CAPITULO VI: De las diversas causas de los milagros.
Acaso dirán aquí que por ningún
motivo hay semejantes maravillas y que no las creen; que es falso lo que de
ellas se dice, falso lo que se escribe, y añadirán, arguyendo así: Si es que
debemos prestar asenso a tales portentos, creed también vosotros lo que
asimismo se refiere y escribe que hubo o hay un templo dedicado a Venus y en él
un candelero, en el cual había una luz encendida expuesta al sereno de la noche,
que ardía de manera que no podía apagarla ni la ventisca ni el agua que cayese del
cielo; por cuyo motivo, como la citada piedra, se llamó también esta candela
lychnos asbestos, esto es, candela inextinguible.
Dirán esto para reducirnos al
estrecho apuro de que no podamos responderles, porque si les dijésemos que no
debe creerse, desacreditaríamos lo que se escribe de las maravillas que hemos
referido, y si concediéremos que debe darse crédito, haríamos un particular
honor a los dioses de los gentiles. Pero nosotros, como dije en el libro XVIII
de esta obra, no tenemos necesidad de creer todo lo que contienen las historias
de los gentiles, pues también entre sí los mismos historiadores, casi de
intento se contradicen en muchas particularidades, sino que, creemos, si
queremos, aquello que no se opone a los libros que sin duda tenemos precisión
de creer. Y de las maravillas y portentos que se hallan en ciertos parajes, nos
bastan para lo que queremos persuadir a los incrédulos que ha de suceder, lo
que podemos nosotros asimismo tocar y ver por experiencia, y no hay dificultad
en hallar para este efecto testigos idóneos.
Respecto al templo de Venus y a
la candela inextinguible, no sólo con este ejemplo no nos estrechan, sino que
nos abren un camino muy anchuroso, puesto que a esta candela que nunca se apaga
añadimos nosotros muchos milagros o maravillas de las ciencias así humanas como
de las mágicas, esto es, las que hacen los hombres por arte e influencia del
demonio y las que ejecutan los demonios por sí mismos, lo cuales, cuando
intentáramos negarlas iríamos contra la misma verdad de la sagradas letras, a
quien creemos sinceramente. Así, pues, en aquella candela o el ingenio y
sagacidad humana fabricó algún artificio con la piedra asbesto, o era por arte
mágica lo que los hombres admiraban en aquel templo, o algún demonio bajo el
nombre de Venus asistía allí presente con tanta eficacia, que pareciese real y
efectivo a los hombres este milagro y permaneciese por mucho tiempo.
Los demonios son atraídos para
que habiten en las criaturas con diferentes objetos deleitables conforme a su
diversidad; no como animales, con manjares o cosas de comer, sino como espíritus,
con señales que convienen al gusto, complacencia y deleite de cada uno por
medio de diferentes hierbas, árboles, animales, encantamientos y ceremonias. Y
para dejarse atraer de los hombres, ellos mismos primero los alucinan y engañan
astuta y cautelosamente, o inspirando en sus corazones el veneno oculto de su
malicia, o apercibiéndoles con engañosas amistades. Y de éstos hacen a algunos
discípulos, doctores y maestros de otros muchos, porque no se pudo saber, sino
enseñándolo ellos antes, qué es lo que cada uno de ellos apetece, qué aborrezca,
con qué nombre se trae, con qué se le haga fuerza, de todo lo cual nacieron las
artes mágicas, sus maestros y artífices.
Pero con esto, sobre todo, poseen
los corazones de los hombres, de lo cual principalmente se glorían cuando se
transfiguran en ángeles de luz. Obran, pues, muchos portentos, los cuales, cuanto
más los confesamos por maravillosos, tanto más cautamente debemos huirlos. Pero
aún estos nos aprovechan también para el asunto que al presente tratamos, porque
si tales maravillas pueden hacerlas los espíritus malignos, cuánto mejor podrán
los ángeles santos y cuánto más poderoso que todos éstos es Dios, que formó
igualmente a los mismos ángeles que obran tan insignes portentos?
Por tanto, si pueden practicarse
tantas, tan grandes y tan estupendas maravillas (como son las que se llaman
mejanemato invenciones de máquinas y artificios), aprovechándose los ingenios
humanos de las cosas naturales que Dios ha criado, de modo que los que las
ignoran y no entienden piensan que son divinas (y así sucedió en cierto templo,
que poniendo dos piedras imanes de igual proporción y grandeza, la una en el
suelo y la otra en el techo, se sustentaba un simulacro o figura hecha de
hierro en medio de una y otra piedra, pendiente en el aire, como si fuera
milagrosamente por virtud divina para los que no sabían lo que había arriba y
abajo y, como dijimos, ya que pudo haber algo de este artificio en aquella
candela de Venus, acomodando allí el artífice la piedra asbesto); y si los
demonios pudieron subir tanto de punto las obras de los magos, a quien nuestra
Sagrada Escritura llama hechiceros y encantadores, que le pareció al famoso
poeta que pedían cuadrar al ingenio del hombre, cuando dijo, hablando de cierta
mujer que sabía tales artes: ésta con sus encantos se promete y atreve a ligar
y desatar las voluntades que quisiere, a detener las corrientes rápidas de los
ríos, a hacer que retrocedan en su curso ordinario los astros, remueve las
sombras nocturnas de los finados, verás bramar debajo de los pies la tierra y
bajar de los montes los fresnos; cuánto más podrá hacer Dios lo que parece
increíble a los obstinados incrédulos siendo tan fácil a su omnipotencia, puesto
que Él es quien hizo y crió la virtud que reside en las piedras y en los otros
entes y los ingenios perspicaces de los hombres, que con admirable método se
aprovechan de ellos; Él mismo es el que crió las naturalezas angélicas, que son
más poderosas que todas las substancias animadas de la tierra, excediendo todo
cuanto hay admirable a los ojos humanos, y con virtud maravillosa y suprema, obra,
manda y permite todo con admirable sabiduría, sirviéndose y usando de todo, no
menos maravillosamente cuanto es más admirable el orden con que lo crió?
CAPITULO VII: Que la razón suprema para creer las cosas sobrenaturales es la omnipotencia del Criador.
Por qué no podrá hacer Dios que
resuciten los cuerpos de los muertos y que padezcan con fuego eterno los
cuerpos de los condenados, siendo a que es el que hizo el mundo lleno tantas
maravillas y prodigios en el cielo, en la tierra, en el aire y en las aguas, siendo
la fábrica y estructura prodigiosa del mismo mundo el mayor y más excelente
milagro de cuantos milagros en él se contienen, y de que está tan lleno?
Pero éstos con quien o contra
quienes disputamos, que creen que hay Dios, el cual hizo y crió este mundo y
que formó los dioses, por cuyo m dio gobierna y rige el orbe; y que no niegan, antes
celebran la potestad que en el mundo obran milagros, ya sean espontáneos, ya se
consignen por medio de cualquiera acto y ceremonia religiosa, ya sean también
mágicos cuando les proponemos la virtud fuerza maravillosa que existe en
algunos seres que ni son animales racionales, ni espíritus que tengan discurso
ni razón, como son los citados ante suelen responder: esta virtud y vigor es
natural, su naturaleza es de esa condición; estas virtudes tan eficaces son
peculiares a las mismas naturalezas.
Así que toda su explicación de
que el fuego hace fluida y derrite la sal de Agrigento, y el agua la hace
chasquear y saltar, es porque ésta es naturaleza. Pero lo cierto es que antes
parece ser contra el orden de naturaleza, la cual dio al agua la virtud de
deshacer la sal, y no se dio al fuego, y que la sal se tostase fuego y no al
agua. Esta misma razón dan de la fuente existente en el país de los garamantas,
donde un Caño es frío de día y hierve de noche, las mando con una y otra
propiedad a la que la tocan. Esta misma dan de otra fuente que, estando fría al
parecer de los que la prueban, y apagando como las otras fuentes el hacha
encendida, no obstante, es, con efecto bien diferente y no menos maravilloso, pues
enciende el hacha apagada. Esta también dan de la piedra asbesto, la cual no
conteniendo en sí fuego alguno propio, tomándolo de otro objeto, arde de manera
que no puede apagarse. Esta es la que dan de las demás cosas que es excusado
referir, las cuales, aunque parezca que tienen una propiedad y virtud desusadas
contra la naturaleza, no dan de ello otra explicación sino decir que ésta es su
peculiar naturaleza.
Breve y concisa es, a la verdad, esta
razón, lo confieso, y suficiente respuesta. Pero siendo Dios el que crió todas
las naturalezas, a qué intentan que les demos otra razón eficaz, cuando no dan
crédito a algún prodigio, considerándolo imposible, y a su petición de que
expliquemos la causa les respondemos que ésta es la voluntad de Dios Todopoderoso?
El cual no por otro motivo se llama Todopoderoso, sino porque todo lo que
quiere lo puede; como pudo criar tantos y tan prodigiosos seres, que si no se
viesen o lo refiriesen aun hoy testigos fidedignos sin duda parecerían
imposibles, no sólo los que referí que son muy ignorados entre nosotros, sino
los que son sumamente notorios. Los que los autores refieren en sus libros
dando cuenta de ellos personas que no tuvieron revelación del Espíritu Santo, y
como hombres quizá pudieron errar, puede' cada uno, sin justa reprensión, dejarlos
de creer. Porque tampoco yo quiero que temerariamente se crean todas las
maravillas que referí, puesto que no las doy asenso, como si no me quedase duda
alguna de ellas, a excepción de las que yo mismo he visto por experiencia, y
cualquiera fácilmente puede experimentarlas, como el fenómeno de la cal, que
hierve en el agua y en el aceite está fría; el de la piedra imán, que no sé
cómo con su atracción no mueve una pajilla y arrebata el hierro; el de la carne
de pavo real, que no admite putrefacción, habiéndose corrompido la de Platón; el
de que la paja esté tan fría que no deje derretirse la nieve, y tan caliente
que haga madurar la fruta; el del fuego, que siendo blanco y resplandeciente, según
su brillo, cociendo las piedras las convierte en blancas, y contra esta su
blancura y brillantez, que, mando varias cosas, las oscurece, y vuelve negras. Semejante
a éste es aquel prodigio de que con el aceite claro se hagan manchas negras, como
se hacen también líneas negras con la plata blanca, y también el de los
carbones, que con el fuego se convierte en otra substancia tan opuesta, que de hermosísima
madera se vuelve tan desfigurada, de dura tan frágil y de corruptible tan
incorruptible.
De estas maravillas, algunas las
yo como las saben otros muchos, algunas las sé como las saben todo siendo
tantas, que sería alargarnos demasiado referirlas todas en este libro. Pero de
las que he escrito en él, no las he visto por experiencia, sino que las leí (a
excepción del prodigio, de la fuente donde se apagan las hachas que están
ardiendo y se enciende las apagadas, y el de la fruta de tierra de los
sodomitas, que en lo exterior está como madura y en lo interior como humosa), nunca
pude hallar testigos que fuesen idóneos para que me informasen si era verdad. Y
aunque no encontré quien me dijese que halla Visto aquella fuente de Epiro, sin
embargo, hallé quien conocía otra semejante en Francia, no lejos de la ciudad
de Grenoble. Y el de la fruta de árboles del país de Sodoma, no se nos los
enseñan las historias fidedignas, sino que asimismo son tantos que aseguran
haberlo visto, que puedo dudar de su identidad. Todo demás lo conceptúo de tal
calidad, que ni me determino a afirmarlo ni a negarlo; sin embargo; lo inserté porque
lo, leí en los historiadores de estos mismos contra quienes disputamos, manifestar
la diversidad de cosas q muchos de ellos creen hallándolas escritas en los
libros de sus literatos, que les den razón alguna de ello los que no se dignan
darnos el crédito ni aun dándoles la razón, de que aquello que supera la
capacidad y experiencia de su inteligencia, lo ha hacer Dios Todopoderoso. Pues
que razón más sólida, más persuasiva más convincente puede darse de tal
prodigios, sino decirles que el Todopoderoso los puede obrar y que ha hacer los
que leemos, porque los anunció al mismo tiempo que otros muchos verificados ya?
Porque el Señor ha las cosas que parecen imposibles, pues dijo que las había de
hacer el que prometió e hizo que las gentes incrédulas creyesen cosas
increíbles.
CAPITULO VIII: No es contra la naturaleza, que alguna cosa, cuya naturaleza se sal comience a haber algo diferente de que se sabía.
