domingo, 4 de enero de 2015

DUODÉCIMA CATEQUESIS

«Del mismo. Acogida y alabanza de los venidos de los
lugares circundantes; y además, que, mientras los justos que
habían recibido las promesas sensibles aspiraban a los bienes
inteligibles en vez de a los sensibles, nosotros, por el contrario,
que hemos recibido la promesa de los bienes inteligibles, nos
quedamos boquiabiertos ante los bienes sensibles; y que
conviene que, al amanecer y por la tarde, acudamos presurosos
a la iglesia para hacer las oraciones y las confesiones 2. y
también para los nuevos iluminados».

Elogio del público venido de la campiña

1. En los días pasados, vuestros buenos maestros 3 os han
regalado bastante los oídos, y habéis gustado constantemente
su exhortación espiritual, al tiempo que participabais de la
abundante bendición procedente de las reliquias de los santos
mártires.
Por fin hoy, en vista de que los que han afluido hasta
nosotros desde el campo 4 han dado mayor brillantez a nuestro
público, también nosotros vamos a ponerles una copiosísima
mesa espiritual, rebosante del amor que ellos nos han
demostrado.
Por tanto, después de ofrecerles esta recompensa y de
aceptar su buena disposición para con nosotros, esforcémonos
por demostrarles ancha hospitalidad.
Efectivamente, si ellos no vacilaron en recorrer un camino tan
largo para proporcionarnos con su presencia esta inmensa
alegría, justo es de todo punto que nosotros hoy les ofrezcamos
mucho más abundante este manjar espiritual, para que tomen
de aquí suficiente viático y puedan así regresar a casa.

2. Son, efectivamente, hermanos nuestros, y son también
miembros del cuerpo de la Iglesia. Abracémosles, pues, como
miembros nuestros, y démosles así prueba de nuestro sincero
amor hacia ellos, y no paremos mientes en que tienen un modo
de hablar diferente, sino comprendamos exactamente la
sabiduría de sus almas; ni reparemos en que tienen una lengua
bárbara, sino reconozcamos sus sentimientos de dentro y el
hecho de que ellos con sus obras están demostrando
justamente lo mismo que nosotros nos esforzamos por enseñar
con nuestros sabios discursos, y así ellos con sus obras
cumplen la ley del Apóstol, que manda ganarse el alimento
cotidiano con el trabajo de las propias manos.

3. Escucharon, efectivamente, al bienaventurado Pablo, que
dice: Y nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos 5;
y de nuevo: Sabéis que, para lo que yo y quienes están
conmigo hemos necesitado, estas manos me sirvieron 6.
Y al esforzarse por cumplir esto con las obras mismas,
producen una voz más clara que los discursos, y así, por sus
obras, se manifiestan a sí mismos dignos también de la
bienaventuranza proclamada por Cristo, pues bien:
Bienaventurado el que hace y enseña 7.
Efectivamente, cuando se escoge la enseñanza por las
obras, no hay ya necesidad de instrucción por las palabras.
Y a cada uno de éstos podrías verlo, ya de pie junto al altar
sagrado leyendo las leyes divinas e instruyendo a los oyentes,
ya en plena faena de cultivo de sus tierras, unas veces tirando
del arado, abriendo los surcos, arrojando la semilla y
confiándola al regazo de la tierra, y otras veces manejando el
arado de la enseñanza y depositando en las almas de los
discípulos la semilla de las lecciones divinas.

4. Por consiguiente, no pasemos por alto su virtud, por
fijarnos simplemente en su aspecto externo y en su peculiar
lenguaje, sino tratemos de comprender con exactitud su vida
angélica, su sabia conducta 8.
Entre ellos, efectivamente, están desterradas toda molicie y
toda glotonería; y no solamente esto, sino también cualquier
otra delicadeza de las que tienen su carta de ciudadanía en las
ciudades. Ellos toman solamente la cantidad de alimento que
puede bastarles para el sostenimiento de la vida, y todo el resto
del tiempo ocupan sus mentes en himnos y en oraciones
continuas, en lo cual también imitan la vida de los ángeles.

