución pastoral «Gaudium et spes», que planteaba los interrogantes fundamentales a los que toda persona está llamada a responder, nos repite hoy también a nosotros unas palabras que no han
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-Libro para una correcta interpretación del Concilio Vaticano II, del arzobispo Marchetto. 2005. "El Concilio Ecuménico Vaticano II. Contrapunto para su historia". Librería Editora Vaticana.
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El PATRIMONIO DEL CONCILIO VATICANO IIMensaje enviado por el Cardenal Sodano en nombre del Papa al Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas1 OCT 2005 Fuente: VIS.
Refiriéndose al 40 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, Benedicto XVI "invita a reflexionar sobre la actualidad de la lección conciliar para la Iglesia y la sociedad europea de hoy". Tras recordar la referencia que hizo el siervo de Dios Pablo VI al contexto cultural en que se celebró el concilio, "marcado por el secularismo, el laicismo y el irracionalismo", el Papa se pregunta: "¿Cómo no pensar en la Europa de hoy?".
A pesar de que estas "tendencias negativas se han difundido en el viejo Continente", se puede constatar, escribe, "que precisamente el benéfico influjo conciliar a lo largo de los años ha preservado a la misma Iglesia de una crisis que, al final del segundo milenio, hubiera podido ser mucho peor. Ahora nosotros tenemos que recoger y transmitir el patrimonio conciliar para no perder la orientación que el Señor ha indicado a su Iglesia".
En cuanto al segundo tema, la evangelización y la fe en Europa, el Santo Padre constata que "en los últimos decenios ha crecido la conciencia de que la tarea evangelizadora es cada vez más indispensable para Europa". En este continente, añade, "ha aumentado el pluralismo religioso, con un elevado crecimiento de la presencia de musulmanes. En este contexto, es aún más urgente e importante que los cristianos sean conscientes de que el Evangelio no se puede relegar al ámbito personal. Europa tiene la responsabilidad de evangelizar el mundo".
Refiriéndose al 40 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, Benedicto XVI "invita a reflexionar sobre la actualidad de la lección conciliar para la Iglesia y la sociedad europea de hoy". Tras recordar la referencia que hizo el siervo de Dios Pablo VI al contexto cultural en que se celebró el concilio, "marcado por el secularismo, el laicismo y el irracionalismo", el Papa se pregunta: "¿Cómo no pensar en la Europa de hoy?".
A pesar de que estas "tendencias negativas se han difundido en el viejo Continente", se puede constatar, escribe, "que precisamente el benéfico influjo conciliar a lo largo de los años ha preservado a la misma Iglesia de una crisis que, al final del segundo milenio, hubiera podido ser mucho peor. Ahora nosotros tenemos que recoger y transmitir el patrimonio conciliar para no perder la orientación que el Señor ha indicado a su Iglesia".
En cuanto al segundo tema, la evangelización y la fe en Europa, el Santo Padre constata que "en los últimos decenios ha crecido la conciencia de que la tarea evangelizadora es cada vez más indispensable para Europa". En este continente, añade, "ha aumentado el pluralismo religioso, con un elevado crecimiento de la presencia de musulmanes. En este contexto, es aún más urgente e importante que los cristianos sean conscientes de que el Evangelio no se puede relegar al ámbito personal. Europa tiene la responsabilidad de evangelizar el mundo".
JUAN PABLO II SOBRE EL CONCILIO VATICANO IIDiscurso al congreso, celebrado en el Vaticano en marzo,2000, sobre la aplicación del concilio Vat II
Ver también: Concilios | Presencia de la Virgen en el Vat II
Señores cardenales; venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
1.
Me alegra mucho encontrarme con vosotros al concluir el congreso que se
ha celebrado durante estos días en el Vaticano sobre el tema,
verdaderamente arduo y estimulante, de la aplicación del concilio
ecuménico Vaticano II. Saludo al señor cardenal Roger Etchegaray, a
quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos
vosotros. Doy la bienvenida, también, a los prefectos de los dicasterios
y a los demás purpurados, así como a los arzobispos y obispos, que con
su presencia subrayan la importancia de este encuentro. Saludo, por
último, a los expertos que han venido de las diversas partes del mundo,
para dar la contribución de su experiencia y de sus reflexiones.