Y si respondieren que no creen
que les decimos de los cuerpos humanos, que han de estar continuamente ardiendo
y que nunca han de morir, porque nos consta que fue criada muy de otra manera
la naturaleza de los cuerpos humanos, no cabiendo aquí la, explicación que se
daba de naturalezas y propiedades maravillosas de algunos objetos, diciendo que
son propias de su naturaleza, pues nos consta que esto no es propiedad del
cuerpo humano, podemos responderles conforme a la Sagrada Escritura; es a saber;
que este mismo cuerpo del hombre de un modo fue antes del pecado cuando no
podía morir, y de otro después del pecado, como nos consta ya de la pena y
miseria de esta mortalidad, de modo que su vida no puede ser perpetua. Así pues,
muy de otra manera de que ahora a nosotros nos consta y como le conocemos, se
habrá en la resurrección de los muertos: pero porque que no dan crédito a la
Sagrada Escritura, donde se lee del modo que vivió el hombre en el Paraíso, y
cuán libre y ajeno estaba de la necesidad de la muerte (porque si creyesen, no
nos alargáramos tanto en disputar sobre la pena que han de padecer los condenados),
conviene que aleguemos algún testimonio de lo que escriben los que entre ellos
fueron los más doctos, para que se vea claramente que es posible que una cosa
llegue a ser de otra manera de lo que al principio fue y le cupo por
determinación de su naturaleza.
Hállanse referidas en los libros
de Marco Varrón, intitulados de Las familias del pueblo romano, estas mismas
palabras que extractaré aquí según que allí se leen: Sucedió, dice, en el cielo
un maravilloso, portento, porque en la ilustrísima estrella de Venus, que
Plauto llama Vespérugo, y Homero, Hespero, diciendo que es hermosísima, Cástor
escribe que se advirtió un portento tan singular, que mudó el color, magnitud, figura
y curso, cuyo fenómeno ni antes ni después ha sucedido. Esto dicen Adrasto
Ciziceno y Dion Napolitano, famosos matemáticos, que aconteció en tiempo del
rey Ogyges. Varrón, escritor de tanta fama, no llamara a esta extraña maravilla
prodigio singular, si no la pareciera que era contra el orden de la naturaleza.
Pues decimos que todos los portentos son contra el Orden de la naturaleza, aunque
realmente no lo son. Porque cómo puede ser contra el curso ordinario de la
naturaleza lo que se hace por voluntad de Dios, ya que la voluntad de un Autor
y Criador, tan grande y tan supremo es la naturaleza del objeto criado? Así que
el portento se obra, no contra el orden de la naturaleza, sino en
contraposición al del conocimiento que se tiene de la naturaleza.
Y quién será suficiente para
referir la inmensidad de prodigios que se hallan escritos en las historias de
los gentiles? En el que acabamos de exponer pondremos lo que interesa al asunto
presente. Qué cosa hay tan puesta orden por el Autor de la naturaleza acerca
del cielo y de la tierra como el ordenado curso de las estrellas? Q cosa hay
que tenga leyes más constantes? Y, sin embargo, cuando que el que rige y
gobierna con sumo imperio lo que crió, la estrella que por su magnitud y brillantez
entre las demás es muy conocida, mudó el color y grandeza de su figura, y, lo
que más admirable, el orden y la ley fija de su curso y movimiento. Turbó, duda,
entonces, si es que las había algunas reglas de la astrología, las cuales están
fijadas con una cuenta tan exacta y casi inequivocable sobre los cursos y
movimientos pasados y futuros de los astros, que rigiéndose por estos cánones o
tablas se atrevieron decir que el figurado prodigio de estrella de Venus jamás
había sucedido.
Sin embargo, nosotros leemos en
Sagrada Escritura que se detuvo el en su curso, habiéndolo suplicado así a Dios
el varón santo Josué, ha acabar de ganar una batalla que tenía principiada, y
que retrocedió para significar con este prodigio que Dios ratificaba su promesa
de prolongar la vida del rey Ecequías quince años. Pero aun estos milagros, que
sabemos los concedió Dios por los méritos de siervos, cuando nuestros
contradictores no niegan que han sucedido, los atribuyen a la influencia de las
artes mágicas. Como lo que referí arriba que dijo Virgilio: de la maga que
hacía suspender las corrientes de los ríos retroceder el curso de los astros.
En. la Sagrada Escritura leemos
también que se detuvo un río por la parte de arriba, y. corrió por la de abajo
marchando el pueblo de Dios con capitán Josué, de quien arriba hicimos mención,
y que después sucedió lo mismo, pasando por el mismo río el planeta Elías, y
después el profeta Eliseo, y que se atrasó el mayor de los planetas, reinando
Ecequíás, como ahora lo acabamos de insinuar. Mas lo que escribe Varrón sobre
la estrella de Venus, o el lucero, no dice fuese favor concedido a alguno que
lo solicitase.
No confundan, pues, ni alucinen
sus, entendimientos los infieles con el conocimiento de las naturalezas, como
si Dios no pudiese hacer en algún ser otro efecto distinto de lo que conoce de
su naturaleza la experiencia humana, aunque las mismas cosas de que todos
tienen noticia en el mundo no sean menos admirables, y serían estupendas a
todos los que las quisieran considerar seriamente, si se acostumbrasen los
hombres a admirarse de, otras maravillas y no sólo de las raras. Porque quién hay
que discurriendo con recta razón no advierta que en la innumerable multitud de
los hombres, y en una tan singular semejanza de naturaleza, con grande
maravilla cada uno tiene de tal manera su rostro, que si no fuesen tan
semejantes entre sí, no se distinguiría su especie de los demás animales, y si
no fuesen entre sí tan desemejantes, no se diferenciarían cada uno en particular
de los demás de su especie? De modo que reconociéndolos semejantes, hallamos
que son distintos unos de otros. Pero es más admirable la consideración de la
semejanza, pues con más justa razón la naturaleza común ha de causar la semejanza.
Y, sin embargo, como las cosas que son raras son las admirables, mucho más nos
maravillamos cuando hallamos dos tan parecidas, que en conocerlas y
distinguirlas siempre o las más veces nos equivocamos.
Pero lo que he dicho que escribió
Varrón, con ser historiador suyo, y tan instruido, acaso no creerán que sucedió
realmente, o porque no duró y perseveró por mucho espacio de tiempo aquel curso
y movimiento de aquella estrella, que volvió a su acostumbrado movimiento, no
les hará mucha fuerza este ejemplo. Démosles, pues, otro, que aun ahora se lo
podemos manifestar, y pienso que debe bastarles para que comprendan cuando
vieren otra cosa en el progreso de alguna naturaleza, de que tuvieran exacta
noticia, que deben tasar la potestad de Dios, como si no fuese poderoso para
convertirla y transformarla en otra muy diferente de la que ellos conocían.
La tierra de los sodomitas no fue,
sin duda, en otro tiempo cual es ahora, sino que era como las demás, y tenía la
misma fertilidad, y aun mayor, porque en la Sagrada Escritura vemos que la
compararon al Paraíso de Dios. Esta, después que descendió sobre ella fuego del
cielo, como lo confirma también la historia de los infiel y lo ven ahora los
que viajan a aquellos países, pone horror con su prodigioso hollín, y la fruta
que produce encubre la ceniza que contiene en su interior, con una corteza que
aparenta estar madura. Ved aquí que no era tal cual es ahora. Advertid que el
Autor de las naturalezas convirtió con admirable mutación su naturaleza en esta
variedad y representación tan abominable y fea. Y lo que sucedió hace tanto tiempo,
persevera al cabo de tanto tiempo.
Como no fue imposible a Dios
criar las naturalezas que quiso, no le es imposible mudarías en lo que quisiere.
De donde nace también la multitud de aquellos milagros que llaman monstruos, ostentos,
portentos y prodigios que si hubiera de referirlos nunca acabaríamos de llegar
al fin de esta obra. Dícese que los llamaron monstruos de monstrando, porque
con su significación nos muestran alguna cosa, ostentos de osiendendo; portentos
de portendendo, esto es, praeosiendendo y prodigios porque pronostican, esto es,
nos dicen las cosas futuras. Pero vean los que por ellos conjeturan adivinan, ya
se engañen, ya por instinto de los demonios (que tienen cuidado de intrincar, con
las redes de la mala curiosidad los ánimos de los hombres, que merecen
semejante castigo adivinen la verdad, ya por decir muchas cosas, acaso
tropiecen con alguna que sea verdad. A nosotros tales por tantos, que se obran
como contra el orden de la naturaleza (con el cual modo de hablar dijo también
el Apóstol que el acebuche injerto contra si naturaleza en la oliva participa
de la crasitud de la oliva), y se llaman monstruos, ostentos, portentos y
prodigios nos deben mostrar, significar y pronosticar que ha de hacer Dios lo
que dijo que había de hacer de los cuerpos muertos de los hombres, sin que se
lo impida dificultad alguna, o le ponga excepción ley alguna natural. Y de que
así lo expresó, creo que con claridad lo he manifestado en el libro antecedente,
recopilando y tomando de Ia Sagrada Escritura en el Viejo y Nuevo Testamento, no
todo lo que toca a este propósito, sino lo que me pareció suficiente para la
comprobación de la doctrina comprendida en esta obra.
CAPITULO IX: Del infierno y calidad de las penas eternas.
Infaliblemente será, y sin
remedio, lo que dijo Dios por su Profeta en orden a los tormentos y penas
eternas de los condenados: que su gusano nunca morirá, y su fuego nunca se
extinguirá. Porque para recomendarnos esta doctrina con más eficacia, también
nuestro Señor Jesucristo, entendiendo por, los miembros que escandalizan al
hombre todos los hombres que cada uno ama como a sus miembros, y ordenando que
éstos se corten, dice: Mejor será que entres manco en la vida, que ir con dos
manos al infierno al fuego inextinguible, donde el gusano de los condenados
nunca mueren y su fuego jamás se apaga. Lo mismo dice del pie en estas palabras:
Mejor será que entres cojo en la vida eterna, que no con dos pies te echen en
el infierno al fuego perpetuo, donde el gusano de los condenados jamás muere, y
el fuego nunca se apaga. Lo mismo dice también del ojo: Mejor es que entres con
un ojo en el reino de Dios, que no con dos te echen al fuego del infierno, donde
el gusano de los condenados jamás muere y el fuego nunca se apaga. No reparó en
repetir tres veces en un solo lugar unas mismas palabras. A quién no infundirá
terror esta repetición, y la amenaza de aquellas penas tan rigurosa de boca del
mismo Dios?
Mas los que opinan que estas dos
cosas, el fuego y el gusano, pertenecen a los tormentos del alma y no a los del
cuerpo, dicen que los desechados del reino de Dios también se abrasan y queman
con la pena y dolor del alma, los cuales tarde y sin utilidad se arrepienten, y
por eso pretenden que no sin cierta conveniencia se pudo poner el fuego por
este dolor' que así quema, pues dijo el Apóstol: Quién se escandaliza sin que
yo no me queme y abrase? Este mismo dolor, igualmente, creen que se debe
entender por el gusano, porque escrito está, añaden: que así como la polilla
roe el vestido, y el gusano el madero, así la tristeza consume el corazón del
hombre.
Pero los que no dudan que en
aquel tormento ha de haber penas para el alma y para el cuerpo, dicen que el
cuerpo se abrasará con el fuego, y el alma será roída en cierto modo por el
gusano de la tristeza. Lo cual aunque es más creíble, porque, en efecto, es
disparate que haya de faltar el dolor del cuerpo o del alma, con todo, soy de
dictamen que es más obvio el decir que lo uno y lo otro pertenece al cuerpo, que
no que lo uno ni lo otro; y por lo mismo en aquellas palabras de la Escritura
no se hace mención del dolor del alma, porque bien se entiende ser consecuencia
legítima aunque no lo exprese; de que estando el cuerpo atormentando así al
alma ha de sentir también los tormentos de la ya estéril e infructuosa
penitencia Por cuanto leemos asimismo en el Testamento Viejo que el castigo de
la carne del impío es el fuego y el gusano. Pudo más resumidamente decir el
castigo del impío. Por qué dijo pues, de la carne del impío, sino porque lo uno
y lo otro, esto es, el fuego y el gusano será la pena y el tormento de la carne?
O si quiso decir, castigo de la carne, puesto que ésta será la que se castigará
en el hombre esto es, el haber vivido según los impulsos de la carne (y por
esto también caerá en la muerte segunda, que significó el Apóstol, diciendo: Si
vivieseis según la carne, moriréis), escoja cada uno lo que más le agradare, atribuyendo
el fuego al cuerpo, y alma el gusano, lo uno propiamente y lo otro
metafóricamente, o lo uno lo otro propiamente al cuerpo; porque ya
bastantemente queda arriba averiguado que pueden los animales vivir también en
el fuego sin consumirse, en el dolor sin morirse, por alta providencia del
Criador Omnipotente; quien el que negare que esto le posible, ignora que de Él
procede todo lo que es digno de admiración: en todas las cosas naturales. Pues
el mismo Dios es el que hizo en este mundo todos los milagros y maravillas grandes
y pequeñas que hemos referido siendo incomparablemente más aún las que no hemos
insinuado Y las encerró en este mundo, maravilla única y mayor de todas cuantas
hay.