5. Efectivamente, lo mismo que aquellas potencias
incorpóreas tienen como única tarea alabar en todo momento al
creador de todas las cosas, así también estos hombres
admirables: satisfacen la necesidad del cuerpo, porque están
unidos a la carne, y todo el tiempo restante se dedican a los
himnos y a las oraciones, tras decir adiós a todas sus
aspiraciones terrenales, y por medio de esta su óptima
conducta, se esfuerzan por lograr que sus oyentes los imiten.
Por tanto, ¿quién podrá felicitar a éstos como se merecen,
porque, sin haber tenido participación alguna en la instrucción
de fuera ellos han aprendido la verdadera sabiduría, con lo cual
han demostrado cumplir con las obras aquello del Apóstol:
Porque lo loco de Dios es más sabio que los hombres 9?

6. Y es que, cuando ves a este hombre simple, rústico y que
no sabe más que las faenas agrícolas y el cultivo de la tierra,
que realmente no hace caso alguno de las cosas presentes,
pero que en alas de su mente se lanza hasta los bienes que
están en los cielos, que posee el saber 10 sobre aquellos
bienes inefables y que conoce con exactitud lo que nunca
pudieron ni imaginar los filósofos, tan ufanos de su barba y de
su bastón, ¿cómo no vas a tener bien clara la demostración del
poder de Dios?
Porque, dime, ¿de qué otra parte podría venir tan gran
sabiduría de la virtud y el no aplicarse a los bienes visibles, sino
al contrario, al preferir a las cosas manifiestas y que están a la
mano los bienes ocultos, invisibles y objeto de la esperanza?
FE/DEFINICIÓN: Esto es, efectivamente, la fe: cuando uno
cree que los bienes prometidos por Dios y que no son
manifiestos a los ojos del cuerpo son más dignos de crédito que
los bienes manifiestos y patentes ante nuestros ojos.

La fe de Abraham en los bienes espirituales

7. Así es como se hicieron célebres todos los hombres justos
y fueron considerados dignos de aquellos inefables bienes. Así
fue proclamado el patriarca Abraham de parte de Dios, cuando
hubo sobrepasado la debilidad de la humana naturaleza y
tendió su mente por entero al poder del que le hizo la promesa.
Y por eso también le proclama la divina Escritura, pues dice: Y
creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia 11. Y por
esta razón también, cuando ya desde el principio oyó: Sal de tu
tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, y ¡halal, a la
tierra que yo te mostraré 12, él obedeció con la mejor voluntad y
puso por obra lo mandado, y abandonó la tierra familiar donde
tenía plantada su tienda, y salió, pero sin saber adónde se
detendría. Pues bien, a las cosas manifiestas y bien
reconocidas por todos, él prefirió lo mandado de parte del
Señor, y no solamente no hizo preguntas curiosas, ni su mente
se turbó, sino que, centrando su mirada en la dignidad del que
le mandaba, y dejando de lado todo impedimento humano, sólo
tuvo una preocupación: no omitir nada de lo mandado.

8. Ahora bien, todo esto sucedió, no solamente por causa del
justo, para demostrar la grandeza de su fe, sino también para
que nosotros emulemos al patriarca.
Efectivamente, así que Dios vio su alma generosa, como
astro ignorado y oculto, quiso trasladarlo a la tierra de Canaán,
justamente para que condujera a la razón de la piedad a los que
allí andaban descarriados y con la mente afectada todavía por
la tiniebla de la ignorancia.
Esto es lo que realmente sucedió, y por medio de Abraham,
no solamente los que habitaban Palestina, sino también los de
Egipto, llegaron a conocer la providencia de Dios para con él, y
la virtud del justo.
Mira, en efecto, su excelsa magnanimidad, y cómo en alas de
su deseo de Dios no se paró en la linde de lo visible, ni se
aplicaba solamente a lo prometido, sino que lograba figurarse
los bienes futuros. Y pues Dios le había prometido una tierra, un
lugar de otra tierra diciendo: Sal de tu tierra, y ¡hala!, a la tierra
que yo te mostraré, él dejó las realidades sensibles y se prendó
de las inteligibles.