El
concilio ecuménico Vaticano II fue un don del Espíritu Santo a su
Iglesia. Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no
sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo del siglo,
sino también, y sobre todo, para verificar la presencia permanente del
Resucitado junto a su Esposa entre las vicisitudes del mundo. Por medio
de la asamblea conciliar, con motivo de la cual llegaron a la Sede de
Pedro
obispos de todo el
mundo, se pudo constatar que el patrimonio de dos mil años de fe se
había conservado en su autenticidad originaria.
Una experiencia de fe
2.
Con el Concilio, la Iglesia vivió, ante todo, una experiencia de fe,
abandonándose a Dios sin reservas, con la actitud de que quien confía y
tiene la certeza de ser amado. Precisamente esta actitud de abandono en
Dios se nota con claridad al hacer un examen sereno de las Actas. Quien
quisiera acercarse al Concilio prescindiendo de esta clave de lectura,
no podría penetrar en su sentido más profundo. Sólo desde una
perspectiva de
fe, el
acontecimiento conciliar se abre a nuestros ojos como un don, cuya
riqueza aún escondida es necesario saber captar. Vuelven a nuestra
memoria, en esta circunstancia, las significativas palabras de san
Vicente de Lérins: "La Iglesia de Cristo, diligente y cauta custodia de
los dogmas confiados a ella, nunca cambia nada en ellos; nada disminuye,
nada añade; no amputa nada necesario, no añade nada superfluo; no
pierde lo que es suyo, no se apropia de lo que es de otros; por el
contrario, con celo, considerando con fidelidad y sabiduría los antiguos
dogmas, tiene como único deseo perfeccionar y pulir los que
antiguamente recibieron una primera forma y un primer esbozo, consolidar
y reforzar los que ya han alcanzado relieve y desarrollo, custodiar los
que ya han sido confirmados y definidos" («Commonitorium», XXIII).
Un verdadero desafío
3.
Los padres conciliares afrontaron un auténtico desafío. Consistía en
tratar de comprender más íntimamente, en un período de rápidos cambios,
la naturaleza de la Iglesia y su relación con el mundo, para realizar la
oportuna actualización ("aggiornamento"). Aceptamos ese desafío -yo fui
uno de los padres conciliares-, y dimos una respuesta buscando una
inteligencia más coherente de la fe. Lo que hicimos durante el Concilio
fue mostrar que también el hombre contemporáneo, si quiere comprenderse a
fondo a sí mismo, necesita a Jesucristo y a su Iglesia, que permanece
en el mundo como signo de unidad y comunión. En realidad, la Iglesia,
pueblo de Dios en camino por los senderos de la historia, es el
testimonio perenne de una profecía que, a la vez que testimonia la
novedad de la promesa, hace evidente su realización. El Dios
que
hizo la promesa es el Dios fiel que cumple la palabra dada. ¿No es esto
lo que la Tradición que se remonta a los Apóstoles nos permite
verificar diariamente? ¿No estamos en un proceso constante de
transmisión de la Palabra que salva y que ofrece al hombre, dondequiera
que se encuentre, el sentido de su existencia? La Iglesia, depositaria
de la Palabra revelada, tiene la misión de anunciarla a todos.
Esta
misión profética exige tomar la responsabilidad de manifestar lo que la
Palabra anuncia. Debemos presentar signos visibles de la salvación,
para que el anuncio que llevamos se comprenda en su integridad. Anunciar
el Evangelio al mundo es una tarea que los cristianos no pueden delegar
a otros. Es una misión que deriva de la responsabilidad propia de la fe
y del seguimiento de Cristo. El Concilio quiso devolver a todos los
creyentes esta verdad fundamental.
Interpretación auténtica
4.