Así que podrá cada uno escoger lo
que mejor le pareciere, ya piense que el gusano pertenece propiamente cuerpo o
al alma metafóricamente transfiriendo el nombre de las cosas corporales a las
incorpóreas. Cuál estas cosas sea la verdad, ello mismos lo manifestará más
fácilmente cuando sea tan grande la ciencia de los santos, que no tenga
necesidad de experimentarlas para conocer aquellas penas, sino que les bastará
para saberlo la sabiduría que entonces tendrán plena y perfecta (porque ahora
conocemos en parte, hasta que llegue el colmo y perfección); pero con tal que
de ningún modo creamos que aquellos cuerpos serán de tal complexión, que no
sientan dolor alguno del fuego.
CAPITULO X: Si el fuego del infierno, siendo corpóreo, puede con su contada abrazar los espíritus malignos, esto es, a los demonios incorpóreos.
Aquí se ofrece la duda: si no ha
de ser aquel fuego incorpóreo como es el dolor del alma, sino corpóreo, que
ofenda con el tacto, de suerte que con él se puedan atormentar los cuerpos, cómo
han de padecen en él pena y tormento los espíritus malignos? El mismo niego en
que están los demonios será el que se acomodará al tormento de los hombres, como
lo dice Jesucristo: Iados de mi, malditos, al fuego eterno, que está preparado
al demonio y a sus ángeles. Porque también los demonios tienen sus peculiares
cuerpos, como han opinado personas doctas, compuestos de este aire craso y
húmedo cuyo impulso sentimos cuando corre viento; el cual elemento, si no
pudiese padecer el fuego, en los baños, cuando está caliente no quemaría; pues
para que pueda quemar, primero ha de encenderse. Pero si dijese alguno que los
demonios no tienen figura alguna de cuerpo, no hay motivo para que en este
punto nos molestemos por averiguarlo, o para que obstinadamente disputemos.
Porque qué razón hay para que no
digamos que también los espíritus incorpóreos pueden ser atormentados con el fuego
corpóreo, por un modo admirable, pero verdadero; puesto que los espíritus
humanos, que son sin duda incorpóreos; pudieron ahora encerrarse en los
miembros corporales, y entonces se podrán juntar y enlazarse indisolublemente
con sus cuerpos? Seguramente se juntarían, si no tuvieran cuerpo alguno, los
espíritus de los demonios, o, por mejor decir, los espíritus demonios, aunque
incorpóreos, con el fuego corporal para ser atormentados, no para que el mismo
fuego con que se unieren con su unión sea inspirado y se haga animal que conste
de espíritu y cuerpo, sino, como dije, que, juntándose con modo admirable
inefable, reciban del fuego pena no para que den vida al fuego, pues también
este otro modo con que espíritus se unen con los cuerpos y hacen animales, es
admirable, y no puede dar alcance el hombre, siendo eso el mismo hombre.
Pudiera decir que arderán los
espíritus sin tener cuerpo, como ardía los calabozos oscuros del infierno aquel
rico cuando decía: Padezco dolores y tormentos en esta voraz llama; no viera
que está la respuesta en mano, es decir, que tal era aquella llama, cuáles eran
los ojos que leva y con que vio a Lázaro, y cuál era lengua para quien deseaba
una gotita de agua, y el dedo de Lázaro con que pedía que se le hiciese aquel
beneficio; y, con todo, las almas allí estando sin sus cuerpos. Así también era
corpórea aquella llama con que se abrasaba, y aquella gotita de agua que pedía,
cuales son también las visiones de los que en sueños o en éxtasis objetos
incorpóreos, pero que tiene semejanza de cuerpos. Porque el mismo hombre, aunque
se halla en tales visiones con el espíritu y con el cuerpo, con todo, de tal
suerte entonces se ve así semejante a su mismo cuerpo que de ningún modo se
puede discernir ni distinguir.
Mas aquella terrible geehnna que
Escritura llama igualmente estanque fuego y azufre, será fuego corpóreo
atormentará a los cuerpos de los hombres condenados, y a los aéreos de los
demonios, o de los hombres los cuerpos con sus espíritus y de los demonios los
espíritus sin cuerpo; juntándose fuego corporal para recibir tormento pena, y
no para darle vida, porque como dice la misma Verdad, un mismo fuego ha de ser
el que ha de atormentar a los unos y a los otros.
CAPITULO XI: Si es razón y justicia que no sean más largos los tiempos de las penas y tormentos que fueron los de los pecados.
Pero aquí algunos de éstos contra
quienes defendemos la Ciudad de Dios imaginan ser una injusticia que por los pecados,
por enormes que sean, es saber, por los que se cometen en L breve tiempo, sea
nadie condenado pena eterna, como si hubiese habido ley que ordena que en tanto
espacio de tiempo sea uno castigado, cuanto gastó en cometer aquella culpa por
la que mereció serlo.
Ocho géneros de penas señala
Tulio que se hallan prescritas por las leyes: daño, prisión, azotes, talión, afrenta,
destierro, muerte y servidumbre. Cuál de estas penas es la que se ajusta a la
brevedad y presteza con que se cometió el delito para que dure tanto su castigo
cuanto duro el delincuente en cometerle, sino el acaso la pena del talión, que
establece padezca cada uno lo mismo que hizo?
Conforme a esta sanción es
aquella de la ley mosaica que mandaba pagar ojo por ojo, diente por diente, porque
es factible que en tan breve tiempo pierda uno el ojo por el rigor de la
justicia; en cuanto se lo quitó a otro por la malicia de su pecado.
Pero si el que da un ósculo a la
mujer ajena es razón que le castiguen con azotes, pregunto: el que comete este
delito en un instante no viene a padecer los azotes por un tiempo
incomparablemente mayor, y el gusto de un breve deleite, se viene a castigar
con un largo dolor? Pues qué diremos de la prisión? Acaso hemos de entender que
debe estar en ella uno tanto como se detuvo en hacer el delito por el cual
mereció ser preso, siendo así que justísimamente paga un esclavo las penas por algunos
años en grillos y cadenas, porque con la lengua o con algún golpe dado en un
momento amenazó o hirió a su amo?
Y qué diremos del daño, la
afrenta, el destierro, la servidumbre, que por la mayor parte se dan de modo
que jamás se relajan ni remiten? Acaso, según nuestro método de vivir, no se
parecen a las penas eternas? Pues no pueden ser eternas, porque no lo es la
vida que con ellas se castiga; sin embargo, los pecados que se castigan con
penas que duran larguísimo tiempo, se cometen en un solo momento, y jamás ha
habido quien opine que tan breves deben ser las penas de los delincuentes como
lo fueron el homicidio o el adulterio, o el sacrilegio o cualquiera otro delito,
el cual se debe estimar, no por la extensión del tiempo, sino por la grandeza
de la malicia. Y cuando por algún grave delito quitan a uno la vida, por
ventura las leyes estiman y ponderan su castigo por el espacio en que le matan,
que es muy breve, sino más bien porque le borran para siempre del número de los
vivientes?
Lo mismo que es el desterrar a le
hombres de esta ciudad mortal con la pena de la primera muerte, es el desterrar
a los hombres de aquella ciudad inmortal con la pena de la segunda muerte, Porque
así como no preceptúan las leyes de esta ciudad que vuelva a ella ninguno que
haya sido muerto, así tampoco las de aquélla que vuelva a la vida eterna ningún
condenado a la muerte segunda. Cómo pues, será verdad, dicen, lo que enseña
vuestro Cristo: Que con la medida que midiereis, con esa misma se volverá a
medir, si el pecado temporal se castiga con pena eterna? No atienden ni
consideran que llama misma medida; no por el igual espacio de tiempo, sino por
el retorno d mal; es decir, que el que hiciere mal padezca mal; aunque esto se
puede, mar propiamente por aquello a que refería el Señor cuando dijo esto con
los juicios y condenaciones. Por tanto el que juzga y condena injustamente si
es juzgado y condenado justamente con la misma medida recibe, aunque no lo
mismo que dio. Porque con juicio hizo, y padece con el juicio, aunque con la
condenación por él dada hizo lo que era injusto, y padece con la condenación
que sufre lo que es justo.
CAPITULO XII: De la grandeza de la primera culpa por la cual se debe eterna pena a todos los que se hallaren fuera de gracia del Salvador.
La pena eterna, por eso parece
dura e injusta al sentido humano: porque en esta flaqueza de los sentidos
enfermizos y mortales nos falta aquel sentido de altísima y purísima sabiduría
con que podamos apreciar la impiedad maldad tan execrable que se cometió con la
primera culpa. Porque cuanto más gozaba el hombre de Dios, con tanta mayor
iniquidad dejó a Dios, se hizo digno de un mal eterno el que desdijo en sí el
bien que pudiera sí eterno. Por eso fue condenada toda descendencia del linaje
humano, pues el que primeramente cometió este crimen fue castigado con toda su
posteridad, que entonces estaba arraigado en él, para que ninguno escapase de
este justo y merecido castigo sino por la misericordia y no debida gracia, el linaje
humano se dispusiese de manera que en algunos se manifieste lo que puede la
piadosa gracia, y en los demás, lo que el justo castigo.
Estas dos cosas juntas no se
podían realizar en todos, pues si todos vinieran a parar en las penas de la
justa condenación, en ninguno se descubriera la misericordiosa gracia del
Redentor. Por otra parte, si todos pasaran de las tinieblas a la luz, en
ninguno se mostrara la severidad del castigo, siendo muchos más los castigados
que los que participan de la gracia, para damos a entender en esto lo que de
razón se debía a todos. Y si a todos se les re compensara como merecían, nadie
justamente pudiera reprender la justicia del que así los castigaba. Pero como
son tantos los que escapan libres, tenemos motivo para dar gracias a Dios, el
que gratuitamente y por singular fineza nos hace la merced de libertarnos de
aquella perpetua cárcel.
CAPITULO XIII: Contra la opinión de los que piensan que a los pecadores se les dan las penas después de es Ia vida, a fin de purificarlos.
Los platónicos, aunque no enseñan
que haya pecado alguno que quede sin condigno castigo, opinan que todas las
penas se aplican para la enmienda y corrección, así las que dan las leyes
humanas como las divinas; ya sea en la vida actual, ya en la futura; ya se
perdone aquí a alguno su culpa o se le castigue de suerte que en la tierra no
quede enteramente corregido y enmendado.
Conforme a esta doctrina es
aquella expresión de Marón, cuando habiendo dicho de los cuerpos terrenos y de
los miembros enfermizos y mortales que a las almas de aquí les proviene el
temer, desear, dolerse, alegrarse, y que estando en una tenebrosa y oscura
cárcel, no pueden desde allí contemplar su naturaleza, prosiguiendo, dice: que
aun cuando en el último día las deja esta vida, con todo, no se despide de
ellas toda la desventura ni se les desarraiga del todo el contagio que se les
pegó del cuerpo; pues es preciso que muchas cosas que con el tiempo se han
forjado en lo interior, como si las hubieran injertado, hayan ido brotando y
creciendo maravillosamente. Así que padecen tormentos y pagan las penas de los
pasados yerros, y unas tendidas y suspensas en el aire, otras bajo inmenso
golfo de las aguas, pagan culpa contraída o se acrisolan con fuego. Los que son
de esta opinión quieren que después de la muerte ha otras penas que las
purgatorias, de suerte que porque el agua, el aire el fuego son elementos
superiores a tierra, quieren que por alguno de los elementos se purifique, medias
las penas expiatorias, lo que se había contraído del contagio de la tierra. Porque
el aire entiende en lo que dice: tendidas y colgadas al viento; el agua en lo
que dice: debajo del inmenso golfo del mar; y el fuego, le declaró por su
nombre propio cuando dijo se acrisolan en el fuego.
Pero nosotros, aun en esta vida
mortal, confesamos que hay algunas penas purgatorias, no con que sean afligidos
aquellos cuya vida,, con ellas, no se mejora o, por mejor decir, empeora y
relaja más, sino que son purgatorias para aquellos que, refrenados con ellas, se
corrigen, modera y enmiendan. Todas las demás penas ya sean temporales o
eternas, conforme cada uno ha de ser tratado por la Providencia divina se aplican:
o por los pecados, ya sean pasados, o en le que aun vive el paciente, o por
ejercita y manifestar las virtudes por medio de los hombres y de los ángeles, ya
sea buenos, ya sean malos. Pues aunque uno sufra algún mal por yerro o malicia
de otro, aunque es cierto que peca el hombre que damnifica a otro por ignorancia
o injusticia, mas no peca Dios, que permite se haga con justo aunque oculto y
secreto juicio suyo. Sin embargo, las penas temporales uno las padecen
solamente en esta vida otros después de la muerte, otros ahora y entonces; pero
todos de aquel severísimo y final juicio.
