LIBRO DECIMOSEPTIMO: LA CIUDAD DE DIOS HASTA CRISTO.
CAPITULO PRIMERO: En que se trata de los tiempos en que florecieron los profetas.
Las promesas que Dios hizo a
Abraham (a cuya descendencia sabemos que pertenecen por la divina palabra, no
sólo la nación israelita, según la carne, sino también las naciones, según la
fe), se van cumpliendo exactamente, como lo ha manifestado el discurso que va
haciendo la Ciudad de Dios, conforme al orden de los tiempos.
Y por cuanto en el libro
precedente llegamos hasta el reino de David, comenzaremos a proseguir desde él
la relación de todos los sucesos que parecieren suficientes para esta obra, con
los demás que se sigue.
Todo el tiempo transcurrido desde
que el Santo Samuel principió a profetizar y consecutivamente, hasta que el
pueblo de Israel fue conducido cautivo a Babilonia, y asimismo hasta que, según
la profecía del Santo Jeremías, regresados a su tierra los israelitas al cabo
de setenta años, se restauró la casa del Señor, todo este tiempo es el de los
profetas. Pues aunque el mismo patriarca Noé, en cuyos días pereció toda la
tierra con el Diluvio universal, y otros antes y después de él, hasta la época
en que comenzó a haber reyes en el pueblo de Dios, por algunas acciones que
practicaron o sucesos que prefiguraron y predijeron pertenecen a la Ciudad de
Dios y al reino de los Cielos, y con mucha razón los podemos llamar profetas, y
más si observamos que algunos de ellos se llamaron así expresamente, como
Abraham y Moisés, con todo, llamóse especialmente tiempo de los profetas aquel
en que principió a profetizar Samuel, quien ungió por rey, según el orden de
Dios, primeramente a Saúl, y reprobado éste, al mismo David, para que de su
descendencia fuesen sucediendo los demás mientras conviniese.
Si intentase yo referir todo lo
que los profetas han vaticinado de Cristo, entre tanto que la Ciudad de Dios, muriendo
en los miembros que morían y naciendo en los que sucedían, ha ido discurriendo
por estos tiempos, sería nunca acabar; lo primero, porque la Sagrada Escritura,
aunque parece que mientras nos va exponiendo con orden los reyes, sus acciones,
empresas y sucesos, se ocupa en referir como un historiador exacto las proezas
y operaciones buenas y malas de estos; no obstante, si auxiliado de la gracia del
Espíritu Santo la consideramos, la hallaremos no menos, sino tal vez más
solícita en anunciarnos los sucesos futuros que en referirnos los pasados; y el
intentar hallar este inescrutable arcano escudriñando, y averiguarle disputando,
qué operación tan molesta y penosa sería, y cuántos volúmenes no exigiría? Bien
lo conocen los que medianamente quieran reflexionarlo.
Lo segundo, porque entre las
mismas cosas que no hay duda son profecías, son tantas las de Cristo v del
reino de los Cielos, que es la Ciudad de Dios, que para declararlo
circunstanciadamente sería necesario formar un tratado más extenso de lo que
exige la pequeñez de esta obra.
Por lo cual, si estuviere en mi
arbitrio, moderaré la pluma y el estilo, de modo que, para cumplir con esta
obra, siendo la voluntad de Dios, ni diga una sola expresión que sobre, ni deje
de decir lo que sea preciso.
CAPITULO II: En qué tiempo se cumplió la divina promesa sobre la posesión de la tierra de Canaán, la cual poseyó también el pueblo de Israel, según la carne.
Dijimos en el libro anterior que
en las promesas que desde el principio hizo Dios a Abraham, le prometió dos
cosas, es a saber: la una, que su descendencia había de poseer la tierra de
Canaán, lo cual le significó, donde dice la Escritura: Marcha a la tierra que
yo te manifestaré, y haré que crezcas y formes una numerosa nación; y la otra, que
es mucho más célebre; se refiere no a la descendencia carnal, sino a la
espiritual, por la cual viene a ser padre, no de una nación israelita, sino de
todas las gentes que siguen e imitan las huellas de su fe, lo cual se le
prometió con estas palabras: Y serán benditas en ti todas las tribus de la
tierra. Después hicimos ver con la autoridad de otros muchos testimonios cómo
le hizo Dios estas dos promesas.
Estaba, pues, en la tierra de
promisión la descendencia y posteridad de Abraham, esto es, el pueblo de Israel,
según la carne, y allí, no sólo ocupando las ciudades enemigas sino eligiendo
reyes, había comenzado a reinar; habiéndose cumplido ya en su mayor parte las
promesas que hizo Dios sobre este pueblo, no sólo las hechas a los tres
patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, y otras en tiempo de éstos, sino también
las que hizo por el mismo Moisés, por cuyo ministerio Sacó al citado pueblo de
la servidumbre de Egipto, y por quien descubrió y manifestó en su tiempo todas
las cosas pasadas, cuando conducía el pueblo por el desierto.
Porque no se acabó de cumplir la
divina promesa sobre la tierra de Canaán, donde aquel pueblo había de reinar desde
el río de Egipto hasta el grande Eufrates, con lo que hizo aquel ínclito
capitán Jesús Nave, que introdujo al pueblo de Israel en la tierra de promisión,
y conquistando aquellas naciones, la repartió, como Dios lo había ordenado, a
las doce tribus, y murió, ni después de él, en todo el tiempo de los jueces se
acabó de cumplir, y ya no se profetizaba qué había de suceder, sino se esperaba
que se cumpliese. Se verificó en tiempo de David y Salomón, su hijo, cuyo reino
se extendió y dilató tanto cuanto Dios se lo había prometido, porque sojuzgaron
a todos aquellos y los hicieron sus tributarios.
Así que estaba ya la descendencia
de Abraham en tiempo de estos reyes en la tierra de promisión, según la carne, esto
es, en tierra de Canaán; de manera que ya no faltaba otra circunstancia para
acabarse de cumplir la promesa terrena que Dios les había hecho, sino que
permaneciese en la misma tierra la nación hebrea en cuanto a la prosperidad
temporal por la sucesión de sus descendientes, sin mudanza ni turbación de su
quietud y estado, hasta el fin y término de este siglo mortal, si fuese
obediente a las leyes y mandatos de su Dios y Señor.
Mas por cuanto sabía Dios que no
lo habían de cumplir, los castigó asimismo con penas temporales para ejercitar
a los pocos siervos fieles que había entre ellos, y advertir a los que en
adelante había de haber en todas las naciones; a las cuates convenía avisar por
éstas, puesto que en ellas había de cumplir la otra promesa, revelando y
manifestando el Nuevo Testamento de la Encarnación de Jesucristo.
CAPITULO III: De las tres significaciones que tenían las profecías de los profetas, las cuales unas veces se refieren a la Jerusalén terrena, otras a la celestial y otras a las dos.
Así como aquellos divinos
oráculos y otras cualesquiera señales o dichos proféticos que se hicieron hasta
aquí en la Sagrada Escritura a Abraham, Isaac y Jacob, así también las demás
profecías que hubo en adelante desde este tiempo de los reyes, parte pertenecen
a los hijos carnales de Abraham y parte a aquella su descendencia, en quien se
bendicen todas las naciones que son coherederas de Cristo, por el Nuevo
Testamento, para alcanzar y poseer la vida eterna y el reino de los cielos; parte
pertenecen a la esclava que engendra esclavos, esto es, a la terrena Jerusalén,
que sirve con sus hijos; y parte a la libre, que es la Ciudad de Dios, esto es,
a la verdadera Jerusalén eterna en los cielos, cuyos hijos, que son los hombres
que viven según Dios, son peregrinos en la tierra. Con todo, hay algunas
profecías que pertenecen a ambas, a la esclava propiamente, y a la libre por
figura.
Así que de tres maneras son las
profecías de los profetas: unas pertenecen a la terrena Jerusalén, otras a la
celestial y algunas a las dos. Creo que debo probar con ejemplos lo que digo.
Envió Dios al profeta Nathan con
el encargo de reprender a David un enorme pecado que había cometido, e
intimarle los males que le habían de sobrevenir. Esta y otras profecías, cuando
algún hombre se hacía digno de merecerlas, ya fuese públicamente, esto es, para
la salud y utilidad pública; ya fuese en particular, para el propio provecho de
cada uno, con que les daba Dios noticia exacta de algún suceso futuro para bien
de la vida temporal, quién duda que pertenecían a la ciudad terrena?
Pero cuando dice la Escritura: Vendrá
día, dice el Señor, en que estableceré un nuevo pacto y testamento con la casa de
Israel y con la casa de Judá, no según el pacto que hice con sus padres el día
que les tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; y porque ellos no
permanecieron en la observancia de mi pacto, también yo los desprecié. Este
será el pacto que estableceré con la casa de Israel; después de aquellos días, dice
el Señor, grabaré mi ley en sus almas y la escribiré en su corazón, miraré por
ellos seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Sin duda que aquí vaticina Jeremías
la celestial y soberana Jerusalén, cuyo premio es el mismo Dios, y el sumo bien
de ella, y todo su bien y felicidad es tener propicio a este Señor y el ser
suyo. Y a las dos pertenece también esto mismo, puesto que a Jerusalén la llama
Ciudad de Dios, y en ella profetiza que estará la casa de Dios, cuyo vaticinio
parece que se cumplió cuando el rey Salomón edificó aquel suntuosísimo templo; porque
todo esto sucedió literalmente en la Jerusalén terrena y fue figura y
representación de la Jerusalén celestial.
Esta especie de profecía, que
esta como compuesta y mezclada de lo uno y de lo otro en los libros canónicos
del Antiguo Testamento, donde se contiene la relación de los sucesos acaecidos,
vale mucho y ha ejercitado y ejercita extraordinariamente los ingenios de los
que escudriñan y meditan en la Sagrada Escritura, pues lo que se dijo y cumplió
á la letra en la descendencia de Abraham, según la carne, también en la
descendencia de Abraham, según la fe, hemos de buscar cómo se cumple
alegóricamente, en tanto grado, que algunos han opinado que no hay cosa alguna
en aquellos libros, o profetizada y sucedida, o sucedida, aunque no profetizada,
que no nos insinúe algún misterio que haya de referirse alegóricamente a la
Ciudad eterna de Dios y a sus hijos que son peregrinos en esta vida.
Pero si esto es cierto, los
oráculos y profecías de los profetas, o, por mejor decir, de todos los libros
que llamamos Viejo Testamento, serán de dos clases, y no de tres, dado que no
habrá allí nada que pertenezca solamente a la Jerusalén terrena, si todo lo que
allí se dice y verifica de ella, o por causa de ella, significa algún arcano
que alegóricamente haya de, referirse también a la celestial Jerusalén; por lo
tanto, habrá solas dos especies de profecías: la una que pertenezca, a la
Jerusalén libre y la otra a las dos. Pero yo soy de parecer que, así como andan
equivocados los que imaginan que los sucesos acaecidos relatados en estos
libros no significan más que haber así sucedido, del mismo modo me parecen muy
atrevidos los que suponen que cuanto se contiene en estos libros sagrados está
envuelto en alegorías. Por eso quise mejor decir que las profecías eran de tres
maneras, y no de dos, porque esto es lo que pienso, aunque no culpo o reprendo
a los que pudieren, de cualquier suceso que acaeciese, sacar algún sentido
espiritual, con tal que primeramente se observe la verdad de la historia. Por
lo demás, cuando lo que se dice, de ninguna manera puede. convenir a las cosas
que ha hecho o haya de hacer Dios a los hombres, qué cristiano habrá que dude
qué esto sería hablar en vano? Y quién habrá que no lo refiera al sentido
espiritual, si puede, o que no confiese que lo debe referir el que pueda?
CAPITULO IV: Cómo se figuró el cambio del reino de Israel y del sacerdocio; y lo que antes de este, suceso profetizó la madre de Samuel, representando la persona de la Iglesia.
Llegado el tiempo de los reyes, cuando
David, habiendo Dios reprobado a Saúl, alcanzó el reino de, modo que en lo sucesivo
sus descendientes por una dilatada sucesión reinaron en la terrena Jerusalén, el
proceso de la Ciudad de Dios nos dio una figura representativa de lo que
sucedió, significándonos y comunicándonos el cambio de las cosas futuras, en
cuanto a los dos Testamentos, Viejo y Nuevo, cuando se llegó a mudar el
sacerdocio y el reino por el Sacerdote y Rey nuevo y eterno, que es Cristo
Jesús. Porque reprobado el sacerdote Helí y sustituido en el servicio y ministerio
de Dios por Samuel, que juntamente ejerció el oficio de sacerdote y de juez, y
desechado Saúl, y establecido David en el reino figuraron y representaron lo
que digo.
También la misma madre de Samuel,
llamada Ana, que primero fue estéril y después se alegró con la fecundidad, que
Dios la concedió, no parece vaticinar otra cosa cuando, llena de contento, dio
al Señor las gracias, devolviéndole el mismo niño ya criado y destetado con la
misma devoción que se lo había ofrecido. Pues dice así: Confirmóse mi corazón
en el Señor; mi fortaleza y gloria sea ensalzada en mi Dios; dilatóse mi boca
sobre mis enemigos, me he alegrado en tu salud; porque no hay santo como el
Señor, y no hay justo como nuestro Dios, y no hay otro que tú que sea santo. No
queráis gloriaros, y no queráis hablar soberbias, ni salgan arrogancias de
vuestra boca, porque Dios es el Señor de las ciencias, y Dios el que dispone
sus invenciones y trazas. Debilitó el arco de los poderosos, y a los flacos
armó de virtud y fortaleza; a los que estaban llenos y cargados de pan los
debilitó, y a los hambrientos los enalteció; pues la que era estéril parió
siete, y la que tenía muchos hijos se volvió estéril; el Señor es el que
mortifica y vivifica, el que lleva a los infiernos y vuelve a sacar de allí; el
Señor hace al pobre y al rico; Él le humilla y le ensalza; levanta del polvo de
la tierra al pobre, y del estiércol al necesitado para colocarle entre los grandes
y poderosos de su pueblo y darle la posesión del trono de la gloria; el que
cumple y provee el voto al que se le ofrece, y bendice los años del justo, porque
no hay hombre que de suyo sea poderoso. El Señor debilitará a sus enemigos; el
Señor es Santo, no se jacte ni gloríe el prudente con su prudencia, no se
lisonjee el poderoso en su potencia y no se gloríe el rico en sus riquezas, y
solamente pueda lisonjearse el que se gloría de entender y conocer al Señor, y
de hacer juicio y justicia en medio de la tierra. El Señor subió a los cielos y
volvió; Él juzgará toda la extensión de la tierra, porque es justo, y es el que
da virtud a nuestros reyes, y Él ensalzará la gloria de su Cristo.
Acaso puede presumirse que estas
palabras sean de una mujercilla que se alegra y regocija por el hijo que Dios
le ha dado? Es posible que el entendimiento humano sea tan opuesto a la luz de
la verdad, que no advierta que lo expresado en este vaticinio traspasa la
capacidad de una mujer? Pues el que con los mismos sucesos que comenzaron ya a
cumplirse en esta peregrinación de la tierra se mueve, como conviene, por
ventura no echa de ver, no ve y conoce que por medio de esta mujer, cuyo nombre
de Ana, también significa su gracia, habló así la misma religión cristiana, la
misma Ciudad de Dios, cuyo rey y fundador es Cristo, habló en fin la misma
gracia de Dios con espíritu profético; de cuya gracia despojará a los soberbios
para que caigan; y con ella llenará a los humildes para que se levanten, que es
lo que principalmente se ha celebrado en este cántico?
A no ser que alguno diga que nada
profetizó esta mujer, sino que sólo alabó a Dios, celebrándole con alegría por
el hijo que le concedió, condescendiendo a sus peticiones y oraciones Pero qué
quiere decir aquella expresión: debilitó el arco de los poderosos, y armó de
virtud y fortaleza a los flacos; a los que estaban surtidos de pan los dejó
vacíos, y a los hambrientos, satisfechos, porque la que era estéril parió siete,
y la que tenía muchos hijos se volvió estéril? Acaso parió ella siete, aunque había
sido estéril? Sólo tenía uno cuando decía esto; pero ni aun después parió siete
o seis, con los cuales fuese el séptimo el mismo Samuel, sino tres varones y dos
hembras. Además, no habiendo todavía rey en aquel pueblo, lo que puso al fin: El
que dará virtud a nuestros reyes, y ensalzará la gloria de su Cristo, por qué
lo decía si no profetizaba?
Diga, pues, la Iglesia de Cristo,
la ciudad del grande rey, llena de gracia, fecunda de hijo, diga cuánto tiempo
ha que reconoce que se vaticinó de ella por boca de esta devota madre: Sí ha
confirmado mi corazón en el Señor; mi fortaleza y gloria se ha ensalzado en mi
Dios. Verdaderamente se confirmó su corazón, y verdaderamente se ensalzó su
gloria, porque no fue en sí, sino en el Señor su Dios. Dilatóse mi boca sobre
mis enemigos, puesto que la palabra de Dios en las angustias y conflictos no
está ligada ni oprimida ni aun en los predicadores atados- y presos. Me he
alegrado, dice, con tu salud. Este es Cristo Jesús, Salvador y eterna salud, a
quien el anciano Simeón, tomándole en sus brazos siendo niño, como se lee en el
Evangelio, y reconociéndole por grande: Ahora, dice, dejaréis, Señor, a vuestro
siervo en paz, porque vieron ya mis ojos vuestra salud. Diga, pues, la Iglesia
me he alegrado con tu salud, porque no hay santo como el Señor, y no hay justo
como nuestro Dios; santo que santifica, y justo que justifica. No hay santo
fuera de ti, porque nadie lo es, ni llega a serlo sino por ti.
Finalmente, prosigue, no queráis
gloriaros y no queráis hablar palabras vanas y soberbias, ni salgan arrogancias
de vuestra boca, porque Dios es el Señor de las ciencias, y nadie sabe lo que
Él sabe, porque el que juzga que es algo, siendo nada, él mismo se alucina y
engaña. Esto, dice, hablando con los enemigos de la Ciudad de Dios, que
pertenecen a la Babilonia., que presumen de su virtud y se glorían en sí, y no
en el Señor, entre quienes comprende también a los israelitas carnales, ciudadanos
terrenos de la terrena Jerusalén, los cuales, como dice el Apóstol, no sabiendo
la justicia de Dios, esto es, la que da Dios a los hombres, que es el solo
justo, y el que justifica, y queriendo vendernos la suya, esto es, como si
ellos la hubiesen alcanzado por sí mismos y no se la hubiese dado el Señor, no
se sujetar a la justicia de Dios. En efecto, como soberbios y presuntuosos, piensan
satisfacer y agradar a Dios con lo suyo y no con lo de Dios; que es Dios de las
ciencias, y por lo mismo testigo de las conciencias, donde ve los pensamientos
y proyectos de los hombres que son vanos cuando son de los hombres, y no
proceden del Señor. El que dispone, dice, sus invenciones trazas. Qué
invenciones sino las de que se humillen los soberbios y se levanten los
humildes? Porque, sigue diciendo: Debilitó el arco de los poderosos, y armó a
los flacos de virtud fortaleza. Debilitó el arco, esto es la intención de los
que a si propios imaginan tan poderosos, que sin la gracia y favor de Dios, con
sola la suficiencia humana, creen que pueden cumplir los mandamientos divinos; y
arma de virtud a los que dicen en su corazón: Tened, Señor, misericordia de mi,
porque soy flaco y débil.
A los que abundaban en pan, dice,
los debilito, y a los hambrientos los enalteció. A quiénes debemos entender por
abundantes en pan, sino a estos mismos casi poderosos, esto es, a los
israelitas, a quienes comunicó y confió Dios sus oráculos y Escrituras? Pero en
este pueblo los hijos de la esclava se debilitaron (con cuya palabra, aunque no
muy latina, se declara bien cómo de mayores se hicieron menores, porque aun en
los mismos panes, esto es, en los divinos oráculos, en la Divina Escritura, la
cual recibieron entre todas las naciones, sólo los israelitas gustan las cosas
terrenas. Pero las gentes a quienes Dios no dio aquella ley, después que por el
Nuevo Testamento alcanzaron aquellos oráculos y Escrituras, teniendo mucha
hambre, fueron enaltecidos sobre la tierra, porque en ellas no gustaron cosas
terrenas, sino celestiales Y como si le preguntaran la causa por qué sucedió
esto, dice: La estéril parió siete, y la que tenía mucha sucesión se esterilizó.
Aquí se descubre todo lo que se profetizaba a los que tienen noticia del número
septenario, con que se nos significó la perfección y unión de la Iglesia
universal. Y por esto el Apóstol San Juan escribió a siete iglesias, manifestando
con esto que escribía a la plenitud de una; y antes Salomón, figurando lo mismo
en los Proverbios: La sabiduría, dice, edificó una casa para sí, y la apoyó
sobre siete columnas. En todas las gentes era estéril la Ciudad de Dios antes
que saliese a luz este parto, que la vemos ya en el estado de fecundidad. Vemos
también a la que tenía muchos hijos, a la terrena Jerusalén, ya extenuada y
estéril; porque todos los que había en ella, hijos de la libre, eran su
fortaleza y virtud; pero ahora, cómo tiene la letra y no el espíritu, perdida
la virtud, ha decaído y enflaquecido.
El Señor es el que, mortifica y
vivifica: mortificó a la que tenía muchas hijas y vivificó a la estéril, que
dio a luz siete. Aunque más cómodamente puede entenderse que vivifica a los
mismos que había mortificado, porque parece que repitiendo lo mismo, añade: Condúcelos
a los infiernos y vuélvelos a sacar de allí. Pues a los que dice el Apóstol: Si
habéis muerto con Cristo, agenciad y buscad las cosas del cielo, donde Cristo
está sentado a la diestra de Dios Padre, sin duda que saludablemente los
mortifica el Señor a quienes persuade el mismo Apóstol diciéndoles: Cuidad y
meditad en las cosas celestiales, y no en las terrenas, para que ellos sean los
que, hambrientos, se levantaron sobre la tierra. Porque estáis muertos dice: Ved
cuán saludable y útilmente mortifica Dios; después prosigue: y vuestra vida
esta escondida con Cristo en Dios; ved aquí cómo los vivifica Dios. Pero acaso
llevó a estos mismos a los infiernos y los volvió a sacar? Estas dos cosas, sin
que haya controversia entre los fieles cristianos, las vemos cumplidas antes
que en otro alguno en el que es nuestra cabeza, con quien dijo el Apóstol que, estaba
escondida nuestra vida en Dios. Porque cuando no perdonó a su propio hijo, sino
que le entregó por la redención de todos, sin duda que le mortificó; y cuando
le resucitó de entre los muertos, de nuevo le vivificó. Y porque en la profecía
es su voz la que dice: No dejarás a mi alma en los infiernos; por eso, a este
mismo le llamó y le sacó de los infiernos. Con esta su pobreza hemos
enriquecido, porque el Señor es el que hace al pobre y al rico; y para que sepamos,
lo que es esto, oigamos lo que sigue: Y él humilla y ensalza, pues, sin duda, los
soberbios son a los que humilla, y los humildes a los que ensalza. Porque lo
que en otro lugar dice la Escritura: Que Dios resiste a los soberbios, y a los
humildes dar gracia, esto es lo que contiene el discurso de aquel cuyo nombre
significa su gracia. Lo que añade: Levanta de la tierra al pobre, de ninguno lo
entiendo mejor que de Aquel que por nosotros se hizo pobre siendo rico, para
que con su indigencia, como poco ha insinuamos, nos hiciéramos ricos; porque a
éste levantó de la tierra tan presto, que su cuerpo no sintió corrupción. Ni
dejaré de aplicarle lo que sigue: Y levanta del estiércol al necesitado puesto
que necesitado es lo mismo que pobre, y el estiércol de donde le levantó, congruamente
se entiende de los judíos que le persiguieron, y entre ellos San Pablo, cuando
perseguía la Iglesia, el cual dice: Lo que hasta ahora tuve por lucro e interés,
eso mismo por Cristo lo estimo por daño y pérdida, y no sólo por perjuicio y
pérdida, sino que lo tengo por estiércol, a cambio de ganar a Cristo. Así que
de la tierra fue ensalzado sobre todos los ricos aquel pobre, y de aquel
estiércol fue ensalzado sobre todos los hacendados aquel necesitado, para
sentarse con los poderosos de su pueblo, con quienes hablando, dice: Os
sentaréis sobre las doce sillas, y les dará la posesión del trono de la gloria,
porque le dijeron aquellos poderosos: Ved aquí que nosotros lo dejamos todo y
te hemos seguido.
Este voto hicieron aquellos
poderosos; pero pregunto: por dónde les vino esta felicidad, sino por Aquel de
quien aquí inmediatamente se dice: El que da el voto al que se lo ofrece? Porque
de otra manera también ellos fueron de aquellos poderosos cuyo arco Él debilitó.
El que da, dice, el voto al que se le ofrece, pues ninguno ofreciera cosa
alguna de que hubiera hecho voto al Señor, si no recibiese del mismo Señor lo
que había de ofrecer: Prosigue: Y bendijo los años del justo, es a saber, para
que viva eternamente con Aquel de quien el Espíritu Santo dice: Que sus años no
desfallecerán. Porque allí permanecen los años, pero acá pasan, o, por mejor
decir, perecen, porque antes que vengan no son, y cuando hayan venido no serán,
pues el llegar y fenecer, todo es uno De estas dos cosas, esto es, da el voto
al que se le ofrece y bendice los años del justo, una es la que hacemos, y otra
es la que recibimos. Pero esta segunda no se recibe de Dios, si no se hace la
primera con el auxilio de Dios, porque no hay hombre que sin Dios de suyo sea
poderoso. El Señor debilitará a sus enemigos, es a saber, a los que envidian y
resisten al hombre que ofrece su voto, para que no pueda cumplir el voto que
ofreció. Puede también entenderse sus enemigos, los enemigos del Señor, pues
cuando el Señor nos comenzare a poseer, sin duda el enemigo que era nuestro se
hace enemigo suyo, y le venceremos nosotros, aunque no con nuestras propias
fuerzas; porque no hay hombre que de suyo, sea poderoso. Así que el Señor debilitará
a sus enemigos, el Señor santo, para que le venzan los santos, a quienes el
Señor, santo de los santos, hizo santos.
Y por eso no se vanaglorie el
prudente con su prudencia, y no se lisonjee el poderoso con su potencia, y no
se gloríe el rico con sus riquezas, sino gloríese el que se gloría en entender
y conocer al Señor, y en hacer juicio y justicia en medio de la tierra. No poco
entiende y conoce al Señor el que comprende y sabe que igualmente este don se
lo da el Señor para que le entienda y conozca: Qué tienes, dice el Apóstol, que
no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, de qué te glorías, como si no lo
hubieras recibido, esto es, como si de tu cosecha tuvieras aquello por lo que
te glorías? El que vive bien, ése es el que hace juicio y justicia, y vive bien
el que obedece al mandato; y el fin del precepto, esto es, a lo que se refiere
el mandamiento, es la caridad de corazón puro, de buena conciencia y fe no
fingida. Y esta caridad, como dice el apóstol San Juan: procede de Dios; luego
el hacer juicio y justicia procede de Dios. Pero qué quiere decir en medio de
la tierra? Acaso no están obligados a hacer juicio y justicia los que habitan
en los últimos confines de la tierra? Quién hay que tal diga? Para qué, pues, añadió
en medio de la tierra? Que si no lo añadiera, y sólo dijera: en hacer juicio y
justicia, mejor comprendiera este precepto a los unos y a los otros, esto es, a
los mediterráneos y a los marítimos. Mas porque ninguno pensara que después de
esta vida, que se pasa en el cuerpo mortal, nos quedaba tiempo para hacer el
juicio y justicia, que no hizo mientras estuvo en el cuerpo, y que de esta
manera podía escapar del juicio divino, me parece que dijo en medio de la
tierra, como si dijera entretanto que uno vive en este cuerpo. Porque en esta
vida cada uno trae consigo su tierra, la cual recibe la tierra común al morir
el hombre, para volverla cuando resucitare. Por tanto, en medio de la tierra, esto
es, en tanto que nuestra alma está encerrada en el cuerpo terreno, es necesario
que hagamos juicio y justicia, para que nos aproveche después, cuando recibiere
cada uno, según las obras que hubiere hecho en el cuerpo, o bien o mal.
Porque allí el Apóstol por el
cuerpo entendió el tiempo en que uno vivió en el cuerpo, pues sí uno con
maligna intención y perverso ánimo blasfema, aunque no lo obre con ningún
miembro de su cuerpo, no por eso dejará de ser culpado porque no lo hizo con
algún movimiento de cuerpo, pues lo hizo en aquel tiempo que vivió en el cuerpo.
De esta manera puede también
entenderse congruamente aquella expresión del real profeta: Dios, nuestro Rey, ante
los siglos obró la salud en medio de la tierra; de forma que nuestro Señor
Jesucristo se entienda por nuestro Dios, que es ante todos los siglos, porque
él hizo los siglos y obró nuestra salud en medio de la tierra cuando encarnó el
Verbo y habitó en el cuerpo terreno.
Después de haber profetizado en
estas palabras de Ana cómo se debe gloriar el que se gloría, es a saber, no en
sí, sino en el Señor, por causa de la retribución y premio que ha de
verificarse en el día del Juicio, dice: El Señor subió a los cielos; y tronó: El
juzgará los confines de la tierra, porque es justo. Totalmente guardó el orden
de la profesión de fe que hacen los fieles cristianos, porque Cristo nuestro
Señor subió a los cielos, y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos. Porque quién subió a los cielos, como dice el Apóstol, sino el que
descendió primero a estas partes inferiores de la tierra? El que descendió es
el que subió sobre todos los cielos para dar cumplimiento exacto a todas las
profecías. Así, pues, tronó por sus nubes, las que, al subir, llenó del
Espíritu Santo. De las cuales, por medio del profeta Isaías, amenaza a la
esclava Jerusalén; esto es, a su ingrata viña, que no llovería sobre ella. Y El
juzgará los últimos confines de la tierra, es como si dijera; también juzgará
los confines de la tierra, porque no dejará de juzgar las otras partes el que
ciertamente ha de juzgar a todos los hombres.
Pero mejor se entenderán los
extremos de la tierra por los extremos o postrimerías del hombre, puesto que no
serán juzgadas las cosas que en el medio y en el decurso del tiempo se mudan, mejorando
o empeorando, sino en los extremos que fuere hallado el que ha de ser juzgado. Y
así, dice la Escritura, que el que perseverase hasta el fin, éste se salvará. El
que con perseverancia hiciere juicio y justicia en medio de la tierra. El da, dice,
virtud a nuestros reyes para no condenarlos cuando viniere a juzgar. Concédeles
virtud, con la cual, como reyes, rijan y gobiernen la carne y puedan vencer el
mundo en virtud de Aquel que por ellos derramó su sangre.
Y ensalzará la gloria de su
Cristo. Pero cómo Cristo ha de ensalzar la gloria de, su Cristo? Porque, como
dijo antes: el Señor subió a los cielos y se entendía por nuestro Señor
Jesucristo. El mismo, cómo dice aquí ensalzará la gloria de su Cristo? Quién es
Cristo? Acaso ensalzará la gloria de cualquiera de sus siervos fieles cómo la
misma Ana dice en el exordio de este cántico que su gloria, la ensalzó su Dios?
Porque a todos los que están ungidos con su unción y crisma muy bien podemos llamarlos
Cristos, todos los cuales, sin embargo, haciendo un cuerpo con su cabeza son un
Cristo.
Esto profetizó Ana, madre de
aquel tan santo y tan celebrado Samuel, en el cual se nos representó entonces
la mudanza del antiguo sacerdocio, y se cumplió ahora, que se volvió estéril la
que tenía muchos hijos, para que tuviera en Cristo nuevo sacerdocio la estéril,
que dio a luz siete hijos.
CAPITULO V: De las cosas que un hombre de Dios dijo proféticamente a Helí, significando cómo había de quitarse el sacerdocio que se había instituido según Aarón.
Pero esto con mayor claridad lo
dice un hombre de Dios, a quien el mismo Dios envió al sacerdote Helí, cuyo
nombre, aunque se calla, no obstante, por su oficio y ministerio se deja
entender que es profeta, porque dice la Escritura: Y vino un hombre de Dios a
Helí, y le dijo: Esto dice el Señor; yo me descubrí y manifesté a la casa de tu
padre, cuando estaban en Egipto sirviendo en la casa de Faraón, y elegí la casa
de tu padre entre todas las familias de Israel para que me sirviesen y
ministrasen en el sacerdocio, subiesen a mi altar, me ofreciesen incienso y
vistiesen el Efod, y señalé para la comida y sustento de la casa de tu padre
parte de todos los sacrificios de los hijos de Israel, que se hacen con fuego. Pero,
por qué, hollado o envilecido mi incienso y mi sacrificio, honraste más a tus
hijos que a mi comiendo con ellos las primicias de todos los, sacrificios que
el pueblo de, Israel ofreció en mi acatamiento? Por ello dice el Señor Dios de
Israel, yo dije y tenía propuesto que tu casa y la casa de tu padre anduviesen
delante de mí para siempre, y ahora, dice el Señor, no ha, de ser así, sino a
los que me honraren los he de honrar, y a los que me despreciaren los he de
despreciar. Mira que ha de venir día en que he de extirpar y asolar tu descendencia
y la descendencia de la casa de tu padre, y no verás jamás anciano alguno de
los tuyos en mi casa, y extirparé el varón de los tuyos, de mi altar para que
desfallezcan sus ojos y se deshaga su espíritu, y los que quedaren de tu casa morirán
a cuchillo y te servirá de señal lo que sucederá a tus dos hijos Ophni y Finees,
que morirán en un día, Y yo me proveeré de un sacerdote fiel que me sirva en
todo conforme a mi corazón y mi alma, le edificaré una casa fiel y andará
siempre en la presencia de mi Cristo, y sucederá que el que hubiere quedado de
tu casa vendrá a adorarle por un óbolo de plata, diciendo: Acomódame en alguna
parte de tu sacerdocio para que pueda sustentarme.
No hay testimonio igual a esta
profecía, donde tan claramente se profetiza el cambio del antiguo sacerdocio
sin que pueda decirse que se cumplió en Samuel. Pues aunque es cierto que
Samuel no era de otra tribu, sino de la que estaba señalada para el servicio
del Señor en el santuario y en el altar, con todo, no era de la estirpe de los
hijos de Aarón, cuya descendencia estaba designada para que de ella se escogiesen
los sacerdotes; por lo cual podemos decir aquí que hubo una sombra y figura del
mismo cambio que había de haber con la venida de Jesucristo.
Y la misma profecía en el hecho, no
en las palabras, propiamente pertenecía al Viejo Testamento y figuradamente al Nuevo,
significándose en el hecho lo que de palabra dijo el profeta al sacerdote Helí;
porque después hallamos que hubo sacerdotes del linaje de Aarón como fueron
Sadoch y Abiathar en tiempo de David, y después otros, antes que llegase el
tiempo en que convenía que sucediesen por medio de Jesucristo todas estas cosas
que con tanta anticipación estaban profetizadas acerca de mudarse el sacerdocio.
Quién, al mirar con ojos fieles
todo esto, no dirá que todo está ya cumplido? Ya no tienen los judíos
tabernáculo ni templo alguno, ni altar ni sacrificio, y, por consiguiente, ningún
sacerdote que, según la ley de Dios, fuese de la estirpe Y descendencia de
Aarón; lo cual se refirió igualmente aquí, diciendo el profeta: Esto dice el
Señor Dios de Israel: Yo tenía determinado Que tu casa y la casa de tu padre
anduviesen perpetuamente delante de mí; pero ahora, dice el Señor, no será así;
sino que a los que me honraren los honraré, y a los que me despreciaren los
despreciaré. Con decir la casa de su padre es claro, que no habla del padre
próximo e inmediato, sino de aquel Aarón a quien primero instituyeron y
ordenaron sacerdote, de cuya descendencia fuesen consecutivamente los demás, como
lo manifiesta lo que dice arriba: Me descubrí y manifesté, dice, a la casa de
tu padre cuando estaba en la tierra de Egipto sirviendo en casa de Faraón, y
entre todas las tribus y familias de Israel escogí la casa de tu padre para que
me sirviese, en el sacerdocio Quién era el padre de éste, en la servidumbre de Egipto,
que al ser librados de aquel insoportable yugo fue elevado al sacerdocio, sino
Aarón?
De la descendencia de éste, dice
en este lugar, que había de ser de la que no hubiese más sacerdotes; lo cual
vemos ya verificado.
Abra los ojos la fe, que las
cosas están bien próximas y palpables; ellas se ven y se tocan y ellas mismas
se ofrecen a la vista, aun de los que no las quieren ver. Mira, dice, que
vendrá día en que extirparé y destruiré tu descendencia y la descendencia de la
casa de tu padre, y no se verá jamás anciano alguno de los tuyos en mi casa, y
extirparé de mi altar el varón de los tuyos para que desfallezcan sus ojos y se
carcoma su espíritu. Ved aquí que los días que señala aquella profecía ya han
llegado; no hay ya sacerdote alguno, según el orden de Aarón, y si hay alguno
en la actualidad de su linaje, advirtiendo que en todo el orbe habitado florece
el sacrificio incruento que ofrecen los cristianos, y asimismo despojado de
aquel honor y dignidad tan preeminente, desfallecen sus ojos, carcómese su espíritu
y se consume de tristeza.
Lo que sigue después propiamente
pertenece a la casa de Helí, a quien se le presagiaban estos sucesos, y los, que
quedaren de tu casa morirán al golpe del cuchillo, y te servirá de señal lo que
sucederá a tus dos hijos, Ophni y Finees, que morirán en un día. Este fue el
signo dado de la mutación del sacerdocio de la casa de Helí, con el cual se nos
significó que se había de mudar el sacerdocio de la casa de Aarón; porque la
muerte de los hijos de aquél significó la muerte, no de los hombres, sino la
del mismo sacerdocio en la familia de Aarón.
Pero lo que sigue luego pertenece
a aquél sacerdote, cuya figura, sucediendo a éste, fue Samuel; y así, lo que
continúa se dice de Jesucristo, verdadero sacerdote del Nuevo Testamento: Y yo
me proveeré de un sacerdote fiel que me servirá en todo conforme a mi corazón y
voluntad, y le edificaré una casa fiel.
Esta es la eterna y soberana
Jerusalén, y andará, dice, siempre en la presencia de mi Cristo, es decir, conversará
y vivirá, como arriba insinuó, de la casa de Aarón: Yo dije y tenía ideado que
tu casa y la de tu padre anduviesen delante de mí para siempre. Pero lo que
dice andará en la presencia de mi Cristo, se debe entender de la misma casa y
no del sacerdote, que es el mismo Cristo, mediador y salvador, así, pues, su
casa caminará delante de él.
También puede entenderse: él
andará de la muerte a la vida todos los días que dura esta mortalidad hasta la
consumación de los siglos.
Lo que dice Dios me sirva en todo
conforme a mi corazón y a mi alma, no hemos de juzgarlo en el sentido de que, Dios
tiene alma, siendo este gran Señor criador de las almas; mas se dice esto de
Dios no propiamente, sino por metáfora, así como se dicen pies, manos y otros
miembros del cuerpo.
Y para que, según esta doctrina, no
creamos que el hombre en esta figura exterior del cuerpo le crió Dios a su semejanza,
se añaden asimismo las alas, las cuales no tiene el hombre, y se dicen
particularmente de Dios: Ampárame debajo de la sombra de tus alas, a fin de que
entendamos que esto se dice de aquella inefable naturaleza, no con lenguaje
propio, sino metafórico.
Lo que añade y será así, que el
que hubiere quedado de tu casa vendrá a adorarle, no se dice propiamente de la casa
de Helí, sino de la de Aarón, de la cual, hasta la venida de Cristo, hubo
hombres de cuyo linaje aun hasta el presente no faltan; porque de la casa de
Helí ya había dicho arriba: Y todos los que quedaren de tu casa morirán a
cuchillo. Cómo pudo decirse aquí con verdad y será así, que el que hubiere
quedado de tu casa vendrá a adorarle, si es cierto que no ha de escapar nadie
del rigor del cuchillo, sino porque quiso que se entendiese que pertenecen al
linaje y descendencia, y no de cualquiera, sino de todo aquel. sacerdocio, según
el orden de Aarón?
Luego existen reliquias
predestinadas, de quien dijo el otro profeta: Que las reliquias se salvarán, conforme
a lo cual, añade el Apóstol: Así también ahora se salvan las reliquias, según
la elección de la gracia, esto es, restan aún muchos judíos escogidos por la
divina gracia que se salvan; pues muy bien se entiende que es de tales
reliquias aquel de quien dice: El que hubiere quedado de tu casa, sin duda que
cree en Cristo; como en tiempo de los apóstoles, muchos de la misma nación, y aun
ahora no faltan, aunque muy raros, que crean, cumpliéndose en ellos lo que este
hombre de Dios, prosiguiendo su vaticinio, añade: Vendrá a adorarle por un
óbolo de plata; a quién ha de adorar sino a aquel Sumo Sacerdote, que es
también Dios?
Porque en aquel sacerdocio, según
el orden de Aarón, no venían los hombres al templo o al altar de Dios a adorar
al sacerdote.
Qué significa lo de un óbolo de
plata sino la brevedad de la palabra de la fe, de quien refiere el Apóstol que
dice la Escritura: Que el Señor consumará y abreviará su palabra y doctrina en
la tierra? Y que por la plata se entiende la palabra o divina doctrina nos lo
muestra el salmista donde dice: Qué la palabra de Dios es palabra pura y casta,
es plata, acendrada y acrisolada al fuego.
Qué es lo que dice el que viene a
adorar al sacerdote de Dios y al sacerdote que es Dios? Acomódame en una parte de
tu sacerdocio para que coma y me sustente de pan. No quiero que me coloquen y
pongan en el honor y dignidad de mis padres, porque ya no existe tal dignidad; acomódame
en un parte de tu sacerdocio, porque prefiero ser uno de los más abatidos en la
casa del Señor, contentándome con ser miembro de tu sacerdocio. Entiende aquí
por el sacerdocio el mismo pueblo, cuyo sacerdote es el medianero de Dios y de
los hombres, del hombre de Dios Cristo Jesús.
Y a este Pueblo llama el apóstol
San Pedro pueblo santo y sacerdocio real, tu sacrificio y no de tu sacerdocio, lo
cual, sin embargo, significa el mismo pueblo cristiano.
Así dice San Pablo: Que un pan y
un cuerpo somos muchos en Cristo. Y en otro lugar: Procura, dice, que vuestros
cuerpos sean un sacrificio y hostia viva. Y añadiendo después, para que coma y
me sustente de pan, elegantemente declara el mismo género de sacrificio, porque
dice el mismo sacerdote: Que el pan que nos da ha de dar es su sangre, por la
salud del mundo. Este es el sacrificio, no según el orden de Aarón, sino según
el orden del Melchisedech. Advierta el lector y entiéndalo así.
Breve es la confesión, y
saludablemente humilde, en que dice: Acomódame en una parte de tu sacerdocio
porque coma y me sustente de pan. Este pan es el óbolo de plata, lo uno porque
es breve, y lo otro porque es palabra, del Señor, que habita en el corazón de
los creyentes. Y porque dijo arriba que había dado a la casa de Aarón, para que
se sustentase, las víctimas del Viejo Testamento, donde dice: Y di a la casa de
tu padre, para que comiese de todos los sacrificios de los hijos de Israel que
se hacen con fuego, dice aquí: Manducare panem, esto es, para que coma y me
sustente de pan, que es en el Nuevo Testamento el sacrificio de los cristianos.
CAPITULO VI: Del sacerdocio y reino Judaico, los cuales, aunque se dice fundados y establecidos para siempre, no subsisten, para que entendamos que son otros los eternos que se prometen.
Habiéndose profetizado entonces
todos estos futuros acaecimientos con tanto misterio, al presente se ven y
manifiestan con la mayor claridad. Sin embargo, no en vano podrá alguno dudar y
decir: Cómo creemos que ha de suceder todo lo que en los libros sagrados está
anunciado, si esto mismo que dice allí Dios: Tu casa y la de tu padre andarán
delante de mí para siempre no pudo tener efecto? Porque vemos mudado aquel
sacerdocio, y lo que se prometió a aquella casa no, esperamos que haya de
cumplirse jamás, pues lo que sucede a éste, que advertimos reprobado y mudado, es
lo mismo que se anuncia ha de ser eterno.
El que así raciocina no entiende
o no advierte que hasta el mismo sacerdote, según el orden de Aarón, fue como
una sombra del sacerdocio, que había de ser eterno; y cuando se, le prometió la
eternidad, no se le prometió a la misma sombra y figura, sino a lo que en ella
se designaba y figuraba; y porque no se entendiese que la misma sombra había de
permanecer, convino que se vaticinase igualmente su transformación.
De igual modo el reino de Saúl, que,
efectivamente, fue reprobado y desechado, era una sombra del futuro reino que había
de conservarse en la eternidad, mediante a que el óleo santo con que fue ungido,
y el crisma, de donde se dijo y llamó Cristo se debe tomar místicamente, y
entender que es, un grande misterio, el cual reverenció tanto en Saúl el mismo
David, que de terror le palpitó el corazón cuando habiéndose ocultado en una
tenebrosa y oscura cueva, donde por acaso el mismo Saúl entró forzado de
necesidad natural, le cortó sin que le sintiese, por detrás, un jirón de su
manto, para tener con qué probar cómo le había perdonado graciosamente la vida
pudiéndole matar, y con esta heroica acción arrancar de su rencoroso corazón la
sospecha por la cual, imaginando que el santo David era su enemigo, le
perseguía tan cruelmente.
Así que, por no ser culpado en un
tan grande misterio, violado en Saúl, sólo por haber tocado con aquel intento
la vestidura de Saúl, temió, como lo dice la Escritura, escrupulizó David haber
cortado el borde del manto de Saúl. Y a los soldados que estaban con él, y le
persuadían que ya que Dios había puesto a Saúl en sus manos, le matase, les
dijo: No quiera Dios que yo cometa semejante crimen contra mi Señor, el ungido
del Señor, ni que ponga las manos en él, porque éste es el ungido del Señor. Con
cuyas expresiones se manifiesta claramente que tenía tanto respeto y reverencia
a lo que era sombra de lo futuro, no por la sombra, sino por lo que por ella se
figuraba.
Así también, las palabras que
dijo Samuel a Saúl: Porque no observaste la orden que por mí te envió el Señor,
que si la observaras, sin duda estableciera el Señor tu reino sobre Israel para
siempre, ya tu reino no permanecerá en ti, y buscará el Señor una persona
conforme a su corazón, a quien mandará que reine sobre su pueblo, porque no
guardaste lo que te mandó el Señor, no se deben entender como si Dios hubiera
mudado su idea y propuéstose que Saúl reinara para siempre, y que después no
quiso cumplir lo prometido, porque pecó, pues no ignoraba que había de pecar, sino
que había dispuesto su reino para que fuese figura representativa del reino
eterno. Por eso añadió: Ya tu reino no permanecerá en ti; luego permaneció y permanecerá
el que en él se significó, pero no aquél, porque no había de reinar Saúl para
siempre ni sus descendientes, de forma que, a lo menos por los descendientes, sucediéndose
unos a otros se cumpliese lo que dice para siempre.
Y buscará el Señor, añade, persona,
significando a David o al mismo medianero del Nuevo Testamento, el cual se figuraba
igualmente en el crisma con que fue ungido el mismo David y sus descendientes. No
busca Dios al hombre, como si ignorara dónde ha de hallarle, sino que habla por
medio del hombre al modo natural de los mortales; y ha blando así nos busca, No
sólo a Dios Padre, sino también al mismo unigénito Hijo, que vino a buscar lo
que se había perdido, éramos ya tan conocidos, que en el mismo Cristo nos había
ya escogido Dios antes de la creación del mundo. Dijo, pues: Buscará para sí; como
si dijera: Aquel que sabe Dios, y supo que era suyo, manifestará y mostrará a
otros que es su amigo y familiar, pues en el idioma latino este verbo quaero
admite preposición, y se dice acquiro, cuya significación es bien patente. Aunque
también, sin el aditamento de la preposición, se entiende que quaerere
significa adquirir, por lo cual el lucro se llama igualmente quaestus.
CAPITULO VII: De la división del reino de Israel con que se figura la división perpetua que hay entre el espiritual Israel y el Israel carnal.
Reincidió Saúl en el pecado de
desobediencia, y volvió a decirle Samuel de parte del Señor: Porque
despreciaste la palabra del Señor, te menospreció el Señor para que no seas rey
de Israel.
Y en otra ocasión, confesando
Saúl este mismo, pecado, pidiendo perdón por él, y rogando a Samuel que
volviese a su lado para aplacar a Dios: No volveré, dice, contigo; pues porque
despreciaste el mandato del Señor, te ha desechado a ti el Señor para que no
reines sobre Israel. Y volviendo Samuel el rostro para marcharse, le asió Saúl
de la punta del manto, y se lo rompió, y díjole Samuel: Hoy ha roto y quitado
el Señor el reino de Israel e tu mano, y le dará a tu prójimo, que es mejor que
tú, y se dividirá Israel en dos, y no volverá atrás el Señor, ni se arrepentirá
de lo determinado, porque no es como los hombres, que se arrepienten y que
amenazan y no perseveran.
Este, a quien dice que le ha de
despreciar el Señor, para que no sea rey sobre Israel, y que le ha quitado el
reino de Israel, reinó cuarenta años, es a saber, otro tanto como el mismo
David, y cuando le amenazaban con este infortunio, comenzaba a reinar. Pero la
amenaza significa que no había de venir a reinar ninguno de sus descendientes; para
que entendamos y miremos a la descendencia de David, de la cual vino a nacer, según
la carne, el medianero, de Dios y de los hombres, el hombre Cristo, Jesús. No
dice la Escritura, como se lee en muchos originales latinos: disrupit Dominus
regnum Israel de manu, tua, sino que, como yo lo he puesto, se halla en los
griegos: dirupit Dominus regnumab Israel de manu tua, de suerte que esto se
entienda de tu mano y poder, que es de Israel
Así, pues, Saúl representaba la
persona de Israel, cuyo pueblo había de perder el reino, habiendo de reinar
Jesucristo maestro Señor, no carnal, sino espiritualmente, por el Nuevo
Testamento.
Y cuando dice este reino lo dará
a tu prójimo, refiérese al parentesco de la carne, porque, según la carne, Cristo
desciende de Israel, de donde descendía también Saúl.
Lo que añade bueno sobre ti, aunque
puede entenderse mejor que tú, y así lo han interpretado algunos, mejor se toma
de esta manera: que es bueno sobre ti; que porque aquél es bueno, sea y esté
sobre ti, conforme a la expresión del real Profeta, hasta que ponga a todos tus
enemigos debajo de tus pies, entre los cuales comprende asimismo a Israel, a
quien, porque fue su perseguidor, le quitó Cristo el reino.
Había allí también otro Israel, sin
dolo, como grano de trigo entre paja; porque sin duda de allí eran los
apóstoles, de allí tantos mártires, entre los cuales el primero fue San Esteban;
de allí tantas iglesias, que refiere el Apóstol San Pablo que, con su conversión,
engrandecieron a Dios.
No dudo que debe entenderse de
este modo lo que se dice: Y se dividirá Israel en dos; es, a saber, en Israel enemigo
de Cristo y en Israel que sigue a Cristo; en Israel que pertenece a la esclava
y en el que pertenece a la libre; porque estos dos géneros primero estaban
juntos, cuando Abraham se juntara todavía con la esclava, hasta que la estéril,
que se había hecho, fecunda por la gracia de Cristo, dio voces, echa a la
esclava y a su hijo. Es verdad que, por el pecado de Salomón, sabemos que, reinando
su hijo Roboán, Israel se dividió en dos partes, y perseveró así, teniendo cada
una sus reyes, hasta que los caldeos, con terrible estrago, arruinaron y
trasladaron toda la población de aquella tierra. Pero esto qué tiene que ver con
Saúl? Si amenazara con algunos de tales infortunios, antes debiera amenazar al
mismo David, cuyo hijo era Salomón.
Finalmente, ahora toda la nación
hebrea no está dividida entre sí, sino que indiferentemente los hebreos, conformes
en un mismo error, están esparcidos por la tierra. Y aquella división con que
Dios, en la persona de Saúl, que representaba la figura de aquel reino y pueblo,
amenazó, al mismo reino y pueblo, se nos significó que había de ser eterna e
inmutable, según las palabras siguientes: Y no volverá atrás ni se arrepentirá,
porque no es como el hombre, que se arrepiente, que amenaza y no persevera, esto
es, el hombre amenaza y no persevera; pero no Dios, que no arrepiente como el
hombre, porque cuando leemos que se arrepiente, se nos significa la mudanza de
las cosas, quedando inmutable la presciencia divina. Así que donde dice que no
se arrepiente, se entiende que no se muda.
Por estas palabras vemos que
pronunció Dios una sentencia totalmente irrevocable sobre la división del
pueblo de Israel, y del todo perpetua, pues todos los que han pasado o pasan, o
pasarán de allí a Cristo, no eran de allí según la presciencia de Dios, aunque
lo fuesen según una misma naturaleza del linaje humano, Y efectivamente, todos
los israelitas que se convierten, y siguen a Cristo, y perseveran en él, nunca
estarán con los israelitas que perseveran en ser sus enemigos hasta el fin de
esta vida, sino que perseverarán perpetuamente en la división que aquí nos
vaticina. Porque solamente sirve el Testamento Viejo del monte Sina, que
engendra los hijos siervos, en cuanto da testimonio al, Testamento Nuevo. De
otra manera, entre tanto que leen a Moisés, les queda el velo puesto sobre sus
corazones; pero conforme se vayan convirtiendo y pasando a Cristo se les irá
quitando el velo, porque la misma intención de los que pasan es la que se muda
del Viejo al Nuevo Testamento; de manera que ninguno pretenda ya recibir la
felicidad carnal, sino la espiritual.
Por tanto, el mismo gran profeta
Samuel, antes que ungiese por rey a Saúl, cuando clamó al Señor por Israel, y
le oyó, y estando ofreciendo el holocausto, vinieron los extranjeros a
presentar la batalla al pueblo de Dios, y tronó Dios sobre ellos, y los
confundió y cayeron delante de Israel, y fueron vencidos: tomó entonces una
piedra y la colocó entre la nueva y vieja Maspha, poniéndola por nombre
Abenecer, que quiere decir piedra del auxilio, y dijo: Hasta aquí nos ayudó el
Señor. Maspha, interpretado, significa contención, Y aquella piedra del auxilio
es la mediación del Salvador, por la cual debe pasarse de la vieja Maspha a la
nueva, esto es, de la intención con que se esperaba en el reino carnal, a la
intención con que, por el Nuevo Testamento, se espera en el reino de los cielos
la verdadera bienaventuranza espiritual; y por cuanto no hay objeto más apreciable
que éste, hasta aquí esto, hasta su consecución, nos ayuda Dios.
CAPITULO VIII: De las promesas que hizo Dios a David en su hijo, las cuales no se cumplieron en Salomón, sino plenamente en Cristo.
Considero que me resta manifestar
ahora, siguiendo la serie del asunto que prometió al mismo David, que sucedió a
Saúl en el reino, con cuya mutación se nos prefiguró la final mudanza, a la
cual se endereza todo cuanto nos ha dicho y dejado el Espíritu Santo.
Habiendo disfrutado David de
muchos sucesos prósperos, se propuso la idea de construir una suntuosa casa a
Dios, es a saber, aquel templo tan rico y celebrado, que después fabricó su
hijo Salomón. Teniendo, pues, este pensamiento, mandó Dios al profeta Nathan
que se presentase al rey y le diese un mensaje de su parte, en el cual, habiendo
dicho Dios que el mismo David le había de edificar casa, y que en tanto tiempo
no había ordenado a ninguno de su pueblo que le construyese casa de cedro: Ahora
– dice – dirás a mi siervo David: Dios todopoderoso – dice así –, yo te escogí
y saqué de entre el ganado para que fueses capitán y cabeza de mi pueblo Israel;
me hallé contigo en todas las partes que anduviste; desterré de tu presencia
todos tus enemigos, y te di nombre y fama, como a los más celebrados de la
tierra. Pondré y señalaré también lugar a Israel mi pueblo, y le estableceré
para que habite de por sí, de manera que no se turbe ni se inquiete más los
pecadores no le afligirán más, como acostumbraban antes, desde el día que
establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré reposo de todos tus enemigos, y
te anunciará el Señor cómo le has de edificar la casa. Y cuando se cumplieren
tus días, y tu durmieres con tus padres, yo levantaré, después de muerto tú, a
tu hijo salido de tus entrañas, y estableceré su reino. Este será el que
edificará casa a mi nombre, y yo confirmaré el trono de su reino para siempre
jamás. Yo le seré como padre, y él me será a mi como hijo mío, y cuando
ejecutare alguna acción mala le castigaré con el azote de los hombres; mas no
por eso apartaré de él mi misericordia, como la aparté de los que aparté mi
rostro. Y su casa será fiel, y su reino permanecerá para siempre delante de mí,
y su trono permanecerá estable y firmo para siempre.
El que imagina que una promesa
tan grandiosa como ésta se cumplió en Salomón, mucho se engaña, pues atribuye
lo que dice, éste será el que me edificará casa, a que Salomón fue el que
edificó aquel famoso templo, y no reflexiona en lo que después dice: y su casa
será fiel, y su reino permanecerá para siempre delante de mi.
Considere, pues, y mire la casa
de Salomón llena de mujeres e idólatras que adoraban dioses falsos, y al mismo
rey, que solía ser tan sabio, seducido y engañado por ellas, abatido y
sumergido en el tenebroso caos de la misma idolatría, y no se atreva a imaginar
que Dios o pudo ser mentiroso en esta promesa o no pudo penetrar con su divina
presciencia que Salomón y su casa habían de incurrir en este desliz.
Ni de aquí debemos tomar ocasión
para reparar en esto, aun cuando no viéramos cumplir esta promesa en Cristo Señor
nuestro, que nació de la descendencia y linaje de David, según la carne, para
que no andemos vanamente y sin utilidad buscando algún otro, como hacen los
judíos carnales, pues hasta éstos están tan ajenos de entender, que este hijo
que aquí ven escrito, que le promete Dios al rey David, fuese Salomón, que aun
después de habérsenos manifestado con tanta evidencia el prometido, con
admirable y extraordinaria ceguedad dicen que todavía aguardan otro. Es cierto
que también en Salomón se representó cierta semejanza y figura de lo futuro, en
cuanto edificó el templo, y tuvo paz conforme al significado de su nombre, y a
los principios de su reinado procedió con cordura, y sus acciones fueron dignas
de grandes elogios.
En su persona, como sombra de lo
futuro, figuraba a Cristo Señor nuestro; mas no era Cristo. Y así la Escritura
dice de él ciertas cosas, como si de él se hubieran profetizado, porque
vaticinando la Sagrada Escritura los sucesos que se han efectuado, en cierto
modo nos dibuja en él una figura de lo venidero. Pues además de los sagrados
libros, donde se relaciona que reinó, también el Salmo 71, se intitula de su
mismo nombre; donde se insinúan tantos presagios, que de ningún modo pueden
convenirle, y si sólo a nuestro Señor Jesucristo; a quien con toda congruencia
se acomodan, mostrando que en Salomón se nos delineó originalmente la figura
del Salvador, y en Cristo se nos representó la misma verdad.
Bien claros están los términos y
límites en que se incluyó el reino de Salomón, y, sin embargo, se dice en el
Salmo, omitiendo otras particularidades en él contenidas: que su reino y
dominio se dilataría de mar a mar, y desde el río basta los términos y confines
del orbe de la tierra: todo lo cual notamos que va verificándose en Cristo; porque
desde el río comenzó a reinar, bautizado por San Juan, y mostrado por éste a
los discípulos, quienes le llamaron no sólo Maestro, sino también Señor.
No principió a reinar Salomón, en
vida de su padre David, sino para que nos constase que no es a él a quien se
refiere esta profecía, que había con su padre, diciendo y cuando se cumplieren
tus días y durmieres con tus padres, yo levantaré después de ti a tu hijo
salido de tus entrañas, y estableceré su reino.
En lo que sigue: éste es el que
edificará casa, puede entenderse que fue profetizado por Salomón; y lo que ha precedido:
cuando se cumplieren tus días y durmieres con tus padres, levantaré después de
ti a tu hijo, debemos entender que se refiere a otro ser pacifico, del cual se
vaticina que había de venir a levantar el trono real, no antes, como éste, sino
después de la muerte de David.
Por mucho tiempo que mediase
entre David y Cristo, después de la muerte del rey David, a quien había sido
prometido, convenía que viniese quien edificase casa al Señor, no de madera y
piedras, sino de hombres, como con el mayor júbilo y contento vemos ahora que
la va construyendo. Hablando de esta casa, es decir, los fieles de Cristo dice
el Apóstol: Vosotros sois el templo que Dios santificó.
CAPITULO IX: Que en el Salmo 88 se halla otra profecía de Cristo semejante a la que en los libros de los Reyes promete Dios por medio del profeta Nathan.
En el Salmo 88, cuyo título es
Instrucción para Ethan, israelita, se refieren las promesas que Dios hizo al
rey David, donde se dicen algunas cosas semejantes a las que se hallan en el
libro de los Reyes, como es: Yo prometí y juré a mi siervo David, que para
siempre confirmaré y estableceré tu descendencia; y también lo que sigue: Entonces
hablaste en visión y en espíritu a tus hijos y profetas, y les dijiste: Yo puse
mi favor sobre el Poderoso, y levanté a mi escogido de en medio de mi pueblo; hallé
a mi siervo David y le ungí con mi santo óleo, porque mi mano le ha de ayudar y
mi brazo le ha de confirmar. El enemigo no podrá causarle daño alguno, ni los
malos y pecadores podrán ofenderle. Yo destruiré delante de él a sus enemigos, y
ahuyentaré a los que le aborrecen. Mi verdad y misericordia será con él, y en
mi nombre se ensalzará la fortaleza de David: pondré su mano y poderío en el
mar, y en los ríos su diestra y potencia. El me invocará: tú eres mi Padre, mi
Dios, y el protector de mi salud. Yo le haré primogénito, y le ensalzaré sobre
los reyes de la tierra. Para siempre jamás guardaré con él mi misericordia, y
mi pacto y testamento se lo cumpliré fiel e inviolablemente. Haré que su
descendencia sea perpetua, y su trono perpetuo, mientras durasen los cielos. Todo
lo cual se entiende de nuestro Señor Jesucristo, el cual se comprende
congruamente bajo el nombre de David por la forma de siervo, que el mismo
Mediador tomó de la descendencia de David, naciendo de la Virgen María. Y
prosigue, hablando de los pecados de sus hijos, ciertas cosas que se asemejan a
lo que se dice en los libros de los Reyes, y persuaden que se entiendan de
Salomón. Porque en el libro de los Reyes dice: Y si este tu hijo pecare, le
castigaré con la vara y azote de los hombres, y con los golpes de los hijos de
los hombres; pero no apartaré de él mi misericordia, significando por los
toques o golpes las plagas y azotes de la corrección y del castigo.
Conforme a esto, dice en otro
lugar: No toquéis a mis cristos y ungidos, lo cual qué otra cosa quiere decir
sino que no les hagáis mal, no les ofendáis? En el Salmo 88, como tratando de
David, por expresarse allí con cierta semejanza alusiva a esto, dice: Se
dejasen sus hijos mi ley y no observaren mis mandamientos; si profanaren mis
sanciones y traspasaren mis preceptos, visitaré y castigaré, con vara sus
maldades y con azotes sus delitos, pero no apartaré de él mi misericordia y
pacto. No dijo de ellos, aunque hablaba de sus hijos, y no de él; dijo de él, porque,
bien considerado, quiere decir lo mismo. Porque era imposible hallar pecado
alguno en el mismo Cristo, que es la cabeza de la Iglesia, por el cual fuera
necesario que Dios le castigara con azotes y correcciones humanas, guardando su
pacto y misericordia, sino en su cuerpo y miembros, que es su pueblo. Por eso
dice en el libro de los Reyes iniquitas ejus, su pecado, y en el Salmo, filiorum
ejus, de sus hijos, para que entendamos que en cierto modo se dice de él lo que
se dice de su cuerpo. Por lo cual, el mismo Señor, desde el Cielo, persiguiendo
Pablo a su cuerpo, que son sus fieles, Saulo, Saulo - dice-, por qué me
persigues?
Después prosiguió el salmista: Y
no quebrantaré mi fe y verdad no profanaré o mudaré mi testamento y promesa, ni
retractaré lo que he dicho por esta boca. Una vez lo prometí y, juré por mi
santidad que no engañan a David; esto es, no ha de faltar a David mi promesa; porque
suele hablar así la Escritura. Y en lo que no ha de mentir, y lo ha de cumplir,
añade:
Su descendencia permanecerá para
siempre, y su trono y majestad en mi presencia florecerá eternamente como el sol,
y como la luna perfecta, que en el Cielo son testigos fidelísimos.
CAPITULO X: Cómo sucedió en el reino de la Jerusalén terrena diferentemente de lo que prometió Dios para que entendiésemos que la verdad y cumplimiento de la promesa pertenecía a la gloria de otro rey y de otro reino.
Después de fundamentos tan
sólidos, en que estriba una promesa tan singular e interesante a la humana
naturaleza, rara que no creyésemos que se habían verificado en Salomón; como si
le excluyera, y de él no hiciese mención, para semejante asunto, dice: Tú, Señor,
le desechaste y le aniquilaste. Porque esto fue lo que sucedió al reino de
Salomón en sus descendientes, hasta venir al deplorable estado de quedar
destruida y asolada la misma terrena Jerusalén, que era la cabeza y silla de su
reino, y especialmente hasta no quedar piedra sobre piedra del templo, que
construyó con tanto esmero el mismo, Salomón.
Mas para que no juzgásemos que
así lo dispuso Dios, quebrantando, su palabra y promesa, luego añade y dice: Tú,
Señor, dilataste enviarnos a tu Cristo. Luego no es Salomón, ni aun el mismo
David, si se difirió la venida del Cristo del Señor; pues aunque se llamaban cristos
y ungidos del Señor todos los reyes consagrados con la mística unción y crisma,
no sólo desde el rey David en, adelante, sino también desde Saúl, que fue el
primero a quien ungieron por rey de aquel pueblo, porque el mismo David le
llama Cristo del Señor; sin embargo, uno era el verdadero Cristo, cuya figura
representaban aquéllos con su unción profética; el cual, según la opinión de
los que imaginaban que había de entenderse de David o de Salomón, tardaba mucho
y dilataba su venida, aunque, según los altos e impenetrables decretos del
Señor, se iba aprestando para venir a su tiempo.
Y en el ínterin que se difiere su
venida, lo que sucedió en el reino de la terrena Jerusalén, donde aguardaban
que había de reinar prosiguiendo este mismo Salmo, lo declara el real profeta, diciendo:
Diste por, tierra con el testamento y promesa que hiciste a tu siervo, profanaste
en la tierra su santuario y templo, destruiste todos sus setos y vallados, e
hiciste que estuviese encogido y medroso dentro de los reparos y defensas. Le
robaron y saquearon todos los pasajeros, viniendo a ser el oprobio y escarnio
de sus vecinos, y llenaste de gozo y alegría a todos sus contrarios. Le
quitaste el auxilio que solías dar a su espada, y no le acudiste y favoreciste
en la guerra. Le desterraste de sus purificaciones, y diste por tierra con su
trono. Disminuiste los días que prometiste a su reino, y le has llenado de
confusión. Todo esto pasó, en la Jerusalén esclava, donde reinaron también
algunos hijos de la libre poseyendo aquel reino, con dispensación temporal, y
el reino de la celestial Jerusalén, cuyos hijos eran, con verdadera fe, esperando
en el verdadero Cristo. Y cómo sobrevinieron tales desgracias sobre aquel reino,
lo declara la historia para quien quisiere leerlo.
CAPITULO XI: De la substancia del pueblo de Dios, la cual está, y se halla por la sucesión de la carne, en Cristo; quien fue sólo el que tuvo potestad de sacar libre su alma de los infiernos.
Después de haber vaticinado estos
futuros sucesos, vuelve el profeta a hacer oración a Dios, y aun la misma
oración es profética: Hasta cuándo Señor, nos vuelves hasta el fin? Entiéndese
faciem Tuam, nos vuelves tu rostro, como dice en otra parte: Hasta cuándo me
vuelves tu rostro? Esta es la razón por qué aquí algunos libros no escriben
avertir, vuelves, sino averteris, volverás, aunque se puede entender avertis
misericordiam tuam, vuelves tu misericordia, la que prometiste a David. Y lo
que dice, in finem, qué otra cosa es sino hasta el fin? Por cuyo fin deben
entenderse los tiempos últimos, cuando aquella nación ha de venir a creer
también en Jesucristo, antes del cual fin habían de suceder las calamidades que
arriba lloran: por las cuales prosigue aquí diciendo: Acaso ha de arder, como
fuego tu ira e indignación? Acuérdate de mi substancia. Ninguna cosa se
entiende aquí mejor que el mismo Jesús, que es la substancia de su pueblo, de
quien tomó su naturaleza carnal: Porque no en vano, dice, criaste a todos los
hijos de los hombres; pues si no fuera un hijo del hombre la substancia de Israel,
por el cual hijo del hombre se salvarán muchos hijos de los hombres, sin duda
que en, vano fueran criados todos los hijos de los hombres.
Y ahora, aunque toda la
naturaleza humana, por el pecado del primer hombre, haya caído de la verdad en
la vanidad, por lo cual dice otro Salmo que se ha transformado y hecho el
hombre semejante a la vanidad, y que pasan sus días como una sombra: con todo, no
sin motivo crió Dios todos los hijos de los hombres; porque lo uno libra a
muchos de la vanidad por el Medianero, que es Jesucristo Nuestro Señor, y lo
otro los que previó que no habían de libertarse ni salvarse, los crió para la utilidad
de los que se habían de salvar, y para poder comparar las dos Ciudades, cotejándolas
con su contrario. Así que no las crió vanamente, si consideramos el hermoso y
arreglado orden y disposición que Dios tiene puesto en todas las criaturas
racionales.
Después sigue: Cuál es el hombre
que ha de vivir y no ha de ver la muerte, y ha de sacar su alma del poder del infierno?
Quién es éste, sino aquella substancia de Israel, del linaje y descendencia de
David, Jesucristo Nuestro Señor, de quien dice el Apóstol que habiendo
resucitado de los muertos, ya no morirá más, y la muerte no tendrá ya más
dominio sobre él? Porque de tal suerte vive, y no verá más la muerte, que, efectivamente,
una vez murió, pero sacó y libró ya su alma de la mano y potestad del infierno,
pues descendió a los infiernos para librar y soltar de aquellas prisiones a
algunos pecadores. La sacó y libertó con aquel poder de que hizo mención en el
Evangelio: Poder tengo para despedir mi alma, y poder tengo para volverla a
tomar.
CAPITULO XII: A qué persona debe entenderse que pertenece la petición de las promesas de que hace mención el Salmo cuando dice: Dónde están, Señor, tus antiguas misericordias?.
Pero todo lo demás que insinúa
este Salmo, donde se lee: Dónde están, Señor, aquellas tus antiguas
misericordias y promesas que juraste a David por tu verdad? Acuérdate, Señor, del
oprobio que padecen tus siervos, que llevé en mi seno, de mano de muchas
naciones. Con qué nos zahirieron tus enemigos, Señor? Nos zahirieron con la
mudanza de tu Cristo?, con razón se puede dudar si dice esto en persona de
aquellos israelitas que deseaban se cumpliese la promesa que hizo Dios a David,
o si se dice en persona de los cristianos, que son israelitas, no según la
carne, no según el espíritu.
Porque esto se dijo, o escribió
en tiempo de Ethan, de cuyo nombre se intituló este Salmo, y en aquel mismo
tiempo fue el reino de David, y conforme a esta explicación, no diría: Dónde
están aquellas tus antiguas misericordias, las que prometiste y juraste a David
por tu verdad? Si el profeta no transformara en sí la persona de los que habían
de venir al mundo mucho después, respecto de quienes pudiese ser antigua este
tiempo en que se hizo tal promesa al rey David.
Puede entenderse que muchos
gentiles, cuando perseguían a los cristianos, les zaherían con ignominia la
pasión de Cristo, a la cual la Sagrada Escritura llama commutationem, mudanza, porque
muriendo, se mudó e hizo inmortal.
Puédese también tomar porque se
les haya zaherido a los israelitas la mudanza de Cristo, es a saber, porque entendiendo
y esperando ellos que había de ser de su facción, vino a ser de los gentiles, y
esto se lo echan en rostro al presente muchas naciones que creyeron en él por
el Nuevo Testamento, quedándose ellos en su senectud; de forma que por eso diga:
Acuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos; porque también ellos, después de
este oprobio, no olvidándolos el Señor, sino teniendo misericordia de ellos, han
de venir a creer en él.
Pero el sentido que expuse
primero parece más a propósito y conveniente, porque a los enemigos de Cristo, a
quien aquí se increpa que los ha dejado Cristo pasándose, a los gentiles, incongruamente
se les acomodan estas palabras: Acuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos, pues
tales judíos no es razón que se llamen siervos de Dios, sino que estas palabras
cuadran a los qué, cuando padecían por el nombre de Cristo grave opresión de
persecuciones, se pudieron acordar de que la promesa que hizo Dios a la
descendencia de David era el reino de los cielos, y que por deseo de él, no
desesperando, sino pidiendo, buscando y llamando a la puerta, dicen: Dónde
están, Señor, aquellas tus antiguas misericordias que prometiste y juraste a
David por tu verdad? Acuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos, que llevé en
mi seno, de mano de muchas gentes. Con qué nos zahirieron tus enemigos, Señor? Nos
zahirieron con la mudanza de tu Cristo; teniendo por Cierto, que aquélla no fue
o conmutación, sino consumación. Y qué quiere decir acuérdate, Señor, sino que tengas
misericordia y nos des por esta humildad, que hemos sufrido con paciencia, la
altura y grandeza que prometiste y juraste a David por tu verdad?
Pero si queremos, acomodar estas
palabras a los judíos, pudieron decir semejantes razones aquellos siervos de
Dios que, después de expugnada y rendida la Jerusalén terrena antes de nacer
Nuestro Señor Jesucristo en carne humana, fueron llevados cautivos, los cuales
entendían como se debía entender la mudanza de Cristo; es a saber: que debían
esperar y aguardar fielmente por él, no la terrena y carnal felicidad, cual fue
la que asomó en los pocos años del rey Salomón, sino la celestial y espiritual,
la cual, ignorándola entonces los infieles, cuando se alegraban, se mofaban de
ver al pueblo de Dios cautivo? Qué otra cosa les zaherían que la mudanza del
Cristo, aunque zaherían a los que la entendían los que no la sabían?
Por eso la conclusión de este
Salmo: La bendición del Señor para siempre amén, amén, muy bien cuadra
generalmente a todo el pueblo de Dios que pertenece a la celestial Jerusalén; ya
sean aquellos que estaban encubiertos en el Viejo Testamento antes de
revelársenos el Nuevo, ya sea a éstos, que manifiestamente se ve que, después
de revelado el Nuevo Testamento, pertenecen a Cristo. Porque la bendición que
nos ha de dar el Señor en el hijo prometido de la descendencia de David, no se
debe esperar por corto espacio de tiempo, cual la hubo en los días de Salomón, sino
para siempre, de la cual, con infalible esperanza; dicen fiat, fiat, amén, amén;
que la repetición de esta palabra es continuación de esta esperanza.
Entendiendo, pues, este misterio
David, dice en el segundo libro de los Reyes, de donde pasamos a este Salmo: Has
prometido la casa de tu siervo para largo tiempo; y poco después añade: Principia,
pues, Señor, y echa la bendición a la casa de tu siervo para siempre, etc., porque
entonces estaba próximo a tener un hijo, de quien procedía su descendencia hasta
Cristo, por quien había de ser eterna su casa; y también casa de Dios. Es casa
de David con respecto al linaje de David, e igualmente casa de Dios por el
templo de Dios, fabricado de hombres y no de piedras, donde habite para siempre
el pueblo con Dios y en su Dios, y Dios en el pueblo y en su pueblo, de forma
que Dios esté llenando a su pueblo y el pueblo lleno de Dios, cuando Dios: será
todas las cosas en todos, y El mismo será el premio en la, paz, como es la
fortaleza en la guerra. Por eso, habiendo dicho en las palabras de Nathan y te
advierte el Señor que le has de edificar una casa, dijo después David: Porque
tú, Señor Todopoderoso; Dios de Israel, revelaste al oído de tu siervo, diciendo
que yo te había de edificar una casa. Porque también nosotros vamos
construyendo esta casa viviendo bien, y ayudándonos Dios para que vivamos bien,
pues si el Señor no edificare la casa, en vano se cansan los que la edifican.