Para recordar el vigésimo aniversario del concilio Vaticano II,
convoqué en 1985 un Sínodo extraordinario de los obispos. Tenía como
objetivo celebrar, verificar y promover la enseñanza conciliar. Los
obispos, en su análisis, hablaron de "luces y sombras" que habían
caracterizado el período postconciliar. Por este motivo, en la carta
«Tertio millennio adveniente» escribí que "el examen de conciencia debe
mirar también la recepción del Concilio" (n. 36). Hoy, os doy las
gracias a todos vosotros que habéis venido de diferentes partes del
mundo para responder a esta solicitud. El trabajo que habéis realizado
durante estos días ha mostrado la presencia y la eficacia de la
enseñanza conciliar en la vida de la Iglesia. Ciertamente, exige un
conocimiento cada vez más profundo. De todas formas, en esta dinámica es
necesario no perder la genuina intención de los padres conciliares; más
bien, hay que recuperarla superando interpretaciones arbitrarias y
parciales, que han impedido expresar del mejor modo posible la novedad
del magisterio conciliar. La Iglesia conoce desde siempre las reglas
para una recta hermenéutica de los contenidos del dogma. Son reglas que
se sitúan dentro del entramado de fe y no fuera de él. Leer el Concilio
suponiendo que conlleva una ruptura con el pasado, mientras que en
realidad se sitúa en la línea de la fe de siempre, es una clara
tergiversación. Lo que han creído "todos, siempre y en todo lugar", es
la auténtica novedad que permite que cada época se sienta iluminada por
la palabra de la revelación de Dios en Jesucristo.
«Dei Verbum»
5.
El Concilio fue un acto de amor: "Un grande y triple acto de amor"
-como dijo Pablo VI en el discurso de apertura del cuarto período del
Concilio--, un acto de amor "hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia la
humanidad" («Insegnamenti», vol. III [1965] 475). La eficacia de ese
acto no se ha agotado en absoluto: continúa obrando a través de la rica
dinámica de sus enseñanzas.
La
constitución dogmática «Dei Verbum» puso con renovada conciencia la
palabra de Dios en el centro de la vida de la Iglesia. Esta centralidad
deriva de una percepción más viva de la unidad entre la sagrada
Escritura y la sagrada Tradición. La palabra de Dios, que se mantiene
viva gracias a la fe del pueblo santo de los creyentes bajo la guía del
Magisterio, nos pide también a cada uno de nosotros que asumamos nuestra
responsabilidad en la conservación intacta del proceso de transmisión.
Para
que el primado de la revelación del Padre a la humanidad conserve toda
la fuerza de su novedad radical es preciso que la teología, ante todo,
se convierta en instrumento coherente de su inteligencia. En la
encíclica «Fides et ratio» escribí: "Como inteligencia de la Revelación,
la teología en las diversas épocas históricas ha debido afrontar
siempre las exigencias de las diferentes culturas para luego conciliar
en ellas el contenido de la fe con una conceptualización coherente. Hoy
tiene también un doble
cometido.
En efecto, por una parte debe desarrollar la labor que el concilio
Vaticano II le encomendó en su momento: renovar las propias metodologías
para un servicio más eficaz a la evangelización. (...) Por otra parte,
la teología debe mirar hacia la verdad última que recibe con la
Revelación, sin darse por satisfecha con las fases intermedias" (n. 92).
«Sacrosanctum Concilium»6. Lo que la Iglesia cree es lo que asume como objeto de su oración. La constitución «Sacrosanctum Concilium» ilustró las premisas para una vida litúrgica que rinda a Dios el verdadero culto que le debe dar el pueblo llamado a ejercer el sacerdocio de la nueva Alianza. La acción litúrgica debe ayudar a todos los fieles a entrar en la intimidad del misterio, para captar la belleza de la alabanza al Dios trino. En efecto, constituye una
anticipación
en la tierra de la alabanza que los bienaventurados rinden a Dios en el
cielo. Por tanto, en toda celebración litúrgica habría que dar a los
participantes la posibilidad de gustar anticipadamente, aunque sea bajo
el velo de la fe, algo de las dulzuras que brotarán de la contemplación
de Dios en el paraíso. Por esta razón, todo ministro, consciente de la
responsabilidad que tiene con respecto al pueblo confiado a él, deberá
respetar fielmente el carácter sagrado del rito, creciendo en la
inteligencia de lo que celebra.
«Lumen gentium»7. "Ha llegado la hora en que la verdad sobre la Iglesia de Cristo debe ser analizada, ordenada y expresada", afirmó el Papa Pablo VI en el discurso de apertura del segundo período del Concilio («Insegnamenti», vol. I [1963], 173-174). Con esas palabras el inolvidable Pontífice identificó la tarea principal del Concilio. La constitución dogmática «Lumen gentium» fue un verdadero canto de exaltación de la belleza de la Esposa de Cristo. En esas páginas recogimos la doctrina expresada por el concilio Vaticano I e imprimimos el sello para un estudio renovado del misterio de la Iglesia.