Mas no van a las penas eternas
que han de tener después de aquel juicio todos aquellos que después de la
muerte las padecía temporales, porque a algunos, lo que no se les perdonó en la
vida presente, ya dijimos arriba que se les perdona en la futura, esto es, que
no lo pagan con la pena eterna del siglo venidero.
CAPITULO XIV: De las penas temporales de esta vida, a que está sujeta la naturaleza humana.
Rarísimos son los que no pagan
alguna pena en esta vida, sino solamente después, en la otra. Y aunque yo he
conocido algunos, y de éstos he oído que hasta la decrépita senectud no han
sentido ni una leve calentura, pasando su vida en paz, tranquilidad y salud
robusta, sin embargo, la misma vida de los mortales, toda ella, no es otra cosa
que una interminable pena, porque toda es tentación, como lo dice la Sagrada
Escritura: Tentación es la vida del hombre sobre la tierra. Pues no es pequeña
pena la misma ignorancia e impericia, la cual en tanto grado nos parece debe
huirse, que con penas dolorosas acostumbramos apremiar, a los niños a que
aprendan alguna facultad o ciencia? Y el mismo estudio a que los compelemos con
los castigos, les es a ellos tan penoso, que a veces quieren más sufrir las
mismas penas con que los forzamos a que estudien, que aprender cualquier
ciencia.
Quién no se horrorizará y querrá
antes morir si, le dan a escoger una de dos cosas: o la muerte, o volver otra
vez a la infancia? La cual no, da, principio a la vida riendo, sino llorando, sin
saber la causa, anunciando así los males en que entra. Sólo Zoroastro, rey de
los Bactrianos, dicen que nació riendo, aunque tampoco aquella risa, por no ser
natural, sino monstruosa, le anunció felicidad alguna; porque, según dicen, fue
inventor de la magia, la cual le aprovechó muy poco, ni aun contra sus enemigos,
para poder gozar siquiera de la vana felicidad de la vida presente, pues le
venció Nino, rey de los asirios. Por tanto, lo que dice la Escritura: Grave es
y muy pesado el yugo que han de llevar los hijos de Adán desde el día que salen
del vientre de su madre hasta que vuelven a la sepultura, que es la madre común
de todos, es tan infalible que se haya de cumplir, que los mismos niños que
están libres ya del vínculo que sólo tenían por el pecado original, por virtud
del bautismo, entre otros muchos males que padecen, algunos también son
acosados y molestados en ocasiones por los espíritus malignos. Aunque no
creemos que este padecimiento puede ofenderles después que acaban la vida por
causa de, él en dicha edad.
CAPITULO XV: Que todo lo que hace la gracia de Dios, que nos libra del abismo del antiguo mal, pertenece a la novedad del siglo futuro.
En aquel grave yugo que llevan
sobre sí los hijos de Adán desde el de que salen del vientre de su madre hasta
que vuelven a la sepultura, que en el vientre de la madre común de todos, se
halla el medio miserable a que se ajusta nuestra vida, para que entendemos que
se nos ha hecho pena y como un purgatorio por causa de enorme pecado que se
cometió en el Paraíso, y que todo cuanto se hace con nosotros por virtud del
Nuevo Testamento no pertenece sino a la nueva herencia de la futura vida, para
que recibiendo en la presente la prenda alcancemos a su tiempo aquella
felicidad por que se nos dio la prenda, par que ahora vivamos con esperanza, aprovechando
de día en día, mortifiquemos con el espíritu las acciones de la carne.
Porque sabe el Señor los que sol
suyos, y que todos los que se mueven por el espíritu de Dios son hijos de Dios,
aunque lo son por gracia, no por naturaleza. Pues el que es único solo, por
naturaleza, Hijo de Dios, por su misericordia y por nuestra redención se hizo
Hijo del hombre, para que nos otros, que somos por naturaleza hijos de hombre, nos
hiciéramos por si gracia y mediación hijos de Dios. Por que perseverando en sí
inmutable, recibió de nosotros nuestra naturaleza, efecto de podernos recibir
en ella, sin dejar su divinidad, se hizo partícipe de nuestra fragilidad para
que nosotros, transformados en un estado más floreciente, perdiésemos, por la
participación de su inmortalidad y justicia, el ser pecadores y mortales, llenos
del sumo bien conservásemos en la bondad de su naturaleza el bien que obró en
la nuestra. Porque así como por un hombre pecador llegamos a es mal tan grave, así
por un Hombre Dios justificador vendremos a conseguir aquel bien tan sublime. Ninguno
debe confiar y presumir que ha pasado de este hombre pecador a aquel Hombre
Dios, sino cuando estuviere ya donde no habrá tentación y cuando tuviere y
poseyere aquella paz que busca por medio de muchas batallas, en esta guerra, donde
la carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne; cuya guerra
nunca hubiera existido si la naturaleza humana hubiese perseverado con el libre
albedrío en la rectitud en que Dios la crió. Pero como cuando era feliz no
quiso tener paz con Dios, ahora que es infeliz pelea consigo, y esto, aunque es
también un mal miserable, con todo, es mejor y más tolerable que los primeros
años e infancia de esta vida. Porque mejor es lidiar con los vicios, que no que
sin ninguna lid ni contradicción dominen y reinen. Mejor es, digo, la guerra, con
esperanza de la paz eterna, que el cautiverio sin ninguna esperanza de libertad.
Bien que deseemos carecer también
de, esta guerra y nos encendamos con el fuego del divino amor para gozar
aquella ordenada paz; donde con constante firmeza lo que es inferior y más
flaco se sujeta a lo mejor. Pero si no hubiese esperanza alguna de un bien tan
grande, debiéramos querer más vivir en la aflicción y molestia de esta guerra
que rendirnos y dejar a los vicios, no haciéndoles resistencia, el dominio
sobre nosotros.
CAPITULO XVI: Debajo de que leyes de la gracia están todas las edades de los reengendrados.
Es tan grande la misericordia de
Dios para con los vasos de misericordia que tiene preparados para la gloria, que
aun en la primera edad del hombre, esto es, la infancia, que sin hacer
resistencia alguna está sujeta a la carne, y en la segunda, que se llama
puericia, en la cual la razón aún no ha entrado en esta batalla y está sujeta
casi a todos los viciosos deleites (pues aun cuando pueda ya hablar y por lo
mismo parezca que ha salido de la infancia, sin embargo, en ella, la flaqueza y
flexibilidad de la razón aun no es capaz de precepto), en esta edad, pues, con
que haya recibido los Sacramentos del Redentor, si en tan tiernos años acaba el
curso de su vida, como se ha trasplantado ya de la potestad de las tinieblas al
reino de Cristo, no sólo no sufre las penas eternas, sino que, aun después de
la muerte, no padece tormento alguno en el purgatorio. Porque basta la
regeneración espíritu para que no se le siga el daño que después de la muerte, junto
con muerte, contrajo la generación carnal.
Pero en llegando ya a la edad que
es capaz de precepto y puede sujeta al imperio de la ley, es indispensable que demos
principio a la guerra con los vicios, y que la hagamos rigurosamente, para que
no nos obliguen a caer en los pecados que ocasionen nuestra eterna condenación.
Que si los vicios no han adquirido aún fuerzas con curso y costumbre de vencer,
fácilmente se vencen y ceden; pero si están acostumbrados a vencer y dominar, con
grande trabajo y dificultad se podrán vencer.
Ni esto puede ejecutarse
sinceramente sino aficionándose a la verdadera justicia, que consiste en la fe
Cristo. Porque si nos estrecha la ley con el precepto y nos faltan los auxilios
del espíritu, creciendo por la misma prohibición el deseo y venciendo el apetito
del pecado, se nos viene aumentar el reato de la prevaricación. Aunque es
verdad que algunas veces unos vicios que son claros y manifiestos se vencen con
otros vicios ocultos secretos, que se cree ser virtudes, en ellos reina la
soberbia y una soberanía despótica de agradarse a sí propio que amenaza ruina.
Hemos, pues, de dar por vencidos
los vicios cuando se vencen por amor de Dios; cuyo amor ningún otro ni le da
sino el mismo Dios, y no de oh modo sino por el mediador de Dios de los hombres,
Jesucristo Hombre y Dios, quien se hizo partícipe de nuestra mortalidad por
hacernos partícipes de su divinidad.
Poquísimos son los que se hacían
dignos de alcanzar tanta felicidad dicha, que desde el principio de su juventud
no hayan cometido pecado alguno que pueda condenarles, o torpezas, o crímenes
execrables, o algún error de perversa impiedad, a no ser que por un particular
don y liberalidad del espíritu triunfen de todo que les podía sojuzgar y
sujetar con el deleite carnal. Pero muchos, habiendo recibido el precepto de la
ley si se ven vencidos, prevaleciendo los vicios y hechos ya transgresores de
la ley, se acogen a la gracia auxiliante, para que de esta manera haciendo
áspera y condigna Penitencia y peleando valerosamente, sujetando primero el
espíritu a Dios y prefiriéndole a la carne, puedan salir vencedores.
Cualquiera que desea, escapar y
libertarse de las penas eternas, no sólo debe a bautizarse, sino también
justificarse en Cristo, y así, verdaderamente, pase de la potestad del demonio
al yugo suave de Cristo. Y no piense que ha de haber penas del purgatorio sino
en el ínterin a que venga aquel último y tremendo juicio. Aunque no puede
negarse que igualmente el mismo fuego eterno, a conforme a la diversidad de los
méritos, aunque malo, será para algunos más benigno y para otros más riguroso, ya
sea variando su fuerza y ardor, según la pena que cada uno merece, ya sea
ardiendo para siempre lo mismo, pero sin ser para todos igual sufrimiento.
CAPITULO XVII: De los que piensan que las penas del hombre no han de ser eternas.
Ya advierto que conduce tratar y
disputar aquí en sana paz con nuestros misericordiosos antagonistas, que no
quieren creer que todos aquellos a quienes el justísimo Juez ha de juzgar por dignos
del tormento del infierno, o algunos de ellos, hayan de padecer pena que sea
eterna, si no creen que después de ciertos plazos designados, más largos o más
cortos, según la calidad del pecado de cada uno, al cabo han de salir de allí
libres. En lo cual, sin duda, se mostró demasiado misericordioso Orígenes
creyendo que el mismo demonio y sus ángeles, después de graves y dilatados
tormentos, habían de salir de aquellas penas y venir a juntarse con los santos
ángeles.
Pero la Iglesia, con justa causa,
reprobó a Orígenes por esta falsa doctrina, como también por otras causas
justas, y especialmente por las bienaventuranzas y miserias alternativas, y por
las interminables idas y venidas de éstas a aquéllas y de aquéllas a éstas en
ciertos intervalos de siglos; pues aun esto, en que parecía misericordioso, lo
perdió, puesto que asignó a los santos unas verdaderas miserias con que pagasen
sus penas, y unas falsas bienaventuranzas en que no tuviesen gozo verdadero y
seguro, esto es, que fuese cierto y sin temor de perder el bien eterno.
Pero muy distinta doctrina es
aquella en que yerra, con humano afecto, la misericordia de los que imaginan
que las miserias de los hombres condenados en aquel juicio han de ser
temporales, y la felicidad de todos los que se han de salvar tarde o temprano, eternas.
Cuya opinión, si es buena y verdadera porque es misericordiosa tanto mejor será
y más cierta cuan fuese más misericordiosa.
Extiéndase, pues, la fuente de
esta piedad hasta los ángeles condenados que han de ser libres, a lo menos a
cabo de tantos y tan dilatados siglo como quisieren. Por qué causa corre esta
fuente hasta llegar a toda la naturaleza humana, y en llegando a Ir angélica se
para y se seca? Con todo no se atreven a pasar más adelante con su misericordia
y llegar hasta poner igualmente en libertad el mismo demonio. Si alguno se
atreve, aunque vence en efecto a éstos, sin embargo, yerra tanto más
disformemente y tanto más perversamente contra la rectitud de la divina palabra
cuanto le parece que su opini9'n es más clemente y piadosa.
CAPITULO XVIII: De los que presumen que en el último y final juicio ningún hombre será condenado, por las intercesiones de los santos.
Hay también algunos, como yo
mismo he experimentado en varios coloquios y conferencias a qué he asistido que
padeciendo que veneran la doctrina contenida en la Sagrada Escritura, viven por
otra parte mal, y sosteniendo su causa propia, atribuyen a Dios para con los
hombres mucha mayor misericordia que los ya citados.