Cuando llegare el tiempo de la
última dedicatoria de esta casa, entonces será lo que aquí dijo el Señor por
medio de Nathan: Estableceré y señalaré también el lugar a Israel mi pueblo y
le plantaré para que habite y viva por sí, de manera que no se turbe ni
inquiete más, ni los pecadores le afligirán más, como acostumbraban antes, desde
el día que puse jueces sobre mi pueblo Israel.
CAPITULO XIII: Si esta paz que promete Dios a David puede pensarse que se cumplió en los tiempos que corrieron reinando Salomón.
Cualquiera que espera en este
siglo y en esta tierra una felicidad tan grande como ésta, opina muy neciamente.
Acaso habrá alguno que piense que se cumplió esta promesa con la paz de que
gozó el rey Salomón? Porque aquella paz la celebra con singular elogio la
Sagrada Escritura por la sombra de lo que había de ser. Pero a esta sospecha
advertidamente ocurrió la Escritura, cuando habiendo dicho: Ni los pecadores le
afligirán más, luego añade: como solían antes del día que puse jueces sobre mi
pueblo Israel. Porque antes de haber reyes acostumbraba haber jueces en aquel
pueblo, desde que entró en la tierra de promisión.
Y sin duda que le humillaba el
hijo de la iniquidad, esto es, le molestaba el enemigo gentil y extranjero, por
algunos intervalos de tiempos, en que leemos que a veces hubo paz, en otras
guerras, y notamos que allí la paz duró más que en los tiempos de Salomón, que
reinó cuarenta años, pues en tiempo de uno de los jueces, llamado Aod, hubo
ochenta años de paz.
Así que por ningún motivo debemos
creer que esta promesa aludía a los tiempos de Salomón, y por consiguiente, mucho
menos a los de cualquiera otro rey, pues ninguno de ellos reinó en tanta paz
como él, ni jamás aquella nación tuvo el reino de suene que no estuviese con
cuidado y temerosa de venir a manos de sus enemigos.
Porque en una mutabilidad e
inconstancia tan grande como es la de las cosas humanas, ningún pueblo ha
habido jamás a quien el cielo haya concedido tanta seguridad que no estuviese
con recelo y miedo, en esta vida, de los acontecimientos y maquinaciones de sus
enemigos. Luego el lugar que promete aquí para vivir en él con tanta paz y
seguridad es eterno y se debe a los eternos en la madre Jerusalén, la libre; en
donde verdaderamente será el pueblo de Israel, esto es, estará viendo a Dios, porque
esto quiere decir Israel. Y con deseo de este premio debemos vivir santamente
esperándolo en esta trabajosa peregrinación.
CAPITULO XIV: Del estudio de David en componer Salmos.
Discurriendo por el orden de sus
tiempos la Ciudad de Dios, primeramente reinó David en la que era sombra de lo
que había de ser en lo sucesivo, esto es, en la terrena Jerusalén.
Fue David varón muy diestro y
aficionado a componer canciones, y dado al eco y armonía de la música, no
llevado del gusto común y vulgar, sino penetrado de una intención y ánimo
devoto y fiel, pues con ella sirvió a su Dios, que es el verdadero Dios, figurando
místicamente con la música un arcano grande y excelente, pues la consonancia
concertada y moderada de diferentes voces nos representa la unión de una ciudad
bien ordenada y regida, enlazada entre sí con una concorde variedad.
En efecto, casi toda su profecía
se encuentra en los Salmos, y contiene ciento cincuenta el libro que llamamos
de los Salmos, aunque algunos dicen que sólo compuso David los que tienen el
título de su nombre. Otros hay que piensan que no son suyos sino los que se
intitulan Ipsius David, del mismo David, y que los que tienen en el título lsip
David, al mismo David, los compusieron otros y los apropiaron a su persona. Pero
esta opinión queda refutada por lo que el Salvador dice en el Evangelio, que el
mismo David dijo en espíritu que Cristo era su Señor, porque el Salmo 109
principia así: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra hasta que ponga
a tus enemigos como tarima debajo de tus pies. Sin embargo, este Salmo no tiene
en el título Ipsius David, del mismo David, sino Isip David, al mismo David, como
otros muchos
Me parece más probable lo que
sostienen otros, y es, que todos los ciento cincuenta Salmos los compuso David,
y que a algunos les puso nombres de otros, que figuraban y significaban alguna
cosa que hacía a su intento, y que los demás no quiso que tuviesen por título
nombre de ninguno, según le inspiró el Señor la disposición de esta variedad
interpolada de inescrutables arcanos, aunque oculta, pero no sin misterio.
Ni menos debe movernos a no
prestar asenso a esta opinión el ver que en aquel libro en algunos Salmos
hallamos los nombres de varios profetas que fueron muy posteriores a David, y
que lo que en ellos se dice parece que lo dicen ellos; porque bien pudo el
espíritu profético, cuando vaticinaba el rey David, revelarle también los
nombres de estos profetas que había de haber en lo futuro para que
proféticamente se cantase algún asunto que cuadraba y convenía a la persona de
ellos, así como reveló Dios a un profeta el nombre del rey Josías, que había de
venir a nacer y reinar al cabo dé más de trescientos años después, cuya profeta
presagió también las acciones que este rey había de practicar.
CAPITULO XV: Si todas las profecías que de Cristo y de su Iglesia hay en los Salmos las debemos poner y acomodar en el texto y discurso de esta obra.
Presumo que ya me están
aguardando para que en este lugar declare qué es lo que David profetizó en los
Salmos de nuestro Señor Jesucristo o de su Iglesia; pero si no satisfago en
este particular, como parece que lo pide el deseo de los lectores, aunque ya lo
he ejecutado en otro libro, es por impedirlo la mucha materia que falta. Porque
no puedo relatarlo todo por no ser prolijo; y recelo que cuando haya escogido
algún asunto, a muchos doctos que tienen la bastante noticia en este punto les
parezca que he omitido lo más necesario. Fuera de qué el testimonio y autoridad
que se alega debe tomar su vigor y firmeza del contexto de todo el Salmo, de
forma que a lo menos en él no haya cosa que lo contradiga, cuando todo sea en
su favor, para qué no se crea que a modo de centones vamos recogiendo versos a propósito
para lo que queramos, como suele hacerse de un poema famoso, el cual se
escribió, no al intento de aquel asunto, sino de otro bien distinto. Para poder
manifestarlo en cualquier Salmo, sería necesario examinarlo todo, y cuán penosa
y prolija sería esta operación lo indican bastante los libros que yo y otros
han escrito sobre ellos.
Lea, pues, éstos el que quisiere
y pudiere y hallará cuántas y cuán grandes maravillas haya profetizado de
Cristo y de su Iglesia el rey y profeta David, es a saber, del rey y de la
ciudad que este rey fundó.
CAPITULO XVI: De las cosas que clara o figuradamente se dicen en el Salmo 44 que pertenecen a Cristo y a su Iglesia.
Por más propias y claras que sean
las palabras que profetizan algún misterio es necesario que vayan mezcladas también
con las trópicas y figurativas, las cuales particularmente, por causa de los
rudos, ofrecen a los doctos un negocio muy trabajoso para explicarlas; con todo,
hay algunas que, al primer aspecto, manifiestan a Cristo y a su Iglesia, aunque
quedan entre ellas algunas cosas menos inteligibles para explicarlas despacio, como
es aquello en el mismo libro de los Salmos: Salió de mi corazón una buena
palabra y, como cosa mía, va dirigida al rey; mi lengua no es más que la pluma en
mano de un escribiente que escribe con velocidad: Hermoso eres, oh Rey!, sobre
todos los hijos de los hombres. La gracia se derramó por tus labios, y por eso
te echó Dios su bendición para siempre. Oh poderosísimo Señor! Ciñe la espada
al lado, encima del muslo; muestra tu hermosura, donaire, majestad y gloria; acomete,
camina con prosperidad y reina conforme a la verdad, mansedumbre y justicia. Y
con esto, tu poderosa diestra te llevará maravillosamente al fin de tus
empresas. Tus flechas agudas, poderosísimo Señor, penetrarán las entrañas de
los reyes tus enemigos; los pueblos y naciones se rendirán a tus pies. Oh Dios!
Tu real silla es eterna, la vara y cetro de tu reino es vara de justicia y
rectitud. Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad. Por eso te ungió Dios,
tu Dios, con óleo de la alegría y del Espíritu, Santo con más abundancia que a
los otros que participan tu nombre y se llaman Cristos y Reyes como tú. Todos
tus vestidos derraman de si suavísimo olor de mirra, ámbar y canela, escogidas
de los palacios y templos de marfil, con los cuales te dan gusto y honor las
castas hijas de los reyes, deseando honrarte y glorificarte. Quién habrá tan
estúpido e ignorante que no entienda que habla de Cristo, a quien predicamos y
en quien creemos, viendo cómo se le llama Dios, cuya silla real es para siempre,
y ungido de Dios, es decir, como unge Dios, no con unción y crisma visible, sino
espiritual e inteligible? Porque quién hay tan rudo en esta religión, o quién puede
hacerse tan sordo a la fama que de ella corre por toda la redondez de la tierra,
que no sepa que se llamó Cristo, de crisma, esto es, de la unción?
Conocido el Rey, Cristo o ungido;
lo que aquí designa por metáforas y figuras de cómo es hermoso sobre todos los
hijos de los hombres, con una hermosura tanto más digna de ser amada y admirada
cuanto es menos corpórea; y cuál sea su espada, cuáles las flechas y lo demás
que inserta, no propia, sino metafóricamente, sujeto ya, y debajo del dominio
de este Señor, que reina por su verdad, mansedumbre y justicia, indáguese y
examínese despacio.
Vuélvanse después los ojos a su
Iglesia, esposa de un grande esposo, unida con él con un desposorio espiritual
y con un amor divino, de la cual habla en los versos siguientes: Pusiste a la
Reina a tu diestra, vestida de ricos paños de oro, labrados con varias y
diferentes labores. Oye, hija, y mira; inclina tus oídos y no te acuerdes ya
más de tu pueblo, ni de la casa de tu padre, porque el Rey se aficionará de tu
hermosura, porque él es el Señor tu Dios, y los hijos de Tiro le han de adorar
y ofrecer dones, y los ricos del pueblo harán sus ruegos delante de tu rostro. Toda
la gloria de la hija del Rey es intrínseca y está vestida de oro recamado; detrás
de ella traerán las vírgenes al Rey, las conducirán, oh Rey!, a ti sus
parientes; las traerán alegres y regocijadas; las traerán al templo del Rey. En
lugar de tus padres te nacerán, Señor, hijos, y tú los harás príncipes de toda
la tierra, y ellos se acordarán de tu nombre en las futuras perpetuas
generaciones, por lo que los pueblos y las naciones te confesarán y celebrarán
públicamente para siempre en todos los siglos de los siglos. No creo que habrá
alguno tan poco cuerdo que presuma que celebra y nos pinta aquí una mujercilla;
describe la esposa de aquel de quien dijo: Tu real silla es eterna; el cetro y
vara de tu reino es vara de justicia y rectitud. Amaste la justicia y
aborreciste la iniquidad; por eso te ungió Dios, tu Dios, con el óleo de
alegría con más abundancia que a los otros que participan de tu nombre y se
llaman Cristos como tú, es, a saber: ungió con más abundancia a Cristo que a
los cristianos. Porque éstos son los que participan de Él, y de la unión y
concordia que estos tienen en todas las naciones resulta esta Reina a quien en
otro Salmo llama Civitas Regis magni, Ciudad del gran Rey: Esta, tomada en
sentido espiritual, es Sión, que quiere decir especulación; porque especula y
contempla el sumo bien del siglo futuro, pues allá es donde endereza toda su
intención. Esta es también espiritualmente la Jerusalén de quienes hemos ya
dicho grandes particularidades, cuya contraria es la ciudad del demonio, a la
cual dicen Babilonia, que significa confusión.
Aunque de dicha Babilonia se
desembaraza y exime esta Reina en todas las naciones y gentes por la generación,
y de la servidumbre de un rey perverso pasa a un Rey sumamente bueno, esto es, del
demonio pasa a Cristo. Por eso la dice: No te acuerdes ya más de tu pueblo ni
de la casa de tu padre. De esta ciudad impía son los israelitas, que lo son por
sola la carne, y no por la fe, enemigos asimismo de este gran Rey y de su Reina.
Porque habiendo venido a ellos Cristo, y habiéndole muerto ellos, se hizo Rey
de los otros israelitas, que no vio mientras vivió en la tierra en carne mortal.
Y así proféticamente en otro Salmo dice este nuestro Rey: Me has de librar, Señor,
de la contradicción y rebelión del pueblo, y me has de hacer cabeza y príncipe
de la gente. El pueblo y nación que yo no vi se sujetó a mi servicio, y oyendo
mi nombre y Evangelio me rindió su obediencia. Este es el pueblo de los
gentiles, que no visitó Cristo con su presencia corporal, el cual, no obstante,
por haberlo predicado, cree en Él; de manera que con razón se dijo de dicho
pueblo en el Salmo que en oyendo su nombre y doctrina, luego le dio la
obediencia, porque la fe nace del oído.
Este pueblo, añadido a los
israelitas verdaderos, que son los israelitas, no según la carne, sino también
según la fe, es la Ciudad de Dios, la cual produjo también al mismo Cristo, según
la carne, cuando se hallaba en aquellos israelitas. Porque de éstos descendía
la Virgen María, en la cual, para hacerse hombre, tomó Cristo carne.
Di esta Ciudad dice otro Salmo: El
hombre llama a Sión madre por haber nacido en ella, y el Altísimo la fundó. Y quién
es este Altísimo sino Dios? Por consiguiente, nuestro Señor Jesucristo Dios, antes
que en esta Ciudad por medio de María se hiciese hombre, Él mismo la había
fundado en los patriarcas y profetas.
Así que, habiéndose anunciado
proféticamente tanto tiempo antes esta Reina, que es la Ciudad de Dios, vemos
ya cumplido el anuncio: en lugar de sus padres le habían nacido hijos a quienes
constituiría por cabezas y príncipes de toda la tierra (porque ya por todo el
ámbito de la tierra se hallan hijos de ésta colocados por príncipes y jefes de
diferentes pueblos, pues los pueblos que concurren a ella la confiesan con
confesión de alabanza eterna para siempre jamás).
Sin duda que todo cuanto aquí se
nos dice con tanto énfasis y oscuridad, debajo de metáforas y figuras, como
quiera que se entienda, es necesario que se refiera y se acomode a estas cosas
que son sumamente claras y manifiestas.
CAPITULO XVII: De las cosas que en el Salmo 109 pertenecen al sacerdocio de Cristo y de las qué en el 21 tocan a su Pasión.
En el otro Salmo expresamente
llama a Cristo Sacerdote, como aquí Rey: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a
mi diestra hasta tanto que ponga a tus enemigos como tarima de tus pies. El
sentarse Cristo a la diestra de Dios Padre lo creemos, no lo vemos; y el poner
igualmente a sus enemigos como tarima de sus pies, aún no lo vemos; esto lo
veremos al fin; ahora verdaderamente lo creemos; después lo veremos
Pero lo que sigue: Desde Sión
extenderá y dilatará el Señor la vara y cetro de tu potencia y reinarás en
medio de tus enemigos, está tan claro, que el que lo niega, lo niega, no sólo
infiel y miserablemente, sino también con descaro. Porque hasta los mismos
enemigos confiesan que desde Sión se extendió y esparció la ley de Cristo, que
nosotros llamamos Evangelio, y ésta es la que reconocemos por vara de su
potencia, y que reina en medio de enemigos. Estos mismos entre quienes reina lo
confiesan bramando y crujiendo los dientes y consumiéndose de envidia, sin que
puedan cosa alguna contra ella.
Lo que poco después continúa: Juró
el Señor, y no se arrepentirá de ello, nos significa que ha de ser infalible e inmutable
esto que añade, diciendo: Tú eres sacerdote para siempre, según la orden de
Melchisedech. Y supuesto que ya no existe vestigio del sacerdocio y sacrificio
según el orden de Aarón, y por todo el orbe se ofrece bajo de sacerdocio de
Cristo lo mismo que ofreció Melchisedech cuando bendijo a Abraham, quién hay
que pueda poner duda por quién se explicará así?
A estas cosas, que son claras y
manifiestas, se reducen y refieren las que se describen con alguna oscuridad en
el Salmo, las cuales ya explicamos en los sermones que hicimos al pueblo cómo
se deben entender bien.
Asimismo, en aquel lugar donde
Cristo declara en profecía la humildad de su Pasión, dice: Traspasaron y
clavaron mis manos y mis pies; me contaron todos mis huesos, y ellos, reflexionando
en mi deplorable estado, gustaron de verme así, con cuyas palabras sin duda nos
significó su cuerpo, tendido en la cruz, clavado de pies y manos, horadadas y
traspasadas con los clavos, presentando así un espectáculo doloroso a cuantos
le contemplaban y miraban. Y aún más, añade: Dividieron entre sí mis vestidos y
sobre mi túnica echaron suertes; cuya profecía, del modo que se cumplió, lo
dice la historia evangélica.
Entonces se dejan entender
también las demás maravillas que allí se expresan con menos claridad cuando
convienen y concuerdan con las que con tanta claridad se nos han manifestado; principalmente
porque las que todavía no han pasado no sólo las creemos, sino que, presentes, las
vemos. Así como se leen en el mismo Salmo tanto tiempo antes profetizadas, así
las vemos ya presentes y que se cumplen por todo el mundo; porque en el mismo
Salmo, poco después, dice: Se acordarán y convertirán al Señor todos los
confines de la tierra; se postrarán en su acatamiento y te adorarán todas las
familias de las gentes, porque del Señor es el temor y Él ha de tener el
dominio y señorío sobre todas las naciones.
CAPITULO XVIII: De los Salmos 3, 40, 15 y 67, donde se profetiza la muerte y resurrección del Señor.
También hallamos en los Salmos la
profecía de la resurrección del Señor; porque qué otra cosa es lo que se canta
en nombre de Cristo en el Salmo 3: Yo dormí, tomé el sueño y me levanté, porque
el Señor me recibió y amparó? Acaso hay alguno tan ignorante que se persuada
que nos quiso el profeta vender por un admirable arcano que se durmió y se
levantó si este sueño no fuera la muerte y el despertar no fuera la
resurrección, la cual convino que, por este término, se profetizara de Cristo? Porque
aun en el Salmo 40 se nos declara este vaticinio más expresamente donde, en nombre
del Medianero, según su costumbre, se nos refieren como sucesos pasados las que
se profetizan que han de suceder, porque los que habían de suceder en la
predestinación y presciencia de Dios ya eran como hechos, porque eran ciertos e
infalibles: Mis enemigos, dice, me echaban maldiciones diciendo: Cuándo le
llegará la muerte y perecerá su nombre? Si alguno venía a visitarme me hablaba
fingidamente e iba recogiendo en su corazón falsedades y mentiras, y al salir
fuera las comunicaba con otros que me tenían la misma voluntad. Todos mis
enemigos hacían conventículos, murmuraban de mí y trazaban contra mí todo el
mal que podían. En una cosa bien injusta e inicua resolvieron contra mí. Por
ventura el que duerme no podrá levantarse? Verdaderamente que estas palabras
están de tal forma descubiertas que parece no ha querido decir otra cosa que si
dijera: Acaso el que muere no podrá revivir y resucitar? Porque las palabras
precedentes nos muestran que sus enemigos le maquinaron y trazaron la muerte, y
que esto se ejecutó por medio de aquel que entraba a verle y visitarle y salía
a venderle. Habrá alguno a cuya imaginación no se presente que éste es Judas, que,
de discípulo, se transformó en traidor? Porque habían de poner por obra lo que
maquinaban, quiero decir, que le habían de crucificar y quitar afrentosamente
la vida; para manifestar que con su vana malicia en vano darían la muerte al
que había de resucitar, añadió este versículo, como si dijera: Qué hacéis, necios?
Toda vuestra iniquidad vendrá a parar en mi sueno, en que yo me duerma. Acaso
el que duerme no podrá levantarse? Y, sin embargo, en los versos siguientes nos
hace ver que tan execrable crimen no había de quedar sin el merecido castigo, diciendo:
Y aquel que era mi amigo en quien yo confiaba, el que comía mi pan a mi mesa, levantó
contra mí su planta; esto es, me holló y pisó; pero tú, Señor, dice, ten
misericordia de mí y resucítame y yo les daré su pago.
Quién hay que pueda ya negar este
vaticinio viendo a los judíos después de la pasión y resurrección de Cristo expulsos
y desarraigados totalmente de su asiento con el rigor y estragos de la guerra? Porque
habiéndole muerto, resucitó, y en el ínterin les dio una instrucción y
corrección temporal, además de la que reserva a los que no se enmendaren cuando
vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.
El mismo Jesucristo, Señor
nuestro, declarando a los apóstoles el traidor que le vendía, a pasar del
bocado de pan que le daba, refirió también este verso del mismo Salmo, y dijo
que se cumplió en él: El que comía mi pan conmigo a mi mesa levantó sobre mi el
carcañal.
Lo que dice: En quien tenía
puesta mi confianza, no corresponde a la cabeza, sino al cuerpo, puesto que no
dejaba de conocerle el mismo Salvador, pues poco antes había dicho de él: Uno
de vosotros es diablo calumniador y traidor. Pero suele transferir a su persona
y atribuirse lo que es propio de sus miembros; porque cabeza y cuerpo es un
solo Jesucristo, y de aquí la expresión del Evangelio: Cuando tuve hambre me
diste de comer. Aclarándola más, dice: Cuando esto hiciste con uno de los más
ínfimos de los míos, conmigo lo hiciste. Dijo, pues, de sí que confió y esperó
lo que esperaban y confiaban de Judas sus discípulos cuando le admitió en el
número de los apóstoles.
El Cristo que esperan los judíos,
no creen que ha de morir, y por eso el que nos anunciaron la ley y los profetas
no imaginan que es el nuestro, sino el suyo, de quien dan a entender que no
puede padecer muerte y Pasión, y así, con maravillosa vanidad y ceguera, pretenden
que estas palabras citadas por nosotros no significan muerte y resurrección, sino
sueño y estar despierto. Sin embargo, con toda claridad lo dice asimismo el
Salmo 15: Porque está Dios a mi diestra se ha regocijado mi corazón y se ha
alegrarlo mi lengua, y fuera de esto, cuando dejare por un momento el alma
también mi carne descansará en esperanza, porque no dejarás a mi alma en el
infierno ni consentirás que tu santo vea la corrupción. Quién podía decir que
había descansado su carne con aquella esperanza, de manera que, no dejando a su
alma en el infierno, sino volviendo luego al cuerpo, vino a revivir, porque no
se corrompiera como suelen corromperse los cuerpos muertos, sino él resucitó al
tercer día? Lo cual, sin duda, no puede decirse del real profeta David, pues
también clama el Salmo 67, diciendo: Nuestro Dios es Dios, cuyo cargo es
salvarnos; y del Señor son las salidas de la muerte. Con qué mayor claridad nos
lo pudo decir? Porque Dios, qué nos salva, es Jesús, que quiere decir Salvador
o que da salud; pues la razón de este nombre se nos dio cuando antes que
naciese de la Virgen dijo el ángel: Parirás un hijo y le llamarás Jesús, porque
él ha de salvar a su pueblo y lo ha de libertar de sus pecados. Y porque en
remisión de estos pecados se había de derramar su sangre, no convino, sin duda,
que tuviese otras salidas de esta vida, que las de la muerte. Por eso, cuando
dijo: Nuestro Dios es Dios, cuyo cargo es, salvarnos, añadió: y del Señor son
las salidas de la muerte para manifestarnos que, muriendo, nos había de salvar.
Admira que diga y del Señor, como si dijera: tal es la vida de los mortales, que
ni aun el mismo Señor salió de ella de otra manera que por la muerte.
CAPITULO XIX: Del Salmo 68, donde se declara la pertinaz incredulidad de los judíos.
Pero como los judíos no quieren
creer de ningún modo los testimonios tan manifiestos e incontrastables de esta
profecía, aun después de haberse cumplido los vaticinios con efectos y pruebas
tan claras y ciertas, sin duda se cumple en ellos lo que se escribe en el Salmo
siguiente. Porque diciéndose en él proféticamente en persona de Cristo ciertas
particularidades que pertenecen a su Pasión, se refiere aquello mismo que se
verificó en el Evangelio: Me dieron a comer hiel, y en aquella terrible sed que
padecí me dieron a beber vinagre.
A consecuencia de estos banquetes
y de unos manjares de esta calidad, como si los hubiera ya recibido, añade: Conviértaseles
su mesa en trampa, en retribución y tropiezo; ciéguense sus ojos de forma que
no vean; encorva y humilla, Señor, siempre sus espaldas. Esto lo dice no
deseándolo, sino que lo anuncia profetizando, en cierto modo como si lo deseara.
Y qué maravilla es que no vean cosas tan manifiestas los que tienen los ojos en
tinieblas Y ciegos para que no puedan ver? Qué extraño es que no los alce al
cielo una nación que, para estar pronta e inclinada a la tierra, tiene siempre
encorvadas sus espaldas? Pues por estas palabras, que se toman metafóricamente
del cuerpo, se nos denotan los vicios del alma.
Baste esta doctrina acerca de los
Salmos, esto es, de lo respectivo a la profecía del rey David, para que haya
alguna medida en la exposición de este punto y no sea demasiado prolijo, y
perdonen los lectores que no lo saben ya, y no se quejen si viesen o imaginaren
que he omitido otras particularidades que pudiera acaso alegar como más firmes
y sólidas.
CAPITULO XX: Del reino y méritos de David y de su hijo Salomón, y de la profecía que pertenece a Cristo y se halla así en los libros que andan con los que él escribió, como en los que no hay duda que son suyos.
Reinó David en la terrena
Jerusalén y fue hijo de la celestial Jerusalén, tan elogiado por el
irrefragable testimonio de las sagradas letras, y que con tanta piedad, religión
y devoción confesó y satisfizo sus culpas por medio de la verdadera y saludable
acción de la penitencia, que, sin duda, podemos numerarle entre aquellos de
quienes dice él mismo: Felices y bienaventurados aquellos cuyas culpas están
perdonadas y cuyos pecados están abiertos y olvidados.
Después de éste, reinó sobre todo
el mismo pueblo su hijo Salomón, quien, como insinuamos arriba, principió a
reinar ea vida de su padre. Habiendo sido buenos y loables sus principios, sus
fines llegaron a ser malos, porque las prosperidades, que suelen dar en qué
entender a los mas sabios, le dañaron mucho más que lo que le aprovechó su
sabiduría, que en la actualidad y en lo sucesivo es y será memorable y famosa, y
entonces fue muy célebre y alabada por todo el mundo.
También está averiguado que
Salomón profetizó en sus libros, de los cuales tres están admitidos por
canónicos, a saber: los Proverbios, el Eclesiastés y el Cántico de los Cánticos;
los otros dos, el de la Sabiduría y el Eclesiástico, por la semejanza del
estilo, comúnmente se atribuyen también a Salomón. Y aunque no dudan los más
doctos que no son suyos, con todo, los ha recibido desde los tiempos más
remotos por canónicos, especialmente la Iglesia Occidental; y en el uno de
ellos, que se intitula La Sabiduría de Salomón, expresamente está profetizada
la Pasión de Cristo, haciendo mención de los impíos que le mataron, y diciendo:
Oprimamos al justo porque es desabrido para nosotros, y contradice lo que
hacemos, y nos da en rostro con los pecados de la ley; divulga y manifiesta las
culpas y desórdenes de nuestra vida; jáctase de que tiene noticia y ciencia de Dios,
y llámase Hijo de Dios. Se ha hecho descubridor y reprensor de nuestros
pensamientos, y no le pueden ya ver ni sufrir nuestros ojos porque su modo de
vivir es diferentes del de los otros y muy otro su instituto; nos tiene en
opinión de falsos y adulterinos, y huye de nuestros caminos como de inmundicias;
aventaja los extremos y fines de los justos, y gloriase que tiene por Padre a
Dios. Veamos si es verdad lo que dice, probemos a ver el suceso que tienen sus
cosas y sabremos en qué
para su fin, porque si es
verdadero Hijo de Dios, le ayudará y libertará de los contrarios. Probémosle
con denuestos y tormentos para ver su modestia y mansedumbre y experimentar su
paciencia; condenémosle a una muerte infame e ignominiosa, porque de sus
palabras colegiremos lo que Él es. Esto fue lo que imaginaron ellos, y erraron,
porque los cegó su malicia.
En el Eclesiástico nos anuncia la
fe de las gentes de este modo: Ten misericordia de nosotros, Señor Dios de todo
lo criado, e infunde tu temor sobre todas las gentes levanta tu mano sobre las
naciones infieles y observen tu poder, para que, así como fuiste santificado en
nosotros, viéndolo ellos, así viéndolo nosotros seas engrandecido en ellos y te
conozcan, así como nosotros te hemos conocido, porque no hay otro Dios sino tú,
Señor. Esta profecía, que está concebida bajo la fórmula de desear y rogar, la
vemos cumplida por Jesucristo, aunque lo que no se halla en el Canon de los
judíos, no parece que se alega con tanta autoridad y firmeza contra los
contradictores.
En los otros tres libros que
consta son de Salomón, y los judíos los tienen por canónicos, si quisiéremos
mostrar que lo que en ellos se halla semejante o alusivo a esto perteneciente a
Cristo y a su Iglesia, requeriría un examen circunstanciado, prolijo y penoso, en
el cual, si nos detuviésemos, nos haría ser más largos de lo que conviene. Sin
embargo, lo que dicen los judíos en los Proverbios: Escondamos en la tierra
injustamente al varón justo, traguémosle vivo, como lo hace el infierno, y desterremos
de la tierra su memoria; tomemos posesión de su preciosa heredad, no está tan
enfático y oscuro que, sin trabajar mucho en exponerlo, no pueda entenderse de
Cristo y de su heredad, que es la Iglesia
Porque alusivo a esto mismo es lo
que nos muestra el mismo Señor Jesucristo en una parábola del Evangelio, en la
que decían los inicuos labradores: Este es el heredero; venid, quitémosle la
vida y vendrá a ser nuestra la heredad. Y asimismo aquella expresión del mismo
libro, que hemos apuntado ya otra vez, hablando de la estéril que dio a luz
siete, los que la oyen leer y saben que Cristo es la sabiduría de Dios, no
suelen entenderlo, sino de Cristo y de su Iglesia: La sabiduría edificó su casa
'y la apoyó sobre siete columnas; sacrificó sus víctimas; echó su vino en la
taza. Envió sus criados a llamar y convidar con una famosa embajada a beber de
su taza, diciendo: El que fuere ignorante lléguese a mí, y a los faltos de
sentido dijo: Venid y comed de mis panes, y bebed del vino que os he prevenido.
Aquí, sin duda, reconocemos que la sabiduría de Dios, esto es, que el Verbo, tan
eterno como el Padre, edificó en las entrañas de la Virgen su casa, que es su
cuerpo humano, y que a éste, como a cabeza, le añadió y acomodó como miembros
su Iglesia, sacrificando en ella las víctimas de los mártires, y disponiendo la
mesa con pan y vino, donde se nos descubre también el sacerdocio, según, el
orden y semejanza, de Melchisedech, llamando y convidando a los faltos de
entendimiento y de sentido; porque, como dice el Apóstol: Escogió Dios lo más
flaco para confundir lo fuerte; y a estos flacos, sin embargo, les dice lo que
sigue: Dejad de ser necios para que viváis, y buscad la prudencia para que
poseáis la vida.
Y el participar de su mesa es lo
mismo que comenzar a tener vida; porque hasta en otro libré, llamado el
Eclesiastés, donde dice: No tiene otro bien el hombre, sino lo que comiere y
bebiere, qué cosa, más creíble podemos entender que nos dice sino lo que
pertenece a la participación y comunicación de esta mesa que nos pone el mismo
sacerdote, medianero del Nuevo Testamento, según el orden de Melchisedech, con
los platos de su cuerpo y sangre? Porque este sacrificio sucedió en lugar de
aquellos sacrificios del Viejo Testamento que se ofrecían e inmolaban en sombra
y significación de lo futuro; por lo cual echamos de ver que lo que dice el
Mediador en el Salmo 39 lo dice proféticamente: No quisiste ya servirte más de
sacrificios y ofrendas, y por eso me hiciste y formaste cuerpo; porque en lugar
de todos aquellos sus sacrificios y ofrendas, se ofrece ya su Cuerpo y se
suministra y da a los que participan de él. En lo que el Eclesiastés dice del
comer y beber, lo cual nos lo repite muchas veces y encarecidamente nos los
recomienda, bastante nos muestra que no habla de los manjares del gusto de la
carne aquello que dice: Más vale ir a casa donde lloran que donde beben; y poco
después: El corazón de los sabios se halla en la casa donde lloran, y el
corazón de los necios e ignorantes en la casa donde comen y beben.
Pero lo que me parece más digno
de referir en este libro es aquello que pertenece a las dos Ciudades: a la del
demonio y a la de Cristo, y a sus dos príncipes, Jesucristo y el demonio: Ay de
ti, dice, oh tierra!, donde el rey es joven y donde los príncipes andan en
banquetes desde la mañana, y bienaventurada la tierra cuyo rey es hijo de
nobles y generosos y cuyos príncipes comen a su tiempo para alentar y no quedar
confusos! Joven llamó al demonio por su ignorancia, por la soberbia, temeridad
y disolución, y por los demás vicios de que suele abundar este siglo; y a
Cristo, hijo de nobles y generosos, esto es, de los santos patriarcas que
pertenecen a la Ciudad libre, de quienes desciende según la carne. Los
príncipes de la otra ciudad comen y andan en banquetes de mañana, esto es, antes
de la hora conveniente, porque no aguardan la felicidad oportuna del siglo
futuro, que es la verdadera, queriendo ser bienaventurados luego del presente
con el aplauso de este siglo; Pero los que son príncipes de la Ciudad de Cristo
aguardan con paciencia el tiempo de la verdadera bienaventuranza. Esto, dice, para
alentar y no quedar confusos; porque no les saIe vana su esperanza, de la cual
dice el Apóstol que a ninguno deja confuso, y el Salmo: Todos los que tuvieron
puesta en Dios su esperanza no se engañaran.
El libro de los Cantares, qué es
sino un espiritual deleite de las almas en el desposorio del rey y reina de
aquella ciudad, que es Cristo y su Iglesia? Pero este deleite está envuelto
debajo de la corteza y la cubierta de alegorías para que se desee con más
fervor, se vea con más complacencia y se nos muestre el esposo, de quien dice
en los mismos Cantares que la misma bondad y santidad está enamorada de él, y
para que veamos a la esposa, a quien llama mi amor y regalo. Muchas cosas paso
en silencio por dirigirme ya al fin de esta obra.
CAPITULO XXI: Por los reyes que hubo después de Salomón, así en Judá como en Israel.
Los demás reyes de los hebreos
que sucedieron después de Salomón, si no es por ciertos enigmas de algunas
particularidades, que dijeron o hicieron, apenas profetizaron cosa que
pertenezca a Cristo y a su Iglesia, así en Judá como en Israel. Porque así se
llamaron las dos partes de aquel pueblo, después que por la culpa de Salomón, en
tiempo de su hijo Roboán, que sucedió a su padre en el reino, se dividió por justo
juicio y castigo de Dios.
Las tribus que siguieron a
Jeroboán, criado de Salomón, y le alzaron por rey en Samaria, propiamente se
llamaban Israel, aunque este nombre era general a todo aquel pueblo. Y las
otras dos tribus, la de Judá y Benjamín, las cuales, por particular afecto a
David, y porque no se desarraigasen totalmente de su casa y linaje el reino, quedaron
sujetas a la ciudad de Jerusalén, se llamaron Judá, porque Judá era la tribu de
donde descendía David, y la otra tribu de Benjamín, como dije, pertenecía al
mismo reino, de donde fue Saúl su rey, antes de David.
Pero estas dos tribus juntas, según
insinué, se llamaban Judá, y con este nombre se distinguían de Israel, que se denominaban,
propiamente las diez tribus, y tenían su rey. La tribu de Leví, como era la
sacerdotal y estaba designada al culto y servicio de Dios, y no al de los reyes,
era la decimotercera; porque Joseph, que fue uno de los doce de Israel, no
constituyó una sola tribu, como los demás, cada uno la suya, sino dos, la de
Efraím y la de Manasés. A pesar de esto, la tribu de Leví pertenecía más al
reino de Jerusalén por estar allí el templo de Dios, a quien servía.
Dividido, el pueblo, el primero
que reiné en Jerusalén fue Roboán, rey de Judá, hija de Salomón; y en Samaria, Jeroboán,
rey de Israel, criado que fue de Salomón. Y queriendo Roboán hacer guerra a la
otra parcialidad, que se había apartado de su obediencia, como a rebelde, mandó
Dios al pueblo que no pelease contra sus hermanos, diciéndole por su profeta
que él había hecho aquello; de donde se advirtió que en esta disposición no
hubo pecado alguno, o del rey de Israel, o del pueblo, sino que se cumplió la
voluntad y justo juicio de Dios, lo que Sabido por la una y la otra parte
vivieron en paz, porque la división que se hizo no era de la religión, sino del
reinó.
CAPÍTULO XXII
Cómo Jeroboán profanó el pueblo
que tenía a su cargo con el pecado de idolatría
Sin embargo, Jeroboán, rey de
Israel, no creyendo, con ánimo impío, a Dios, a quien por experiencia había hallado
propicio y verdadero en haberle prometido y dado el reino, temió que, acudiendo
sus vasallos al templo de Dios, existente en Jerusalén (donde, conforme a la
divina ley, había de presentarse toda aquella nación para ofrecer los
sacrificios), se los sonsacasen y volviesen a rendir vasallaje y obediencia a
los hijos de David como a descendencia real; para impedirlo estableció la
idolatría en su reinó, engañando con impiedad nefanda al pueblo de Dios, y
obligándole, como lo estaba él, al culto y reverencia de los ídolos.
Mas no por eso dejó Dios de
reprender por sus profetas, no sólo a este rey, sino también a los que le
sucedieron e imitaron su impiedad, y al mismo pueblo, porque entre ellos
florecieron aquellos grandes y famosos profetas que obraron tan portentosas
maravillas y milagros, Elías y Eliseo, su discípulo. Y diciendo Elías: Señor, han
muerto a tus profetas, han derribado tus altares, yo he quedado solo y andan
buscando ocasiones para quitarme la vida, le respondió Dios: Que aun había
entre ellos siete mil personas que no se habían arrodillado delante de Baal.
CAPITULO XXIII: De la variedad del estado de uno y otro reina de los hebreos hasta que en diferentes tiempos a ambos pueblos los llevaron cautivos, volviendo después Judá a su reino, que fue el ultimo que vino a poder de los romanos.
Tampoco en el reino de Judá, que
pertenece a Jerusalén, en los tiempos de los reyes que se fueron sucediendo, faltaron
profetas, según que tuvo por anunciarles lo que les estaba bien, o reprenderles
sus pecados, o encomendarles la justicia. Porque asimismo en este reino, aunque
mucho menos que en Israel, hubo reyes que ofendieron gravemente a Dios con sus enormes
crímenes y que fueron castigados con moderados azotes juntamente con el pueblo;
y sin duda no son pequeños los méritos que se celebran de los reyes que fueron
píos y temerosos de Dios. Pero en Israel los reyes, cual más, cual menos, todos
los hallamos malos y reprobados.
Una y otra parte, según que lo
ordenaba o permitía la Providencia divina, o se engrandecía con las
prosperidades o la oprimían las adversidades, viéndose afligida, no sólo con
guerras extrañas, sino entre sí con las civiles, para que por algunas causas
que lo motivaban se manifestase la misericordia de Dios, o su ira, hasta que, creciendo
su indignación, toda aquella nación no sólo fue destruida en su tierra por las
armas de los caldeos, sino que la mayor parte fue llevada prisionera y transportada
a la tierra de los asirios: primeramente la parte que se llamaba Israel, dividida
en diez tribus, y después también la que se llama Judá, destruida y asolada
Jerusalén y su famoso templo, en cuya tierra estuvo cautiva setenta años, pasados
los cuales, dejándolos salir de allí, restauraron el templo que les habían
destruido, y aunque muchos de ellos vivían en las tierras de extranjeros e
infieles, con todo, desde entonces para en adelante, no tuvieron el reino
repartido en dos porciones, y en cada una sus diferentes reyes, sino que en
Jerusalén tenían todos una sola cabeza, y acudían al templo de Dios establecido
allí, en señalados tiempos, todos los de todas aquellas provincias, en
dondequiera que estaban, y de dondequiera que podían; Aunque tampoco entonces
les faltaron enemigos de las otras naciones, ni quien procurase conquistarlos; porque
Cristo Señor nuestro, cuando nació, los halló ya tributarios de los romanos.
CAPUOLO XXIV
De los profetas, así de los
últimos que hubo entre los judíos, como de los que menciona la historia evangélica
cerca del tiempo del nacimiento del Señor
En todo aquel tiempo, desde que
regresaron de Babilonia, después de Malachías, Ageo y Zacarías que profetizaron
entonces, y Esdras, no tu vieron profetas hasta la venida del Salvador, sino
otro Zacarías, padre de San Juan, e Isabel su esposa, próximo ya el nacimiento
de Cristo; y después de nacido, el anciano Simeón, Ana la viuda, ya muy vieja, y
al mismo San Juan, que fue el último de todos; el cual, siendo joven, anunció a
Cristo ya mozo, no como futuro, sino que sin conocerle le mostró y enseñó con
el conocimiento divino que tenía de profeta, por lo cual dijo el mismo Señor: La
Ley y los profetas hasta Juan.
Y aunque de las profecías de
estos cinco tenemos noticia exacta por el Evangelio, donde hallamos asimismo
referido que la misma Virgen María, Madre del Señor, profetizó antes de Juan, con
todo, estos vaticinios de estos cinco varones santos no los admiten los judíos,
digo, los réprobos; pero los admitió un crecidísimo número de ellos, que
creyeron en la fe evangélica. Y en éstos verdaderamente se dividió Israel en
dos, con aquella división que por el profeta Samuel se le anunció al rey Saúl
que era inmutable. Malachías, Ageo, Zacarías y Esdras son, pues, los últimos a
quienes aun los judíos réprobos tienen recibidos en su canon. Porque asimismo
se halla lo que éstos escribieron, como lo de los otros que profetizaron entre
la grande muchedumbre del pueblo, aunque fueron muy pocos los que no
escribieron asunto alguno que mereciese autoridad canónica. De lo que éstos vaticinaron
tocante a Cristo y a su Iglesia me parece decir lo preciso en esta obra; lo que
haremos con más comodidad, con el favor del Señor, en el libro siguiente, para
que en éste, que es tan extenso, no aglomeremos ya más materias.
LIBRO DECIMOCTAVO: LA CIUDAD TERRENA HASTA EL FIN DEL MUNDO.
CAPITULO PRIMERO: Sobre lo que queda dicho hasta los tiempos del Salvador en estos diecisiete.
libros
Prometí escribir el nacimiento, progreso
y fin de las dos Ciudades, la de Dios y la de este siglo, en la cual anda ahora
peregrinando el linaje humano; prometí, digo, escribir esto después de haber
convencido y refutado, con los auxilios de la divina gracia, a los enemigos de
la Ciudad de Dios, que prefieren y anteponen sus dioses a Cristo, autor y
fundador de esta Ciudad, y con un odio, perniciosísimo para sí, envidian
impíamente a los cristianos; lo cual ejecuté en los diez libros primeros. Y de
las tres cosas prometidas, en los cuatro libros, XI - XIV, traté largamente del
nacimiento de ambas Ciudades. Después, en otro, que es el XV; hablé del
progreso de ellas desde el primer hombre hasta el Diluvio; y desde allí hasta
Abraham, volvieron nuevamente las dos a concurrir y caminar, así como en el
tiempo, también en nuestra narración. Pero después, desde el padre Abraham hasta
el tiempo de los reyes de Israel, donde concluimos el libro XVI, y desde allí
hasta la venida de nuestro Salvador en carne humana, que es hasta donde llega
el libro XVII, parece que ha caminado sola, en lo que hemos ido escribiendo, la
Ciudad de Dios, siendo así que tampoco en este siglo ha caminado sola la Ciudad
de Dios, sino ambas juntas, a lo menos, en el linaje humano, como desde el
principio; si bien con sus respectivos progresos han ido variando los tiempos. Esto
lo hice para que corriera primero la Ciudad de Dios de por sí, sin la
interpolación ni contraposición de la otra, desde el tiempo que comenzaron a
declarársenos más las promesas de Dios hasta que vino aquel Señor que nació de
la Virgen, en quien habían de cumplirse las que primero se nos habían prometido,
para que así la viésemos más clara y distintamente; no obstante que hasta que
Se nos reveló el Nuevo Testamento, jamás caminó ella a la luz, sino entre
sombras.
Ahora, pues, me resta lo que dejé,
esto es, tocar en cuanto pareciere bastante el modo con que la otra caminó
también desde los tiempos de Abraham, para que los lectores puedan considerar
exactamente a las dos y cotejarlas entre si.
CAPITULO II: De los reyes y tiempos de la Ciudad terrena, que concuerdan con los tiempos que calculan los Santos desde el nacimiento de Abraham.
En la sociedad humana (que por
más extendida que esté por toda la tierra, y por muy apartados y diferentes
lugares que ocupe, está ligada con la comunión y lazo indisoluble de una misma
naturaleza), por desear cada cual sus comodidades y apetitos, y no ser bastante
lo que se apetece para todos, porque no es una misma cosa la deseada, las, más
veces hay divisiones, y la parte que prevalece oprime a la otra. Porque la
vencida se rinde y sujeta a la victoriosa, pues prefiere y estima más cualquiera
paz y vida sosegada que el dominio, y aun que la libertad; de suerte que causan
gran admiración los que han querido mejor perecer que servir. Porque casi en
todas las naciones en cierto modo está admitido el natural dictamen de querer más
rendirse a los vencedores los que fueron vencidos, que quedar totalmente
aniquilados con los rigores de la guerra.
De aquí provino, no sin alta
providencia de Dios, en cuya mano está que cada uno salga vencido o vencedor e
la guerra, que unos tuviesen reinos otros viviesen sujetos a los que reinan.
Pero entre tantos reinos como ha
habido en la tierra, en que se ha dividido la sociedad por el interés y
ambición terrena, dos reinos vemos que han sido más ilustres y poderosos que los
otros el primero el de los asirios, y después el de los romanos, distintos
entre sí, así en tiempos como en lugares. Por que como el de los asirios fue el
primero, y el de los romanos posterior así también aquel floreció en el Oriente
y éste en el Occidente; y, finalmente al término del uno siguió luego el
principio del otro. Todos los demás reinos y reyes, con más propiedad los llamaría
yo jirones y retazos de éstos.
Así que reinaba ya Nino, segundo
rey de los asirios, habiendo sucedido a su padre, Belo, que fue el primer que
reinó en aquel reino, cuando nació Abraham en la tierra de los caldeos. En
aquella época era también bien pequeño el reino de los sicionios de donde el
doctísimo Marco Varrón escribiendo el origen del pueblo romano, comenzó como de
tiempo antiguo. Porque de los reyes de los sicionios vino a los atenienses, de
éstos a los latinos y de allí a los romanos.
Pero todo esto, antes de la
fundación de Roma, en comparación del reino de los asirios, se tuvo por cosa
fútil y de poco momento; aunque confiese también Salustio, historiador romano, que
en Grecia florecieron mucho los atenienses, si bien más por la fama que en la
realidad. Porque, hablando de ellos, dice: Las proezas que hicieron los
atenienses, a mi parecer, fueron bien grandes y manifiestas, aunque algo
menores de lo que las celebra la fama; porque como hubo allí insignes y famosos
escritores, por todo el mundo se ponderan por muy grandes las hazañas de los
atenienses; así en tanto se estima la virtud y el valor de los que las hicieron,
cuanto las pudieron engrandecer y celebrar con su pluma los buenos ingenios. Y
fuera de esto, alcanzó esta Ciudad no Pequeña gloria por sus letras y por sus
filósofos, porque allí florecieron principalmente estos estudios.
Pero en cuanto al imperio, ninguno
hubo en los siglos primeros mayor que el de los asirios, ni que se extendiese
más por la tierra; pues reinando el rey Nino, hijo de Belo, cuentan que sojuzgó
toda el Asia, hasta llegar a los términos de la Libia; y el Asia, aunque según
el número de las partes del Orbe se dice la tercera, según la extensión, se
halla que es la mitad; pues por la parte oriental sólo los indios no le
reconocieron señorío, a los cuales, con todo, después de muerto Nino, Semíramis,
su esposa, comenzó a hacer la guerra. Y así, sucedió que todos cuantos pueblos
o reyes había en aquellas comarcas todos obedecían al reino y corona de los
asirios y hacían todo los que les mandaban, Nació, pues, en aquel reino, entre
los caldeos, en tiempo de Nino, el patriarca Abraham.
Mas por cuanto de los hechos y
proezas de los griegos, tenemos mucha más noticia que la de los asirios; y los
que anduvieron investigando la antigüedad y origen del pueblo romano vinieron, según
el orden de los tiempos; de los griegos a los latinos, y de éstos a los romanos,
que también son latinos; debemos, donde fuere necesario, hacer relación de los
reyes de Asiria, para que veamos cómo camina la ciudad de Babilonia como una
primera Roma con la Ciudad de Dios, peregrina en este mundo. Pero los asuntos
que hubiéramos de insertar en esta obra, para comparar entre sí ambas Ciudades,
es a saber, la terrena y la celestial; los iremos tomando mejor de los griegos
y latinos, entre los cuales se halla la misma Roma como otra segunda Babilonia,
Cuando nació Abraham reinaba
entre los asirios Nino, y entre los sicionios, Europs, que fueron sus segundos
reyes, por cuanto los primeros fueron allá Belo y aquí Egialeo. Y cuando
prometió Dios a Abraham, habiendo ya salido de Babilonia, que dé él nacería una
numerosa nación y que en su descendencia había de recaer la bendición de todas
las gentes, los asirios tenían su cuarto rey y los sicionios el quinto; pues en
Babilonia reinaba el hijo de Nino, después de su madre Semíramis, a quien dicen
que quitó la vida por haberse atrevido a cometer incesto con él. Esta creen
algunos que fundó a Babilonia, y lo más probable es que la restaurase; pues
cuándo y cómo roe su fundación, ya lo referimos en el libro VI.
A este hijo de Nino y de
Semíramis, que sucedió a su madre en el reino, algunos le llaman también Nino, y
otros Ninias, derivando su nombre del de su padre. En este tiempo reinaba entre
los sicionios Telxión, y en su reinado fueron tan apacibles y lisonjeros los
tiempos, que después de muerto le adoraron como a dios, ofreciéndole
sacrificios y celebrando en su honor y memoria juegos y diversiones públicas. De
éste dicen que fue el primero por cuyo respeto se instituyeron tales fiestas.
CAPITULO III: Quien reinaba en Asiria y Sicionia cuando, según la divina promesa, tuvo Abraham, siendo de cien años, a su tuvo Isaac, y cuándo tuvo este de Rebeca, su mujer los gemelos Esaú y Jacob.
En estos tiempos, según la divina
promesa, le nació a Abraham, siendo de cien años, su hijo Isaac, de Sara, su
esposa, la cual, siendo estéril y anciana, estaba desahuciada de poder tener
hijos. Entonces en Asiria reinaba Arrio, su quinto rey. El mismo Isaac, siendo
de edad de sesenta años, tuvo sus dos hijos gemelos, Esaú y Jacob, de su esposa
Rebeca, viviendo aún el abuelo de estos niños, que tenía entonces ciento
sesenta y cinco años, el cual murió a los ciento setenta y cinco, reinando en Asiria
Jerjes, el más antiguo, llamado también Baleo, y en Sicionia Turimaco, a quien
algunos llaman Turimaco, que fueron sus séptimos reyes.
El reino de los argivos comenzó
juntamente con los nietos de Abraham, y el primero que reinó fue macho. No debe
pasarse en silencio lo que refiere Varrón, de que los sicionios acostumbraban
ya ofrecer sacrificios junto a la sepultura de Turimaco, su séptimo rey. Reinando
los octavos reyes, Armamitre en Asiria, Leucipo en Sicionia e Inacho el primero
en Argos, se apareció Dios a Isaac, y le prometió también lo mismo que a su
padre, es a saber: a su descendencia, la posesión de la tierra de Canaán, y en
su descendencia la bendición de todas las gentes.
Estas mismas felicidades prometió
asimismo a su hijo, nieto de Abraham, que primero se llamó Jacob, y después Israel,
reinando ya Beloc, noveno rey en Asiria, y Phoroneo, hijo de macho, segundo rey
en Argos, y reinando todavía en Sicionia Leucipo.
En esta era, reinando en Argos el
rey Phoroneo, principió la Grecia a ilustrarse más con algunos sabios estatutos
promulgados en varias pragmáticas y leyes Con todo, habiendo muerto Phegoo, hermano
menor de Phoroneo, le erigieron un templo donde estaba su cadáver y sepulcro, para
que le adorasen como a dios y le sacrificasen bueyes. Creo que le juzgaron digno
de tan singular honor porque, en la parte que le cupo del reino (pues su padre
le repartió igualmente entre los dos, señalando a cada uno el país donde debía
reinar, viviendo aún), edificó oratorios o templos para adorar a los dioses, enseñando
también las observaciones de los tiempos por meses y años, y manifestando cómo
los habían de distribuir y contar. Admirando en él los hombres que en eran muy
idiotas estas cosas nuevas, creyeron o quisieron que después de muerto al punto
fuete hecho dios. Porque el mismo modo dicen que lo, hija de Inacho, llamándose
después Isis, fue adorada y venerada como grande diosa en Egipto; aunque otros
escriben que de Etiopía vino a reinar a Egipto, y porque gobernó por muchos
años y con justicia, y les enseñó muchas artes y ciencias, luego que falleció
la tributaron el honor de tenerla por diosa, siendo esta honra tan particular, que
impusieron la pena capital a quien se atreviese a proferir que había sido
criatura humana.
CAPITULO IV: De los tiempos de Jacob y de su hijo José.
Reinando en Asiria Baleo, su rey
décimo; en Sicionia Mesapo, rey nono, a quien algunos llaman también Fefisos, si
es que un hombre solo tuvo dos nombres (siendo más verosímil que tomaron un
hombre por otro los que sus escritos pusieron otro nombre), y reinando Apis, tercer
rey de los argivos, murió Isaac, de ciento y ochenta años, y dejó sus dos
gemelos de ciento y veinte. El menor de ellos, que era Jacob, y pertenecía a la
Ciudad de Dios, de que vamos escribiendo, habiendo Dios reprobado al mayor, tenía
doce hijos entre los cuales, al que se llamó José le vendieron sus hermanos a
unos mercaderes que pasaban a Egipto, viviendo aún su abuelo Isaac.
Llegó José a la presencia de
Faraón y de los trabajos que sufrió, y de estado humilde en que se vio, fue
ensalzado a otro más eminente y distinguido, siendo de edad de treinta años, porque
interpretó, auxiliado de divino espíritu, los sueños del rey, y dijo que habían
de venir siete años abundantes, cuya abundancia, por excesiva que fuese, la
habían de consumir otros siete años estériles que se seguirían, Por esto le
nombró el rey gobernador de todo Egipto, librándole de las duras penalidades de
la cárcel donde le había llevado la integridad de su castidad, conservada con
heroico valor al no consentir en el adulterio con su ama, que estaba torpemente
enamorada de él, y le amenazaba que, no condescendiendo a su voluntad, diría a
su amo que la había intentado forzar. Por huir de tan próxima ocasión y tan
perjudicial, dejó en sus manos la capa, de que le tenía asido.
El segunda año de los siete
estériles vino Jacob a Egipto con toda su familia a ver a su hijo, siendo ya de
edad de ciento y treinta años, como lo dijo al rey cuando se lo preguntó; y
contando José treinta y nueve años, sumados a los treinta que tenía cuando lo
hizo el rey su gobernador, los siete de abundancia y los dos de hambre.
CAPITULO V: De Apis, rey de los argivos, a quien los egipcios llamaron Serapis, y le veneraron como a Dios.
Por estos tiempos, Apis rey de
los argivos, habiendo navegando a Egipto y muerto allí, le constituyeron
aquellas gentes ilusas por uno de los mayores dioses de Egipto. Y la razón por
que, después de muerto, no se llamó Apis, sino Serapis, la da bien obvia Varrón,
pues como el arca o ataúd, dice, en que se coloca al difunto que al presente
todos llaman sarcófago, se dice soros en griego, y cómo principiaron entonces a
reverenciar en ella a Apis antes que le hubiesen dedicado templo, se dijo primero
Sorsapis o Sorapis, y después, mudando una letra, como acontece, Serapis. Y
establecieron también por su respeto la pena de muerte a cualquier que dijese
que había sido hombre.
Como en casi todos los templos
donde adoraban a Isis y a Serapis había también una imagen que, puesto el dedo
en la boca, parecía que advertía que se guardase silencio, piensa el mismo
Varrón que esto significaba que callasen el haber sido hombre.
El buey que con tan particular
ilusión y engaño criaba Egipto el honor suyo con tan copiosos regalos, le
llamaban Apis, y no Serapis, porque sin el sarcófago o sepultura le
reverenciaban vivo, y cuando muerto este buey, buscaban y hallaban algún novillo
de su mismo color, esto es, señalado también con manchas blancas, lo tenían por
singular portento enviado del cielo.
En efecto: no era dificultoso a
los demonios, para engañar a estos hombres fanáticos e ilusos, señalar a una
vaca, al tiempo que concebía y estaba preñada, la imagen de otro toro semejante,
la cual ella sola viese, de donde el apetito de la madre atrajese lo que
después viniera a quedar pintado en el cuerpo de su cría; como lo hizo Jacob
con las varas de varios colores, para que las ovejas y cabras naciesen varias; pues
lo que los hombres pueden con colores y cuerpos verdaderos, eso mismo pueden
fácilmente los demonios, con fingidas figuras, representar a los animales que
conciben.
CAPITULO VI: Quién reinaba en Argos y Asiria cuando murió Jacob en Egipto.
Apis, rey, no de los egipcios, sino
de los argivos, murió en Egipto, sucediéndole en el reino su hijo Argo, de cuyo
nombre se apellidaron los argos, y de aquí los argivos; pues en tiempo de los
reyes pasados, ni la ciudad ni aquella nación se denominaban así. Reinando éste
en Argos, en Sicionia Erato y en Asiria todavía Baleo, murió Jacob en Egipto, de
edad de ciento cuarenta y siete años, habiendo echado su bendición a la hora de
su muerte a sus hijos y a sus nietos, los hijos de José; habiendo vaticinado
claramente a Cristo, cuando dijo en la bendición que echó a Judá: No faltará
príncipe en Judá, ni cabeza de su descendencia, hasta que vengan todas las
cosas que están a él reservadas, y él será a quien esperarán con ansia las gentes.
Reinando Argo, principió Grecia a
usar y gozar de legumbres y frutos de la tierra, y a tener mieses en la
agricultura, habiendo conducido de fuera las semillas. También Argo, después de
muerto, comenzó a ser venerado por dios, honrándole con templo y sacrificios. Lo
mismo hicieron reinando él, y antes de él, con cierto hombre particular que
murió tocado de un rayo, llamado Homogiro, por haber sido el primero que unció
los bueyes bajo el yugo del arado.
CAPITULO VII: En tiempo de qué reyes falleció José en Egipto.
Reinando Mamito, duodécimo rey de
los asirios, y Plemneo, undécimo de los sicionios, y Argo todavía en Argos, falleció
José en Egipto, de edad de ciento y diez años. Después de su muerte, el pueblo
de Dios, creciendo maravillosamente, estuvo en Egipto ciento cuarenta y cinco
años, viviendo al principio en quietud, hasta que se acabaron y murieron los
que conocían a José.
Pasado algún tiempo, envidiando
los egipcios su acrecentamiento y temiendo de él funestas consecuencias, hasta
que salió libre de este país, padeció innumerables y rigurosas persecuciones, entre
las cuales, no obstante, multiplicando Dios sus hijos, crecía, aunque oprimido
bajo una intolerable servidumbre. En Asiria y Grecia reinaban por aquel tiempo
los mismos que arriba insinuamos.
CAPITTLO VIII
En tiempo de qué reyes nació
Moisés, y la religión de algunos dioses que se fue introduciendo por aquellos
tiempos
Reinando en Asiria Safro, rey
décimocuarto; en Sicionia Orthópolis, duodécimo, y Criaso, quinto en Argos, nació
en Egipto Moisés, por cuyo medio salió libre el pueblo de Dios de la
servidumbre de Egipto, en la cual convino que así ese ejercitado para que
pusiese sus deseos y confianza en el auxilio y favor de su Criador.
Reinando estos reyes, creen
algunos que vivió Prometheo, de quien aseguran haber formado hombres del lodo, porque
fue de los más científicos que se conocieron, aunque no señalan qué sabios
hubiese en su tiempo.
Dicen que su hermano Atlas fue
grande astrólogo, de donde tomaron ocasión los poetas para fingir que tiene a
cuestas el cielo, aunque se halla un monte de su nombre, que más verosímilmente
parece que, por su elevación, ha venido a ser opinión vulgar que tiene a
cuestas el cielo.
Desde estos tiempos comenzaron a
fingirse otras fábulas en Grecia, y así hallamos hasta el tiempo de Cecróps, rey
de los atenienses (en cuyo tiempo la misma ciudad se llamó Cecropia, y en él, Dios,
por medio de Moisés, sacó á su pueblo de Egipto), canonizado por dioses algunos
hombres difuntos, por la ciega y vana costumbre supersticiosa de los griegos; entre
los cuales fueron Melantonice, mujer del rey Criaso; y Forbas, hijo de éstos, el
cual, después de su padre, fue sexto rey de los argivos; y Jaso, hijo de Triopa,
séptimo rey; y el rey nono Sthenelas, o Stheneleo, o Sthenelo, porque se halla
escrito con variedad, en diversos autores.
En estos tiempos dicen también
que floreció Mercurio, nieto de Atlante, hijo de su hijo Maya, como lo vemos en
las historias más vulgares. Fue muy insigne por la noticia e instrucción que
tuvo de muchas ciencias, las cuales enseñó a los hombres, por cuyo motivo, después
de muerto, quisieron que fuese dios, o lo creyeron así.
Dicen que fue más moderno
Hércules, que floreció en estos mismos tiempos de los argivos, bien que algunos
le hacen anterior a Mercurio; los cuales imagina que se engaña. Pero en
cualquiera tiempo que hayan vivido, consta de historiadores graves que
escribieron estas antigüedades que ambos fueron hombres, y que por los muchos
beneficios que hicieron a los mortales para pasar esta vida con más comodidad, merecieron
que ellos los reverenciasen como a dioses. Minerva fue mucho más antigua que
éstos, porque en tiempo de Ogigio dicen que apareció en edad de doncella junto
al lago llamado de Tritón, de donde le vino a ésta el nombre de Tritonia, Fue, sin
duda, inventora de muchas cosas útiles, y tanto más fácilmente tenida por diosa,
cuanto menos noticia se tuvo de su nacimiento; pues lo que cuentan que nació de
la cabeza de Júpiter se debe atribuir a los poetas y sus fábulas, y no a la
historia y a los sucesos acaecido.
Tampoco respecto del tiempo en
que vivió el mismo Ogigio concuerdan los historiadores; en el cual también hubo
un grande diluvio, no aquel genera en que no escapo hombre a excepción de los
que entraron en el Arca del cual no tuvieron noticia los historiadores gentiles,
ni los griegos, ni los latinos, aunque fue mayor que el que hubo después, en
tiempo de Deucalión
Desde aquí Varrón principió aquel
libro de que hice mención arriba, y no propone o halla suceso más antiguo del
cual poder partir y llegar a las cosas romanas, que el diluvio de Ogigio, esto
es, el que sucedió en tiempo de Ogigio. Pero los nuestros que escribieron
crónicas, Eusebio, y después San Jerónimo, en esta opinión siguieron
seguramente a algunos otros historiadores precedentes, y refieren que fue el
diluvio de Ogigio más de trescientos años después, reinando ya Foroneo, segundo
rey de los argivos. En cualquier tiempo que haya sido, adoraban ya a Minerva
como diosa, reinando en Atenas Cecróps, en cuya época aseguran que esta ciudad
fue o restaurada o fundada
CAPITULO IX: Cuándo se fundó, la ciudad de Atenas, y la razón que da Varrón de su nombre.
Para explicar que se llamase
Atenas, que es nombre efectivamente tomado de Minerva, la cual en griego se
llama Atena, apunta Varrón esta causa: habiéndose descubierto allí de improviso
el árbol de la oliva, y habiendo brotado en otra parte el agua, turbado el rey
con estos prodigios, envió a consultar a Apolo Délfico qué debía entenderse por
aquellos fenómenos, o qué se había de hacer. El oráculo respondió que la oliva
significaba a Minerva, y el agua a Neptuno, y que estaba en manos de los
ciudadanos el llamar aquella ciudad con el nombre que quisiesen de aquellos dos
dioses, cuyas insignias eran aquéllas. Cecróps, recibido este oráculo, convocó
para que dieran su voto a todos los ciudadanos de ambos sexos, por ser entonces
costumbre en aquellos países que se hallasen también las mujeres en las
consultas y juntas públicas. Consultada, pues, la multitud popular, los hombres
votaron por Neptuno, y las mujeres por Minerva; y hallándose un voto más en las
mujeres, venció Minerva.
Enojado con esto Neptuno, hizo
crecer las olas del mar e inundó y destruyó los campos de los atenienses; porque
no es difícil a los demonios el derramar y esparcir algo más de lo regular las
aguas.
Para templar su enojo, dice este
mismo autor que los atenienses castigaron a las mujeres con tres penas: la
primera, que desde entonces no diesen ya su sufragio en los públicos congresos;
la segunda, que ninguno de sus hijos tomase el nombre de la madre, y la tercera,
que nadie las llamase ateneas. Y así aquella ciudad, madre de las artes
liberales y de tantos y tan célebres filósofos, que fue la más insigne e
ilustre que tuvo Grecia, embelecada y seducida por los demonios con la
contienda de dos de sus dioses, el uno varón y la otra hembra, por una parte, a
causa de la victoria que alcanzaron las mujeres, consiguió nombre mujeril de
Atenas, y por otra, ofendida por el dios vencido, fue compelida a castigar la
misma victoria de la diosa vencedora, temiendo más las aguas de Neptuno que las
armas de Minerva. Porque en las mujeres así castigadas también fue vencida
Minerva, hasta el punto de no poder favorecer a las que habían votado en su
favor para que, ya que habían perdido la potestad de poder votar en lo sucesivo,
y veían excluidos los hijos de los nombres de mis madres, pudiesen éstas
siquiera llamarse ateneas, y merecer el nombre de aquella diosa a quien ellas
hicieron vencedora, con sus votos, contra un dios varón
De donde se deja conocer bien
cuántas cosas pudiéramos decir aquí y cuán grandes, si la pluma no nos llevara
de prisa a otros asuntos.
CAPITULO X: Lo que escribe Varrón sobre el nombre de Areópago y del diluvio de Deucalión.
Marco Varrón no quiere dar
crédito a las fabulosas ficciones en perjuicio de los dioses, por no indignarse
contra la majestad, de estas falsas deidades. Por lo mismo, tampoco quiere que
el Areópago (que es el lugar donde disputó San Pablo con los atenienses, del
cual se llaman areopagitas los jueces de la misma ciudad) se haya llamado así
porque Marte, que en griego se dice Ares, culpado y reo de un homicidio, siendo
doce los dioses que juzgaban en aquel pago, fue absuelto por seis (pues en
igualdad de votos se solía anteponer la absolución a la condenación); sino que,
contra esta opinión, que es la más celebrada y admitida, procura alegar otra
razón y causa de este nombre, tomada de la noticia de las ciencias más
abstractas y misteriosas, para que no se crea que los atenienses llamaron al
Areópago del nombre de Marte y Pago, así como Pago de Marte; o sea, en
perjuicio y deshonor de los dioses, los cuales cree que no tienen entre sí
litigios ni controversias; y dice que esta etimología de Marte no es menos
fabulosa y falsa que lo que cuentan de las tres diosas, es a saber: de Juno, Minerva
y Venus, quienes, por conseguir la manzana de oro, se dice que delante de París
pleitearon y debatieron sobre la excelencia de su hermosura. Estas culpas se
cantan y celebran entre los aplausos del teatro, para aplacar con sus fiestas y
juegos a los dioses que gustan de ellas, ya sean verdaderas, ya sean falsas.
Esto no lo creyó Varrón, por no
dar asenso a cosas incongruentes a la naturaleza o a las costumbres de los
dioses; y, con todo, dándonos é la razón, no fabulosa, sino histórica, del
nombre de Atenas, refiere en sus libros una controversia tan ruidosa como la de
Neptuno y Minerva sobre cuál de ellos daría su nombre a aquella ciudad, quienes
disputaron entre sí con ostentación de prodigios, y aun el mismo Apolo, consultado,
no se atrevió a ser juez de aquella causa, sino que, para poner fin a la
pendencia de estos dioses, así como Júpiter remitió a París la decisión de la
causa de las tres diosas, ya insinuada, así también Apolo remitió esta a los
hombres, donde tuviese Minerva más votos con que vencer, y en la pena y castigo
que dieron a las que le habían suministrado sus sufragios fuese vencida; la
cual, en contradicción de los hombres, sus contrarios, pudo conseguir que se
llamase Atenas la ciudad y no pudo lograr que las mujeres, sus afectas, se
llamasen ateneas.
Por estos tiempos, según escribe
Varrón, reinando en Atenas Cranao, sucesor de Cecróps, y, según nuestros
escritores Eusebio y San Jerónimo, viviendo todavía el mismo Cecróps, sucedió
el diluvio que llamaron de Deucalión, porque era señor de las tierras donde
principalmente ocurrió; pero este diluvio de ningún modo llegó a Egipto ni sus
comarcas.
CAPUULO XI
En qué tiempo sacó Moisés al
pueblo de Israel dé Egipto; y Jesús Nave, o Josué, que le sucedió, en tiempo de
qué reyes murió
Sacó, pues, Moisés de Egipto al
pueblo de Dios en los últimos días de Cecróps, rey de Atenas, reinando en
Asiria Astacades, en Sicionia Marato y en Argos Triopas.
Sacado el pueblo, le dio la ley
que había recibido en el Monte Sinaí de mano de Dios, la cual se llamó
Testamento Viejo, porque contiene promesas terrenas y porque, por medio de
Jesucristo, habíamos de recibir el Testamento Nuevo, donde se nos prometiese el
reino de los cielos. Pues fue muy conforme a razón que se observase el orden
que se guarda en cualquier hombre que aprovecha en Dios, en el cual sucede lo
que dice el Apóstol: Que no es primero lo que es espiritual, sino lo que es animal,
y después lo que es espiritual. Porque como dice el mismo, y es verdadero: El
primer hombre de la tierra fue terreno, y el segundo, como vino del cielo, fue
celestial.
Gobernó Moisés el pueblo por
tiempo de cuarenta años en el desierto, y murió a los ciento veinte de su edad,
habiendo asimismo profetizado a Cristo por las figuras de aquellas observancias
y ceremonias carnales que hubo en el tabernáculo, sacerdocio, Sacrificios y en
otros varios mandatos místicos.
A Moisés sucedió Jesús Nave, o
Josué, quien introdujo y estableció en sus respectivos territorios el pueblo de
Dios en la tierra de promisión, después de conquistar con autoridad y auxilio
divino las naciones que poseían aquellas tierras. El cual, habiendo gobernado
al pueblo, después de la muerte de Moisés, por espacio de veintisiete años, murió,
reinando a este tiempo en Asiria Amintas, rey XVIII; en Sicionia, Corax XVI; en
Argos, Danao X, y en Atenas, Erictonio, rey cuarto.
CAPITULO XII: De las solemnidades sagradas que instruyeron a los falsos dioses, por aquellos tiempos, los reyes de Grecia, las cuales coinciden con los tiempos desde la salida de Israel de Egipto hasta la muerte de Josué.
Por estos tiempos, es decir, desde
la salida del pueblo de Israel de Egipto hasta la muerte de Josué, por cuyo
medio entró el mismo pueblo en posesión de la tierra de promisión, los reyes de
Grecia instituyeron a los falsos dioses ciertas solemnidades sagradas, con las
cuales, en solemnes fiestas, celebraban la memoria del diluvio, y cómo los
hombres se libertaron de él y de las calamidades que entonces sufrieron, ya
subiéndose a lo más elevado de los montes, ya bajando a vivir en los valles. Porque
la subida y bajada de los lupercos por la calle que llaman Vía Sacra así la
interpretan, diciendo que significan los hombres que por la inundación de las
aguas subieron a las cumbres de los montes, y al volver ésta a su antiguo cauce
descendieron aquéllos a los llanos.
Por estos tiempos dicen que
Dionisio, que también se llama Padre Liber, tenido por dios después de su muerte,
descubrió en la tierra de Atenas el uso de la vid a un huésped suyo.
Por entonces se establecieron
asimismo los juegos músicos dedicados a Apolo Délfico para aplacar su ira, por
cuya causa pensaban que habían padecido esterilidad las provincias de Grecia, porque
no defendieron su templo, quemado por el rey Danao cuando hizo guerra a
aquellas tierras. Y que le instituyesen estos juegos, el mismo lo advirtió con
su oráculo; pero en la tierra de Atenas el primero que le dedicó juegos fue el
rey Erictonio, en los cuales a los vencedores les daban por premio aceite, porque
dicen que Minerva fue la inventora y descubridora del fruto de la oliva, así como
Liber del vino.
Por este tiempo, Janto, rey de
Creta, cuyo nombre hallamos diferente en otros, dicen que robó a Europa, de la
cual tuvo a Radamanto, Sarpedón y Minos, los cuales, sin embargo, es fama común
que son hijos de Júpiter, habidos en esta mujer. Pero los que profesan la
religión de semejantes dioses, lo que hemos insinuado del rey dé Creta lo
juzgan verdadera historia; y lo que cuentan de Júpiter los Poetas, resuena en
los teatros y celebran los pueblos, lo consideran como vanas fábulas, para que hubiese
materia para inventar juegos que aplacasen a los dioses, aun imputándoles
culpas falsas.
Por estos tiempos corría la fama
de Hércules en Tyria; pero éste fue otro, no aquel de quien hablamos arriba; porque
en la historia más secreta y religiosa se refiere que hubo muchos Líberos
padres y muchos Hércules. De este Hércules cuentan doce hazañas muy heroicas, entre
las cuales no insertan la muerte del africano Anteo, por pertenecer esto al
otro Hércules. Refieren en sus historias que él mismo se quemó en el monte Oeta,
no habiendo podido sufrir y llevar con paciencia, y con aquella virtud y valor
heroico con que había sujetado los monstruos, la enfermedad que padecía.
Por estos tiempos el rey, o, por
mejor decir, el tirano Busiris, sacrificaba sus huéspedes a sus dioses, Dicen
que fue hijo de Neptuno, tenido de Libia, hija de Epapho; pero no creemos que
Neptuno cometió este estupro, ni acusamos a los dioses, sino atribúyase a los
poetas y teatros, para que haya materia con que aplacar a aquéllos.
De Erictonio, rey de los
atenienses, en cuyos últimos anos se halla que murió Josué, dicen que fueron
sus padres Vulcano y Minerva; mas por cuanto quieren que Minerva sea doncella, explican
que en la controversia y debate que tuvieron ambos, jugueteando Vulcano, con el
movimiento violento de los saltos, cayó su semilla en la tierra, y a lo que
nació de esta semilla le pusieron aquel nombre; porque en griego eris significa
lid o porfía, y cton, la tierra, y de estos dos se compuso el nombre de
Erictonio.
Con todo, lo que no debe
olvidarse es que los más doctos refutan y niegan estas sutilezas de sus dioses,
diciendo que esta opinión fabulosa nació de que se halló el muchacho expuesto
en un templo que había en Atenas dedicado a Vulcano y Minerva, enroscado en una
sierpe lo que significó, que había de ser un grande héroe, y porque el templo
era común y se ignoraba quiénes eran sus padres, se dijo ser hijo de Vulcano y
de Minerva,
Sin embargo, la otra que es
fábula, nos declara y manifiesta con más claridad el origen de su nombre, que
no ésta que es la historia. Pero qué nos importa, que en sus libros verdaderos
enseñen esto a los hombres religiosos, si en los juegos falsos y engañosos
deleitan con aquello a los inmundos demonios, a quienes, sin embargo, los
religiosos gentiles adoran y reverencian como a dioses? Y cuando nieguen de
ellos todas estas cosas, no pueden absolverlos totalmente de la culpa, pues
pidiéndolo ellos establecen y celebran unos juegos, en los que se representa
con torpezas lo que al parecer con prudencia y discreción se niega. Y
advirtiendo al mismo tiempo que con estas falsedades y disoluciones se aplacan
los dioses, aunque la fábula nos cuente el crimen que falsamente, imputan a los
dioses, el deleitarse con la culpa, aunque sea falsa, es culpa verdadera.