9. ¿Acaso os parece un enigma lo que acabo de decir? No
os desconcertéis, sin embargo, os daré la explicación, para que
os enteréis de cómo este justo, después de recibir la promesa
de bienes sensibles, fijó su deseo en los bienes inteligibles.
¿De dónde, pues, sabremos esto con exactitud?
Escuchemos al mismo interesado que dice..., pero no,
escuchemos más bien al bienaventurado Pablo, el maestro del
universo, el que sabe todo esto con exactitud y que habla de él,
y no sólo de él, sino también de todos los justos.
Efectivamente, queriendo recordar la lista de hombres justos
como Abraham, Isaac y Jacob, dice: Conforme a la fe murieron
todos estos, sin haber recibido las promesas, sino mirándolas y
saludándolas de lejos, y confesando que eran forasteros y
peregrinos sobre la tierra 13.

10. ¿Qué estás diciendo, oh bienaventurado Pablo? ¿No
recibieron las promesas? ¿No ocuparon toda Palestina? ¿No
fueron dueños de la tierra?
«Sí -dice-, recibieron Palestina y la posesión de la tierra,
pero con los ojos de la fe fijaban su deseo en otras cosas».
Por eso añadió: Porque los que dicen esto, claramente dan a
entender que buscan una patria, y que si se hubieran acordado
de aquella de donde salieron, tiempo tuvieron ciertamente para
volverse; sin embargo, deseaban una mejor, esto es, la celestial
14. ¿Ves su anhelo? ¿Ves su deseo? ¿Ves cómo, mientras el
Señor por todas partes les prometía bienes materiales y
dialogaba acerca de la tierra, ellos buscaban esta otra patria y
tendían hacia la que está en los cielos? Por esto, efectivamente,
añadió: De la cual es Dios artífice y hacedor 15.
¿Ves cómo ellos deseaban los bienes inteligibles y cómo se
figuraban aquellos bienes que no se manifiestan a los ojos
corporales, pero son conocidos por la fe?

La vanidad de los bienes materiales

11. Pero aquí mi mente se desconcierta y mi pensamiento se
confunde, cuando considero que nosotros caminamos al
contrario que ellos. Efectivamente, como estos justos, aunque
recibieron una promesa de bienes sensibles, fijaron su deseo
en los bienes inteligibles, así también nosotros, pero al revés:
aunque hemos recibido una promesa de bienes inteligibles, nos
alucinamos con los bienes sensibles, y desoímos al
bienaventurado Pablo, que dice: Porque las cosas que se ven
son temporales, mas las que no se ven son eternas 16.
Y de nuevo en otra parte, para revelar que tales son las
cosas preparadas para los que aman a Dios, dice Cosas que ni
ojo vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre 17.
Pero nosotros, incluso después de todo esto, seguimos
boquiabiertos ante los bienes presentes, quiero decir, ante la
riqueza, la gloria de la vida presente, la molicie, los honores que
vienen de los hombres: todo esto, en efecto, parece ser lo
brillante de la presente vida. Dije «parece», porque en nada
difiere de una sombra y de un sueño.

12. Efectivamente, la misma riqueza muchas veces ni siquiera
dura hasta el anochecer en manos de quienes creían poseerla,
sino que, cual esclavo fugitivo e ingrato, va pasando de uno a
otro, y deja desnudos y solos a quienes se desvivían por
honrarla; y que muchas veces también envuelve en peligros
insoportables a los que tanto la desean, la experiencia misma
de los hechos se lo enseña a todos.
Y algo así es también la gloria humana, porque quien hoy
aparece ante todos ilustre y famoso, de repente cae en la
deshonra y en el desprecio de todos.

13. Por consiguiente, ¿qué puede haber de menos valor que
estos bienes, quiero decir, los que antes de aparecer ya han
volado, los que nunca se quedan quietos, sino que tan
rápidamente escapan a los que se dejan fascinar por ellos?
Efectivamente, como nunca es posible ver la rueda quieta
sobre el mismo punto de la llanta, sino que da vueltas
continuamente y sube y baja, así también ocurre con los bienes
en cuestión. De fácil vaivén es, en efecto, el cambio de los
negocios humanos, y rápida la mudanza, sin nada seguro ni
estable; al contrario, todo es voluble y con pronta inclinación a
lo opuesto.
Por consiguiente, ¿qué podría haber de más ridículo que
esas gentes que se quedan boquiabiertas y clavadas ante los
bienes presentes, y los consideran preferibles a los que son
constantes y permanecen siempre?