Porque dicen que aunque sea
cierto lo que tiene dicho Dios en orden a los hombres malos e infieles, que son
dignos de la pena eterna y merecen ser castigados, sin embargo, cuando llegaren
al tribunal y juicio de Dios vencerá la misericordia. Pues los ha de perdonar, dicen,
el benigno y piadoso Dios por las oraciones e intercesión de su santo Porque si
rogaban por ello cuando se veían perseguidos de sus enemigos, con cuánta más
razón cuando los verán postrados, humildes arrepentidos? Pues no es creíble, dicen,
que los santos entonces hayan de perder las entrañas de misericordia cuando
están plenísimos de perfectísima santidad; y que los que rogabai por sus
enemigos cuando ellos mismos tampooo se hallaban sin pecado, en aquella ocasión
no rueguen por sus amigos humillados y rendidos cuando se hallarán libres de
todo pecado, o que no oirá Dios a tantos y tales hijos suyos cuando serán tan
santos que no se hallará en ellos impedimento alguno para ofr sus oraciones.
El testimonio del real Profeta, que
dice: Acaso se olvidará Dios de ser misericordioso o contendrá en su ira su piedad?,
lo alegan en su favor los que permiten que los infieles o impíos, por lo menos,
sean atormentados un largo espacio de tiempo, mas después sean libres de su
pena; pero sobre todo lo aducen en su favor estos de que hablamos.
Su ira es, dicen éstos, que todos
los indignos de la eterna bienaventuranza, por su sentencia, sean castigados
con pena eterna. Pero si esta pena permitiere Dios o que sea larga, o ninguna, contendría
en su ira sus misericordias, lo cual dice el real Profeta que no hará, pues no
dice acaso detendrá largo tiempo en su ira sus misericordias?, sino afirma que
del todo no las detendrá.
Así, pues, opinan éstos que la
amenaza del juicio de Dios no es falaz, aunque a ninguno haya de condenar, como
no podemos decir que fue mentirosa su amenaza cuando dijo que había de destruir
a Nínive, y, sin embargo, no tuvo efecto lo que anunció que haría
incondicionalmente. Porque no dijo: Nínive será destruida si no hicieren
penitencia y se enmendaren sus moradores, sino que, sin añadir esta
circunstancia, anunció la ruina y destrucción de aquella ciudad. Esta amenaza
piensan que es cierta, porque lo que dijo Dios fue lo que ellos verdaderamente
merecían padecer, aunque no hubiese de ejecutarlo el Señor. Pues aunque perdonó
a los penitentes, dicen, sin duda no ignoraba que habían de hacer penitencia, y,
con todo, absoluta y determinadamente dijo que habían de ser destruidos.
Así que esto, dicen, era verdad
en el rigor que ellos merecían, pero no en razón de la misericordia, la cual no
detuvo en su ira para perdonar a los humildes y rendidos aquella pena con que
había amenazado a los contumaces. Si entonces perdonó, dicen, cuando con
perdonar había de entristecer a su santo Profeta, cuánto más perdonará por los
que se lo suplicarán con más compasión, cuando para que los perdone pedirán y
rogarán todos sus santos?
Esto que ellos imaginan en su
corazón piensan que lo pasó en silencie Sagrada Escritura para que muchos
corrijan y enmienden por el temor las penas, largas o eternas, y es quien pueda
rogar por los que no corrigieren; y, sin embargo, imaginan que del todo no lo
omitió la Sagrada Escritura. Porque, dicen, qué quiere decir aquello: Cuán
grande es muchedumbre de tu dulzura, Señor que ocultaste a los que te temen, sino
que entendamos que por este temor escondió Dios una tan grande tan secreta
dulzura de su misericordia? Y añaden que por lo mismo dijo también el Apóstol: Los
encerró Dios a todos en la infidelidad para usar de misericordia con todos; esto
para darnos a entender que a ninguno ha de condenar.
Y, no obstante, los que así
opinan no extienden su opinión hasta el punto de librar o no condenar al
demonio a sus ángeles, porque se mueven con misericordia humana sólo para
hombres y defienden principalmente causa, prometiendo como por una general
misericordia de Dios hacia el linaje humano, a su mala vida un falso perdón Así
se aventajarán a éstos encarecer la misericordia de Dios lo que prometen esta
remisión y gracia igualmente al príncipe de los demonios y a sus ministros.
CAPITULO XIX: De los que prometen también a los herejes gracia y perdón de todos sus pecados por la participación del cuerpo de Cristo.
Hay otros que prometen esta
liberación o exención de la pena eterna, no generalmente a todos los hombres, no
únicamente á los que hubieren recibido el bautismo de Cristo y participasen de
su Cuerpo, aunque viví en medio de cualquiera herejía o doctrina impía que
obstinadamente abrazasen, por lo que dice Cristo: Este el Pan que descendió del
cielo, por que si alguno comiere de él, no muera. Yo soy el Pan vivo que
descendí del cielo, y si alguno comiere de este Pan, vivirá para siempre; luego
es necesario, dicen, que se libren éstos de muerte eterna, y que lleguen a
conseguir alguna vez la vida eterna.
CAPITULO XX: De los que prometen el perdón no a todos, sino a aquellos que entre los católicos han sido regenerados, aun después cayeran en herejía o idolatría.
Hay otros que prometen igual
felicidad no a todos los que han recibido el Sacramento del Bautismo de
Jesucristo y su Sacrosanto Cuerpo, sino sólo a los católicos, aunque vivan mal,
porque no sólo Sacramentalmente, sino realmente comieron el Cuerpo de Cristo
estando en el mismo cuerpo; quienes dice el Apóstol: Aunque muchos somos un pan,
y Componemos solo cuerpo; de forma que aunque después incurran en algún error
ético o en la idolatría de los gentiles, sólo porque en el cuerpo de Cristo, esto
es en la Iglesia católica, recibieron el bautismo de Cristo y comieron el
cuerpo de Cristo, no llegan a morir para siempre, sino que al fin alguna vez
vienen a conseguir la vida eterna y toda aquella impiedad, aunque muy grande, no
ocasionará que se eternas las penas, sino sólo largas acerbas.
CAPITULO XXI: De los que enseñan que los que permanecen en la fe católica, aunque vivan perversamente, y por esto merezcan ser quemados, se han de salvar por su creencia en la fe.
Hay también algunos que, por que
dice la Sagrada Escritura? Que el que perseverare hasta el fin, se salvará, no prometen
esta felicidad si a los que perseverasen en el gremio de la Iglesia católica, aunque
vivan mal; es a saber: porque se han de salvar por medio del fuego, por el
mérito de su creencia, de la cual dice el Apóstol: Nadie puede poner otro
fundamento que el que hemos dicho, que Jesucristo: si alguno edificare sobre
este fundamento oro, plata, piedras preciosas, leña, heno y paja, a su tiempo
se declarará y advertirá lo que cae uno hubiere hecho; porque el día del Señor
lo declarará, pues con el fuego se manifestará, y lo que cada uno hubiere
practicado, qué tal ha sido probará y averiguará el fuego. Si perseverare sin recibir
daño, lo que uno hubiere obrado sobre el edificio, este tal recibirá su premio;
pero sino que hubiere hecho ardiere, padecerán daño las tales obras, mas él se
salvará; pero de tal conformidad como lo que sale acendrado por el fuego.
Dicen, pues, que el católico
cristiano, como quiera que viva, tiene a Cristo en el fundamento; el cual no le
tiene ningún hereje, pues esta destroncado y apartado por la herejía de la
unidad y unión de su Cuerpo. Y por causa este fundamento, aunque el católico
cristiano viva mal, como el que edificó sobre el fundamento leña, heno y paja, piensan
que se salvan por el fuego; esto es, que se libran después de las penas de
aquel fuego con que en el último y final juicio serán castigados los malos.
CAPITULO XXII: De los que piensan que cumpliendo las obras de misericordia, los pecados que cometen no están sujetos al juicio de la condenación.
He hallado también otros que
opinan que sólo han de arder en la eternidad de los tormentos los que no
cuidaron de hacer por sus pecados las obras de misericordia y limosnas, conforme
a la expresión del apóstol Santiago: Porque será juzgado sin misericordia el
que no hubiere usado de misericordia. Luego el que la practicare, dicen, aunque
no corrija ni modere su vida y costumbres, sino que entre aquellas
misericordias y limosna que hiciere viviere mal e inicuamente conseguirá en el
juicio la misericordia de manera que, o no le castiguen con condenación alguna,
o después de algún tiempo, corto o dilatado, salga libre de aquella condenación.
Y por eso piensan que el mismo Juez de los vivos y de los muertos no quiso
declarar que había de decir otra cosa, así a los de la mano derecha, á quienes
ha de conceder la vida eterna, como a los de la siniestra, a quienes ha de
condenar a los tormentos eternos, sino las limosnas y misericordias que
hubieren hecho o hubieren omitido.
A esto mismo, dicen, pertenece lo
que pedimos diariamente en la oración del Padrenuestro: Perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; porque cualquiera, que
perdona el pecado al que pecó contra él, sin duda usa de misericordia, la cual
en tales términos nos la recomienda el mismo Señor que dijo: Si perdonaseis a
los hombres sus pecados, también os perdonará a vosotros vuestro Padre vuestros
pecados; y si no perdonaseis a los hombres, tampoco vuestro Padre, que está en
los cielos, os perdonará a vosotros. Luego a esta especie de limosna y
misericordia pertenece también lo que dice el apóstol Santiago: que usará de
juicio sin misericordia con el que no hizo misericordia. Y no dijo el Señor, dicen,
grandes o pequeños pecados, sino os perdonará vuestro Padre vuestros pecados, si
vosotros igualmente perdonaseis a los hombres. Por lo mismo presumen que a los
que viven mal, hasta que acaben el último período de su vida se les perdonará
diariamente por esta oración todos los pecados, de cualquier calidad y cantidad
que fueren, así como se dice cada día la misma oración con tal que sólo se acuerden
de que cuando les piden perdón los que les han ofendido con cualquiera injuria
les perdonan de corazón. Luego que haya respondido a todas estas objeciones, con
el favor de Dios habré dado fin a este libro.
CAPITULO XXIII: Contra los que dicen que no han de ser perpetuos los tormentos del demonio ni los de los hombres impíos.
Primeramente conviene que
averigüemos y sepamos por qué la Iglesia no ha podido tolerar la doctrina de lo
que prometen al demonio, después de muy terribles y largas penas, la purgación
o el perdón; porque tantos santos, y tan instruidos en la Sagrada Escritura del
Nuevo y Viejo Testamento, no hemos de decir que envidiaron la purificación y la
bienaventuranza del reino de los cielos después de los tormentos de cualquiera calidad
y especie que sean a cualesquiera ángeles de cualquiera calidad y genero que
fuesen; antes bien, vieron que no se pedía anular la sentencia divina, que dijo
el Señor había de pronunciar en el último juicio, diciendo: Idos de mí malditos,
al fuego eterno que está preparado para el demonio y sus ángeles (porque en estos
términos hace ver que el demonio y sus ángeles han de arder con fuego eterno); y
lo que está escrito en el Apocalipsis: El demonio, que los engañaba, fue echado
en un estanque de fuego y azufre donde también la bestia y los seudoprofetas
serán atormentados de día de noche, por los siglos de los siglos lo que allá
dijo eterno, aquí lo llamó siglos de los siglos; con estas palabras la Sagrada
Escritura no suele signifcar sino lo que no tiene fin de tiempo.
Por lo cual no puede hallarse
otra causa ni mas justa ni más manifiesta, por la que en nuestra verdadera
religión tenemos y creemos firme e irrevocablemente, que ni el demonio ni sus
ángeles jamás han de tener regreso a la justicia y vida de los santos; sino
porque la Escritura, que a nadie engaña, dice que Dios no los perdonó, que en
el ínterin los condenó con anticipación, de forma que los arrojó encerró en las
tenebrosas cárceles de infierno, para guardarlos y castigarlo después en el último
y final juicio cuando los recibirá el fuego eterno donde serán atormentados por
los siglos de los siglos.
Siendo esto así, cómo se han de
escapar y librar de la eternidad de esta pena todos o algunos hombres, después
de cualquiera tiempo, por largo que sea, sin que quede sin vigor y fuerza la fe
con que creemos que ha de ser eterno el castigo y tormento de los demonios? Porque
si a los que ha de decir el Señor: Idos de mí, malditos al fuego eterno, que
está preparado a demonio y a sus ángeles, o todos o algunos de ellos no siempre
han de estar allí, qué razón hay para que creamos que el demonio y sus ángeles
no hayan de estar siempre allí? Acaso, pregunto, la sentencia que pronunciará
Dios contra los malos, así ángeles como hombres, ha de ser verdadera contra los
ángeles y falsa contra los hombres? Porque así vendrá a ser, sin duda, si ha de
valer más, no lo que dijo Dios, sino lo que sospechan los hombres, y ya que
esto no es posible no deben arguir contra Dios; antes sí deben, mientras es
tiempo, obedecer al precepto divino los que quisieren escapar y librarse del
tormento eterno.