CAPITULO XIII: De las fabulosas ficciones que inventaron al tiempo que comenzaron los hebreos a gobernarse por sus jueces.
Después de la muerte de Josué, el
pueblo de Dios comenzó a gobernarse por jueces, en cuyos tiempos gustaron en ocasiones
de la adversidad y calamidades por sus pecados, y a veces de la prosperidad en
los consuelos por la misericordia de Dios.
Por este tiempo se inventaron
algunas fábulas: la de Triptolemo, quien, por mandato de Ceres, conducido por
unas sierpes que volaban, trajo trigo por el aire en ocasión que había escasez
y carestía; la del Minotauro, que dicen fue una bestia encerrada en el
laberinto, en el cual, luego que entraban los hombres, por los enredos y
confusión de los lugares que se veían dentro, ya no podían salir; la de los
Centauros, que dicen fue cierta especie de animal, compuesto de hombre y
caballo; la del Cerbero, que es un perro de tres cabezas, que hay en los
infiernos; la de Frigio y Helles, su hermana, de los cuales dicen que, llevados
sobre un carnero, volaban; la de la Gorgona, que dicen tuvo las crines
serpentinas, convirtiendo en piedras a los que la miraban; la de Belerofonte, que
anduvo en un caballo que volaba con alas, llamado Pegaso; la de Anfión, que con
la suavidad de su cítara, dicen, ablandó y atrajo las piedras; la de Dédalo y
de su hijo Icaro, que poniéndose unas alas, volaron; la de Edipo, de quien
cuentan que a un monstruo llamado Esfinge, que tenía el rostro humano y era una
bestia de cuatro pies, habiéndole resuelto un enigma que solía proponer como
irresoluble, hizo que se despeñase y pereciese; la de Anto, a quien mató
Hércules, que dicen fue hijo de la tierra, por lo cual, creyendo y tocando la
tierra, acostumbraba a levantarse más fuerte, y así otras que acaso me habré
dejado.
Estas fábulas que hubo hasta la
guerra de Troya, en la que Marco Varrón concluyó su libro segundo del origen de
la nación romana, las fingieron así los ingenios perspicaces de los hombres, estresacando
noticias de algunos sucesos que acaecieron, y constaban las historias, agregando
las injurias y oprobios imputados a los dioses. Así fingieron de que Júpiter
robó al hermoso joven Ganímedes (cuya execrable maldad la cometió el rey
Tántalo, y la fábula la atribuye a Júpiter), y que descendiendo en una lluvia
de oro durmió a Danae; en lo que se entiende que con el oro conquistó la
honestidad de aquella mujer; cosa que o sucedió o se fingió en aquellos siglos
heroicos, o habiéndolo hecho otros, se supuso y atribuyó a Júpiter.
No puede ponderarse cuán
impíamente han opinado de los ánimos y corazones de los hombres, suponiendo que
pudieran sufrir con paciencia estas mentiras; pero, qué digo sufrirías!, si tos
hombres las adoptaron también gustosamente, siendo así que con cuanta más
devoción reverencian a Júpiter, con tanto más rigor debieran castigar a los que
se atrevieron a decir de él tales torpezas. Pero no sólo no se indignan contra
los que supusieron semejantes patrañas, sino que si no representaran tales
ficciones en los teatros, pensaran tener enojados e indignados a los mismos
dioses.
Por estos tiempos Latona dio a
luz a Apolo, no aquel a cuyos oráculos dijimos arriba que solían acudir las
gentes de todas partes, sino aquel de quien sé refiere que con Hércules
apacentó los rebaños del rey Admeto; a quien, sin embargo, de tal suerte le
tuvieron por dios, que muchos, y casi todos, piensan que éste y el otro fue un
mismo Apolo.
Por entonces también el padre
Libero o Baco hizo guerra a la India, y trajo en su ejército muchas mujeres que
llamaban bacantes, no tan ilustres y famosas por su virtud y valor como por su
demencia y furor. Alguno escriben que fue vencido y preso este Libero, y otros
que fue muerto en una batalla por Perseo, y hasta señalan el lugar donde fue
sepultado, y, con todo, en honor de su nombre, como si fuera Dios, han
instituido los impuros demonios unas solemnidades religiosas, o, por mejor decir,
unos execrables sacrilegios que llaman bacanales. De cuya horrible torpeza, después
de transcurridos tantos años, se como y avergonzó tanto el Senado que prohibió
su celebración en Roma.
Por estos tiempos, a Perseo y a
su esposa Andrómeda, ya difuntos, en tal conformidad los admitieron y colocaron
en el cielo, que no se avergonzaron ni temieron acomodar y designar sus
imágenes a las estrellas, llamándolas con sus propios nombres.
CAPITULO XIV: De los teólogos poetas.
En este mismo tiempo hubo también
poetas que se llamaron teólogos porque componían versos en honor y elogio de
los dioses; pero de unos dioses que, aunque fueron hombres sabios, fueron
hombres o eran elementos de este mundo, que hizo y crió el Dios verdadero, o
fueron puestos en el orden de algunos principados y potestades, según la
voluntad del que los crió y no según sus méritos.
Y si entre tantas cosas vanas y
falsas dijeron alguna del único y solo Dios verdadero, adorando juntamente con
él a otros que no son dioses y haciéndoles el honor que se debe solamente a un
solo Dios, sin duda que no le adoraron legítimamente, además de que tampoco
éstos pudieron abstenerse de la infamia e ignominia fabulosa de sus dioses
Entre estos teólogos poetas
cítanse a Orfeo, Museo y Lino, quienes adoraron a los dioses, y ellos no fueron
adorados por dioses, aunque; no sé como la ciudad de los impíos suele hacer, que
presida Orfeo en las solemnidades sagradas, o, por mejor decir, en los
sacrilegios que se celebran y dedican al infierno. Habiendo perecido la mujer
del rey Athamante, llamada Ino, y despeñándose su hijo Melicertes
voluntariamente al mar, la opinión de los hombres los divinizó y puso en el
número de los dioses, como lo hizo igualmente con otros hombres de aquel tiempo,
entre los cuales fueron Cástor y Pólux. Los griegos llamaron a la latinos, Matuta,
y unos y otros la tuvieron por diosa.
CAPITULO XV: Del fin del reino de los argirvos, que fue cuando entre los laurentes, Pico, hijo de Saturno, sucedió el primero en el reino de su padre.
Por estos tiempos se acabó el
reino de los argivos, habiéndose transferido a Micenas, de donde fue Agamenón, y
tuvo su origen el reino de los laurentes, donde el primero que reinó fue Pico, hijo
de Saturno, siendo juez entre los hebreos Débora, mujer, aunque por su medio
gobernaba aquella república el Espíritu Santo, y asimismo era profetisa, cuya
profecía es tan oscura que apenas podríamos manifestar aquí que fue relativa a
Cristo sin consumir mucho tiempo en exponerla.
Ya reinaban los laurentes en
Italia, de quienes se deduce con más claridad el origen de los romanos después
de los griegos, y,. sin embargo, permanecía todavía el reino de los asirios, en
el cual reinaba Lampares, su rey XXIII, habiendo principiado Pico a ser el
primero de los laurentes.
De Saturno, padre de éste, vean
lo que opinan los que adoran semejantes dioses, que niegan fuese hombre; y de
quien escriben otros que reinó también en Italia antes que Pico, su hijo. Y
Virgilio lo insinúa bien claro en estas expresiones: Éste civilizó a la gente
indócil e inculta que vivía derramada por las asperezas de los montes, dándoles
leyes para la dirección de sus acciones, y quiso mejor que aquel país se
llamase Lacio, esto es, escondrijo, porque seguramente había estado escondido
en él; y según la voz de la fama en su tiempo, esto es, reinando él, florecieron
los siglos de oro.
Pero dirán que esto es ficción
poética, y que el Padre de Pico fue realmente Esterces, el cual, siendo un
hombre muy intruido en la agricultura, dicen que halló el secreto de cómo
debían fertilizarse los campos con el excremento de los animales el cual de su
nombre se llamó estiércol. Del mismo modo dicen algunos que se llamó éste
Estercucio; pero por cualquier motivo que hayan querido llamarle Saturno, a lo
menos con razón, a Esterces o Estucio le hicieron dios de la agricultura Y
asimismo a Pico, su hijo, le colocaron en el número de otros tales dioses y de
él aseguran haber sido famoso agorero y gran soldado.
A Pico sucedió su hijo Fauno, segundo
rey de los laurentes, a quien igualmente tienen o tuvieron por dios, y a todos estos
hombres, después de su muerte, los honraron como a dioses antes de la guerra de
Troya.
CAPITULO XVI: De Diómedes, a quien después de la destrucción de Troya pusieron en el número de los dioses, cuyos compañeros dicen que se convirtieron en aves.
La ruina de Troya, celebrada y
cantada por todo el orbe, tanto que hasta los niños la sabían, por su grandeza
y por la excelencia del ingenioso lenguaje de los escritores, se extendió y
divulgó. Sucedió, reinando ya Latino hijo de Fauno, de quien tomó nombre el
reino de los latinos, cesando ya de llamarse de los laurentes.
Los griegos, victoriosos, dejando
asolada a Troya y regresando a sus casas, padecieron un fuerte descalabro en el
camino, siendo rotos y deshechos con diversas y fatales pérdidas y desastres, y,
sin embargo, aun con algunos de ellos acrecentaban el número de sus dioses, pues
instituyeron por dios a Diómedes y por disposición y castigo del cielo, dicen, que
no volvió a su tierra; afirmando también que sus compañeros se convirtieron en,
aves y testificando este suceso, no con ficción fabulosa o poética, sino con
autoridad histórica; a los cuales compañeros, siendo ya dios, según creyeron
los ilusos, no les pudo restituir la forma humana, o a lo menos, como recién
entrado en el cielo, no pudo conseguir esta gracia de su rey Júpiter.
Además, aseguran haber un templo
suyo en la isla Diomedea, no muy distante del monte Gargano, situado en Apulia,
y que estas aves andan volando alrededor de este templo, y que asisten allí continuamente,
ocupándose en un ministerio tan santo y admirable como es tomar aguas en los
picos y rociarle; y si acontece llegar allí algunos griegos, o descendientes de
griegos, no sólo están, quietas, sino que los halagan y acarician; pero si
acaso llegan otros de otra nación, acometen a sus cabezas y los hieren tan
gravemente que a veces los matan; porque aseguran que con sus fuertes y grandes
picos están suficientemente armadas para poder realizar esta empresa.
CAPITULO XVII: Lo que creyó Varrón de las increíbles transfiguraciones de los hombres.
En confirmación de esto, refiere
Varrón otras particularidades no menos increíbles de aquella famosísima maga, llamada
Circe, que convirtió los compañeros de Ulises en bestias; y asimismo de los
arcades, que, llevados por suerte, atravesaban a nado un estanque donde se
transformaban en lobos y con otras fieras semejantes pasaban su vida por los
desiertos de aquella región; pero si acontecía que no comiesen carne humana, otra
vez al cabo de nueve años, volviendo a pasar a nado el mismo estanque, recobraban
su primera forma de hombres.
Finalmente, refiere asimismo en
particular de cierto hombre llamado Demeneto, que habiendo comido del
sacrificio que los arcades solían hacer a su dios Lico, inmolándole un niño, se
convirtió en lobo, y que pasados diez años, vuelto a su propia figura, se había
ejercitado en el arte de la lucha, saliendo victorioso en los juegos olímpicos.
No por otra causa piensa el
historiador que en Arcadia llamaron Liceo a Pan y a Júpiter, sino por la
transformación de hombres en lobos, la cual entendían que no podía hacerse sino
con virtud divina; porque lobo en griego se dice lycos, de donde Parece haberse
derivado el nombre de Liceo.
También dice que los lupercos
romanos nacieron de la semilla de estos misterios.
CAPITULO XVIII: Qué es lo que debe creerse de las transformaciones que, por arte o ilusión de los demonios, parece a los hombres que realmente se hacen.
Pero acaso los que leyesen esto
gustarán saber lo que decimos y sentimos acerca de un embeleso y engaño tan
grande de los demonios, y lo que deben hacer los cristianos cuando oyen que los
ídolos de los gentiles hacen milagros. Lo que diremos es que debe huirse de en
medio de Babilonia. Este precepto profético debe entenderse espiritualmente, de
forma que de la ciudad de este sitio, que, sin duda, es una sociedad e ángeles
malos y hombres impíos, nos apartemos, siguiendo la verdadera fe, que obra por
amor, con sólo aprovechar, espiritualmente en Dios vivo.
Cuanto mayor viésemos que es la
potestad de los demonios en estas cosas terrenas, tanto más firmemente debemos estar
asidos del Medianero, porque subimos de estas cosas bajas y despreciables a las
sumas y necesarias. Pues si dijésemos que no debe darse crédito a semejantes
sutilezas, no falta ahora quien diga que sucesos como éstos, o los ha oído por
muy ciertos, o los ha visto por experiencia, pues aun nosotros, estando en
Italia, hemos oído algunas cosas como éstas de una provincia de aquellas
regiones, donde decían que las mesoneras, instruidas en tales artes malas, solían
dar en el queso a los viajeros que querían o podían cierta virtud con que
inmediatamente se convertían en asnos, en que conducían lo que necesitaban, y, concluida
su comisión, volvían en sí y a su antigua figura, y que no por eso su alma se
transformaba en bestias, sino que se les conservaba la razón y humano discurso;
así como Apuleyo, en los libros que escribió del Asno de oro, enseñó, o fingió
haber sucedido a si mismo, que, tomando el brebaje o porción destinada a este
efecto, quedando en su estado la razón del hombre, se convirtió en asno estas
transformaciones, o son falsas, o tan inusitadas, que, con razón no merecen
crédito.
Sin embargo, debemos creer
firmemente que Dios Todopoderoso puede hacer todo cuanto quiere, ya sea
castigando, ya sea premiando, y que los demonios no pueden obrar maravilla
alguna, atendida solamente su potencia natural (porque ellos son asimismo en la
naturaleza ángeles, aunque por su propia culpa malignos y reprobados), sino lo
que el Señor les permitiere, cuyos juicios eternos muchos son ocultos, pero ninguno
injusto.
Aunque los demonios no crían ni
pueden criar naturaleza alguna cuando hacen algún portento, como los que ahora tratamos,
sino que sólo en cuanto a la apariencia mudan y convierten lo que ha criado el
verdadero Dios, de manera que nos parezca lo que no es.
Así que por ningún pretexto
creerá que los demonios puedan convertir realmente con ningún arte ni potestad,
no sólo el alma, pero ni aun el cuerpo humano en miembros o formas de bestias, sino
que la fantasía humana, que varía también, imaginando o soñando innumerables
diferencias de objetos y, aunque no es cuerpo, con admirable presteza imagina
formas semejantes a los cuerpos, estando adormecidos u oprimidos los sentidos
corpóreos del hombre puede hacerse que llegue por un modo inefable y que se
represente en figura corpórea el sentido de los otros, estando los cuerpos de
los hombres, aunque vivos, predispuestos mucho más gravemente y con más
eficacia que si tuvieran los sentidos cargados y oprimidos de sueño.
Y que aquella representación
fantástica, como si fuera corpórea, se aparezca y represente en figura de algún
animal a los sentidos de los otros, y que a sí propio le parezca al hombre que
es tal como le pudiera suceder y parecer en suelos, y que le parezca que trae a
cuestas algunas cargas, cuyas cargas, si son verdaderos cuerpos, los traen los
demonios para engañar a los hombres, viendo por una parte los verdaderos
cuerpos de las cargas, y por otra los falsos cuerpos de los jumentos.
Porque cierto hombre, llamado
Prestancio, contaba que le había sucedido a su padre, que, tomando en su casa
aquel hechizo o veneno en el queso, se tendió en su cama como adormecido al
cual, sin embargo, de ningún modo pudieron despertar, y decía que al cabo de
algunos días volvió en sí como quien despierta, y refirió como sueño lo que
había padecido, es a saber: que se había vuelto caballo y que habla acarreado y
conducido a los soldados, en compañía de otras bestias y jumentos, su vianda, que
en latín se dice retica, porque se lleva en las redes, o mochilas; todo lo cual
se supo que había sucedido así como lo contó, y a él, sin embargo, le parecía
haber soñado.
También refirió otro que estando
en su casa, de noche, antes de dormirse, vio venir hacia él un filósofo muy
amigo suyo, quien le declaró algunos secretos y doctrinas de Platón, las cuales,
pidiéndoselo antes, no se las había querido declarar. Y preguntándole al mismo
filósofo por qué había hecho en casa del otro lo que, rogándoselo, no había
querido hacer en la suya propia, no lo hice yo, dice, sino que soñé haberlo
hecho. Así se presentó al que velaba por imagen fantástica lo que el otro soñó.
Estas simplezas llegaron a mi noticia, contándolas, no alguno a quien creyera
indigno de darle crédito, sino personas que imagino no mentirían.
Y por eso, lo que dicen y
escriben de que en Arcadia los dioses, o por mejor decir, los demonios, suelen
convertir a los hombres en lobos, y que con sus encantamientos transformó Circe
a los compañeros de Ulises del modo que va he dicho, me parece que pudo ser, si
es que así fue, y que las aves de Diómedes, supuesto que dicen que todavía dura
su generación sucesivamente, no fueron convertidas de hombres en aves, sino que
presumo las pusieron en lugar de aquella gente que se perdió o murió, como
pusieron allá a la cierva en lugar de Ifigenia, hija del rey Agamenón; pues
para los demonios no son dificultosos semejantes engaños cuando Dios se los
permite Come hallaron después viva aquélla doncella, fue fácil de entender que
en su lugar pusieron la cierva; pero los compañeros de Diómedes, porque de
repente desaparecieron, y después jamás los vieron, pereciendo, por sus culpas,
a manos de los ángeles malos, creyeron los crédulos que fueron transformados en
aquellas aves, que ellos trajeron allí de otras partes donde las había y de
improviso las pusieron en lugar de los muertos
Y acerca de lo que dicen que en
los picos traen agua, rocían y purificar el templo de Diómedes, que acariciar a
los griegos y persiguen a las otras naciones, no es maravilla que sucedió así
por instinto de los demonios, pues a ellos toca el persuadir que Diómedes fue
hecho dios para engañar a los hombres, a fin de que adoren muchos dioses falsos
en perjuicio del verdadero Dios, y sirvan con templos, altares, sacrificios y
sacerdotes (todo lo cual cuando es correspondiente y bueno, ni se debe sino a
un solo Dios vivo y verdadero), hombres muertos, que ni cuando vivieron, vivieron
verdaderamente.
CAPITULO XIX: Que Eneas vino a Italia en tiempo que Labdón era juez entre los hebreos.
Por este tiempo, después de
entrada a sangre y fuego y arruinada Troya, vino Eneas con una armada de veinte
naves, en las que se habían embarcado las reliquias de los troyanos, a Italia, reinando
allí Latino; en Atenas, Menestheo; en Sicionia, Polífices; en Asiria, Tautanes,
y siendo juez entre los hebreos Labdón.
Muerto Latino, reinó Eneas tres
años, reinando los referidos reyes en los mismos pueblos, a excepción de
Sicionia, donde a la sazón reinaba ya Pelasgo, y entre los hebreos era juez
Sansón, del que como fue tan fuerte y valeroso, se creyó haber sido Hércules. Como
Eneas no pareció cuando murió, le hicieron su dios los latinos.
Los sabinos, a su primer rey, Sango,
o como otros le llaman, Santo, le pusieron asimismo en el catálogo do los
dioses.
Por el mismo tiempo, Codro, rey
de Atenas, se ofreció de incógnito a los peloponesos, enemigos de sus vasallos,
para que le matasen, y así sucedió; y de este modo blasonan que libertó a su
patria; porque los peloponesos supieron por un oráculo que saldrían victoriosos
si lograban no matar al rey de contrarios; pero éste los engañó, vistiéndose un
traje común y provocándolos a que le matasen, trabando con ellos una pendencia.
De aquí la frase de Virgilio las pendencias de Codro. También a éste le
honraron los atenienses con sacrificios como a dios.
Siendo rey cuarto de los latinos
Silvio, hijo de Eneas (no tenido de Creusa, cuyo hijo fue Ascanio, el tercero
que allí reinó, sino de Lavinia, hija de Latino, quien dicen haber nacido
después de muerto su padre Eneas), y reinando en Asiria Oneo el XXIX, en Atenas
Melanto el XVI, y siendo juez entre los hebreos el sacerdote Helí, se acabó el
reino de los sicionios, el cual aseguran que duró novecientos cincuenta y nueve
años.
CAPITULO XX: De la sucesión del reino de los israelitas después de los jueces.
Después, reinando los mismos en
los insinuados pueblos, concluido el gobierno republicano de los jueces, principió
el reino de los israelitas en Saúl, en cuyo tiempo floreció el profeta Samuel, desde
el cual comenzó a haber entre los latinos los reyes que llamaban silvios, por
el hijo de Eneas, que se llamó Silvio.
Los demás que procedieron de él, aunque
tuvieron sus nombres peculiares, sin embargo, no dejaron este sobrenombre, así
como mucho después vinieron a llamarse césares los que sucedieron a Julio César
Augusto.
Habiendo, pues, reprobado Dios a
Saúl para que no reinase ningún descendiente suyo muerto el sucedió en el reino
David, cuarenta años después que empezó a reinar el impío Saúl. Entonces los
atenienses, después de la muerte de Codro, dejaron de tener reyes y comenzaron
a tener magistrados para gobernar la república
Después de David, que reinó
también cuarenta años, su hijo Salomón fue rey de los israelitas, el cual
edificó el suntuoso y famoso templo de Jerusalén; en cuyo tiempo entre los
latinos se fundó la ciudad de Alba, de la cual en lo sucesivo comenzaron a
llamarse los reyes, no de los latinos, sino de los albanos, aunque era en el
mismo Lacio.
A Salomón sucedió su hijo Roboán,
en cuyo tiempo el pueblo de Dios se dividió en dos parcialidades, y cada una de
ellas comenzó a tener sus respectivos reyes.
CAPITULO XXI: Cómo entre los reyes del Lacio, el primero, Eneas, y el duodécimo Aventino, fueron tenidos por dioses.
En el Lacio, después de Eneas, a
quien hicieron dios, hubo once reyes, sin que a ninguno de ellos constituyesen
por dios; pero Aventino, que es el duodécimo, habiendo muerto en la guerra y
sepultándole en aquel monte que hasta la actualidad se llama Aventino, de su
nombre, fue añadido al número de los dioses, que ellos asimismo se formaban, aunque
hubo otros que no quisieron escribir que le mataron en la guerra, sino dijeron
que no pareció, y que tampoco el monte se llamó así de su nombre, sino por la
venida de las aves, le pusieron Aventino.
Después de éste no lucieron dios
alguno en el Lacio, Sino a Rómulo, fundador de Roma, y entre éste y aquél se
hallan dos reyes, el primero de los cuales, por nombrarle con las mismas
palabras de Virgilio, diremos: Es Procas el valiente, gloria y honor de la
gente troyana. En cuyo tiempo, porque ya, en algún modo se iba disponiendo el
principio y origen de la ciudad de Roma, aquel reino de los asirios, que en
grandeza excedía a todos, acabó al fin, habiendo durado tanto. Porque se
trasladó a los medos casi después de mil trescientos cinco años, contando
también el tiempo de Belo, padre de Nino, que fue el primero que reinó allí, contentándose
con un pequeño reino.
Procas reinó antes de Amulio, y
éste hizo incluir entre las religiosas vírgenes vestales a una hija de su hermano
Numitor, llamada Rea, que se decía también Ilia, la cual vino a ser madre de
Rómulo. Suponen que concibió de Marte dos hijos gemelos, honrando y excusando
de este modo su estupro, y apoyándolo con que a los muchachos o niños expuestos
los crió una loba. Porque este género de animales sostienen que pertenece a Marte,
para que efectivamente se área que les dio los pechos a los niños porque
conoció que eran hijos de Marte, su señor; aunque no falta quien diga que
estando los niños expuestos a la fortuna, llorando amargamente, los recogió al
principio cierta ramera, que fue la primera que les dio de mamar. Entonces a
las rameras llamaban lupas o, lobas, y así los lugares torpes donde ellas
habitaban se llaman aun ahora lupanares. Consta en la historia que estos
tiernos infantes vinieron después a poder del pastor Faústulo, cuya esposa, Acca,
los crió. Aunque qué maravilla es que para confusión y corrección de un rey de
la tierra, que inhumanamente los mandó echar al agua, quisiera Dios librar
milagrosamente a aquellos niños, por quienes había de ser fundada una ciudad
tan grande, y socorrerlos por medio de una fiera que les diese de mamar? A Amulio
sucedió en el reino del Lacio su hermano Numitor, abuelo de Rómulo, y en el ano
primero, del reinado de Numitor se fundó la ciudad de Roma, por lo cual en lo
sucesivo reinó Numitor juntamente con su nieto Rómulo.
CAPITULO XXII: Cómo Roma fue fundada en el tiempo que feneció el reino de los asirios, reinando Ecequías en Judea.
Por no detenerme demasiado, diré
que se fundó la ciudad de Roma como otra segunda Babilonia, y como una hija de
la primera Babilonia, por medio de la cual fue Dios servido conquistar todo el
ámbito de la tierra, y ponerle en paz, reduciéndole todo bajo el gobierno de
una sola república y bajo unas mismas leyes. Estaban ya entonces los pueblos
poderosos y fuertes, y las naciones acostumbradas al ejercicio de las armas, de
forma que no se rindieran fácilmente, y era necesario vencerlos con gravísimos
peligros, destrucciones y asolaciones de una y otra parte, y con horrendos
trabajos.
Cuando el reino de los asirios
sujetó a casi toda el Asia, aunque se hizo con las armas, no pudo ser con
guerras tan ásperas y dificultosas, porque todavía eran rudas y bisoñas las
gentes para defenderse, y no tan numerosas y fuertes. Porque desde el grande y
universal Diluvio, cuando en el Arca de Noé se salvaron sólo ocho personas, no
habían pasado más de mil años cuando Nino sujeto a toda el Asia, a excepción de
la India; pero Roma, a tantas naciones como vemos sujetas al Imperio romano, así
del Oriente como del Occidente, no las domó con aquella misma presteza y
facilidad, porque por cualquiera parte que se iba dilatando y creciendo, poco a
poco las halló robustas y belicosas.
Al tiempo, pues, que se fundó
Roma, hacía setecientos dieciocho años que el pueblo de Israel estaba en la
tierra de Promisión; de los cuales, veintisiete pertenecen a Josué, y de allí
adelante los trescientos veintinueve al tiempo de los jueces. Y desde que
principió a haber allí reyes, han transcurrido trescientos sesenta y dos años, reinando
entonces en Judá Achaz, o, según la cuenta de otros, Ezequías, que sucedió a
Achaz; del cual consta que, siendo un príncipe lleno de bondad y religión, reinó
en los tiempos de Rómulo. Y en la otra parte del pueblo hebreo, que se llamaba
Israel, había empezado a reinar Oseas.
CAPITULO XXIII: De la sibila Erithrea, la cual, entre las otras sibilas, se sabe que profetizó cosas claras y evidentes de Jesucristo.
Por este tiempo dicen algunos que
profetizó la sibila Erithrea. De las Sibilas, escribe Varrón que fueron muchas
y una sola. Esta Erithrea escribió, efectivamente, algunas profecías bien
claras sobre Jesucristo, las cuales también nosotros las tenemos en el idioma
latino en versos mal latinizados; pero no consta si todos ellos son suyos, como
después llegué a entender. Porque Flaviano, varón esclarecido, que fue también procónsul,
persona muy elegante y de una dilatada instrucción en las ciencias, hablando un
día conmigo de Cristo, sacó un libro diciendo que eran los versos de la sibila
Erithrea, mostrándome un lugar donde en los principios de los versos habla
cieno orden de letras dispuestas en tal conformidad, que decían así: JesusChristos
Ceu Yos Soter, que quiere decir en el idioma latino: Jesus-Christus, Dei Filius
Salvator; Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador del mundo.
Estos versos, cuyas primeras
letras hacen el sentido que he explicado, del mismo modo que los interpretó un
sabio en versos latinos, que existen, contienen lo que sigue: Sudará la tierra,
será señal del juicio. Del Cielo bajará el Rey Sempiterno, vestido como esta de
carne, a juzgar a todos los hombres; en cuyo acto verán los fieles y los
infieles a Dios al fin del Siglo sentado en un elevado trono, y acompañado de
los santos. Delante de cuya presencia se presentarán las almas con sus propios cuerpos
para ser juzgadas; estará el orbe inculto con espesos matorrales, desecharán
los hombres los simulacros, y todas las riquezas y tesoros escondidos. Abrasará
la tierra el fuego, y discurriendo por el cielo y por el mar, quebrantará las
puertas del tenebroso infierno. Entonces todos los cuerpos de los santos, puestos
en libertad, gozarán de la luz; y a los malos y pecadores los abrasará la llama
eterna. Todos descubriendo los secretos de sus conciencias, confesarán sus
culpas, y Dios pondrá patente lo más escondido del corazón. Habrá llantos, estridor
y crujido de dientes. Se oscurecerá el sol, y las estrellas perderán su alegría.
Se deshará el cielo, la luna perderá su resplandor. Abatirá los collados, y
alzará los valles; no habrá en las cosas humanas cosa alta ni encumbrada. Se
igualarán los montes con los campos, el mar no podrá se surcado ni navegado; la
tierra se abrasará con rayos, las fuentes y los ríos se secarán con la
violencia del fuego. Entonces sonará desde el cielo la trompeta con eco
lamentable y triste, llorando la culpa del mundo, sus dolores y trabajos; y
abriéndose la tierra, descubrirá el profundo caos del abismo infernal Los reyes
comparecerán ante el Tribunal del Señor. Lloverá el Cielo fuego, mezclado con
arroyos de azufre. En estos versos latinos, traducidos imperfectamente del
griego, no se pudo encontrar el sentido que se encuentra cuando vienen a unirse
las letras con que principian los versos, donde en el griego se pone la letra
ypsilón, por no haberse podido hallar palabras latinas que comenzasen con esta
letra y fuesen a propósito para el sentido. Estos son tres versos, el 5, el 18
y el 19. En efecto, si uniésemos todas las letras que se hallan en el principio
de todos los versos, sin que leamos las tres que hemos dicho, sino que en su
lugar nos acordemos de la ypsilón; como si estuviera puesta en aquellos versos,
se hallará en cinco palabras Jesus-Christus, Dei Filius Salvator, Jesucristo
Hijo de Dios, Salvador del mundo; pero diciéndolo en el idioma griego, no en el
latino. Siendo, como son, veintisiete los versos, este número forma un ternario
cuadrado integro, porque multiplicados tres por tres hacen nueve, y si
multiplicásemos las nueve partes, para que de lo ancho se levante la figura en
alto, serán veintisiete. Y si de estas cinco palabras griegas, que son
Jesus-Christos Ceu Yos Soter, que en castellano quiere decir: Jesucristo, Hijo
de Dios, Salvador del mundo, juntásemos las primeras letras, dirán ixtios, esto
es, pez; en cuyo nombre se entiende místicamente Cristo, porque en el abismó de
la mortalidad humana, como en un caos profundo de aguas, pudo vivir, esto es, sin
pecado.
Esta sibila, ya sea la Erithrea, o,
como algunos opinan, la Cumana, no sólo no tiene en todo su poema, cuya mínima
parte es ésta, expresión alguna que pertenezca al culto de los dioses falsos, sino
que de tal manera raciocina contra ellos y contra los que los adoran, que
parece que nos obliga a que la pongamos en el número de los que tocan a la
Ciudad de Dios.
Lactancio Firmiano, en sus obras,
pone igualmente algunas profecías de la sibila que hablan de Cristo, aunque no
declara su nombre; pero lo que él puso por partes, a mi me pareció ponerlo todo
junto, como si fuera una profecía larga, la que él refirió como muchas, concisas
y compendiosas. Dice: El vendrá a manos inicuas e infieles. Darán a Dios
bofetadas con manos sacrílegas, y de sus inmundas bocas le arrojarán venenosas
salivas. Ofrecerá el Señor sus santas espaldas para ser azotadas. Y siendo abofeteado,
callará, porque acaso ninguno sepa quién es, ni de dónde vino a hablar a los
mortales, y le coronarán con corona de espinas. Le darán a comer hiel, y a
beber vinagre, y mostrarán con estos manjares su bárbara inhumanidad. Porque tú,
pueblo ciego y necio, no conociste a tu Dios, disfrazado a los ojos de los
mortales; antes le coronaste de espinas, y le diste a beber amarga hiel. Él
velo del templo se rasgará, y al mediodía habrá una tenebrosa noche, que durará
tres horas. Y morirá con muerte, echándose a dormir por tres días, y después, volviendo
de los infiernos, resucitará, siendo el primero que mostrará a los escogidos el
principio de la resurrección.
Estos testimonios de las sibilas
alegó Lactancio en varios fragmentos y retazos, colocándolos a trechos en el
discurso de su disputa, según que le pareció que lo exigía el asunto que
intentaba probar, los cuales, sin interponer ni mezclar otra materia, los hemos
puesto a continuación en una lista, procurando solamente distinguirlos Con sus
principios, por si los que después los escribieran gustaren hacer lo mismo. Algunos
escribieron que la sibila Erithrea no floreció en tiempo de Rómulo, sino en el
que acaeció la guerra y destrucción de Troya.
CAPTULO XXIV
Cómo reinando Rómulo florecieron
los siete sabios. Al mismo tiempo las diez tribus de Israel fueron llevadas en
cautiverio por los caldeos. Muerto Rómulo, le honraron como a dios
Reinando Rómulo, escriben que
vivió Thales Milesio, uno de los siete sabios, que después de los teólogos
poetas se llamaron sofos, que en latín significa sapientes. En este mismo
tiempo las diez tribus que en la división del pueblo se llamaron Israel fueron
sojuzgadas por los caldeos y conducidas en cautiverio a aquel país quedándose
en la provincia de Judea las dos tribus que se llamaban de Judá y tenían su
corte y capital del reino en Jerusalén.
Muerto Rómulo, como tampoco
Pareciese vivo ni muerto por parte alguna, los romanos, como saben todos, le inscribieron
en el número de los dioses, lo cual había ya cesado en tanto grado (y después
tampoco, en los tiempos de los césares, se hizo por yerro de cuenta, como dicen,
sino por adulación y lisonja) que Cicerón atribuye a una particular gloria de Rómulo
haber merecido este honor, no en tiempos oscuros e ignorantes, cuando
fácilmente se dejaban engañar los hombres. sino en tiempos de mucha policía y
erudición, aunque por entonces aun no había brotado, ni se había divulgado la
sutil y aguda locuacidad de los filósofos.
Aunque en la época inmediata no
hicieron a los hombres, después de muertos, dioses, sin embargo, no dejaron de adorar
y tener por dioses a los que los antiguos habían hecho; y con simulacros y
estatuas, que no tuvieron los antiguos, acrecentaron este vana e impía
superstición, poniéndoles tal cosa en su corazón los malignos espíritus, engañándolos
también con los embustes y patrañas de sus falsos oráculos; de forma que las
supuestas culpas de los dioses, que ya como en siglo más político, ilustrado y
cortesano, no se atrevían a fingir, en los juegos públicos las representaban
con demasiada torpeza en reverencia de los mismos falsos dioses.
Después de Rómulo reinó Numa, quien
con haber querido reforzar y guarnecer aquella ciudad suntuosa con un excesivo
número de dioses, sin duda falsos, no mereció, después de muerto, que le
colocasen entre aquella turba, como si hubiese llenado el cielo con tanta
multitud de dioses, que no pudo hallar allí lugar para sí; Reinando éste en
Roma, y empezando a reinar entre los hebreos Manases, rey impío y malo, quien
aseguran que mandó quitar la vida al santo profeta Isaías, escriben también que
floreció la sibila Samia.
CAPITULO XXV: Qué filósofos florecieron reinando en Roma Tarquino Prisco, y entre los hebreos Sedecías, cuando fue tomada Jerusalén y arruinado el templo.
Reinando entre los hebreos
Sedecías, y en Roma Tarquino Prisco, que sucedió a Anco Marcio, fue llevado en
cautiverio a Babilonia el pueblo judaico, asolada Jerusalén y destruido el
famoso templo edificado por Salomón. Porque amonestándolos y reprendiéndolos
los profetas por sus abominables pecados y maldades, les anunciaron habían de
sobrevenirles estas desdichas, especialmente Jeremías, que les señaló
puntualmente hasta el número de los años que habían de vivir en dura
servidumbre.
Por aquel tiempo dicen que
floreció Pitaco Mitileno, uno de los siete sabios; y los otros cinco restantes
(a los cuales, por hacerlos siete, les añaden a Thales, de quien arriba hicimos
mención, y a Pitaco), escribe Eusebio que florecieron en tiempo que estuvo
cautivo el pueblo de Dios en Babilonia; los cuales son: Solón, ateniense; Quilón,
lacedemonio; Periandro, corintio; Cleobulo, lidio; Bías, prieneo. Todos estos, que
llamaron los siete sabios, fueron esclarecidos y famosos, después de los poetas
teólogos, porque se aventajaron a los demás hombres en cierto modo y género de
vivir virtuosa y loablemente; porque compendiaron algunos preceptos tocantes a
las costumbres, bajo la forma de adagios o sentencias breves, aunque no dejaron,
en cuanto a la literatura, escrita obra alguna, a excepción de lo que dicen, que
Solón dejó escritas algunas leyes a los atenienses; pero Thales, que fue físico,
dejó varios libros de sus dogmas.
En el mismo tiempo de la
cautividad judaica florecieron Anaximandro, Anaxímenes y Xenófanes, físicos, y
también Pitágoras, desde quien principiaron a llamarse filósofos.
CAPITULO XXVI: Cómo al mismo tiempo en que, cumplidos setenta años, se acabó el cautiverio de los judíos, los romanos también salieron del dominio de sus reyes.
Por este mismo tiempo, Ciro rey
de los persas, que lo era también de los caldeos y asirios, mitigándose algún
tanto el cautiverio de los judíos, hizo que cincuenta mil de ellos volviesen a
Jerusalén con el encargo de restaurar el templo; los cuales comenzaron
solamente a poner los primeros fundamentos y edificaron el altar; porque
inquietados y molestados por los enemigos, no pudieron continuar su obra, y la
suspendieron hasta el reinado de Darío.
Por este mismo tiempo también
sucedió lo que se refiere en el libro de Judit, el cual dicen que los judíos no
lo admiten entre las Escrituras canónicas.
Así, pues, en tiempo de Darío, rey
de los persas, cumplidos los setenta años que había anunciado el profeta
Jeremías, se concedió libertad a los judíos, eximiéndolos de su cautiverio. Reinaba
entonces Tarquino, séptimo rey de los romanos, quienes, desterrando a éste, comenzaron
a vivir libres del dominio de sus reyes; y hasta este tiempo hubo profetas en
el pueblo de Israel, los cuales, aunque han sido muchos, con todo, así entre
los judíos como entre nosotros, se hallan pocas escrituras canónicas suyas; de
ellos prometí insertar algunas en este libro cuando estaba para concluir el
anterior, y ya me parece estoy en estado de cumplir mi oferta.
CAPITULO XXVII: De los tiempos de los profetas, cuyos vaticinios tenemos por escrito, quienes dijeron muchas cosas sobre la vocación de los gentiles al tiempo que comenzó el reino de los romanos y feneció el de los asirios.
Para que podamos notar sin
equivocación los tiempos, retrocederemos algún tanto. Al principio del libro
del profeta 9seas, que es el primero de los doce profetas, se lee lo siguiente:
Lo que dijo el Señor a Oseas en tiempo de Ozías, Joathán, Achaz y Ezequías, reyes
de Judá.
Amós también escribe que
profetizó en tiempo del rey Ozías, y añade igualmente a Jeroboán, rey de Israel,
que floreció en la misma época.
Asimismo, Isaías, hijo de Amós, ya
sea este Amós el profeta que hemos indicado o, lo que es más aceptado, Otro que,
no siendo profeta, se llama ha con el mismo nombre, en el exordio de su libro
pone los mismos cuatro reyes que designó Oseas, en cuyo tiempo dice que
profetizó.
Las profecías de Miqueas se
hicieron también en estos mismos tiempos, después de los días de Ozías, pues
nombra a los tres reyes que siguen, los que nombró igualmente Oseas: a Joathán,
Achaz y Ezequías.
Estos son los qué, según resulta
de sus escritos, profetizaron a un mismo tiempo. A éstos se añade Joás, reinando
el mismo Ozías, y Joel, reinando ya, Joathán, que sucedió a Ozías. Los tiempos
en que florecieron estos dos profetas los hallamos en las Crónicas y no en sus
libros, porque ellos no hicieron mención de la época en que vivieron. Extiéndense
estos tiempos desde Proca, rey de los latinos, o desde su antecesor Aventino, hasta
Rómulo, rey ya de los romanos, o también hasta los principios del reinado de su
sucesor Numa Pompilio, pues hasta este tiempo reinó Esequias; rey de Judá.
En este era nacieron, pues, éstos,
que fueron como unas fuentes proféticas cuando feneció el reino, de los asirios
y principió el de los romanos, para que, así como al principio del reino de los
asirios fue a Abraham a quien con toda expresión y claridad se le hicieron las
promesas de que en su descendencia habían de ser benditas todas las naciones, así
también se cumpliesen al principio de la Babilonia occidental, en cuyo tiempo, y
reinando ella, había de venir al mundo Jesucristo, realizándose las promesas de
los profetas, los cuales, en testimonio y fe de un portento tan grande que
había de suceder no sólo lo dijeron, sino también lo dejaron escrito.
Aunque en casi todas las épocas
hube profetas en. el pueblo de Israel, desde que empezó a tener reyes que lo gobernasen,
sólo fueron para utilidad, de aquel, pueblo, y no de las otras naciones; pero
comenzó esta escritura profética a formarse con mayor claridad, para aprovechar
en algún tiempo a las gentes, cuando se fundaba esta ciudad de Roma, que había
de ser en lo sucesivo señora de las naciones.
CAPITULO XXVIII: Qué es lo que Oseas y Amós profetizaron muy conforme acerca del Evangelio de Cristo.
El profeta Oseas, cuanto es más
profundo y misterioso en lo que dice, con tinta más dificultad se deja penetrar
y entender; con todo, tomaremos algunas expresiones suyas y las insertaremos
aquí en cumplimiento de nuestra promesa: Y sucederá dice- que en el mismo lugar
donde se les dijo primeramente: Vosotros no sois mi pueblo, allí son llamados
hijos de Dios vivo. Este testimonio de Oseas lo entendieron igualmente los
apóstoles de la vocación del pueblo gentílico, que antes no pertenecía a Dios. Y
porque este pueblo gentílico se contiene espiritualmente en los hijos de
Abraham, por lo que con mucha propiedad se llama Israel, prosigue, y dice: Se
congregarán los hijos de Judá y los hijos de Israel en un solo pueblo, harán
que sobre los unos y los otros reine un solo príncipe, y subirán de la tierra. Si
por lo ocurrido hasta la actualidad intentáramos exponer este pasaje, se
tergiversaría el genuino sentido de la expresión profética. Sin embargo, acudamos
a la piedra angular y a aquellas dos paredes, la una de judíos y la otra de
gentiles, la una con nombre de los hijos de Judá y la otra con nombre de los
hijos de Israel, sujetos juntamente unos y otros bajo un mismo principado, y
miremos cómo suben de la tierra.
Que estos israelitas carnales, que
al presente están pertinaces y obstinados y no quieren creer en Jesucristo, han
de venir después a creer en él, es decir, sus hijos y descendientes (porque
éstos seguramente han de venir a suceder en lugar de los muertos), lo afirma el
mismo profeta diciendo: Muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin
príncipe, sin sacrificios, sin altar, sin sacerdocio y sin manifestaciones. Y
quién no advierte que así están hoy día los judíos?
Pero oigamos lo que añade: Y
después se convertirán los hijos de Israel, buscarán al Señor su Dios y a David
su rey, temerán y reverenciarán al Señor y a su bondad y majestad infinita en
los últimos días y fin del mundo. No hay cosa más clara que esta profecía, en
la cual, en nombre del rey David se entiende a Jesucristo, que nació como dice
el Apóstol-, según la carne, de la estirpe de David.
También nos anunció esta profecía
que Cristo había de resucitar al tercero día con aquella misteriosa profundidad
profética con que era justo vaticinárnoslo, donde dice: Nos sanará después de
dos días y al tercero resucitaremos; porque conforme a este presagio es lo que
dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas celestiales.
Amós habla también sobre esto
mismo así: Disponte, oh Israel!, para invocar a tu Dios, porque yo soy el que
forma los truenos, cría los vientos y el que anunció a los hombres su Cristo.
Y en otro lugar, dice: En aquel
día volveré a levantar el tabernáculo de David, que se había caído, y
reedificaré sus ruinas; lo que de él había padecido notable daño, lo levantaré
y repararé como estaba antes en tiempos antiguos; de forma que las reliquias de
los hombres y de todas las naciones que se apellidan con mi nombre me busquen; y
lo dice el mismo Señor que ha de obrar estos prodigios.
CAPITULO XXIX: Lo que profetizó Isaías de Cristo y de su Iglesia.
El profeta Isaías no es del
número de los doce profetas que llamamos menores, porque sus vaticinios son
breves y compendiosos respecto de aquellos que, por ser más extensos sus
escritos los llamamos mayores, uno de los cuales es Isaías, a quien pongo con
los dos ya citados, por haber profetizado en unos mismos tiempos. Isaías, pues,
entre las acciones inicuas que reprende, entre las justas que establece y entre
las calamidades que amenaza habían de suceder al pueblo por sus pecados, profetizó
asimismo muchas más cosas que los otros de Cristo y de su Iglesia, esto es, del
rey y de la ciudad que fundó este rey lo cual desempeña con tanta exactitud y
escrupulosidad, que algunos llegaron a persuadirse de que más es evangelista que
profeta.
Con todo, por abreviar y poner
fin a esta obra, de muchas pondré una sola aquí. Hablando en persona de Dios
Padre, dice: Mi siervo procederá con prudencia, será ensalzado y sobremanera
glorificado. Así como han de quedarse muchos absortos en verle (tan fea
pintarán los hombres su hermosura y tanto oscurecerán su gloria), así también
se llenarán de admiración muchas naciones al contemplarle, y los reyes cerrarán
su boca, porque le vivirán los que no tienen noticias de a por los profetas, y
los que no oyeron hablar de él le conocerán y creerán en él. Quién habrá que
nos oiga que nos dé crédito? Y el brazo del Señor, a quién se lo revelaron? Le anunciaremos
que nacerá pequeño, como una raíz de una tierra seca que no tiene forma ni
hermosura le vimos y no tenía figura ni gracia, sino que su figura era la más
abatida y fea de todos los hombres; un hombre todo llagado y acostumbrado a
tolerar dolencias, porque su rostro estaba desfigurado y él afrentado, sin que ninguno
hiciese estimación de él. Y realmente él llevaba sobre sí nuestros pecados, y
nosotros pensábamos que en sí mismo tenía dolores, llagas y aflicciones; pero
él, efectivamente, era llagado por nuestras culpas, afligido y maltratado por
nuestros pecados, y el castigo, causador de nuestra paz, descargaba sobre él y
con sus llagas sanábamos todos. Todos como ovejas hablamos errado, siguiendo
cada uno su error, y Dios le entregó al sacrificio por nuestros pecados; y
siendo castigado y afligido, por eso no abría su boca. Como una oveja le
conducían al sacrificio, y como un cordero inocente cuando le esquilan, así no
abría su boca; por su humildad y abatimiento, sin oírle, le condenaron a muerte.
Quién bastará para contar su vida y generación? Porque le quitarán la vida, y
por los pecados de mi pueblo le darán la muerte; les daré a los malos para que guarden
su sepultura, y a los ricos para que compren su muerte, porque él no cometió
maldad alguna, ni se halló dolo en su boca; sin embargo, quiso el Señor que lo
purgase con sus llagas. Si ofrecieres tu vida en sacrificio por el pecado, vendrás
a ver larga descendencia, y Dios dispondrá librar su alma de todo dolor, mostrarle
la luz y formarle el entendimiento, justificar al justo, que servirá para el
bien de muchos, cuyos pecados él llevará sobre sí. Por eso vendrá a tener como
herencia a muchos y repartirá los despojos de los fuertes, porque entregó su
vida en manos de la muerte y fue computado en el número de los pecadores, no
obstante haber cargado con los pecados de todos, y por haber sido entregado por
los pecados de ellos a la muerte.
Esto es lo que dice Isaías de
Cristo. Veamos lo que continúa vaticinando acerca de la Iglesia: Alégrate
-dice- estéril, la que no das a luz; regocíjate y da voces de contento, la que
no concebías, porque, dice el Señor, han de ser más los hijos qué ha de tener
la que está sola y desconsolada que la que tenía esposo. Dilata el lugar de tus
tabernáculos y ranchos e hinca fuertemente las estacas de tus tiendas: no dejes
de hacer lo que te digo; extiende tus cordeles bien a lo largo y afirma bien
las estacas. Dilátate todavía a la parte derecha y a la siniestra, porque tu
descendencia ha de heredar y poseer las gentes y has de llegar a poblar las
ciudades que estaban desiertas. No temas porque has estado confusa, ni te
avergüences porque has sido infamada y avergonzada, pues has dé venir a olvidar
para siempre la confusión y no te has de acordar más del oprobio de tu viudez, porque
el que te dispensa esta gracia es el que se llama Señor de los ejércitos y el
que te libra se llama Dios de Israel, Dios de toda la tierra. Baste lo dicho, en
lo cual se encierran ciertos enigmas misteriosos que necesitan de competente
explanación; pero presumo que será suficiente la simple narración de lo que
está tan claro que hasta los mismos enemigos, aun contra su voluntad, lo
entenderán con toda claridad.
CAPITULO XXX: De lo que profetizaron Miqueas, Jonás y Joel que pueda aludir al Nuevo.
Testamento
El profeta Miqueas, figurando a
Cristo bajo la misteriosa figura de un monte muy elevado y extenso, dice así: En
los últimos días se manifestará el monte del Señor, se establecerá sobre la
cumbre de los más empinados montes, se levantará sobre todos los collados; concurrirán
a él los pueblos, acudirán muchas gentes, y dirán: Ea, venid, subamos al monte
del Señor y a la casa del Dios de Jacob; Él nos enseñará sus caminos, y
nosotros andaremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir la ley y de
Jerusalén la palabra del Señor. Él juzgará y administrará justicia entre muchos
pueblos y pondrá freno a naciones poderosas y remotas.
Y refiriendo Miqueas el pueblo
donde había de nacer Cristo, prosigue diciendo: Y tú, Belén, casa de Efrata, pequeña
eres entre tantas ciudades como hay en Judá; sin embargo, de ti saldrá el que
será Príncipe de Israel, y su salida o aparición será desde el principio y por
toda la eternidad; por eso dejará vivir y permanecer por algún tiempo a los
judíos hasta que la que está de parto dé a luz lo que trae encerrado en su
vientre y los demás hermanos de este Príncipe que restan se conviertan y junten
con los verdaderos hijos de Israel. El permanecerá y mirará por ellos, y
apacentará su rebaño con la virtud del Señor, y vivirán en honor del Señor su
Dios, porque entonces será glorificado hasta los últimos fines de la tierra.
El profeta Jonás profetizó a
Cristo, no solamente con la boca, sino, en cierto modo, con su pasión, y sin
duda más claramente que si a voces hubiera vaticinado su muerte y resurrección.
Porque, a qué fin le metió la ballena en su vientre y le volvió á arrojar al
tercero día si no para significarnos que Cristo al tercero día había de
resucita de lo profundo del infierno?
Y aunque todo lo que predice Joel
es indispensable declararlo extensamente para que sepa lo que pertenece a
Cristo y a su Iglesia, con todo, no omitiré un pasaje suyo, del que se
acordaron también los apóstoles cuando, estando congregados los nuevos creyentes,
vino sobre ellos el Espíritu Santo, según lo había prometido Jesucristo: Y
después de esto, derramaré mi espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes
verán visiones y sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré en aquellos
días mi espíritu.
CAPITULO XXXI: Lo que se halla profetizado en Abdías, Naun y Habacuc de la salud y.
redención del mundo, por Cristo
Los tres profetas de los doce
menores, Abdías, Naun y Habacuc, ni nos dicen la época en que florecieron, ni
tampoco descubrimos por las crónicas de Eusebio y San Jerónimo el tiempo en que
profetizaron, pues aunque ponen a Abdías con Miqueas, sin embargo no lo
pusieron en el lugar donde se notan los tiempos, donde por testimonios
irrefragables consta especialmente todo lo que escriben que profetizó Miqueas, cuya
omisión imagino ha procedido de equivocación o yerro de los que copian con poco
cuidado las producciones literarias ajenas.
Al mismo tiempo confieso que tampoco
pude inflar en las crónicas que yo posesa los otros dos citados profetas; pero estando
designados en el Canon, no es justo que yo pase de largo sin, hacer mención de
ellos.
Por lo respectivo a los escritos
proféticos de Abdías, decimos que es el más breve y sucinto de todos los
profetas. Habla contra la nación Idumea, esto es, contra la descendencia de
Esaú, uno de los hijos gemelos de Isaac, nietos de Abraham, es decir, del
hermano mayor reprobado por el Señor; y si, según el método de hablar, en que
por la parte entendemos el todo, tomamos a Idumea y presumimos que en ella se
significan los gentiles, podemos entender de Cristo lo que entre otras cosas dice:
Que en el monte Sión será la salud y santidad; y poco después, al fin de su
profecía, añade: Y subirán los que se han salvado en el monte Sión para
defender el monte de Esaú y el Señor reinará en él. Es de inferir que se
verificó esta predicción cuando los que se salvaron del monte Sión, esto es, los
que de Judea creyeron en Cristo para defender el monte de Esaú. Y cómo le
defendieron, sino con la predicación del Evangelio, salvando a los que creyeron
para libertarse así de la potestad infernal de las tinieblas y transferirse a
la posesión beatífica del reino de Dios? Lo cual consecutivamente declaró, añadiendo:
Y el Señor reinará en él; porque el monte Sión significa la Judea donde se
profetizó que habla de ser la salud y la santidad, que es Cristo Jesús. El
monte de Esaú es Idumea, por la cual se nos significa la Iglesia de los
gentiles, que defendieron, como declaré, los rescatados del monte Sión, para
que reinase en ella el Señor. Era esto oscuro antes de suceder; pero después de
sucedido, qué fiel cristiano habrá que no lo reconozca?
El profeta Naun, o, mejor dicho, Dios
por él, dice: Desterraré tus escrituras y estatuas y haré que te sirvan de
sepultura, porque ya veo apresurarse por los montes los pies del que ha de
evangelizar y anunciar la paz. Celebra ya, oh Judá!, tus fiestas y acude a Dios
con tus votos porque ya; no se envejecerán más Consumado está; ya se ha acabado:
ya ha subido el que sopla en tu rostro, librándote de la tribulación. Quién sea
el que subió de los infiernos y quién el que sopló en el rostro de Judá, esto
es; de los júdios, discípulos de Jesucristo, es fácil de comprender acordándose
del Espíritu Santo los que reconocen y están sometidos al Evangelio. Porque al
Nuevo Testamento pertenecen aquellos cuyas festividades espiritualmente se
renuevan de forma que no puedan envejecer. Por medio del Evangelio vemos ya
desterradas y destruidas las esculturas y estatuas, esto es, los ídolos de los
dioses falsos; echados ya en perpetuo olvido, como si los sepultaran, y en todo
lo respectivo a este particular vemos ya cumplida esta profecía. Y Habacuc, de
qué otra venida, sino de la de Cristo, que es quien había de venir, ha de
entenderse que habla cuando dice: Y me respondió el Señor, y dijo: Escribe esta
visión de viva voz, tan claramente que la entienda con facilidad cualquiera que
la leyere, porque esta visión, aunque todavía tarde algo, se cumplirá a su
tiempo, nacerá al fin y no faltará, y si tardare, aguárdale, porque sin duda
vendrá el que ha de venir y no se detendrá más del tiempo que está determinado?
CAPITULO XXXII: De la profecía que se contiene en la.
oración y cántico de Habacuc
Y en su oración y cántico, con
quién habla Habacuc sino con Cristo Señor nuestro, cuando dice: He oído, Señor,
lo que me has hecho entender por tu revelación y me he encogido de temor. He
considerado, Señor, tus obras, y me he quedado absorto! Porque, qué otra cosa
es ésta sino una inefable admiración de la salud eterna, nueva y repentina, que
predecía había de venir a los hombres? Te darás a conocer –añade- en medio de
dos animales. Y este misterioso enigma, qué significa sino que daría a conocer
el Verbo del Padre en medio de dos testamentos, o en medio de dos ladrones, o
en medio de Moisés y Elías, cuando en el monte Tabor hablaron con el Señor? Cuando
se acercaren los años dice el historiador sagrado serás conocido: cuando llegue
su tiempo te manifestarás. Estas expresiones, porque en sí mismas son sencillas
y claras, no necesitan de exposición alguna.
Pero lo que sigue en el profeta: Cuando
se turbare mi alma, Y estuvieseis enojado contra mí, os acordareis de la misericordia,
qué quiere decir sino que tomó en sí mismo la persona de los judíos, de quienes
descendía?, los cuales, aunque turbados y ciegos, por su infernal ira, crucificaron
a Jesucristo: sin embargo, no olvidándose el Señor de su infinita misericordia,
dijo: Padre mío, perdónalos porque no saben lo que se hacen. Dios vendrá de
Theman, y el Señor de un monte sombrío y espeso. Estas palabras, en las qué
dice el profeta: vendrá de Theman, otros las entienden y dicen así: del Austro,
o del Africa, que significa el Mediodía, esto es, el fervor de la caridad y el
resplandor de la verdad. Y por el monte umbroso y fragoso, aunque puede
entenderse de varios modos, yo más gustosamente lo tomaría por la profundidad y
sentido misterioso de las Sagradas Escrituras, en las que se contienen las
profecías que hablan de Jesucristo. Porque en ellas se ven impenetrables arcanos,
predicciones sombrías, oscuras y densas que excitan el ánimo de que pretende
comprenderlas; de donde proviene que el que logra la felicidad de entenderlas y
penetrar su espíritu halla en ellas a Cristo.
Su virtud cubrió los cielos, y la
tierra está llena de sus alabanzas, qué es sino lo mismo que dice el real
Profeta: Ensalzado seas Dios sobre todos los cielos, y extiéndase tu gloria
sobre toda la tierra?
Su resplandor será como la luz, qué
significa sino que su fama ha de alumbrar a los creyentes?
Y los cuernos en sus manos, qué
es sino el trofeo de la cruz? Y puso la caridad firme y estable en su fortaleza,
no necesita de declaración alguna.
Delante de él irá el Verbo, y saldrá
al campo detrás de sus pies, qué quiere decir sino que antes de venir al mundo
fue profetizado y que después que volvió del mundo, esto es, resucitó y subió a
los cielos, fue anunciado y predicado su nombre?
Se paró y se conmovió la tierra, qué
es sino que se detuvo para favorecernos con su divina doctrina y que la tierra
se conmovió de un modo extraordinario para que, en virtud de esta señal, temiésemos
su poder y creyésemos en él?
Miró y se marchitaron las gentes,
esto es, se compadeció del hombre y convirtió los pueblos a verdadera
penitencia
Quebrantó y destruyó los montes
con violencia, esto es, con el vigor y comprobación de los milagros quebrantó
la arrogante soberbia de los espíritus altivos.
Bajáronse los collados eternos, esto
es, se humillaron en la tierra algún tanto para ser después ensalzados para
siempre.
Vi sus entradas eternas por los
trabajos, esto es, vi que las penalidades de su caridad no eran sino el premio
de la eternidad.
Se pasmarán las tiendas de los
etíopes y las tiendas de la tierra de Madián, quiere decir: las gentes quedarán
atónitas y turbadas con la repentina nueva de tus maravillas y las que nunca
reconocieron homenaje al Imperio romano vendrán a unirse con el pueblo
cristiano y se sujetarán a Cristo.
Estáis acaso, Señor, enojado con
los ríos, o con los ríos manifestáis vuestro furor y saña, descargáis vuestro
impetu contra el mar.? Esto dice, porque no viene ahora para juzgar al mundo, sino
para que por su mediación se salve el mundo y sea redimido de su cautiverio.
Porque subirás sobre tus caballos,
y las correrías que con ellos hagas serán la salud. Esto es, tus evangelistas
te llevarán porque serán gobernados por ti y tu Evangelio, y será la salud
eterna de los que creyeron en ti.
Sin duda flecharás tu arco contra
los cetros, dice el Señor, es decir, amenazarás con tu terrible juicio final
aun a los reyes de la tierra.
Con los ríos se abrirá y rasgará
la tierra, esto es, con las perennes e intermitentes corrientes de los sermones
que te predicaren los ministros santos del Evangelio se abrirán para confesar
tu santo nombre los corazones de los hombres, a quienes advierte la Escritura
que rasguen sus corazones y no sus vestidos.
Y qué significa: Te verán y se
dolerán los pueblos, sino que llorando serán bienaventurados?
Y qué quiere decir, como fueres
andando, derramarás las aguas, sino que andando en aquellos que por todas
partes te anuncian y predican, extenderás por todo el orbe los caudalosos ríos
de tu doctrina?
Y qué es el abismo dio su voz? Acaso
declaró el abismo y la profundidad del corazón humano lo que en sí por medio de
la visión sentían?
La profundidad a su fantasía es
como declaración del verso pasado, porque la profundidad es como el abismo, y
lo que dice, á su fantasía, debe entenderse que lo dio su voz, esto es, que le
declaró cuanto en si por medio de la visión sentía, puesto que la fantasía es
la visión, la cual no la detuvo ni la encubrió, sino que, confesándola, la echó
fuera y la manifestó.
Elevóse el sol y la luna se puso
en su orden, esto es, subió Cristo a los cielos y púsose en su orden la Iglesia
bajo la obediencia de su rey.
Tus flechas irán a la luz, esto
es, no serán ocultas, sino manifiestas las palabras de tu predicación.
Al resplandor de los relámpagos
de tus armas, ha de entenderse que oirán tus tiros; porque el Señor dijo a sus
discípulos: Lo que os digo en secreto predicadlo' en público.
Con tus amenazas abatirás los
hombres, y con tu furor y saña derribarás y sojuzgarás las gentes; porque a los
que se ensalzaren y ensoberbecieren los quebrantarás con el rigor de tu castigo.
Saliste para salvar a tu pueblo y
para salvar a tus ungidos; enviaste la muerte sobre las cabezas y sobre los
mayores pecadores. Esto no necesita otra explicación.
Los cargaste de prisiones hasta
el cuello. También se puede entender aquí las prisiones buenas de la sabiduría,
de manera que metan los pies en sus grillos y el cuello en su argolla.
Rompístelas hasta causar terror y
espanto; entiéndense las prisiones, por cuanto les puso las buenas y les rompió
las malas, por las cuales dice el real Profeta: Rompiste mis lazos y prisiones,
y esto hasta excitar un terrible espanto, esto es, maravillosamente.
Las cabezas de los poderosos se
moverán con ella, es, a saber, con la admiración y espanto.
Abrirán sus bocas y comerán como
el pobre, que come en lo escondido; porque algunos judíos poderosos acudieron
al Señor admirados de lo que hacía y decía, y hambrientos y deseosos del pan
saludable de su doctrina, lo comían en los lugares más ocultos y retirados por
miedo de los judíos, como lo dice el Evangelio.
Metiste en el mar tus caballos, turbando
la multitud inmensa de las aguas, las cuales qué otra cosa son sino muchos
pueblos? Porque ni huyeran los unos con temor, ni acometieran y persiguieran
los otros con furor si no se turbaran todos.
Reparé y quedó absorto mi corazón
viendo lo que yo mismo decía por mi boca: penetró un extraño temblor mis huesos
y en mí se quedó interiormente trastornado todo mi ser. Repara y pon los ojos
en lo que dice de que él mismo se turba y atemoriza con lo que él iba diciendo
inspirado del divino espíritu de profecía, en el que veía y observaba todo
cuanto había de acaecer en lo sucesivo; pues como se alborotaron tantos pueblos,
advirtió las tribulaciones que amenazaban a la Iglesia, y como luego conoció
ser miembro de ella, dice: Descansaré en el día de la tribulación, como quien
pertenece y es miembro de aquellos que están con gozo en la esperanza y en la
tribulación con paciencia, para que suba –dice- al pueblo de mi peregrinación. Apartándose,
en efecto, del pueblo perverso, pariente carnal suyo, que no es peregrino en la
tierra ni pretende la posesión de la patria soberana.
Porque la higuera –añade- no
llevará fruto ni las viñas brotarán, faltará la oliva y los campos no
producirán qué comer, no habrá ovejas en las majadas ni bueyes en los establos.
Vio aquel pueblo, que había de dar muerte a Cristo, cómo perdería la abundancia
de los bienes espirituales, los cuales, cual acostumbran los profetas, los
figuró por la abundancia y fertilidad de la tierra, y cómo por esto incurrió
aquel pueblo en semejante ira e indignación de Dios, pues no echando de ver la
Justicia divina quiso establecer la suya.
Luego prosigue: Pero yo me
holgaré en el Señor y me regocijaré en Dios mi salvador; el Señor mi Dios, y mi
virtud, pondrá y sentará mis pies perfectamente; me colocará en lo alto para
que salga victorioso con su cántico, es, a saber: con aquel cántico en que se
dicen algunas cosas semejantes a las del real Profeta.
Puso y afirmó mis pies sobre la
tierra, enderezó mis pasos e infundidos en mi boca un nuevo cántico, un himno
en alabanza de nuestro Dios. Así, pues, sale victorioso con el cántico de Señor,
el que le agrada con la alabanza del mismo Señor y no con la suya, para que el
que se gloría se gloríe en el Señor. Con todo, me parece mejor lo que se lee en
algunos libros:
Me alegraré en Dios mi Jesús, que
no lo tienen otros, que, queriéndolo poner en latín, no pusieron este nombre
que nos es a nosotros más amoroso y más dulce de nombrar.
CAPITULO XXXIII: Lo que Jeremías y Sofonías, con espíritu profético; dijeron de Cristo y de.
la vocación de los gentiles
Jeremías es de los profetas
mayores, así como lo es también Isaías, y no de los menores, como son los otros
de quienes hemos ya referido algunas particularidades Profetizó reinando en
Jerusalén Josías y en Roma Anco Mardo, aproximándose ya la época de la
cautividad de los judíos. Extendió sus profecías hasta el quinto mes del
cautiverio, como se halla en sus libros. Ponen con él a Sofonías, uno de los
menores, porque también dice él que profetizó en tiempo de Josías; pero hasta
cuándo, no lo dice.
Vaticinó Jeremías, no sólo en
tiempo de Anco Marcio, sino también de Tarquino Prisco, que fue el quinto rey
de los romanos, puesto que éste, cuando sucedió el cautiverio, ya había
comenzado a reinar; por eso, profetizando de Cristo, dice Jeremías: Prendieron
a Cristo nuestro Señor, que es el espíritu y aliento de nuestra boca, por
nuestros pecados, mostrando brevemente con esto que Cristo es nuestro Dios y
Señor, y que padeció por nosotros.
Asimismo en otro lugar se lee: Este
es mi Dios, y no se debe hacer caso de otro en comparación; es el que dispuso
todos los caminos de la doctrina y el que la dio a Jacob, su siervo, y a Israel
su querido, y después apareció en la tierra y vivió con los hombres. Algunos
atribuyen este testimonio, no a Jeremías, sino a su amanuense o secretario, llamado
Baruc; pero la opinión más común es que sea de Jeremías.
Igualmente el mismo Profeta, hablando
del mismo Señor, dice: Vendrá día dice el Señor en que daré a David una semilla
y descendencia justa; reinará siendo rey, será sabio y prudente y hará juicio y
justicia en la tierra; en tiempo de éste se salvará Judá, Israel vivirá seguro
y éste es el nombre con que le llamarán Señor, nuestro Justo.
Y fuera de la vocación futura de
las gentes, que ahora vemos cumplida, habló de esta manera: Señor, Dios mío, y
mi refugio en el día de mis tribulaciones, a ti acudirán las gentes desde los
últimos confines de la tierra, y dirán: en realidad de verdad que nuestros
padres adoraron simulacros e ídolos vanos que no eran de provecho alguno.
Y que no habían de reconocerle
los judíos como a verdadero Mesías, quienes, además de su incredulidad, habían
de perseguirle hasta quitarle la vida con afrentosa muerte, nos lo da a
entender el mismo Profeta por estas palabras: Grave y profundo es el corazón
del hombre. Quién hay que pueda conocerle?
Suyo es también el testimonio que
cité en el libro XVII, capítulo III, diciendo que habló del Nuevo Testamento, cuyo
Medianero es Cristo, porque el mismo Jeremías dice: Vendrá tiempo, dice el
Señor, en que acabaré de sentar y realizar un testamento y pacto nuevo con la
casa de Jacob, y lo demás que allí expresa.
Entretanto, alegaré lo que el
profeta Sofonias, oye vaticinó en tiempo de Jeremías, dijo de Cristo con estas
expresiones: Aguardadme; dice el Señor, para el día de mi resurrección, en el
cual tengo determinado congregar las naciones y juntar los reyes.
Y en otro lugar dice: Terrible se
manifestará el Señor contra ellos; desterrará todos los dioses de la tierra y
le adorarán todos en su tierra, todas las islas de las gentes.
Y poco después añade: Entonces
infundiré en las gentes y en todas sus generaciones un mismo idioma para que
todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan bajo un mismo yugo. De los
últimos términos de los ríos de Etiopía me traerán sus ofrendas y sacrificios. En
aquel día no te avergonzarás ya de todas tus pasadas maldades, que impíamente
cometiste contra mí, porque entonces quitaré de ti las pasiones torpes que te
hacían injurioso y tú dejarás ya de gloriarte más sobre mi monte santo; y
pondré en medio de ti un pueblo manso y humilde; y reverenciarán el nombre del
Señor las reliquias que hubiere de Israel. Estas son las reliquias de quienes
habla en otra parte otro Profeta, y lo dice también el Apóstol: Si fuere el
número de los hijos de Israel como las arenas del mar, unas cortas reliquias
serán las que se salvarán. Porque éstas fueron las reliquias que de aquella
nación creyeron en Cristo.
CAPUULO XXXIV
De las profecías de Daniel y
Ezequiel, que se relacionan con Cristo y su
iglesia
En la misma cautividad de
Babilonia, y en su principio, profetizaron Daniel y Ezequiel, otros dos de los profetas
mayores, y entre éstos, Daniel fijó determinadamente con el número de los años
el tiempo en que había de venir y padecer Cristo, lo cual seria largo intentar
manifestarlo aquí, calculando el tiempo, Y ya lo han practicado otros antes que
nosotros.
Pero hablando de su potestad y
gloria, dice así: Vi, en una visión nocturna, que venía el Hijo del Hombre en
las nubes del cielo, y llegó hasta donde estaba el antiguo en días, y se
presentó ante él, y él le entregó la potestad, el honor y el reino para que le
sirvan todos los pueblos, tribus y lenguas Cuya potestad es potestad perpetua, que
no pasará y cuyo reino no se corromperá.
También Ezequiel, significándonos
a Cristo, como acostumbran los profetas, por la persona de David, porque tomó
carne de la descendencia de David, y por la forma de siervo, en cuanto hombre, llama
siervo de Dios al mismo Hijo de Dios. Así nos le anuncia proféticamente, hablando
en persona de Dios Padre: Yo pondré dice- un pastor sobre mis ovejas para que
las apaciente, y éste será mi siervo David; éste las apacentará, él le servirá
de pastor y yo, que soy el Señor, seré su Dios, y mi siervo David será su
príncipe en medio de ellos. Yo, el Señor, lo he determinado así.
Y en otro lugar dice: Y tendrán
un rey que los mande y gobierne a todos; no serán ya jamás dos naciones ni se
dividirán en dos reinos; no se profanarán más con sus ídolos, con sus
abominaciones y con la multitud incomprensible de sus pecados Yo los sacará
libres de todos los lugares donde pecaron; los purificaré; serán mi pueblo y yo
seré su Dios; mi siervo
David será su rey y vendrá a ser
un pastor universal sobre ellos.
CAPITULO XXXV: De la profecía de los tres profetas Ageo..
Zacarias y Malaquías
Réstanos, pues, tres profetas de
los doce menores que profetizaron en lo últimos años de la cautividad: Ageo. Zacarías
y Malaquías. Entre éstos, Ageo con toda claridad, nos vaticina a Cristo y a su
Iglesia en estas breves y compendiosas palabras.: Esto dice e] Señor de los
ejércitos: de aquí a poco tiempo moveré el cielo y la tierra, el mar y la
tierra firme; moveré todas las naciones y vendrá el deseado por todas las
gentes. Esta profecía en parte la vemos cumplida, y lo que de ella resta
esperamos ha de cumplirse al fin del mundo. Porque ya movió el cielo con el
testimonio de los ángeles y de las estrellas cuando encarnó Cristo; movió la
tierra con el estupendo milagro del mismo parto de la Virgen; movió el mar y la
tierra firme, puesto que en las islas y en todo el mundo se predica el nombre
de Jesucristo, y así vemos venir todas las gentes a acogerse bajo la protección
de la fe católica.
Lo que sigue, y vendrá el deseado
por todas las gentes, se espera su cumplimiento en su última venida, pues para
que fuese deseado por los que le esperaban se necesitaba primeramente que fuese
amado por los que creyeron en él.
Y Zacarías, hablando de Cristo y
de su Iglesia, dice así: Alégrate grandemente, hija de Sión, hija de Jerusalén;
alégrate con júbilo y contento; advierte que vendrá a ti tu rey justo y
salvador; vendrá pobre encima de una pollina y de un asnillo, y su imperio se
dilatará de mar a mar y desde los ríos hasta los últimos confines del orbe
terráqueo. Cuándo y cómo nuestro Señor Jesucristo caminando usó de esta especie
de cabalgadura, lo leemos en el Evangelio, donde se refiere asimismo parte de
esta profecía cuanto pareció bastante para la ilustración de la doctrina
contenida en aquel pasaje.
En otro lugar, hablando con el
mismo Cristo en espíritu de profecía sobre la remisión de los pecados por la
efusión de su preciosa sangre, dice: Y tú también, con la sangre de tu pacto y
testamento, sacaste a los cautivos del lago donde no hay agua. Cuál sea lo que
debe entenderse por este lago puede tener diversos sentidos, aunque conforme; a
la fe católica. Yo soy de dictamen que no hay objeto que estas palabras nos signifiquen
con más propiedad que el abismo y profundidad seca en cierto modo y estéril de
la miseria humana, donde no hay las corrientes de las aguas tersas de justicia,
sino lodos y cenegales inmundos de pecados. Porque de este lago dice el real
Profeta: Me libró del lago de la miseria y del cenagoso lodo.
Malaqúías, vaticinando de la
Iglesia, que vemos ya propagada por Cristo, dice explícita y claramente a los
judíos en presencia de Dios: Yo no tengo mi voluntad en vosotros; no me
agradáis ni me complace la ofrenda y sacrificio ofrecido de vuestra mano; porque
desde donde nace el sol hasta donde se pone vendrá a ser grande y glorioso mi
nombre en las gentes, dice el Señor, y en todas partes sacrificarán y ofrecerán
a mi nombre una ofrenda y sacrificio puro y limpio, porque será grande y
glorioso mi nombre entre las gentes. Viendo, pues, que ya este sacrificio, por
medio del sacerdocio de Cristo, instituido según el orden de Melquisedec, se
ofrece a Dios en todas ras partes del globo habitado desde el Oriente hasta
Poniente, y qué no pueden negar que el sacrificio de los judíos, a quienes dice:
No me agradáis ni me complace el sacrificio ofrecido de vuestra mano, está
abolido, por qué aguardan todavía otro Cristo, ya que lo que leen en el Profeta
y ven realizando no pudo cumplirse por otro que por el mismo Salvador?