La comunión es el fundamento en el que se apoya la realidad de la Iglesia. Una «koinonía» cuya fuente está en el misterio mismo del Dios trino y se extiende a todos los bautizados, que por eso están llamados a la unidad plena en Cristo. Dicha comunión se manifiesta en las diversas formas institucionales en las que se realiza el ministerio eclesial y en la función del Sucesor de Pedro como signo visible de la unidad de todos los creyentes. A todos resulta evidente que el concilio Vaticano II hizo suyo con gran impulso el anhelo "ecuménico". El movimiento de encuentro y clarificación, que se puso en marcha con todos los hermanos bautizados, es irreversible. La fuerza del Espíritu llama a los creyentes a la obediencia, para que la unidad sea fuente eficaz de la evangelización. La comunión que la Iglesia vive con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es signo de que los hermanos están llamados a vivir juntos.
«Gaudium et spes»
8. "El Concilio, que nos ha dado una rica doctrina eclesiológica, ha relacionado orgánicamente su enseñanza sobre la Iglesia con la enseñanza sobre la vocación del hombre en Cristo" esto lo dije en la homilía durante la misa de apertura del Sínodo de los obispos, el 24 de noviembre de 1985 (n. 5: «L'Osservatore Romano», edición en lengua española, 1 de diciembre de 1985, p. 1). La constitución pastoral «Gaudium et spes», que planteaba los interrogantes fundamentales a los que toda persona está llamada a responder, nos repite hoy también a nosotros unas palabras que no han
perdido
su actualidad: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del Verbo encarnado" (n. 22). Son palabras que aprecio mucho y que he
querido volver a proponer en los pasajes fundamentales de mi magisterio.
Aquí se encuentra la verdadera síntesis que la Iglesia debe tener
siempre presente cuando dialoga con el hombre de este tiempo, como de
cualquier otro: es consciente de que posee un mensaje que es síntesis
fecunda de la expectativa de todo hombre y de la respuesta que Dios le
da.
En la encarnación del
Hijo de Dios, que este jubileo quiere celebrar con motivo del
bimilenario de ese acontecimiento, es evidente la llamada del hombre.
Éste no pierde su dignidad cuando se abandona a Cristo por la fe, porque
entonces su humanidad es elevada a la participación en la vida divina.
Cristo es la verdad que no tiene ocaso: en él Dios se encuentra con
todos los hombres, y todos los hombres pueden ver a Dios en él (cf. Jn
14, 9-10). Ningún encuentro con el mundo será fecundo si el creyente
deja de fijar su mirada en el misterio de la encarnación del Hijo de
Dios. El vacío que muchos experimentan hoy ante la pregunta sobre el
porqué de la vida y de la muerte, sobre el destino del hombre y sobre el
sentido del sufrimiento, sólo puede ser colmado por el anuncio de la
verdad que es Jesucristo. El corazón del hombre estará siempre
"inquieto", hasta que descanse en él, verdadero consuelo para cuantos
están "fatigados y sobrecargados" (Mt 11, 28).
Un árbol cargado de frutos
9.
La "pequeña semilla" que el Papa Juan XXIII depositó "con el corazón y
la mano temblorosos" (constitución apostólica «Humanae salutis», 25 de
diciembre de 1961) en la basílica de San Pablo extramuros el 25 de enero
de 1959, anunciando su intención de convocar el vigésimo primer
concilio ecuménico de la historia de la Iglesia, ha crecido
convirtiéndose en un árbol que ahora extiende sus ramas majestuosas y
fuertes en la viña del Señor. Ya ha dado muchos frutos en estos treinta y
cinco años de vida, y dará muchos más en el futuro. Una nueva época se
abre ante nuestros ojos: es el tiempo de la profundización de las
enseñanzas conciliares, el tiempo de la cosecha de cuanto sembraron los
padres conciliares y la generación de estos años ha cultivado y
esperado.
El concilio
ecuménico Vaticano II fue una verdadera profecía para la vida de la
Iglesia: y seguirá siéndolo durante muchos años del tercer milenio
recién iniciado. La Iglesia, con la riqueza de las verdades eternas que
le han sido confiadas, continuará hablando al mundo, anunciando que
Jesucristo es el único verdadero Salvador del mundo: ayer, hoy y
siempre.
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