14. Por esta razón también el profeta, al lanzar la grave
acusación contra los que se dejan alucinar por estas cosas,
dice: Como estables las consideraban, y no como fugaces 18.
¿Ves cómo con una sola palabra quiso expresar su ser de
nonada? Pues no dijo: «como transitorias», ni dijo: «como
cambiantes», ni dijo: «escurridizas», sino, ¿qué? «Como
fugaces», queriendo poner de manifiesto su rapidez y su grande
y repentina mudanza, y para enseñarnos a no estar nunca
sujetos a las cosas que se ven, sino a creer y a tener plena
confianza únicamente en las que Dios ha prometido.

15. Efectivamente, aunque medien mil impedimentos, las
promesas de parte de Dios nunca fallarán, porque, lo mismo
que Él es inmutable e inalterable, y perdura siempre y
constantemente, así también sus promesas son indefectibles e
inconmovibles, a no ser que se obstaculice su realización por
parte nuestra.
En las cosas humanas, sin embargo, ocurre lo contrario,
porque al ser corruptible y perecedera la naturaleza de los
hombres, así también son corruptibles y caducos los bienes que
proceden de los hombres. Y es justo, puesto que los hombres
somos todos corruptibles, y la naturaleza de los humanos dones
imita a nuestra naturaleza.
En cambio, nada parecido es posible ni sospechar siquiera
en las promesas de Dios, antes al contrario, estas promesas
son las únicas en tener seguridad, inmutabilidad, fijeza y
constancia.

Los deberes de los nuevos bautizados

16. Por esto, os lo suplico, busquemos las que perduran
siempre y no sufren mudanza. Por lo demás, también, si yo he
desarrollado mi discurso delante de vosotros, lo hice adrede,
para hacer una exhortación común para todos, tanto para los
iniciados de antiguo en los misterios, como para los recién
considerados dignos del don bautismal.
Pues bien, ya que en los días pasados, al reunirnos
continuamente junto a los sepulcros de los santos mártires,
disfrutábamos de la gran bendición que de ellos brota y
gustábamos su abundosa enseñanza, y ya que, en cambio, de
ahora en adelante se interrumpirá la continuidad de las
reuniones, siento la necesidad de recordar a vuestra caridad
que tengáis siempre resonando en vuestra memoria tan
importante enseñanza, y que a todos los bienes de esta vida
prefiráis los bienes espirituales.

17. También os recuerdo 19 que con la mayor diligencia
vengáis aquí al amanecer y rindáis al Dios del universo vuestras
oraciones y vuestras confesiones, y le deis gracias por los
bienes que ya os ha otorgado, y le supliquéis el poder haceros
dignos de su ayuda para guardarlos en lo sucesivo, y así,
después de salir de aquí, que cada uno emprenda con toda
circunspección los negocios que le atañen.
Así, uno se dedicará al trabajo manual, otro se alistará en el
ejército y un tercero entrará en la política. Cada uno, sin
embargo, acérquese a sus asuntos con temor e inquietud y
pase todo el tiempo de la jornada como quien debe presentarse
de nuevo aquí al anochecer para dar al Señor cuenta de toda la
jornada y pedirle perdón por los fallos.
Porque realmente, aunque mil veces tratemos de
asegurarnos, es imposible no hacernos responsables de
muchas y variadas caídas; por ejemplo, de haber hablado
inoportunamente, de haber prestado oído a vanos rumores, de
haberse precipitado en el mirar o de haber gastado nuestro
tiempo en vano y sin utilidad ni necesidad alguna.