Porque después, en persona de
Dios, dice el mismo Profeta: Le di mi testamento y pacto, en que se contenía la
paz y la vida, y le prescribí que me temiese y respetase mi nombre; la ley de
la verdad se hallará en su boca, en paz andará conmigo y convertirá a muchos de
sus pecados, porque los labios del Sacerdote conservaran la ciencia y aprenderán
la ley de su boca, porque él es el ángel del Señor Todopoderoso. Y no hay que
admirarnos que llame a Cristo Jesús ángel de Dios Todopoderoso, pues así como
se llama siervo por la forma de tal con que se presentó a los hombres, así
también se llamó ángel por el Evangelio que anunció a los mortales. Porque si
interpretásemos estos nombres griegos, Evangelio quiere decir buena nueva, y ángel,
el que trae la nueva; pues hablando del mismo Señor, dice en otro lugar: Yo
enviaré mi ángel, el cual allanará el camino delante de mí, y luego al momento
vendrá a su templo aquel Señor que vosotros buscáis y el Angel del Testamento
que vosotros deseáis. Mirad que viene, dice el Señor Dios Todopoderoso. Y quién
podrá sufrir el día en que llegare, o quién podrá resistir cuando se dejare ver?
En este lugar nos anunció el Profeta la primera y segunda venida de Cristo; la
primera, donde dice: Y luego al momento vendrá a su templo aquel Señor, esto es,
vendrá a tomar su carne, de la cual dice en el Evangelio: Deshaced este templo
y en tres días le resucitaré; la segunda, donde dice: Mirad que viene, dice el
Señor Todopoderoso. Y quién podrá resistir cuando se dejare ver?
Y en lo que dice: Aquel Señor que
vosotros buscáis, y el Angel del testamento que vosotros deseáis, nos da a entender,
y significa, sin duda, que los judíos, conforme a las escrituras, que leen
continuamente, buscan y desean hallar a Cristo; pero muchos de ellos al que
buscaron y desearon eficazmente no le reconocieron después de venido por tener vendados
los ojos de su corazón con sus anteriores deméritos y pecados. Lo que aquí
llama Testamento, y arriba donde dijo: Le di mi testamento, y aquí donde le
llama Angel del Testamento, sin duda debemos entenderlo del Testamento Nuevo, en
el cual las promesas son eternas, no como en el Antiguo, donde son temporales, de
las cuales, haciendo en el mundo muchos espíritus débiles y necios grande
estimación y sirviendo a Dios verdadero por la esperanza del premio de tales
cosas temporales, cuando advierten que algunos impíos y pecadores las gozan en
abundancia, se turban.
Por eso el mismo Profeta, para
distinguir la bienaventuranza eterna del Nuevo Testamento de la felicidad
terrena del Viejo, dice así: Habéis hablado pesadamente contra mí, dice el
Señor, y preguntáis: qué hemos hablado contra ti? Dijisteis: en vano trabaja
quien sirve a Dios Y qué es lo que hemos medrado por haber guardado exactamente
sus preceptos y procedido con humildad, pidiendo misericordia delante del Señor
Todopoderoso? Siendo así que tenemos por dichosos a los extraños a la religión
de Dios, ya que vemos a los pecadores medrados y acrecentados y a los que han
ido contra Dios salvos y libres de sus calamidades. Pero los que temían a Dios
dijeron en contra posición a estas sutiles quejas, cada uno, respectivamente, a
su prójimo todo lo advierte el Señor, y lo oye, y tiene escrito un libro de
memoria delante de sí en favor de los que temen a Dios y reverencian su santo
nombre. En este libro se nos significa el Testamento Nuevo.
Pero acabemos de oír lo que sigue:
Y a éstos los tendré yo, dice el Señor Todopoderoso, en el día en que he de
cumplir lo que digo, como hacienda y patrimonio mío propio; yo los tendré
escogidos, como el hombre que tendré elegido a un hijo obediente y que le sirve
bien. Entonces volveréis a considerar, y notaréis la diferencia que hay entre
el justo y el pecador, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve; sin duda
vendrá aquel día ardiendo como un horno, el cual los abrasará y serán todos los
pecadores y los que viven impíamente como paja seca, y los abrasará en aquel
día, en que vendrá, dice el Señor Todopoderoso, de forma que no quede raíz ni
sarmiento de ellos. Pero a los que tienen y confiesan mi nombre les nacerá el
sol de la justicia, y. en sus alas vuestra salud y remedio; saldréis y os
regocijaréis como los novillos cuando se ven sueltos de alguna prisión y
hollaréis a los impíos, hechos cenizas, debajo de vuestros pies en el día en
que yo haré lo que digo, dice el Señor Todopoderoso. Este es el que llaman día
del juicio, del cual hablaremos, si fuere de voluntad de Dios, más extensamente
en su propio lugar.
CAPITULO XXXVI: De Esdras y de los libros de los.
Macabeos
Después de estos tres profetas: Ageo,
Zacarías y Malaquías, por los mismos tiempos en que el pueblo de. Israel Salió
libre del cautiverio de Babilonia, escribió también Esdras, quien ha sido
tenido más por historiador que por profeta (como es el libro que se intitula de
Ester, cuya historia en honor de Dios se halla haber sucedido no mucho después
de esta época); a no ser que entendamos que Esdras profetizó a Jesucristo en
aquel pasaje donde refiere que habiéndose excitado un cuestión y duda entre
ciertos jóvenes sobre cuál era la cosa más poderosa del mundo, y diciendo uno
que los reyes, otro que el vino y el tercero que las mujeres, quienes por lo
general suelen dominar los corazones de los reyes el tercero manifestó y probó
que h verdad era únicamente la que todo lo vencía. Y si registramos el
Evangelio hallamos que Cristo es la misma verdad
Desde este tiempo, después de
reedificado el templo hasta Aristóbulo, no hubo reyes entre los judíos, sino
príncipes, y el cómputo de estos tiempo no se halla en las santas Escritura que
llamamos canónicas, sino en otro libros, y, entre ellos, en los que se
intitulan de los Macabeos, los cuales tienen por canónicos no los judíos, sino
la Iglesia, por los extraños y admirables martirios de algunos Santos mártires
que contienen, quienes, antes que Cristo encarnase, pelearon valerosamente
hasta dar su vida en defensa de la ley santa del Señor, padeciendo cruelísimos
y horribles tormentos.
CAPITULO XXXVII: Que la autoridad de las profecías es más antigua que el origen y principio.
de la filosofía de los gentiles
En la época en que florecieron
nuestros profetas, cuyos libros han llegado ya a noticia de casi todas las naciones,
aun no existía filósofo alguno entre los gentiles, ni quien hubiese tenido tal
nombre, porque éste tuvo su exordio en. Pitágoras, natural de la isla de Samos,
quien comenzó a. ser famoso cuando salieron los judíos de su cautiverio. Luego
con mayor motivo se deduce que los filósofos que le sucedieron fueron muy
posteriores en tiempo a los profetas; porque el mismo Sócrates, natural de
Atenas, maestro de los que entonces florecieron, y son los príncipes de aquella
parte de la filosofía que se llama moral o activa, se sabe por las Crónicas que
vivió después de Esdras.
A poco tiempo nació Platón, que
sobresalió en muchos grados a los demás discípulos de Sócrates.
Y si quisiéramos añadir a éstos
los que les precedieron, que aun no se llamaban filósofos, esto es, los sabios,
y después los físicos que sucedieron a Thales en la indagación de las causas
naturales, imitando su estudio Y profesión, es a saber: Anaximandro, Anaxímenes,
Anaxágoras y otros varios, antes que Pitágoras se llamase filósofo, ni aun
éstos preceden en antigüedad a todos nuestros profetas; porque Thales, después
del cual siguieron los otros, dicen que floreció reinando Rómulo, cuando brotó
el raudal de las profecías de las fuentes de Israel, en aquellas sagradas
letras que se extendieron y divulgaron por todo el mundo.
Así, pues, solos los teólogos
poetas Orfeo, Lino y Museo, Y algunos otros que hubiera entre los griegos, fueron
primero que los profetas hebreos, cuyos escritos tenemos por auténticos.
Con todo, tampoco precedieron en
tiempo a nuestro verdadero teólogo Moisés, que efectivamente predicó un solo
Dios verdadero, cuyos libros son los primeros que tenemos al presente en el
Canon de los sagrados, autorizados con la uniforme y general aprobación de la
Iglesia. Y consiguientemente, los griegos, en cuyo país florecieron con
especialidad las letras humanas, no tienen que lisonjearse de su sabiduría en
tal conformidad que pueda parecer, ya que no más aventajada, a lo menos más
antigua que nuestra religión, que es donde se halla la verdadera sabiduría.
No obstante, es innegable que
hubo antes de Moisés alguna instrucción, que se llamó entre los hombres sabiduría,
aunque no en Grecia, sino entre las naciones bárbaras e incultas, como en
Egipto; pues a no ser así, no diría la Sagrada Escritura que Moisés estaba
versado en todas las ciencias de los egipcios, es a saber: que cuando nació
allí, fue adoptado y criado por la hija de Faraón e instruido en las artes y
letras humanas
Sin embargo, ni aun la sabiduría
de los egipcios pudo preceder en tiempo a la sabiduría de nuestros profetas, ya
que Abraham fue también profeta. Y qué ciencias pudo haber en Egipto antes que
Isis (a quien después de muerta tuvieron por conveniente adorarla como a una
gran diosa) se las enseñase? De Isis escriben que fue hija de Inaco, el primero
que principió a reinar en Argos, cuando hallamos por el contexto de la Sagrada
Escritura que Abraham tenía ya nietos.
CAPITULO XXXVIII: Cómo el Canon eclesiástico no recibió algunos libros. de muchos santos por su demasiada antigüedad, para que, con ocasión de ellos, no se mezclase lo falso con lo verdadero.
Si quisiéramos echar mano de
sucesos mucho más antiguos, antes de nuestro Diluvio universal, tenemos al
patriarca Noé, a quien no sin especial motivo podré llamar también profeta, pues
la misma Arca que labró, y en que se libertó del naufragio con los suyos, fue
una profecía de nuestros tiempos.
Y qué diremos de Enoch, que fue
el séptimo patriarca después de Adán? Acaso no se dice expresamente en la carta
canónica del apóstol San Judas Tadeo que profetizo?
Pero la causa primaria por que
los libros de éstos no tengan autoridad canónica, ni entre los judíos ni entre
nosotros, fue su demasiada antigüedad, por la cual parecía debían graduarse
como sospechosos, para que no se publicasen algunas particularidades
absolutamente falsas por verdaderas, puesto que se divulgan también algunas que
dicen ser suyas, y se las atribuyen los que ordinariamente creen conforme a su
sentido lo que les agrada. Estas obras no las admite la pureza e integridad del
Canon, no porque repruebe la autoridad de sus autores, que fueron amigos v
siervos de Dios, sino porque no se cree que sean suyas.
No debe causarnos maravilla que
se tenga por sospechoso lo que se publica bajo el nombre de tanta antigüedad, puesto
que en la misma historia de los reyes de Judá y de los reyes de Israel, que
contiene la memoria de los sucesos acaecidos, se refieren muchas cosas de que
no hace mención la Escritura, y dice que se hallan en los otros libros que
escriben los profetas, y en algunas partes cita también los nombres de estos
profetas; y, sin embargo, no está dicha historia en el Canon que tiene admitido
el pueblo de Dios. Confieso ignorar la causa de esto, aunque presumo que
aquellos a quienes el Espíritu Santo reveló lo que había de estar en la
autoridad y Canon de la religión, pudieron también escribir unas cosas, cómo
hombres, con diligencia histórica, y otras, como profetas, con inspiración
divina, y que éstas fueron distintas; de forma que Pareció que las unas se les
debían atribuir a ellos como suyas, y las otras, a Dios, como a quien hablaba
por ellos. Así unas servían para mayor abundancia de noticia; las otras, para
autoridad de la religión, en cuya autoridad se guarda el Canon.
Fuera de éste se citan y alegan
algunas particularidades escritas bajo el nombre de los verdaderos profetas; pero
no valen ni aun para la copia de noticias, porque es incierto si son de los que
se asegura ser; por eso no les damos crédito, especialmente a lo que se halla
en ellos contra la fe de los libros canónicos, lo cual demuestra que de modo
alguno sean suyos.
CAPITULO XXXIX: Cómo las letras hebreas nunca dejaron de hallarse en su propia lengua.
No debemos creer lo que algunos
presumen: que solamente conservó la lengua hebrea aquel que se llamó Heber, de donde
dimanó el nombre de los hebreos, extendiéndose después hasta Abraham, y que las
letras hebreas comenzaron con la ley que dio Moisés; antes bien, el citado
idioma, con sus letras, se guardó y conservó por aquella sucesión que dijimos
de los padres.
En efecto, Moisés puso en el
pueblo de Dios personas que asistiesen para enseñar las letras antes que
tuviesen noticia de ningún escrito de la ley divina. A éstos llama la Escritura
Grammato Isagogos, es decir, introductores de las letras, porque en cierto modo
las introducen en los corazones de los que las aprenden, o, por mejor decir, porque
introducen en ellas a los mismos que enseñan.
Ninguna nación, pues, se jacte y
gloríe vanamente de la antigüedad de su sabiduría, como anterior a la de
nuestros patriarcas y profetas, que tuvieron sabiduría divina, puesto que ni
aún en Egipto, que suele gloriarse falsa y vanamente de la ancianidad de sus
letras y doctrinas, se halla vestigio de que alguna sabiduría suya haya
precedido en tiempo a la sabiduría de nuestros patriarcas: porque no habrá
quien se atreva a decir que fueron peritos en ciencias y artes admirables antes
de tener noticia de las letras, esto es, antes que Isis fuese a Egipto y se las
enseñase.
Y aquella su famosa ciencia, que
llamaron sabiduría, qué era principalmente sino la astronomía u otros estudios semejantes,
que suelen ser propósito y aprovechar más para eje, Citar los ingenios que para
ilustrar la ánimos con verdadera sabiduría? Por que en lo tocante a la
filosofía, que es la que profesa enseñar preceptos reglas inconcusas, para que
los hombres puedan ser y hacerse bienaventurados, por los tiempos de Mercurio llamado
el Trimegisto, fue cuando florecieron en aquella tierra semejante facultades; lo
cual, aunque fue mucho antes que los sabios y filósofos de Grecia, con todo, fue
después de Abraham Isaac, Jacob y Joseph; más aún: aun después del mismo Moisés;
porque a tiempo que nació Moisés, se sabe que vivía Atlas, aquel célebre
astrólogo hermano de Prometeo, abuelo materno de Mercurio el Mayor, cuyo nieto
fue este Mercurio Trimegisto.
CAPITULO XL: De la vanidad embustera de los egipcios, que atribuyen a sus ciencias cien mil niños de antigüedad.
Inútilmente, con vana presunción
vociferan algunos diciendo que hace más de cien mil anos que Egipto poseyó el
invento de la numeración, movimiento y curso de las estrellas. Y de qué libros
diremos que infirieron este número los que no mucho antes de dos mil anos
aprendieron las letras de Isis? Porque no es escritor tan despreciable Varrón, y
lo dice en su historia; lo cual no desdice tampoco de la verdad de las letras
divinas. Y no habiéndose aún cumplido seis mil años desde la creación del primer
hombre, que se llamó Adán, cómo no nos hemos de reír, sin cuidar de refutarlos,
de los que procuran persuadirnos acerca del orden cronológico de los tiempos, cosas
tan diversas y opuestas a esta verdad tan clara y conocida? Y a quién daremos
más crédito sobre las cosas pasadas que al que nos anunció también las futuras
las cuales vemos ya presentes? Porque hasta la misma contradicción y disonancia
de los historiadores entre sí nos da materia bastante para que creamos antes a aquel
que no repugna a la historia divina que nosotros poseemos.
Pero los ciudadanos de la ciudad
impía, que están derramados por todas las partes del orbe habitado, cuando leen
que hombres doctos, cuya autoridad parece no debe despreciarse, discrepan entre
sí sobre sucesos remotísimos de la memoria de nuestro siglo, están perplejos
sobre a quiénes deben dar mayor crédito; mas nosotros en la historia de nuestra
religión, como estriban nuestras aserciones en la divina autoridad, todo lo que
se opone a ella no dudamos condenarlo por falsísimo, sea lo que quiera lo demás
que contienen las letras profanas, que, ya sea verdad o mentira, nada importa
para que vivamos bien y felizmente.
CAPITULO XLI: De la discordia de las opiniones filosóficas y de la concordia de las escrituras canónicas de la Iglesia.
Pero dejando a un lado la
historia, los mismos filósofos de los cuales pasamos a estas cosas, que parece
no fueron tan laboriosos en sus estudios e investigaciones, sino por hallar el
medio de vivir con comodidad, de forma que, según sus reglas, conseguiremos la
bienaventuranza, por qué causa discordaron los discípulos de los maestros y los
discípulos entre sí sino porque, como hombres mortales, buscaban este precioso
y. oculto tesoro con los sentidos humanos y con humanos discursos y razones? En
lo cual pudo haber también cierto amor y deseo de gloria, apareciendo cada uno
parecer más sabio y agudo que otro, no ateniéndose al dictamen ajeno, sino
queriendo ser el autor e inventor de su secta y opinión.
Con todo, aunque concedamos haber
habido algunos, y aun muchos de ellos, a los cuales haya hecho desviar de sus maestros
y de sus discípulos el amor de la verdad y el defender lo que creían ser
verídico, ya lo fuese o no lo fuese, qué es lo que puede, o dónde, o por dónde
se encamina la infelicidad y miseria humana para llegar a la bienaventuranza si
no la dirige y conduce la autoridad divina?
Nuestros autores, en quienes no
en vano se establece y resume el Canon de las letras sagradas, por ningún
motivo discrepan entre sí; pero lo que no sin razón creyeron, no sólo algunos
pocos de los que en las escuelas y en las aulas, con sus contenciosas, sistemáticas
y fútiles disputas se rompan las cabezas, sino infinitos, aun en las ciudades, así
los sabios como los ignorantes, que cuando escribían nuestros escritores
aquellos libros les habló Dios o que el mismo Dios habló por boca de éstos.
Y ciertamente interesó fuesen
pocos, a fin de que no fuese vilipendiado por la multitud lo que había de ser
tan particularmente apreciado y estimado por la religión, aunque. no fueron tan
pocos que dejase de ser admirable su conformidad. Pues entre el inmenso número
de filósofos que nos dejaron por escrito las memorias y libros de sus sectas y
opiniones, no se hallará fácilmente entre quienes convenga todo lo que
sintieron y las opiniones que propugnaron, y querer mostrarlo aquí con la extensión
necesaria sería asunto largo.
Y en esta ciudad, que tributa
culto y homenaje a los demonios, qué autor hay, por cualquiera secta y opinión
que sea, de tanto crédito que, por su respeto se hayan desaprobado y condenado
todos los demás que opinaron diferentemente y aun lo contrario? Acaso no fueron
esclarecidos y famosos en Atenas, por una parte, los epicúreos, que afirmaban
no tocar a los dioses las cosas humanas, y por otra los estoicos, que sentían
lo contrario y defendían que las regían y tenían los dioses bajo sus auspicios
y protecci6n? Por eso me admiro cuando advierto que condenaron a Anaxágoras
porque dijo que el sol era una piedra encendida, negando, en efecto, que era
dios, puesto que en la ciudad floreció con grande nombre y gloria Epicuro, y vivió
seguro creyendo y sosteniendo que no era dios, no sólo el sol o algunas de las
estrellas, sino defendiendo que ni Júpiter ni otro alguno de los dioses había
en el mundo a quien Ilegasen las oraciones, súplicas y preces de los hombres. Por
ventura no vivió allí Aristipo, que hacia consistir el sumo bien y la
bienaventuranza en el gusto y deleite del cuerpo, y Antístenes, que defendía
hacerse el hombre bienaventurado por la virtud del alma; dos filósofos insignes,
y ambos socráticos, que ponían la suma felicidad de nuestra vida en fines tan
distintos y entre sí tan contrarios, entre los cuales, el primero decía que el
sabio debía huir del gobierno y administración de la república, y el otro, que
la debía regir; y cada uno congregaba sus discípulos para según y defender su
secta? Porque públicamente en el pórtico, en los gimnasios, en los huertos, en
los lugares públicos y particulares, a catervas peleaban en defensa cada uno de
su opinión Otros afirmaban no haber más de un mundo; otros, que eran
innumerables; muchos, que sólo este mundo tenía origen; algunos, que no le
tenía; unos, que había de acabarse; otros, que para siempre había de durar; unos,
que se gobernaba y movía por la Providencia divina; otros, que por el hado y la
fortuna; unos, que las almas eran inmortales; otros, que mortales; y los que
sostenían ser inmortales, unos que transmigraban a bestias, otros que no, y los
que decían ser mortales, unos que morían inmediatamente que el cuerpo, otros
que vivían aún después mucho o poco tiempo, pero no siempre; unos colocaban el
sumo bien en el cuerpo, otros en el alma, otros en ambos, en el cuerpo y en el
alma; otros adjudicaban al cuerpo y al alma los bienes exteriores; unos decían,
debíamos creer siempre a los sentidos corporales, otros que no siempre y otros
que en ningún caso.
Estas y otras casi innumerables
diferencias y. discordancias de filósofos, qué pueblo hubo jamás, qué Senado, qué
potestad o dignidad pública en la ciudad impía que cuidase de juzgarlas y
averiguarías en su fondo; de aprobar unas y repudiar otras, sino más bien, sin
diferencia alguna y confusamente, tuvo y fomentó en su seno tanta infinidad de
controversias de hombres que tenían diferentes sentimientos, y no en materia de
heredades o casas, o de intereses de dinero, sino sobre asuntos importantes en
que se descifra y pronuncia sobre nuestra infelicidad o felicidad eterna? En
cuyas disputas, aunque se decían algunas cosas ciertas, sin embargo con la
misma libertad se proferían también las falsas; de forma que no en vano esta
ciudad tomó el nombre místico de Babilonia, porque Babilonia quiere decir
confusión, como lo hemos ya insinuado otra vez. Ni le interesa a su caudillo, el
demonio, el mirar con cuán contrarios errores debaten y riñen entre silos que
él juntamente posee por el mérito de sus muchas y varias impiedades.
Pero aquella gente, aquel pueblo,
aquella república, aquellos israelitas, a quien confió Dios sus santas
Escrituras, jamás confundieron con igual libertad los falsos profetas con los
verdaderos, sino que, conformes entre sí, y sin discordar en nada, reconocieron
y conservaron los verdaderos autores de las sagradas letras. A éstos tuvieron
por sus filósofos, esto es, por los que amaban su sabiduría; a éstos por sabios,
a éstos por teólogos, a éstos por profetas, a éstos por maestros doctores de la
virtud y religión. Cualquiera que sintió y vivió conforme sus doctrinas, sintió
y vivió, no según los hombres, sino según Dios, que habló por boca de éstos sus
siervos. Aquí si prohiben el sacrilegio, Dios lo prohibió; si dicen: Honraras a
tu padre a tu madre, Dios lo mandó; si dicen: No fornicarás, no matarás, no
hurtarás, y así los demás preceptos de Decálogo, no salieron de boca humana
estas sentencias, sino de los divinos oráculos.
Todas las verdades que algunos
filósofos, entre las opiniones falsas que sostuvieron, pudieron conocer y lo
procuraron persuadir con largas y prolijas disputas y discursos, como es la de,
que este mundo le hizo Dios, y que Dios le gobierna con su Providencia y cuando
enseñaron bien de la hermosura de las virtudes, del amor a la patria, de la
felicidad, de la amistad, de las obras buenas y de todo lo que pertenece a las
buenas costumbre aunque ignorando el fin y modo con que debían referirse. Todas
estas verdades se han enseñado en la otra Ciudad y recomendado al pueblo con
voces proféticas, esto es, divinas, aun que por boca de hombres, sin
necesidades de disputas, argumentos y demostraciones, para que los que las
entendiesen temiesen despreciar, no el ingenió humano, sino el documento divino.
CAPITULO XLII: Que por dispensación de la Providencia divina se tradujo la sagrada Escritura del Viejo Testamento del hebreo a griego para que viniese a noticia de todas las gentes.
Estas sagradas letras también las
procuró conocer y tener uno de los Ptolomeos, reyes de Egipto. Porque después
de la admirable, aunque poco lograda potencia de Alejandro de Macedonia, que se
llamó igualmente el Magno, con la cual, parte con las armas y parte con el
terror de su nombre, sojuzgó a su imperio toda el Asia, o, por mejor decir, casi
todo el orbe, consiguiendo asimismo, entre los demás reinos del Oriente, hacerse
dueño y señor de Judea; luego que murió, sus capitanes, no habiendo distribuido
entre sí aquel vasto y dilatado reino para poseerle pacíficamente, sino
habiéndole disipado para arruinarle y abrasarle todo con guerras. Egipto
comenzó a tener sus reyes Ptolomeos, y el primero de ellos, hijo de Lago, condujo
muchos cautivos de Judea a Egipto. Sucedió a éste otro Ptolomeo, llamado
Filadelfo, quien a los que aquél trajo cautivos los dejó volver libremente a su
país, y además envió un presente o donativo real al templo de Dios, suplicando
a Eleázaro, que a la sazón era Pontífice, le enviase las santas Escrituras, las
cuales, sin duda, había oído, divulgando la fama que eran divinas, y por eso
deseaba tenerlas en su copiosa librería, que había hecho muy famosa. Habiéndoselas
enviado el Pontífice, como estaban en hebreo, el rey le pidió también
intérpretes, y Eleázaro le envió setenta y dos, seis de cada una de las doce
tribus, doctísimos en ambas lenguas, es, a saber, en la hebrea y en la griega, cuya
versión comúnmente se llama de los setenta.
Dicen que en sus palabras hubo
tan maravillosa, estupenda y efectivamente divina concordancia, que, habiéndose
sentado para practicar esta operación cada uno de por sí aparte (porque de esta
conformidad quiso el rey Ptolomeo certificarse de su fidelidad), no discreparon
uno de otro en una sola palabra que significase lo mismo o valiese lo mismo, o
en el orden de las expresiones, sino que, como si hubiera sido uno solo el
intérprete, así fue uno lo que todos interpretaron, porque realmente uno era el
espíritu divino que había en todos.
Concedióles Dios este tan
apreciable don para que así también quedase acreditada y recomendada la
autoridad de aquellas Escrituras santas, no, como humanas, sino cual
efectivamente lo eran, como divinas, a fin de que, con el tiempo, aprovechasen
a las gentes que habían de creer lo que en ellas se contiene y vemos ya
cumplido.
CAPITULO XLIII: De la autoridad de los setenta intérpretes, la cual salva la reverencia que se debe al idioma hebreo, debe preferirse a todos los intérpretes.
Aunque hubo otros intérpretes que
han traducido la Sagrada Escritura de idioma hebreo al griego, como son Aquila,
Symmaco y Theodoción, y hay también la versión, cuyo autor se ignora, y por eso,
sin nombre del interprete, se llama la quinta edición ésta de los setenta, como
si fuera sola la ha recibido la Iglesia, usando de ella todos los cristianos
griegos, quienes por la mayor parte no saben si hay otra. Y de esta traducción
de los setenta se ha vertido también al idioma latino la que tienen las Iglesias
latinas.
Aunque no ha faltado en nuestros
tiempos un Jerónimo, presbítero, varón doctísimo y muy instruido en, todas las
tres lenguas, que nos ha traducido las mismas Escrituras en latín, no del
griego, sino del hebreo. Y aunque los judíos confiesen que este trabajo e
instrucción de Jerónimo en tantas lenguas y ciencias es verdadero, y pretenden
asimismo que los setenta intérpretes erraron en muchas cosas, no obstante, las
Iglesias de Jesucristo son de dictamen que ninguno debemos preferir a la autoridad
de tantos hombres como entonces escogió el pontífice Eleázaro para un encargo
tan importante y arduo como éste Pues aunque no se hubiera advertido en ellos
en espíritu, sin duda, divino, sino que, como hombres, convinieran en las palabras
de su versión setenta personas doctas, para atenerse todos ellos a lo que de
común acuerdo determinaran, ningún intérprete, individualmente, se les debiera
anteponer. Y habiendo visto en ellos una señal tan grande del divino espíritu, sin
duda otro cualquiera que ha traducido fiel y legalmente aquellas Escrituras del
idioma hebreo en otro cualquiera, este tal, o concuerda con los setenta
intérpretes, o si, al parecer, no concuerda, debemos entender que se encierra
allí algún arcano profético. Porque el mismo espíritu que tuvieron los profetas
cuando anunciaron tan estupendas maravillas, lo tuvieron los setenta cuando las
interpretaron; el cual, ciertamente, con la autoridad divina, pudo decir otra
cosa, como si el profeta hubiera dicho lo uno y lo otro, porque lo uno y lo
otro lo decía el mismo espíritu; y esto mismo pudo decirlo de otro modo para
que se manifestase a los que lo entendiesen bien, cuando no las mismas palabras,
a lo menos el mismo sentido; y pudo dejarse, y añadir alguna particularidad, para
manifestar también con esto que en aquella traducción no hubo sujeción ni
servidumbre a las palabras, sino una potestad divina que llenaba y gobernaba el
espíritu del intérprete.
Ha habido algunos que han querido
corregir los libros griegos de la interpretación de los setenta por los libros
hebreos, y, sin embargo, no se han atrevido a quitar lo que no tenían los
hebreos y pusieron los setenta, sino tan sólo añadieron lo que hallaron en los
hebreos y no estaba, en setenta. Esto lo notaron al principio de los mismos
versos con ciertas señales formadas a manera de estrellas, a cuyas señales
llamaban asteriscos. Y lo que no tienen los hebreos y se halla en los setenta, asimismo
en el principio de los versos lo señalaron con unas virgulillas tendidas, así
como se escriben las notas de las ondas; y muchos de estos libros, con estas
notas, andan ya por todas partes, así en griego como en latín; pero lo que no
se ha omitido o añadido, sino que se dijo de otra manera, Ya indicando otro
sentido compatible y no fuera de propósito; ya declarando de otra forma el mismo
sentido, no puede hallarse sino mirando y cotejando los unos libros con los
otros.
Así que si, como es puesto en razón,
no mirásemos a otro objeto en, aquellos libros, sino a lo que dijo el Espíritu
Santo por los hombres, todo lo que se halla en los libros hebreos y no se halla
en los setenta intérpretes, no lo quiso decir el Espíritu Santo por estos, sino
por aquellos profetas, y todo lo que se halla en los setenta intérpretes y no
se halla en los libros hebreos, más lo quiso decir el mismo Espíritu Santo por
éstos que, por aquéllos; mostrándonos de esta manera que los unos y los otros eran
profetas porque de esta conformidad dijo como quiso unas cosas por Isaías, otras
por Jeremías, otras por Otros profetas, o de otra manera, una misma cosa por
éste que por aquél.
En efecto, todo lo que se
encuentra en los unos y en los otros, por los unos y por los otros lo quiso decir
un mismo Espíritu; pero de tal modo, aquéllos precedieron profetizando y éstos
siguieron proféticamente interpretando a aquéllos; porque así como tuvieron
aquéllos, para decir cosas verdaderas y conformes, un espíritu de paz, así
también en éstos, no conviniendo entre sí, y, sin embargo, interpretándolo todo
como por una boca se manifestó que el espíritu era un solo.
CAPITULO XLIV: Lo que debemos entender acerca de la destrucción de los ninivitas, cuya amenaza en el hebreo se extiende al espacio de cuarenta días y en los setenta se abrevia y concluye en tres.
Pero dirá alguno: cómo sabremos
qué es lo que dijo el profeta Jonás los ninivitas, si dijo: Nínive será
destruida dentro de tres días o cuarenta? Porque quién no advierte que no pudo
decir las dos cosas entonces, el profeta que envió Dios a infundir terror y
espanto a aquella ciudad con la anunciada ruina que tan próxima les amenazaba? La
cual, si había de perece al tercero día, sin duda que no aguardaría al
cuadragésimo, y si al cuadragésimo, no sería destruida al tercero
Así que, si yo fuese preguntado
cuál de estas dos cosas dijo Jonás, respondería que me parece más conforme lo
que se lee en el hebreo: Pasados cuarenta días será Nínive arruinada; pues
habiendo los setenta interpretado la Escritura mucho tiempo después, pudieron, decir
otra cosa, la cual, sin embargo, viniese al caso y a expresar el mismo concepto,
aunque apuntándonos y significándonos lo contrario, y pudiese advertir al
lector que, sin despreciar lo uno ni lo otro, se elevase de la historia a la
inquisición y examen de aquello, para cuya verdadera inteligencia se escribió
la misma historia. Porque aunque es cierto que aquel acaecimiento pasó en la
ciudad de Nínive, sin embargó, nos significó alguna otra cosa mayor que aquella
ciudad; como sucedió que el mismo profeta estuvo tres días en el vientre de la
ballena, y con ello nos dio a entender que otro, que es el Señor de todos los
profetas, había de estar tres días en lo profundo del infierno. Por lo cual, si
en aquella ciudad se nos figuró proféticamente la Iglesia de los gentiles, arruinada
ya por la penitencia, de forma que no es lo que fue, por cuanto esto lo hizo
Cristo en la Iglesia de los gentiles, cuya figura representaba Nínive, ya fuese
en cuarenta días o en tres, el mismo Cristo fue el que se nos significó; en
cuarenta días, porque otros tantos conversó con sus discípulos después de su
resurrección, subiendo, al cumplirse este plazo, a los cielos, y en tres, porque
resucitó al tercero día, como si al lector, atento sólo a distraerse con la
historia, hubiesen querido los setenta, siendo a un tiempo intérpretes y
profetas, despertarle de su sueño, para que vaya indagando la profundidad
misteriosa de la profecía, y le dijeron en cierto modo: busca a aquel mismo en
los cuarenta días en quien pudieras hallar asimismo los tres días; lo primero
lo hallarás en la Ascención, y lo tercero en su Resurrección. Por esta razón, con
uno y otro número se nos pudo significar muy al caso, así lo que por el profeta
Jonás, como lo que por la, profecía de los setenta intérpretes nos dijo un
mismo espíritu.
Por no ser molesto no me detengo
en evidenciar y probar este punto, sostenido en muchos pasajes, donde Parece
que los setenta intérpretes discrepan de la verdad hebraica, y, bien entendidos,
se halla que están conformes. Yo también, según lo exigen mis, limitados
conocimientos, siguiendo las huellas de los apóstoles, que igualmente citaron
los testimonios proféticos, tomándolos de ambas partes, esto es, de los hebreos
y de los, setenta, he querido aprovecharme de la autoridad de unos y otros, porque
una y otra es una misma y ambas divinas. Pero continuemos ya lo que resta como
podamos.
CAPITULO XLV: Que después de la reedificación del templo dejaron los judíos de tener profetas, y que desde entonces hasta que nació Cristo fueron afligidos con continuas adversidades, para probar que la edificación que los profetas prometieron no era la de éste, sino la de otro templo.
Después que la nación judaica empezó
a carecer de profetas, sin duda alguna empeoró y declinó de su antiguo esplendor,
es a saber, en el mismo tiempo en que habiendo reedificado el templo, después
del duro cautiverio que padecieron en Babilonia, pensó que, había de mejorar de
fortuna. Porque así entendía aquel pueblo carnal lo que prometió Dios por su profeta
Ageo: Mayor será la gloria de esta última casa que de la primera; lo cual poco
más arriba manifestó debe entenderse por el Nuevo Testamento, donde dijo, prometiendo
claramente a Cristo: Conmoveré todas las naciones y vendrá el deseado por todas
las gentes. Los setenta intérpretes, con autoridad profética, expresaron otro
sentido, que convenía más al cuerpo que a la cabeza, esto es, más a la Iglesia
que a Cristo: Vendrá lo que tiene escogido el Señor entre todas las gentes, esto
es, los hombres de quienes dice Jesucristo en el Evangelio: Muchos son los
llamados y pocos los escogidos, porque de estos tales elegidos de entre las
gentes, como de piedras vivas, se ha edificado la casa de Dios por el Nuevo
Testamento, mucho más gloriosa que lo fue el templo de Salomón y el restaurado
después de la cautividad. Por esto, desde entonces, no tuvo profetas aquella
nación y los mismos romanos para que no entendiesen que esta profecía de Ageo
se había cumplido en la restauración del templo.
Porque al poco tiempo; con la
venida de Alejandro, fue sojuzgada, y aunque entonces no se verificó
destrucción alguna porque no se atrevieron a hacerle resistencia, rindiéndose
desde luego y recibiéndole en paz, con todo, no fue la gloria de aquella casa
tan grande como lo fue estando libre en poder de sus propios reyes. Y aunque
Alejandro ofreció sacrificios en el templo de Dios, no fue convirtiéndose a
adorar a Dios con verdadera religión, sino creyendo que le debía adorar
juntamente con sus falsos dioses.
Después Ptolomeo, hijo de Lago, como
insinué en el capitulo XLII, muerto ya Alejandro, sacó de allí los cautivos, llevándolos
a Egipto, a quienes su sucesor, Ptolomeo Filadelfo, con grande benevolencia
concedió la libertad, por cuya industria sucedió que tuviésemos lo que poco
antes insinué, las Santas Escrituras de los setenta intérpretes A poco tiempo
quedaron quebrantados, y destruidos con las guerras que se refieren en los
libros de los Macabeos. Enseguida los sujetó Ptolomeo, llamado Epifanes rey de
Alejandría, y después AntÍoco, rey de Siria, con infinitos y graves trabajos lo
compelió a que adorasen los ídolos, llenándose el templo de las sacrílegas
supersticiones de los gentiles; pero su valeroso jefe y caudillo Judas, llamado
el Macabeo, habiendo vencido y derrotado a los generales de Antíoco, le limpió
y purificó de toda la profanación con que le había manchado la idolatría.
Y no mucho después Alchimo, alucinado
por su ambición; sin ser de la estirpe de los sacerdotes que era condición indispensable,
se hizo pontífice. Desde entonces transcurrieron casi cincuenta años, en los
cuales aunque no vivieron en paz, sin embargo, experimentaron algunos sucesos
prósperos; pasados los cuales, Aristóbulo fue el primero que entre ellos, tomando
la corona, se hizo rey y pontífice. Porque hasta entonces, desde que regresaron
de cautiverio de Babilonia y se reedificó el templo, nunca, habían tenido reyes,
sino capitanes y príncipes, aunque el que es rey pueda llamarse también príncipe
por la seguridad con que ejerce el mando y el gobierno de su Estado, y capitán
por ser conductor y jefe de su ejército; pero no todos los que son príncipes y
capitanes pueden llamarse reyes, como lo fue Aristóbulo. A éste sucedió
Alejandro, que también fue rey y pontífice, de quien dicen que reinó cruelmente
sobre los suyos. Después de él, su esposa Alejandra fue reina de los judíos.
Desde este tiempo en adelante
sufrieron mayores trabajos, porque los hijos de Alejandro, Aristóbulo e Hircano;
compitiendo entre sí por el reino, provocaron contra la nación israelita las
fuerzas de los romanos, a quienes pidió Hircano socorro contra su hermano.
A esta sazón ya Roma había
conquistado el Africa, se había apoderado de Grecia, y extendiendo su imperio
por las otras partes del mundo, no pudiendo sufrirse a sí misma, se acarreó la
ruina con su misma grandeza. Porque vino a parar en discordias domésticas, pasando
de éstas a las guerras sociales, que fueron con sus amigos y aliados, y luego, a
las civiles, disminuyéndose y quebrantándose en tanto grado su poder, que llegó
al extremo de mudar el estado de república, y ser gobernada directa y
despóticamente por reyes. Pompeyo, esclarecido y famoso príncipe del pueblo
romano, entrando con un poderoso ejército en Judea, apoderó de la ciudad, abrió
el templo, no como devoto y humilde, sino como vencedor orgulloso, y llegó, no
reverenciando, sino profanando, hasta Sancta Sanctorum, donde no era lícito
entrar sino al sumo sacerdote; y habiendo confirmado el pontificado e Hircano, y
puesto por gobernador de la nación sojuzgada a Antípatro, que llamaban ellos entonces
procurado llevó consigo preso a Aristóbulo.
Desde esta época los judíos
comenzaron a ser tributarios de los romanos Después Casio les despojó de
cuantas riquezas se guardaban en el templo. Al cabo de pocos años merecieron
tener por rey a Herodes, un extranjero descendiente de gentiles, en cuyo
reinado nació Jesucristo; porque ya se había cumplido puntualmente el tiempo que
nos significó el espíritu profético por boca del patriarca Jacob cuando dijo: No
faltará Príncipe de Judá, ni caudillo de su linaje, hasta que venga aquel para
quien están guardadas las promesas y él será el que aguardarán las gentes. No
faltó príncipe de su nación a los judíos hasta este Herodes, que fue el primer
rey que tuvieron de nación extranjera. Por esto era ya tiempo que viniese aquel
a quien estaba reservado lo prometido por el Nuevo Testamento, para que fuese
la esperanza de las naciones. Y no aguardarán su venida las gentes, como vemos
aguardan a que venga a juzgar con todo el poder manifiesto de su majestad y
grandeza, si primero no creyeran en el que vino a sufrir y ser juzgado con
humilde paciencia y mansedumbre.
CAPITULO XLVI: Del nacimiento de nuestro Salvador, según que el Verbo se hizo hombre, de la dispersión de los judíos por todas las naciones, como estaba profetizado.
Reinando, pues, Herodes en Judea,
y en Roma mudádose el estado republicano, imperando Augusto César, y por su mediación
disfrutando todo el orbe de una paz y tranquilidad apacible, conforme a la
precedente profecía, nació Cristo en el Belén de Judá, nombre manifiesto, de
madre virgen; Dios oculto, de Dios Padre. Porque así lo dijo el Profeta: Una
virgen concebirá en su vientre, parirá un hijo, y, se llamará Emmanuel, que
quiere decir, Dios es con nosotros; el cual, para dar una prueba nada equívoca
que era Dios, obró extraordinarios milagros y maravillas, de las cuales refiere
algunas la Escritura Evangélica, cuantas parecieron suficientes para dar una
noticia exacta de él y predicar su santo nombre.
Entre ellas la primera es que
nació de una manera admirable, y la última, que con su propio cuerpo resucitó
de entre los muertos y subió glorioso a los cielos.
Pero los judíos, que le dieron
afrentosa y cruel muerte, y no quisieron creer en Él, ni que convenía que así muriese
y resucitase, destruidos miserablemente por los romanos, fueron del todo
arrancados, expelidos y desterrados de su reino, donde vivían ya bajo el
dominio de los extranjeros; esparcidos y derramados por todo el mundo; y con
sus escrituras nos sirven para dar fe y constante testimonio de que no hemos
fingido las profecías que hablan de Cristo, las cuales, consideradas por muchos
de ellos, así antes de la Pasión como particularmente después de su
resurrección, se resolvieron a creer en este gran Dios. De ellos dijo la
Escritura: Si fuese el número de los hijos de Israel como las arenas del mar, solas
unas cortas reliquias serán las que se salvarán. Y los demás quedaron ciegos y
obstinados en su error, de los cuales dijo lo Escritura: Conviértaseles su mesa
en lazo, en retribución y escándalo, ciéguenseles los ojos para que no vean, y
encórvales, Señor, siempre sus espaldas. Y por eso, como no dan asenso a
nuestras Escrituras, se van cumpliendo en ellas las suyas, las cuales leen a
ciegas y sin la debida meditación. A no ser que quiera decir alguno que las
profecías que corren con nombre de las Sibilas, u otras, si hay algunas, que no
sean o pertenezcan al pueblo judaico, las fingieron e inventaron los cristianos,
acomodándolas a Cristo. A nosotros nos bastan las que se citan en los libros de
nuestros contrarios, a los cuales vemos por este testimonio, que nos
suministran impelidos por la fuerza de la razón y contra su voluntad, a pesar
de tener y conservar estos libros, los vemos, digo, esparcidos por todas las
naciones y por cualquiera parte que se extiende la Iglesia de Cristo.
Sobre este particular hay una
profecía en los Salmos, donde dice: La misericordia de mi Dios me dispondrá, mi
Dios me la manifestará en mis enemigos; no los mates y acabes, porque no
olviden tu ley; derrámalos y espárcelos en tu virtud; Mostró, pues, Dios a la
Iglesia en sus enemigos, los judíos, la gracia de su misericordia; pues como declara
el Apóstol: La caída de ellos fue ocasión que proporcionó la salvación de las
gentes. Y por eso no los acabó de matar, esto es, no destruyó en ellos lo que
tienen los judíos, aunque quedaron sojuzgados y oprimidos por los romanos, para
que no olvidasen la ley de Dios y pudiesen servir para el testimonio de que
tratamos. Por lo mismo fue poco decir no los mates, porque no olviden en algún
tiempo tu ley, si no añadiera también, derrámalos y espárcelos, puesto que si
con el irrefragable testimonio que tienen en sus escrituras se encerraran
solamente en el rincón de su tierra, y no se hallaran en todas las partes del
mundo, sin duda la Iglesia, que está en todas ellas, no pudiera tenerlos en
todas las gentes y naciones por testigos de las profecías que hay de Cristo.
CAPITULO XLVII: Si antes que Cristo viniese hubo algunos, a excepción de la nación israelita, que perteneciesen a la comunión de la Ciudad del Cielo.
Cuando se lee que algún
extranjero, esto es, que no fuese de Israel ni estuviese admitido por aquel
pueblo en el Canon de las Sagradas Escrituras, vaticinó alguna cosa de Cristo, y
ha llegado a nuestra, noticia o llegare, lo podremos referir y contar por colmo
y redundancia, no porque tengamos necesidad de él, aun cuando jamás existiera, sino
porque muy al caso se cree que hubo también entre las demás naciones personas a
quienes se les reveló este misterio y que fueron compelidas igualmente a
anunciarle y hacerle visible, ya fuesen partícipes de la misma gracia, ya
estuviesen ajenos de ella; pero tuvo noticia de ello por medio de los demonios,
los cuales sabemos que confesaron también a Cristo presente, a quien los judíos
no quisieron reconocer.
Ni creo que los mismos judíos se
atrevieron a sustentar que alguno perteneció a Dios, a excepción de los
israelitas, después que Israel comenzó a ser la propagación progresiva, habiendo
reprobado Dios a su hermano mayor. Porque en realidad de verdad, pueblo que se
llamase particularmente pueblo de Dios, no le hubo sino el de los israelitas.
Sin embargo, no pueden negar
hubiera entre las otras naciones algunos hombres que pertenecían a los
verdaderos israelitas, ciudadanos de la patria soberana, no por la sociedad y
comunión terrena, sino por la celestial; porque si lo negaran fácilmente los
convencerán con Job, varón santo y admirable, que ni fue indígena o natural ni
prosélito o extranjero, adoptado en el pueblo de Israel sino que siendo del
linaje de los idumeos, nació entre ellos y entre ellos mismos murió; quien es
tan elogiado por el testimonio de Dios, que por lo respectivo a su piedad y
justicia no puede igualársele hombre alguno de su tiempo. El cual tiempo, aunque
no le hallemos apuntado en las Crónicas, inferimos de su mismo libro (el cual los
israelitas, por lo que merece, le admitieron y dieron autoridad canónica), haber
sido tres generaciones después de Israel.
No dudo que fue providencia
divina para que por este único ejemplo supiésemos que pudo también haber entre
las otras gentes quien viviese, según Dios, y le agradase, perteneciente a la
espiritual Jerusalén. Lo que, debemos creer que a ninguno se concedió sino a
quien Dios reveló, al mediador único de Dios y de los hombres, el Hombre Cristo
Jesús; el cual se les anunció entonces a los antiguos santos que hablan de
venir en carne mortal, como se nos ha anunciado a nosotros que vino, para que
una misma fe por él conduzca a todos los predestinados a la Ciudad de Dios, a
la casa de Dios, al templo de Dios, a gozar de Dios.
Todas las demás profecías que se
alegan y citan de la gracia de Dios por Cristo Jesús, se puede imaginar o
sospechar que sean fingidas por los cristianos. Y así no hay argumento más
concluyente para convencer a toda clase de incrédulos cuando porfiaren sobre
este punto, y para confirmar a los nuestros En su creencia cuando opinaran bien,
que citar aquellas profecías divinas de Cristo que se hallan escritas en los
libros de los judíos, quienes con haberles Dios desterrado de su propio país, esparciéndolos
por toda la redondez de la tierra para que diesen este testimonio, han sido
causa del crecimiento extraordinario de la Iglesia de Cristo en toda partes.
CAPITULO XLVIII: Que la profecía de Ageo, en que dijo había de ser mayor la gloria de la casa del Señor que lo habla sido al principio, se cumplió, no en la reedificación del templo, sino en la Iglesia de Cristo.
Esta casa de Dios es de mayor
gloria que la primera que se edificó de piedra, de madera y de preciosos
metales. Así que la profecía de Ageo no se cumplió en la reedificación de aquel
templo, porque después que se restauró jamás se ha visto que haya tenido tanta
gloria como tuvo en tiempo del rey Salomón; antes, por el Contrario, se ha
experimentado que ha menguado la gloria y esplendor de aquella casa: lo primero,
por haber cesado la profecía, y lo segundo, por las infinitas miserias y
estragos que ha sufrido la misma nación, llegando al miserable estado de su
última ruina y desolación que le causaron los romanos, como consta de, lo que
arriba hemos referido.
Pero esta casa, que pertenece al
Nuevo Testamento, es sin duda, de tanta mayor gloria cuanto son mejores las
piedras vivas con que creciendo y renovándose las fieles, se va edificando. Esta
fue significada por la restauración de aquel templo, porque la misma renovación
de aquel edificio quiere decir en sentido profético el otro Testamento que se
llama Nuevo. Así lo que dijo Dios por el mismo profeta: Y daré paz en este
lugar, por el lugar que significa se debe entender el lugar significado: de forma
que porque en aquel lugar restaurado se nos dignificó la Iglesia que habla de
ser edificada, por Jesucristo, no se entienda otra cosa, cuando dice: Daré paz
en este lugar, sino daré la paz que significa este lugar. Porque en cierto modo
todas las cosas que significan otras parece que las representan, como dijo el
Apóstol: La piedra era Cristo, porque aquella piedra, sin duda, significaba a
Cristo.
Mayor es, pues, la gloria de la
casa de este Nuevo Testamento que la de la casa primera del Vicio Testamento; y
se manifestará mayor cuando sea dedicada, puesto que en aquella época vendrá el
deseado de todas las gentes, como se lee en el texto hebreo.
Porque su primera venida no era
deseada por todas las naciones, que ignoraban a quién debían desear, y, por
tanto, no habían aun creído en Él.
Entonces también, según los
setenta intérpretes, vendrán los que ha escogido el Señor de entre tocas las
gentes, ya que entonces no vendrán verdaderamente sino los escogidos, de quien
dice el Apóstol: Que nos escogió el Padre Eterno en su hijo Jesucristo antes de
la creación del mundo., Porque el mismo Arquitecto, que dijo: Muchos son los
llamados, pero pocos los escogidos, no lo dijo por los que, llamados, vinieron
de forma que después los echaron del convite sino por los escogidos, de quienes
mostrará edificada una casa que después no ha de temer jamás ser destruida. Pero
ahora, como también llenan las iglesias los que en la era apartará el aventador,
no parece tan, grande la gloria de esta casa, como se representará cuando quien
estuviere en ella esté de asiento para siempre.
CAPITULO XLIX: Cómo la Iglesia se va multiplicando incierta y confusamente, mezclándose en ella en este siglo muchos réprobos con los escogidos.
En este perverso siglo, en estos
días funestos y malos (en que la Iglesia, por la humillación que ahora sufre, va
adquiriendo la altura majestuosa donde después ha de verse, y con los estímulos
de tormentos y de dolores, como las molestias de los trabajos y con los
peligros de las tentaciones, se va ensayando e instruyendo y vive contenta con
sola la esperanza, cuando verdadera y no vanamente se contenta), muchos
réprobos y malos se van mezclando con los buenos, y los unos y los otros se van
recogiendo como a una red evangélica; y todos dentro de ella en este mundo, como
en un mar dilatado, sin diferencia, van nadando hasta llegar a la ribera, donde
a los malos los separen de los buenos, y en los buenos, como en templo suyo, sea
Dios el todo en todo.
Vemos por ahora cómo se cumple la
voz de aquel que hablaba en el Salmo: Les anuncié el Evangelio, les hablé, y se
han multiplicado, de suerte que no tienen número. Esto va efectuándose en la
actualidad, después que primero por boca de Juan, su precursor, y
posteriormente por si mismo, les predicó y habló, diciendo: Haced penitencia, porque
se ha acercado el reino de los Cielos.
Escogió discípulos, a los cuales
llamó también Apóstoles,, hijos de gente humilde, sin el brillo de la cuna y
sin letras, para que todos los portentos que obrasen y cuanto fuesen, lo fuese
e hiciese el Señor en ellos. Tuvo entre ellos uno malo para cumplir, usando
bien del perverso, la disposición celestial de su Pasión y también para dar
ejemplo a su Iglesia de cómo debían tolerarse los malos. Y habiendo sembrado la
fructífera semilla del Evangelio, lo que convenía y era necesario por su
presencia corporal, padeció, murió y resucitó, manifestándonos con su Pasión
(dejando aparte la majestad del Sacramento, de haber derramado su sangre para
obtener la remisión de los pecados) lo que debemos sufrir por la verdad, y con
la resurrección, lo que debemos esperar en la eternidad.
Conversó después y anduvo
cuarenta días entre sus discípulos, y a su vista subió a los Cielos, y pasados
diez días les envió el Espíritu Santo de su Padre que les había prometido, y el
venir sobre los que habían creído fue entonces una señal muy particular y
absolutamente necesaria, pues en virtud de ella cada uno de los creyentes
hablaba las lenguas de todas las naciones, significándonos con esto que habla
de ser una la Iglesia católica en todas las gentes, y que por eso había de
hablar todos los idiomas.
CAPITULO L: De la predicación del Evangelio, y cómo) vino a hacerse más ilustre y poderosa con las persecuciones y martirios de los predicadores.
Después, conforme a aquella
profecía, en que se anunciaba cómo la ley había de salir de Sión y de Jerusalén
la palabra del Señor; según predijo el mismo Cristo Señor nuestro, cuando
después de su resurrección, estando sus discípulos admirados y absortos de
verle, se les abrió los ojos del entendimiento para que entendiesen las
Escrituras, diciéndoles: así está escrito y así convenía que padeciera Cristo, resucitara
de entre los muertos al tercero día, y se predicara en su nombre la penitencia
y remisión de los pecados por todas las gentes, comenzando desde Jerusalén; y
cuando en otra parte respondió a los que le preguntaron cuándo seria su última
venida, diciéndoles: No es para vosotros el saber los tiempos o momentos que puso
el Padre en su potestad; con todo, recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que
vendrá sobre vosotros; y daréis testimonio de mí en Jerusalén, en toda la Judea
y Samaria y hasta los últimos confines de la tierra.
Desde Jerusalén, primero, se
comenzó a sembrar y extender la Iglesia, y siendo muchos los creyentes en Judea
y en Samaria, se dilató también por otras naciones, predicando el Evangelio los
que Él mismo, como lumbreras, había provisto de cuanto habían de decir, llenándoles
de la gracia del Espíritu, Santo. Porque les dijo: No temáis a los que matan el
cuerpo y no pueden matar el alma. Y así, para que no les entibiase el temor, ardían
con el fuego vivo de la caridad.
En fin, éstos, no sólo los que
antes la Pasión y después de la resurrección le vieron y oyeron, sino también
los que después de la muerte de éstos les sucedieron entre horribles
persecuciones, y varios tormentos y muertes de innumerables mártires, predicaron
en todo el mundo el Evangelio, confirmándolo el Señor con señales y prodigios, y
con varias virtudes y dones del Espíritu Santo; de forma, que los pueblos de la
gentilidad, creyendo en Aquel que por su redención quiso morir crucificado con
amor y caridad cristiana, reverenciaban la sangre de los mártires, que ellos
mismos con furor diabólico habían perseguido y derramado.
Y los mismos reyes, que con leyes
y decretos procuraban destruir la Iglesia, saludable y gustosamente se
sujetaban a aquel nombre, que con tanta crueldad procuraron desterrar de la
tierra y comenzaban a perseguir a los, falsos dioses, por quienes antes habían
perseguido a los que adoraban al Dios verdadero.
CAPITULO LI: Cómo por las disensiones de los herejes se confirma también y corrobora la fe católica.
Pero observando el demonio que
los hombres desamparaban los templos de los demonios y que acudían al nombre de
su Mediador, Libertador y Redentor, conmovió a los herejes para que, bajo el
pretexto del nombre cristiano, se opusiesen y resistiesen a la doctrina
cristiana, como si indiferentemente, sin corrección alguna, pudieran caber en
la Ciudad de Dios, como en la ciudad de la confusión cupieron indiferentemente
filósofos que opinaban entre sí diversa y opuestamente.
Los que en la Iglesia de Cristo
están imbuidos en algún contagioso error, habiéndoles corregido y advertido
para que sepan lo que es sano y recto, sin embargo, resisten vigorosamente y no
quieren enmendar sus pestilentes y mortíferas opiniones, sino que obstinada
mente las defienden, éstos se hacen herejes, y saliendo del gremio de la
Iglesia son tenidos en el número de lo enemigos que la ejercitan y afligen.
Porque aun de este modo con su
mal aprovechan también a los verdaderos católicos que son miembros de Cristo, usando
Dios bien aun de los malos, convirtiéndose en bien toda las cosas a los que le
sirven y aman. Todos los enemigos de la Iglesia, sea cualquiera el error que
los alucine en la malicia que los estrague, si Dios le da potestad para
afligirla corporalmente, ejercitan su paciencia; y si la contradicen sólo
opinando mal, ejercitan su sabiduría, y para que ame también a sus enemigos, ejercitan
su caridad y benevolencia, ya los procure' persuadir con la razón y doctrina
sana, ya con el rigor y terror de la corrección y disciplina.
Así, pues, cuándo el demonio, príncipe
de la ciudad impía, mueve contra la Ciudad de Dios, que peregrina en este mundo,
sus propias armas, no se le permite que la ofenda en nada; porque sin duda la
Divina Providencia la provee con las prosperidades y consuelos para que no
desmaye en las adversidades y con éstas ejercite su tolerancia, a fin de no
estragarse con las cosas favorables, templando lo uno con lo otro, Por lo cual
advertimos haber nacido de aquí lo que dijo en el Salmo: Conforme a la
abundancia de dolores y ansias de mi corazón, en esa misma medida, Dios mío, alegraron
mi alma tus consuelos. De aquí dimana también aquella expresión del Apóstol:
Que estemos alegres con la
esperanza y tengamos paciencia en la tribulación.
Pues tampoco por lo que dice el
mismo doctor: Que los que quieren vivir pía y santamente en Cristo, han de
padecer persecuciones, hemos de entender que puede faltar en tiempo alguno; porque
cuando se figura uno que hay alguna paz y tranquilidad de parte de los extraños
que nos afligen, y verdaderamente la hay, y nos causa notable consuelo, particularmente
a los débiles, con todo, no faltan entonces, antes hay muchísimos dentro de
casa que con mala vida y perversas costumbres afligen los corazones de los que
viven piadosa y virtuosamente; pues por ellos se desacredita y blasfema el
nombre cristiano y católico; el cual, cuanto más le aman y estiman los que
quieren vivir santamente en Cristo, tanto más les duele lo que practican los
malos que están dentro y que no sea tan amado y apreciado como desean de las
almas pías. Los mismos herejes, cuando se considera que tienen el nombre
cristiano, los Sacramentos cristianos, las Escrituras y profesión, causan gran
dolor en los corazones de los piadosos, porque a muchos que quieren ser también
cristianos estas discordias y disensiones les obligan a dudar, y muchos maldicientes
hallan también en ellos materia proporcionada y ocasión para blasfemar el
nombre cristiano, puesto que se llaman cristianos, cualquiera que sea la
denominación que quiera dárseles.
Así que, con estas y. semejantes
costumbres perversas, errores y herejías, padecen persecución los que quieren
vivir piadosamente en Cristo, aunque ninguno les atormente ni aflija el cuerpo;
porque la padecen, no en el cuerpo, sino en el corazón. Por eso dijo el
salmista: conforme a la muchedumbre de los dolores de mi corazón, y no dijo de
mi cuerpo.
Por otra parte, como se sabe que
son inmutables e invariables las promesas divinas, y que dice el Apóstol: Que
sabe ya Dios los que son suyos, y que de los que conoció y predestinó a
hacerlos conformes a la imagen de su hijo, ninguno puede perderse; por, eso
añade el salmista: y alegraron mi alma tus consuelos. El dolor que sufren los
corazones de los buenos, a quienes persigue la mala vida y reprobadas
costumbres de los cristianos malos o falsos, aprovecha a los que le padecen, porque
procede de la caridad, por la cual desean que no se pierdan ni impidan a
salvación de los otros. Finalmente, también de la enmienda y corrección de los
malos suceden grandes consuelos, los cuales llenan de tanta alegría los ánimos
de los bueno cuánto era el dolor que ya les había causado su perdición. Y así
en est siglo, en estos días malos, y no sólo desde el tiempo de la presencia
corporal de Cristo y de sus Apóstoles sino desde el mismo Abel, que fue primer justo,
a quien mató su impío hermano, y en lo sucesivo hasta el fin de este mundo, entre
las persecuciones de la tierra y entre los consuelos de Dios, discurre
peregrinando su Iglesia.
CAPITULO LII: Si debe creerse lo que piensan algunos, que cumplidas las diez persecuciones. que ha habido, no queda otra alguna a excepción de la una cima, que ha de ser en tiempo del mismo Anticristo.
Y por lo mismo, tampoco me parece
debe afirmarse o creerse temerariamente lo que algunos han opinado u opinan de que
no ha de padecer la Iglesia más persecuciones, hasta que venga el Anticristo, que
las que ya ha padecido esto es, diez; de forma que, la undécima, que será la
última, sea por causa de la venida del Anticristo Pues cuentan por la primera
la que motivó Nerón, la segunda Domiciano, la tercera Trajano, la cuarta
Antonino, la quinta Severo, la sexta Maximino, la séptima Decio, la octava
Valeriano, la novena Aureliano y la décima Diocleciano y Maximiano.
Imaginan éstos que corno fueron
diez las plagas de los egipcios antes que empezase a salir de aquel país el
pueblo de Dios, se deben referir a este sentido, de forma que la última
persecución del Anticristo represente a la undécima plaga, aquella en que los
egipcios, persiguiendo como enemigos a los hebreos, perecieron en el mar
Bermejo, pasando por él a pie enjutó el pueblo de Dios. Pero no pienso yo que
lo que sucedió en Egipto nos significó proféticamente estas persecuciones, aunque
los que así opinan parece que con mucha puntualidad e ingenio han cotejado cada
una de aquellas plagas con cada una de estas persecuciones, no con espíritu
profético, sino con humana conjetura, la cual a veces acierta con la verdad, y
a veces yerra.
Pero qué nos podrán decir de la
persecución, en la cual el mismo Dios v Señor fue crucificado? En qué numero la
pondrán? y Si presumen que debe principiar la cuenta sin contar ésta, como si
debiéramos contar las que pertenecen al cuerpo, y no aquella en que fue
perseguida y muerta la misma cabeza, qué harán de la otra que sucedió en
Jerusalén después que Jesucristo subió a los cielos; cuando apedrearon a San
Esteban; cuando degollaron a Santiago, hermano de San Juan; cuando al Apóstol
San Pedro le metieron en una cárcel para darle muerte, libertándole un ángel de
las prisiones; cuando fueron ahuyentados y esparcidos los cristianos de
Jerusalén; cuando Saulo que después vino a ser el Apóstol San Pablo, destruía y
perseguía la Iglesia; cuando ya predicando la fe el mismo Apóstol de las gentes,
padeció los mismos ultrajes y trabajos que él solía causar, así en Judea como
por todas las demás naciones por dondequiera que con singular fervor iba
predicando a Cristo? Por qué motivo les parece que debe comenzarse desde Nerón,
ya que entre atroces persecuciones, que sería largo referirlas todas, llegó la
Iglesia aumentándose insensiblemente a los de Nerón?
Y si piensan que deben ponerse
solamente el número de las persecuciones las que motivaron los reyes, rey fue Herodes,
que después de la ascensión del Señor la hizo gravísima. Y asimismo qué nos
responderán del emperador Juliano, cuya persecución no cuentan en el número de
las diez? Acaso no persiguió la Iglesia prohibiendo a los: cristianos enseñar y
aprender las artes y ciencias liberales? Y privando de su cargo en el ejército
a Valentiniano el Mayor, que después fue emperador, porque confesó la fe de
Cristo? Y nada diremos de lo que comenzó a practicar en la ciudad de Antioquía,
y no continuó por admirarle la libertad y alegría de un joven cristiano, constante
en la fe, que entre otros muchos presos para martirizarlos con tormentos, siendo
el primero de quien echaron mano, y padeciendo por todo un día acerbísimos
tormentos, cantaba alegremente entre los mismos garfios y dolores; en vista de
lo cual, el tirano desistió, temiendo sufrir mayor y más ignominiosa confusión
y afrenta en los demás;
Finalmente, en nuestros tiempos, Valente
Arriano, hermano del dicho Valentiniano, por ventura no hizo una terrible carnicería
en la Iglesia católica con su persecución en las provincias de Oriente? Y qué
diremos, viendo que no consideran que la Iglesia, así como va fructificando y
creciendo por todo el mundo, puede padecer en algunas naciones persecución por
los reyes, aun cuando no la padezca en otras?
A no ser que no deba contarse por
persecución cuando el rey de los godos, en su país, con admirable crueldad persiguió
a, los cristianos, no habiendo allí sino católicos, de los cuales muchos
merecieron la corona del martirio, como lo oímos a algunos cristianos que, siendo
jóvenes, se hallaron entonces allí y se acordaban, sin dudar, de haberlo visto.
Y qué diré de la que en la
actualidad sucede en Persia? Acaso no se encendió allí la persecución contra
los cristianos, aun no bien extinguida, y tan acerba, que algunos se han venido
huyendo hasta los pueblos sujetos al imperio de los romanos?
Por estas y otras consideraciones
semejantes, me parece que no debemos poner número determinado en las persecuciones
con que ha de ser ejercitada y molestada la Iglesia; pero, por otra parte, afirmar
que después de la última, en que no pone duda cristiano alguno, ha de haber
otras por los reyes, no es menor temeridad. Así que esto lo dejamos indeciso, sin
aprobar ni desaprobar ninguna de las partes de esta cuestión, y procurando sólo
aconsejar al lector que no asegure con atrevida presunción, ni lo uno ni lo
otro.
CAPITULO LIII: De cómo está oculto el tiempo de la última Persecución.
La última persecución que ha de
hacer el Anticristo, sin duda la extinguirá con su presencia el mismo
Jesucristo, porque así lo dice la Escritura Que le quitará la vida con el
espíritu de su boca y le destruirá con sólo el resplandor de su presencia.
Aquí suelen preguntar: cuándo
sucederá esto? Pregunta, sin duda, excusada, pues si nos aprovechara el saberlo,
Quién lo dijera mejor que el mismo Dios, nuestro Maestro, cuando se lo
preguntaron sus discípulos? Porque no se les pasó esto en silencio cuando
estaban, con Él, sino que se lo preguntaron, diciendo: Señor, acaso en este
tiempo habéis, de restituir el reino de Israel? Y Cristo les respondió: No es
pasa vosotros el saber los tiempos que el Padre puso en su potestad. ' Porque, en
efecto, no le preguntaron sus discípulos la hora, o el día o el año, sino el
tiempo, cuando el Señor les respondió en tales términos; así que en vano
procuramos contar y definir los años que restan de este siglo, oyendo de la
boca de la misma verdad que el saber esto no es para nosotros Con todo, dicen
algunos que podrían ser cuatrocientos años, otros quinientos y otros mil, contando
desde la ascensión del Señor hasta su última y final venida, y el intentar
manifestar en este lugar el modo con que cada uno funda su opinión, sería
asunto largo y no necesario, porque sólo usan de conjeturas humanas, sin traer
ni alegar cosa cierta de la autoridad de la Escritura canónica. El que dijo: no
es para vosotros el saber los tiempos que el Padre puso en su potestad, sin
duda confundió e hizo parar los dedos de los que pretendían sacar esta cuenta.
No debe maravillarnos que esta
sentencia evangélica no haya refrenado a los que adoran la muchedumbre de los dioses
falsos, para que dejasen de fingir, diciendo que por los oráculos y respuestas
de los demonios, a quienes adoran como a dioses, está definido el tiempo que ha
de durar la religión cristiana. Porque como veían que no habían sido bastantes
acabarla y consumiría tantas y tan terribles persecuciones, antes si con ellas
se había propagado extraordinariamente, inventaron ciertos versos griegos, suponiéndolos
dados por un oráculo a un sujeto que les consultaba, en los cuales, aunque se
absuelve a Cristo como inocente de este sacrílego crimen, dicen que Pedro hizo
con sus hechizos que fuese adorado el nombre de Cristo por trescientos sesenta
y cinco años, y que acabado el numero de éstos, sin otra dilación dejarían de
adorarle. Oh juicios de hombres doctos, ingenios de gente cuerda y literaria, dignos
sois de creer de Cristo lo que no queréis creer contra Cristo, que su discípulo
Pedro no aprendió de su, divino Maestro las artes mágicas, sino que siendo éste
inocente, su discípulo fue hechicero y mágico, y que con estas sus artes e
invenciones, a costa de grandes trabajos y peligros que padeció, y, al fin, con
derramar su sangre, más quiso Que adorasen las gentes el nombre de Cristo que
el suyo propio! Si Pedro, siendo hechicero y malhechor, hizo que el mundo amase
así a Cristo, qué hizo Cristo, siendo inocente, para que con tanto cariño le
amase Pedro? Ellos mismos, pues, se respondan a sí mismos, y, si pueden, acaben
de entender que aquella divina gracia que hizo que, por causa de la vida eterna,
amase el mundo a Cristo, fue también la que hizo que por alcanzar de Cristo la
vida eterna le amase Pedro hasta dar por él la vida temporal. Además, estos
dioses quiénes son que pudieron adivinar estas cosas y no las pudieron estorbar,
rindiéndose así a un solo hechicero y a un solo hechizo, en el que dicen fue
muerto, despedazado, y con sacrílega ceremonia sepultado, un niño de un año, que
permitieron se extendiese y creciese tanto tiempo una secta tan contraria suya;
que venciese, no resistiendo, sino sufriendo y padeciendo tan horrendas
crueldades de tantas y tan grandes persecuciones, y que Ilegáse a arruinar y
destruir sus ídolos, templos, ceremonias y oráculos? Y, finalmente, qué dios es
éste, no nuestro, sino de ellos, a quien con una acción tan fea pudo Pedro o
atraerle o compelerle a que viniese a hacer todo esto? Porque no era algún
demonio, sino dios, según dicen aquellos versos, a quien ordenó este mandato
Pedro con su arte mágica. Tal es el dios que tienen los que no tienen ni
confiesan a Cristo.
CAPITULO LIV: Cuán absurdamente mintieron los paganos al fingir que la religión cristiana no había de permanecer ni pasar de trescientos sesenta y cinco años.
Estas y otras particularidades
semejantes aglomerara aquí, si no hubiera pasado ya el año que prometió el
fingido oráculo, y el que creyó la ilusa vanidad de los idólatras; pero, como
después que se instituyó y fundó el culto y reverencia de Cristo por su propia
persona y presencia corporal, y por los Apóstoles, han transcurrido ya algunos,
años desde que se cumplieron los trescientos sesenta y cinco, qué otro
argumento buscamos para convencer esta falsedad? Aunque no pongamos ni fijemos
el principio de este grande asunto en la Natividad de Cristo, porque siendo
niño y púbere no tuvo discípulos; con todo, cuando comenzó a tenerlos, sin duda
se empezó a manifestar por su corporal presencia la doctrina y religión cristiana,
esto es, después que el Bautista le bautizó en el Jordán. Por eso procedió
aquella profecía que habla de Él: Dominará y señoreará todo lo que hay de mar a
mar, desde el río hasta los últimos términos del orbe de la tierra.
Mas como antes que padeciese y
resucitase de entre los muertos, la fe, esto es, el verdadero conocimiento de
Dios, aún no se había dado a todos, porque acabó de darse en la resurrección de
Cristo, puesto que así lo dice el Apóstol San Pablo hablando con los atenienses
Ahora avisa y anuncia Dios a los hombres, que todos en todo el mundo hagan
penitencia, porque tiene ya aplazado el día en que ha de juzgar al mundo con
exacta y rigurosa justicia por medio de aquel varón por quien dio la fe, esto
es, el conocimiento de Dios a todos, resucitándole de entre los muertos. Para
resolver debidamente esta cuestión, mejor tomaremos el hilo de la narración
desde allí, especialmente porque entonces dio también Dios el Espíritu Santo, como
convino que se diese después de la resurrección de Cristo en aquella ciudad
donde había de comenzar la segunda ley, esto es el Nuevo Testamento. Porque la
primera, que se llama el Viejo Testamento, se dio en el Monte Sinaí por medio
de Moisés. De ésta que había de dar Cristo, dijo el Profeta: Que de Sión
saldría la ley, y la palabra y predicación del Señor, de Jerusalén. Y así dijo
el mismo Señor expresamente que convenía predicar la penitencia en su nombre
por todas las naciones, pero principalmente y en primer lugar por Jerusalén. En
esta ciudad, pues, comenzó el culto y veneración a este augusto nombre, de forma
que creyeron en Jesucristo crucificado y resucitado. Allí ésta principió con
tan ilustres principios, que algunos millares de hombres, convirtiéndose al
nombre de Cristo con maravillosa alegría, vendiendo toda su hacienda para
distribuirla entre los pobres y necesitados, vinieron a abrazar con un santo
propósito y ardiente caridad la voluntaria pobreza; y entre aquellos judíos que
estaban bramando y deseando beber la sangre de los convertidos, se dispusieron
a pelear valerosamente hasta la muerte por la verdad, no con armado poder, sino
con otra arma más poderosa, que es la paciencia.
Si esto pudo hacerse sin arte
alguna mágica por qué dudan que la virtud divina, que así lo dispuso, pudo
hacer lo mismo en todo el mundo? Y si para que en Jerusalén acudiese así al
culto y reverencia del hombre de Cristo tanta multitud de gentes que le habían
crucificado, o después de crucificado le habían escarnecido, había ya hecho
Pedro aquella hechicería, averigüemos desde este año a ver cuando se cumplieron
los trescientos sesenta y cinco. Murió Cristo en el consulado de los dos
Géminos, a 25 de marzo; resucitó al tercero día, como lo vieron y tocaron los
Apóstoles con sus propios sentidos. Después, pasados cuarenta días, subió a los
cielos, y a los diez siguientes, esto es, cincuenta días después de su
Resurrección, envió el Espíritu Santo. Entonces, por la predicación de los
Apóstoles, creyeron en Dios tres mil personas. Así, pues, en aquella época comenzó
el culto y reverencia de su nombre, según nosotros lo creemos, y es la verdad, por
la virtud del Espíritu Santo; y según fingió y pensó la impía vanidad por las
artes mágicas de Pedro. Poco después también, por un insigne milagro, cuando, a
una palabra del mismo Pedro, un pobre mendigo que estaba tan cojo y tullido
desde su nacimiento, que otros le llevaban y le ponían a la puerta del templo
para que pidiese limosna, se levantó sano en nombre de Jesucristo, creyeron en
él cinco mil hombres; y acudiendo después otros y Otros a la misma fe, fue
creciendo la Iglesia. De esta manera también se colige el día en que comenzó el
año, es a saber, cuando fue enviado el Espíritu Santo, esto es, a 15 de mayo. Ahora
bien: contando los cónsules se ve que los trescientos sesenta y cinco años, se
cumplieron el 15 de mayo en el consulado de Honorio y Eutiquiano.
Y así el año siguiente, siendo
cónsul Manlio Teodoro, cuando según aquel oráculo de los demonios, o ficción de
los hombres no había de haber más religión cristiana. sin necesidad de averiguar
lo que sucedió en otras partes del mundo, sabemos que aquí, en, la famosa e
ilustre ciudad de Cartago, en Africa, Gaudencio y Jovio, gobernadores por el
emperador Honorio a 19 de marzo, derribaron los templos y quebraron los
simulacros e ídolos de los falsos dioses.
Desde entonces acá, en casi
treinta años, quién no sabe lo que ha crecido el culto y religión del nombre de
Cristo, principalmente después que se han hecho cristianos muchos de los que
dejaban de ser, creyendo en aquel pronóstico o vaticinio como sí fuera
verdadero, y cuya ridícula falsedad vieron, al cumplirse el número de los años?
Nosotros, pues, que somos y nos
hallamos cristianos, no creemos en Pedro, sino en Aquel en quien creyó Pedro, edificados
con la doctrina cristiana que nos predicó Pedro, y no hechizados con sus
encantos, ni engañados con maleficios, sino ayudados con sus beneficios. Cristo,
que fue maestro de Pedro y le, enseñó la doctrina que conduce a la vida eterna,
ese mismo es también nuestro maestro.