Además, cómo se entiende tomar el
tormento eterno por el fuego de largo tiempo, y creer que la vida eterna es sin
fin, habiendo Cristo en un mismo lugar y en una misma sentencia dicho, comprendiendo
ambas cosas: Así irán éstos al tormento eterno, los justos a la vida eterna? Si
lo une y lo otro es eterno, sin duda o que en ambas partes lo eterno debe
entenderse de largo tiempo con fin, o en ambas sin fin perpetuo, porque
igualmente se refiere el uno al otro: por una parte el tormento eterno, y por
otra, la vida eterna. Y es un notable absurdo decir aquí, donde es uno mismo el
sentido que la vida eterna será sin fin y tormento eterno tendrá fin. Y a
puesto que la vida eterna de los santos será sin fin, a los que les tocase la
de gracia de ir a los tormentos eterno ciertamente no tendrá ésta fin.
CAPITULO XXIV: Contra los que piensan que en el juicio ha de perdonar Dios a todos los culpados por la intercesión de sus santos.
También esta doctrina procede
contra los que, favoreciendo su causa, procuran ir contra la palabra de Dios
como con una misericordia mayor; de forma que sea cierto lo que dijo Dios que
habían de padecer los hombres no porque hayan de padecer, sino por que lo
merecen. Los perdonará, dicen por las fervorosas oraciones de sus santos, los
cuales entonces rogará tanto más por sus enemigos cuanto sean más santos, y su
oración ser más eficaz y más digna de que la oiga Dios, porque no tendrán ya
pecado alguno.
Y por qué motivo, con su
perfectísima santidad y con aquellas oraciones purísimas y llenas de
misericordia, poderosas para alcanzar toda las gracias, no rogarán también por
los ángeles a quienes está preparado el fuego eterno, para que Dios temple su
sentencia, la revoque y les libre de aquel fuego voraz? O acaso habrá alguno
que presuma que también este sucederá, pues también los ángeles santos, juntamente
con los hombres santos que en aquella situación serán iguales a los ángeles de
Dios, regirán por lo que habían de ser condenados, así ángeles como hombres, para
que no padezcan por la misericordia lo que merecían en realidad; cosa que el
que estuviese constante en la fe jamás dijo ni dirá? Porque de otra manera no
hay razón para que ahora no rueguen también la Iglesia por el demonio y sus
ángeles, pues su Maestro, Dios y Señor nuestro, lo ordenó que rogase por sus
propios enemigos.
Así que la razón que hay para que
la Iglesia no ruegue por los ángeles malos, los cuales sabe que son sus
enemigos, la habrá para que, en aquel juicio, tampoco ruegue por los hombres
que han de ser condenados a fuego eterno, aunque esté en mayo elevación y
perfección de santidad pues al presente ruega por los que entre los hombres se
le muestran enemigos, porque es tiempo de poder hace penitencia con fruto. Y
qué es lo que principalmente pide por ellos, sino que les dé Dios, como dice el
Apóstol arrepentimiento y penitencia, y que vuelvan en si y se libren de los
lazos del demonio, que los tiene cautivos su voluntad?
Finalmente, si la Iglesia tuviese
noticia cierta de los que, viviendo todavía, están predestinados al fuego
eterno con el demonio, tampoco rogaré por ellos, como no ruega por éste. Pero
porque de ninguno está cierta ruega por todos; digo, por los hombres sus
enemigos que viven aún en este mundo, aunque no por todos sea oída, pues
solamente lo es por aquellos que aunque contradicen a la Iglesia, sin embargo, de
tal manera está predestinados, que oye Dios a la Iglesia que ruega por ellos, y
se hace hijos de la Iglesia. Y si algunos tuvieren hasta la muerte el corazón
impertinente, y de enemigos no se convirtieron en hijos, por ventura la Iglesia
ruega ya por éstos, es decir, por las almas de los tales difuntos? Por cierto
no. Y por qué sino porque ya los tienen en cuenta de que son la parcialidad del
demonio, pues mientras vivieron no se transfirieron a Cristo?
Pues la misma causa hay para que
no se rece por los hombres que han de ser condenados al fuego eterno, que hay para
que ni ahora ni entonces se rece por los ángeles malos; la cual existe asimismo
para que aunque presente se rece por los hombres vivos no obstante de que sean
malos con todo, no se ruegue por los infieles impíos que son ya difuntos. Pues
algunos difuntos oye Dios la oración de su Iglesia o la de algunos corazones
píos y devotos; por aquellos que siendo reengendrados en Cristo, no vivieron en
la tierra tan mal que lo juzga por indignos de semejante misericordia, ni
tampoco tan santamente que sea averiguado que no necesita de tal misericordia, así
como tampoco, acabada la resurrección de los muerto no faltarán con quienes, después
de las penas que suelen padecer las a mas de los difuntos, se use de
misericordia, de suerte que no los echen al fuego eterno. Porque no se diría
con verdad de algunos que no se les perdonará ni en este siglo ni en el futuro,
si no hubiera a quienes se les perdonara, ya que no en éste, a lo menos en el
venidero. Pero habiendo dicho el mismo Juez de los vivos y de los muertos: Venid,
benditos de mi Padre; tomad la posesión y gozad del reino que os está preparado
desde el principio del, mundo; y a otros, por el contrario: Idos de mí, malditos,
al fuego eterno que está dispuesto para el diablo y sus ángeles, y así irán
éstos a los tormentos eternos, y los justos a la vida eterna, es demasiada
presunción decir que ninguno de aquellos a quienes dice Dios que irán al
tormento eterno ha de ir a padecer las perpetuas penas, y hacer con la fe
sincera de esta presunción que se pierda la esperanza o se dude también de la
misma vida eterna.
Nadie, pues, entienda así el
Salme que dice: Acaso ha de olvidarse Dios de usar de su misericordia, o detendrá
en su ira sus misericordias? pensando que la sentencia de Dios es cuanto a los
hombres buenos es verdadera, y en cuanto a los malos falsa o en cuanto a los
hombres buenos ángeles malos verdadera, y en cuanto a los hombres malos, falsa.
Porque lo que dice el real Profeta pertenece los vasos de misericordia, y a los
mismos hijos de promisión, entre los cuales era uno también el mismo Profeta
quien habiendo dicho: Acaso se olvidará Dios de ser misericordioso, detendrá en
su ira sus misericordias? añadió: Y dije, ahora comienzo, esta mudanza es de la
diestra del Altísimo, declaró, sin duda, lo que vaticinó, acaso detendrá en su ira
sus misericordias. Porque la ira de Dios también alcanza esta vida mortal, donde
de el hombre ha sido hecho semejante a la vanidad, y sus días pasa como sombra;
y con todo, en esta su ira no se olvidará Dios de usar de misericordia, haciendo
que salga el sol para los buenos y para los malos, lloviendo para los justos y los
pecadores; y así no detiene en su ira sus misericordias, y particularmente en
aquello que expresamente declaró el Salmo, diciendo: Ahora comienzo, esta
mudanza es de la diestra del Altísimo; porque en esta vida llena de miserias y
trabajos, que es la ira de Dios, muda en mejor los vasos de misericordia, aunque
todavía en, la miseria de esta vida corruptible quede su ira, porque ni aun en
su propia ira detiene sus misericordias. Cumpliéndose de este modo la verdad de
es divino cántico, no hay necesidad que se entienda también de allá, de donde
han de ser atormentados eternamente todos los que no pertenecen a la Ciudad de
Dios.
Pero los que quieren extender es
sentencia hasta los tormentos de los condenados, por lo menos entiéndanse de
esta manera: que perseverando e ellos la ira de Dios, que está anunciada para
eterno tormento, no detiene Dios en esta su ira sus misericordias y hace Dios
que no sean atormentados con tanta atrocidad de penas cuanto ellos merecen; no
de tal forma que no padezcan jamás aquellas penas, que alguna vez se acaben, sino
que la sufren más benignas y ligeras de las que merecen. Porque así quedará la
ira de Dios, y no detendrán sus misericordias. Lo cual no se crea que lo
confirmo porque no lo contradigo.
Pero a los que piensan qué se
dijo más con amenaza que con verdad idos de mí, malditos, al fuego eterno; irá
éstos al tormento eterno, y serán atormentados por los siglos de los siglos el
gusano de ellos no morirá, su fuego no se extinguirá, y lo demás que sigue, no
tanto yo como la misma Sagrada Escritura, clara y plenamente lo arguye y
convence. Porque los ninivitas en esta vida hicieron penitencia y por ser en
esta vida fructuosa, por que sembraron en este campo donde Dios quiso que se sembrase
con lágrimas lo que después se segase y cogiese con alegría, con todo, quién
nega que se verificó en ellos lo que le anuncié el Señor, a no ser que no
entienda como Dios suele destruir los pecadores, no sólo enojado, sino también
teniendo de ellos misericordia, Porque de dos maneras se suelen destruir los
pecadores: o como los sodomitas, cuando se castiga a los mismo hombres por sus
pecados, o como loe ninivitas, cuando se destruyén los mismos pecados de los
hombres por la penitencia.
Sucedió, pues, lo que dijo el
Señor porque fue destruida Nínive, que era mala, y se edificó la buena, que
antes no era; y quedando en pie los muros y las casas, se arruinó la ciudad en
su mala vida y costumbres. Así, aunque el Profeta se entristeció porque no
sucedió lo que aquella gente temió que había de sucederles por su profecía, sucedió
lo que por Presciencia de Dios se dijo, pues sabía el que lo anunció cómo habla
de cumplirse y mudarse en mejor.
Mas, para que conozcan estos
impíamente misericordiosos qué es lo quiere decir la Escritura: Cuán grande es
la múchedumbre de tu dulzura, Señor, la que ocultaste a los que te temen!, lean
también lo que sigue Y la manifestaste a los que esperan en ti. Qué quiere
decir ocultársela los que te temen y la manifestaste a lo que esperan en ti, sino
que a los que por temor de las penas quieren autorizar y establecer si justicia,
que es la de la ley, no es dulce y suave la justicia de Dios, porque no la, conocen?
Porque no han gustado de ella, porque esperan en sí mismos no en Él; y por eso
se les esconde la abundancia de dulzura de Dios; pues aunque temen a Dios, es
con aquel temor servil que no se halla en la caridad, porque el temor no está
con la caridad, antes la caridad perfecta echa fuera el temor. Por eso, a los
que confían en el Señor les manifiesta su dulzura inspirándoles su caridad, para
que con temor santo (no con el que expele de sí la caridad, sino con el que
permanece para siempre), cuando se glorían, se gloríen, en el Señor. Porque la
justicia de Dios es Cristo, el cual, como dice el Apóstol, nos le hizo Dios a
nosotros sabiduría nuestra y justicia, santificación y redención para que, como
dice la Sagrada Escritura, el que se gloría se gloríe en el Señor.
Esta justicia de Dios, que nos da
la gracia sin méritos nuestros, no la conocen aquellos judíos que intentan
establecer su justicia y por eso no están sujetos a la justicia de Dios, que es
Cristo; en cuya justicia se halla mucha de la dulzura de Dios, por la cual dice
el salmista: Gustad y ved cuán dulce es el Señor. Y en gustando de ella en esta
peregrinación, no nos hartamos, antes si tenemos hambre y sed de ella para
satisfacernos completamente después, cuando le viéremos, cómo es en sí y se cumpla
lo que dice la Escritura: Me hartaré cuando se me manifestare tu gloria. Así
declara Cristo la grande abundancia de su dulzura a los que esperan en Él.
Pero si Dios oculta a los que le
temen su dulzura, imaginando los que aquí combatimos que es porque no ha de
condenar a los impíos, a fin de que no sabiéndolo éstos, y con el temor de ser
condenados, vivan bien, y par que de esta manera pueda haber quien ruegue por
los que no viven bien, Como la manifiesta a los que confían en, pues según
sueñan estos ilusos, por esta dulzura no ha de condenar a lo que no esperan en
Él? Busquemos, pues, aquella su dulzura que pone patente a los que esperan en
Él y a la que presumen que manifiesta a lo que le menosprecian y blasfeman. Al
que en vano busca el hombre, después de este cuerpo, lo que no procura granjear
y adquirir en este cuerpo.