18. Y por esta razón conviene que nosotros, cada día,
pidamos al Señor perdón por todos estos fallos y recurramos e
imploremos a la bondad de Dios. Y que así, después de pasar
con sobriedad el tiempo de la noche, afrontemos de nuevo la
confesión del amanecer, todo ello con el fin de que cada uno de
nosotros, si organiza su vida de esta manera, pueda también
atravesar sin peligro el mar de esta vida y hacerse digno de la
bondad que viene del Señor.
Y cuando nos convoque el momento oportuno de la
asamblea, que a todas las cosas prefiramos los bienes
espirituales y esta reunión de aquí, para que también
administremos con seguridad lo que tenemos entre manos 20.

19. Efectivamente, si nosotros anteponemos estos bienes,
los demás no nos causarán trabajo alguno, pues Dios en su
bondad nos los proporcionará con gran facilidad. En cambio, si
descuidamos los espirituales y únicamente nos preocupamos de
los otros, y si continuamente giramos en torno de los bienes de
esta vida sin tener para nada en cuenta al alma, sufriremos la
pérdida de éstos y ni uno más tendremos de los otros.
Por consiguiente, os lo suplico, no invirtamos el orden, sino,
ya que conocemos la bondad de nuestro Señor, confiémosle a
Él todo, y no nos atormentemos nosotros mismos con las
preocupaciones terrenales.
Efectivamente, el que del no ser nos sacó al ser, por su
propia bondad, con mayor razón nos otorgará en adelante toda
su providencia Porque -dice- sabe vuestro Padre del cielo que
tenéis necesidad de todo esto, antes que vosotros se lo pidáis
21.

20. Y naturalmente, por esta razón quiere que nosotros
estemos libres de tal preocupación y que todo nuestro tiempo
disponible sea para los bienes espirituales.
Viene, efectivamente, a decir: «Tú busca los bienes
espirituales y yo te proporcionaré en abundancia todo lo que
atañe al cuerpo».
De aquí también les vino a todos los justos su reputación, y
ciertamente nosotros tomamos su virtud como punto de
arranque de este nuestro discurso. Efectivamente, decíamos
que éstos, a pesar de haber recibido promesas de bienes
sensibles, buscaban los inteligibles, mientras que nosotros
practicamos justamente lo contrario: aunque tenemos promesa
de bienes espirituales, nos quedamos boquiabiertos ante los
bienes sensibles.

21. Y por esta razón, os lo suplico, nosotros, los que estamos
bajo la gracia, imitemos por lo menos ahora, a aquellos que, por
su cuenta y antes de la ley, desde la enseñanza ínsita en su
naturaleza, pudieron alcanzar tamaña cima de virtud, y
traslademos todo nuestro celo al cuidado del alma, troquemos
nuestras preocupaciones y repartamos la inquietud: el cuidado
del alma, aceptémoslo nosotros mismos, puesto que es lo más
importante en nosotros; la preocupación y la inquietud por el
cuerpo, confiémosla por entero al común Señor de todas las
cosas.

22. Por otra parte, la mayor prueba de su sabiduría y de su
inefable bondad es ésta: que el cuidado de lo más grande que
hay en nosotros -del alma, quiero decir- nos lo encargó a
nosotros, y así, con los hechos mismos, nos enseñó que nos ha
creado libres y que ha dejado en poder nuestro y en nuestra
voluntad el elegir la virtud y el fugarnos hacia el mal; en cambio,
de todos los bienes corporales prometió que Él mismo
proveería. Con esto quería también hacer cambiar a la
naturaleza humana, con el fin de que ésta no confíe en su
propia fuerza, ni crea que puede contribuir en algo al
sostenimiento de la vida presente.
23. Por esta razón, naturalmente, a nosotros, enaltecidos con
la razón y juzgados dignos de tan gran preeminencia, nos
exhorta a que imitemos a los irracionales, y dice: Mirad las aves
del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en trojes, y
vuestro Padre celestial las alimenta 22; como si dijese: «Si me
preocupo de los pájaros, aunque son irracionales, y tanto que
les procuro todo, sin sembradura ni laboreo, con mucha más
razón me preocuparé de vosotros, los racionales, si al elegir
preferís los bienes espirituales a los carnales.
Efectivamente, si por vosotros produje estas cosas y la
creación entera, y yo mismo tengo de todo ello tan gran
providencia, ¿cuál no será la amorosa solicitud de que os
juzgaré dignos a vosotros, por cuyo bien fue producido todo
esto?».