Pero concluyamos, este libro, en
que hemos disputado y manifestado lo bastante para demostrar cuáles hayan sido
los progresos que han hecho las dos Ciudades, mezcladas entre sí, entre los
hombres, la celestial y la terrena, desde el principio hasta el fin; de las
cuales, la terrena se hizo para sí sus dioses falsos, fabricándolos como quiso,
tomándolos de cualquiera parte, también de entre los hombres, para tener a
quien servir y adorar con sus sacrificios; pero la otra, que es celestial y
peregrina en la tierra no hace falsos dioses, sino que a ella misma la hace y
forma el verdadero Dios cuyo sacrificio verdadero ella se hace. Con todo, en la
tierra ambas gozan juntamente de los bienes temporales, o padecen juntamente
los males con diferente fe, con diferente esperanza, con diferente amor, hasta
que el juicio final las distinta y consiga cada una su fin respectivo, que no, ha
de tener fin. Del fin de cada una de ellas trataremos más adelante.
LIBRO DECIMONOVENO: FINES DE LAS CIUDADES.
CAPITULO PRIMERO: Que en la cuestión que ventilaron lo filósofos sobre el último fin de los bienes y de los males, halló Marco Varrón doscientas ochenta Y ocho sectas y opiniones.
Por cuanto advierto que me resta
tratar de los correspondientes fines di una y otra ciudad, de la terrena de la
celestial, declararé en primer lugar los argumentos con que han procurado los
hombres constituirse la bienaventuranza en la desventura de la vida presente; para
que se eche de ver cuánto se diferencia de sus vanidades ilusorias la esperanza
que nos ha dado Dios; y la misma cosa, esto es, la bienaventuranza que nos ha
de dar; no sólo con la autoridad divina, sino también con la razón cual puede
hacerse, por causa de los infieles.
De los últimos fines de los
bienes y de los males han disputado los filósofos muchas y muy diferentes cosas
y ventilando esta cuestión con particular empeño, lo que han pretendido e
hallar qué es lo que hace al hombre bienaventurado. Aquél es el fin de nuestro
bien, que nos impulsa a desea las demás cosas, y a él por sí mismo y es el fin
del mal lo que nos excita evitar y huir los demás males, y él por sí mismo Así
que llamamos ahora fin del bien, no aquel con que fenece y acaba de forma que desaparezca,
sino con que se perfecciona, de manera que esté completo; y fin de mal, no
aquel con que deja de ser, sino aquel hasta donde llega causándonos daño. Son, pues,
los fines el sumo bien y el sumo mal.
Para hallar éstos y para
conseguir en esta vida el sumo bien y huir de sumo mal, trabajaron infinito, como
insinué, los que, en la vanidad lisonjera del siglo, profesaron el estudio de
la sabiduría a los cuales, sin embargo, aunque errados por diferentes motivos, no
permitió la verdadera senda y luz del camino de la verdad, que no pusiesen los
fines de los bienes de los males, unos en el alma, otros en el cuerpo y otros
en el alma y en el cuerpo. Y en ésta, que es como una división capital de tres sectas
generales, Marco Varrón, en el libro de la filosofía, habiéndola examinado con
exactitud y agudeza, descubrió tanta variedad de opiniones, que sin dificultad
alguna de solas tres llegó a subir al número de doscientas ochenta y ocho
sectas, no que efectivamente hubiese ya, sino que pudiera haber, estableciendo
ciertas diferencias.
Y para manifestar este punto con
la posible brevedad, conviene dar principio por lo mismo que advierte y pone en
el libro citado, diciendo: que, son cuatro las cosas que naturalmente apetecen
los hombres, sin que para ello sea necesario el auxilio de maestro, ni favor de
doctrina alguna, ni industria o arte de vivir que se llama virtud, y que sin
duda se aprende; a saber: el deleite con que se mueve gustosamente el sentido
sensual del cuerpo; la quietud con que uno está libre de las molestias del cuerpo;
la una y la otra, a lo cual Epicuro llama y comprende bajo el solo nombre de
deleite; y los principios de la naturaleza, donde se hallan estas cualidades y
otras, en el cuerpo; como la integridad de los miembros, salud y perfecta
disposición corporal; y en el alma: como las perfecciones que se descubren
grandes o pequeñas en los ingenios de los hombres.
Estas cuatro cualidades, el
deleite, la quietud, ambas juntas, y los principios de la naturaleza de tal
manera se hallan en nosotros, que la virtud o debe apetecerse por estas cosas, o
éstas por la virtud, o lo uno y lo otro por sí mismo; y, por consiguiente, nacen
ya de aquí dos sectas: porque de esta conformidad cada una se multiplica tres
veces, la cual, puesto por ejemplo en uno, no será difícil hallarlo en los
demás.
Según el deleite del cuerpo se
sujete, o se aventaje, o se una a la virtud del alma, constituye tres
diferencias de sectas. Sujétase a la virtud cuando se toma para el uso de la
misma virtud. Porque al oficio de la virtud pertenece el vivir para la patria y
el engendrar hijos por amor a la patria, y ni lo uno ni lo otro puede hacerse
sin el deleite corporal, pues, sin él ni se come ni bebe para vivir, ni se
engendra para propagar, la especie. Cuando supera la, virtud, el deleite se
apetece por lo mismo, y la virtud parece que debe tomarse por el deleite, esto
es, que no practique gestión alguna la virtud, sino para conseguir o conservar
el deleite del cuerpo, que es una vida sin duda torpe y deforme, porque, en
efecto, la virtud viene a servir al deleite como a su señor, y en tal caso no
debe llamarse virtud. Esta abominable torpeza no dejó de tener algunos
filósofos por patronos y defensores, Júntase el deleite a la virtud cuando no
se apetecen el uno por el otro, sino que ambas cualidades se apetecen por sí
mismas.
De igual manera que el deleite, según
esté sujeto, o aventajado, o unido a la virtud, ésta y el deleite, o los
principios de la naturaleza; pues conforme a la variedad de las opiniones
humanas, a veces se sujetan a la virtud, a veces se aventajan y a veces se
juntan, y de este modo se llega a completa el número de doce sectas.
Este, número viene a doblarse
también poniéndole una diferencia, a saber el vivir en sociedad, porque
cualquiera que sigue alguna de estas doce sectas, sin duda que lo, hace por si
solo, o también por amor a su socio, a quien debe desear lo que apetece para si.
Por lo cual serán doce, los que opinan que se debe poseer cada una sólo por
amor de si mismo; y otras doce las de aquellos que no sólo por amor de sí creen
que debe filosofarse de esta o de otra manera; sino también por amor de los otros,
cuyo bien apetecen como el suyo.
Estas veinticuatro sectas se
doblan añadiéndoles otra diferencia de los nuevos académicos, con lo cual
vienen, a ser cuarenta y ocho. Porque cualquiera de las veinticuatro sectas
puede uno tenerla y defenderla como cierta (cual defendieron los estoicos que
el bien del hombre con que era bienaventurado, consistía principalmente en la
virtud del ánimo); y otro, como incierta, como lo defendieron los nuevos
académicos, quienes no teniéndolo por cierto, sin embargo, les pareció
verosímil. Resultan, pues, cuarenta y ocho sectas, veinticuatro de los que
imaginan que deben seguirse como ciertas, y otras veinticuatro de los que
piensan que se deben adoptar por verosímiles.
Además, cualquiera de estas
cuarenta y ocho sectas puede uno seguirlas con el hábito y traje de los demás
filósofos, y otro con el hábito de los cínicos, y por esta diferencia se
duplican y componen noventa y seis.
También porque cada una de estas
sectas las pueden defender y seguir los hombres, de modo que unos prefieren la vida
ociosa, como los que quisieron y pudieron entregarse a los estudios de las
letras; otros la vida de negocios, como los que, aunque filosofaban, vivieron
muy ocupados en la administración de la república, y en la dirección de los
negocios humanos, y otros la quieren sazonada con ambas cosas, como los que
gastaron a veces el tiempo de su vida, parte en la ocupación de las ciencias y
de la erudición, y parte en el negocio más necesario; por estas diferencias
también se puede triplicar el número de estas sectas y llegar a doscientas
ochenta y ocho.
He insertado esto aquí, tomándolo
del libro de Varrón, con la mayor brevedad y claridad que he podido, explicando
su sentir con palabras mías. Después de refutar las demás, escoge una, la cual
quiere que sea la de los académicos antiguos (los cuales, siguiendo la doctrina
de Platón hasta llegar a, Polemón, que fue el cuarto después de Platón que
gobernó aquella escuela llamada Academia, quiere parezca que tuvieron sus
dogmas por ciertos e indudables, y por eso los distingue de los nuevos
académicos, que todo lo tienen por incierto, cuya especie de filosofar tuvo
principio en Arquesilao, sucesor de Polemón); y porque presume que aquella
secta, esto es, la de los académicos antiguos, carece no sólo de duda, sino
también de todo error, será asunto largo intentar manifestarlo aquí según él lo
refiere; mas no por eso es razón que lo omitamos del todo.
Primeramente, pues, echa a un
lado todas las diferencias que multiplicaron el número de las sectas, las
cuales quita, creyendo que no se halla en ellas el fin del sumo bien, pues le
parece que no merece nombre de secta filosófica la que no se distingue de las
demás en el punto principal, que es tener diferentes fines de los bienes y de
los males; puesto que ningún otro impulso excita al hombre a filosofar, sino el
deseo de ser bienaventurado, y lo que únicamente hace bienaventurado es sólo el
fin del bien; luego ninguna otra causa hay para filosofar sino el fin del sumo
bien; por lo cual, la secta que no sigue algún fin del bien, no debe llamarse
secta filosófica.
Cuando, pues, se pregunta sobre
la vida común, y social; si debe tenerla el sabio de forma que el sumo bien con
que se hace el hombre bienaventurado le quiera y procure para su amiga como
para sí propio, o si todo lo que hace sólo por causa de su bienaventuranza; no
se trata del sumo bien, sino se trata de tomar o no tomar compañía para la
participación de este bien, no por sí mismo, sino por la misma compañía, por
complacerse del bien del compañero como de un bien propio.
Y asimismo, cuando se pregunta
sobre los nuevos académicos, que lo tienen todo por incierto, si deben tenerse
por inciertas las materias en que se debe filosofar; o como han querida otros
filósofos, si las debemos tener por ciertas, no se pregunta qué es, la que se
debe perseguir para, alcanzar el fin del sumo bien, sino más bien se pregunta
sobre la verdad del mismo bien, que se parece debe perseguirse: si se debe
dudar si es bien o no es bien; esto es, por decirlo más claro, si se debe
adoptar, de manera que el que lo sigue diga que es verdadero, a más' bien
afirme que le parece es verdadero, aunque acaso sea falso, con tal que el uno y
el otro sigan un mismo bien.
Tampoco en la diferencia que nace
del hábito y costumbres de los cínicos se pregunta cuál sea el fin del bien, sino
si en aquel hábito y costumbres debe vivir el que sigue el verdadera bien, cualquiera
que le parezca verdadero y que debe seguirse.
Por último, hubo algunos que
aunque siguieron diferentes bienes finales, unos la virtud, otros el deleite, usaron
un mismo hábito y un mismo instinto, por lo que se llamaron cínicos. Y esta
diferencia de los cínicos con los demás filósofos no importaba ni valía para
elegir y conseguir el bien, con el cual se hiciesen bienaventurados; porque si
interesara de algún modo para el presente asunto sin duda que el mismo hábito
nos obligara a seguir el mismo fin, y otro diferente no nos dejara adoptar el
mismo fin.
CAPITULO II: De cómo dejando a un lado todas las diferencias, que no son sectas, sino cuestiones, llega Varrón a las tres definiciones del sumo bien, entre las cuales le parece que se debe escoger una.
De los tres géneros de vida, es a
saber, el uno ocioso, aunque no ociosamente entretenido en la contemplación e inquisición
de la verdad; el otro activo en el gobierno de las cosas humanas, y el tercero
templado y mezclado del uno y del otro género; cuando se pregunta cuál de éstos
debe preferirse, no es la controversia sobre el sumo bien, sino más bien cuál
de estos tres géneros nos causa dificultad o facilidad para alcanzar o
conservar el fin del bien. Por cuanto el fin del sumo bien, luego que se llega
a su pacífica posesión, al punto hace bienaventurado al pretensor; y en el ocio
de las letras, o en el negocio público, o cuando alternativamente se hace lo
uno y lo otro, no tan pronto es uno bienaventurado; pues muchos pueden vivir en
cualquiera de uno de estos tres géneros y errar en el método de perseguir el
fin del bien con que el hombre se hace bienaventurado. Así que una es la
cuestión sobre los fines de los bienes y de los males, que es la que constituye
cada una de las sectas filosóficas, y otras son las cuestiones sobre la vida
social de la duda e indecisión de los académicos, del, traje y sustento de los
cínicos, de los tres géneros de vida, ocioso, activo y compuesto de uno y otro,
pues en ninguna de éstas se disputa acerca de los fines, de los bienes y de los
males.
Por ello Marco Varrón, señalando
estas cuatro diferencias, es a saber, de la vida social, de los académicos
nuevos, de los cínicos y de estos tres géneros de vivir, llegó a referir hasta
doscientas ochenta y ocho sectas, y aunque haya otras semejantes que puedan
añadirse; deja todas aparte porque no afectan a la cuestión del sumo bien, y ni
son ni deben llamarse sectas; retrocediendo a aquellas doce, donde se pregunta
cuál sea el bien esencia del hombre, con el que, consiguiéndole, es bienaventurado;
para manifestar que una de ellas es la verdadera la demás son falsas.
Porque dejando a un lado aquello
tres géneros de vida, se le quitan las dos partes de este número, y quedan
noventa y seis sectas; y apartando otro lado la diferencia añadida por lo
cínicos, se reducen a la mitad, y vienen a ser cuarenta y ocho; y si quitamos
lo que pusimos sobre los nuevos académicos, vendrán a quedar la mitad esto es, veinticuatro.
Y asimismo, desmembrando lo que se añadió acerca de la vida social, quedarán en
doce las sectas que esta diferencia había duplicado hasta veinticuatro. De
estas doce no podemos decir cosa particular por lo cual no debamos tenerla por
sectas, puesto que nada más se busca en ellas que el fin de los bienes y de los
males, y hallados los fines de los bienes, sin duda que, por el contrario, estarán
los de los males.
Para que se vengan a formar estas
doce sectas, se triplican aquellas cuatro cualidades: el deleite, la quietud, ambos
juntos y los principios de la naturaleza, que llama Varrón primigenia. Porque
de estas cuatro, cada una de ellas se sujeta a veces a la virtud, de modo que
parece que se deben apetecer, no por sí mismas, sino por amor a la virtud; otras
veces se aventaja, de forma que parece que la virtud y estas cualidades deben
apetecerse por sí mismas, y así triplican el número cuaternario y llegan a
constituir doce sectas.
De aquellas cuatro cualidades
quita Varrón tres, es a saber, el deleite, la quietud y ambas juntas, no porque
las repruebe, sino porque los primogénitos, o principios dé la naturaleza, tienen
también en sí el deleite o la quietud. Qué necesidad hay de hacer tres de estas
dos, es a saber, dos cuando cada una se apetece de por sí, el deleite o la
quietud; y de la tercera cuando ambas juntas, pues los principios de la naturaleza
las contienen igualmente en sí mismas, y fuera de ellas otras muchas?
Así que es de dictamen qué debe
tratarse con cuidado y exactitud cuál de estas tres sectas es la que se debe
escoger; porque la razón recta no su que sea más de una la verdadera, ya se
halle en estas tres o en alguna otra parte, lo cual veremos después.
Entretanto, veamos, con la
brevedad y claridad que pudiéramos, cómo escoge, de estas tres, una Varrón. Porque
las tres nacen cuando los principios de la naturaleza deben apetecerse por la
virtud, o la virtud por los principios, o lo uno y lo otro; esto es: la virtud
y los principios por sí mismos.
CAPITULO III: Entre las tres sectas que tratan de la inquisición del sumo bien del hombre, cuál sea la que define Varrón que se ha de escoger, siguiendo el parecer de la Academia antigua, según Antioco.
Cuál de estas tres sectas sea la
verdadera y la que se debe seguir, nos lo pretende persuadir en esta forma. Primeramente,
como en la filosofía no se busca el sumo bien del árbol, ni de las bestias, ni
de Dios, sino del hombre, le parece que se debe investigar qué cosa es el
hombre, y dice que en la naturaleza del hombre hay dos cosas, cuerpo y alma, y
que de estas dos, no duda que el alma es mejor y mucho más excelente; pero
opina que se debe indagar si sólo el alma constituye al hombre, de forma que el
cuerpo le sirva como el caballo al caballero (porque el caballero no es hombre
y cabello, sino solamente hombre; pero se dice caballero, porque en cierto modo
tiene alguna relación con el caballo); o si es el cuerpo lo que constituye el
hombre, que relacionándose con el alma, como el vaso donde se bebe, con la
bebida (porque de la taza y la bebida que contiene la taza no se dice
conjuntamente póculo o vaso, sino sólo de la taza, por ser acomodada para tener
la bebida); o si ni el alma sola, ni solamente el cuerpo, sino juntamente lo
uno y lo otro forman al hombre siendo sólo parte el alma o el cuerpo, y
constando todo él de ambas entidades para que sea hombre, como a dos caballos
uncidos llamamos bigas o yunta de dos caballos, de los cuales el uno, ya esté a
la diestra o la siniestra, es parte de la yunta o yugada, y a ninguno de ellos,
esté respecto del otro, le llamamos yunta o yugada, sino a ambos juntos.
De estas tres cosas escoge la
tercera, y dice que el hombre ni es el alma sola, ni sólo el cuerpo, sino
juntamente el alma y el cuerpo; por lo cual añade que el sumo bien del hombre
con que viene a ser bienaventurado consta de los bienes del; alma y de cuerpo. Opina,
pues, que los principios de la naturaleza se deben apetecer por sí mismos; y
también la misma; virtud, que nos enseña la doctrina como arte de vivir, y es, entre
los bienes del alma, singular y apreciable bien Por lo cual, la virtud, esto es,
el arte de vivir, luego que ha recibido lo principios de la naturaleza, que
existían sin ella, y existían aun cuando le faltaba la doctrina, todas las
cosas la apetece por: amor de sí misma, y juntamente se apetece a sí misma, y
de todas juntas y de sí misma usa a fue de deleitarse con todas y gozar de
todas más o menos, según que cada cosa entre sí es mayor o menor, pero gustando
de todas y despreciando algunas menores cuando la necesidad lo pide, por
alcanzar y gozar de las mayores.
La virtud de ningún modo antepone
a sí ninguno de los bienes, ya sean de alma o del cuerpo, porque usa bien así
de sí misma como de todos lo demás bienes que hacen al hombre bienaventurado, y
donde ella no está por muchos bienes que haya, no solo bienes, ni se deben
llamar bienes de aquel a quien, por usar mal de ellos no pueden ser de utilidad.
Así que la vida del hombre, que participa de la virtud y de los otros bienes
del alma y del cuerpo, sin los cuales no puede consistir la virtud, se dice
bien aventurada Y si goza también de otros sin los cuales puede estar la virtud
pocos o muchos, será más bienaventurada; y si de todos, de forma que no le
falte bien alguno, ni del alma ni del cuerpo, será felicísima, porque no es la vida
lo que es la virtud, pues lo que no toda vida, sino la vida sabía, es virtud. Cualquiera
vida puede estar sin virtud alguna, pero la virtud no puede estar sin alguna
vida.
Esto mismo puede decirse de la
memoria y de la razón, y de otras cosas semejantes que haya en el hombre porque
estas cosas las tiene también antes de la doctrina, y sin ellas no puede haber
doctrina alguna ni, por consiguiente, virtud, porque éstas aprende y adquiere. El
correr con ligereza, tener cuerpo hermoso, extraordinarias fuerzas y otras
cualidades semejantes son cosas que, pudiendo la virtud hallarse sin ellas, y
ellas sin la virtud, constituyen bienes; pero la virtud también ama estas prendas
por respeto a sí misma, y lisa: y goza de ellas virtuosamente.
Esta vida bienaventurada, dicen
asimismo ser la social o política, puesto que estima los bienes de los amigos
como los suyos, y les desea a los amigos lo que a sí mismo, ya vivan en casa, como
la mujer y los hijos, y todos los domésticos, o en el lugar donde tiene su casa,
como es la ciudad, y son los que se llaman vecinos y ciudadanos, o en todo el
orbe, como son las gentes y naciones que forman la sociedad humana, o en el
mundo que se entiende por el cielo y por la tierra; defendiendo estos platónicos
que los dioses, a quienes nosotros familiarmente llamamos ángeles, son amigos
del hombre sabio.
También sostienen que de ningún
modo debe dudarse de los fines de los bienes, ni tampoco de los fines de los
males; y dicen que ésta es la diferencia que hay entre ellos y los nuevos
académicos, y que nada les interesa que filosofe y raciocine cada uno sobre
estos fines que tienen por verdaderos, en traje cínico o en otro cualquiera
hábito u opinión. Entre los tres géneros de vida: ocioso, activo y compuesto de
uno y otro, dicen que les agrada el tercero.
Esto es lo que opinaron y
enseñaron los antiguos académicos, según lo afirma Varrón, siguiendo a Antioco,
maestro de Cicerón y suyo, de quien intenta probar Cicerón que en muchas
doctrinas pare más estoico qué antiguo académico. Pero a nosotros, que estamos
más obligados a juzgar exactamente de estas materias, que a saber por grande
arcano qué es lo que cada uno opinó acerca de ellas, qué nos interesa su
discusión?
CAPITULO IV: Qué opinan los cristianos del sumo bien y del sumo mal?.
Si nos preguntaren, pues, qué es
lo que responde a cada cosa de éstas la Ciudad de Dios, y primeramente qué es
lo que opina de los fines últimos de los bienes y de los males, responderemos
que la vida eterna es el sumo bien y la muerte eterna el sumo mal, y que por
eso, para conseguir la una y libertarse de la otra, es necesario que Vivamos
bien. La Escritura dice que el justo vive por la fe; porque ni en la tierra
vemos nuestro bien por lo cual es indispensable que, creyendo, le busquemos; ni
lo que es vivir bien lo hallarnos en nosotros como producción nuestra, sino
cuando, creyendo y orando nos ayuda el que no dio la fe, en que confiemos y
creamos que él nos ha de favorecer.
Los que imaginaban que los fine
de los bienes y de los males estabas en la vida presente, colocando el sumo
bien o en cuerpo o en el alma o en ambos, y por decirlo más claro designándole
o en el deleite o en la virtud, o en uno y otro, o en la quietud, o en la
virtud, o en ambas, o juntamente en el deleite y quietud, o en la virtud, o en
los dos, o en los principios de la naturaleza, o en la virtud; o en uno y otro,
pretendieron y quisieron con extraña vanidad ser en la tierra bienaventurados. Búrlase
de estos ilusos la misma verdad por medio del real Profeta, diciendo: Sabe Dios
que los discursos y pensamientos de los hombres son vanos; o, como cita el
Apóstol, este testimonio: Sabe Dios que los discursos y raciocinios de los
sabios son vanos y fútiles.
Quién podrá, por más elocuente
que sea, explicar y ponderar las miserias de esta vida? Cicerón las deploró
como pudo en la consolación que escribió sobre la muerte de su hija, pero
cuánto pudo? Pues los principios que llaman naturales, cuándo, dónde y de qué
manera pueden tener tan buena disposición en esta vida, que no vacilen y
padezcan vicisitudes bajo la inconstancia de los sucesos?
Porque qué dolor contrario al
deleite, qué inquietud contraria a la quietud no puede suceder en el cuerpo de
un sabio? La falta o debilidad de los miembros quita la integridad al hombre, la
fealdad le aja la hermosura, la flaqueza le disipa la salud, el cansancio las
fuerzas, las pesadumbres la agilidad. Y qué infortunio de éstos hay que no
pueda hacer presa en la carne del sabio? El estado del cuerpo y también el
movimiento, cuando son decentes y congruentes, se cuentan entre los principios
de la naturaleza; pero qué sucederá si alguna mala disposición hace temblar los
miembros con extrañas convulsiones, y si el espinazo se encorva, de forma que
obligue al hombre a poner las manos en el suelo, haciéndole andar en cuatro
pies?
Acaso no estragará todo el decoro
y hermosura del estado y movimiento del cuerpo?
Qué diremos de los bienes
primogéneos, que llaman del alma, donde ponen dos principios, para comprender y
percibir la verdad: el sentido y el entendimiento? Cuán inútil no quedará el
sentido, si llega a ser el hombre sordo y ciego? Dónde irá la razón y la
inteligencia, dónde la sepultarán si acaece que con alguna enfermedad se vuelve
demente? Cuando los frenéticos hacen o dicen desatinos y disparates, por la
mayor parte ajenos de su buena intención y loables costumbres, o, por mejor
decir, contrarios del todo a su buen propósito y costumbres, si dignamente los
consideramos, apenas podemos contener las lágrimas. Qué diré de los endemoniados?
Dónde tienen escondido o sojuzgado su entendimiento cuando el espíritu maligno
usa a su albedrío de su alma y de su cuerpo? Quién piensa que tal desastre no
le puede suceder al sabio en esta vida?
Tan defectuoso es lo que se puede
percibir de verdad en esta carne mortal que según leemos en el libro de la
Sabiduría, que dice las mayores verdades, el cuerpo corruptible y esta nuestra
casa de tierra grava y comprime el alma cargada de la multitud de pensamientos
y cuidados. Pues el ímpetu o el apetito con que practicamos alguna acción, si
es que así se dice lo que los griegos llaman ormen (ya que ponen esto también
entre los bienes de los principios naturales), acaso no es lo mismo con que se
hacen los miserables movimientos de los dementes y las acciones a que tenemos
horror y aversión cuando se pervierte el sentido y se trastorna la razón?
La misma virtud, que no se halla
entre los principios naturales, puesto que viene después a introducirse en
ellos con la doctrina, siendo la que se lleva la primacía entre los bienes
humanos, qué hace aquí sino traer una perpetua guerra con los vicios, no con
los exteriores, sino con los interiores; no con los ajenos, sino con los
nuestros, y particularmente aquella que se llama en griego sofrosine, que es la
templanza con que se refrenan los apetitos carnales para no llevar el alma, consintiendo
en ellos, a despeñarse en los vicios? Porque no deja de haber algún vicio, cuando,
como dice el Apóstol, la carne en sus deseos obra contra el espíritu, a cuyo
vicio se opone la virtud, cuando, como insinúa mismo Apóstol, el espíritu en
sus deseos se opone a la carne. Porque estas dos cualidades, dice, se
contradicen una a la otra, para que no hagamos lo que deseamos: Y qué es lo que
apetecemos ejecutar cuando intentamos ver el cumplimiento del fin del son bien,
sino que la carne no desee contra el espíritu y que no haya en nosotros este
vicio, sino acuerdo entre carne y el espíritu? Aunque así lo apetezcamos en esta
vida puesto que lo podemos conseguir, a lo menos practiquemos esta loable
acción con favor de Dios, y no cedamos a la carne que desea contra el espíritu,
pues rindiéndose el espíritu, vamos con nuestro consentimiento a cometer pecado.
De ningún modo nos persuadamos que entretanto que tuviéremos esta lucha
interior hemos conseguimos la bienaventuranza, a la cual venciendo deseamos
llegar. Y quién has ahora ha habido tan sabio que no necesite luchar contra los
apetitos y pasiones?
Y qué diremos de la virtud llama
prudencia? Acaso con toda su vigilancia no se ocupa en diferenciar discernir
los bienes de los males, para que en amar los unos y huir de los otros no se
incurra en algún error? Con esto, ella misma nos testifica que estamos en los
males, o los males están en nosotros; porque nos enseña que es malo consentir
en el apetito carnal para pecar, y bueno resistirlo. Sin embargo, el mal, que
la prudencia aconseja no consentir y la templanza rechaza, ni la prudencia ni
la templan le destierran de esta vida.
La justicia, cuyo oficio primario
dar a cada uno lo que es suyo (con cual mantiene en el hombre un orden justo de
la naturaleza, que el alma esté sujeta a Dios y el cuerpo al alma, consiguientemente,
el alma y el cuerpo a Dios), acaso no muestra que todavía está trabajando en
aquella obra no descansando en el fin de ella? Porque tanto menos se sujeta el
alma Dios, cuando menos concibe a Dios sus pensamientos, y tanto menos sujeta
la carne al alma, cuanto m desea contra el espíritu. Mientras resida en
nosotros esta dolencia, este contagio, esta lesión, cómo nos atreveremos a
decir que estamos ya salvo? Y si no estamos aún en salvo cómo seremos
bienaventurados con la final bienaventuranza?
La virtud, que se llama fortaleza,
en cualquiera ciencia que se hallare, es evidentísimo testigo de los males y
miserias humanas, que la hacen sufrir con paciencia. Cuyos males, no sé por qué
pretenden los filósofos estoicos que no son males, pues confiesan que, si
fueran tan grandes que el sabio, o no pueda, o no deba tolerarlos, le imperen a
darse la muerte y a salir de esta vida.
Tan particular es la ceguedad y
soberbia de estos hombres que piensan que en la tierra tienen el fin del bien, y
que por sí mismos se hacen bienaventurados, que el sabio entre ellos, esto es, cual
ellos le pintan con admirable vanidad, aunque ciegue, ensordezca y enmudezca, y
aunque le estropeen y laceren los miembros, y le atormenten con dolores, y
caigan sobre él todos cuantos males pueden decirse o imaginarse, y tales trabajos
que le obliguen a darse la muerte, debe llamar bienaventurada a una vida puesta
entre tantos males, vida bienaventurada que, para que se acabe, busca el
auxilio de la muerte.
Si es bienaventurada, vívase en
ella, y si por el temor de estas calamidades se huye de ella, cómo es bienaventurada?
Cómo no se tienen por males los que sobrepujan el bien o virtud de la fortaleza
compeliéndola, no sólo a ceder y rendirse, sino a delirar, diciendo que una
misma vida es bienaventurada, y persuadiendo que se debe huir de ella? Quién
hay tan ciego que no advierta que, si fuera feliz, no debería huirse de ella?
Pero si por el contrapeso de su
flaqueza, que tanto la oprime, confiesan que se debe huir, qué razón hay para
que humillando la cerviz de su soberbia no la confiesen también por miserable? Se
mató Catón con admirable constancia, o por impaciencia? Porque no se arrojara a
esta acción si no llevara con impaciencia y desagrado la victoria del César, Cuál
fue su fortaleza? En efecto, cedió; en efecto, se rindió; en efecto, fue tan
vencida, que dejó, desamparó y huyó de la vida bienaventurada.
Y si dijeren que no era ya
bienaventurada, confesarán que era miserable. Cómo, pues, no eran males los que
hacían la vida tan miserable y digna de huir de ella? Los que confiesan que son
males, como lo confiesa los peripatéticos y los antiguos académicos, cuya secta
defiende Varrón, aunque hablan con más acierto, no dejan de tener un
maravilloso error; pues en es tos males, aunque sean tan graves que hayan de
librarse de ellos con la muerte, dándosela a sí mismo el que lo padece, pretenden
que se halla la vida bienaventurada. Males son dice, los tormentos y dolores
del cuerpo, tanto peores cuándo sean mayores, y para que te libres y carezcas
de ellos es necesario que huyas de esta vida. De qué vida?, pregunto. De ésta
dice que es afligida con tantos males. Será acaso bienaventurada con estos
mismo males, de los cuales dices que se debe huir, o la llamas bienaventurada
porque te puedes librar de estos males, con la muerte? Qué sería, pues, si por
algún oculto juicio de Dios te hiciesen detener en ellos, no te permitiesen
morir, nunca te dejasen sin ellos ni escapar con la muerte? Entonces por lo menos
confesarías que era miserable tal vida; luego no deja de ser miserable porque
presto se deja, pues cuando fuera sempiterna, también los juzgas y tienes por
miserable. Así que no por que es breve, nos debe parecer que no es miseria, o
lo que es más absurdo, porque es miseria breve, por eso se puede llamar
bienaventuranza.
Grande es la fuerza de aquellos
males que impelen al hombre, según ellos hasta al más sabio, a quitarse a sí
mismo la prenda que le hace hombre, confesando ellos, y diciendo con verdad, que
lo primero y más fuerte que nos exige la naturaleza es que el hombre se ame a
si mismo, y, por tanto, huya naturalmente de la muerte, que sea tan amigo de sí
mismo, que el ser animal y el vivir en esta conjunción y compañía del alma y
del cuerpo, lo ame y sumamente lo apetezca. Grande es la fuerza de los males
que vencen este instinto, con que de todos modos, con todas nuestras fuerzas
huimos la muerte, y de tal manera queda vencido, que la que ya huíamos, la
deseamos, y cuando no la pudiéramos haber de otra conformidad, el mismo hombre se
la da a si mismo. Grande es el impulso e influencia de los males que hacen
homicida a la fortaleza, si hemos de llamar fortaleza a la que de tal manera se
deje vencer de los males, a la que había tomado como virtud a su cargo al
hombre para regirle y ampararle, y no sólo no puede guardarle con la paciencia,
sitio que se ve forzada a matarle. Y aunque es verdad que debe el sabio tolerar
con paciencia la muerte, es la que le viene por otra mano que la suya; y si, según
los estoicos, es compelido a dársela a sí propio, confesará que no sólo son
males, sino males intolerables los que le llevan a tal extremo.
La vida a quien fatiga el peso de
tan grandes y tan graves males, o está sujeta a semejantes casos, por ningún
motivo se diría bienaventurada, si los hombres que lo dicen, así como vencidos
de los males que les acosan, cuando se dan la muerte, ceden y se rinden a la
infelicidad, así vencidos con incontrastables razones, cuando buscan la vida
bienaventurada, quisiesen sujetarse y rendirse a la verdad, y no entendiesen
que en esta mortalidad debían gozar del fin del sumo bien, donde las mismas virtudes
que son a lo menos aquí la cosa mejor y más importante fue puede haber en el
hombre, cuanto más nos ayudan contra la fuerza de los peligros, trabajos y
dolores, tanto más fieles testigos son de las miserias. Porque si son
verdaderas virtudes, que no pueden hallarse sino en los que hay verdadera
piedad y religión, no tienen la facultad de poder hacer que no padezco los hombres,
en quienes se hallan, ninguna miseria, puesto que no son mentirosas las
verdaderas virtudes, para que profesen esta virtud, sino que procuran que la
vida humana, la cual es indispensable que con tantos y tan graves males como
hay en el siglo, sea mísera, con la esperanza del futuro siglo sea
bienaventurada, así como también espera ser salva. Porque cómo es bienaventurada
la que no está aún salva? Por lo mismo el Apóstol San Pablo no habla de los
hombres impacientes, imprudentes, intemperantes, malos e injustos, sino de los
que viven según la verdadera piedad y religión, y de los que, por esta razón, las
virtudes que tienen las tienen verdaderas, cuando dice: Que nuestra salvación
ha sido hasta ahora en esperanza, y la esperanza que se ve no es esperanza, porque
lo que uno ve y lo posee, cómo lo espera? Y si esperamos lo que lo vemos, con
la paciencia aguardamos el cumplimiento de nuestra salvación. Luego así como
nos salvaron, o hicieron salvos, asegurándonos con la esperanza, así con la
misma esperanza nos hicieron bienaventurados, y así como no tenemos en la vida presente
la salvación, tampoco tenemos la bienaventuranza, sino que la esperamos en la
vida futura, y esto por medio de la virtud de la paciencia, porque aquí vivimos
todos entre males y trabajos, los cuales debemos sufrir con conformidad y resignación,
hasta que lleguemos a la posesión de aquellos estemos bienes donde todas las
cosas será de tal manera que nos den contento inefable deleite, y no habrá ya
más que debamos sufrir.
Esta salud que se disfrutará en
el siglo futuro será también la final bienaventuranza, cuya bienaventuranza, porque
no la ven estos filósofos, no la quieren creer y procuran fabricarse para sí
una vanísima felicidad con una virtud tan arrogante y soberbia como falsa y
mentirosa.
CAPITULO V: Cómo a la vida social y política, aunque es la que particularmente del desearse, de ordinario la trastorna muchos trabajos, encuentros e inconvenientes.
Lo que dicen que la vida del
sabio es política y sociable, también no otros lo aprobamos y confirmamos ce
más solidez que ellos. Porque con esta Ciudad de Dios (sobre la cual tenemos ya
entre manos el libro décimonoveno de esta obra) habría empezado, o cómo
caminaría en sus progresos, o llegaría a sus debidos fin si no fuese social la
vida de los santos? Pero en las miserias de la vida mortal, cuántos y cuán
grandes males e cierra en sí la sociedad y política humana? Quién bastará a contarlos?
quién podrá ponderarlos?
Escuchen lo que entre sus poemas
cómicos dice un hombre con sentimiento y con dolor de todos los hombres: Me
casé. Qué miseria hay que no hallase en este estado? Me nacieron hijos, y en
ellos tuvieron origen otros nuevos cuidados que me aquejaban. Todos los
inconvenientes que refiere el mismo Terencio que se hallan en el amor, los
agravios, sospecha enemistades, guerras y de nuevo paz, no han llenado del todo
la vida humana? Acaso estas desventuras y suceden y se hallan ordinariamente
las amistades lícitas y honestas de los amigos? Por ventura no está llena ellas
del todo y por todo la vida humana, en la cual experimentamos agravios, sospechas,
enemistades, guerra como males ciertos? La paz la experimentamos como bien
incierto y dudoso; porque no sabemos, ni la limitación de nuestras luces puede
penetrar los corazones de aquellos con quienes la deseamos tener y conservar, y
cuando hoy los pudiésemos conocer, sin duda no sabríamos cuáles serían mañana. Quiénes
son y deben ser más amigos que los que viven unidos en una misma casa y familia?
Y, con todo, quién está seguro de ello, habiendo sucedido tantos males por ocultas
maquinaciones, traiciones y calamidades, tanto más amargas cuanto era la paz
más agradable y dulce, creyéndose verdadera cuando astuta y dolosamente se
fingía? Esto lastima y penetra tan intensamente los corazones de todos, que
hace llorar por fuerza, y como dice Tulio: No hay traición más secreta y oculta
que la que se encubrió bajo el velo de oficio o bajo algún pretexto de amistad
sincera. Porque fácilmente te podrás precaver y guardar del que es enemigo
declarado; pero este mal oculto, intestino y doméstico, no sólo existe, sino
que también le mortifica antes que pueda descubrirle. Por eso también viene
esta sentencia del Salvador: Los enemigos del hombre son sus domésticos y
familiares, sentencia que nos lastima extraordinariamente el corazón; pues
aunque haya alguno tan fuerte que lo sufra con paciencia, o tan vigilante que
se guarde con prudencia de lo que maquina contra él el amigo disimulado y
fingido, sin embargo, es inevitable sienta y le aflija, si es bueno, el mal de
aquellos pérfidos y traidores, cuando llega a conocer por experiencia que son
tan malos, ya hayan sido siempre malos, fingiéndose buenos, ya se hayan
transformado de buenos en malos, cayendo en esta maldad. Si la casa, pues, que
es en los males de esta vida el común refugio y sagrado de los hombres, no está
segura, qué será la ciudad, la cual, cuanto es mayor tanto más llena está de
pleitos y cuestiones cuando no de discordias, que suelen llegar a turbulencias
muchas veces sangrientas, o a guerras civiles, de las cuales en ocasiones están
libres las ciudades, pero de los peligros nunca?
CAPITULO VI: Del error en los actos judiciales de los hombres, cuando está oculta la verdad.
Y qué diremos de los juicios que
forman los hombres a otros hombres, juicios que no pueden faltar en las
ciudades más tranquilas? Cuán miserables son y dignos de compasión, pues los
que juzgan son los que no puede ver las conciencias de aquellos a quienes
juzgan. Por ello muchas veces son forzados, a costa de los tormentos de
testigos inocentes, a buscar la verdad de la causa que toca a otro.
Cuando sufre y padece uno por su
causa y, por saber si es culpa de le atormentan, siendo inocente, sufre una
pena cierta por una culpa incierta, no porque esté claro y averiguado que haya
cometido tal delito, sino porque se ignora si lo ha cometido. De esto se sigue,
por regla general, que la ignorancia del juez viene a ser la calamidad del
inocente.
Y lo que es más intolerable y
lastimoso, y más digno de ser llorado, si fuese posible, con perennes lágrimas
es que atormentando el juez al delatado, por no matar con ignorancia a inocente,
viene a suceder por la miseria de la ignorancia que mata atormentado e inocente,
a quien primero dio tormento por no matarle inocente Porque si éste tal, conforme
a la sabiduría e inteligencia de los filósofos, escogiere huir antes de esta
vida que sufrir tales tormentos, confesará que cometió lo que no cometió. Condenado
éste y muerto, aun no sabe el juez se quitó la vida a un culpado o a un
inocente; a quien, por no matarle por ignorancia a inocente, había atormentado;
y así dio tormento por descubrir la verdad a uno libre de delito, y no
sabiéndola, le dio la muerte.
En semejantes densas tinieblas
como estas de la vida política, pregunto: se sentará en los estrados por juez
un hombre sabio, o no se sentará? Seguramente se sentará, porque le obliga a
ello y le trae compelido a este ministerio la política humana, y el
desampararla lo tiene por acción impía y detestable. Y no tiene por acción
abominable el atormentar en causas ajenas a los testigos inocentes; el que los
acusados, vencidos por la fuerza del dolor, y confesando lo que no han hecho, sean
castigados, siendo también inocentes y sin culpa, habiéndoseles ya atormentado
primero siendo inculpables; y que, aun cuando no los condenen a muerte, por lo
general, o mueran en los mismos tormentos, o vengan a morir de resultas de
ellos. Acaso no se observa que algunas veces, aun a los mismos que acusan, deseosos
seguramente de hacer bien a la sociedad humana, porque las culpas no queden sin
el debido castigo, y porque mintie1ron los testigos, y el reo se conservó
valeroso en los tormentos, e inconfeso, no pudiendo probar los delitos que le
acumularon, aunque se los imputaron con verdad, el juez que ignora esta circunstancia
los condena?
Tantos y tan grandes males como
éstos, no los tienen por pecados, por cuanto no lo hace el juez sabio con
voluntad de hacer daño, sino por la necesidad fatal de no saber la verdad, y
porque le impulsa la humana política dándole el ministerio peculiar de
administrar la justicia. Esta es, pues, la que por lo menos llamamos miseria
del hombre, cuando no sea malicia del sabio. Cómo es posible que atormente a, los
inocentes y castigue a los inculpados por la necesidad de no saber y precisión
de juzgar, no contentándose con ser irresponsable, sino teniéndose por
bienaventurado? Con cuánta más consideración y humildad, reflexionando en sí
mismo, reconocerá en esta necesidad la miseria, y la aborrecerá por sí misma. Y
si conoce la piedad, exclamará a Dios, diciéndole: Líbrame, Señor, de mis
necesidades.
CAPITULO VII: De la diversidad de lenguas, que dificulta las relaciones entre los hombres, y de la miseria de las guerras, aun de las que se llaman justas.
Después de la ciudad sigue el
orbe de la tierra, adonde ponen el tercer grado de la política humana, comenzando
en la casa, pasando de ésta a la ciudad y procediendo después hasta llegar al
orbe de la tierra. El cual, sin duda, como un océano y abismo de aguas, cuanto
es mayor, tanto más circundado está de peligros.
Adonde lo primero la diversidad
de los idiomas enajena y divide al hombre del hombre, porque si en un camino se
encuentran dos, de diferentes lenguas, que no se entienda el uno al otro, y no
pueden pasar adelante, sino que por necesidad hayan de estar juntos, más
fácilmente se acomodarán y juntarán unos animales mudos, aun de distinta
especie, que no ellos, a pesar de ser hombres. Porque cuando los hombres no
pueden comunicar entre sí lo que sienten, sólo por la diversidad de las lenguas,
no aprovecha para que se junte la semejanza que entre sí tienen tan grande de
la naturaleza; de forma que con mayor complacencia estará un hombre asociado de
un perro que con un hombre extranjero.
Pero dirán que por lo mismo la mi
penosa ciudad de Roma, para la conservación de la paz política en las naciones conquistadas,
no sólo les obligaron a recibir el yugo, sino también su idioma, por lo cual no
faltaron, sino sobraron intérpretes. Es verdad; más esto, con cuántas y cuán
crueles guerras, y con cuánta mortandad de hombres, y con cuánto derramamiento de
sangre humana se alcanzó? Y con todo, no por ello, habiendo acabado todo esto, acabó
la miseria de tantos males pues aunque no hayan faltado ni falten enemigos, como
los son las naciones extranjeras, con. quienes se ha sostenido y sostiene continúa
guerra, sin embargo, la misma grandeza del imperio ha producido otra especie
peor de guerras, y de peor condición, es a saber, las sociales y civiles, con
las cuales se destruyen más infelizmente los hombres, ya sean cuando traen
guerra por conseguir la paz, ya sea porque temen que vuelva a encenderse.
Y si yo quisiese detenerme a
decir como lo merece el asunto, tantos y tan varios es tragos, tan duras e
inhumanas necesidades de estos males, cuándo habría de concluir con este
nuestro discurso? Dirán que el sabio sólo hará la guerra justamente. Como si
por lo mismo no le hubiese de pesar más, si es que se acuerda de que es hombre,
la necesidad de sostener las que sean justas; porque si no fueran justificadas,
no las declararía, y, por consiguiente, ninguna guerra declararía el sabio; y
si la iniquidad de la parte contraria es la que da ocasión al sabio a sustentar
la guerra justa, esta iniquidad debe causarle pesar, puesto que es propio de
los corazones humanos compadecerse, aunque no resultara de ella necesidad
alguna de guerra.
Así que todo el que considera con
dolor estas calamidades tan grandes, tan horrendas, tan inhumanas, es necesario
que confiese la miseria; y cualquiera que las padece, o las considera sin
sentimiento de su alma, errónea y miserablemente se tiene por bienaventurado, pues
ha borrado de su corazón todo sentimiento humano.
CAPITULO VIII: Cómo la amistad de los buenos no puede ser segura, mientras sea necesario temer los peligros de esta vida.
Aunque suceda que no haya una
ignorancia tan depravada, como ordinariamente ocurre en la miserable condición
de esta vida, que, o tengamos por amigo al que realmente es enemigo, o por
enemigo al que es amigo, qué objeto hay que nos pueda consolar en esta sociedad
humana, tan llena de errores y trabajos, sino la fe no fingida Y el amor que se
profesan unos a otros los verdaderos y buenos amigos? A los cuales, cuantos más
fueren los que tuviéremos desparramados por los pueblos, tanto más tememos les
suceda algún mal de los muchos que se padecen en este siglo; porque no sólo nos
da cuidado que les aflija el hambre, las guerras, las enfermedades, el cautiverio,
y que en él padezcan aflicciones superiores a cuanto se pueda imaginar, sino lo
que hace más amargo el temor, que se conviertan en pérfidos y malos.
Y cuando estas penalidades
acaecen (que vienen a ser más en número, sin duda, cuantos más son los amigos y
más esparcidos se hallan en diferentes poblaciones), y llegan a nuestra noticia,
quién podrá creer las angustias y quemazones de nuestro corazón, sino quien las
siente por experiencia? Porque más quisiéramos oír que eran muertos; aunque
tampoco oyéramos esta triste nueva sin íntimo dolor. Porque cómo puede ser que
la muerte de las personas, cuya vida, por los consuelos de la amistad política,
nos daba contento, no nos cause especie alguna de tristeza? Lo cual quien la
prohibe y quita, quite y prohiba, si puede, los coloquios y agradable trato y
conversación de los amigos; ponga entredicho al vivir en amigable y estrecha
sociedad; impida y destierre el afecto de todo aquello a que los hombres
naturalmente tienen alguna obligación; rompa los lazos de las voluntades con
una cruda insensibilidad, o parézcale que debe usar de ellos de forma que no
llegue gusto alguno, ni suavidad de ellos al alma. Y si esto de ningún modo
puede ser, cómo no nos ha de ser amarga la muerte de aquel cuya vida nos era
dulce y suave? De aquí nace una profunda melancolía, para cuyo remedio se
aplican los consuelos de los cordiales amigos. Con todo, hay mal que no cure; pues
cuanto más excelente sea el alma, tanto más pronto y con mayor facilidad sana
en él lo que hay que sanar.
Así, pues, ya que la vida de los
mortales haya de padecer aflicciones y de los, unas veces más blanda, otras m ásperamente,
por las muertes de los queridos y amigos, y particularmente aquellos cuyos
oficios son necesarios la política y sociedad humana, con todo, querríamos más
oír o ver muertos a los que amamos, que verlos caídos apartados de la fe o buenas
costumbres: esto es, que verlos muertos en alma.
De esta inmensa y fecundísima
materia de males y duelos está bien llena la tierra, por lo cual, dice la
Escritura: Acaso no es tentación toda vida del hombre sobre la tierra? por eso
dice el mismo Señor: Infeliz del mundo por los escándalos; y otra parte: Por la
abundancia de los pecados se resfría la caridad. De aquí que nos demos el
parabién, y nos alegremos cuando mueren los buenos amigos, y que cuando su
muerte más nos entristece, nos de más cierto el consuelo, considerando que se
han librado ya de los males con que en esta vida aun los buenos, o son
combatidos afligidos, o desdicen de su' bondad se estragan, o por lo menos de
lo uno y de lo otro corren riesgo.
CAPITULO IX: Cómo la amistad de los ángeles buenos no puede ser manifiesta a hombres de este mundo por los engaños de los demonios.
Aunque en la sociedad y comunicación
que tenemos con los ángeles buenos (la cual pusieron los filósofos que opinaron
que los dioses eran nuestros amigos, en el cuarto lugar. subiendo desde la
tierra al mundo, para con prender en su sistema también el ciego), por ningún
pretexto sostenemos que semejantes amigos nos causen tristeza, ni con su muerte,
ni con desdecir de su bondad; con todo, no nos tratan con la familiaridad que
los hombres, y algunas veces Satanás, según leemos, se transfigura en ángel de
luz, para tentar a los que es menester instruir, con la tentación o a los que
merecen ser engañados.
Es necesaria grande misericordia
de Dios: para que ninguno, cuando piensa que tiene por amigos a los ángeles
buenos, no tenga por amigos fingidos a los malos demonios, que le sean enemigos,
tanto más dañosos y perjudiciales cuanto son más astutos y engañosos. Y quién
tiene necesidad de esta particular misericordia divina sino la grande miseria
humana, que está tan oprimida de la ignorancia, que fácilmente se deja engañar
con la ficción de éstos?
Así, pues, los filósofos que
dijeron en la impía ciudad que los dioses eran sus amigos, indudablemente
encontraron y dieron en manos de los malignos demonios, a quienes toda aquella
ciudad está sujeta para tener con ellos al fin la pena eterna. Porque de sus
ceremonias sagradas o, por mejor decir, sacrílegas, conque creyeron que los
debían reverenciar, y de sus juegos y fiestas abominables, donde celebran sus
culpas y torpezas, con que se persuadieron que debían aplacarlos, siendo ellos
mismos los autores de tales y tan grandes ignominias, bien claramente se puede
echar de ver quiénes son los que adoran.
CAPITULO X: Del fruto que les está aparejado a los santos por haber vencido las tentaciones de esta vida.
Ni los santos ni los fieles que
adoran a un solo, verdadero y sumo Dios están seguros de los engaños y varias tentaciones,
porque en este lugar propio de la flaqueza humana, y en estos días malignos, aun
este cuidado y solicitud no es sin provecho, para que busquemos con más fervorosos
deseos el lugar donde hay plenísima v cierta paz. Pues en él los dones de la
naturaleza, esto es los que da a nuestra naturaleza el Criador de todas las
naturalezas, no sólo serán buenos, sino eternos, no sólo en el alma, la cual se
ha de reparar con la sabiduría sino también en el cuerpo, el cual se ha de
renovar con la resurrección.
Allí las virtudes no trabajarán, ni
sostendrán continuas luchas contra los vicios ni contra cualquiera género de
males, sino que gozarán de la eterna paz por premio de su victoria; de modo que
no la inquiete ni perturbe enemigo alguno, porque ella es la bienaventuranza
final, ella el fin de la perfección, que no tiene fin que lo consuma. Pero en
la tierra, aunque nos llamamos bienaventurados cuando tenemos paz, esta bienaventuranza,
comparada con aquella que llamamos final, es en todas sus partes miseria.
Así que cuando los hombres
mortales, en las cosas mortales, tenemos esta paz, cual aquí la puede haber, vivimos
bien, de sus bienes usa bien virtud; pero cuando no la tenemos también usa la
virtud de los males que el hombre padece. Pero entonces es verdadera virtud
cuando todos los bienes, de que usa bien, y todo lo que hace, usando bien de
los bienes y los males, y a sí misma se endereza fin adonde tendremos tal y
tanta para que no la pueda haber mejor ni mayor.
CAPITULO XI: Cómo en la bienaventuranza de la paz eterna tienen los santos su fin esto la verdadera perfección.
Podemos, pues, decir que el fin
nuestros bienes es la paz, como dijimos que lo era la vida eterna, principalmente
porque de la misma Ciudad Dios, de que tratamos en este tan prolijo discurso, dicen
en el Salmo: Alaba, oh Jerusalén! al Señor, y tú, Sión alaba a tu Dios, porque
confirmó fortificó los cerrojos de tus puertas y bendijo los hijos que están
dentro de ti, el que puso a tus fines la paz porque cuando estuvieren ya
confirmados los cerrojos de sus puertas, ya no entrará nadie en ella, ni
tampoco nadie saldrá de ella.
Por eso, por sus fines debemos
aquí entender aquella paz que queremos manifestar que es la final; pues aun
nombre místico de la misma ciudad esto es, Jerusalén, como lo hemos insinuado, quiere
decir visión de paz mas porque el nombre de paz también le usurpamos y
acomodamos a las cosas mortales, donde sin duda no hay vida eterna, por eso
quise mejor llamar al fin de esta ciudad, donde estará su sumo bien, vida
eterna, que no paz. Y hablando de este fin, dice el Apóstol: Ahora, como os ha
librado Dios de la servidumbre del pecado y os ha recibido en su servicio, tenéis
aquí gozáis del fruto de, vuestra justicia que es vuestra santificación, y
esperáis el fin, que es la vida eterna.
Pero por otra parte, como los que
no están versados en la Sagrada Escritura por vida eterna pueden entender
también la vida de los malos; o también puede tomarse por la inmortalidad del
alma, que algunos filósofos admiten o, según nuestra fe, por las penas sin fin
de los malos, quienes, sin duda no pueden padecer eternos tormentos, sino
viviendo eternamente; al fin de esta ciudad, en la cual se llegará al sumo bien,
le debemos llamar, o paz de la vida eterna, o vida eterna en la paz, para que más
fácilmente lo puedan entender todos. Porque es tan singular el bien de la paz, que
aun en las cosas terrenas y mortales no solemos oír cosa de mayor gusto, ni
desear objeto más agradable, ni, finalmente, podemos hallar cosa mejor. Si en
esto nos detenemos algún tanto, no creo seremos pesados a los lectores, así por
el fin de esta ciudad de que tratamos como por la misma suavidad de la paz, que
tan agradable es a todos.
CAPITULO XII: Cómo los hombres, aun con el crudo rigor de la guerra y todos los desasosiegos e inquietudes, desean llegar al fin de la paz sin cuyo apetito no se halla cosa alguna natural.
Quien considere en cierto modo
las cosas humanas y la naturaleza común, advertirá que así como no hay quien no
guste de alegrarse, tampoco hay quien no guste de tener paz. Pues hasta los
mismos que desean la guerra apetecen vencer, y, guerreando, llegar a una
gloriosa paz. Qué otra cosa es la victoria sino la sujeción de los contrarios? Lo
cual conseguido, sobreviene la paz. Así que con intención de la paz se sustenta
también la guerra, aun por los que ejercitan el arte de la guerra siendo
generales, mandando y peleando. Por donde consta que la paz es el deseado fin
de la guerra, porque todos los hombres, aun con la guerra buscan la paz, pero
ninguno con la paz busca la guerra.
Hasta los que quieren perturbar
la paz en que viven, no es porque aborrecen la paz, sino por tenerla a su
albedrío. No quieren, pues, que deje de haber paz, sino que haya la que ellos
desean.
Finalmente, aun cuando por
sediciones y discordias civiles se apartan y dividen unos de otros, si con los
mismos de su bando y conjuración no tienen alguna forma o especie de paz no
hacen lo que pretenden. Por eso los mismos bandoleros, para turbar con más
fuerza y con más seguridad suya la paz de los otros, desean la paz con sus
compañeros.
Aún más: cuando alguno es tan
poderoso y de tal manera huye el andar en compañía, que a ninguno se descubra, y
salteando y prevaleciendo solo oprimiendo y matando los que puede roba y hace
sus presas, por lo menos con aquellos que no puede matar quiere que no sepan lo
que hace, tiene alguna sombra de paz. Y en su casa sin duda, procura vivir en
paz con esta mujer y sus hijos, y con los demás que tiene en ella; y se
linsojea y alegra de que éstos obedezcan prontamente a su voluntad; porque si no,
se enoja, riñe y castiga, y aun si ve que es menester usar de rigor y crueldad,
procura de este modo la paz de su casa, la cual ve que no puede haber si todos
los demás en aquella doméstica compañía no están sujetos a una cabeza, que es
él en su casa. Por tanto, si llegase a tener éste debajo de su sujeción
servidumbre a muchos, o a una ciudad, o a una nación, de manera que le
sirviesen y obedeciesen, como quisiera que le sirvieran y obedecieran en su
casa, no se metiera ya como ladrón en los rincones y escondrijos, sino que como
rey, a vista de todo el mundo se engrandeciera y ensalzara, permaneciendo en él
la misma codicia y malicia Todos, pues, desean tener paz con los suyos, cuando
quieren que vivan su albedrío; porque aun aquellos a quienes hacen la guerra, los
quieren, pueden, hacer suyos, y en habiéndolo. sujetado, imponerles las leyes
de su paz.
Pero supongamos uno como el que
nos pinta la fábula, a quien por la, misma intratable fiereza le quisieron
llamar más semihombre que hombre, aunque el reino de éste era una solitaria y
fiera cueva, y él, tan singular en malicia que de ella tomaron ocasión para
llamarle Caco, que en griego quiere decir malo; y aunque no tenía mujer que le
divirtiese con suaves y amorosas conversaciones, ni pequeños hijos con quienes
poder alegrarse, ni grandes a quienes mandar, ni gozase del trato familiar y
conversación de ningún amigo, ni de la de su padre Vulcano (a quien sólo en
esto podemos decir que se le aventajó, y fue más dichoso; en que no engendró
otro monstruo como él); y aunque a ninguno diese cosa alguna, sino a quien
podía le quitase todo lo que quería; con todo, en aquella solitaria cueva, cuyo
suelo, como le pintan, siempre estaba regado de sangre fresca o recién vertida,
no quería otra cosa que la paz, en la cual ninguno le molestase ni fuerza ni
terror de persona alguna le turbase su quietud. Finalmente, deseaba tener paz
con su cuerpo, y cuanto tenía, tanto era el bien de que gozaba, porque mandaba
a sus miembros que le obedeciesen puntualmente. Y para poder aplacar su
naturaleza sujeta a la muerte, que por la falta que sentía se le rebelaba, y
levantaba una irresistible rebelión de hambre para dividir y desterrar el alma
del cuerpo; robaba, mataba y engullía, y aunque inhumano y fiero, miraba fiera
y atrozmente por la paz y tranquilidad de su vida y salud. Y así, si la paz que
pretendía tener en su cueva y en sí mismo la quisiera también con los otros, ni
le llamaran malo, ni monstruo, ni semihombre. Si, la forma de su cuerpo, con
vomitar negro fuego, espantaba a los hombres para que huyesen y no se asociasen
con él, quizá era cruel, no por codicia de hacer mal, sino por la necesidad de
vivir. Pero tal hombre, o nunca le hubo, o, lo que es más creíble, no fue cual
nos lo pinta la ficción poética. Porque si no cargaran tanto la mano en
encarecer y exagerar la malicia de Caco, fuera poca la alabanza que le cupiera
a Hércules.
Así que, como dije, más creíble
es que no hubo tal hombre, o semihombre, como tampoco otras ficciones y
patrañas poéticas; porque las mismas fieras crueles e indómitas, de las cuales
tomó parte su, fiereza, conservan con cierta paz su propia naturaleza y especie;
juntándose unas con otras, engendrando, pariendo criando y abrigando á sus
hijos, siendo las más de ellas insociables y montaraces; es decir, no como las
ovejas, venados, palomas, estorninos y abejas, sino como los leones, raposas; águilas
y lechuzas. Porque qué tigre hay que blanda y cariñosamente no arrulle sus
cachorros, y tranquilizada su fiereza, no los halague? Qué milano hay, por más
solitario que ande volando y rondando la caza para cebar sus unas, que no
busque hembra, forme su nido, saque sus huevos, críe sus pollos y no conserve
con la que es como madre de su familia la compañía doméstica con toda la paz
que puede?
Cuanto más inclinado es el hombre
y le conducen en cierto modo las leyes de su naturaleza a buscar la sociedad y conservar
la paz en cuan está de su parte con los demás hombres, pues aun los malos
sostienen guerra por la paz de los suyos; y a toda si pudiesen, los querrían
hacer suya para que todos y todas las cosas si viesen a uno; y de qué manera podré
conseguirlo sino haciendo, o por amo o por temor que todos consientan convengan
en su paz?
Así, pues, la soberbia imita
perversamente a Dios, puesto que debajo de dominio divino no quiere la igualdad
con sus socios, sino que gusta impone a sus aliados y compañeros el dominio
suyo, en lugar del de Dios; aborreciendo la justa paz de Dios, y amando su
injusta paz Sin embargo, no puede dejar de amar la paz, cualquiera que sea; porque
ningún vicio hay tan opuesto a la naturaleza que cancele y borre hasta los
últimos rastros y vestigios de la naturaleza.
Advierte que la paz de los malos
en, comparación de la de los buenos no debe llamarla paz el que sabe estimar y anteponer
lo bueno a lo malo, y lo puesto en razón a lo perverso. Y aun lo perverso, es
necesario que en alguna parte, por alguna parte y con alguna parte natural, donde
esta, o de que consta, esté en paz; porque de otra manera nada sería. Como si uno
estuviese pendiente cabeza abajo, si duda que la situación del cuerpo y el
orden natural de los miembros y articulaciones estaría invertido, porque lo que
naturalmente debe estar encima está debajo, y lo que debe esta, abajo está
encima, y este trastorno como turba la paz de la carne, le es molesto. Sin
embargo, como el alma está en paz con su cuerpo, y mira por su salud, de aquí
que se duela; si por el rigor de sus molestias desamparase al cuerpo y se
ausentase de entre tanto que dura la unión y trabazón de los miembros, lo que
queda no está sin cierta tranquilidad de las partes, y por eso hay todavía
quien esta colgado. Cuando el cuerpo terreno inclina y tira hacia la tierra, y
cuando con el lazo que está suspenso resiste entonces igualmente aspira al
orden natural de su paz, y con la voz de su peso, en cierto modo pide el lugar
en que poder descansar; y aunque está ya sin alma y sin sentido alguno, con
todo, no se aparta del sosiego natural de su orden, ya sea cuando la tiene, ya
cuando inclina y aspira a ella. Porque si le aplican medicamentos y cosas
aromáticas que conserven y no dejen deshacer y corromper la forma del cuerpo
muerto, todavía una cierta paz junta y acomoda las partes con las partes, y
aplica e inclina toda la masa al lugar conveniente, y, por consiguiente, quieto
y pacífico. Pero cuando no se pone diligencia alguna en embalsamarlo, sino que
lo dejan a su curso natural, todo aquel tiempo está como peleando por la
disgregación de humores cuyas exhalaciones molestan nuestros sentidos hasta que,
combinándose con los elementos del mundo, parte por parte y paulatinamente se
reduzca a la paz y sosiego de ellos. Pero en nada deroga las leyes del sumo Criador
y ordenador que administra 'y gobierna la paz del universo, pues aunque del
cuerpo muerto de un animal grande nazcan animalejos pequeños, por la misma ley
del Criador, todos aquellos cuerpecitos sirven en saludable paz a sus pequeñas almas.
Y aunque las carnes de los muertos las coman otros animales, y se extiendan y
derramen por cualquiera parte, y se junten con cualesquiera, y se conviertan y
muden en cualesquiera cosa, al fin encuentran las mismas leyes difusas y derramadas
por todo cuanto hay para la salud y conservación de cualquiera especie de los
mortales, acomodando y pacificando cada cosa con su semejante y conveniente.
CAPITULO XIII: De la paz universal, la cual, según las leyes naturales, no puede ser turbada hasta que por disposición del justo Juez alcance cada uno lo que por su voluntad mereció.
La paz del cuerpo es la ordenada
disposición y templanza de las partes. La paz del alma irracional, la ordenada
quietud de sus apetitos. La paz del alma racional, a ordenada conformidad y
concordia de la parte intelectual y activa. La paz del cuerpo y del alma, la
vida metódica y la salud del viviente La paz del hombre mortal y de Dios
inmortal, la concorde obediencia en la fe, bajo de la ley eterna. La paz de los
hombres, la ordenada concordia. La paz de la casa, la conforme uniformidad que
tienen en mandar obedecer los que viven juntos. La paz de la ciudad, la
ordenada concordia que tienen los ciudadanos y vecinos en ordenar y obedecer. La
paz de la ciudad celestial es la ordenadísima conformísima sociedad establecida
para gozar de Dios, y unos de otros en Dios. La paz de todas las cosas, la
tranquilidad del orden; y el orden no es otra cosa que una disposición de cosas
iguales y desiguales, que da cada una su propio lugar.
Por lo cual los miserables, aunque
carecen de la tranquilidad del orden, donde no se halla turbación alguna; mas
porque con razón y justamente son miserable tampoco en su miseria pueden este
fuera del orden, aunque no unidos con los bienaventurados, sino apartados de
ellos por la ley del orden. Estos miserables, aunque no están sin perturbación,
donde se encuentran, están acomodados con alguna congruencia; así hay en ellos
alguna tranquilidad de orden, y, por consiguiente, también alguna paz. Con todo,
son miserables, porque si en cierto modo no sienten dolor, sin embargo, no se
hallan en parte donde deban estar seguros y su sentir dolor. Pero más
miserables son si no viven en paz con la ley que gobierna el orden natural. Cuando
sienten dolor, en la parte que le sienten, se les perturba la paz; pero todavía
hay paz donde ni el dolor ofende, ni la misma trabazón se disuelve.
Resulta, pues, que hay alguna
vida sin dolor, pero no puede haber dolor sin alguna vida; hay alguna paz su
guerra alguna, pero guerra no la puede haber sin alguna paz; no en cuanto es
guerra, sino porque la guerra supone siempre hombres o naturalezas humanas que
la mantienen, y ninguna naturaleza puede existir sin alguna especie de paz. Hay
naturaleza sin mal alguno o en la cual no puede haber mal alguno, pero no hay
naturaleza sin bien alguno. Por lo cual, ni siquiera la naturaleza del mismo
demonio, en cuanto es naturaleza, es cosa mala, sino que la perversidad la hace
mala. No perseveró en la verdad; pero no escapó del juicio y castigo de la
misma verdad, porque no quedó en la tranquilidad del orden, ni tampoco. escapó
de la potestad del sabio Ordenador. El bien de Dios, que tiene él, en la
naturaleza, no le exime y saca del poder de la justicia de Dios, con que le
dispone y ordena en la pena; ni Dios allí aborrece o persigue, el bien que crió,
sino el mal que el demonio cometió. Porque no quita del todo lo que concedió a
la naturaleza, sino que quita algo y deja algo, para que haya quien se duela de
lo que se quita. Y el mismo dolor es testigo del bien que se quita y del bien
que se deja Pues si no hubiera quedado bien alguno, no se pudiera doler del
bien perdido, puesto que el que peca es peor si se complace con la pérdida, de
la equidad; pero el que es castigado, si de allí no adquiere algún otro bien, siente
la pérdida de la salud. Y porque la equidad y la salud ambas son, bienes, y de
la pérdida del bien antes debe doler que alegrar, con tal que no sea recompensa
de otro mejor bien, sin duda con más justo motivo el injusto se duele en el
castigo, que se alegró en el delito. Así, pues, como el contento del bien que
dejó cuando pecó es testigo de la mala voluntad, así el dolor del, bien que
perdió, cuando padece en el castigo la pena, es testigo de la naturaleza buena.
Pues él, que se duele de la paz que perdió su naturaleza, siente el dolor por
parte de algunas reliquias que le quedaron de la paz, que le hacen amar la
naturaleza.
Y sucede con justa razón en el
último y final castigo de las penas eternas, que los injustos e impíos lloren
en sus tormentos las pérdidas de los bienes naturales, y que sientan la
justicia de Dios, justísima en quitárselos, los que despreciaron su liberalidad
benignísima en dárselos Así, pues, Dios, con su eterna sabiduría crió todas las
naturalezas, y justísimamente las dispone y ordena, y como más excelente entre
todas, las cosas terrenas, formó el linaje mortal de los hombres, les repartió algunos
bienes acomodados a ésta vida, es a saber, la paz temporal, de la manera que la
puede haber en la vida mortal; y esta paz se la dio al hombre en la misma salud,
incolumidad y comunicación de su especie; y le dio todo lo que es necesario, así
para conservar como para adquirir esta paz (como son las cosas que, convenientemente
cuadran al sentido, como la luz que ve, el aire que respira, las aguas que bebe,
y todo lo que es a propósito. Para sustentar, abrigar, curar y adornar el
cuerpo), con una condición, sumamente equitativa, de modo que cualquier mortal
que usaré bien de estos bienes, acomodados a la paz de los mortales, pueda
recibir otros mayores y mejores, es a saber, la misma paz de la inmortalidad, y
la honra y gloria que a ésta le compete en la vida eterna para gozar de Dios y
del prójimo en Dios; y el que usare mal, no reciba aquéllos y pierda éstos.
CAPITULO XIV: El orden y las leyes divinas y humanas tienen por único objeto el bien de la paz.
Todo el uso de las cosas
temporales en la ciudad terrena se refiere y endereza al fruto de la paz
terrena, y en la ciudad celestial se refiere y ordena al fruto de la paz eterna.
Por lo cual, si fuésemos animales
irracionales, no apeteciéramos otra cosa que la ordenada templanza de las
partes del cuerpo, y la quietud y descanso de los apetitos; así que nada
apeteciéramos fuera del descanso de la carne y la abundancia de los deleites, para
que la paz del cuerpo aprovechase a la paz del alma. Porque en faltando la paz
del cuerpo se impide también la paz del alma irracional, por no poder alcanzar
el descanso y quietud de los apetitos. Y lo uno y lo otro junto, aprovecha a aquella
paz que tienen entre sí el alma y el cuerpo, esto es, la ordenada vida y salud.
Porque así como nos muestran los animales que aman la paz del cuerpo cuando
huyen del dolor, y la paz del alma cuando por cumplir las necesidades de los
apetitos siguen el deleite, así huyendo de la muerte bastantemente nos
manifiestan cuánto amen la paz con que se procura la amistad del alma y del
cuerpo. Pero como el hombre posee alma racional, todo esto que tiene de común
con las bestias lo sujeta a la paz del alma racional, para que pueda contemplar
con el entendimiento, y con esto hacer también alguna cosa, para que tenga una ordenada
conformidad en la parte intelectual y activa, la cual dijimos que era la paz
del alma racional.
Debe, pues, querer que no le
moleste el dolor, ni le perturbe el deseo, ni le deshaga la muerte, Sara poder
conocer alguna cosa útil, y según este conocimiento, componer y arreglar su
vida y costumbres. Mas para que en el mismo estudio del conocimiento, por causa
de la debilidad del entendimiento humano no incurra en el contagio y peste de
algún error, tiene necesidad del magisterio divino, a quien obedezca con
certidumbre, y necesita de su auxilio para que obedezca con libertad.
Y porque mientras está en este
cuerpo mortal, anda peregrinando ausente del Señor, porque camina todavía con
la fe, y no ha llegado aún a ver a Dios claramente; por esto toda paz, ya sea
la del cuerpo, ya la del alma, o juntamente del alma o del cuerpo, la refiere a
aquella paz que tiene el hombre mortal con Dios inmortal, de modo que tenga la ordenada
obediencia en la fe bajo la ley eterna. Y asimismo porque nuestro Divino
Maestro, Dios, nos enseña dos principales mandamientos, es a saber, que amemos
a Dios y al prójimo, en los cuales descubre él hombre tres objetos, que son: amar
a Dios, a sí mismo y al prójimo, a quien le ordenan que ame como a sí mismo (y
así, debe mirar por el bien de su esposa, de sus hijos, de sus domésticos y de todos
los demás hombres que pudiere), y para esto ha de desear y querer, si acaso lo
necesita, que el prójimo mire por él.
De esta manera vivirá en paz con
todos los hombres, con la paz de los hombres, esto es, con la ordenada
concordia en que se observa este orden: primero, que a ninguno haga mal ni
cause daño y segundo, que haga bien a quien pudiere.
Lo primero a que está obligado es
al cuidado de los suyos; porque para mirar por ellos tiene ocasión más oportuna
y más fácil, según el orden así de la naturaleza como del mismo trato y
sociedad humana. Y así, dijo el Apóstol que el que no cuida de los suyos, y
particularmente de los domésticos, este tal niega la fe, y es peor que el
infiel. De aquí nace también la paz doméstica, esto es, la ordenada y bien
dirigida concordia que tienen entre sí en mandar y obedecer los que habitan
juntos. Porque mandan los que cuidan y miran por los otros, como el marido a la
mujer, los padres a los hijos, los señores a los criados; y obedecen aquellos a
quienes se cuida, como las mujeres a sus maridos, los hijos a sus padres, los
criados a sus señores. Pero en la casa del justo, que vive con fe y anda
todavía peregrino y ausente de aquella ciudad celestial, hasta los que mandan sirven
a aquellos a quienes les parece, manda; puesto que no mandan por codicia o
deseo de gobernar a otros, sino por propio ministerio de cuidar y mirar por el
bien de los otros; ni ambición de reinar, sino por caridad de hacer bien.
CAPITULO XV: De la libertad natural y de, la servidumbre, cuya primera causa es pecado, por lo cual el hombre que de perversa voluntad, aunque no sea esclavo de otro hombre, lo es de su propio apetito.
Esto prescribe la ley natural, y
crié Dios al hombre. Sea señor, dice, de los peces del mar, de las aves aire y
de todos los animales que dan sobre la tierra. El hombre racial, que crió Dios
a su imagen y semejanza; no quiso que fuese señor si de los irracionales; no
quiso que fue señor el hombre del hombre, sino las bestias solamente. Y así, a
los primeros hombres santos y justos más lo hizo Dios pastores de ganados que
reyes de hombres, para darnos a entender de esta manera qué es lo que exige el
orden de las cosas, criadas y qué mérito del pecado.
Porque la condición de la
servidumbre con derecho se entiende que impuso al pecador, y por eso no vemos
se haga mención del nombre siervo en la Escritura hasta que el justo Noé
castigó con él el horrible pecado de su hijo. Así que este nombre tuvo su
origen en la culpa; ella le mereció y no la naturaleza.
Y aunque la etimología del nombre
siervo o esclavo en latín se entiende que se derivó de que a los que podía
matar, conforme a la ley de guerra cuando los vencedores los reservaban o
conservaban, los hacían siervos, que dando en su poder, por cuanto habían
conservado sus vidas, sin embargo tampoco esta diligencia es sin mérito del
pecado. Pues aun cuando se haga la guerra justa, por el pecado pelea parte
contraria, y no hay victoria, aun cuando sucede a veces que la alcancen los malos,
que por disposición y a providencia divina no humille a los vencidos o
corrigiendo o castigando sus pecados. Testigo es de esta verdad el siervo de
Dios Daniel, cuando en el cautiverio confiesa a Dios sus pecados y los pecados
de su pueblo, y protesta con un santo y verdadero dolor que ésta es la causa de
aquel cautiverio.
Así, pues, la primera causa de la
servidumbre es el pecado; que se sujetase el hombre a otro hombre con el
vínculo de la condición servil, lo cual no sucede sin especial providencia y
justo juicio de Dios, en quien no hay injusticia y sabe repartir diferentes
penas conformes a los méritos de las culpas Y, según dice el soberano Señor de
nuestras almas: Que cualquiera que peca es siervo del pecado, así también
muchos que son piadosos y religiosos sirven a señores inicuos, aunque no libres,
porque todo vencido es esclavo de su vencedor. Y, sin duda, con mejor condición
servimos a los hombres que a los apetitos, pues advertimos cuán tiránicamente
destruye los corazones de los mortales, por no decir otras cosas, el mismo
apetito de dominar. Y en aquella paz ordenada con que los hombres están
subordinados unos a otros, así como aprovecha la humildad a los que sirven, así
daña la soberbia a los que mandan y señorean.
Pero ninguno en aquella
naturaleza en que primero crió Dios al hombre es siervo del hombre o del pecado.