También esta expresión del
Apóstol Permitió Dios que comprendiese todos la infidelidad para usar con todos
de misericordia, no la dice porque a ninguno ha de condenar, y explicamos antes
por qué lo dijo. Hablando el Apóstol de los judíos que después han de creer
como los gentiles, que va creían, dice en sus cartas Porque así como vosotros
en otro tiempo no creíais en Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia con
ocasión de la incredulidad de los judíos, a también ellos ahora no creen en
Cristo, para que después vengan a conseguir misericordia con motivo de la
vuestra. Después añade estas palabras, que equivocadamente complace a los que
combatimos: Permitió Dios que comprendiese a todos la incredulidad para usar
con todos de misericordia. Quiénes son todos sino aquellos de quienes hablaba; como
quien dice, ellos y vosotros?
Así que Dios permitió que a todo
así a los gentiles cómo a los judíos a quienes antevió y predestinó hace los
conformes a su Hijo, los comprendiese la incredulidad, para que, mediante la
penitencia, confusos de la amargura de su incredulidad y convirtiéndose por la
fe a la dulzura de la misericordia de Dios, entonasen aquel cántico del real
Profeta: Cuán grande es la abundancia de tu dulzura Señor, que ocultaste a los
qué te teme y manifestaste a los que esperan, no en sí mismos, sino en ti! Compadécese,
pues, de todos los vasos de misericordia. Y quiénes son todos? Todos aquellos
que de los gentiles y de los judíos predestinó, llamó, justificó glorificó, no
todos los hombres; y de todos aquellos, a ninguno ha de condenar
CAPITULO XXV: Si los que se han bautizado entre los herejes y se han relajado después viviendo mal, o los que se han bautizado entre los católicos y se han hecho herejes y cismáticos, o los que se han bautizado entre los católicos y, sin apartarse de ellos, han perseverado en vivir mal; pueden, por el privilegio de los Sacramentos, esperar la remisión de la pena eterna.
Pero respondemos ya también a los
que no solamente al demonio y a sus ángeles, pero ni aun a todos los hombres prometen
que han de librarse del fuego eterno, sino sólo a aquellos que re hubieren
lavado con el bautismo de Cristo, y hubieren participado de su cuerpo y sangre,
como quiera que hayan vivido y sea cual fuere la herejía o impiedad en que hayan
caído. Contra éstos habla el Apóstol, diciendo que las obras de la carne son
bien claras y conocidas, como son la fornicación, la inmundicia, la lujuria, la
idolatría, las hechicerías, enemistades pleitos, emulaciones, rencores, discardias,
herejías, envidias, embriagueces, glotonerías y otros semejantes vicios, de los
cuales os aviso como os lo tengo ya amonestado, que los que practican tales
obras no poseerán el reino de Dios. Lo que aquí dice el Apóstol fuera sin duda
falso, si estos ilusos, después de cualquier tiempo, por prolongado que sea, se
ven libres y llegar a conseguir el reino de Dios. Mas porque no es falso, seguramente
los tales no alcanzarán el reino de Dios Y si nunca han de conseguir la
posesión del citado reino, estarán en el tormento eterno, porque no puede darse
lugar medio donde, no estén en tormento los que no estuvieren en aquel reino.
Por eso, lo que dice Cristo: Este
en el Pan que bajó del cielo para que no muera el que Comiere de él. Yo soy el
Pan vivo que descendí del cielo; si alguno comiere de este pan vivirá para
siempre, con razón se pregunta cómo debe entenderse. Es verdad que a éstos a
quienes ahora respondemos les niegan tal sentido aquellos a quienes después
hemos de responder, que son los que prometen esta liberación, no a todos los
que tienen el Sacramento del bautismo y del cuerpo de Cristo, sino a solos los
católicos, aunque vivan mal porque comieron, no sólo sacramentalmente, sino
realmente el cuerpo Cristo, estando, en efecto, dentro de cuerpo; de cuyo
cuerpo dice el Apostol: Aunque somos muchos, somos pan y hacemos un cuerpo. El
que está pues, en la unidad de su cuerpo, es en la unión de los miembros
cristianos, cuyo Sacramento, cuando comulgan, los fieles suelen recibir en
aliar, este tal se dice verdaderamente que come el cuerpo de Cristo y beba la
sangre de Cristo, y, por consiguiente los herejes y cismáticos, que están
apartados de la unidad de este cuerpo, pueden recibir el mismo Sacramento, mas
no de suerte que les sirva de provecho antes si, de mucho daño, para ser
condenados más grave y rigurosamente que si los condenaran por larguísimo
tiempo, con tal que fuera limitado, por que no están en aquel vínculo de que
nos significa aquel Sacramento.
Por otra parte, tampoco éstos, que
entienden bien que no debe decir que come el cuerpo de Cristo el que no está en
el cuerpo de Cristo, prometen erróneamente a los que de la unidad de aquel
cuerpo caen en la herejía o en la superstición de los gentiles, la liberación
del fuego eterno. Lo primero, porque deben considerar cuán intolerable cosa sea
y cuán por extremo ajena y descaminada de la doctrina sana que los más o casi
todos los que salen del gremio de la Iglesia católica siendo autores de
herejías y haciéndose heresiarcas sean mejores que los que nunca fueron
católicos o cayeron en los lazos de ellos, casó de que a los tales heresiarcas
se les librara del tormento eterno porque fueron bautizados en la Iglesia
católica y recibieron al principio, estando en la unión del verdadero cuerpo de
Cristo, el Sacramento del sacrosanto cuerpo de Cristo; pue sin duda es peor el
que apostató y desamparó la fe, y de apóstata se hizo cruel combatidor de la fe,
que aque que no dejó ni desamparó la que nunca tuvo; Lo segundo, porque tambiéi
a éstos los ataja el Apóstol, después de haber insinuado las obras de la carne,
amenazándoles con la misma verdad: que los que hacen semejantes obras no
poseerán el reino de Dios
Tampoco deben vivir seguros en
sus malas costumbres los que, aunque perseveran hasta casi el fin en la
comunión de la Iglesia católica, viendo lo que dice la Escritura: que el que
perseverare hasta el fin, se salvará más por la perversidad y mala disposición
de su vida, dejan y desampara la misma justicia de la vida, que para ellos es
Cristo, ya sea fornicando, cometiendo en su cuerpo otras inmundicias y maldades,
que el Apóstol refiere, o viviendo con excesos de regalos y torpezas, o
haciendo parte de aquello que, según dice el Apóstol, priva del reino de Dios. Los
que comete tales vicios estarán en el tormento eterno, pues no podrán estar en
el reino de Dios, porque perseverando en esta mala vida hasta los último
períodos de la presente, sin duda ni puede decirse que perseveraron en Cristo
hasta el fin, pues perseverar el Cristo es perseverar en su fe; cuya fe según la
define el mismo Apóstol obra por, caridad, y la caridad, como dice en otro
lugar, no hace obras malas. Así que no puede decirse que comen el cuerpo de
Cristo, ni se deben contar entre los miembros de Cristo, porque, dejando otras
particularidades, rió pueden estar juntamente los miembros de Cristo y los
miembros de la ramera.
Finalmente, el mismo Cristo, diciendo
el que come mi carne y bebe mi sangre, en Mí queda y Yo en él, nos manifiesta
lo que es el comer, no sólo sacramentalmente, sino realmente el cuerpo de
Cristo, y el beber su sangre; porque esto es quedar en Cristo y que quede
también en él Cristo. Pues dije estas expresiones como si dijera: el que no
queda en mí y en quien no quedo yo, no diga o imagine que come mi cuerpo o bebe
mi sangre con fruto; de modo que no quedan en Cristo los que no son sus miembros.
Y no son miembros de Cristo los que se hacen miembros de la ramera, si no es
dejando de ser pecadores por la penitencia y volviéndose buenos por la
reconciliación.
CAPITULO XXVI: Qué cosa sea tener a Cristo por fundamento y a quiénes se promete la salud como por medio del fuego.
Pero tienen –dicen- los
cristianos católicos por fundamento de su creencia a Cristo, de cuya unión no
se apartaron, aunque hayan edificado sobre este fundamento cualquiera vida, por
perversa que sea, como leña, heño y paja. Así que la fe recta, por la cual
Cristo es el fundamento, aunque con daño, pues aquello que se edificó encima ha
de ser abrasado, sin embargo los podrá a lo último salvar algun vez y librar de
la eternidad de aquel fuego. Responde a éstos breve y concisamente el Apóstol
Santiago: Que aprovechará que alguno diga que tiene fe si le faltan, las obras?
Acaso sola la fe podrá salvarle? Y quién es de quien dice el Apóstol San Pablo:
El se salvará, y cómo ser sino por el fuego.? Busquemos, pues quién sea éste, aunque
es innegable no ser el que ellos piensan; porque no puede haber contradicción
entre los dichos de los Apóstoles: el que dice que aun cuando uno tenga malas
obra le salvará su fe por medio del fuego y el que asegura que si no tuviera obras,
no le podrá salvar su fe.
Hallaremos quien pueda ser salvo
libre por el fuego, si primero indagamos qué es tener a Cristo por fundamento. Lo
cual, para que al momento lo advirtamos en la misma comparación, debemos notar
que en la construcción del edificio nada se antepone al fundamento o cimiento. Cualquier
que tiene a Cristo en su corazón, d tal suerte que no prefiere a él las cosas terrenas
y temporales, ni aun la que son lícitas y permitidas, tiene Cristo por
fundamento; pero si las antepone, aunque parezca que profesa la fe de Cristo, no
está en el fundamento Cristo, a quien semejantes cosas antepone; cuanto más, si
despreciando los preceptos de su salvación ejecuta cosas ilícitas, pues
entonces es claro que no antepuso a Cristo, sino que le pospuso y menospreció, despreciando
sus mandamientos, cuando contra sus preceptos prefiere, pecando, satisfacer sus
apetitos.
Así que si un cristiano ama
apasionadamente a una ramera, en el fundamento no tiene ya a Cristo; pero si
uno estima a su esposa, si es según Cristo, quién duda que por fundamento
tendrá a Cristo?; y si es según este siglo, carnalmente; si llevado de torpes
apetitos, como lo hacen las gentes que no conocen a Dios, también
permisivamente y haciéndonos particular gracia de este donde, nos concede el
Apóstol, o, por mejor decir, por el Apóstol, Cristo que pueda tener por
fundamento a Cristo, porque si no antepone a Cristo este apetito y deleite
aunque edifique encima leña, heno y paja, Cristo es el fundamento y por eso vendrá
a salvarse por el fuego Porque tales deleites y amores terrenos, aunque por la
unión conyugal no son damnabíes, con todo, los queman y acrisolará el fuego de
la tribulación a cuyo fuego pertenece también la orfandad y cualesquiera calamidades
que nos privan de estos gustos.
Por lo mismo al que las hubiere
edificado será perjudicial esta edificación, puesto que le privará de lo que edificó
encima y se afligirá y atormentará con la pérdida de los placeres que le
alegraban; mas Se salvará por este fuego, por el mérito del fundamento; porque
en caso que el perseguidor cruel le propusiese si quería más poseer
tranquilamente sus deleites o a Cristo, no preferiría aquellos a Cristo. Adviertan
en las palabras del Apóstol quién es el que edifica sobre este fundamento oro, plata
y piedras preciosas: el que está, dice, sin mujer cuida de las cosas de Dios y
de como agradará a este gran Señor. Miret cómo otro edifica leña, heno y paja: pero
el que se halla casado cuida de las cosas del mundo y de qué manera agradará a
su esposa. Ha de manifestarse la calidad de las obras que cada uno hubiera
hecho, porque el día del Señor lo declarará: esto es, el día de la tribulación,
puesto que en el fuego se le revelará. A esta misma tribulación la llama fuego
como en otro lugar dice: los vasos del alfarero los prueba el horno, y a los, hombres
justos la tentación de la tribulación, y cuáles sean las acciones que cada uno
hubiere hecho, el fuego lo averiguará. Y si permaneciere Ia obra que hubiere
ejecutado alguno (porque permanece lo que cada uno cuidó de las cosas de Dios, y
de cómo agradaría a Dios), lo que hubiere edificado encima tendrá su premio
(esto es, le recibirá conforme a la exactitud con que hubiere cumplido sus
acciones); pero si la obra que hubiere ejecutado alguno ardiere, padecerá daño;
y, sin embargo, se salvará (puesto que ninguna tribulación le pudo apartar ni
derribar de, la constancia, estabilidad y firmeza de aquel fundamento); pero de
tal manera como si fuese por el fuego (pues lo que poseyó, no sin amor que le
causa complacencia, no lo perderá sin dolor que le aflija). Hallamos, pues, en
mi concepto, fuego que a ninguno de éstos condene, sino que a uno le enriquece
y a otro le daña, y a los dos prueba.