24. Confiemos, pues, plenamente, os lo suplico, en la
promesa de Dios, y tengamos toda nuestra mente desplegada
en torno al deseo de los bienes espirituales, y juzguemos todo
lo demás secundario en comparación del goce de los bienes
futuros, para que así obtengamos también con abundancia los
bienes presentes, podamos ser considerados dignos de los
bienes que tenemos prometidos y seamos librados del castigo
de la gehena.
No me derrochéis de nuevo todo el tiempo de vuestra
jornada en la dejadez, en pasatiempos inútiles, en reuniones de
perdidos, en banqueteo y en la diaria borrachera. No dejemos
que, por nuestra posterior incuria, se escurra entre las manos lo
que teníamos bien recogido, al contrario, retengamos con
seguridad todo cuanto se nos ha dado de parte de la bondad
de Dios.

25. Y sobre todo vosotros, los que os revestisteis
recientemente de Cristo y recibisteis la visita del Espíritu, os lo
suplico, cada día examinad cuidadosamente el resplandor de
vuestro vestido, para que por ninguna parte reciba alguna
mancha o arruga: ni por palabras inconvenientes, ni por
escuchas vanas, ni por pensamientos malvados, ni por ojos que
van sin tino saltando sobre cualquiera que se encuentran.
Por consiguiente, fortifiquémonos por todos lados, sin
excepción, con el recuerdo continuo de aquel terrible día, y así,
por haber perseverado en nuestro resplandor y por haber
guardado sin mancha ni arruga el vestido de la inmortalidad,
seremos juzgados dignos de aquellos inefables dones que ojalá
todos nosotros alcancemos, por la gracia y la bondad de
nuestro Señor Jesucristo, con el cual se den al Padre, junto con
el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Esta última Catequesis cierra la serie; probablemente se tuvo
después de la precedente, el sábado de la semana de Pascua del año
390 (cf. nota I de la octava Catequesis).
2. Es difícil precisar si se trata de la profesión de fe, de la simple
alabanza o del reconocimiento y aceptación de la propia culpa (cf. nota I
de la décima Catequesis).
3. Es decir, en principio el obispo local y los presbíteros encargados
de preparar los catecúmenos para el bautismo.
4. La gran afluencia de gente del campo (entre ellos los monjes, cf.
infra, c. 4) y el hecho de que hablan una lengua distinta (cf. c. 2) induce a
pensar que esta Catequesis y la precedente se tuvieron en Antioquía (cf.
WENGER, nota 3, p. 247).
5. 1 Co 4, 12.
6. Hch 20, 34.
7. Esta cita no está tal cual en el texto evangélico; probablemente
resume la idea de Mt 5, 19. Como también aparece en Hom. 13 in Gen.
(PG 53, llO), WENGER la considera prueba importante de la autenticidad
crisostomiana de esta Catequesis (Introd., p. 55).
8. Con «vida angélica» se alude a la vida monástica, lo mismo que la
expresión «sabia conducta» (literalmente «conducta filosófica»)
presupone su confrontación y su contraste con la conducta no tenida por
sabia, de los filósofos paganos, de los que se habla luego en el c. 6 (cf.
WENGER, nota 2, p. 249).
9. 1 Co 1, 25.
10. Literalmente «que sabe filosofar» (cf. supra, n. 8).
11. Rm 4, 3.
12. Gn 12, 1.
13. Hb 11, 13.
14. Hb 11, 14-16.
15. Hb 11, 10.
16. 2 Co 4, 18.
17. 1 Co 2,9.
18. La rareza de esta cita de Amós 6, 5 depende probablemente del
hecho de estar tomada de la versión de los Setenta, donde el significado
del versículo es totalmente diferente del texto hebreo que en varios puntos
es críticamente incierto.
19. Se sigue la exhortación del capítulo anterior.
20. Después de seguir un estricto programa propio de los días en que
no se celebra la Eucaristía (synaxis), cuando ésta se celebra -domingos y
algún día entre semana- nada debe impedir al nuevo bautizado asistir a
ella.
21. Mt 6, 32.
22. Mt 6, 26.

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