Y aun la servidumbre penal que introdujo él pecado está trazada y ordenada con
tal ley, que manda que se conserve el orden natural y prohibe que se perturbe, porque
si no se hubiera traspasado aquella ley no habría que reprimir y refrenar con
la servidumbre penal. Por lo que el Apóstol aconseja a los siervos y esclavos
que estén obedientes y sujetos a sus señores y los sirvan de corazón con buena
voluntad, para que, si no pudieren hacerlos libres los señores, ellos en algún
modo hagan libre su servidumbre, sirviendo, no con temor cauteloso, sino con
amor fiel, hasta que pase esta iniquidad y calamidad y se reforme y deshaga
todo el mando y potestad de los hombres, viniendo a ser Dios todo en todas las
cosas
CAPITULO XVI: De cómo debe ser justo y benigno el mando y gobierno de los señores.
Aunque tuvieron siervos y
esclavos los justos, nuestros predecesores de tal modo gobernaban la paz de su
casa que en lo tocante a estos bienes temporales diferenciaban la fortuna y
hacienda de sus hijos de la condición de sus siervos; pero en lo que toca al
ser vicio y culto de Dios, de quien deber esperarse los bienes eternos, con un
mismo amor miraban por todos los miembros de su casa. Lo cual de tal modo nos
lo dicta y manda el orden natural, que de este principio vino derivarse el
nombre de padre de familia, y es tan recibido, que aun los que mandan y
gobiernan inicuamente gustan de ser llamados con dicho nombres. Pero los que
son verdaderos padres de familias miran por todos los de su familia como por
sus hijos, para servir y agradar a Dios, deseando llegar a la morada celestial,
donde no habrá necesidad del oficio de mandar y dirigir a los mortales, porque
entonces no será necesario el ministerio de mirar por el bien de los que son ya
bienaventurados en aquella inmortalidad.
Hasta que lleguen allá deben
sufrir más los padres porque mandan y gobiernan, que los siervos porque sirven.
Así, cuando alguno en casa, por la desobediencia va contra la paz doméstica, deben
corregirle y castigarle de palabra, o con el azote o con otro castigo justo y
lícito, cuando lo exige la sociedad y comunicación humana por la utilidad del
castigado, para que vuelva a la paz de donde se había apartado. Porque así como
no es acto de beneficencia hacer, ayudando, que se pierda un bien mayor, así no
es inocencia hacer, perdonando, que se incurra en mayor mal. Toca, pues, al
oficio del inocente no sólo hacer mal a nadie, sino también estorbar y prohibir
el pecado o castigarle, para que, o el castigado se corrija y enmiende con la pena,
u otros escarmienten con el ejemplo. Y porque la casa del hombre debe ser
principio o una partecita de la ciudad, y todos los principios se refieren a
algún fin propio de su género y toda parte a la integridad del todo, cuya parte
es, bien claramente se sigue, que la paz de casa se refiere a la paz de la
ciudad; esto es, que la ordenada concordia entre sí de los cohabitantes en el mandar
y obedecer se debe referir a la ordenada concordia entre si de los ciudadanos
en el mandar y obedecer. De esta manera el padre de familia ha de tomar de la
ley de la ciudad la regla para gobernar su casa, de forma que la incomode a la paz
y tranquilidad de la ciudad.
CAPITULO XVII: Por qué la Ciudad celestial viene a estar en paz con la Ciudad terrena y por qué en discordia.
La casa de los hombres que no
viven de la fe procura la paz terrena con los bienes y comodidades de la vida
temporal; mas la casa de los hombres que viven de la fe espera los bienes que
le han prometido eternos en la vida futura, y de los terrenos y temporales usa
como peregrina, no de forma que deje prenderse y apasionarse de ellos y que la
desvíen de la verdadera senda que dirige hacia Dios. sino para que la sustenten
con los alimentos necesarios, para pasar más fácilmente vida y no acrecentar
las cargas de este cuerpo corruptible, que agrava y oprime al alma. Por eso el
uso de las cosas necesarias para esta vida mortal es común a fieles o infieles
y a una otra casa, pero el fin que tienen al usarlas es muy distinto.
También la Ciudad terrena que no
vive de la fe desea la paz terrena, y la concordia en el mandar y obedecer
entre los ciudadanos la encamina a que observen cierta unión y conformidad de
voluntades en las cosas que conciernen a la vida mortal. La Ciudad celestial, o,
por mejor decir, una parte de ella que anda peregrinando en esta mortalidad y
vive de la fe, también tiene necesidad de semejante paz, y mientras en la
Ciudad terrena pasa como cautiva la vida de su peregrinación, como tiene ya la promesa
de la redención y el don espiritual como prenda, no duda sujetarse a las leyes
en la Ciudad terrena, con que se administran y gobiernan las cosas que son a
propósito y acomodadas para sustentar esta vida mortal; porque así como es
común a ambas la misma mortalidad, así en las cosas tocantes a ella se guarde
la concordia entre ambas Ciudades. Pero como la Ciudad terrena tuvo ciertos
sabios, hijos suyos, a quienes reprueba la doctrina del ciclo los cuales, o
porque lo pensaron así o porque los engañaron los demonios creyeron que era
menester conciliar muchos dioses a las cosas humanas a cuyos diferentes oficios,
por decirlo así, estuviesen sujetas diferentes cosas a uno, el cuerpo, y a otro,
el alma; y en el mismo cuerpo, a uno la cabeza y a otro el cuello, y todos los
demás a cada uno el suyo. Asimismo en el alma, a uno el ingenio, a otro la sabiduría,
a otro la ira, a otro la concupiscencia; y en las mismas cosas necesarias a la
vida, a uno el ganado, a otro el trigo; a otro el vino, a otro el aceite a otro
las selvas y florestas. a otro el dinero, a otro la navegación, a otro las
guerras, a otro las victorias, a otro los matrimonios, a otro los partos y la
fecundidad, y así a los demás todos los ministerios humanos restantes y como la
Ciudad celestial reconoce un solo Dios que debe ser reverenciado entiende y
sabe pía y sanamente que a el solo se debe servir con aquella servidumbre que
los griegos llaman la tria, que no debe prestarse sino a Dios sucedió, pues, que
las leyes a la religión no pudo tenerlas comunes con la Ciudad terrena, y por
ello fue preciso disentir y no conformarse con ella y ser aborrecida de los que
opinaban lo contrario, sufrir sus odios, enojos y los ímpetus de sus
persecuciones crueles, a no ser rara vez cuando refrenaba los ánimos de los
adversarios el miedo que les causaba su muchedumbre, y siempre el favor y ayuda
de Dios.
Así que esta ciudad celestial, entre
tanto que es peregrina en la tierra, va llamando y convocando de entre todas
las naciones ciudadanos, y por todos los idiomas va haciendo recolección de la
sociedad peregrina, sin atender a diversidad alguna de costumbres, leyes e
institutos, que es con lo que se adquiere o conserva la paz terrena, y sin
reformar ni quitar cosa alguna, antes observándolo y siguiéndolo exactamente, cuya
diversidad, aunque es varia y distinta en muchas naciones, se endereza a un
mismo fin de la paz terrena, cuando no impide y es contra la religión, que nos
enseña y ordena adorar a un solo, sumo y verdadero Dios.
Así que también la Ciudad
celestial en esta su peregrinación usa de la paz terrena, y en cuanto puede, salva
la piedad y religión, guarda y desea la trabazón y uniformidad de las
voluntades humanas en las cosas que pertenecen a la naturaleza mortal de los
hombres, refiriendo y enderezando esta paz terrena a la paz celestial. La cual
de tal forma es verdaderamente paz, que sola ella debe llamarse paz de la
criatura racional, es a saber, una bien ordenada y concorde sociedad que sólo
aspira a gozar de Dios y unos de otros en Dios. Cuando llegáremos a la posesión
de esta felicidad, nuestra vida no será ya mortal, sino colmada y muy
ciertamente vital; ni el cuerpo será animal, el cual, mientras es corruptible, agrava
y oprime al alma, sino espiritual, sin necesidad alguna y del todo sujeto a la
voluntad. Esta paz, entretanto que anda peregrinando, la tiene por la fe, y con
esta fe juntamente vive cuando refiere todas las buenas obras que hace para con
Dios o para con el prójimo, a fin de conseguir aquella paz, porque la vida de
la ciudad, efectivamente, no es solitaria, sino social y política.
CAPITULO XVIII: La duda que la nueva Academia pone en todo es contraria a la certidumbre y constancia de la fe cristiana.
Respecto a la diferencia que cita
Varrón, alegando el dictamen de los nuevos académicos, que todo lo tienen por
incierto, la Ciudad de Dios totalmente abomina semejante duda, reputándola como
un disparate o desvarío, teniendo de las cosas que comprende con el
entendimiento y la recta razón cierta ciencia, aunque muy escasa por causa del
cuerpo corruptible, que agrava al alma y en la evidencia de cualquiera materia
cree a los sentidos, de los cuales usa el alma por medio del cuerno, porque más
infelizmente se engaña quien cree que jamás se les debe dar asenso. Cree, asimismo,
en la Sagrada Escritura del Viejo y del Nuevo Testamento, que llamamos canónica,
de donde se concibió y dedujo la misma fe con que vive el justo, por la cual
sin incertidumbre alguna caminamos mientras andamos peregrinando, ausentes de
Dios, y salva ella, sin que con razón nos puedan reprender, dudamos de algunas
cosas que no las hemos podido penetrar, ni con el sentido ni con la razón, ni
hemos tenido noticia de ellas por la Sagrada Escritura ni por otros testigos a
quienes fuera un absurdo y desvarío no dar crédito.
CAPITULO XIX: Del hábito y costumbres del pueblo cristiano.
Nada interesa a esta Ciudad el
que cada uno siga y profese esta fe en cualquier otro traje o modo de vivir, como
no sea contra los preceptos divinos, pues con esta misma fe se llega a
conseguir la visión beatífica de Dios, y la posesión de la patria celestial, y
así a los mismos filósofos, cuando se hacen cristianos, no los compele a que
muden el hábito, uso y costumbre de sus alimentos que nada obstan a la religión,
sino sus falsas opiniones. Por eso la diferencia que trae Varrón en el vestir
de los cínicos, si no cometen acción torpe o deshonesta, no cuida de ella.
Pero en los tres géneros de vida:
ocioso, activo y compuesto, de uno y otro, aunque se pueda en cada uno de ellos
pasar la vida sin detrimento de la fe y llegar a conseguir los premios eternos,
todavía importa averiguar qué es lo que profesa por amor de la verdad y qué es
lo qué emplea en el oficio de la caridad. Porque ni debe estar uno de tal
manera ocioso que en el mismo ocio no piense ni cuide del provecho de su
prójimo, ni de tal conformidad activo, que no procure la contemplación de Dios.
En el ocio no le debe entretener y deleitar la ociosidad, sin entender en nada,
sino la inquisición, o el llegar a alcanzar la verdad, de forma que cada uno
aproveche en ella, y que lo que hallare y alcanzare lo posea y goce y no lo
envidie a otro. Y en la acción no se debe pretender y amar la honra de esta
vida o el poder, porque todo es vanidad lo que hay debajo del sol, sino la
misma obra que se hace por aquella honra o potencia, cuando se hace bien y
útilmente; esto es: de manera que valga para aquella salud de los súbditos, que
es según Dios, como ya lo declaramos arriba. Por eso cuando dice el Apóstol que
al que desea un obispado es buena obra la que desea, quiso declarar lo que es
obispado que nota obra y trabajo, no honra y dignidad. Palabra griega que
quiere decir que el que es superior de otros debe mirar por aquellos de quienes
es superior y jefe; porque epi quiere decir sobre, y scopos, intención; luego
Episcopein debe entenderse de modo que sepa que no es obispo el que gusta de
ser superior y no gusta ser de aprovechar. Así, pues, a ninguno prohiben que
atienda al estudio de la verdad, el Cual pertenece al ocio loable y bueno; pero
el lugar superior, sin el cual no se puede regir un pueblo, aunque se tenga y administre
como es debido, no conviene codiciarle y pretenderle. Por lo cual el amor de la
verdad busca al ocio santo y la necesidad de la caridad se encarga del negocio
justo. Cuando no hay quien le imponga esta carga debe entretenerse en entender
sobre la inquisición de la verdad, pero si se la imponen, se debe tomar por la
necesidad de la caridad; pero ni aun de esta conformidad debe desamparar del
todo el entretenimiento y gusto de la verdad, porque no se despoje de aquella
suavidad y le oprima esta necesidad.
CAPITULO XX: Que los ciudadanos de la ciudad de los santos, en esta vida temporal, son bienaventurados en la esperanza.
Por lo cual, siendo el sumo bien
de la Ciudad de Dios la paz eterna y perfecta, no por la qué los mortales pasan
naciendo y muriendo, sino en la que perseveran inmortales, sin padecer
adversidad, quién negará o que aquella vida es felicísima o que, en su
comparación, ésta que aquí se pasa, por más colmada que esté de los bienes del
alma y del cuerpo y de las cosas exteriores, no la juzgue por más que miserable?
Con todo, el que pasa ésta, de manera que la enderece al fin de la otra, el
cual ama ardientemente, y fielmente espera, sin ningún absurdo se puede ahora
llamar también bienaventurado; más por la esperanza de allá que por la posesión
de acá.
Pero esta posesión sin aquella
esperanza es una falsa bienaventuranza y grande miseria, porque no usa de los verdaderos
bienes del alma, puesto que no es verdadera sabiduría aquella con que en las
cosas que discierne con prudencia y hace con valor, modera con templanza y
distribuye con justicia, no endereza su intención a aquel fin, donde será Dios
el todo en todas las cosas con eternidad cierta e infalible y perpetua.
CAPITULO XXI: Si conforme a las definiciones de Escipión, que trae Cicerón en su diálogo, hubo jamás república romana.
Ya es tiempo que lo más sucinta
compendiosa y claramente que pudiéremos, se averigüe lo que prometí manifestar
en el libro segundo de e obra, es a saber, que según las definiciones de que
usa Escipión en los libros de la república de Cicerón, jamás hubo república
romana. Porque brevemente define la república, diciendo que es cosa del pueblo,
cuya definición si es verdadera, nunca hubo república romana, porque nunca hubo
cosa pueblo, cual quiere que sea la definición de la república. Pues definió
pueblo diciendo que era una junta compuesta de muchos, unida con el consentimiento
del derecho y la participación de la utilidad común. Y más adelante declara que
significa lo que llama consentimiento del derecho; manifestando con esto que sin
justicia no puede administrar ni gobernar rectamente la república.
Luego donde no hubiere verdadera
justicia tampoco podrá haber derecho porque lo que se hace según derecho se hace
justamente; pero lo que se ha injustamente no puede hacerse con derecho. Porque
no se deben llamar tener por derecho las leyes injustas los hombres, pues
también ellos llaman derecho a lo que dimanó y se derivó de la fuente original
de la justicia, confesando ser falso lo que suelen decir algunos erróneamente, que
sólo es derecho o ley lo que es en favor y utilidad del que más puede. Por lo
cual donde no hay verdadera justicia, no puede haber unión ni congregación
hombres, unida con el consentimiento del derecho, y, por lo mismo, tampoco
pueblo, conforme a la enunciada definición de Escipión o Cicerón. Y si no puede
haber pueblo, tampoco cosa de pueblo, sino de multitud, que no merece nombre de
pueblo. Y, por consiguiente, si la república es cosa del pueblo, y no es pueblo
el que está unido con el consentimiento del derecho y no hay derecho donde no hay
justicia, si duda se colige que donde no hay justicia no hay república.
Además, la justicia es una virtud
queda a cada uno lo que es suyo. Qué justicia, pues, será la del hombre que al
mismo hombre le quita a Dios verdadero, y le sujeta a los impuros demonios? Es
esto acaso dar a cada uno lo que es suyo? Por Ventura el que usurpa la heredad
al que, la compró y la da al que ningún derecho tiene a ella, es injusto, y el
que se la quita asimismo a Dios, que es su Señor y el que le crió, y sirve a
los espíritus malignos, es justo?
Disputan ciertamente con grande
vehemencia y vigor en los mismos libros de república contra la justicia, y en
favor de ella. Y como se defiende al principio la injusticia contra la justicia,
diciendo que la república no se podía conservar ni acrecentar sino por la
injusticia, por ser cosa injusta que los hombres sirviesen a hombres que los
dominasen; de cuya injusticia necesita usar la ciudad dominadora, cuya
república es grande para imperar y mandar en las provincias; respondióse en
defensa de la justicia que esto es justo, porque a semejantes hombres les es
útil la servidumbre, establecida en utilidad suya cuando se practica bien, esto
es, cuando a los perversos se les quita la licencia de hacer mal, viviendo
mejor sujetos que libres.
Y para confirmar esta razón traen
un famoso ejemplo, como tomado de la naturaleza, y dicen así: Por qué Dios
manda al hombre, el alma al cuerpo, la razón al apetito y a las demás partes
viciosas del alma? Sin duda, con este ejemplo consta que importa a algunos y es
útil la servidumbre, y que el servir a Dios lo es a todos. El alma que sirve a
Dios muy bien manda al cuerpo, y en la misma alma la razón, que se sujeta a
Dios, su Señor, muy bien manda al apetito y a los demás vicios. Por lo cual, siempre
que el hombre no sirve a Dios, qué hay en él de justicia? Pues no sirviendo a
Dios de ningún modo puede el alma justamente mandar al cuerpo, o la razón
humana a los demás vicios, y si en este hombre no hay justicia, sin duda que tampoco
la podrá haber en la congregación que consta de tales hombres. Luego no hay
aquí aquella conformidad o consejo del derecho que hace pueblo a la muchedumbre,
lo cual se dice ser la república.
Y de la utilidad con cuyo lazo
también une Escipión a los hombres en esta definición para formar el pueblo, qué
diré? Pues si bien, lo consideramos, no es utilidad la de los que viven
impíamente, como viven todos los que no sirven a Dios y sirven a los demonios, los
cuales son tanto más perversos cuanto más deseosos se muestran, siendo
espíritus inmundísimos, de que les ofrezcan sacrificios como a dioses. Así pues,
lo que dijimos de la conformidad y consentimiento del derecho, pienso que basta
para que se eche de ver por esta definición que no es pueblo que merezca
llamarse república aquel donde no haya justicia. Si nos respondieren que los
romanos en su república no sirvieron a espíritus inmundos, sino a dioses buenos
y sanos, acaso será necesario repetir tantas veces una cosa que está ya dicha
con bastante claridad, y aun más de la necesaria? Porque, quién hay que haya
llegado hasta aquí por el orden de los libros anteriores de esta obra, que
pueda todavía dudar de que los romanos sirvieron a los demonios impuros, sino
el que fuere, o demasiadamente necio, o descaradamente porfiado? Mas por no
decir quiénes sean éstos, que ellos honraban y veneraban con sus sacrificios
baste que la ley del verdadero Dios nos dice: Que al que ofreciese sacrificios
a los dioses, y no solamente a Dios, le quitarán la vida. Así que, ni a los
dioses buenos ni malos quiso que sacrificasen el que mandó esto con tanto rigor
y bajo una pena tan acerba.
CAPITULO XXII: Si es el verdadero Dios aquel a quien sirven los cristianos, a quien sólo se debe sacrificar.
Pero podrían responder, quién es
este Dios, o con qué testimonios se prueba ser digno de que le debieran
obedecer los romanos, no adorando ni ofreciendo sacrificios a otro alguno de
los dioses, a excepción de este nuestro Dios y Señor? Grande ceguedad es
preguntar todavía quién es este Dios.
Este es el Dios que dijo a
Abraham: En tu descendencia serán benditas todas las gentes. Lo cual, quieran o
no quieran, advierten que puntualmente se cumple en Cristo que, según la carne,
nació, de aquel linaje, los mismos enemigos que han quedado de este santo
nombre.
Este es el Dios cuyo divino
espíritu habló por aquellos, cuyas profecías cumplidas en la Iglesia, esparcida
por todo el orbe, he referido en los libros pasados
Este es el Dios de quien Varrón, uno
de los más doctos entre los romanos, sostiene que es Júpiter, aunque sin saber
lo que dice. Lo cual me pareció bien referir, porque Varrón, tan sabio, no pudo
imaginar que no existiese este Dios, ni tampoco que era cosa vil, pues creyó
que era aquel a quien él tenía por el Sumo Dios.
Finalmente, éste es el Dios a
quien Porfirio, uno de los más eruditos e instruidos entre los filósofos, aunque
enemigo pertinacísimo de los cristianos, por confesión aun de los mismos
oráculos de aquellos que él cree que son dioses, confiesa que es grande Dios.
CAPITULO XXIII: Las respuestas. que refiere Porfirio dieron de Cristo los oráculos de los dioses.
Porque en los libros que llama
teologías filosóficas, en los cuales examina y refiere las divinas respuestas
en las materias tocantes a la filosofía, dice que, preguntándole uno de qué
dios se valdría para poder desviar a su mujer de la religión de los cristianos,
respondió Apolo con unos versos que comprenden estas palabras, como si fueran
de Apolo: Antes podrás escribir en el agua o aventando las ligeras plumas, como
una ave, volar por el aire, que separes de su propósito a tu impía mujer, una vez
que se ha profanado. Déjala, como apetece, perseverar en sus vanos engaños, y
celebre con inútiles lamentaciones a su Dios muerto, a quien la sentencia de
jueces rectos y celosos de la justicia quitó la vida a los golpes del hierro
con una muerte, entre las públicas, la más afrentosa. Después, a consecuencia
de estos versos de Apolo, que sin guardar el metro se han traducido, añade él: En
esto sin duda declaró la irremediable sentencia de los cristianos, al decir que
los judíos conocen más a Dios qué ellos.
Ved aquí cómo, rebajando a Cristo,
antepuso los judíos a los cristianos, confesando que los judíos conocen a Dios.
Porque así explicó los versos de Apolo, dónde dice que fue muerto Cristo por
jueces rectos y celosos de la justicia, como si, juzgando los judíos rectamente,
le hubieran condenado con justo motivo. Sea lo que fuere de este oráculo falso,
lo que el mentiroso sacerdote de Apolo dice de Cristo, y lo que Porfirio creyó,
o quizá lo que este mismo fingió haber dicho el sacerdote, tal vez haber
pensado en ello, ya remos cuán constante es este filósofo en lo que dice, o
cómo hace que concuerden entre sí los oráculos.
En efecto; dice aquí que los
judíos como gente que conoce a Dios, juzgaron rectamente de Cristo, sentenciándole
a la muerte más afrentosa. Luego debiera mirar lo que el Dios de los judíos, a
quien honra con su testimonio, dice: Que al que sacrificare a los dioses, y no
solamente a Dios, le quite la vida.
Pero vengamos ya a la explanación
de asuntos más claros, y veamos cuán grande y poderoso confiesa ser el Dios de
los judíos. Preguntado Apolo cuál era mejor, el Verbo o la ley, respondió, dice,
en verso, lo que sigue: Y después pone los versos de Apolo, entre los cuales se
contienen éstos, por tomar sólo de ellos lo suficiente. Pero, Dios, nos dice, es
rey engendrador, rey, ante todas las cosas, de quien tiemblan el cielo, la
tierra y el mar y tienen temor los abismos de los infiernos, y los mismos
dioses, cuya ley es el Padre a quien adoran y reverencian los santísimos
hebreos. Por este oráculo de su dios Apolo, dijo Porfirio que era tan grande el
Dios de los hebreos, que temblaban de él los mismos dioses. Habiendo, pues, dicho
este Dios que incurría en pena de muerte el que sacrificase a los dioses, me
admiro cómo el mismo Porfirio, ofreciendo sacrificios a los dioses, no temió su
última ruina.
Dice también este filósofo
algunos elogios de Cristo como olvidado aquella ignominia, de que poco antes tratamos,
o como si soñaran sus dioses cuando decían mal de Cristo, y al despertar
conocieran que era bueno y con razón le alabaran. En efecto: como fuera cosa
admirable, parecerá, dice, a algunos cosa extraña e increíble que voy a decir: que
los dioses declararon a Cristo por Santísimo y que se hizo inmortal, y hacen
mención de él llenándole de alabanzas. Pero de los cristianos dicen que son
profanos, que están envueltos e implicados en errores, y publican de ellos
otras muchas blasfemias semejantes a éstas. Después pone oráculos de los dioses,
que abominan y blasfeman de los cristianos, y añade: Pero de Cristo, a los que
preguntaban si era Dios, respondió Hécate: Ya sabes la serie y proceso del alma
inmortal después que ha dejado el cuerpo, y cómo la que se apartó de la
sabiduría siempre andaba errando. Aquella alma es de un varón excelentísimo en
santidad; a ella adoran y respetan los que andan lejos de la verdad. Después de
las palabras de este oráculo, pone las suyas, y dice: Así, pues, le llamó varón
santísimo, y que su alma, como la de los santos, después de muerto, fue a gozar
de la inmortalidad, y que a ésta adoran los cristianos que andan errados. Y
preguntando, dice: Por qué motivo fue, pues, condenado? Respondió la diosa con
oráculo: Aunque el cuerpo está siempre sujeto a los tormentos que le combaten, sin
embargo, el alma está en la morada celestial de los santos. Pero aquella alma
dio ocasión fatalmente a las otras almas (a quienes los hados no concedieron
que alcanzasen los dones de los dioses, ni tuvieron noticia del inmortal
Júpiter) que se implicasen en error. Así que son los cristianos aborrecidos de
los dioses, porque a los que el hado no permitió conocer a Dios, ni recibió los
dones de los dioses, fatalmente les dio Cristo causa para que se enredasen con
errores. Pero él fue piadoso, y como los piadosos fue al cielo, por lo que no
blasfemarás de éste, antes bien te compadecerás de la demencia de los hombres y
del peligro de que aquí nace para ellos tan fácil y tan próximo a precipitarlos
en el abismo.
Quién hay tan ignorante que no
advierta que estos, oráculos, o los fingió algún hombre astuto, acérrimo
antagonista de los cristianos, o por algún otro motivo semejante respondieron
así los impuros demonios, para que alabando primero a Cristo, persuadan que con
verdad vituperan a los cristianos, y de esta manera, si pudieran, atajen y
cierren el camino de la salud eterna, que es en el que se hace cada uno
cristiano? Porque les parece que no contradice a la astucia que usan de mil maneras
de engañar, que les crean cuando alaban a Cristo, con tal que les crean también
cuando vituperan a los cristianos; á fin de que al que creyere lo uno y lo otro,
le haga alabar a Cristo, sin que quiera ser cristiano. De esta manera, aunque
alabe el nombre de Cristo, no le libra Cristo del dominio de los demonios; porque
alaban a Cristo de forma qué quien creyere que es como ellos nos le predican, no
será verdadero cristiano, sino hereje fotiniano, que conoce a Cristo sólo como
hombre y no como Dios, y por eso no puede ser salvado por él ni salir de los
lazos de estos demonios, que no sabe decir verdad.
Pero nosotros, ni podemos aprobar
a Apolo cuando vitupera a Cristo, ni a Hecate cuando le alaba, pues el uno
quiere que tengamos a Cristo por inicuo y pecador, pues que dice que le
condenaron a muerte jueces rectos; y la otra, que le tengamos por hombre
piadosísimo, pero por hombre solamente. Igual es la intención de los dos para
que no quieran hacerse los hombres cristianos; porque, no siendo cristianos no
se podrán librar de su poder. Pero este filósofo, o, por mejor decir, los que
dan crédito a semejantes oráculos contra los cristianos, hagan primero, si
pueden, que concuerden entre sí Hécate y Apolo sobre Cristo; que, o le condenen
los dos, o le alaben también ambos. Y aunque lo hicieran, abominaremos de los
engañosos demonios, así cuando elogian como cuando baldonan a Cristo. Pero como
su dios y su diosa discordan entre si sobre Cristo, el uno vituperándole y la
otra ensalzándole, cuando blasfeman de los cristianos no les deben creer los
hombres si los hombres sienten rectamente. Cuando Porfirio o Hécate, alabando a
Cristo, dicen que Él mismo dio fatalmente a los cristianos motivo para que se
implicasen en error, descubre y manifiesta las causas, según él imagina, del
mismo error, los cuales, antes que las declare según sus palabras, pregunto si
dio Cristo fatal mente a los cristianos causa para enredarse e implicarse en
error o si lo dio con su voluntad. En este caso cómo es justo? Y en aquél, cómo
es bienaventurado?
Pero veamos ya las causas que del
error. Hay -dice- unos espíritus terrenos, mínimos en la tierra sujetos a la
potestad de malos demonios. A estos tales, los sabios de los hebreos (entre los
cuales fue uno es Jesús, como lo has oído de boca del oráculo divino de Apolo, que
referí arriba), a estos demonios pésimos y espíritus menores prohibían los
sabios los hebreos que acudiesen los hombres temerosos de Dios y les vedaban
ocuparse en su servicio, prefiriendo que venerasen a los dioses celestiales y
mucho más a Dios Padre. Y esto mismo -dice- lo ordenan los dioses, y arriba lo
manifestamos, como cuando nos advierten que tengamos cuenta con Dios, y mandan
que siempre le reverenciemos. Pero los ignorantes e impíos, a quienes verdaderamente
no concedió el hado que alcanzasen de los dioses sus dones ni que tuviesen
noticia del inmortal Júpiter, sin querer atender ni a los dioses ni a los
hombres divinos, dieron de mano a todos los dioses, y a los demonios prohibidos,
no sólo no los quisieron aborrecer, sino que los veneraron y adoraron. Fingiendo
que adoran a Dios, dejan de hacer precisamente las acciones por las cuales se
adora a Dios. Porque Dios, como autor y padre de todos, de ninguno tiene
necesidad; pero es bien para nosotros que le honremos con la justicia y
castidad y con las demás virtudes, haciendo que nuestra vida sea una oración que
le esté pidiendo continuamente la imitación de sus perfecciones e inquisición
de la verdad. Porque la inquisición –dice- purifica y la imitación deifica el
afecto, ensalzando las obras de Dios.
Muy bien habla de Dios Padre, y
nos dice las costumbres y ritos con que debemos reverenciar, y de estos
preceptos están llenos los libros proféticos de los hebreos cuando mandan o
elogian la vida de los santos. Pero en lo tocante a los cristianos, tanto yerra
o tanto calumnia, cuanto quieren los demonios que él tiene por dioses, como si
fuera dificultoso traer a la memoria las torpezas y disoluciones que se hacían
en el culto y reverencia de los dioses en los teatros y templos, y ver lo que se
lee, dice y oye en las iglesias, o lo que en ellas se ofrece a Dios verdadero, y
deducir de eso dónde está la edificación y dónde la destrucción de las
costumbres. Quién le dijo o le pudo inspirar, sino el espíritu diabólico, tan
vana y manifiesta mentira como la de que a los demonios, que prohiben adorar
los Hebreos, los cristianos antes lo reverencian que aborrecen? Al contrario, el
Sumo Dios, a quien adoraron los sabios de los hebreos, aun a los ángeles del cielo
y virtudes de Dios (a quienes como ciudadanos, en esta nuestra peregrinación
mortal, respetamos y amamos), nos veda que les sacrifiquemos, notificándolo rigurosamente
en la ley que dio a su pueblo hebreo, e intimándonos con terribles amenazas que
el que sacrificare a los dioses perderá la vida. Y para que ninguno entendiese
que la ley mandaba que no sacrificasen a los demonios pésimos y espíritus terrenos,
a quien éste llama mínimos o menores (porque también a éstos en las Escrituras
Santas los llaman dioses, no de los hebreos, sino de los gentiles, lo cual con
toda claridad lo pusieron los setenta intérpretes en el Salmo, diciendo que
todos los dioses de los gentiles son demonios), pata que ninguno, repetimos, pensase
que la ley prohibía sacrificar a estos demonios terrenos, pero que lo permitía
a los celestiales, a todos, o a algunos, seguidamente añadió sino a Dios solo; esto
es: sino solamente a Dios; porque no piense acaso alguno que la frase a Dios
sólo s entiende el Dios Sol a quien se debe sacrificar, y que no deba
entenderse así se ve bien claro en el texto griego.
El Dios de los hebreos, a quien
honra con relevante testimonio este ilustre filósofo, dio ley a su pueblo
hebreo escrita en idioma hebreo, cuya ley no es oscura ni desconocida, sino que
está esparcida ya y divulgada por todas las naciones, y en ella esta escrito: Que
el que sacrificare a los dioses y no sólo a Dios, morirá indispensablemente. Qué
necesidad hay de qué en esta ley y en sus profetas andemos a caza de muchas
particularidades que se leen a este propósito, pero que digo yo andar a caza, pues
que no son dificultosas ni raras, sino que andemos recogiendo las fáciles, y
que se ofrecen a cada paso, y las pongamos en este discurso, para los que ven
más clara que la luz que el sumo y verdadero Dios quiso que á ninguno otro se ofreciesen
sacrificios que al mismo Dios y Señor? Ved, pues, a lo menos esto, que
brevemente, o por mejor decir, grandiosamente con amenaza, pero con verdad, dijo
aquel Dios, a quien los más doctos que se conocen entre ellos celebran con
tanta excelencia; óiganlo, témanlo, obedézcanlo, porque los desobedientes no
les comprenda la pena y amenaza de muerte: El que sacrificare -dice- a los
dioses y no solamente a Dios, morirá. No porque el Señor necesite de nadie, sino
porque nos interesa el ser cosa suya. Así se canta en la Sagrada Escritura de
los hebreos: Dije al Señor: tú eres mi Dios, porqué no tienes necesidad de mis
bienes. Y el sacrificio más insigne y mejor que tiene este Señor somos nosotros
mismos. Esto mismo es su ciudad, y el misterio de este grande asunto celebramos
con nuestras oblaciones, como lo saben los fieles, así como lo hemos ya visto
en los libros anteriores. Los oráculos del cielo declararon a voces por boca de
los profetas hebreos que cesarían las víctimas ofrecidas por los judíos. en
sombra de lo futuro, y las naciones, desde donde nace hasta donde se pone el sol,
ofrecerían un solo sacrificio, como observamos ya que lo practican. De estos oráculos
hemos citado algunos, cuantos parecieron bastantes, y los hemos ya insertado en
esta obra. Por tanto, donde no hubiere la justicia, de que según su gracia, un solo
y sumo Dios mande a la ciudad que le esté obediente, no sacrificando a otro que
al mismo Dios, y con esto en todos los hombres de esta misma ciudad, obedientes
a Dios, con orden legitimo, el alma mande al cuerpo y la razón a los vicios, para
que todo el pueblo viva, se sustente y posea la fe como vive y la posee un
justo que obra y se mueve con el amor y caridad con que el hombre ama a Dios
como se debe y a su prójimo como a sí mismo; donde no hay esta justicia, repito,
sin duda que no hay congregación de hombres, unida por la conformidad en las
leyes y derecho, y con la comunión, de la utilidad y bien común, y no
habiéndola no hay pueblo; y si es verdaderamente ésta la definición del pueblo,
tampoco habrá república, porque no hay cosa del pueblo donde no hay pueblo.
CAPITULO XXIV: Con qué definición se pueden llamar legítimamente, no sólo los romanos, sino también los otros reinos, pueblo y república.
Si definiésemos al pueblo; no de
ésta, sino de otra manera, como si dijésemos: el pueblo es una congregación de
muchas personas, unidas entre sí con la comunión y conformidad de los objetos
que ama, sin duda para averiguar que hay un pueble será menester considerar las
cosas que urna y necesita. Pero sea lo que fuere, lo que ama, si es
congregación compuesta de muchos, no bestias, sino criaturas racionales, y unidas
entre sí con la comunión y concordia de las cosas que ama, sin inconveniente
alguno se llamará pueblo, y tanto mejor cuanto la concordia fuese en cosas
mejores, y tanto peor cuanto en Peores.
Conforme a ésta nuestra
definición, el pueblo romano es pueblo, y su asunto principal sin duda alguna
es la república. Pero qué sea lo que aquel pueblo haya amado en sus primeros
tiempos, y qué en los que fueron sucediendo y cuál su vida y costumbres, con
las que llegando a las sangrientas sediciones, y de allí a las guerras sociales
y civiles, rompió y trastornó la misma concordia, que es en cierto modo la vida
y salud del pueblo, nos lo dice la historia, de la cual extractamos muchas particularidades
en los libros precedentes.
Pero no por eso diré que no es
pueblo, ni que su asunto primario no es la república, entre tanto que se
conservare cualquiera congregación organizada y compuesta de muchas personas, unida
entre sí con la comunión y concordia de las cosas que ama.
Lo que he dicho de este pueblo y
de esta república, entiéndase dicho de la de los atenienses, o de otra
cualquiera de los griegos, y lo mismo de la de los egipcios, y de aquella
primera Babilonia de los asirios, cuando en sus repúblicas estuvieron sus imperios
grandes o pequeños, y eso mismo de otra cualquiera de las demás naciones. Porque
generalmente la ciudad de los impíos, donde no manda Dios y ella le obedece, de
manera que no ofrezca sacrificio a otros dioses sino a él solo, y por esto el ánimo
mande con rectitud y fidelidad al cuerpo, y la razón a los vicios carece de
verdadera justicia.
CAPITULO XXV: Que no puede haber, verdadera virtud donde no hay verdadera religión.
Por más loablemente que parezca
que manda el alma al cuerpo, y la razón a los vicios, si el alma y la misma
razón no sirven a Dios, así como lo ordenó el Señor que debían servirle, de
ningún modo manda ni dirige bien al cuerpo y a los vicios. De qué cuerpo y de
qué vicios puede ser señora el alma que no conoce al verdadero Dios, ni está
sujeta a sus altas disposiciones, sino rendida, para ser corrompida y profanada
por los viciosísimos demonios?
Por lo cual las virtudes que le
parece tener, por las cuales manda al cuerpo y a los vicios, para alcanzar
alguna cosa, si no las refiere a Dios, más son vicios que virtudes. Porque
aunque algunos opinan que las virtudes son verdaderas y honestas cuando se
refieren a sí mismas, y no se desean por otro fin, con todo también en tal caso
tienen su hinchazón y soberbia, y, por tanto, no se deben estimar por virtudes,
sino por vicios. Porque así como no procede de la carne, sino que es superior a
la carne, lo que hace vivir a la carne; así no viene del hombre, sino que es
superior al hombre, lo que hace vivir bienaventuradamente al hombre, y no sólo
al hombre, sino también a cualquiera potestad y virtud celestial.
CAPITULO XXVI: De la paz que tiene el pueblo que no conoce a Dios de la cual se sirve el pueblo de Dios, mientras peregrina en este mundo.
Así como la vida de la carne es
el alma, así la vida bienaventurada del hombre es Dios, de quien dicen los
sagrados libros de los hebreos: Bienaventurado es el pueblo cuyo Señor es su
Dios. Luego miserable e infeliz será el pueblo que no conoce a este Dios. Sin
embargo, este pueblo ama también cierta paz que no se debe desechar, la cual no
la tendrá al fin, porque no usa y se sirve de ella bien antes del fin.
Pero goza de ella en esta vida, y
también nos interesa a nosotros, porque entre tanto que ambas ciudades andan
juntas y mezcladas, usamos también nosotros y nos servimos de la paz de
Babilonia, de la cual se libra el pueblo de Dios por la fe, de forma que entre
tanto anda peregrinando en ella. Por eso advirtió el Apóstol a la Iglesia que
hiciese oración a Dios por sus reyes y por los que están constituidos en algún
cargo o dignidad pública, añadiendo: Para que pasemos la vida quieta y tranquila,
con toda piedad y pureza. Y el profeta Jeremías, anunciando al antiguo pueblo
de Dios cómo habla de verse en cautiverio, mandándoles de parte de Dios que
fuesen de buena gana y obedientes a Babilonia, sirviendo también a Dios con esta
conformidad y resignación, igualmente les advirtió y exhortó, a que orasen por
ella, dando inmediatamente la razón, porque en la paz de esta ciudad, dice, gozaréis
vosotros de la vuestra; es á saber, de la paz temporal y común a los buenos y a
los malos.
CAPITULO XXVII: De la paz que tienen los que sirven a Dios, cuya perfecta tranquilidad se puede con, seguir en esta vida temporal.
La paz, que es la propia de
nosotros, no sólo la disfrutamos en esta vida con Dios por la fe, sino que
eternamente la tendremos con él, y la gozaremos, no ya por la fe, ni por visión
sino claramente. Pero en la tierra paz, así la común como la nuestra propia, es
paz; de manera que es más consuelo de la nuestra miseria que gozo de la
bienaventuranza. Y la misma justicia nuestra, aunque es verdadera, por el fin
del verdadero bien a quien refiere, con todo en esta vida es de tal conformidad,
que más consta de la remisión de los pecados que de la perfección de las
virtudes.
Testigo es de esta verdad la
oración que hace toda la Ciudad de Dios que es peregrina en la tierra, pues por
todos sus miembros dama a Dios: Perdónanos, Señor, nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores. Oración que tampoco es eficaz para aquellos
cuya fe sin obras muerta, sino para aquellos cuya fe obra y se mueve por
caridad. Pues aunque la razón esté sujeta a Dios, con todo en esta condición
mortal y cuerpo corruptible que agrava y oprime el alma, no es ella
perfectamente señora de los vicios, y por eso tiene necesidad los justos de
hacer semejante oración.
Porque, en efecto, aunque parezca
que manda, de ningún modo, manda, es señora de los vicios sin contraste repugnancia.
Sin duda aparece en es cierta flaqueza, aun al que es valeroso y pelea bien, y
aun al que es señor de tales enemigos vencidos ya y rendidos; de donde viene a
pecar, si no tan fácilmente por obra, a lo menos por palabra, que ligeramente
resbala, o con el pensamiento, que sin repararlo, vuela. Por lo cual, mientras
hay necesidad de mandar y moderar a los vicios, a puede haber paz íntegra ni
plena, pues los vicios que repugnan no se vence sin peligrosa batalla; y de los
vencidos no triunfamos con paz segura, sino que todavía es indispensable
reprimirlos con solícito y cuidadoso imperio.
En estas tentaciones, pues (de
todas las cuales brevemente dice la Sagrada Escritura que la vida del hombre
está llena de peligros y tentaciones sobre la tierra), quién habrá que presuma
que vive de manera que no tenga necesidad de decir a Dios perdónanos nuestras
deudas, sino algún hombre soberbio? No un hombre grande, sino algún espíritu
altivo, hinchado y presumido, a quien justamente se opone y resiste el que
concede su divina gracia a los humildes. Por lo mismo dice la Escritura: Que
Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia.
Así que en esta vida, la justicia
que puede tener a cada uno es que Dios mande al hombre que le es obediente, el
alma al cuerpo y la razón a los vicios, aunque repugnen, o sujetándolos, o
resistiéndolos; y que así le pidamos al mismo Dios gracia meritoria y perdón de
las culpas, dándole acción de gracias por los bienes recibidos.
Pero en aquella paz final, a la
que debe referirse, y por la que se debe tener esta justicia, estando sana y
curada con la inmortalidad e incorruptibilidad, y libre ya de vicios la
naturaleza, ni habrá objeto que a ninguno de nosotros nos repugne y contradiga,
así de parte de otro como de sí mismo; ni habrá necesidad de que mande y rija
la razón a los vicios, porque no los, habrá, sino que mandará Dios al hombre, y
el alma al cuerpo, y habrá allí tanta suavidad y facilidad en obedecer cuanta felicidad
en el vivir y reinar. Esto allí en todos, y en cada uno será eterno, y de que
es eterno estará cierto; por eso la paz de esta bienaventuranza, o la
bienaventuranza de esta paz, será el mismo Sumo Bien.
CAPITULO XXVIII: Qué fin han de tener los impíos.
Pero, al contrario, la miseria de
los que no pertenecen a esta ciudad será eterna, a la cual llaman también
segunda muerte. Porque ni el alma podrá decirse que vive allí, pues estará
privada de la vida de Dios, ni tampoco el cuerpo, puesto que estará sujeto a
los dolores y tormentos eternos. Y será más dura e intolerable esta segunda
muerte, porque no se podrá acabar la infelicidad de este estado con la misma
muerte. Mas, porque así como la mi seria es contraria a la bienaventuranza y la
muerte a la vida, así también parece que la guerra es contraria a la paz. Con
razón puede preguntarse que, pues hemos celebrado la paz que ha de haber en los
fines de los bienes, qué guerra y de qué calidad será, por el contrario, la que
ha de haber en los fines de los males? El que hace est pregunta advierta y
considere qué es lo que hay dañoso en la guerra, y ver que no es otra cosa que
la adversidad y conflicto que tienen las cosas entre sí. Qué guerra puede
imaginarse más grave y más penosa que aquella e que la voluntad es tan adversa
en la pasión, y la pasión tan opuesta a la voluntad, que con la victoria de
ningún de ellas pueden fenecer semejantes enemistades, y donde de tal manera
combate con la naturaleza del cuerpo la violencia del dolor que jamás el uno
cede y se rinde al otro? Porque aquí, cuando acontece esta lucha, o vence el
dolor, y la muerte nos priva del sentido, o perseverando la naturaleza, vence, y
la salud nos quita el dolor.
Pero en la vida futura el dolor
permanece para afligir y la naturaleza persevera para sentir, porque lo uno ni
lo otro falta ni se acaba, para que no acabe la pena.
Como a estos fines de los bienes
y de los males, los unos que deben desearse, y los otros huirse mediante el
juicio final, han de pasar a los unos los buenos y a los otros los malos, trataré
de dicho juicio final, con el favor de Dios, en el libro siguiente.
EL JUICIO FINAL
CAPITULO PRIMERO: Que aunque Dios en todos tiempos juzga, en este libro señaladamente se trata de su último juicio.
Habiendo de tratar del último día
del juicio de Dios, con los eficaces auxilios del Señor, y de confirmarlo y
defenderlo contra los impíos e incrédulos, debemos primeramente sentar, como
fundamento sólido de tan elevado edificio, los testimonio divinos.
Los que no quieren prestarles su
asenso procuran impugnarlos con razones fútiles, humanas, falsas y seductoras, a
fin de probar, que significan otra cosa las autoridades que Citamos de la
Sagrada Escritura, o negar del todo que nos lo dijo y anunció Dios. Porque, en
mi concepto, no hay hombre mortal que los examine, según se hallan declarados, y
creyere que los profirió el sumo y verdadero Dios por, medio de sus siervos, que
no les reconozca autenticidad y veracidad, ya los confiese con la boca, ya por
algún vicio propio, se ruborice o tema confesarlo; ya pretenda defender
obstinadamente con una pertinacia rayana en demencia lo que cree ser cierto.
Lo que confiesa y aprueba toda la
Iglesia del verdadero Dios: qué Cristo ha de descender de los cielos a juzgar a
los vivos y a los muertos, éste decimos será el último día del divino juicio, es
decir, el último tiempo. Porque aunque no es cierto cuántos días durará éste
juicio, ninguno ignora por más ligeramente que haya leído la Sagrada Escritura,
que en ella se suele poner el día por el tiempo.
Cuando decimos el día del juicio
de Dios, añadimos el último o el postrero, porque también al presente juzga, y
desde el principio de la creación del hombre juzgó, desterrando del Paraíso y
privando del sazonado fruto que producía el árbol de la vida a los primeros
hombres, por la enorme culpa que cometieron; y también juzgó: Cuando no perdonó
á los ángeles transgresores de sus divinas leyes, cuyo príncipe, pervertido por
sí mismo, con singular envidia pervierte a los hombres; ni sin profundo, impenetrable
y justo juicio de Dios, lo mismo en el cielo aéreo, que en la tierra la
miserable vida, así de los demonios como de los hombres, está tan colmada de
errores y calamidades. Pero aun cuando ninguno pecara, no sin recto y justo
juicio conservara Dios en la eterna bienaventuranza todas las criaturas
racionales que con perseverancia se hubieran unido con su Señor.
Juzga también, no sólo al linaje
de los demonios y de los hombres, condenándolos a que sean infelices, por el
mérito de los primeros pecadores, si no las obras propias que cada uno hace
mediante el libre albedrío de su voluntad. Porque, también los demonios ruegan
en el infierno que no los atormenten; y, ciertamente, que no sin justo motivo, no
se les perdona, mas, según su maldad, se da a cada uno su respectivo tormento y
pena. Y los hombres, casi siempre clara y a veces ocultamente, pagan siempre
por juicio de Dios las penas merecidas por sus culpas, ya sea en esta vida, ya
después de la muerte, aunque no hay hombre que proceda bien y con rectitud sin
auxilios y favor divino, ni hay demonio ni hombre que haga mal sin el permiso del
divino y justo juicio de Dios, pues, como dice el Apóstol: No hay injusticia en
Dios, y como añade en otro lugar: Incomprensibles son los juicios de Dios e
investigables sus altas disposiciones.
No trataremos, pues, en este
libro de aquellos primeros juicios de Dios ni de estos medios, sino que, con el
favor e ilustración del Espíritu Santo, hablaremos del último juicio, cuando
Cristo ha de venir del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos. Este día
propiamente se llama del juicio, porque no habrá lugar en él para la queja o
querella de los ignorantes de que por qué el malo es feliz y el bueno infeliz. Entonces
solamente la de los buenos será tenida por verdadera y cumplida felicidad y la
de los malos por digna y suma infelicidad.
CAPITULO II: De la variedad de las cosas humanas, en las cuales no podemos decir que falta el juicio de Dios, aunque no lo alcance nuestro discurso..
Pero ahora no sólo aprendernos a
llevar con paciencia los males, que padecen y sufren también los buenos, sino a
estimar en mucho los bienes, lo que consiguen igualmente los malos, y así, aun
en las cosas donde no advertimos la justicia divina, se hallan documentos
divinos para nuestra salud.
Porque ignoramos por qué juicio
de Dios el que es bueno es pobre, y el que es malo es rico; que éste viva
alegre, de quien pensarnos que por su mala vida debiera estar consumido de
tristeza, y que ande melancólico el otro, cuya loable vida nos persuade que
debiera vivir alegre; que el inocente salga de los tribunales, no sólo sin que
se le dé la justicia que merece su causa, sino condenado, ya sea oprimido por
la iniquidad del juez, ya convencido con testigos falsos, y que, por el
contrario, su rival, perverso en realidad, salga, no sólo sin castigo, sino que,
libre y triunfando, se burle y mofe de él; que el malo disfrute de una salud
robusta y al bueno le consuman los achaques y dolencias; que los jóvenes
bandidos que roban y saltean anden muy sanos y que los que a ninguno supieron
ofender, ni aun de palabra, los veamos afligidos con varias molestias y
horribles enfermedades; que a los niños que fueran útiles en el mundo no los
permita la muerte lograr la vida y que los que parece que no debieran ni nacer
gocen y vivan dilatados años; que al que está cargado de culpas y excesos le
eleven a honras y dignidades. Y que el que es irreprensible en su conducta esté
oscurecido en las- tinieblas del deshonor, y todo lo demás que se experimenta
semejante a estas desigualdades, que sería imposible resumir y relatar aquí.
Si esto tuviera en su sinrazón
constancia, de forma que en esta vida (en la cual el hombre, como dice el real
Profeta, se ha hecho un retrato de la vanidad y sus días Se pasan como sombra) no
gozasen de estos bienes transitorios y terrenos sino los malos, ni tampoco
padeciesen semejantes males sino los buenos, pudiérase referir esto al justo o
al benigno juicio de Dios, a fin de que los que no habían de que los que no
habían de gozar de los bienes eternos, considerándose bienaventurados con los
temporales, o quedasen burlados o engañados por su culpa y malicia, o por la misericordia
de Dios les sirviesen de algún consuelo; y los que no habían de sufrir los
tormentos eternos fuesen en la tierra afligidos por sus pecados, cualesquiera
que fuesen, o por pequeños que fuesen o fueran ejercitados con los males, para
la perfección de las virtudes.
Pero como ahora no sólo a los
buenos les sucede mal y a los males bien, lo cual nos parece injusto, sino que
también a los malos muchas veces les sucede mal y a los buenos bien, vienen a
ser más incomprensibles los juicios de Dios y sus altas disposiciones más
difíciles de penetrar.
Por eso, aunque no sepamos la
razón por qué Dios hace semejantes cosas, o por qué permite que se hagan, habiendo
en él suma potencia, suma sabiduría y suma justicia, y no habiendo ninguna
flaqueza, ninguna temeridad y ninguna injusticia, sin embargo, con esto nos da
saludables documentos para que no estimemos en mucho los bienes o los males que
vemos son comunes a los buenos y a los malos, y para que busquemos los bienes
que son propios de los buenos y huyamos particularmente aquellos males que son
propios de los malos.
Pero cuando estuviéremos en aquel
juicio de Dios, cuyo tiempo unas veces se llama con grande propiedad el día del
juicio y otras el día del Señor, echaremos de ver que no sólo lo que entonces
se juzgare, sino también todo lo que hubiere juzgado desde el principio del
mundo, y lo que todavía se hubiere de juzgar hasta aquel día, ha sido con
equidad y justicia. Donde asimismo advertiremos con cuán justo juicio de Dios
sucede que se le escondan ahora y pasen por alto al sentido y juicio humano
tantos, y casi todos los juicios de Dios, aunque en este particular no se los
esconda a los fieles, que es justo lo que se les oculta y no pueden penetrar.
CAPITULO III: Qué es lo que dijo Salomón en el libro del Eclesiastés de las cosas que son.
comunes en esta vida a los buenos
y los malos
En efecto; Salomón, aquel
sapientísimo rey de Israel, que reinó en Jerusalén, así comenzó el libro que se
intitula el Eclesiastés, y es uno de los que tienen los judíos comprendidos en
el Canon de los libros sagrados: Vanidad de vanidades, y todo vanidad Qué cosa
importante saca el hombre de todo el trabajo que emplea debajo del sol? Y
enlazando con esta sentencia todo lo demás que allí dice refiriendo las penalidades
y errores de esta vida, y cómo corre y pasa en el ínterin el tiempo, en el que
no se posee cosa que sea sólida ni estable; entre aquella vanidad de las cosas
criadas debajo del sol, se queja también, ea cierto modo, de que haciendo tanta
ventaja la sabiduría a la ignorancia cuanta la hace la luz a las tinieblas y siendo
el sabio perspicaz y prudente y el necio e ignorante ande a oscuras a ciegas
con todo, todos corran una misma fortuna en esta vida que se pasa debajo del
sol; significándonos, en efecto, que los males que vemos son comunes a los
buenos y a los malos.
Dice también de los buenos que
padecen calamidades como si fueran malos, y que éstos, como si fueran buenos, gozan
de los bienes, con estas palabras: Hay otra vanidad, dice, de ordinario en la
tierra: que hay algunos justos a quienes sucede como si hubieran vivido como
impíos, y hay algunos impíos a quienes sucede como si hubieran vivido como
justos, lo que lo tuve asimismo por vanidad. Y para intimarnos y notificarnos
esta vanidad en cuánto le pareció suficiente, consumió el sapientísimo rey todo
este libro, y no con otro fin sino con el de que deseemos aquella vida que no
tiene vanidad debajo del sol, sino que tiene y manifiesta la verdad debajo de
aquel que crió este sol. Con esta vanidad, pues, acaso no se desvanecería el hombre,
que vino a ser semejante a la misma vanidad, si no fuera por justo y recto
juicio de Dios? Con todo, durante el tiempo de esta su vanidad, importa mucho
si resiste u obedece a la verdad, y si está ajeno de la verdadera piedad y
religión, o si participa de ella, no con fin de adquirir y gozar de los bienes
de esta vida, m por huir de los males que pasan, sino por el juicio que ha de
venir, por cuyo medio no sólo los buenos llegarán a tener los bienes, sino también
los malos los males perpetuos y perdurables.
Finalmente, este sabio concluye
dicho libro en tales términos, que viene a decir: Teme a Dios y guarda sus mandamientos,
porque esto es ser un hombre cabal y perfecto, pues todo lo que pasa en la
tierra, bueno o malo, lo pondrá Dios en tela de juicio, aun lo más despreciado.
Qué pudo decirse más breve, más verdadero y más importante? Temerás, dice, a Dios,
y guardarás sus mandamientos, porque esto es todo el hombre. Pues cualquiera
que obrare así, sin duda que es fiel observante de los mandatos de Dios, y el
que esto no es, nada es, puesto que no se acomoda a la imagen de la verdad, sino
que queda en la semejanza de la vanidad. Porque toda esta obra, esto es, todo
cuanto hace el hombre en esta vida, o bueno o malo, lo pondrá Dios en tela de
juicio, aun lo más despreciable y aun al más despreciado, esto es, a cualquiera
que, nos parece aquí despreciado, y por eso pase aquí inadvertido, porque a
éste también le ve Dios y no le desprecia, ni cuando juzga se le pasa entre
renglones sin hacer caso de él.
CAPITULO IV: Que para tratar del juicio final de Dios se alegarán, primero los testimonios del Testamento Nuevo, y después, los del Viejo.
Los testimonios que pienso citar
en confirmación de este último juicio de Dios los tomaré primeramente del
Testamento Nuevo, y después alegaré los del Viejo; pues aunque los antiguos
sean primeros en tiempo, deben preferirse los nuevos por su dignidad, porque
los viejos son pregones que se dieron de los nuevos. Así que, ante todo, aduciremos
los nuevos, y para su mayor confirmación extractaremos también algunos de los
viejos.
Entre éstos se numeran la ley y
los profetas, y entre los nuevos el Evangelio y las letras y escritos
apostólicos. Por eso dice San Pablo: que por la ley se nos manifestó el
conocimiento del pecado; pero que ahora sin la ley se nos ha demostrado la justicia
de Dios, la cual nos pregonaron y testificaron la ley y los profetas, y la
justicia de Dios es la que se nos da por fe de Jesucristo a todos cuantos
crecen en él. Esta justicia de Dios pertenece al Nuevo Testamento, y tiene su
testimonio y comprobación en el Viejo, esto es, en la ley y los profetas, por
lo que pondremos primero la causa, después alegaremos los testigos. Es orden es
también el que Jesucristo nos muestra debemos observar, cuando dijo que el
doctor que es sabio para predicar el reino de Dios, es semejante a un padre de
familia que de su despensa o tesoro hace sacar lo nuevo lo viejo. No dijo lo
viejo y lo nuevo como lo hubiera dicho, sin duda, si no quisiera guardar mejor
el orden de los méritos que el de los tiempos.
CAPITULO V: Con qué autoridades de nuestro Salvador se nos declara que ha de haber juicio divino al fin del mundo.
Reprendiendo el mismo Salvador
las ciudades en donde había practicas y obrado grandes virtudes, prodigios
milagros, y, sin embargo, no había creído, y anteponiendo a éstas las
cualidades de los gentiles, dice así: verdad os digo, con menos rigor ser
tratadas las ciudades de Tiro y Sidón el día del juicio que vosotros. Y poco
después, hablando con otra ciudad En verdad te digo que con menos rigor y más
blandura se procederá con la tierra de los de Sodoma el día del juicio que
contigo. En este texto, evidentemente, declara que ha de venir día del juicio; y
en otra parte: Los ninivitas, dice, se levantarán el día del juicio contra esta
gente y la condenarán porque hicieron penitencia con predicación de Jonás, y
ved aquí otro que es más que Jonás. La reina del Austro se levantará el día del
juicio contra esta gente, y la condenará, porque ella vino desde lo último del orbe
a oír la sabiduría de Salomón, y ved aquí otro que es más que Salomón. Dos
cosas nos enseña en este lugar que vendrá el día del juicio, y que vendrá con
la resurrección de los muertos, porque cuando decía esto de los ninivitas y de
la reina del Austro sin duda que hablaba de los muertos, los cuales dijo que
habían de resucitar el día del juicio. Pero tampoco hemos de entender que dijo
y los condenarán porque ellos hayan de ser jueces, sino porque en comparación
de ellos, con razón serán condenados.
En otro lugar, hablando de la
confusión que hay en la actualidad entre los buenos y los malos, y de la
distinción que habrá después, que sin duda será el día del juicio, trajo una
parábola o semejanza del trigo sembrado y de la cizaña que nació entre él, y
declarando esta alusión a sus discípulos, dice El que siembra la buena semilla
es el hijo del hombre, y el campo o barbecho es este mundo. La buena semilla
son los hijos del reino, y la cizaña es el demonio; la cosecha es la
consumación y fin del siglo, y los segadores los ángeles; así, pues, como se
coge la cizaña y la queman con el fuego, así sucederá en el fin del siglo. Enviará
el hijo del hombre sus ángeles, y entresacarán de su reino todos los escándalos,
y a todos los que viven mal, y los echarán en el fuego; allí será, el gemir y
crujir de dientes; entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino
de su padre. El que tiene oídos para oír, oiga. Aquí, aunque no nombre el
juicio o el día del juicio, sin embargo, le egresó mucho más, declarándole con
los mismos sucesos, y dice que será en el fin del siglo.
También dijo a, sus discípulos: Con
verdad os digo que vosotros, que me habéis seguido en la regeneración, cuando
el Hijo del hombre estará sentado en la silla de su majestad, estaréis también
sentados vosotros en doce sillas, juzgando las doce tribus de Israel. De esta
doctrina inferimos que Jesucristo ha de juzgar con sus discípulos.
En otra parte dijo a los judíos: Si
yo lanzo los demonios en nombre de Belzebú, vuestros hijos, en nombre de quién
los lanzan? Por eso ellos serán vuestros jueces.
No porque dice que han de
sentarse en doce sillas debemos presumir que solas doce personas han de ser las
que han de juzgar con Cristo, pues en el número de doce se nos significa cierta
multitud general de los que han de juzgar por causa de las dos partes del
número septenario, con que las más de las veces se significa la universidad, cuyas
dos partes es, a saber: el tres y el cuatro, multiplicados uno por otro, hacen
doce, porque cuatro veces tres y tres veces cuatro son doce, sin hablar de otras
razones que se podrían encontrar en el número duodenario para probar este
propósito. Pues, de otro modo, habiendo ordenado por Apóstol, en lugar del
traidor Judas, a San Matías, el Apóstol San Pablo, que trabajó más que todos
ellos, no tendría dónde sentarse a juzgar, y él, sin duda, manifiesta que le
toca con los demás santos ser del número de los jueces, diciendo: No sabéis que
hemos de juzgar los ángeles? También de parte de los mismos que han de ser
juzgados existe igual razón por lo que respecta al número duodenario, pues no
porque dice, para juzgar las doce tribus de Israel, la tribu de Leví, que es la
decimotercera, ha de quedar sin ser juzgada por ellos, o han de juzgar
solamente a aquel, pueblo, y no también a las demás gentes. Con lo que dice de
la regeneración, ciertamente quiso dar a entender la universal resurrección de
todos los muertos, porque se reengendrará nuestra carne por la incorrupción, como
reengendró nuestra alma por la fe.
Muchas particularidades omito que
parece se dicen del último juicio; pero consideradas con atención, se halla que
son ambiguas y dudosas, o, que pertenecen más a otras cosas, es a saber: o a la
venida del Salvador, que por todo, este tiempo viene en su Iglesia, esto es, en
sus miembros parte por parte, y paulatinamente, porque toda ella es su cuerpo; o
a la destrucción y desolación de la terrena Jerusalén, pues cuando habla de
ésta, habla, por lo general, como si hablara del fin del siglo, y de aquel
último y terrible día del juicio. De suerte que no se puede echar de ver de
ningún modo, si no se coteja entre sí todo lo que los tres evangelistas, Mateo,
Marcos y Lucas, sobre esto dicen, por cuanto uno dice algunas cosas con más oscuridad,
y otro las explica más, para que las que aparecen concernientes a una misma
cosa, se advierta cómo y en qué sentido las dicen; lo cual procuré hacer en una
carta que escribí a Hesiquio, de buena memoria, obispo de la ciudad de Salona, cuyo
título es Sobre el fin de este siglo.
Debo insertar aquí lo escrito en
el Evangelio de San Mateo acerca de la división que se hará de los buenos y de
los malos en el rigurosísimo y postrimero juicio de Cristo: Cuando -dice-
viniere el Hijo del Hombre con toda su majestad, acompañado de todos los
ángeles, entonces se sentará en su trono real, y se congregarán ante su
presencia todas las gentes: Él apartará a los unos de los Otros, como suele
apartar el pastor las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su diestra
y los cabritos a la siniestra. Entonces dirá el Rey a los que estarán a su
diestra: Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que está prevenido para
vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me dísteis de comer;
tuve sed y me dísteis de beber; era peregrino y me acogísteis y hospedásteis en
vuestra casa; estando desnudo, me vestisteis; estando enfermo, me Visitasteis, y
estando en la cárcel, me vinísteis a ver. Entonces le responderán los justos, y
dirán: Cuándo os vimos, Señor, con hambre, y os dimos de comer? Cuándo con sed,
y os dimos de beber? Y cuándo os vimos peregrino, y os acogimos y hospedamos? O
desnudo, y os vestimos? O cuándo os vimos enfermo o en la cárcel, y os fuimos a
ver? Y les responderá el Rey diciendo: En verdad os digo, y es así, que todo
cuanto habéis hecho con uno de estos mis más mínimos hermanos, lo habéis hecho
conmigo. Entonces dirá también a los que estarán a su mano izquierda: Idos, apartaos,
alejaos de mí, malditos, al fuego eterno que se dispuso para el diablo y sus
ángeles. Después censurará a estos otros porque no hicieron las cosas que dijo
haber hecho los de la mano derecha. Y preguntándole ellos también cuándo le
vieron padecer alguna de las necesidades indicadas, responden que lo que no se
hizo con uno de sus más mínimos hermanos, tampoco se hizo con el Señor. Y
concluyendo su discurso: Estos, dice, irán a los tormentos eternos, y los
justos a la vida eterna. Pero el evangelista San Juan claramente refiere que
dijo que en la universal resurrección de los muertos había de ser el juicio, porque
habiendo dicho: Que el Padre no juzgará Él solo a ninguno, sino que el juicio
universal de todos le tiene dado y encargado a su Hijo, queriendo que sea juez
juntamente con Él, para que así sea honrado y respetado por todos el Hijo como
lo es el Padre, porque Quien no honra al Hijo no honra al Padre, que envió al
Hijo; añadió: En verdad os digo, que el que oye mi palabra y cree a Aquel que
me envió, tiene vida eterna y no ven
drá a juicio, sino que pasará de
la muerte a la vida. Parece que en este lugar dice también que sus fieles no
vendrán a juicio. Pero Cómo ha de ser cierto que por el juicio han de dividirse
y apartarse de los malos, y han de estar a su mano derecha, sino porque en este
pasaje puso el juicio por la condenación? Pues a semejante juicio no vendrán
los que oyen su palabra y creen a aquel Señor que le envió.
CAPITULO VI: Cuál es la resurrección primera y cuál la segunda.
Después prosigue, y dice: En
verdad, en verdad os digo que ha llegado la hora, y es ésta en que estamos, cuando
los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán, porque
así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así la dio también al Hijo para
que la tuviese en sí mismo. No habla aquí de la segunda resurrección, es a
saber, de la de los cuerpos, que ha de ser al fin del mundo, sino de la primera,
que es ahora, porque para distinguirla dijo: Ha venido la hora, y es ésta en que
estamos, la cual no es la de los cuerpos, sino la de las almas, puesto que
igualmente las almas tienen su muerte en la impiedad y en los pecados. Y según
esta muerte, murieron, y son los muertos de quienes el mismo Señor dice: Deja a
los muertos que entierren a sus muertos; es decir, que los muertos en el alma
entierren a los muertos en el cuerpo.
Así que, por estos muertos en el
alma con la impiedad y pecado, ha venido, dice, la hora, y es ésta en que
estamos, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren
vivirán. Los que la oyeren, dijo, los que la obedecieren, los que creyeren y
perseveraren hasta el fin. Pero tampoco hizo aquí diferencia de los buenos y de
los malos, porque para todos es bueno oír su voz y vivir, y pasar de la muerte
de la impiedad a la vida de la piedad y amistad de Dios. De esta muerte habla
el Apóstol, cuando dijo: Luego todos están muertos y uno murió por todos, para
que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió por ellos y
resucitó. Así que todos murieron y estaban muertos en los pecados, sin
excepción de ninguno, ya fuese en los originales, ya en los que incurrieron por
su voluntad, ignorando o sabiendo y no practicando lo que era justo, y por todos
los muertos murió uno que estaba vivo, esto es, uno que no tuvo especie alguna
de pecado, para que los que consiguieren vida por la remisión de los pecados, ya
no vivan para sí, sino para Aquel que murió por todos nuestros pecados y
resucitó por nuestra justificación, a fin de que, creyendo en el que justifica
al impío, justifica dos y libres de nuestra impiedad, como quien vuelve de la
muerte a la vida, podamos ser del número de los que pertenecen a la primera
resurrección de las almas, que se hace ahora. Porque a esta primera no
pertenecen sino los que han de ser bienaventurados para siempre, y a la segunda,
de la que hablará después, manifestará pertenecen los bienaventurados y los
infelices. Esta resurrección es de misericordia, y la otra de juicio. Por eso
dijo el real Profeta: Celebraré, Señor, tu misericordia y tu juicio.
De este juicio, prosigue diciendo:
Y le dio poder para juzgar, porque
es hijo de hombre. Aquí nos declara que ha de venir a juzgar en la misma carne
en que vino para ser juzgado, pues por eso dice: porque es hijo de hombre; y
enseguida añade, a propósito de lo que tratamos: No os maravilléis de esto, porque
ha de venir hora en la cual todos los que están en las sepulturas han de oír la
voz del Hijo de Dios, y saldrán y resucitarán los que hubieren hecho buenas
obras, para la resurrección de la vida, y los que las hubieren hecho malas, para
la resurrección del juicio. Este es aquel juicio que poco antes, como ahora
puso en vez de condenación, diciendo: El que oye mi palabra y cree a Aquel que
me envió, tiene vida eterna y no vendrá a juicio, sino que pasará de la muerte
a la vida. Esto es, alcanzando la primera resurrección con que al presente se
pasa de muerte a vida, no vendrá a la condenación, la cual significó bajo el
nombre de juicio; como también en este lugar donde dice: y los que las hubieren
hecho malas, para la resurrección del juicio, esto es, de la condenación.
Resucite, pues, en la primera el
que no quisiere ser condenado en la segunda resurrección, porque ha venido la
hora, y es ésta en que estamos, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de
Dios, y los que la oyeren vivirán, esto es, no serán condenados, que es la
segunda muerte, en la cual serán lanzados y despeñados después de la segunda
resurrección, que ser la de los cuerpos, los que en la primera, que es la de
las almas; no resucitan.
Vendrá ahora (y no añade es ésta
en que estamos, porque será el fin del siglo, esto es, el final y grande juicio
de Dios), cuando todos los muertos que estuvieren en la sepultura oirán su voz,
saldrán y resucitarán No dijo aquí como en la primera resurrección, y los que
oyeren, vivirán, porque no todos vivirán, es saber, con aquella vida, la cual, por
cuanto es bienaventurada, se ha llamar sólo vida; pues, en efecto, Si alguna vida
no pudieran oír y salir de las sepulturas, resucitando la carne.
Y la razón porque no vivirán
todos la declara en lo que sigue: Saldrán dice, los que hubieren hecho buenas
obras a la resurrección de la vida: éstos son los que vivirán; pero los que las
hubieren hecho malas, a la resurrección del juicio, éstos son los que no
vivirán, porque morirán con la segunda muerte. Porque, en efecto, hicieron
obras malas, pues vivieron mal, y vi vieron mal porque en la primera
resurrección de las almas que se hace a presente, no quisieron revivir, o
habiendo revivido, no perseveraron hasta el fin.
Así que, como hay dos
regeneraciones, de las cuáles ya hemos hablado arriba, la una según la fe, que
se consigue en la actualidad por el bautismo la otra, según la carne, la cual
vendría ser en su incorrupción e inmortalidad por medio del grande y fina
juicio de Dios; así también hay de resurrecciones: la una, primera, que tiene
lugar ahora, y es de las almas que nos libra de que lleguemos a muerte segunda;
y la otra, segunda, que no sucede ahora, sino será al fin del siglo, y tampoco
es de las almas, sine de los cuerpos, la cual, por medio del juicio final, a
unos destinará a la segunda muerte y a otros a la vida que no tiene muerte.
CAPITULO VII: De los mil años de que se habla en e Apocalipsis de San Juan, y qué es le que racionalmente debe entenderse.
De estas dos resurrecciones habla
de tal manera en el libro de su Apocalipsis el evangelista San Juan, que la
primera de ellas algunos de nuestros escritores no sólo no la han entendido, sino
que la han convertido en fábulas ridículas, porque en el libro citado dice así:
Yo vi bajar del Cielo un ángel, que tenía la llave del abismo y una grande
cadena en su mano; él. tomó al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y
Satanás, y le até por mil años, y habiéndole precipitado al abismo, le encerró
en él y lo sellé, para que no seduzca más a las naciones, hasta que sean
cumplidos los mil años, después de lo cual debe ser desatado por un poco de
tiempo. Vi también unos tronos, y a los que se sentaron en ellos se les dio el
poder de juzgar. Vi más, las almas de los que habían sido decapitados por haber
dado testimonio a Jesús. y por la palabra de Dios, y que no adoraron la bestia
ni su imagen, ni recibieron su señal en las frentes ni en las manos, y éstos
vivieron y reinaron con Jesucristo mil años. Los otros muertos no volverán a la
vida hasta que sean cumplidos dos mil años; ésta es la primera resurrección; la
segunda muerte no tiene poder en ellos, y ellos serán sacerdotes de Dios y de
Jesucristo, con quien reinarán mil años.
Los que por las palabras de este
libro sospecharon que la primera resurrección ha de ser corporal, se han movido
a pensar así entre varias causas, particularmente por el número de los mil años,
como si debiera haber en los santos como un sabatismo y descanso de tanto
tiempo, es a saber, una vacación santa después de haber pasado los trabajos y
calamidades de seis mil años desde que fue criado el hombre, desterrado de la
feliz posesión del Paraíso y echado por el mérito de aquella enorme culpa en
las miserias y penalidades de esta mortalidad. De forma que porque dice la
Escritura que un día para con el Señor es como mil años, y mil años como un día,
habiéndose cumplido seis mil años como seis días, se hubiera de seguir el séptimo
día como de sábado y descanso en los mil años últimos, es a saber, resucitando
los santos a celebrar y disfrutar de este sábado.
Esta opinión fuera tolerable si
entendieran que en aquel sábado habían de tener algunos regalos y deleites
espirituales con la presencia del Señor, porque hubo tiempo en que también yo
fui de esta opinión. Pero como dicen que los que entonces resucitaren han d
entretenerse en excesivos banquetes canales en que habrá tanta abundancia de
manjares y bebidas que no sólo n guardan moderación alguna, sino que exceden
los límites de la misma incredulidad, por ningún motivo puede creer esto ninguno
sino los carnales. Los que son espirituales, a los que dan crédito a tales
ficciones, los llaman en griego Quiliastas, que interpretado a la letra
significa Milenarios. Y porque ser asunto difuso y prolijo detenernos e
refutarles, tomando cada cosa de por sí, será más conducente que declaremos ya
cómo debe entenderse este pasa de la Escritura.
El mismo Jesucristo, Señor
nuestro dice: Ninguno puede entrar en casa del fuerte y saquearle su hacienda, sino
atando primeramente al fuerte; queriendo entender por el fuerte al demonio, porque
éste es el que pudo tener cautivó al linaje humano; y la hacienda que le había
de saquear Cristo, son los que habían de ser sus fieles a los cuales poseía él
presos con diferentes pecados e impiedades. Para maniatar y amarrar a este
fuerte, vio Apóstol en el Apocalipsis a un ángel que bajaba del Cielo, que
tenía la IIave del abismo y una grande cadena en su mano, y prendió, dice, al
dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y le ató por
mil años, esto es, reprimió y refrenó poder que usurpaba a éste para engañar y
poseer a los que había de pon Cristo en libertad.
Los mil años, por lo que yo
alcanzo pueden entenderse de dos maneras: porque este negocio se va haciendo
los últimos mil años, esto es, en sexto millar de años, como en el sexto día, cuyos
últimos espacios van corriendo ahora, después del cual se ha de seguir
consiguientemente el sábado que carece de ocaso o postura del si es a saber, la
quietud y descanso de los santos, que no tiene fin; de manera que a la final y
última parte de es millar, como a una última parte del día, la cual durará
hasta el fin del siglo, la llama mil años por aquel modo particular de hablar, cuando
por todo se nos significa la parte, o puso mil años por todos los años de es
siglo, para notar con número perfecto la misma plenitud de tiempo. Pues número
millar hace un cuadrado sólido del número denario, porque multiplicado diez
veces diez hace ciento, la cual no es aún figura cuadrada, sino llana o plana, y
para que tome fondo y elevación y se haga sólida, vuélvense a multiplicar diez
veces ciento y hacen mil Y si el número centenario se pone alguna vez por la
universalidad o por el todo, como cuando el Señor prometió al que dejase toda
su hacienda y le siguiese, que recibirá en este siglo el ciento por uno; lo
cual, a explicándolo el Apóstol en cierto modo, dice: Como quien nada tiene y
lo posee todo; porque estaba antes ya dicho, el hombre fiel es señor de todo el
mundo, y de las riquezas: cuánto más se pondrán mil por la universalidad donde
se halla el sólido de la misma cuadratura del denario? Así también se entiende
lo que leemos en el real Profeta: Acordóse para siempre de su pacto y
testamento y de su palabra prometida para mil generaciones, esto es, para todas.
Y le echó, dice, en el abismo, es
a saber, lanzó al demonio en el abismo. Por el abismo entiende la multitud
innumerable de los impíos, cuyos corazones están con mucha profundidad
sumergidos en la malicia contra la Iglesia de Dios. Y no porque no estuviese ya
allí antes el demonio se dice. Que fue echado allí, sino porque, excluido
poseer y dominar con más despotismo a los impíos, pues mucho más poseído está
del demonio el que no sólo está ajeno a Dios sino que también de balde aborrece,
a los que sirven a Dios.
Encerróle, dice, en el abismo, y
echó su sello sobre él, para que no engañe ya a las gentes, hasta que se acaben
mil años. Le encerró, quiere decir, le prohibió fue pudiese salir, esto es
transgredir lo vedado. Y lo que añade: le echó su sello, me parece significa
que quiso estuviese oculto, cuáles son los que pertenecen a la parte del
demonio y cuáles son los que no pertenecen, cosa totalmente oculta en la tierra,
pues es incierto si el que ahora parece que está en pie ha de venir a caer, y
si el que parece que está caído ha de levantarse. Y con este entredicho y
clausura se le prohibe al demonio y se le veda el engañar y seducir a aquellas
gentes que, perteneciendo a Cristo, engañaba o poseía o antes, porque a éstas
escogió Dios y el determinó mucho antes de crear el mundo sacarlas de la
potestad de las tinieblas y transferirlas al reino de su amado Hijo, como lo
dice el Apóstol, Y qué cristiano hay que ignorar que el demonio no deja de
engañar al presente a las gentes llevándola, consigo la las penas eternas, pero
no a las que están predestinadas para la vida eterna? No debe movernos que muchas
veces el demonio engaña también a los que, estando ya regenerados en Cristo, caminan
por las sendas de Dios, porque conoce y sabe el Señor los que son suyos. Y de
éstos a ninguno engaña de modo que caiga en la eterna condenación. Porque a
éstos los conoce el Señor, como Dios, a quien nada se le esconde ni oculta, aun
de lo futuro; y no como el hombre, que ve al hombre de presente; pero lo que
haya de ser después, ni aun de sí mismo lo sabe. Está atado y preso el demonio
y encerrado en el abismo para que no engañe a las gentes, de quienes como de
sus miembros consta el cuerpo de la Iglesia, a las cuales tenía engañadas antes
que hubiese Iglesia, porque no dijo para que no engañe a alguno, sino para que
no engañe ya a las gentes, en las cuales, sin duda, quiso entender la Iglesia, hasta
que finalicen los mil años, esto es, lo que queda del día sexto, el cual consta
de mil años, o todos los años que en adelante ha de tener este siglo.
Tampoco debe entenderse lo que
dice para que no engañe las gentes hasta que se acaben los mil años, como si después
hubiese de engañar a aquellas entes que forman la Iglesia predestinada, a
quienes se le prohibe engañar por aquellas prisiones y clausuras en que está, Sino
que, o lo dice con aquel modo de hablar que se halla algunas veces en la
Escritura, como cuando dice el real Profeta: así están nuestros ojos vueltos a
Dios nuestro Señor, hasta que tenga misericordia y se compadezca de nosotros; pues
habiendo usado de misericordia, tampoco dejaran los ojos de sus siervos de
estar vueltos a Dios, su Señor, o el sentido y orden de estas palabras, es así:
le encerró y echó su cuello sobre él hasta que se pasen mil años, Lo que dijo
en medio Y para que no engañe ya a las gentes, está de tal suerte concebido, que
debe entenderse separadamente como si se añadiera después: de forma que diga
toda la sentencia: le encerró y echó su sello sobre él hasta que pasen mil años,
a fin de que ya no seduzca a las gentes; esto es, que le encerró hasta que se
cumplan los mil años, para que no engañe ya a las gentes.
CAPITULO VIII: Sobre, atar y soltar al demonio.
Después de éstos, le soltarán, dice,
por un breve tiempo. Si el estar amarrado y encerrado es, respecto del demonio,
no poder engañar a la Iglesia, el soltarle, será para que pueda? De ningún modo;
porque jamás engañará a la Iglesia predestinada y escogida antes de la creación
del mundo, de la cual dice la Escritura: Conoce y sabe Dios los que son suyos. Sin
embargo, estará aquí la Iglesia en el tiempo en que han de soltar ni demonio, así
como lo ha estado desde que fue fundada, y' lo estará en todo tiempo; esto es, en
los suyos, en los que suceden, naciendo, a los que mueren. Pues poco después
dice que el demonio, suelto, vendrá con todas las gentes que hubiere engañado
en todo el orbe de la tierra a hacer guerra a la Iglesia, y que el número de
esta gente enemiga será como la arena del mar. Y ellos se esparcieron sobre la
faz de la tierra, y dieron revuelta al campo de los santos, y a la ciudad
querida; mas Dios hizo bajar del cielo fuego que los devoró, y el diablo, que
los seducía, fue arrojado al estanque de fuego y azufre, en donde la bestia y
el falso profeta serán atormentados de día y de noche por los siglos de los siglos.
Aunque esto ya pertenece al juicio final, me ha parecido conducente referirlo
ahora, porque no presuma alguno que por el corto tiempo que estuviere suelto, el
demonio no habrá Iglesia en la tierra, o no la hallará en ella cuando le
hubieren soltado, o acabará con ella persiguiéndola con toda especie de
seducciones.
Así que por todo el tiempo
comprendido en el Apocalipsis, es a saber, desde la primera venida de, Cristo
hasta el fin del mundo, en que será su segunda venida, no estará atado el
demonio; de forma que el estar así amarrado durante el tiempo que San Juan
llama mil años, sea no engañar a la Iglesia, pues ni aun suelto ciertamente no
la engañará. Porque verdaderamente si el estar atado es respecto de él no poder
engañar o no permitírselo, qué será el soltarle, sino poder engañar y darle
permiso para esto? Lo cual jamás suceda, sino que el atar al demonio no es
permitirle ejercer todo imperio por medio de las tentaciones violentas, o
seductoras para engañar los hombres, o forzándolos con violencia a seguir su
partido, o engañándolos cautelosamente. Si esta potestad se le permitiese por
tan largo tiempo y contra la imbecilidad y flaqueza tantos espíritus débiles, a
muchos Dios no quiere que padezcan siendo fieles los derribaría y apartaría de
fe, y a los que no fuesen fieles estorbaría que creyesen. Para que no haga
semejante atentado, le amarraron.
Le soltarán cuando será breve
tiempo (porque leemos que por tres años y seis meses ha de manifestar toda su
crueldad con todas sus fuerzas y las de los suyos), y serán tales aquellos a
quienes ha de hacer la guerra que no podrán ser vencidos ni con e ímpetu tan
grande, ni con tantos daños y ardides.
Pero si nunca le desatasen, se
descubriría menos su maligna potencia, menos se probaría la fidelísima paciencia
de la santa Ciudad, y, finalmente, menos se echaría de ver de cuán gran malicia
suya usó tan bien el Omnipotente Dios, pues no le privó del todo que no tentase
a los santos, aunque echó fuera de todo lo interior de Él, donde se cree en
Dios, para que con su combate exterior aprovechasen, y, maniató pera evitar que
derrame y ejecute toda su malicia contra la multitud innumerable de los flacos,
con quienes convenía multiplicar y llenar la iglesia, y a los unos que habían
de creer no los desviase de la fe de la verdad religión, y a los que creían ya,
no los derribase.
Le desatarán ni fin para que la
Ciudad de Dios cuán fuerte contrario venció con tan inmensa gloria su Redentor,
favorecedor y libertad Y qué somos nosotros en comparación de los santos y
fieles que habrá entonces? Para probar la virtud de éstos soltarán un tan
fuerte enemigo con quien estando, como está, atado, peleamos ahora nosotros con
todo riesgo y peligro. Aunque también en este, espacio de tiempo no hay duda
que habido y hay algunos soldados de Cristo tan prudentes y fuertes, que si
hallaran vivos en este mundo, cuan hayan de soltar al infernal espíritu, dos
sus engaños, estratagemas y acometimientos prudente y sagazmente declinarían, y
con extraordinaria resignación las sufrirían.
El atar al demonio no sólo se
hizo cuando la Iglesia, fuera de la tierra de Judea, comenzó a extenderse por
unas, y otras naciones, sino que también se hace ahora, y se hará hasta el fin
del siglo, en que le han de desamarrar, porque también al presente se
convierten los hombres de la infidelidad en que él los poseía a la fe, y se
convertirán sin duda hasta el fin del mundo. En efecto; átese entonces a éste
fuerte, respecto de cualquiera de los fieles, cuando se le sacan de sus manos
como cosa suya; y el abismo donde le encerraron no se acabó al morir los que
había cuando comenzó a estar encerrado, sino que sucedieron otros a aquéllos, naciendo,
y hasta que fenezca este siglo se sucederán los que aborrezcan a los cristianos,
en cuyos ciegos y profundos corazones cada día, como en un abismo, se encierra
el demonio.
Pero hay alguna duda si en
aquellos últimos tres años y seis meses, cuando estando suelto ha de mostrar
toda su crueldad cuanto pudiere, llegará alguno a recibir la fe que antes no
tenía. Porque como sea cierto lo que dice la Escritura: Que ninguno puede
entrar en casa del fuerte y saquearle su hacienda, sino atando primero al
fuerte, estando suelto le saquearan? Parece, pues, que nos impulsa a creer este
pasaje de la Escritura, que en aquel tiempo, aunque breve, nadie se unirá al
pueblo cristiano, sino que el demonio peleará con los que entonces fueren ya
cristianos. Y si hubiere algunos que, vencidos, les siguieren, éstos no
pertenecían al número predestinado de los hijos de Dios; porque no en vano el
mismo apóstol San Juan, que escribió asimismo esta particularidad en el
Apocalipsis, dijo de algunos en su epístola: Estos han salido de nosotros, mas
no eran de los nuestros; porque si hubiesen sido de los nuestros hubieran
permanecido con nosotros; más esto ha sido para que se conozca que no son todos
de los nuestros.
Pero qué será de los niños? Porque
increíble parece que no habrá en aquel tiempo ningún niño hijo de cristiano que
'haya nacido y no le hayan aún bautizado; y que ninguno nacerá tampoco en
aquellos días; o que si los hubiere, por ningún motivo los llevarán sus padres
a la fuente do la regeneración. Pero si esto ha de ser así, de qué forma, estando
ya suelto el demonio, le han de quitar estos vasos y esta hacienda si en su
casa, ninguno entra a saquearía sin que primero le haya atado? Con todo debemos
creer que no faltarán en aquel tiempo ni quien se aparte de la Iglesia, ni
tampoco quien se llegue a ella,, sino que realmente serán tan valerosos, así
los padres para bautizar sus hijos, como los que de nuevo hubieren de creer que
vencerán a aquel fuerte aunque no esté atado; esto es, que aunque use contra
ellos de todos sus artificios, y los apriete con el resto de sus fuerzas más
que nunca, no sólo con vigilancia le encenderán sus estratagemas, sino que con
admirable paciencia sufrirán y se mantendrán contra sus fuerzas, y de esta
manera se libertarán de su poder aunque no esté atado. Ni por eso tampoco será
falsa aquella sentencia evangélica que ninguno entrará en la casa del fuerte
para saquearle su hacienda, si antes no atare al fuerte; pues conforme, al
tenor de esta sentencia, primeramente se ató al fuerte, y saqueándole sus vasos
y alhajas, se ha multiplicado la Iglesia por toda la redondez de la tierra, por
todas las naciones de fuertes y de flacos; de forma que con la virtud de la fe
robustísima y corroborada con las profecías del cielo ya cumplidas, le pudiese,
quitar los vasos, aunque estuviese suelto.
Porque así como debemos confesar
que se resfría la caridad de muchos cuando abunda la iniquidad, y sobreviniendo
las grandísimas y nunca vistas persecuciones y engaños del demonio, que andará
ya suelto, muchos que no están escritos en el libro de la vida se le rendirán, así
también debemos imaginar que no sólo, los fieles buenos que alcanzarán aquellos
tiempos, sino también algunos de los que estarán todavía fuera por convertir, con
los auxilios de la divina gracia, leyendo y considerando las Divinas Escrituras,
en las cuales está, profetizado entre las demás cosas el mismo fin, que verán
ya venir, estarán más firmes para creer lo que no creían, y más fuertes y
valerosos para vencer al demonio, aunque no esté atado; lo cual, si ha de ser
así, debe creerse que; precedió el atarle para que continuase el saquearlo y
despojarle estando atado y estando suelto, porque esto quiere decir la
Escritura cuando insinúa que ninguno entrará en la casa del fuerte para
saquearle sus vasos y alhajas si primero no le atase.
CAPITULO IX: En qué consiste el reino en que reinarán los santos con Cristo por mil años, y en qué se diferencia del reino eterno.
Entre tanto que está amarrado el
demonio por espacio de mil años, los santos de Dios reinarán con Cristo también
otros mil años, los mismos sin duda, y deben entenderse en los, mismos términos,
esto es, ahora, en el tiempo de su primera venida. Porque si fuera de aquel
reino (de quien dirá en la consumación de los siglos: Venid, benditos de mi
Padre, y tomad posesión del reino que está preparado para vosotros), reinarán
ahora de otra manera, bien diferente y desigual, con Cristo sus santos (a
quienes dijo: Yo estaré con vosotros hasta el fin y consumación del siglo) tampoco
al presente se llamaría la Iglesia su reino, o reino de los cielos. Porque en
este tiempo, en el reino de Dios, aprende y se hace sabio aquel doctor de quien
hicimos arriba mención, que Saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo, y de la
Iglesia han de recoger los otros segadores la cizaña que dejó crecer juntamente
con el 'trigo basta la siega.
Explicando esto, dice: La siega
es el fin del siglo, y los segadores son los ángeles; así que de la manera que
se recoge la cizaña y se echa en el fuego, así será el fin del mundo; enviará
el Hijo del hombre sus' ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos. Acaso
ha de recogerlos de aquel reino donde no hay escándalo alguno? Así, pues, de
este reino, que es en la tierra la Iglesia, se han de recoger.
Además dice: El que no guardare
uno de los más mínimos mandamientos y los enseñare a los hombres, será el
mínimo en el reino de los cielos; pero el que los observare exactamente y los
enseñare, será grande en el reino de los cielos. El uno y el otro dice que
estarán en el reino de los cielos, el que no práctica las leyes y mandamientos
que enseña, que eso quiere decir solvere, no guardarlos, no observarlos; y el
que los ejecuta y enseña, aunque al primero llama mínimo, y al segundo grande
Seguidamente añade: Yo os digo, que
si no fuere mayor vuestra virtud que la de los escribas y fariseos, esto es, que
la virtud de aquellos que no observan lo que enseñan (porque de los escribas y
fariseos dice en otro lugar que dicen y no hacen); si no fuere mayor vuestra
virtud que la suya, esto es, de modo que no quebrantéis, antes practiquéis lo
que enseñáis, no entraréis, dice, en el reino de los cielos. De otra manera se
entiende el reino de los cielos, donde entra el que enseña y no lo practica, y
el que practica lo que enseña, que es la Iglesia actual; y de otra, donde se
hallará sólo aquel que guardó los mandamientos, que es la Iglesia cual entonces
será, cuando no habrá en ella malo alguno.
Ahora también la Iglesia se llama
reino de Cristo y reino de los cielos; y reinan también ahora con Cristo sus
santos, aunque de otro modo reinarán entonces. No reina con Cristo la cizaña, aunque
crezca en la Iglesia con el trigo, porque reinan con él los que ejecutan lo que
dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, atended a las cosas del Cielo,
donde Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre; buscad las cosas del
Cielo, no las de la tierra; Y de estos tales dice asimismo: Que su conversar, vivir
y negociar es en los Cielos. Finalmente, reinan con el Señor los que están de
tal conformidad en su reino, que son también ellos su reino. Y cómo han de ser
reino de Cristo los que, aunque están allí hasta que se recojan al fin del
mundo todos los escándalos, buscan sólo en este reino sus intereses, las cosas
que son suyas y no las de Jesucristo?
A este reino en que militamos, en
que todavía luchamos con el enemigo, a veces resistiendo a los repugnantes
vicios, y a veces cediendo a ellos, hasta que lleguemos a la posesión de aquel
reino quietísimo de suma paz, donde reinaremos sin tener enemigo con quien
lidiar; a este reino, pues, y a esta primera resurrección que hay ahora se
refiere el Apocalipsis. Porque habiendo dicho cómo habían amarrado al demonio
por mil años, y que después le desataban por breve tiempo, luego, recapitulando
lo que hace la Iglesia, o lo que se hace en ella en estos mil años, dice: Vi
unos tronos, y unos que se sentaron en ellos, y se les dio potestad de poder
juzgar. No debemos pensar que esto se dice y entiende del último y final juicio,
sino que se' debe entender por las sillas de los Prepósitos, y por los Prepósitos
mismos, que son los que ahora gobiernan la Iglesia.
En cuanto a la potestad de juzgar,
que se les da, ninguna se entiende mejor que aquella expresada en la Escritura:
Lo que ligaréis en la tierra será también atado en el cielo, y lo que
desatareis en la tierra será también desatado en el cielo. De donde procede
esta frase del Apóstol: Qué me toca a mí el juzgar de los que están fuera de la
Iglesia? Acaso vosotros no juzgáis también a los que están dentro de ella?
Y vi las almas dice San Juan de
los que murieron por el testimonio de Jesucristo y por la palabra de Dios; ha
de entenderse aquí lo que después dice, y reinaron mil años con Jesucristo, es
a saber, las almas de los mártires antes de haberles restituido sus cuerpos. Porque
a las almas de los fieles difuntos no las apartan ni separan de la Iglesia, la
cual igualmente ahora es reino de Cristo. Porque de otra manera no se hiciera
memoria de ellos en el altar de Dios, en la comunión del Cuerpo de Cristo, ni
nos aprovecharía en los peligros acudir a su bautismo, para que sin no se nos
acabe esta vida; ni a la reconciliación, si acaso por la penitencia o mala
conciencia está uno apartado y separado del gremio de la Iglesia. Y por qué se
hacen estas cosas, sino porque también los fieles difuntos son miembros suyos? Así
que aunque no sea con sus cuerpos, ya sus almas reinan con Cristo mientras
duren y corren estos mil años.
En este mismo libro y ea otras
partes leemos: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor, en su
amistad y gracia, porque ésos en lo sucesivo dice el Espíritu Santo, descansarán
de sus trabajos, pues las obras que hicieron los siguen. Por esta razón reinará
primeramente con Cristo la Iglesia en los vivos en los difuntos; pues, como
dice el Apóstol: Por eso murió Cristo pata ser Señor de los vivos y de los
difuntos. Pero sólo hizo mención de los mártires, porque principalmente reinan después
de muertos los que hasta la muerte pelearon por la verdad. Pero como por la
parte se entiende el todo, también entendemos todos dos demás muertos que
pertenecen a la Iglesia, que es el reino de Cristo.
Lo que sigue: Y los que no
adoraron la bestia ni su imagen, ni recibieron su marca o carácter en sus
frentes o en sus manos, lo debemos entender juntamente de los vivos y de los
difuntos. Quién sea esta bestia, aun que lo hemos de indaga; con más exactitud,
no es ajeno de la fe católica que se, entienda por la misma ciudad impía, y por
el pueblo de los infieles enemigo del pueblo fiel y Ciudad de Dios. Y su imagen,
a mi parecer, es el disfraz o fingimiento de las personas que hacen como que profesan
la fe y viven infielmente, porque fingen que son lo que realmente no son, y se
llaman, no con verdadera propiedad, sin con falsa y engañosa apariencia, cristianos.
Pues a esta misma bestia pertenecen no sólo los enemigos descubiertos del
nombre de Cristo y de su Ciudad gloriosa, sino también la cizaña que es la de
recoger de su reino que es la Iglesia, en la consumación del siglo. Y quiénes
son los que no adoran a la bestia ni a su imagen, si no los que practican lo
que insinúa e Apóstol, que no llevan el yugo con los infieles, porque no adoran,
esto es, no consienten, no se sujetan, ni admiten, ni reciben la inscripción, es
saber, la marca y señal del pecado en sus frentes por la profesión, ni en sus
manos por las obras? Así que; ajeno de estos males, ya sea viviendo aun en esta
carne mortal, ya sea después de muertos, reinan con Cristo, aun en la
actualidad, de manera congrua y acomodada a esta vida, por todo el espacio de
tiempo que se nos significa con los mil años.
Los demás, dice, no vivieron: Porque
ésta es la hora en que los muertos han de oír la voz del Hijo de Dios, y los
que la oyeron, vivirán, pero los demás no vivirán. Y lo que añade: hasta el
cumplimiento de los mil años, debe entenderse que no vivieron aquel tiempo en
que debieron vivir, es decir, pasando de la muerte a la vida. Y así, cuando
venga el día en que se verificará la resurrección de los cuerpos, no saldrán de
los monumentos y, sepulturas para la vida, sino para el juicio, esto es, para
la condenación, que se llama segunda muerte. Porque cualquiera que no viviere
hasta que se concluyan los mil años, esto es, en todo este tiempo en que se
efectúa la primera resurrección, no oyere la voz del Hijo de Dios Y no
procurare pasar de la muerte a la vida, sin duda que en la segunda resurrección,
que es la de la carne, pasará a la muerte segunda con la misma carne.
San Juan añade: Esta es la
primera resurrección: bienaventurado y santo es el que tiene parte en esta
primera resurrección. Esto es, el que participa de ella. Y sólo participa de
ella el que no sólo resucita y revive de la muerte que consiste en los pecados,
sino que también en lo mismo que hubiere resucitado y revivido permanece. En
éstos, dice, no tiene poder la muerte segunda. Pero sí la tiene en los demás, de
quienes dijo arriba: Los demás no vivieron hasta el fin de los mil' años, porque
en todo este espacio de tiempo, que llama mil años, por más que cada uno de
ellos vivió en el cuerpo, no revivió de la muerte en que le tenía la impiedad, para
que, reviviendo de esta manera, se hiciera partícipe de la primera resurrección
y no tuviera en él poderío la muerte segunda.
CAPITULO X: Cómo se ha de responder a los que piensan que la resurrección sólo pertenece a los cuerpos y no a las almas.
Hay algunos que opinan que la
resurrección no se puede decir sino de los cuerpos, y por eso pretenden
establecer como inconcuso que esta primera ha de ser también de los cuerpos. Porque
de los que caen, dicen, es el levantarse, y los que caen muriendo son los
cuerpos, pues de caer se dijeron en latín los cuerpos muertos cadavera; luego
no puede haber, infieren, resurrección de las almas, sino de los cuerpos.
Pero cómo hablan contra la
expresa autoridad del Apóstol, que la llama resurrección? Porque según el
hombre interior, y no según el exterior, sin duda resucitaron aquellos a
quienes dice: Si habéis resucitado con Cristo, atended a las cosas del cielo; lo
cual comprobó en otro lugar por otras palabras: Para que así como Cristo
resucitó de entre los muertos por virtud de su divinidad, así también nosotros
resucitemos y vivamos con nueva vida. Lo mismo quiso decir en otro lugar. Levántate
tú, que estás dormido; levántate de entre los muertos y te alumbrará Cristo.
Lo que insinúan que no pueden
resucitar sino los que caen, por cuyo motivo imaginan que la resurrección
pertenece a los cuerpos y no a las almas, porque de los cuerpos es propio el
caer, procede de que no oyen estas, palabras: No os apartéis de él, par que no
caigáis; y a, su propio Señor toca si persevera o si cae; y el que piensa que
está firme, mire no caiga. Porque me parece que nos debemos guardar de esta
caída del alma y no de la del cuerpo. Luego si la resurrección es de los que
caen, y caen también las almas, sin duda que debemos con ceder que igualmente
las almas resucitan.
A las palabras que San Juan
seguidamente pone: En éstos no tiene poder la muerte segunda, añade y dice: Sino
que serán sacerdotes de Dios, de Cristo, y reinarán con él mil anos. Sin duda
no lo dijo solamente por le obispos y presbíteros, a los cuales llamamos: propiamente
en la Iglesia sacerdotes, sino que, como llamamos todos cristos por el crisma y
unción mística, así llama a todos sacerdotes, porque son miembros de un
sacerdocio, a los cuales llama el apóstol San Pedro: Pueblo santo y sacerdocio
real. Sin duda que, aunque brevemente y de paso, nos dio a entender que Cristo
era Dios, diciendo sacerdotes de Dios y de, Cristo, esto es, del Padre y del
Hijo; pues así como por la forma de siervo se hizo Cristo hijo de hombre, así
también se hizo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, sobre lo
cual hemos discurrido en esta obra más de una vez.
CAPITULO XI: De Gog y de Magog, a quienes al fin del siglo ha de mover el demonio, y.
suelto, contra la Iglesia de Dios
Y cumplidos, dice, mil años, soltarán
a Satanás de su cárcel y saldrá engañar las gentes que habitan en los cuatro extremos
de la tierra a Gog y Magog, y los traerá a la guerra, cuyo número será como las
arenas del mar. Para obligarlos, pues, a esta guerra los seducir. Pues también
anteriormente por los medios que podía lo engañaba, causándoles muchos y diferentes
males.
Y dice: saldrá; esto es, de los, ocultos
escondrijos de los odios y rencores saldrá en público á perseguir la Iglesia
siendo ésta la última persecución por acercarse ya el último y final juicio, que
padecerá la Santa Iglesia en todo el orbe de la tierra, es decir; la universal
ciudad de Cristo, de la universal ciudad del demonio en toda la tierra.
Y estas gentes, que llama Gog y
Magog, no deben tomarse como si fuesen algunos bárbaros que tienen fijado su
asiento en alguna parte determinada de la tierra; o los Getas y Masagetas, como
sospechan algunos fundados en las letras con que principian estos nombres; o
algunos otros gentiles, ajenos y no sujetos a la jurisdicción romana. Porque da
a entender que éstos se hallarán por todo el orbe de la tierra, cuando dice: las
gentes que habrá en algunas partes de la tierra, y éstas, prosigue, son Gog y
Magog. Interpretados estos nombres, hallamos que quieren decir Gog el techo y
Magog del techo, como la casa y el que sale y procede de la casa. Así que son
las gentes en quienes, como dijimos arriba, estaría encerrado el demonio como
en un abismo; y él mismo, que parece que sale y dimana de ellas; de suerte que
ellas sean el techo y él del techo. Y si ambos nombres los referimos a las
gentes y no el uno a las gentes y el otro al demonio, ellas son el techo, porque
en ellas ahora se encierra y en cierto modo se oculta aquel nuestro antiguo
enemigo, y ellas mismas serán el techo cuando del odio encubierto saldrán al
odio público y descubierto.
Y lo que dice: Y subieron sobre
la latitud de la tierra y cercaron el ejército de los santos y la ciudad amada,
no se entiende que vinieron o que habrán de venir a algún lugar determinado, como
si en cierto lugar haya de estar el ejército de los santos y la ciudad querida,
pues ésta no es sino la iglesia de Cristo que está esparcida por todo el orbe
de la tierra, y dondequiera que, estuviere entonces, que estará en todas las
gentes, lo que significó con el nombre de la latitud de la tierra, allí estará
el ejército de los santos, allí estará la Ciudad querida de Dios, allí todos
sus enemigos, porque también ellos con ella estarán en todas las gentes, la
acercarán con el rigor de aquella persecución, esto es, la arrinconarán, apretarán
y encerrarán en las angustias de la tribulación. Y no desamparará su milicia, la
que mereció que la llamasen con nombre de ejército.
CAPITULO XII: Si pertenece al último castigo de los malos lo que dice: que bajó fuego del cielo, y los consumió.
Sobre lo que dice: Que descendió
fuego del cielo y los consumió, no debemos entender que éste es aquel último
final castigo, que será cuando se les dirá: Idos de mí, malditos, al fuego
eterno. Porque entonces ellos serán los que irán al fuego y no el fuego el que
vendrá del cielo sobre ellos. Aquí bien podemos entender por este fuego que
baja del cielo la misma firmeza de los santos, con que han de resistir y no
ceder a sus perseguidores, para hacer la voluntad de éstos. Pues firmamento es
el cielo, cuya firmeza los afligirá y atormentará con ardentísimo rencor y celo,
por no haber podido atraer a los santos de Cristo al bando del Anticristo.
Y éste será el fuego que los
consumirá, el cual lo enviará Dios, pues por beneficio y gracia suya son
invencibles los santos, por lo que rabiarán y se consumirán sus enemigos. Porque
así como se toma el celo en buena parte, donde dice: El celo de tu casa me
consume, así, por el contrario, se toma en contraria acepción, esto es, en mala
parte, donde dice: Ocupó el celo al pueblo ignorante, y el fuego ahora
consumirá a los contrarios Y ahora, es decir, no el fuego del juicio final y sí
al castigo que ha de dar Cristo, cuando venga, a los perseguidos de su Iglesia,
a los cuales hallará vivos sobre la tierra cuando ha de matar al Anticristo con
el espíritu de su boca: Si a este castigo, digo, llama fuego que desciende del
cielo, y que los consume; tampoco éste será el último castigo de los impíos, sino
el que han de padecer después de la resurrección de los cuerpos.
CAPITULO XIII: Si se ha de contar entre los mil años el tiempo de la persecución del Anticristo.
Esta última persecución, que será
la que ha de hacer el Anticristo (como lo hemos ya insinuado en este libro, y
se halla en el profeta Daniel), durará tres años y seis meses. El cual tiempo, aunque
corto, con justa causa se duda si pertenece a los mil años en que dice que
estará atado el demonio, y en que los santos reinarán con Cristo; o si este
pequeño espacio ha de aumentarse a los mismos años, y ha de contarse fuera de
ellos.
Porque si dijésemos que este
espacio pertenece a los mismos años, hallaremos que el reino de los santos con
Cristo se entiende más tiempo de lo que está él demonio atado. Pues sin duda
los santos con su Rey reinarán también con especialidad durante la persecución,
venciendo y superando tantos males y calamidades cuando ya el demonio no estará
atado, para que pueda perseguirlos con todas sus fuerzas.
En tal caso de qué forma
determina esta Escritura y limita lo uno y lo otro, es a saber, la prisión del
demonio, y, el reino de los santos, con unos mismos mil años; puesto que tres
años y seis meses antes se acaba la prisión del demonio, que el reino de los
santos con Cristo en estos mil años?
Y si dijésemos que este pequeño
espacio de dicha persecución no debe contarse en los mil años, sino que, cumplidos,
debe añadirse, para que se pueda entender bien lo que dice el Apocalipsis de
que los sacerdotes de Dios y de Cristo reinarán con el Señor mil años, añadiendo
que cumplidos los mil años soltarán a Satanás de su cárcel, pues así da a
entender que el reino de los santos y la prisión del demonio han de cesar a un
mismo tiempo; para que después el espacio de aquella persecución se entienda
que no pertenece al reino de los santos ni a la prisión de Satanás, cuyas dos
circunstancias, se incluye en los mil años, sino que debe contarse fuera de
ellos; nos será forzoso confesar que los santos en aquella persecución no reinarán
con Cristo. Pero quién habrá que, se atreva a decir que entonces no han de
reinar con él sus miembros, cuando particular v estrechamente estarán unidos
con él, y en el tiempo en que cuanto fuere más vehemente la furia de la guerra,
tanto mayor será la gloria de la firmeza y constancia, y tanto más numerosa la
corona del martirio?
Y si por causa de las
tribulaciones que ha de padecer no hemos de decir que han de reinar, se
deducirá que tampoco en los mismos mil años cualquiera de los santos que
padecía tribulaciones, al tiempo de padecerlas no reinó con Cristo; y, por consiguiente,
tampoco aquellos cuyas almas vio el autor de este libro, según dice, que
padecieron muerte por dar testimonio de la fe de Cristo y por la palabra de
Dios, reinarían con Cristo cuando padecían la persecución, ni eran reino de
Cristo aquellos a quienes con más excelencia poseía Cristo. Lo cual, sin duda, es
absurdo, pues sin duda las almas victoriosas de los gloriosísimo mártires, vencidos
y concluidos todos los dolores y penalidades, después que dejaron los miembros
mortales, reinaron y reinarán con Cristo hasta que terminen los mil años, para
reinar también después de recobrar los cuerpos inmortales.
Así, pues, las almas de los que
murieron por dar testimonio de Cristo las que antes salieron de sus cuerpos y
las que han de salir en la misma última persecución, reinarán con hasta que se
acabe el siglo mortal se trasladen a aquel reino donde no habrá ya más muerte. Por
lo cual llegaran a ser más los anos que los santos remarán con Cristo, que la
prisión del demonio, porque cuando el demonio no estará ya atado en aquellos
tres años y medio, reinarán con su Rey, el Hijo de Dios.
Cuando San Juan dice: Los
sacerdotes de Dios y de Cristo reinarán con el Señor mil años, y, terminados
éstos, soltarán a Satanás de su cárcel debemos entender o que no se acaban los
mil años de este reino de los santos, sino los de la prisión del demonio, de
manera que los mil años, esto es, todos los años los tengan cada una de las
partes, para acabar los suyos en diferentes y propios espacios, siendo el más
largo el reino de los santos, y más breve la prisión del demonio; o realmente
debemos creer que por ser el espacio de los tres años y medio brevísimo, no se
pone en cuenta, sea en lo que parece que tiene de menos prisión de Satanás, o
en lo que tiende más el reino de los santos; como lo manifesté hablando de los cuatrocientos
años en el capítulo XXIV libro XVI de esta obra, los cuales, aun que eran algo
más, sin embargo, lo llamó cuatrocientos. Muchas cosas como éstas hallaremos en
la Sagrada Escritura, si así lo quisiéramos advertir.
CAPITULO XIV: De la condenación del demonio con los suyos, y sumariamente de la resurrección de los cuerpos de todos los difuntos y del juicio de la última retribución.
Después de haber referido esta
última persecución, breve y concisamente refiere todo cuanto el demonio y la
ciudad enemiga con su príncipe ha de padecer en el último juicio. Porque dice: Y
el demonio, que los engañaba, fue echado en un estanque de luego y azufre, donde
la bestia y los seudos o falsos profetas han de ser atormenta dos de día y de
noche para siempre jamás. Ya dijimos en el capítulo IX, que puede entenderse
bien por la bestia la misma ciudad impía y su seudo profeta y Anticristo, o
aquella imagen o ficción de que hablamos aquí.
Después de esto, recapitulando, refiere
cómo se le reveló el mismo juicio final, que será en la segunda resurrección de
los muertos, es decir, la de los cuerpos, y dice: Vi entonces un gran trono
blanco, y uno sentado, en él, delante del cual la tierra y el cielo huyeron, y
no quedó lugar para ellos. No dice que vio un, trono grande y blanco, y uno
sentado sobre él, y que de su presencia huyó el cielo y la tierra, porque esto
no sucedió entonces, esto es, antes que se hiciese el juicio de los vivos y de
los muertos, sino dijo que vio sentado en el trono a aquel fue cuya presencia
huirían el cielo y la tierra; pero huirían después, porque acabado el juicio, entonces
dejará de ser este cielo y esta tierra, comenzando a ser nuevo cielo y nueva
tierra; pues este mundo pasará, mudándose las cosas, no pereciendo del todo. Así
lo dijo el Apóstol: Porque se pasa la figura de este mundo, quiero que viváis
sin solicitud y cuidado; de modo que la figura es la que pasa, no la naturaleza.
Habiendo, pues, dicho San Juan
que vio a uno que estaba sentado en un trono, a cuya presencia huyó el cielo y
la tierra: Después vi, dice, a los muertos grandes y pequeños en pie delante
del trono, y fueron abiertos los libros, y después se abrió aún otro libro, que
es el libro de la vida, y los muertos fueron jugados por lo que estaba escrito
en los libros; según sus obras. Dice que se abrieron libros y el libro, y que
éste es el libro de la vida de cada uno luego los libros que puso en primer
lugar deben entenderse los sagrados así los del Viejo como los del Nuevo
Testamento, para que en ellos se registren los mandamientos y preceptores que
Dios mandó guardar. El otro, que trata de la vida particular de cada uno
contiene cuanto cada uno observó no observó; el cual libro, si carnalmente le
quisiéramos considerar, quién podrá estimar su grandeza, prolijidad y extensión?
O en cuánto tiempo podrá leerse un libro donde están escritas las vidas de
cuantos hombres ha habido y hay? Acaso ha de haber tanto número de ángeles
cuanto hay de hombres para que cada uno oiga a su Angel recitar su vida? Luego
no ha de ser uno el libro de todos, sino para cada uno el suyo.
Pero aquí la Escritura, queriendo
darnos a entender que ha de ser uno, dice: Y se abrió otro libro. Por lo cual debemos
entender cierta virtud divina con que sucederá que a cada uno se le vengan a la
memoria todas las obras buenas o malas que hizo y las verá con los ojos de su
entendimiento con maravillosa presteza, acusando o excusando a su conciencia el
conocimiento que tendrá de ellas. De esta manera se hará el juicio de cada uno de
por sí, y de todos juntamente, cuya virtud divina se llamó libro, porque en
ella en cierto modo se lee todo lo que se recuerda haber hecho.
Y para demostrar qué clase de
muertos han de ser juzgados, esto es, chicos y grandes, recopila y dice, como retrocediendo
a lo que había dejado, o, por mejor decir, diferido: Y el mar dio los muertos
que habían sido sepultados en sus aguas; la muerte y el infierno dieron también
los muertos que en sí tenían. Esto, sin duda, sucedió primero que los muertos fuesen
juzgados, y, sin embargo, dijo aquello primero. Por eso he dicho que resumiendo
volvió a lo que había dejado. Pero después siguió el orden de los sucesos, y
para que se explicase este orden, repitió lo que ya se había dicho
perteneciente al juicio de los muertos. Y después de referir que dio el mar los
muertos que había en él, y que la muerte y el infierno volvieron los muertos
que en sí tenían, añadió inmediatamente lo que poco antes había dicho: Y cada
uno fue juzgado según sus obras, que es lo mismo que antes dijo: Y los muertos
fueron juzgados según sus obras.
CAPITULO XV: Qué muertos son los que dio el mar para el juicio, o cuáles son los que volvió la muerte y el infierno.
Pero qué muertos son los que dio
el mar que estaban en él? Acaso los que murieron en el mar no están en el
infierno? Acaso sus cuerpos se guardan en el mar? O lo que es más absurdo, el
mar tenía los muertos buenos y el infierno los malos? Quién ha de pensar tal
cosa? Muy a propósito entienden algunos que en este lugar el mar significa este
siglo. Así que, queriendo San Juan advertir que habían de ser juzgados todos
los que hallará Cristo todavía en sus cuerpos, juntamente con los que han de
resucitar, a los que hallará en sus cuerpos los llamó muertos; lo mismo a los
buenos de quienes dice el Apóstol que están muertos acá, y que su vida está
escondida y atesorada con Cristo en Dios, como a los malos, de quienes dice el sagrado
cronista: Dejen a los muertos que entierren sus muertos, quienes pueden ser
llamados también muertos, porque traen cuerpos mortales. Por ello dice el
Apóstol: Que el cuerpo está muerto por el pecado, pero el alma vive por la
justificación, mostrando que lo uno y lo otro se halla en el hombre viviente y
que está todavía en este cuerpo, el cuerpo muerto y el alma viva. No dijo
cuerpo mortal, sino muerto; aunque poco después los llama también cuerpos
mortales, que es como más comúnmente se llaman. Otros muertos, pues, dio el mar,
que estaban en él, esto es, dio este siglo todos los hombres que había en él, porque
aun no habían fallecido.
Y la muerte y el infierno –dice–
fueron sus muertos, los que tenían en sí. El mar les dio, porque así como se
hallaron se presentaron, pero la muerte y el infierno los volvieron a dar, porque
los redujeron a la vida, de la cual se habían ya despedido. Y acaso no en vano
no dice la muerte o el infierno, sino ambas cosas; la muerte, por los buenos
que sólo pudieron Padecer la muerte, pero no el infierno; y el infierno, por
los malos, los cuales pasarán sus penas respectivas en el infierno. Porque si
con razón parece creemos que también los santos antiguos que creyeron en Cristo
antes que viniese al mundo estuvieron en los infiernos aunque en Parte
remotísima de los tormentos de los impíos, hasta que los sacó y libró de
aquella cárcel la preciosa sangre de Jesucristo y su bajada a aquellos
tenebrosos lugares; sin duda en lo sucesivo los fieles buenos, redimidos ya por
aquel precio que por ellos se derramó, de ningún modo saben qué cosa es
infierno; hasta que, recobrando sus cuerpos, reciban los bienes que merecen.
Y habiendo dicho: y fueron
juzgados cada uno conforme a sus obras, brevemente añadió cómo fueron juzgados:
Y el infierno y la muerte fueron arrojados al estanque de fuego, indicando con
estas palabras al demonio, porque es el autor de la muerte y de las penas del
infierno, y juntamente todo el escuadrón de los demonios, porque esto es lo que
arriba más expresamente, anticipándose, había ya dicho; y el demonio, que los
engañaba, fue echado en un estanque de fuego y de azufre.
Pero lo que allí expresó con más
oscuridad diciendo: a donde la bestia y el seudo-profeta, aquí lo dice más
claro: y el que no se halló escrito en el libro de la vida, fue arrojado al
estanque de fuego. No sirve este libro de memoria a Dios para que no se engañe
por olvido, sino que significa la predestinación de aquellos a quienes ha de
darse la vida eterna. Porque no los ignora Dios, y para saberlos lee en este
libro, sino que antes la misma presciencia que tiene de ellos, que es la que no
se puede engañar, es el libro de la vida donde están los escritos, esto es, los
conocidos para la vida eterna.
CAPITULO XVI: Del nuevo cielo y de la nueva tierra.
Concluido el juicio en el cual
nos anunció habían de ser condenados los malos, resta que nos hable también
respecto de los buenos. Y puesto que ya nos explicó lo que dijo el Señor en
compendiosas palabras: Estos irán a los tormentos eternos, corresponde ahora
que nos declare lo que allí añade: Y los justos Irán a la vida eterna. Después
de esto vi un cielo nueve y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra habían desaparecido, y el mar ya no le habla. Según este orden
ha de suceder lo que arriba, anticipándose, dijo: que vio uno sentado sobre un
uno, a cuya presencia huyó él cielo y la tierra, porque, acabó el juicio
universal.
Habiendo condenado a los que no
se hallaron escritos en el libro de la vida y echándoles al fuego eterno (cuál
sea este fuego y en qué parte del mundo haya de estar, presumo que no hay
hombre que lo sepa, sino aquel que acaso lo sabe por revelación divina), entonces
pasará la figura de este mundo por la combustión del fuego mundano, como se
hizo el Diluvio con la inundación de las aguas mundanas. Así que, con aquella
combustión mundana, las cualidades de los elementos Corruptibles que cuadraban
a nuestros cuerpos corruptibles perecerán y se consumirán, ardiendo
completamente, y la substancia de los elementos tendrá aquellas cualidades que
convienen con maravillosa transformación a los cuerpos inmortales, para que el
mundo; renovado y mejorado, se acomode concordemente a los hombres renovados y
también mejorados en la carne. Lo que dice: Y el mar ya no lo había, no me
determinaría fácilmente a explicarlo: si se secará con aquel ardentísimo calor
o si igualmente se transformará en otro mejor; pues aunque leemos que habrá
nuevos cielos y nueva tierra, sin embargo, del mar nuevo no me acuerdo haber
leído cosa alguna, sino, lo que se dice en este mismo libro: Como un mar de
vidrio, semejante al cristal. Pero entonces no hablaba del fin del mundo ni
parece que dijo propiamente mar, sino como un mar, Igualmente que ahora (como
la locución profética gusta de mezclar las palabras metafóricas con las propias,
y así ocultarnos en cierto modo su significación, tendiendo un velo a lo que
dice) pudo hablar de aquel mar y no del mencionado, cuando dice: Y dio el mar
sus muertos, los que estaban en él; porque entonces no será este siglo
turbulento y tempestuoso con la vida de los mortales, lo que nos significó y
figuró con, el nombre de mar.
CAPITULO XVII: De la glorificación, de la Iglesia sin fin después de la muerte.
Y yo, Juan, vi bajar del cielo la
Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que venía de Dios, adornada como una esposa
para su esposo. Y oí una voz grande que salía del trono y que decía: Veis aquí
el tabernáculo de Dios con los hombres, y habitará con, ellos y ellos serán su
pueblo, y el mismo Dios, quedando en medio de ellos, será su Dios. Dios les
enjugará todas las lágrimas de sus ojos y no habrá más muerte, ni más llanto, ni
más grito, ni más dolor; porque las primeras a cosas son pasadas; entonces el
que esta sentado en el trono, dijo: Veis aquí hago yo nuevas todas las cosas. Dícese
que baja del cielo esta Ciudad porque es celestial la gracia con que Dios la
hizo; por eso, hablando con ella, la dice también por medio de Isaías: Yo soy
el Señor que te hizo.
En efecto, desde su origen y
principio desciende del cielo, después que por el discurso de este siglo, con
la gracia de Dios, que viene de lo alto va creciendo cada día el número de sus
ciudadanos por medio del bautismo de la regeneración, en virtud de Espíritu
Santo enviado del cielo. Pero por el juicio de Dios, que será el último y final,
que hará su Hijo Jesucristo, será tan grande y tan nueva por especial beneficio
de Dios, la claridad con que se manifestará, que ni le quedará rastro, alguno
de lo pasado puesto que los cuerpos mudarán igual mente su antigua corrupción y
mortalidad en una nueva incorrupción inmortalidad. Pues querer entender por
este tiempo en que reinan con su rey por espacio de mil años, me parece que es demasiada
obstinación, diciendo bien claro que les enjugará todas las lágrimas de sus
ojos, y que no habrá más muerte, ni llanto, ni clamores, ni género de dolor. Y
quién habrá tan impertinente y tan fuera de sí de puro obstinado, que se atreva
a afirmar que en los trabajos de la vida mortal no sólo todo el pueblo de los santos,
sino cada uno de los santos, dejara de pasar o haber pasado esta vida sin
lágrimas algunas ni dolor, siendo así que cuanto uno es más santo, y está más
lleno de deseos santos, tanto más abundantes son sus lágrimas en la oración? Acaso
no es la ciudad soberana de Jerusalén la que dice: De día y de noche me sirvieron
de pan mis lágrimas;. lavaré cada noche mi lecho con lágrimas, y con ellas
regaré mi estrado? No ignoras, Señor, mis gemidos. Mi dolor será renovado? O
por Ventura no son hijos suyos los que régimen cargados de este cuerpo, del que
no querrían verse despojados, sino vestirse sobre él y que la vida eterna
consumiese, no el cuerpo, sino lo que tiene de mortalidad? Acaso no son
aquellos que teniendo las primicias de la gracia del espíritu tan colmadas, gimen
en sí mismos deseando y esperando la adopción de los hijos de Dios, y no
cualquiera, no la redención y perfecta libertad e inmortalidad del cuerpo y del
alma? Por ventura el mismo Apóstol San Pablo no era ciudadano de la celestial
Jerusalén, o no era mucho más cuando andaba tan triste y con continuo dolor en
su corazón por causa de, los israelitas, sus hermanos carnales? Y cuándo dejará
de haber muerte en esta ciudad, sino, cuando se diga: adónde esta, oh muerte!, tu
tesón? Adónde está tu guadaña? La guadaña de la muerte es el pecado. El cual, sin
duda, no le habrá entonces cuando se le diga: dónde está? Pero ahora, no dama y
no da voces cualquiera de los humildes e ínfimos ciudadanos de aquella ciudad, sino
el mismo San Juan en su epístola: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y no está la verdad en nosotros.
Aunque en este libro del
Apocalipsis se declaran muchos misterios en estilo profético, para excitar el entendimiento
del lector, y hay pocas expresiones en él por cuya claridad se puedan rastrear las
demás, especialmente porque de tal suerte repite de muchas maneras las mismas
cosas, que parece que dice otras; averiguándose que estas mismas las dice de
una y otra y muchas maneras; con todo, las palabras donde dice que les limpiará
todas las lágrimas de sus ojos y que no habrá más muerte, ni llanto, ni
clamores, ni género de dolor, con tanta luz y claridad se dicen del siglo
futuro y de la inmortalidad y eternidad de los santos (Porque entonces
solamente, y allí precisamente, no ha de haber estas cosas), que en la Sagrada
Escritura no hay que buscar, cosa clara si entendemos que éstas son oscuras.
CAPITULO XVIII: Que es lo que el Apóstol San Pedro predicó del último y final juicio de.
Dios
Veamos ahora qué es lo que
igualmente escribió el Apóstol San Pedro de este juicio final: Primeramente, dice,
sabed que en los últimos tiempos vendrán unos impostores artificiosos, que
seguirán sus propias pasiones y dirán: Dónde está la promesa de su venida? Porque
desde que murieron nuestros padres, todas las cosas perseveran como desde el principio
del mundo. Mas ignoran los que esto quieren, que al principió fueron criados
los cielos por la palabra de Dios, y que la tierra se dejó ver fuera del agua, y
subsiste en medio de las aguas. Y que, por estas cosas, el mundo que entonces
era, pereci6 sumergido en las aguas. Mas los cielos y la tierra que ahora
subsisten por la misma palabra están reservados para el fuego en el día del
juicio y de la perdición de los hombres impíos. Carísimos, una cosa hay que no
debéis ignorar, y es que, delante del Señor, un día es como mil años, y mil
años como un solo día. No tardará el Señor, como piensan algunos, en cumplir su
promesa; sino que por amor de vosotros espera con paciencia, no queriendo que
alguno se pierdan, sino que todos se conviertan a Él por la penitencia; porque
el día del Señor vendrá cómo un ladrón, y entonces los cielos pasarán con
grande ímpetu, los elementos se disolverán por el calor del fuego, y la tierra,
con todo lo que hay en ella, será abrasada. Como todas estas cosas han de perecer,
cuáles debéis ser vosotros, y cuál la santidad de vuestra vida y la piedad de
vuestras acciones esperando y deseando que venga pronto la venida del día del
Señor, en que el ardor del fuego disolverá los cielos y derretirá los elementos?
Porque esperamos; según sus promesas, unos cielos nuevos y' una tierra nueva, donde
habitará la justicia.
En ésta su carta no dice cosa
particular de la resurrección de los muertos, aunque, sin duda, ha dicho lo
bastante acerca de la destrucción de este mundo, donde, refiriendo lo que
acaeció en el Diluvio, aparece que en cierto modo nos advierte cómo hemos de
entender y creer que al fin del siglo ha de perecer toda la tierra. Porque
igualmente dice que pereció en aquel tiempo el mundo que florecía entonces, y
no sólo la tierra, sino también los cielos, por los cuales entendemos, sin duda,
el aire, hasta el espacio que entonces ocupó el agua con sus crecientes. Todo o
casi todo este aire, que llama cielo o cielos (no entendiéndose en estos
ínfimos los supremos donde están el sol, la luna y las estrellas), se convirtió
en agua, y de esta forma pereció con la tierra, á la cual, en cuanto a su
primera forma, había destruido el Diluvió. Y los cielos, dice, y la tierra que
ahora existe, por el mismo decreto y disposición se conservan reservados para
el fuego, para ser abrasados en el día del juicio y destrucción de los hombres
impíos. Por lo cual los mismos cielos, la misma tierra, esto es, el mismo mundo
que pereció con el Diluvió y quedó otra vez fuera de las mismas aguas, ese
mismo está reservado para' el fuego final el día del juicio y de la perdición
de los hombres impíos.
Tampoco duda decir que sucederá
la perdición de los hombres por el trastorno tan singular y terrible que
experimentarán, aunque su naturaleza permanezca en medio de las penas eternas.
Preguntará acaso alguno: si, terminado
el juicio, ha de arder todo el orbe, antes que en su lugar se reponga nuevo cielo
y nueva tierra, y al mismo tiempo que se quemare, dónde estarán los santos, pues
teniendo cuerpos es necesario que estén en algún lugar corporal? Puede
responderse que estarán en las regiones superiores, donde no llegará a subir la
llama de aquel voraz incendio, así como tampoco alcanzaron las aguas del
Diluvio, porque los cuerpos que tendrán serán tales que estarán donde quisieren
estar. Tampoco temerán al fuego de aquel incendio, siendo, como son, inmortales
e incorruptibles, así como los cuerpos corruptibles y mortales de aquellos tres
jóvenes pudieron vivir sin daño alguno en el horno de fuego, que ardía
extraordinariamente.
CAPITULO XIX: De lo que el Apóstol San Pablo escribió a los tesalonicenses, y de la manifestación del Anticristo, después del cual seguirá el día del Señor.
Bien advierto que necesito omitir
muchas circunstancias que ocurren están escritas sobre este último y fin juicio
de Dios en los libros evangélicos y apostólicos, porque no abulte demasiado
este volumen; pero por ningún pretexto debemos pasar en silencio lo que el
Apóstol San Pablo escribe a los tesalonicenses: Os rogamos, hermanos, dice, por
la venida de nuestro Señor Jesucristo, y por la congregación de los que nos
hemos de unir con e Señor, que no os apartéis fácilmente de vuestro dictamen, ni
os atemoricéis ni por algún espíritu, ni por palabra, ni por carta, enviada en
mi nombre anunciando que llega ya la venida de Señor, no os engañe alguno, porque
antes vendrá aquel rebelde, y se manifestará aquel hombre hijo del pecado y de
la perdición, el cual se opondrá levantará contra toda doctrina y contra todo
lo que se dice y cree de Dio en la tierra de suerte que llegará sentarse en el
templo de Dios, vendiéndose a sí mismo por Dios.
No os acordáis que cuando estaba
todavía entre vosotros os decía estas cosas? Ya sabéis vosotros la causa que ahora
le detiene hasta que sea manifestado o venga el día señalado. El hecho es que
ya va obrando o se ve formando el misterio de la iniquidad entre tanto, el que
está firme ahora manténgase hasta que sea quitado el impedimento, y entonces se
manifestara aquel malvado a quien el Señor quitará la vida con el aliento de su
boca, deshará con el resplandor de su presencia a aquel que vendrá con el poder
de Satanás, con señales y prodigio mentirosos, y con toda maliciosa sedición, para
engañar y perder a los perdidos réprobos, porque no recibieron el amor de la
verdad para que salvaran. Y por esto les enviará Dios el artificio del error, a
fin de que crear la mentira y sean juzgados y condenados todos los que no
creyeren la verdad, sino que consintieren y aprobaren la maldad.
No hay duda que todo esto lo dice
del Anticristo y del día, del juicio, por que este día del señor dice que no
vendrá hasta que venga primero aquel que llama rebelde a Dios nuestro Señor; lo
cual, si puede decirse de todos los malos, cuánto más de éste?
Pero en qué templo de Dios se
haya de sentar como Dios, es incierto; si será en aquellas ruinas del templo
que edificó el rey Salomón o en la Iglesia; porque a ningún templo de los
ídolos o demonios llamará el Apóstol templo de Dios.
Algunos quieren que en este lugar,
por el Anticristo, se entienda, no el mismo príncipe y cabeza, sino en cierto
modo todo su cuerpo, esto es, la muchedumbre de los hombres que pertenecen a él
juntamente con su príncipe, y piensan que mejor se dirá en latín, como está en
el griego, no in templo Dei, sino in templum Dei sedeat, como si el fuese el
templo de Dios, esto es, la Iglesia; como decimos sedet in amicum, esto es, como
amigo.
Lo que dice y ahora bien sabéis
lo que le detiene, esto es, ya sabéis la causa de su tardanza y dilación para
que se descubra aquél a su tiempo; y porque dijo que lo sabían ellos, no quiso
manifestarlo expresamente. Nosotros, que ignoramos lo que aquéllos sabían, deseamos
alcanzar con trabajo lo que quiso decir el Apóstol, y no podemos, especialmente
porque lo que añade después hace más oscuro y misterioso el sentido.
Qué quiere decir porque ya ahora
principia a obrar el misterio de la iniquidad, sólo el que está firme ahora manténgase,
hasta que se quite el impedimento? Y entonces se descubrirá aquel inicuo? Yo
confieso que de ningún modo entiendo lo que quiso decir; sin embargo, no dejaré
de insertar aquí las sospechas humanas que, sobre esto he oído o leído.
Algunos piensan que dijo esto del
Imperio Romano, y el Apóstol San Pablo no lo quiso decir claramente porque no
le calumniasen e hiciesen cargo de que deseaba mal al Imperio a mano, el cual
entendían que había de ser eterno; como esto que dice: y ahora principia a
obrar el misterio de la iniquidad, imaginan que lo dijo por Nerón, cuyas
acciones ya parecían semejantes a las del Anticristo. Por lo social sospechan
algunos que ha de resucitar y que ha de ser el Anticristo; aunque otros piensen
que tampoco murió, sino que le escondieron para que creyeran que era muerto, y
que vivo está escondido en el vigor de la edad juvenil en que estaba cuando se
dijo que le mataron, hasta que se descubra a su tiempo y le restituyan en su
reino.
Mucho me admira la gran presunción
de los que tal opinan. Sin embargo, lo que dice el Apóstol: Sólo el que ahora
está firme manténgase hasta que se quite de en medio el impedimento, no fuera
de propósito, se entiende que lo dice del mismo Imperio Romano, como si dijera:
sólo resta que el que ahora reina reine hasta que le quiten de en medio, esto, es,
hasta que le destruyan y acaben, y entonces se descubrirá aquel inicuo; por el
cual ninguno duda que entiende el Anticristo.
Otros también, sobre lo que dice:
Bien sabéis lo que le detiene, y que principia a obrar el misterio de la
iniquidad, piensan que lo dijo de los malos e hipócritas que hay en la iglesia,
hasta que lleguen a tanto numero que constituyan un numeroso pueblo al
Anticristo, y que éste es el misterio de la iniquidad, por cuanto parece oculto;
y que, además, el Apóstol amonesta a los fieles que perseveren constantes en la
fe que profesan, cuando dice: Sólo el que ahora está firme manténgase hasta que
se quite de en, medio el impedimento, esto es, haga que salga de en medio de la
Iglesia el misterio de la iniquidad, que ahora está oculto. Porque a este
misterio piensan que pertenece lo que dijo San Juan evangelista en su epístola:
Hijitos, ha llegado la última hora, y como habéis oído decir que ha de venir el
Anticristo, también hay ahora muchos Anticristos o doctores falsos; y esto nos
da a conocer que ha llegado la última hora. Estos han salido de nosotros, mas
no eran de los nuestros, porque si hubieran sido de los nuestros hubieran
permanecido con nosotros. Igualmente dicen, así como, antes del fin, en esta hora,
que llama San Juan la última, han salido muchos herejes de en medio de la
Iglesia, a quienes llama muchos Anticristos: así, entonces saldrán de allí
todos, los que pertenecerán, no a Cristo, sino a aquel último Anticristo, y
entonces se manifestará.
Unos conjeturan de una manera y
otros de otra, sobre estas palabras oscuras del Apóstol; aunque no hay duda en
lo que dijo de que no vendrá Cristo a juzgar a los vivos y a los muertos, si
antes no viniere a engañar a los muertos en el alma su adversario el Anticristo;
aunque pertenece al ocultó juicio de Dios el haber de ser engañados por él.
Su venida será, como se ha dicho,
con todo el poder de Satanás, con señales y prodigios falsos y engañosos para seducir
a los perdidos y réprobos; porque entonces estará suelto Satanás, y obrará por
medio del Anticristo prodigios admirables, pero falsos.
Aquí suelen dudar si se llaman
señales y prodigios mentirosos; porque vendrá a engañar a los sentidos humanos
con fantasmas y, apariencias, de forma que parezca que hace lo que no hace, o
porque aquellos mismos portentos, aunque sean verdaderos, han de ser para
atraer a la mentira a los que creyeren que aquéllos no pudieron hacerse si virtud,
divina, ignorando la virtud y potestad que tiene el demonio, principalmente
cuando le consideran poder que jamás tuvo. Pues, en efecto, no diremos que
fueron fantasmas cuando vino fuego del cielo y consumió de un golpe tan
dilatada e ilustre familia, con tantos y tan numerosos hatos de ganado, del
santo Job, y cuando el torbellino impetuoso, derribando la casa, le mató los
hijos; todo lo cual fue, sin embargo, obra de Satanás, a quien dio Dios este
poder. A cuál de estas dos causas las llamó señales y prodigios mentirosos, entonces
se echará de ver mejor, aunque por cualquiera de ellas que los llame así serán
alucinados y engañados con sus señales y prodigios los que merecerán ser
seducidos, porque no recibieron, dice, el amor de la verdad para que se salvaran.
Y no dudó el Apóstol añadir: y
por eso les enviará Dios un espíritu erróneo, para que crean a la mentira y a
la falsedad. Dice que Dios le enviará, porque Dios permitirá que el demonio
ejecute estas maravillas por sus justos e impenetrables juicios, aunque el
demonio lo haga con intención inicua o maligna; para que sean juzgados, dice, y
condenados todos cuantos no creyeren en la verdad, sino que consintieron y
aprobaron la iniquidad. Por cuya razón los juzgados serán engañados y los
engañados serán juzgados; aunque los juzgados serán engañados por aquellos
juicios de Dios, ocultamente justos y justamente ocultos, con los cuales desde
el principio, desde que pecó la criatura racional, nunca dejó de juzgar. Y los engañados
serán juzgados con el último y manifiesto juicio por Jesucristo, que juzga y
condenará justísimamente, habiendo sido el Señor injusta e impíamente juzgado y
condenado.
CAPITULO XX: Que es lo que San Pablo, en la p mera epístola que escribe a los tesalonicenses, enseña de la resurrección los muertos.
Aunque en el citado lugar no
hablo de la resurrección de los muertos, no obstante, en la epístola primera
escribe a los mismos tesalonicenses dice: No queremos que ignoréis, he manos, lo
que pasa de los muertos para que no os entristezcáis como los demás que no
tienen esperanza; por que si creemos que Jesucristo murió y resucitó, asimismo
hemos de creer que Dios, a los que murieron, los ha de volver a la vida por el
mismo Jesús, resucitados por Él y con Él; porque os digo en nombre del Señor
que nosotros, que ahora vivimos, o lo que vivieren entonces cuando viniere
Señor, no hemos de resucitar primero que los otros que murieron ante porque el
mismo Señor en persona, con imperio y majestad, a voz y pregón un arcángel, y
al son de una trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que hubieren muerto en
Cristo resucitará primero; después nosotros, los que no hallaremos vivos, todos
juntamente con los que murieron antes, seremos arrebatados y llevados en las
nubes por los aires a recibir a Cristo, y así estaremos siempre con el Señor.
Estas palabras apostólicas, con
toda claridad nos enseñan, la resurrección que debe haber de los muertos cuando
venga nuestro Señor Jesucristo a jugar a los vivos y los muertos.
Pero se suele dudar si los que
hallará en la tierra Cristo Señor nuestro vivos, cuya persona transfirió el
Apóstol en sí y en los que entonces vivía con él, nunca han de morir, o si en e
mismo instante que serán arrebatados juntamente con los resucitados, por los, aires
a recibir a Cristo pasarán, con admirable presteza, por la muerte a la
inmortalidad. Pues no hemos de juzga imposible que mientras los llevan por los
aires, en aquel espacio intermedio no puedan morir y resucitar.
Lo que dice: y así siempre
estaremos con el Señor, no debemos entenderlo como si dijera que nos habíamos
de quedar con el Señor siempre en el aire; porque ni Él ciertamente quedará
allí, porque viniendo ha de pasar, pues al que viene se le sale a recibir, y no
al que está quedo. Y así estaremos con el Señor; esto es, así estaremos siempre,
teniendo cuerpos eternos dondequiera que estuviéremos con Él. Según este
sentido, parece que el mismo Apóstol nos induce a que entendamos que también
aquellos a quienes el Señor hallare vivos en el mundo, en aquel Corto espacio
de tiempo han de pasar por la muerte y recibir la inmortalidad, cuando dice: que
todos han de ser vivificados por Cristo; diciendo en otro lugar, con motivo de
hablar sobre la resurrección de los muertos: El grano que tú siembras no se vivifica,
si no muere y se corrompe primero. Cómo, pues, los que hallare Cristo vivos en
la tierra se han de vivificar por Él con la inmortalidad aunque no mueran, advirtiendo
que dijo el Apóstol: lo que tú siembras no se vivifica si primero no muere? Aunque
no digamos con propiedad que se siembra, sino de los cuerpos de los hombres que,
muriendo, vuelven a la tierra (como lo expresa la sentencia que pronunció Dios
contra el padre del linaje humano, cuando pecó: tierra eres, y a la tierra
volverás); hemos de confesar que a los que hallare Cristo cuando viniere sin
que hayan salido aún de sus cuerpos ni les comprenden estas palabras del
Apóstol ni las del Génesis; porque siendo arrebatados a lo alto por las nubes, ni
los siembran, ni van a la tierra, ni vuelven de ella; ya no pasen por la muerte,
ya la sufran por un momento en el aire.
Pero aun se nos ofrece otra duda.
El mismo Apóstol, hablando de la resurrección de los cuerpos a los corintios, dice:
Todos resucitaremos; o, como se lee en otros códices: Todos hemos de dormir. Siendo
cierto que no puede haber resurrección sin que preceda muerte, y que por el
sueño no podemos entender en aquel pasaje sino la muerte, cómo todos han de
dormir o resucitar, si tantos como hallará Cristo en sus cuerpos no dormirán ni
resucitarán? Si creyéremos que los santos que se hallaren vivos cuando venga
Cristo, y fueren arrebatados para salirle a recibir, en el mismo rapto saldrán
de los cuerpos mortales y volverán a los mismos cuerpos ya inmortales, no
encontraríamos dificultad alguna en las palabras del Apóstol; así, cuando dice
que el grano que tú siembras no se vivificará si antes no muere, como cuando
dice que todos hemos de resucitar o todos hemos de dormir; porque estos tales
no serán vivificados con la inmortalidad si primero, por poco momento que pase,
no mueren, y así tampoco dejarán de participar de la resurrección aquellos a
quienes precede el sueño, aunque brevísimos, pero efectivamente alguno. Y por
qué se nos ha de figurar increíble que tanta multitud de cuerpos se siembre en
cierto modo en el aire, y que allí luego resucite y reviva inmortal e
incorruptiblemente, creyendo, como creemos, lo que el mismo Apóstol claramente
dice: que la resurrección ha de ser en un batir de ojos, y que con tanta
facilidad y con tan inestimable velocidad el polvo de los antiquísimos cuerpos
ha de, volver a los miembros que han de vivir sin fin?
Ni tampoco debemos pensar que se
libertarán los santos de aquella sentencia que se pronunció contra el hombre: tierra
eres, y a la tierra has de volver, aun cuando al morir sus cuerpos no caigan en
la tierra, sino que en el mismo rapto, al morir, resuciten en el espacio de
tiempo que van por el aire; porque a la tierra irás quiere decir, irás en
perdiendo la vida, a lo que eras antes que tomases vida, esto es, serás sin
alma lo que eras antes que fueses animado (pues tierra fue a la que inspiró
Dios en el rostro el soplo de vida cuando fue criado el hombro animal vivo), como
si le dijeran: tierra eres animada, lo que antes no eras; tierra serás sin alma,
como antes lo eras; lo cual son aun antes de que se corrompan y pudran todos
los cuerpos de los difuntos, como también lo serán los santos si murieren, dondequiera
que mueran, cuando carecieren de la vida que al momento han de recobrar. De
esta conformidad irán a la tierra, porque de hombres vivos se harán tierra; como
se va a la ceniza lo que se hace ceniza, y se va a la senectud lo que se hace
viejo, y se va a cascote lo que del barro se hace cascote, y otras sesenta cosas
que decimos de esta manera.
Pero como ha de ser esto, que
ahora conjeturamos según las débiles fuerzas de nuestro limitado entendimiento,
podremos saberlo entonces. Porque si queremos ser cristianos, es necesario que
creamos que ha de haber resurrección de los cuerpos muertos cuando viniere
Cristo a juzgar los vivos y muertos, y no es vana en esto nuestra fe porque no
podamos perfectamente comprender el cómo ha de ser.
Tiempo es ya, como prometimos
arriba, de que manifestemos lo que pareciere bastante, de lo que dijeron
también los profetas en el Viejo Testamento de este último y final juicio de
Dios. En lo cual, a lo que entiendo, no será necesario detenernos mucho, si
procurare el lector valerse de lo que hemos ya dicho.
CAPITULO XXI: Qué es lo que el profeta Isaías dice de la resurrección de los muertos y, de la.
retribución del Nido
El profeta Isaías dice: Resucitarán
los muertos, y resucitarán los que estaban en las sepulturas, y se alegrarán
todos los que están en la tierra; porque el rocío que procede de ti les dará la
salud, pero la tierra de los impíos caerá. Las primeras expresiones de este
vaticinio pertenecen a la resurrección de los bienaventurados; mas en aquellas
donde expresa que la tierra de los impíos caerá, se entiende bien claro que los
cuerpos de los impíos caerán en la eterna condenación.
Y si quisiéramos reflexionar con
exactitud y distinción lo que dice de la resurrección, de los buenos, hallaremos
que a la primera se debe referir lo que insinúa: resucitarán los muertos; y a
la segunda, lo que sigue: y resucitarán los que estaban en las sepulturas.
Y si quisiéramos saber de
aquellos santos que en la tierra hallará vivos el Señor, congruamente se les
puede acomodar lo que añade: y se alegrarán todos los que están en la tierra, porque
el rocío que procede de ti les dará la salud. Salud, en este lugar, se entiende
muy bien por la inmortalidad, porque ésta es la íntegra y plenísima salud que
no necesita repararse con alimentos como cotidianos.
El mismo Profeta, dando primero
esperanza a los buenos y después infundiendo terror a los malos, dice de este
modo: Esto dice el Señor: Veis cómo yo desciendo sobre ellos como un río de paz
y como un arroyo que sale de madre Y riega la gloria las gentes. A los hijos de
éstos los varé sobre los hombros y en mi los consolaré; así como cuando a la
madre consuela a su hijo, así consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados; veréis,
y se holgará vuestro corazón, y vuestros huesos nacerán como hierba. Y se
conocerá la del Señor en los que le reverencia y su indignación y amenaza en
los tumaces; porque vendrá el Señor como fuego, y sus carros como un torbellino
para manifestar el grande furor de venganza y el estrago que ha de hacer con
las llamas encendidas de fuego pues con fuego ha de juzgar el se toda la tierra,
pasará a cuchillo toda carne, y será innumerable el número de los, que matará
el Señor.
En la promesa de los buenos, que
el Señor declina y baja como no de paz, en cuyas expresiones, duda, debemos entender
la abundancia de su paz, tan grande que no puede ser mayor. Con ésta, en efecto,
seremos bañados; de la cual hablan extensamente en el libro anterior.
Este río dice que le inclina y
deriva sobre aquellos a quienes promete singular bienaventuranza, para que
tendamos que en aquella región felicísima que hay en los cielos todas cosas se
llenan y satisfacen con este río; mas por cuanto la paz influirá se derramará
también en los cuerpos de terrenos la virtud de la incorrupción, e inmortalidad,
por eso dice que dina y deriva este río, para que de parte superior en Cierto
modo venga bañar también la inferior, y así haga los hombres iguales con los
ángeles
Por Jerusalén, asimismo, hemos
entender, no aquella que es, sierva, en sus hijos, sino la libre, que es más
nuestra, y según el Apóstol, eterna en los cielos, donde, después de trabajos, fatigas
y cuidados mortal seremos consolados, habiéndonos llevado como a pequeñuelos
suyos en hombros y en su seno; porque, rudos y novatos, nos recibirá y acogerá aquella
bienaventuranza nueva y de usada para nosotros con suavísimos regalos y favores.
Mil veremos y alegrará nuestro corazón. No decide lo que hemos de ver; pero qué
se, sino a Dios? De forma que se cumpla en nosotros la promesa evangélica de
que serán bienaventurados los impíos de corazón, porque ellos verán Dios, y
todas las otras maravillas y de grandezas que ahora no vemos; pero, creyéndolas
según la humana capacidad no dad, las imaginamos incomparablemente mucho menos
de lo que son. Y veréis, dice, y se holgará vuestro corazón; Aquí creéis, allí
veréis.
Pero porque dijo y se holgará
vuestro corazón, para que no pensáremos no que aquellos bienes de Jerusalén pertenecían
sólo al espíritu, añadió: Vuestros huesos nacerán y reverdecerán como la hierba;
donde comprendió la resurrección de los cuerpos como añadiendo lo que no había
dicho, pues se harán cuando los viéremos, sino cuando se hubieren hecho los
veremos.
Ya antes había dicho lo del cielo
nuevo y de la tierra nueva, refiriendo muchas veces y de diferentes manera las
cosas que al fin promete Dios a los santos. Habrá, dice, nuevos cielos y nueva
tierra; no se acordarán de los pasados, ni les pasarán por el pensamiento, sino
que en éstos hallarán alegría y contento; yo me regocijaré en Jerusalén, me
alegraré en mi pueblo, y no se oirá más en ella voz alguna de llanto, etc. Esta
profecía intentara algunos espíritus carnales referirla a aquellos mil años ya
insinuados, pues conforme a la locución profética, mezcla las frases y modos de
hablar metafóricos con los propios para que la intención cuerda y diligente, con
trabajo sutil y saludable, llegue al sentido espiritual; pero a la flojedad
carnal o En la rudeza del entendimiento que, o no ha estudiado o se ha
ejercitado poco, a contentándose con percibir la corteza de la letra, le parece
que no hay que penetrar ni buscar más en lo interior. Y baste haber dicho esto
sobre las expresiones proféticas que se escriben antes de este pasaje. Pero en
éste, de donde nos hemos apartado, habiendo dicho: y vuestros huesos nacerán o
reverdecerán como nace y reverdece la hierba, para manifestar que hacía ahora
mención de la resurrección de la carne, pero sólo de la de los buenos, añadió: y
se conocerán la mano del Señor en los que le reverencian y sirven. Qué se denota
aquí sino la mano del que distingue y aparta sus siervos y amigos de los que le
despreciaron. A éstos se refiere en lo que sigue: Y en su amenaza en los
contumaces o, como dice otro interprete, en los incrédulos. Tampoco entonces
amenazará, sino que lo que ahora dice con amenaza, entonces, se cumplirá
efectivamente. Porque vendrá el Señor dice, como fuego, y sus carros como
tempestad, para mostrar el gran furor de su venganza y el estrago que ha de
hacer con las llamas encendidas del fuego; pues con fuego ha de juzgar el Señor
toda la tierra, y pasará a cuchillo toda la carne, y será innumerable el número
de los que herirá el Señor. Ya sea con fuego, o con tempestad o con cuchillo, ello
significa la pena del juicio, puesto que dice que el mismo Señor ha de venir
como fuego, para aquellos se entiende, sin duda, a quienes ha de ser penal su
venida. Y por sus carros entendemos, no incongruentemente, los ministros
angélicos.
En lo que dice que con fuego y
cuchillo ha de juzgar toda la tierra toda la carne, tampoco, aquí debemos
entender a los espirituales y santos, sino a los terrenos y carnales, de
quienes dice la Escritura que saben gustan de las, cosas de la tierra, que
saber y vivir según la carne muerte, y a los que llama el Señor carne cuando
dice: No permanecer mi espíritu en estos hombres, porque son carne.
Lo que dice aquí: Muchos serán
los que herirá el Señor, de esta herida ha de resultar la muerte segunda. Aun
que se puede también tomar en bien el fuego, el cuchillo y la herida, por que
igualmente dijo el Señor que quería enviar fuego al mundo. y que vieron sobre
los discípulos lenguas como de fuego cuando vino el Espíritu Santo: No vine, dice
el mismo Señor a poner paz en la tierra, sino el cuchillo. A la palabra de Dios
llama Ir Escritura cuchillo de dos filos, aludiendo a los dos Testamentos, y en
los Cantares dice la iglesia Santa que está herida de caridad, como si esto
viera herida de las saetas del amor pero como leemos aquí, u oímos que ha de venir
el Señor castigando, claro está cómo han de entenderse estas palabras.
Después, habiendo referido
brevemente los que habían de ser condenado por este juicio, bajo la figura de
los manjares que se vedaban en la ley antigua, de los cuales no se abstuvieron
significando los pecadores impíos, resume desde el principio la gracia de Nuevo
Testamento, comenzando desde la primera venida del Salvador, y con incluyendo
en el último y final juicio, de que tratamos ahora. Pues refiere que dice el
Señor que vendrá a congregar todas las gentes, y que éstas vendrán y verán su
gloria; pues, según el Apóstol, todos pecaron y tienen necesidad de la gloria
de Dios. Y dice que dejará sobre ellos señales, para que admirándose de ellas, crean
en él, y que los que se salvaren de éstos, los despachará y los enviará a diferentes
gentes, y a las islas más remotas, donde nunca oyeron su nombre ni vieron su
gloria, y que éstos anunciarán su gloria a las gentes, y que traerán a los
hermanos de estos con quien hablaba, esto es, a aquellos que siendo en la fe
hijos de un mismo Dios Padre, serán hermanos de los israelitas escogidos, y que
los traerán de todas las gentes, ofreciéndoles al Señor en jumentos y carruajes
(por cuyos jumentos y carruajes se entienden bien los auxilios de Dios por
medio de sus ministros e instrumentos de cualquier género que sean, o angélicos
o humanos) a la ciudad santa de Jerusalén, que ahora en los fieles santos está
derramada por toda la tierra. Porque donde los ayuda la divina gracia, allí
creen, y donde creen allí vienen. Y los comparó el Señor a los hijos de Israel
cuando le ofrecían sus hostias y sacrificios con Salmos en su casa; lo cual
donde quiera hace al presente la Iglesia y promete que de ellos ha de escoger
para sí sacerdotes y levitas, lo que también vemos que se, hace ahora. Pues no
según el linaje de la carne y sangre, como eta el primer sacerdocio según el
Orden de Aarón sino como convenía en el Testamento Nuevo, en el que Cristo es
el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, vemos en la actualidad que, conforme
al mérito que a cada uno concede la divina gracia, se van eligiendo sacerdotes
y levitas, quienes no por el nombre de sacerdotes, el cual muchas veces
alcanzan los indignos, sino por la santidad, que no es común a los buenos y a
los malos, se deben estimar y ponderar.
Habiendo hablado así sobre esta
evidente y clara misericordia que ahora comunica Dios a su Iglesia, les
prometió, también los fines, á los cuales ha de venirse a parar por el último y
final juicio, después de hecha la distinción y separación de los buenos y de
los malos, diciendo por el Profeta, o diciendo del Señor, el mismo Profeta:
Porque así como permanecerá el
cielo nuevo y la tierra nueva delante de mí, dice el Señor, así permanecerá
vuestra descendencia y vuestro nombre y mes tras mes, y sábado tras sábado. Vendrá
toda carne a adorar en presencia en Jerusalén, dice él y saldrán y verán los
miembros los hombres que prevaricaron contra mi. El gusano de ellos no morirá, fuego
no se apagará, y será visión abominación a toda carne. Así acaba este Profeta
su libro, como así también acabará el mundo.
Algunos no traducen los miembros
de los hombres, sino cuerpos muertos de varones, significando por cuerpos
muertos la pena evidente los cuerpos, aunque no suele llamarse cuerpo muerto
sino el cuerpo sin alma, y realmente aquellos han de cuerpos animados, porque
de otra manera no podrían sentir los tormentos a no ser que se entienda serán
cuerpos muertos, esto es, de aquellos caerán en la segunda muerte; por no fuera
de propósito se pueden también llamar cuerpos muertos. Como entiende también la
otra expresión cité arriba del mismo Profeta: La tierra de los impíos caerá. Y
que no ve que de caer se derivó la palabra cadáver. Y que aquellos intérpretes
hablaron de varones en lugar de hombres, está claro, aunque nadie dirá que no
ha de haber en aquel tormento mujeres prevaricadoras, sino que por más
principal, mayormente por aquí de quien fue formada la mujer, se tiende uno y
otro sexo. Pero lo que más hace al intento, cuando igualmente de los buenos se
dice: Vendrá toda carne, porque de todo género de hombres constará este pueblo
(puesto que no han de estar allí todos los hombres ya que los más se hallarán
en las penas), según principié a decir, cuan el Profeta habla de la carne se
refiere a los buenos, y cuando habla de miembros o cuerpos muertos alude los
malos, sin duda después de la resurrección de la carne, cuya fe se establece
con estos y semejantes vocablos, lo que apartará a los buenos los malos, llevando
a cada uno a respectivos fines, declara que será juicio futuro.
CAPITULO XXII: Cómo debe de entenderse la salida de los santos a ver las penas de los malos.
Pero cómo saldrán los buenos a v
las penas de los malos? Acaso con movimiento del cuerpo dejarán aquellas estancias
y moradas bienaventuradas, e irán a los lugares de las penas y tormentos? Ni
por pensamiento, no que saldrán por ciencia, porque este modo de decir se nos
significó que los que padecerán los tormentos estarán fuera. Y así también el
Señor llamó a aquellos lugares tinieblas exteriores, cuya contraposición es
aquel infra que dice al buen siervo: Entiende el gozo de tu señor, para que no
pensemos que allá entran los malos a fin de que se sepa y tengan noticias de
ellos, antes si parece que salen ellos los buenos por la ciencia que los han de
conocer, pues han de comprender y tener exacta noticia de que está fuera. Porque
los que estará en las penas no sabrán lo que se hace allá dentro en el gozo del
Señor; pero los que estuvieren en aquel gozo, habrán lo que pasará allá fuera
en las tinieblas exteriores. Y por eso dijo saldrán, porque no se les
esconderán aun los que estarán allá fuera.
Pues si los profetas pudieron
sabe estos ocultos sucesos antes que acaeciesen, porque estaba Dios, por muy
poco que fuese, en el espíritu de aquellos hombres mortales, cómo no ha de
saber entonces las cosas ya sucedidas los santos inmortales cuando Dios estará
y será todo en todos
Permanecerá, pues, en aquella
bienaventuranza la descendencia y nombre de los santos; la descendencia, es a
saber, de la que dice San Juan: Que su descendencia permanecerá en él y el
nombre del cual, por el mismo Isaías dice: Le daré un nombre eterno, y tendrán
un mes después de otro y un sábado después de otro sábado: como quien dice luna
tras luna, y descanso tras descanso; Cristo es, sus fiestas y solemnidades
serán perpetuas, cosas ambas que tendrán ellos cuando pasaren de estas sombras
viejas y temporales a aquellas luces nuevas y eternas.
Lo que pertenece al fuego
inextinguible y al gusano vivacísimo que ha de haber en los tormentos de los
malos, de diferentes maneras lo lían declarado y entendido varios autores; porque
algunos atribuyen lo uno y lo otro al cuerpo, otros lo uno y lo otro al alma, otros
sólo propiamente el fuego al cuerpo, y el gusano metafóricamente al alma, lo
cual parece más creíble. No es tiempo ahora de disputar sobre esta diferencia, por
cuanto en este libro nos hemos propuesto la idea de tratar sólo del juicio
final, con el que se efectuará la división y distinción de los buenos y de los
malos; y en lo concerniente a los premios y penas, en otra parte lo trataremos
extensamente.
CAPITULO XXIII: Qué es Lo que profetizó Daniel de la persecución del Anticristo, del juicio de Dios y del Reino de los Cielos.
De este juicio final habla Daniel,
de tal suerte, que dice que vendrá también primero el Anticristo, y llega con
su narración al Reino eterno, de los santos. Porque habiendo visto en visión
profética cuatro bestias, que significaban cuatro reinos, y al cuarto vencido
por un rey, que se conoce ser el Anticristo, y después de éstos, habiendo visto
al Reino eterno del Hijo del hombre, que se entiende Cristo, dios: Grande fue
el horror y admiración de mi espíritu; yo, Daniel, quedé absorto con esto, y sola
la imaginación y visión interior me aterró. Y llegué a Uno de los que estaban
allí, le pregunté la verdad de todo lo que allí se representaba, y me declaró
la verdad.
Después prosigue lo que oyó a
aquel a quien preguntó la verdad de todas estas cosas, y como si el otro se las
declarara, dice: Estas cuatro bestias grandes son cuatro reinos que se
levantarán en la tierra, los cuales se desharán y tomarán al fin el Reino los
Santos del Altísimo, y le poseerán para siempre por todos los siglos de los
siglos. Después pregunté, dice, particularmente sobre la cuarta bestia porque
era muy diferente de las de más, y mucho más terrible: tenía dientes de acero, unas
de bronce, comía desmenuzaba y hollaba a las demás con sus pies; también
pregunté acerco de los diez cuernos que tenía en la cabeza, y de otro que le
nació entre ellos y derribé los tres primeros. Este cuerno tenía ojos, y una
boca que hablaba cosas grandes y prodigiosas, y parecía mayor que los demás. Estaba
yo atento, y vi que aquel cuerpo hacía guerra a los santos y prevalecía contra
ellos, hasta que vino el antiguo de días y dio el Reino a los Santos del
Altísimo, llegó el tiempo determinado y vinieron a conseguir el Reino los
Santos. Esto dice Daniel que preguntó.
Después, inmediatamente, prosigue
y pone lo que oyó, diciendo, y dijo: Esto es, aquel a quien había preguntado, respondió
y dijo: La cuarta bestia será el cuarto reino de la tierra, el cual será mayor
que todos los reinos: comerá toda la tierra, la hollará y la quebrantará. Y sus
diez cuernos, es porque de él nacerán diez reyes, y tras éstos nacerá otro, que
con sus males sobrepujará a todos los que fueron antes de él, y abatirá y humillará
a los tres Reyes, y hablará palabras injuriosas contra el, Altísimo, y
quebrantará los Santos del Altísimo; le parecerá que podrá mudar los tiempos y
la ley, y se le entregará en su mano hasta el tiempo y tiempos y la mitad del
tiempo. Y se sentará el juez, le quitará su principado y dominio para acabarle
y destruirle del todo para siempre. Y el reino y potestad y la grandeza de los
reyes que hay debajo de todo el cielo se entregará a los Santos del Altísimo. Cuyo
reino es reino eterno, y todos los reyes le servirán y obedecerán. Hasta aquí
es lo que me dijo, y a mi, Daniel, me turbaron mucho mis pensamientos, se me
demudó el color del rostro y guardé en mi corazón estas palabras que me dijo. Aquellos
cuatro reinos declaran algunos y tienen por los de, los asirios, persas, macedonios
y romanos. Quien quisiere saber con cuánta conveniencia y propiedad se dijo
esto, lea los Comentarios que escribió sobre Daniel, con particular escrupulosidad
y erudición, el presbítero Jerónimo.
Pero que ha de venir a ser
cruelísimo el reino del Anticristo contra la Iglesia, aunque por poco tiempo, hasta
que por el último y final juicio de Dios reciban los santos el Reino eterno, el
que leyere esta doctrina, aunque no sea con mucha atención, no podrá dudarlo. El
tiempo y tiempos y la mitad del tiempo se entiende por el número de los días
que después se ponen, y alguna vez en la Sagrada Escritura se declara también
por el número de los meses, que es un año dos años y medio; año, y, por
consiguiente, tres anos y medio. Pues aunque el latín parece que se ponen los
tiempos indefinidamente y sin limitación, con todo, aquí están puestos en el
número dual, del cual carecen los latinos, como le tienen los griegos, así
también dicen que lo tienen los hebreos Dice, pues, tiempos, como si dijera dos
tiempos; sin embargó, confieso que recelo nos engañemos acaso en los diez reyes
que parece ha de hallar el Anticristo, como si hubiesen de ser diez hombres; y
que así venga de repente sin pensarlo al tiempo que no, hay tantos reinos en el
dominio romano Porque quién sabe si por el número denario quiso significarnos
generalmente todos los reyes, después de los cuales ha de venir el Anticristo, coma
con el milenario, centenario y centenario se nos significa por la mayor parte
la universalidad, y con otros muchos números que no es necesario ahora referir?
En otra parte, dice el mismo
Daniel: Vendrá un tiempo de tanta tribulación, cual no se ha visto después que
comenzó a haber, gente en la tierra hasta aquel tiempo, en el cual se salvarán
los de vuestro pueblo, todos los que se hallaren escritos en el libro. Y muchos
que duermen en las fosas de la tierra se levantarán y resucitarán, unos a la
vida eterna y otros a la ignominia y confusión eterna. Y los doctos e
inteligentes resplandecerán como la claridad y resplandor del firmamento, y
todos los justos como estrellas para siempre jamás. Este pasaje es muy
semejante a aquel del Evangelio relativo a la resurrección sólo de los cuerpos
de los muertos. Porque de los que allá dice que están en los monumentos o
sepulturas, acá dice que duermen en las fosas de la tierra, o, como otros
interpretan, en el polvo de la tierra; como allá dice procedent, saldrán, si
aquí exurgent, se levantarán. Y como allá: Los que hicieron buenas obras, a la
resurrección de la vida, y los que las hicieron malas, a la resurrección del
juicio y condenación, así en este lugar: Los unos a la vida eterna, y los otros
a la ignominia y confusión eterna. No debe parecernos que hay diversidad alguna,
porque dice allá, todos los que están en los monumentos; y aquí el Profeta no
dice todos, sino muchos que duermen en las fosas de la tierra, pues en la
Escritura algunas veces se pone muchos por todos. Y así, dice Dios a Abraham: Yo
te he hecho padre de muchas gentes, a quien, sin embargo, en otro lugar dice: En
tu semilla y descendencia serán benditas todas las naciones. De esta
resurrección poco después le dicen a este mismo Profeta Daniel también: Pero tú
ven y descansa, porque antes que se cumplan los días de la consumación, tú
descansarás y resucitarás en tu suerte al fin de los días.
CAPITULO XXIV: Lo que está profetizado en los Salmos de David sobre el fin del mundo, y el.
último y final juicio de Dios
Muchas particularidades se hallan
en los Salmos relativas al juicio final, pero las más de ellas se dicen de paso
y sumariamente. Con todo, lo que allí se dice con completa evidencia acerca del
fin de este siglo, no me pareció oportuno remitirlo ni silencio: Al principio, Señor,
tú estableciste la tierra, y los cielos son de tus manos. Ellos perecerán, pero
tú permanecerás, y todos se envejecerán como la vestidura, y como una cubierta
los mudarás y se mudarán, mas tú siempre serás el mismo, y tus años jamás
faltarán.
Pregunto yo ahora: cuál es la
causa porque alabando Porfirio la religión de los hebreos, con que ellos
reverencian y adoran al sumo y verdadero Dios, terrible y formidable a los
mismos dioses, arguye a los cristianos de grandes necios; aún por testimonio de
los oráculos de sus dioses, porque decimos que ha de perecer y acabarse este
mundo? Observen aquí cómo en los libros de la religión de los hebreos le dicen
a Dios (a quien, por confesión de tan ilustre filósofo, temen con horror los
mismos dioses): los cielos son obras de tus manos: ellos perecerán. Acaso
cuando perecieren los cielos no perecerá el mundo, cuya parte suprema y más
segura son los mismos cielos? Y si este artículo, como escribe el citado
filósofo, no agrada a Júpiter, con cuyo oráculo, como con autoridad irrefragable
se culpa y condena a los cristianos, por ser ésta una de las cosas que creen, por
qué asimismo no culpa y condena la sabiduría de los hebreos como necia, en
cuyos libros tan piadosos y religiosos se halla? Y si en aquella sabiduría de
los judíos, que tanto agrada a Porfirio, que la apoya y celebra con el
testimonio de sus dioses, leemos que los cielos han de perecer, por qué tan
vanamente abomina de que en la fe de los cristianos, entre las demás cosas, o
mucho más que en todas, creemos que ha de perecer el mundo, puesto que si él no
perece no pueden perecer los cielos?
Y en los libros sagrados que
propiamente son nuestros no comunes a los hebreos y a nosotros, esto es, en los
libros evangélicos y apostólicos, se lee: que pasa la figura de este mundo, y
leemos que el mundo pasa, y que el cielo y la tierra pasarán. Pero imagino que
praeferit, transit y transibunt se dice con menos exactitud que peribunt, perecerán.
Asimismo en la epístola del Apóstol San Pedro, donde dice que pereció con el
Diluvio el mundo que entonces había, bien claro está qué parte significó por él,
todo, y en cuánto y cómo se dice que pereció, y que los cielos se conservaron o
repusieron reservados al fuego, para ser abrasados el día del juicio y
destrucción de los hombres impíos, y en lo que poco después dice: Vendrá el día
del Señor como un ladrón, y entonces los cielos pasarán con grande ímpetu, los
elementos se disolverán por el calor del fuego, y la tierra, con todo lo que
hay en ella, será abrasada; y después añade: Pues como todas estas cosas han de
perecer, cuáles debéis ser vosotros?; puede entenderse que perecerán aquellos
cielos que dijo estaban puestos y reservados, para el fuego, y que arderán
aquellos elementos que están en esta parte más ínfima del mundo, llena de
tempestades y mudanzas, en la cual dijo que estaban puestos los cielos
inferiores, quedando libres y, en su integridad los de allá arriba, en cuyo
firmamento están las estrellas.
Pues lo que dice también la
Escritura: que las estrellas caerán del cielo, fuera de que con mucha más
probabilidad puede entenderse de otra manera, antes nos muestra que han de
permanecer aquellos cielos, si es que han de caer de allí las estrellas, pues o
es modo de hablar metafórico, que es lo más creíble, o es que habrá en este
ínfimo cielo algo más admirable que lo que ahora hay. Y así es también aquel
pasaje de Virgilio: Vióse una estrella con una larga cola, discurrió por el
aire con mucha luz y se ocultó en la selva Idea. Pero esto que cité del Salmo, parece
que no deja cielo que no haya de perecer, por que donde dice: obras de tus
manos son los cielos, ellos perecerán, así como a ninguno excluye que sea obra
de [as manos de Dios, así a ninguno excluye de su última ruina.
No querrán, sin duda, explicar el
Salmo con las palabras del Apóstol San Pedro, a quien extraordinariamente
aborrecen, sino defender y salvar la religión y piedad de los hebreos, aprobada
por los oráculos de los dioses, para que a lo menos no se crea que todo el
mundo ha de perecer, tomando y entendiendo por el, todo la parte en donde dice:
ellos perecerán, pues sólo los cielos inferiores han de perecer, así como en la
citada epístola de San Pedro se entiende por el todo la parte donde dice que
pereció el mundo con el Diluvio, aunque sólo pereció su parte ínfima con sus
cielos.
Pero como he dicho, no se
dignarán reconocerlo, por no aprobar el genuino sentido del Apóstol San Pedro, o
por no conceder tanto a la final combustión, cuanto decimos que pudo hacer el
Diluvio, pretendiendo que no es posible, perezca todo el género humano, ni con
muchas aguas, ni Con ningunas llamas. Réstales decir que alabaron sus dioses la
sabiduría de los hebreos, porque no habían leído este Salmo.
También en el Salmo 49 se infiere
que habla del juicio final de Dios, cuando dice: Vendrá Dios manifiestamente, nuestro
Dios, no callará. Delante de Él irá el fuego abrasando, y en su rededor un
turbión terrible. Convocará el cielo arriba, y la, tierra, para discernir y
juzgar si pueblo. Congregad a él sus santos, los que disponen y ordenan el
testamento y la ley de Dios, y el cumplimiento de ella sobre los sacrificios. Esto
lo entendemos nosotros de Jesucristo nuestro Señor, a quien esperamos que vendrá
del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos. Porque públicamente vendrá a
juzgar entre los justos y los injustos, después de haber venido oculto y
encubierto a ser juzgado injustamente por los impíos. Este mismo, digo, vendrá manifiestamente,
y no callará; esto es, aparecerá y se manifestará con toda evidencia con voz
terrible dé juez, el que cuando vino primero encubierto calló delante del juez
de la tierra, cuando como una mansa oveja se dejó llevar para ser inmolado, y no
abrió su boca como el cordero cuando, le están esquilando, según lo leemos en
el profeta Isaías y lo vemos cumplido en el Evangelio.
Lo tocante al fuego y tempestad, y
dijimos cómo había de entenderse, tratando un punto que tiene cierta coherencia
y correspondencia con el de la profecía de, Isaías.
En lo que dice: convocará el cielo
arriba, puesto que con mucha conformidad los santos y los justos se llaman
cielo, esto será lo mismo que dice e Apóstol: Juntamente con ellos seremos
arrebatados y llevados en las nubes por los aires a recibir a Cristo. Porque, según
la inteligencia materia y superficial de la letra, cómo se llama y convoca el
cielo arriba, no pudiendo estar sino arriba?
Lo que añade, y la tierra para
discernir y juzgar su pueblo, si solamente se entiende por la palabra convocara,
esto es, convocará también la tierra, y no se entiende la palabra sursum, arriba,
parece tendrá este sentido según la fe católica; que por el cielo entendemos
aquellos que han de juzgar con el Señor, y por la tierra los que han de ser
juzgados. Y al decir convocará el cielo arriba, no entendemos aquí que los
arrebatara por los aires, sino que los subirá y sentará en los asientos de los
jueces. Puede entenderse también convocará el cielo arriba, esto es, en los
lugares superiores y soberanos, que convocará a los ángeles, para bajar con
ellos a hacer el juicio. Convocará también la tierra, esto es, los hombres que
han de ser juzgados en la tierra. Pero si hemos de suponer que se entiende
ambas cosas cuando dice: la tierra; es decir, convocará y arriba; de forma que
haga este sentido, convocará el cielo arriba, y convocará la tierra arriba; me
parece que no puede dársele otra inteligencia más conforme que la de que los
hombres serán arrebatados y llevados por los aires a recibir a Cristo. Y los
llamó cielos por las almas, y tierra por los cuerpos. Discernir y juzgar su
pueblo, que es sino, mediante el juicio, apartar y dividir los buenos de los
malos, como se suelen separar las ovejas de los cabritos?
Después, dirigiéndose a los
ángeles, dice: Congreso a él sus justos, porque, sin duda, tan grande negocio
habrá de hacerse por ministerio de los ángeles. Y si preguntásemos y deseásemos
saber qué justos son los que habrán de reunir y congregar los ángeles, dice que
son los que disponen y ordenan el testamento, la ley de Dios y el cumplimiento
de ella sobre los sacrificios. Esta es toda la vida de los justos, disponer el
testamento de Dios sobre los sacrificios. Porque o las obras de misericordia
están sobre los sacrificios, esto es, se han de preferir a los sacrificios, conforme
a lo que, dice Dios: más quiero la misericordia que el sacrificio, o sobre los
sacrificios entendamos en los sacrificios, como decimos, que se hace una grande
revolución sobre la tierra, cuando en efecto se hace en la tierra, en cuyo caso,
sin duda, las mismas obras de caridad y misericordia son sacrificios muy
agradables a Dios, como me acuerdo haberlo declarado ya en el libro X, en cuyas
obras los justos disponen el pacto y testamento de Dios, porque las hacen por
las promesas que se contienen en su Nuevo Testamento.
Congregados sus justos y
colocados a su diestra, les dirá en el último juicio y final sentencia
Jesucristo: Venid, benditos de mi Padre, y poseed el Reino que os está
preparado desde la creación del mundo; porque cuando tuve hambre, me dísteis de
comer, y lo demás que allí refiere en orden a las obras buenas de los buenos, y
de los premios eternos que se les han de adjudicar por la última y definitiva
sentencia.
CAPITULO XXV: De la profecía de Malaquías en que se declara el último y final juicio de Dios; y quienes son los que dice que se han de purificar con las penas del purgatorio.
El profeta Malaquías o Malaquí, a
quien igualmente llamaron Angel, y piensan algunos que es, el sacerdote Esdras,
de quien hay admitidos en el Canon otros libros, vaticinó el juicio final, diciendo:
Ved que viene el Señor que vosotros aguardáis, dice el Señor Todopoderoso: Y
quién podrá sufrir el día de su entrada? O quién se atreverá a mirarle seguro a
la cara? Porque vendrá como fuego purificatorio y como la hierba o jabón de los
que lavan. Y se sentará como juez a acrisolar y purificar; Como quien acrisola
el oro y la plata, purificará los hijos de Leví; los fundirá y colará los hará
pasar por el coladero, come dicen, como se pasa el oro y la plata; y ellos
ofrecerán al Señor sacrificio en justicia, y agradará al Señor el Sacrificio de
Judá y de Jerusalén, come en los tiempos pasados y como en los años primeros. Y
vendré a vosotros en juicio y seré testigo veloz y pronto contra los perversos,
contra los adúlteros, contra los que juran en falso en mi nombre, defraudan de
su salario a los jornaleros, oprimen con su potencia a las viudas y maltratan a
los huérfanos y no guardan su justicia a extraño, y los que no me temen, dice
el Señor Todopoderoso, porque y soy el Señor vuestro Dios que no me mudo.
Por lo que aquí dice, parece se
declara con más evidencia que habrá el aquel juicio varias penas purgatorias
para algunos, pues donde dice: Quién sufrirá el día de su entrada? O quién se
atreverá a mirarle con confianza la cara? Porque vendrá como fuego
purificatorio y como hierba de los que lavan, y se sentará a acrisolar y
purificar como quien acrisola el oro plata, y purificará los hijos de Leví y
los fundirá como oro y como plata qué otra cosa debemos entender Isaías también
se explica alusivamente a esto mismo cuando dice: Lavará el Señor las
inmundicias de los hijos hijas de Sión y purificará la sangre de en medio de
ellos con espíritu de juicio y espíritu de incendio. A no ser que hayamos de
decir que se purifica de las inmundicias, en cierto modo se acrisolarán cuando
separen de ellos a los malos por e juicio y condenación penal, de forma que la
separación y condenación di los impíos sea la purificación de lo buenos, por
cuanto en lo sucesivo vivirá sin mezclarse con ellos lo malos.
Pero cuando dice: Y purificará
los hijos de Leví y los fundirá como el oro y la plata, estarán ofreciendo, al
Señor sacrificios en justicia y agradar al Señor el sacrificio de Judá y de
Jerusalén, sin duda que nos manifiesta que los mismos que serán purifica dos
agradarán después al Señor con sacrificio de justicia. Así ellos se purificarán
de su injusticia con que desagradaban al Señor, y cuando estuvieren ya limpios
y puros serán los sacrificios en entera y perfecta justicia.
Porque estos tales, qué cosa
ofrecen al Señor que le sea más aceptable que a sí mismos? Pero esta cuestión
de las penas purgatorias la habremos de referir pan tratarla con más extensión
y por menor en otra parte.
Por los hijos de Leví, de Judá y
de Jerusalén debemos entender la misma Iglesia de Dios congregada, no sólo de
los hebreos, sino también de las otras naciones, aunque no como ahora es, en la
cual si dijésemos: Que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no
esta la verdad en nosotros, sino cual será entonces purgada y limpia con el
último juicio, como lo estará el trigo en la era después de aventado, estando
también ya purificados con el fuego los que tuvieren necesidad de semejante
purificación, de tal conformidad, que no haya ya uno solo que ofrezca
sacrificio por sus pecados. Porque los que así lo ofrecen están, sin duda, en
pecado, por cuya remisión le ofrecen, para que, siendo agradable y acepto a
Dios, se les remita y perdone el pecado.
CAPITULO XXVI: De los sacrificios que los santos ofrecerán a Dios; los cuales han de agradarle como le agradaron los sacrificios en los tiempos pasados y años primeros.
Queriendo Dios manifestar que su
ciudad no Observaría ya entonces estas costumbres, dijo que los hijos de Leví
le ofrecerían sacrificios en justicia, luego no en pecados, y, por consiguiente,
ni por el pecado. Así podemos entender que en lo que añade que agradará al
Señor el sacrificio de Judá y. de Jerusalén, como en los tiempos pasados y como
en los años primeros, inútilmente los judíos se prometen el restablecimiento de
sus pasados sacrificios conforme a la ley del Viejo Testamento, pues en aquella
época no ofrecían los sacrificios en justicia, sino en pecado) cuando
principalmente los ofrecían por la expiación de los pecados, de modo que el
mismo sacerdote (el cual debemos creer, sin duda, que era el más justo entre
los demás, conforme al mandamiento de Dios) acostumbraba primeramente ofrecer
por sus pecados y después por los del pueblo.
Por lo cual nos conviene declarar
cómo debe entenderse esto que dice: Como en los tiempos pasados y como en los años
primeros. Acaso denota aquel tiempo en el que los meros hombres vivían en el
Paraíso pues entonces, como estaban puros limpios de todas las manchas del
pecado se ofrecían a sí mismos a Dios por hostia y sacrificio purísimo. Por
después que fueron expulsados de aquí jardín delicioso por el enorme peca que
cometieron, y quedó condenada ellos la naturaleza humana a excepción del
Mediador, nuestro Salvad y después del bautismo los niños y los pequeñuelos, ninguno
hay limpio mancilla, como dice la Escritura, aun cl niño nacido de un solo día.
Y si dijesen que también ofrecen sacrificio en justicia los que le ofrecen con
fe (porque el justo de la fe viví aunque a sí mismo se engaña si di que no
tiene pecado yo no lo dice porque vive de la fe), acaso habrá quien diga que
esta época de la puede igualarse con aquella del último fin, cuando con el
fuego del juicio final serán purificados los que ofrecen sacrificios en
justicia? Así, pues, con después de tal purificación debe creerse que los
justos no tendrán género alguno de pecado, seguramente que aquel tiempo, por lo
tocante a no tener pecado, no debe compararse con ningún tiempo, sino con aquel
en que los primeros hombres vivieron en Paraíso antes de la prevaricación, con
una felicidad inocentísima, Así que muy bien se entiende que nos significo esto
la Escritura cuando dice: Como en los tiempos pasados y como en los años
primeros. Pues también por profeta Isaías, después que nos prometió nuevo cielo
y nueva tierra, entre otras cosas que refiere allí de la bienaventuranza de los
santos en forma de alegorías y figuras misteriosas, cuya congrua declaración me
indujo dejar el cuidado que llevo de no ser prolijo, dice: Los días de mi
pueblo serán como los del árbol de la vida. Y quién hay que haya puesto algún
estudio de la Sagrada Escritura, que no sepa dónde estaba el árbol de la vida, de
cuya fruta, quedando priva dos los primeros hombres, cuando si propio crimen
los desterré del Paraíso quedó guardada por una guardia de fuego muy terrible
puesta alrededor del árbol? Y si alguno pretendiere establece como inconcuso
que aquellos días del árbol de la vida, de que hace mención el profeta Isaías, se
entienden por estos días que ahora corren de la Iglesia de Cristo, y que al
mismo Cristo llama proféticamente árbol de la vida, porque él es la sabiduría
de Dios, de la cual dice Salomón: que es árbol de vida para todos los que la
abrazaren; y que aquellos primeros hombres no duraron años en el Paraíso, sino
que los echaron de él tan presto que no tuvieron tiempo de procrear allí hijos,
y que por lo mismo no se puede entender por aquel tiempo lo que dice: Como en
los tiempos pasados y años primeros, omitiré esta cuestión por no verme
precisado a resolver y examinarlo todo, para que parte de esta doctrina la
confirme la verdad manifestada. Porque se me ofrece otra inteligencia, para que
no creamos que por particular beneficio nos promete el Profeta los tiempos
rasados y años primeros de los sacrificios carnales. Pues aquellas hostias y
sacrificios de ley antigua, de ciertas reses y animales sin defecto, ni género
de vicio ni imperfección, que mandaba Dios se le ofreciesen en sacrificios, eran
figura de los hombres santos, cual sólo se halló Cristo sin ningún género de pecado.
Y por eso, después del juicio, cuando estarán también purificados con el fuego
los que tuvieren necesidad de igual purificación, en todos los santos no se
hallará Vestigio de pecado, y así se ofrecerán a sí mismos en justicia; de
forma que aquellas hostias que vendrán a ser del todo sin tacha ni mancilla y
sin ningún género de vicio ni imperfección, serán sin duda como en los tiempos
pasados, y como en los años primeros, cuando en sombra y representación de esto
que había de ser el tiempo designado, se ofrecían purísimas y perfectísimas
víctimas; porque habrá entonces en los cuerpos inmortales y en el espíritu de los
santos la pureza que se figuraba en los cuerpos de aquellas hostias.
Después por los que no merecerán
la purificación, sino la condenación, dice: Vendré a vosotros en juicio, y será
testigo veloz y pronto contra los impíos y contra los adúlteros, etc. Y habiendo
indicado estos pecados dignos del último anatema, añade: Porque yo soy el Señor
vuestro Dios y no me mudo, como si dijera: cuando os haya transformado vuestra
culpa en peores y mi gracia en mejores, yo no me mudo. Dice que será Él testigo,
porque en su juicio no tendrá necesidad de testigos. Y éste será pronto y veloz,
o porque vendrá de improviso, y con su impensada venida será un juicio
acelerado y brevísimo el que nos parecía a nuestro corto modo de entender
tardísimo, o porque convencerá a las mismas, conciencias sin prolijidad alguna de
palabras pues como dice la Escritura: Conocerá Dios examinará los pensamientos
de los impíos; y el Apóstol: Según que sus propios pensamientos los acusaren o
excusaren, conforme a ellos los juzgará Dios el día en que vendrá a juzga los secretos
de los hombres por Jesucristo, según el Evangelio que yo os he predicado. Luego
también debemos entender que será el Señor testigo veloz, cuando sin dilación
no traerá a la memoria cuanto puede convencernos, y nos castigará la conciencia.
CAPITULO XXVII: Del apartamiento de los buenos y de los malos, por el cual se declara la división que habrá en el juicio final.
Lo que con otro intento referí de
este mismo Profeta en el libro XVII, pertenece también al juicio final, donde
dice: Ya tendré yo a éstos, dice el Señor Todopoderoso, en el día que tengo de
hacer lo que digo, como hacienda mía propia, yo los tendré escogidos, como el
hombre que tiene elegido a un hijo obediente, y que le sirve bien. Volveré y
veréis la diferencia que hay cutre el justo y el injusto y entre el que sirve a
Dios y el que no le sirve. Porque, sin duda, vendrá aquel día ardiendo como un
horno, el cual los abrasará y serán todos los idólatras y los que sirven
impíamente como una paja seca, y los abrasará aquel día que ha de venir, dice
el Señor. Todopoderoso, de manera que ni quede raíz ni ramo de ellos. Pero los
que teméis mi nombre, os nacerá el Sol de justicia y vuestra salud en sus alas;
saldréis y os regocijaréis como los novillos que se ven sueltos de la prisión, y
hollaréis a los impíos hechos ya ceniza debajo de vuestros pies dice el Señor
Todopoderoso.
Esta diferencia de los premios y
de las penas, que divide a los justos de los pecadores, y que no echamos de ver
debajo de este Sol, en la vanidad de esta vida, cuando se nos descubriere
debajo de aquel Sol de justicia, en la manifestación de aquella vida, habrá
ciertamente un juicio, cual nunca le hubo.
CAPITULO XXXVIII: Que la ley de Moisés debe entenderse espiritualmente, para que, entendiéndola carnalmente, no se incurra en murmuraciones reprensibles.
En lo que añade el mismo Profeta:
Acordaos de la ley de mi siervo Moisés, que yo le di en Horeb, para que la observase
puntualmente todo Israel, refiere a propósito los preceptos y juicios después
de haber declarado la notable diferencia que ha de haber entre los que
guardaren la ley y entre los que la despreciaren, para que juntamente aprendan asimismo
a entender espiritualmente la ley, y busquen en ella a Cristo, que es el Juez
que ha de hacer este apartamiento entre los buenos y los malos. Porque no en
vano el mismo. Señor dijo a los judíos: Si creyeseis a Moisés, también me
creeríais a mi, porque de mí escribió él. Pues como tomaban la ley carnalmente
y no sabían que sus promesas terrenas eran figuras de cosas celestiales, incurrieron
en aquellas murmuraciones que se atrevieron a propalar: Vano es el que sirve a
Dios. Qué utilidad hemos sacado de haber observado sus mandamientos y vivido
sencillamente en el acatamiento del Señor Todopoderoso? Viendo esto tenemos por
dichosos a los extraños, pues que vemos medrados y engrandecidos a todos los
que viven mal.
Estas sus expresiones, en algún
modo, obligaron al Profeta a anunciarles el juicio final, donde los malos ni
aun falsa ni aparentemente serán felices; sino que evidentemente serán muy
miserables; y los buenos no sentirán miseria, ni aun la temporal, sino que
gozarán de una bienaventuranza evidente y eterna. Pues, arriba había referido
algunas palabras de éstos alusivas a lo mismo, que decían: Todos los malos son
buenos en los ojos del Señor, y estos tales deben agradarle. A estas murmuraciones
contra Dios se precipitaron, entendiendo carnalmente la ley de Moisés. Y por lo
mismo dice el rey Profeta que por poco se les fueran los pies, se deslizara y
cayera de puro celo y envidia de ver la paz de que gozaban los pecadores; de modo
que entre otras cosas viene a decir Cómo es posible que sepa Dios nuestras
cosas y que en lo alto se sepa que acá pasa? Y vino a decir también: Acaso he
justificado en vano mi corazón y lavado mis manos entre los inocentes?
Para resolver esta cuestión tan
difícil que resulta de ver a los buenos en miseria y a los malos en prosperidad
dice: Esto es asunto muy difícil de comprender para mí ahora, hasta que entre
en el Santuario de Dios y le acabe de entender en el día final. Porque en el
juicio final no será así sino que descubriéndose entonces la infelicidad de los
malos y la prosperidad y felicidad de los buenos, se advertirá otra cosa muy
diferente de le que ahora pasa.
CAPITULO XXIX: De la venida de Ellas antes del juicio y cómo descubriendo con su predicación los secretos de la divina Escritura, se convertirán los judíos.
Habiendo advertido que se
acordasen de la ley de Moisés, porque preveía que un después de mucho tiempo no
la habían de entender espiritualmente, como sería justo, inmediatamente añade: Yo
les enviaré, antes que venga aquel día grande y famoso del Señor, a Elías
Thesbite; él les predicará, y convertirá el corazón del padre al hijo, y el corazón
del hombre su prójimo, porque cuando venga no destruya del todo la tierra.
Es muy común en la boca y corazón
de los fieles que explicándoles la ley este profeta Elías, grande y admirable, han
de venir a creer los judíos en el verdadero Cristo, es decir, en el nuestro; porque
este Profeta es el que se espera, no sin razón, que ha de venir antes que venga
a juzgar el Salvador, y éste también, no sin causa, se cree que vive aun ahora,
puesto que fue al que arrebataron de entre los hombres en un carro de fuego, como
expresamente lo dice la Sagrada Escritura.
Cuando viniere éste manifestando
a los judíos espiritualmente la ley, que ahora entienden carnalmente, convertirá
el corazón del padre al hijo, esto es, el corazón de los padres a los hijos: porque
los setenta intérpretes pusieron el número singular por el plural; y quiere
decir que también los hijos, esto es, los judíos, entiendan la ley como la
entendieron sus padres, es decir, los Profetas, entre, quienes comprendía
también al mismo Moisés; pues entonces, se convertirá el corazón de los padres
en los hijos, cuando se les enseñare a los hijos la inteligencia de los padres,
y el corazón de los hijos en sus padres, cuando lo que sintieron los unos
sintieren también los otros.
Aquí también, los setenta dijeron:
El corazón del hombre en su prójimo, porque son entre sí muy prójimos los
padres y los hijos, aunque en las expresiones de los setenta, los cuales
hicieron su versión auxiliados e inspirados del Espíritu. Santo, puede hallarse
otro sentido, y éste más selecto: es decir, que Elías ha de convertir el
corazón de Dios Padre en el Hijo, no porque hará que el Padre ame al Hijo, sino
porque enseñará que el Padre ama al Hijo al fin de que los judíos amen también
al mismo que antes aborrecían que es nuestro Cristo, pues ahora, en sentir, de
los judíos, tiene Dios apartado el corazón de nuestro Cristo, dado que no
admiten que Cristo es Dios, ni Hijo de Dios. En dictamen de ellos, pues
entonces se convertirá su 'corazón al Hijo, cuando ellos ablandando y
convirtiendo su corazón, aprendieren y supieren el amor del Padre para con el Hijo.
Lo que sigue: Y el corazón del
hombre su prójimo, esto es, convertirá Elías el corazón del hombre a su prójimo,
qué otra cosa puede entenderse mejor que el corazón del hombre al Hombre Cristo?
Porque siendo Dios nuestro Dios, tomando forma de siervo, se dignó también
hacerse nuestro prójimo.
Esto, pues, hará Elías, porque
cuando venga yo, no destruya, del todo la tierra, ya que tierra son todos los
que saben y gustan de las cosas terrenas, como hasta la actualidad los judíos
carnales, y de este vicio nacieron aquellas murmuraciones contra Dios, cuando
decían: Que le debían de agradar los malos, y que era vano e iluso el que sirve
a Dios.
CAPITULO XXX: Que en el Testamento Viejo, cuando leemos que Dios ha de venir a juzgar, debemos entender que es Cristo.
Otros muchos testimonios hay en
la Sagrada Escritura sobre el juicio final de Dios; pero haríamos larga
digresión si intentaremos reunirlos todos. Baste, pues, haber probado que lo
dice así el Viejo y el Nuevo Testamento, aunque en el Viejo no está tan expreso
que Cristo ha de hacer por sí el juicio, esto es, que haya de venir Cristo
desde el cielo a juzgar, como lo está en el Nuevo. Porque cuando dice allá que
vendrá el Señor Dios, no se deduce que entienda Cristo, pues el Señor Dios es
el Padre, lo es el Hijo y lo es él Espíritu Santo; así que tampoco este punto
nos conviene dejar sin examen. Primeramente manifestaremos, cómo Jesucristo
habla como el Señor Dios en los libros de los Profetas, y, sin embargo, aparece
evidentemente Jesucristo; para que asimismo, cuando no se expresa así, y, con
todo, se dice que ha de venir a aquel juicio final el Señor Dios, se pueda
entender de Jesucristo.
Hay un pasaje en el profeta
Isaías que claramente nos muestra lo mismo que digo. En él dice Dios por su
Profeta: Escuchadme, Jacob, e Israel, a quien yo he puesto este nombre. Yo soy
el primero, y soy para siempre. Mi mano fundó la tierra y mi diestra estableció
el cielo. Los llamaré, y acudirán juntos; se congregarán todos, oirán. Quién le
anunció estas cosas? Como te amaba hice tu voluntad sobre Babilonia, de modo
que quité de allí el linaje de los caldeos. Yo le dije y yo lo llamé, y yo le
traje y le di buen viaje. Llegaos a mí, y escuchad lo que digo. Desde el
principio nunca dije o hice una cosa a escondidas, cuando se hacían, allí
estaba yo; y ahora mi Señor me envió y su Espíritu. En efecto: él es el que
hablaba como Señor y Dios, y, sin embargo, no se entendiera Jesucristo si no
añadiera: Y ahora mi Señor me envió y su Espíritu. Porque esto lo dijo según la
forma de siervo, de cosa futura, usando de la voz del tiempo pasado como se lee
en el mismo Profeta: Como una oveja le llevaron a sacrificar; no dice le
llevarán, sino que por lo que había de ser en lo venidero puso la voz del tiempo
pasado. Y muy de ordinario usa el Profeta de esta manera de explicarse.
Hay otro lugar en Zacarías que
nos manifiesta lo mismo con toda evidencia; es decir, que el Todopoderoso envió
al Todopoderoso. Quién a quién, sino Dios Padre a Dios Hijo? Porque dice así: Esto
dice el Señor Todopoderoso. Después de la gloria me envió a las gentes que os
despojaron a vosotros; porque el que os tocare es como quien me toca a mí en
las niñas de los ojos. Advertid que yo descargaré mi mano sobre ellos, y serán
despojos de los que fueron sus siervos, y conoceréis que el Señor Todopoderoso
me envió a mi. Ved aquí Como dice Dios Todopoderoso que le envió Dios
Todopoderoso. Quién se atreverá a entender aquí a otro que a Cristo, que habla
de las ovejas que se perdieron de la casa de Israel? Porque el mismo Jesucristo
dice en el Evangelio: Que no fue enviado sino para salvar las ovejas que se
perdieron de la casa de Israel; las cuales comparó aquí a las niñas de los ojos
de Dios, por el singular y afectuosísimo amor que las tiene; y esta especie de
ovejas fueron también los mismos Apóstoles. Después de la gloria, se entiende
de su resurrección (antes de la cual, según dice el Evangelista San Juan: Que
aun no había Dios dado su espíritu, porque aun no se había glorificado Jesús), también
fue enviado a las gentes en sus Apóstoles, y así se cumplió lo que leemos en el
real Profeta: Me sacarás de las contradicciones de mi pueblo, y me harás cabeza
de las gentes; para que los que habían despojado a los israelitas, y a quienes
habían servido los mismos israelitas cuando estaban sujetos a los gentiles, fuesen
despojados, no del modo que ellos despojaron a los israelitas, sino que ellos
mismos fuesen los despojos de los israelitas, porque así lo prometió el Señor a
sus Apóstoles, cuando les dijo: Que los haría pescadores de hombres. Y a uno de
ellos le dijo: En lo sucesivo pescarás hombres. Serán, pues, despojos, más para
su bien, como los vasos y alhajas que el Evangelio quita de las manos de aquel
fuerte, después de haberle amarrado más fuertemente.
Y hablando el Señor por el mismo
Profeta, dice: En aquel día procuraré destruir y acabar todas las gentes que
vienen contra Jerusalén, y derramaré sobre la casa de David y sobre los
moradores de Jerusalén el espíritu de gracia y misericordia, y volverán los
ojos a mí por aquel a quien mal trataron, y llorarán sobre él, un gran llanto, como
sobre un hijo carísimo; y se dolerán corno sobre la muerte del unigénito. Acaso
pertenece a otro que a Dios el destruir y exterminar todas las gentes enemigas
de la ciudad santa de Jerusalén, que vienes contra ella; esto es, que le son
contrarios, o como otros los han interpretado, vienen sobre ella, esto es para
sujetarla a su dominio; o pertenece a otro que a Dios el derramar sobre la casa
de David y sobre los moradores de la misma ciudad el espíritu de gracia y de
misericordia? Esto, sin duda, toca a Dios, y en persona del mismo Dios lo dice
el Profeta; y, sin embargo, manifiesta Cristo que Él es este Dios que obra
maravillas y portentos tan grandes y tan divinos, cuando añade y dice: Y
volverán los ojos a mí porque me ultrajaron, y lloraran por ello un gran llanto,
como sobre la muerte de un hijo muy querido, y se dolerán como sobre la de un
unigénito. Porque les pesará en aquel día a los judíos, aun a aquellos que
entonces han de recibir el espíritu de gracia y misericordia, por haber
perseguido, mofado y ultrajado a Cristo en su Pasión, cuando volvieron los ojos
a Él y le vieren venir en su majestad, y reconocieron en Él a Aquel a quien, abatido
y humillado, escarnecieron y burlaron sus padres. Aunque también los mismos
padres; los autores de aquella tan execrable tragedia, resucitarán y le verán; mas
para ser castigados, no para ser corregidos. Así, pues, no se debe entender que
se refiere a ellos dónde dice: Y derramaré sobre la casa de David y sobre los
moradores de Jerusalén el Espíritu de gracia y misericordia, y volverán los
ojos a mí porque me ultrajaron; sino que de su linaje y descendencia vendrán
los que en aquel tiempo por Elías han de creer. Pero así como decimos a los
judíos: vosotros matásteis a Cristo, aunque este crimen no le cometieron ellos,
sino sus padres, así también éstos se dolerán y les pesará de haber hecho en
cierto modo lo que hicieron aquellos de cuya estirpe ellos descienden. Y aunque
habiendo recibido el espíritu de gracia y misericordia, siendo ya fieles, no serán
condenados con sus padres, que fueron impíos, con todo, se dolerán como si
ellos hubieran perpetrado el execrable crimen que sus padres cometieron. No se
dolerán, pues, porque les remuerda la culpa del pecado, sino que sentirán con afectos
de piedad. Y, en realidad, de verdad, donde los setenta intérpretes dijeron: Y
volverán los hijos a mí porque me ultrajaron, lo traducen del hebreo así: Y
volverán los ojos a mí, a quien enclavaron; con lo que más claramente se representa
Cristo crucificado. Aunque aquel insulto, ultraje y escarnio que quisieron
mejor poner los setenta no faltó tampoco al Señor en todo el curso de su Pasión.
Porque le escarnecieron y ultrajaron cuando le prendieron, cuando le ataron, cuando
le condenaron a muerte, cuando le vistieron con la ignominiosa vestidura y le
coronaron de espinas, cuando le, hirieron con la caña en su cabeza, y haciendo
burla de Él, puestos de rodillas le adoraron; cuando llevaba a puestas su cruz
y cuando estaba clavado en el madero de la cruz. Y así, siguiendo no solamente
una interpretación, sino juntándolas ambas, y leyendo que le ultrajaron y
enclavaron más plenamente reconocemos la verdad de la Pasión del Señor.
Cuando leemos en los Profetas que
vendrá Dios a hacer el juicio final, aunque no se ponga otra distinción, solamente
por el mismo juicio debemos entender a Cristo; porque aunque el Padre juzgará, sin
embargo, juzgará por medio de la venida del Hijo del Hombre. Pues él no ha de
juzgar a ninguno por la manifestación de su presencia, sino que el juicio
universal de todos le tiene entregado a su Hijo, el cual se manifestará en
traje de hombre para juzgar, así como siendo hombre fue juzgado.
Y quién otro puede ser aquel de
quien asimismo habla Dios por Isaías bajo el nombre de Jacob y de Israel, de
cuyo linaje tomó su bendito cuerpo, cuando dice así: Ved aquí a Jacob, mi siervo;
yo le recibiré, y a Israel, mi escogido, le ha agradado mi alma le he dado mi
espíritu, manifestará el juicio a las gentes. No clamará ni cesará, ni se oirá
fuera su voz. No Quebrantará la caña quebrada, ni apagará el pábilo que humea
sino que con verdad manifestará el juicio. Resplandecerá y no le quebrantarán
hasta que ponga en la tierra el juicio, y esperarán las gentes en su nombre? En
el hebreo no se lee Jacob e Israel; lo que allí se lee es mi siervo, porque los
setenta intérpretes, queriendo advertir cómo ha, de entenderse aquello pues, en
efecto, lo dice por la forma de siervo, en la cual el Altísimo se nos manifestó
humilde y despreciable, para significárnosle pusieron el nombre del mismo
hombre de cuya descendencia y linaje tomó esta misma forma de siervo. Diósele
el Espíritu Santo; lo cual, como narra el Evangelio, se mostró baje la figura
de paloma. Manifestó el juicio a las gentes, porque dijo lo que estaba por
venir y oculto a las gentes. Por su mansedumbre, no cIamó, y, con todo, no cesó
ni desistió de predicar la verdad; pero no se oye su voz afuera, ni se oye, pues
por lo que están fuera, apartados y desmembrados de su cuerpo, no es obedecido.
No quebrantó ni mató a los mismo judíos sus perseguidores, a quienes compara a
la caída quebrada que ha perdido su entereza, y al pábilo o pavesa que humea
después de apagar la luz, porque los perdonó el que no venia aún a juzgar, sino
a ser juzgada por ellos. En verdad, les manifestó e juicio, diciéndoles con
precisión y anticipación de tiempo cuándo habían de ser castigados si perseverasen
en si malicia. Resplandeció su rostro en el monte, y en el mundo su fama, no se
doblegó o quebrantó, porque no cedió sus perseguidores, de forma que desistiese
y dejase de estar en si y e su Iglesia, y por eso nunca sucedió ni sucederá lo que
dijeron o dicen su enemigos: Cuándo morirá y perecerá su nombre?; hasta que
ponga en la tierra el juicio.
Ved aquí cómo está claro y
manifiesto el secreto que buscábamos. Por que éste es el juicio final que
pondrá Cristo en la tierra cuando venga del cielo; de lo cual vemos ya cumplido
que aquí últimamente se pone: Y en su nombre esperarán las gentes. Si quiera
por esto, que no lo pueden negar, crean también lo que descaradamente niegan. Pues
quién habrá d esperar lo que estos que todavía no quieren creer en Cristo ven
ya, como lo vemos nosotros, cumplido, y porque no pueden negarlo crujen los
dientes y se pudren y consumen? Quién, digo, podría suponer que las gentes
habían de esperar en el nombre de Cristo cuándo le prendían, ataban, herían, escarnecían
y crucificaban; cuando los mismos discípulos perdían ya la esperanza que habían
comenzado a tener en él? Lo que entonces apenas un ladrón esperó en la cruz, ahora
lo esperan las gentes que están derramadas por todo el orbe, y por no morir con
muerte eterna se signan con la cruz en que Él murió.
Ninguno hay que niegue o dude que
Jesucristo ha de hacer el juicio final de modo y manera que nos lo expresan
estos testimonios de la Sagrada Escritura, sino los que, no sé con qué Incrédula
osadía o ceguedad, no prestan su asenso a la misma Escritura, la cual se ha
cumplido ya, manifestando su verdad a todo el orbe de la tierra.
Así que en aquel juicio, o por
aquellos tiempos, sabemos que ha de haber todo esto: Elías Thesbite, la fe de los
judíos, el Anticristo que ha de perseguir, Cristo que ha de juzgar, la
resurrección de los muertos, la separación de los buenos y de los malos, la
quema general del mundo y la renovación del mismo. Todo lo cual, aunque debe
creerse que ha de suceder, de qué forma y con qué orden acontecerá, nos lo
enseñará entonces la experiencia, mejor que ahora lo puede acabar de comprender
la inteligencia humana. Sin embargo, presumo que sucederá según el orden que
dejó referido.
Dos libros nos restan tocantes a
esta obra para cumplir, con el favor de Dios, nuestra promesa: el uno, tratará
de las penas de los malos, y el otro, de la felicidad de los buenos. En ellos, principalmente,
con los auxilios del Altísimo, refutaremos los argumentos humanos que les
parece a los infelices que proponen sabiamente contra lo dicho y contra las
promesas divinas, y desprecian como falsos y ridículos los saludables pastos
con que se alimenta y sustenta la fe que nos da la salud eterna. Pera los que
son sabios, según Dios, para todo lo que pareciere increíble a los hombres, con
tal que esté en la Sagrada Escritura, cuya verdad de muchos modos está
establecida, tienen por indisoluble argumento la verdadera omnipotencia de Dios,
el cual saben por cierto que en manera alguna pudo en ella mentir, y que le es posible
lo que se le hace imposible al incrédulo e infiel,
LIBRO VIGÉSIMO PRIMERO: El infierno fin de la ciudad terrena.
CAPITULO I: Del orden que ha de observarse en esta discusión.
Habiendo ya llegado, por mano y
alta disposición de Jesucristo, Señor nuestro, Juez de vivos y muertos, a sus
respectivos fines ambas ciudades la de Dios y la del demonio, trataremos en
este libro con la mayor diligencia y exactitud, según nuestras débiles fuerzas
intelectuales, auxiliados por Dios, cuál ha de ser la pena del demonio y de
todos cuantos a él pertenecen.
He querido observar este orden
para venir a tratar después de la felicidad de los santos, porque uno y otro ha
de ser juntamente con los cuerpos; y más increíble parece el durar los cuerpos
en las penas eternas, que el permanecer sin dolor alguno en la eterna
bienaventuranza; y así, cuando haya expuesto que aquella pena no debe ser
increíble, me servirá y favorecerá mucho para que se crea con más facilidad la
inmortalidad, que está libre y exenta de todo género de pena, como es la que
han de gozar los cuerpos de los santos.
Este orden no desdice del estilo
de la Sagrada Escritura, en la cual, aunque algunas veces se pone primero la bienaventuranza
de los buenos, como en aquella sentencia: Los que hubieren practicado obras
buenas resucitaran para la resurrección de la vida; y los que las hubieran
hecho malas, a la resurrección del juicio y condenación. Sin embargo, en varias
ocasiones se pone también la última, como en aquella expresión: Enviará el Hijo
del Hombre sus ángeles; recogerán y juntarán de su reino todos los escándalos, y
los arrojarán en el fuego ardiendo, adonde habrá llantos y crujir de dientes. Entonces
los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. Y lo que dice el
Profeta: Así irán los malos a las penas eternas, y los buenos a la vida eterna.
Y, finalmente, en las profecías, si alguno lo advirtiere, hallará que se guarda
algunas veces este orden y otras el otro; pero ya tengo apuntada la causa por
qué he hecho elección del citado orden.
CAPITULO II: Si pueden los cuerpos ser perpetuos en el fuego.
A qué fin he de demostrar, sino
para convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando
animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino
que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que
atribuyamos este prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso; antes, si, niegan
que lo demostremos por medio de algún ejemplo.
Si respondemos a éstos que hay, efectivamente,
algunos animales corruptibles porque son mortales, que, sin embargo, viven en
medio del fuego, y que asimismo se halla cierto género de gusanos en los manantiales
de aguas cálidas o terrenales, cuyo calor nadie puede sufrir inmune, y ellos no
sólo viven dentro de él sin padecer daño, sino que fuera de aquel lugar no
pueden vivir, seguramente que cuando así les mostremos este raro fenómeno, o no
lo querrán creer, si no se lo podemos manifestar con evidencia, o si podemos
evidenciárselo presentándoselo a sus propios ojos, o probarlo con testigos
idóneos, con la misma incredulidad dirán que no basta esta demostración para
ejemplo o legítima consecuencia de la cuestión que se trata, por cuanto los
tales animales no viven siempre, y en el citado dolor viven sin dolor, puesto
que en aquellos elementos, siendo convenientes proporcionados a su naturaleza, vegetan
y se sustentan y no se lastiman acongojan, como si no fuera más increíble
vegetar, nutrirse y sustentar con semejante alimento, que lastimarse y
menoscabarse con él. Porque maravilla es sentir dolor en el fuego, y, con todo,
vivir; pero aun es mayor maravilla vivir en el fuego y no sentir dolor. Y si
esto se cree, por qué no otro?
CAPITULO III: Si es consecuencia que al dolor corporal suceda la muerte de la carne.
Pero, dicen, ningún cuerpo, hay
que pueda sentir dolor y que no pueda morir. Y esto, de dónde lo sabemos. Porque
quién está seguro de si los demonios sienten dolor corporalmente cuando
confiesan a voces que padece horribles tormentos? Y si respondieren que no hay
cuerpo alguno terreno, es a saber, sólido y visible, y, por decirlo mejor y en
una palabra, que no hay carne alguna que pueda sentir dolor y que no pueda
morir, qué otra cosa dicen sino lo que los hombres ha conocido con el sentido
del cuerpo con la experiencia? Porque, efectivamente, no conocen carne que no
es mortal.
Este es todo el argumento de los
que imaginan que de ningún modo puede ser lo que no han visto por experiencia. Pero
qué razón hay para hacer al dolor argumento de la muerte, siendo antes indicio
y prueba real de vida? Porque aunque preguntamos dudamos si puede vivir siempre,
si embargo, es cierto e innegable que vive todo lo que siente dolor, y que
cualquiera dolor que sea no se puede hallar sino en objeto que viva. A que es
indispensable que viva el que siente dolor, y no es preciso que mate el dolor, puesto
que aun a estos cuerpos mortales, y que, en efecto, ha de morir, no los mata o
consume todo dolor.
La causa de que algún dolor pueda
matar consiste en que de tal manera está el alma trabada con el cuerpo que cede
a los dolores vivos y se ausenta de él, porque la misma trabazón de los
miembros y potencias vitales es tan débil que no puede sufrir y durar contra
aquella violencia que causa un extraordinario o sumo dolor. Y entonces el alma
se unirá con un cuerpo de tal calidad y en tal modo, que aquella trabazón
tampoco la corromperá dolor alguno. Por tanto, aunque al presente no hay carne alguna
de tal configuración que pueda sufrir dolor y no pueda sufrir la muerte, sin
embargo, entonces será la carne tal cual no es ahora, así como también será tal
la muerte cual no es ahora, porque la muerte será sempiterna, cuando ni podrá
el alma vivir no teniendo a Dios en su favor, ni estar exenta de dolores del
cuerpo, estándose muriendo. La primera muerte expele del cuerpo al alma, aunque
no quiera; la segunda muerte tiene al alma en el cuerpo, aunque no quiera; y
así, comúnmente, se dice de una y otra muerte que padece el alma de su peculiar
cuerpo lo que no quiere.
Consideran nuestros antagonistas
que ahora no hay carne que pueda padecer dolor y que no pueda también sufrir la
muerte, y no reflexionan en que, sin embargo, hay cierto objeto que es mejor
que el cuerpo; porque el mismo espíritu, con cuya presencia vive y se rige el
cuerpo, puede sentir dolor y no puede morir. Ved aquí cómo hemos hallado objeto,
el cual, teniendo sentido de dolor, es inmortal.
Esto mismo sucederá también
entonces en los cuerpos de los condenados, lo que sabemos que sucede en el
espíritu de todos; aunque, si lo editásemos con más atención, el dolor que se
llama del cuerpo más pertenece al alma, porque del alma es propio el dolerse, y
no del cuerpo, aun cuando la causa del dolor nace del cuerpo, cuando duele en
aquel lugar donde es molestado el cuerpo. Así como decimos cuerpos sensitivos y
cuerpos vivientes, procediendo del alma el sentido y vida del cuerpo, así también
decimos que los cuerpos se duelen, aunque el dolor del cuerpo no puede ser sino
procedente del alma.
Duélese, pues, el alma con el
cuerpo en aquel su propio lugar donde acontece alguna sensación que duela. Duélese
también sola, aunque esté en el cuerpo, cuando, por alguna causa asimismo
invisible, está triste estando bueno el cuerpo; porque, en efecto, se dolía
aquel rico en el infierno cuando decía: Estoy en continuo tormento en esta
llama; pero el cuerpo, ni muerto se duele, ni vivo, sino el alma, se duele.
Así que si procediera bien el
argumento de que puede suceder la muerte porque pudo suceder también el dolor, más
propiamente pertenecería él morir al alma, a quien toca con más razón el
dolerse; mas como aquella que puede más propiamente dolerse no puede morir, no
se prueba que porque aquellos cuerpos hayan de estar en dolores creamos también
que han de morir.
Dijeron algunos platónicos que de
los cuerpos terrenos y de los miembros enfermizos y mortales le proviene al
alma el temer, el desear, el doler y alegrarse. Por lo cual dijo Virgilio: De
aquí procede que teman, codicien, se duelan y alegren. Pero ya los convencimos
en el libro XIV de esta obra de que tenían las almas, hasta las purificadas, según
ellos, de toda la inmundicia del cuerpo, un deseo terrible con que nuevamente
principian a querer volver a los cuerpos; y donde puede haber deseo, sin duda
también puede haber dolor; porque el deseo frustrado, cuando no alcanza lo que
anhela, o pierde lo que había conseguido, se convierte en dolor. Por lo cual si
el alma, que es la que sola o principalmente siente dolor, sin embargo, a su
manera, tiene cierta inmortalidad propia y peculiar suya, no podrán morir
aquellos cuerpos, porque sentirán dolor.
Finalmente, si los cuerpos hacen
que las almas sientan dolor, por qué diremos que les pueden causar dolor y no
les pueden causar la muerte, sino porque no se sigue inmediatamente que cause
la muerte lo que causa el dolor? Y por qué motivo será increíble que de la
misma manera aquel fuego pueda causar dolor a aquellos cuerpos, y no la muerte,
como los mismos cuerpos hacen doler y sentir a las almas, a las cuales, sin
embargo, no por eso las fuerzan a que mueran? Luego el dolor no es argumento
necesario y concluyente de que han de morir.
CAPITULO IV: De los ejemplos naturales, de cuya consideración podemos deducir que pueden permanecer vivos los cuerpos en medio de los tormentos.
Por lo cual, si, como escriben
los que han indagado y examinado la naturaleza y propiedades de los animales, la
salamandra vive en el fuego; y algunos montes de Sicilia, bien conocidos por
sus erupciones y volcanes ardiendo en vivas llamas hace ya mucho tiempo, y
continuando con la misma fuerza, permanecen, sin embargo, Integros en su mole, nos
son testigos bien idóneos de que no todo lo que arde se consume; y la misma
alma nos manifiesta con toda evidencia que no todo lo que puede sentir dolor
puede también morir; para qué, pues, nos piden ejemplos de las cosas naturales,
a fin de que les demostremos no ser increíble que los cuerpos de los condenados
a los tormentos eternos no pierden el alma en el fuego, antes sin mengua ni
menoscabo arden, y sin poder morir padecen dolor?
Porque entonces tendrá la
substancia de esta carne tal calidad concedida por la mano poderosa de Aquel
que tan maravillosas y varias las dio a tantas naturalezas como vemos, que por
ser tantas en número no nos causan admiración. Y quién sino Dios, Creador de
todas las cosas, dio a la carne del pavo real muerto la prerrogativa de no
pudrirse o corromperse? Lo cual, como me pareciese increíble cuando lo oí, sucedió
que en la ciudad de Cartago nos pusieron a la mesa una ave de éstas cocida, y
tomando una parte de la pechuga, la que me pareció, la mandé guardar; y
habiéndola sacado y manifestado después de muchos días, en los cuales
cualquiera otra carne cocida se hubiera corrompido, nada me ofendió el olor; volví
a guardarla, y al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo modo, y lo
mismo pasado un año, a excepción de que en el bulto estaba disminuida, pues se
advertía estar ya seca y enjuta.
Quién dio a la paja una
naturaleza tan fría que conserva la nieve que se entierra en ella, o tan
vigorosa y cálida, que madura las manzanas y otras frutas verdes y no maduras?
Quién podrá explicar las
maravillas que se contienen en el mismo fuego, que todo lo que con, él se quema
se vuelve negro, siendo él lúcido y resplandeciente, y casi a todo cuanto
abrasa y toca con su hermosísimo color le estraga y destruye el color, y de un
ascua brillante lo convierte en un carbón muy negro? Pero tampoco es esto regla
general; pues, al contrario, las piedras cocidas con fuego resplandeciente se
vuelven blancas, y aunque él sea más bermejo y ellas brillen con su color
blanco, sin embargo, parece que conviene a la luz lo blanco como lo negro a las
tinieblas. Cuando arde el fuego en la leña, y cuece las piedras, en materias
tan contrarias tiene contrarios efectos. Y aunque piedra y la leña sean
diferentes, no son contrarias entre sí, como lo son blanco y lo negro, y uno de
estos efectos causa en la piedra, y el otro en leña, pues clarifica la piedra y
oscurece la leña, siendo así que moriría aquélla si no viviese en ésta.
Y qué diré de los carbones? No es
un objeto digno de admiración que por una parte sean tan frágiles, que con un ligerísimo
golpe se quiebran y con poco que los aprieten se muelen y hacen polvo, y por
otra tienen tanta solidez y firmeza que no hay humedad que los corrompa, ni
tiempo que los consuma, de forma que los suelen enterrar los que señalan y
colocan límites y mojones, para convencer al litigante que al cabo de
cualquiera tiempo se levantare y pretendiere que aquella piedra que ha fijado
es el mojón y límite? Y quién les dio la virtud de que sepultados en tierra
húmeda, en la cual los leños pudrieran, puedan durar incorruptos tanto tiempo, sino
aquel fuego que corrompe y consume todo?
Consideremos también, además de
insinuado, la maravilla o portento que observamos en la cal cómo se vuele
blanca con el fuego, con el cual otras cosas se vuelven, negras; cómo tan
ocultamente concibe el fuego del mismo fuego, y convertida ya en terrón, frío
al tacto, se conserva tan oculto y encubierto que por ninguna manera descubre a
sentido alguno; pero hallándole y descubriéndole con la experiencia, aun cuando
no le vemos, sabemos ya que está allí adormecido, por lo que la llamamos cal
viva, como el mismo fuego que está en ella encubierto fuese el alma invisible
de aquel cuerpo visible. Y qué grande maravilla es que cuando se apaga, entonces
se enciende? Porque para quitarle aquel fuego que tiene escondido la echamos en
el agua, o la rociamos con agua y estando antes fría, comienza a hervir, con lo
que todas las cosas que hierven se en frían. Así que expirando como si
dijéramos, aquel terrón, se deja ver el fuego que estaba escondido cuando se va;
y después, como si hubiese ocupado la muerte, está frío, tanto, que aun cuando
le mojen con agua no arderá ya más, y a lo que llamábamos cal viva lo llamamos
va muerta. Qué cosa puede haber, al parecer, que pueda añadirse a esta
maravilla? Y, con todo puede añadirse: porque si no le echásemos agua, sino
aceite, con que se fomenta y nutre más el fuego, no hierve por más y más que le
echen. Y si este raro fenómeno le leyéramos u oyéramos de alguna piedra de las
Indias, y no pudiéramos experimentarlo, sin duda nos persuadiríamos de que o
era mentira, o nos causara extraña admiración.
Las cosas que vemos cada, día con
nuestros propios ojos, no porque sean menos maravillosas, sino por el continuo
uso y experiencia que tenemos de ellas, vienen a ser menos estimadas; de suerte
que hemos ya perdido la admiración de algunas que nos han podido traer
singulares y admirables de la India, que es una parte del mundo muy remota de
nuestro país.
Hay muchos, entre nosotros, que
conservan la piedra diamante, especialmente los plateros y lapidarios, la cuál
dicen que no cede ni al hierro ni al fuego, ni a otro algún impulso, sino
solamente a la sangre del cabrón. Pero los que la tienen y conocen, pregunto, se
admiran de ella como aquellos a quienes de nuevo se les acierta a dar noticia
exacta de su virtud y potencia? Y a los que no se les enseña, acaso, no lo
creen; y si lo creen, se maravillan de lo que no han visto por experiencia; y
si, acontece observarlo experimentalmente, todavía se admiran de lo raro y
particular; más la continua y ordinaria experiencia paulatinamente nos va
quitando el motivo de la admiración.
Tenemos noticia de la piedra imán,
que maravillosamente atrae el hierro. La primera vez que lo observé quedé
absorto; porque advertí que la piedra levantó en lo alto una sortija de hierro,
y después, como si al hierro que había levantado le hubiera comunicado su
fuerza y virtud, esta sortija la llegaron o tocaron con otra, y también la
levantó; y así como la primera estaba inherente, o pegada a la piedra, así la
segunda sortija a la primera. Aplicaron en los mismos términos la tercera, e
igualmente la cuarta colgaba ya como una cadena de sortijas trabadas unas con
otras, no enlazadas por la parte interior, sino pegadas por la exterior., Quién
no se pasmará de ver semejante virtud, que no sólo tenía en sí la piedra, sino
que se difundía y pasaba por tantos cuantos tenía suspensos, atados y trabados
con lazos invisibles? Pero causa aún mayor admiración lo que supe de esta piedra
por testimonio de Severo, obispo de Mileba, quien me refirió haber visto siendo
Batanario gobernador de Africa, y comiendo en su mesa el obispo que sacó esta
misma piedra, y teniéndola en la mano debajo de un plato de plata, puso un hierro
encima del plato y después, así como por abajo movía la mano en que tema la
piedra, así por arriba se movía el hierro, revolviéndole de una parte a otra
con una presteza admirable: he referido lo que vi y oí al obispo, a quien di
tanto crédito como si yo mismo lo hubiera presenciado. Diré asimismo lo que he
leído de esta piedra imán, y es que si cerca de ella ponen el diamante, no
atrae al hierro, y si le hubiese ya leva atado, le suelta al punto que le
aproximan el diamante. De la India se transportan estas piedras; pero si
habiéndolas ya conocido, dejamos de admirarnos de ellas, cuanto más aquellos de
donde las traen, si acaso las tienen muy a mano, y podrá ser que las posean
como nosotros la cal, de la que no nos admiramos en verla de una manera que
asombra hervir con el agua con que se suele matar el fuego, y no hervir con el
aceite, con que se acostumbra encender el fuego, por ser cosa ordinaria y
tenerla muy a la mano.
CAPITULO V: Cuántas cosas hay que no podemos conocerlas bien, y no hay duda de que existen.
Sin embargo, los infieles e
incrédulos, cuando les anunciamos y predicamos los milagros divinos, pasados o
por venir, como no podemos hacer que los vean por sus mismos ojos, nos piden la
causa y razón de ellos, la cual, como no se la podemos suministrar imaginan que
es falso lo que les decimos. En cambio, debieran, de tantas maravillas como
podemos ver o vemos, darnos también la razón. Y si advierten que no es posible
al hombre, nos habrán de confesar precisamente que no por eso dejó de suceder
alguno de los portentos que referimos, o que no habrá de ser porque no pueda
darse razón de ellos, puesto que tales suceden, de los cuales no puede
asignarse directamente la causa.
Así que no iré discurriendo por
infinitas particularidades que están escritas, de las que han acontecido y han
pasado ya sino de las que existen todavía y se conservan en ciertos parajes, donde
si alguno quisiere y pudiere ir, averiguará si son ciertas, y solamente
referiré algunas pocas. Dicen que la sal de Agrigento, en Sicilia, acercándola
al fuego, se deshace y derrite como en agua, y poniéndola en agua chasquea y
salta como en el fuego. Y que entre los garamantas hay una fuente tan fría por
el día que no puede beberse, y tan caliente de noche que no puede tocarse. Que
en Epiro se halla otra fuente en la cual las hachas, como en las demás, se
apagan, estando encendidas; pero, lo que no sucede en las demás, se encienden
estando apagadas. Que la piedra asbestos, en Arcadia, se llama así porque una
vez encendida, nunca puede ya apagarse. Que la madera de cierta higuera de
Egipto no sobrenada como las otras maderas en el agua, sino que se hunde; y lo
que es más admirable, habiendo estado algún tiempo en el fondo, vuelve de allí
a subir a la superficie del agua, cuando estando mojada debía de ser más pesada
con el peso del líquido. Que en la tierra de Sodoma se crían ciertas manzanas
que llegan al parecer a madurar, pero, mordidas o apretadas con la mano, rompiéndose
el hollejo, se deshacen y resuelven en humo y pavesas. Que la piedra pirita, en
Persia, quema la mano del qué la tiene si la aprieta mucho, por lo que se llama
así, tomando su denominación del fuego. Qué en la misma Persia se cría también
la piedra selenita, cuya blancura interior crece y mengua con la luna. Que la isla
de Tilos, en la India, se aventaja a las demás tierras porque cualquier árbol
que se cría en ella nunca pierde las hojas.
De estas y otras innumerables
maravillas que se hallan insertas en las historias, no de las que han sucedido
y pasado, sino que existen todavía (que intentar yo referirlas aquí, estando
empleado en otras materias, sería asunto muy prolijo), dennos la causa, si
pueden, estos infieles e incrédulos que no quieren creer las divinas letras, teniéndolas
por otras antes que por divinas, porque contienen cosas increíbles, como es
ésta de que ahora tratamos; pues no hay razón -dicen- que admita que se abrase
la carne y no se consuma, que sienta dolor y no pueda morir.
Hombres, en efecto, de gran
discurso y razón y que nos la pueden dar todas las cosas que nos consta son
admirables, dennos, pues, la causal las pocas que hemos citado las cuales sin
duda, si no supiesen que son y les dijésemos que habían de ser, mucho menos las
creerían que los que les decimos ahora que algún día ha ser. Porque quién de
ellos nos da crédito si como les decimos que ha haber cuerpos humanos vivos de
calidad que han de estar siempre ardiendo y con dolor, y sin embargo jamás han
de morir, les dijésemos q en el siglo futuro ha de haber sal tal especie que la
haga el fuego derretir como se derrite ahora en el agua, y que a la misma la
haga el agua chasquear como chasquea al presente en fuego, o que ha de haber una
fuente cuyas aguas en la frialdad de la noche ardan de manera que no se puede
tocar, y que en los calores del día están tan frías que no se puedan beber, que
ha de haber piedra que con calor abrase la mano del que la apretare, o que, estando
encendida por das partes, de ningún modo pueda matarse, y lo demás que, dejando
otras infinitas cosas, me pareció referir?
Así que si les dijésemos que
había de haber estas cosas en aquel siglo que ha de venir y nos respondieren
los crédulos: si queréis que las crean dadnos la razón de cada una de ellas, nosotros
les confesaríamos sinceramente que no podíamos, porque a éstas y otras tales
obras admirables del Altísimo quedaría rendida la razón y el dé discurso del
hombre; pero sin embargo, es razón muy sentada y constante entre nosotros que
no sin poderosos motivos hace el Omnipotente cosas que el flaco espíritu del
hombre puede dar razón, y que aunque en muchas cosas nos es incierto lo que
quiere, con todo, es certísimo que nada es imposible de todo cuanto quiere que
nosotros le creemos cuando nos dice lo que ha de suceder, pues podemos creer
que es menos poderoso o que miente.
Pero estos censores que nos
calumnian y motejan nuestra fe y nos pide razón qué nos responden a estas cosas
de que no puede dar la causa hombre, y, sin embargo, son así y parecen opuestas
a la misma razón natural? las cuales, si las dijéramos a estos infieles e
incrédulos que habían de suceder, nos pidieran la razón de ellas, como nos la
piden de las que les decimos que han de acontecer. Por consiguiente, ya que en
estas y otras semejantes obras de Dios falta la razón, y no por eso dejan de ser,
tampoco dejarán de ser aquéllas, porque de las unas ni de las otras no puede el
hombre dar la razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.