Pero si quisiésemos que en este
lugar se entienda aquel fuego con que amenaza el Señor a los de la mano
siniestra: Idos de mí malditos, fuego eterno, de forma que crean que entre
éstos se incluyen también los que edificaban sobre el fundamento le da, heno y
paja, y que serán libre de aquel fuego, después del tiempo que les cupo por los
malos méritos, por la méritos del buen fundamento, quién pensamos que serán los
de la mar derecha, a quienes dirá: Venid, benditos de mi Padre y poseed el reír
que os está preparado, sino aquellos que edificaron sobre el fundamento oro, plata
y piedras preciosas? ha de entenderse en estos términos, sigue que los unos y
los otros, es a saber, los de la mano derecha y los de la siniestra, serán atrojados
en aquel fuego; fuego del cual dice la Escritura: Pero de tal conformidad, como
fuese por el fuego. Porque los unos y los otros han de ser probados con aquel
fuego, de quien dice: Que día del Señor lo declarará, porque en el fuego se manifestará,
y cuál sea la obra que cada uno hubiere ejecutado el fuego lo probará y
averiguará. Luego si lo uno y lo otro lo ha de probar y averiguar el fuego, de
modo que cuando la obra de cada uno permaneciere, esto es, no consumiere e
fuego lo que, hubiere, edificado encima recibirá su premio, y cuando la obra de
alguno ardiere, padezca daño, si duda no es el eterno aquel fuego. Por que en
el fuego eterno serán echado por la eterna condenación sólo los de la mano
siniestra, y aquél prueba a lo de la mano derecha. Pero entre éstos a unos
prueba de manera que no que me ni consuma el edificio que hallan que ellos han
fabricado sobre Cristo, que es el fundamento, y a otros los prueba de otra
manera, esto es, de suerte que lo que edificaron encima arda, y por lo mismo
padezcan detrimento, aunque se salven porque tuvieron a Cristo, con excelente
caridad puesto, firme e inmutable, en el fundamento. Y si han de salvarse, se
sigue que estarán también a la mano derecha, y que con los demás oirán: Venid, benditos
de mi Padre; poseed el reino que os está preparado, y no a la mano izquierda; donde
se hallarán los, que no se han de salvar, y por eso oirán: Idos de mí, malditos,
al fuego eterno. Porque ninguno de ellos se libertará de aquel fuego, sino que
todos irán al tormento, eterno, donde el gusano de ellos no morirá, y no se
apagará el fuego con que serán atormentados de día y de noche para siempre.
Pero si después de la muerte de
este cuerpo, hasta que llegue aquel día que después de la resurrección de los
cuerpos ha de ser el último en que se verificará la condenación y remuneración;
si en este espacio de tiempo quieren decir que las almas de los difuntos
padecen semejante fuego, y que no lo sienten las que no vivieron con este
cuerpo, de manera que su lena heno y paja se consuman y que le sientan las que
llevaron consigo tales fábricas, ya sea sólo allá, ya acá y allá ya sea acá
para que allá no hallen el fuego de la transitoria tribulación que les abrase y
queme las fábricas terrenas, aunque sean veniales y libres de rigor de la
condenación, no lo reprendo o contradigo, porque quizá es verdad. También puede
pertenecer a esta tribulación la misma muerte del cuerpo la cual se engendró al
cometerse el primer pecado, y la heredó a su tiempo cada uno, según la calidad
de su edificio.
Pueden ser asimismo las
persecuciones de la Iglesia con que fueron condenados los mártires, y las que
padecen cualesquier; cristianos, porque éstas prueban como el fuego los unos y
los otros edificios, y a los unos los consumen en sus edificadores si no hallan
en ellos a Cristo por fundamento, y a los otros los consumen dejando a sus
edificadores, si le hallan; porque, en efecto, aunque con daño, ellos se
salvarán; y a otros no los consumen, porque los hallan tales que permanecen para
siempre.
Habrá también al fin del mundo, en
tiempo del Anticristo, una tribulación sin igual. Qué de edificios habrá
entonces, así de oro como de heno, sobre el buen fundamento que es Cristo Jesús,
para que aquel fuego pruebe a los unos y a los otros, dando a los unos contento
y a los otros daño, sin destruir a los unos ni a los otros, por causa de la
estabilidad y firmeza del fundamento! Cualquiera que prefiere a Cristo, no digo
yo su esposa, de quien usa para el deleite carnal sino las mismas cosas a que tenemos
obligación natural y se llaman piadosas, en que no hay estos deleites, amándolas
como hombres carnalmente no tienen a Cristo por fundamento; y por lo mismo, no
por el fuego será salvo, sino que no se salvará por cuanto no podrá hallarse
con el Salvador, quien hablando sobre este asunto con la mayor claridad dice El
que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a
su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Pero en que a semejantes
personas ama carnalmente, de forma que no las antepone a Cristo, y quiere antes
carece de ellas que de Cristo, cuando llegar a este trance ha de salvarse por
el fuego, pues es necesario que la pérdida de ellas le cause tanto dolor cuanto
era el entrañable amor que las tenía. Y el que amare a su padre y a su madre, hijos
e hijas, según Cristo, de suerte que cuide y mire por ellos, a fin de conseguir
el reino de Cristo y unirse con Él, o que los ame porque son miembros de Cristo,
por ninguna razón se halla este amor entre la leña, heno y paja para ser
consumido, sin que totalmente será parte del edificio de oro, plata y piedras
preciosas. Y cómo puede amar más que a Cristo los que, en efecto, ama por
Cristo?
CAPITULO XXVII: Contra la opinión de los que se persuaden que no les han de, hacer daño alguno los pecados que cometieron pues hicieron limosnas.
Resta únicamente responder a lo
que sólo han de arder en el fuego eterno los que no cuidan de distribuir por la
remisión de sus culpas las limosnas y hacer las obras de misericordia
necesarias, según lo que dice el Apóstol Santiago: que será juzgado y condenado
sin misericordia el que no hizo misericordia. Luego el que la ejerció, dicen, aunque
no corrigió su mala vida y costumbres, sino que vivió impía y disolutamente
entre las mismas limosnas y, obras de misericordia, con piedad será juzgado, de
manera que, o no sea condenado, después de transcurrido algún tiempo se libre
de la última condenación. No por otro motivo piensan que Cristo ha de efectuar
el apartamiento y diviséis entre los de la mano derecha y los de la siniestra, sólo
por la balanza de haber hecho u omitido las limosnas; de los cuales, a los unos
destinará a la posesión de su reino, y a los otros los tormentos eternos. Y
para persuadirse que se les pueden remitir los pecados que cometen sin cesar, por
grave y enormes que sean, por el mérito de las limosnas, procuran alegar en su
favor la oración que nos dictó el mismo Señor, porque así como, añaden, no hay
día en que los cristianos no digan esta oración, así no hay pecado algún que se
cometa cada día, cualquiera que sea, que por ella no se nos perdone cuando
decimos: perdónanos nuestras deudas, si procurásemos practicar lo que sigue: así
como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Porque no dice el Señor, según
ellos, si perdonaseis los pecados a los hombres os perdonará a vosotros vuestro
Padre los pecados pequeños de cada día, sino os perdonará vuestros pecados, cualesquiera
que sean y cuantos quiera, aunque se cometan diariamente y mueran sin haber
corregido ni enmendado su vida, entendiendo que por la limosna Tío se les niega
el perdón, y presumiendo que; les pueden ser perdonados.
Pero adviertan éstos que debe
hacerse por los pecados la limosna digna y cual es menester; porque si dijeran
que cualquiera limosna era poderosa a alcanzar la divina misericordia para los
pecados, así para los que se cometen cada día como para los enormes y para
cualquiera abominable costumbre de pecar, de manera que el perdón siga
cotidianamente al pecado, echarían de ver que decían una cosa absurda y
ridícula. Porque, de esta suerte, sería indispensable confesar que un hombre poderoso,
con diez dineros que cada día diese de limosna, podría redimix los homicidios y
adulterios y cualesquiera otros delitos graves. Y si proferir semejante
expresión es un absurdo Y grave desatino, ciertamente, si quisiéramos saber
cuáles son las limosnas dignas para conseguir el perdón de los pecados, de las
cuales decía también aquel precursor de Cristo: haced frutos dignos de penitencia,
sin duda hallaremos que no las practican los que lastiman mortalmente su alma
cometiendo cada día graves culpas.
Porque en materia de usurpar la
hacienda ajena es mucho más lo que hurtan; de lo cual, dando una pequeña parte
a los pobres, piensan que para este fin satisfacen y sirven a Cristo que
creyendo que han comprado de él, o, por mejor decir, que cada día compran la
libertad y licencia desenfrenada de cometer sus culpas y maldades, y así
seguramente puedan ejercitar tales abominaciones. Los cuales aunque por una
sola culpa mortal distribuyesen los miembros necesitados de Cristo todo cuanto tienen,
y no desistiesen de semejantes acciones no teniendo caridad, la cual no obra
mal de nada les pudiera aprovechar.
El que quisiere hacer limosnas
dignas de la remisión de sus pecados principie practicándolas en si misma
porque es cosa indigna que no la haga para sí el que las hace al prójimo viendo
que dice el Señor: Amarás tu prójimo como a ti mismo, e igualmente procura ser
misericordioso con tu alma, agradando a Dios. Así que el que no hace esta
limosna por su alma, como puede decirse que hace limosnas dignas por sus
pecados? A este propósito es también aquella sentencia de la Escritura: que el
que es malo para sí, para ninguno puede ser bueno, puesto que las limosnas son
las que ayudan a las oraciones y peticiones; y así debemos advertir lo que
leemos en el Eclesiástico: Hijo si hubieres pecado, no pases adelante; antes
ruega a Dios que te perdone las culpas ya cometidas. Luego se deben hacer las
limosnas por que, cuando rogásemos que se nos remitan nuestros pecados pasados,
seamos oídos, y no para que, perseverando en ellos, creamos que por las
limosnas nos dan licencia para vivir mal.
Por eso dijo el Señor que había
de hacer buenas las limosnas que hubiesen distribuido, y cargo riguroso a los
de la siniestra de las que no hubiesen hecho, para manifestarnos por este medio
cuánto valen las limosnas para conseguir el perdón de sus pecados pasados no
para cometerlos continuos y perpetuos libremente, y sin que les cuestión otra
molestia.
Y no puede decirse que hacen
semejantes limosnas los que no quieren enmendar su vida apartándose de Ia
ocasión y costumbre arraigada de pecar, que ya tienen como innata en su
pervertido corazón. Porque en estas palabras: Cuando no hicísteis la limosna a
uno de estos mis más mínimos siervos, a mi me la dejásteis de hacer, nos
manifiesta claramente que no la hacen, aun cuando creen que la hacen. Pues si
cuando dan el pan a un cristiano hambriento se lo diesen como si realmente lo diesen
al mismo Cristo, sin duda que a sí mismos no se negarían el pan de justicia que
es el mismo Jesucristo; porque Dios no mira a quién se da la limosna, sino con
qué intención se da.
Así que el que ama a Cristo en el
cristiano, le da limosna, con el mismo, ánimo que se llega a Cristo, no con el
que quiere apartarse e irse libre y sin castigo de Cristo; que tanto más se va
y aleja uno de Cristo cuanto más ama lo que reprueba Cristo. Que le aprovecha a
uno el bautizarse si no se justifica? Acaso el que dijo: que no renaciere el
hombre con el agua el Espíritu Santo no entrará en, el reino de Dios, no nos
dijo también Si no fuere mayor vuestra justicia que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Por qué razón tantos, por
temor de aquello, acuden a bautizarse, y tan pocos, no temiendo esta desgracia,
cuidan de justificarse?
Así, pues, como no dice uno a si
hermano loco por estar enojado con él, sino por su pecado, pues de otra manera merecería
el fuego del infierno, así, por el contrario, el que da limosna al cristiano no
la da al cristiano si en él no ama a Cristo; y no ama a Cristo el que rehusa
justificarse en Cristo. Si alguno incidiere en esta culpa diciendo a su hermano
loco, esto es, si le injuriare Injustamente, no pretendiendo corregirle su
pecado, es poco para redimir este pecado el hacer limosnas, si no añadiere
también el remedio de la reconciliación. Porque lo que allí continúa diciéndose
es: Si ofrecieres tu ofrenda en el altar, y ni te acordases que tu hermano
tiene alguna queja, contra ti, deja allí tu ofrenda en el altar y ve, ante
todas cosas, y reconcíliate con tu hermano, y entonces vendrás y ofrecerás tu
ofrenda. Aprovecha, pues, poco hacer limosnas, por grandes que sean, para
redimir cualquier pecado mortal, si se continúa en la costumbre de cometer los,
mismos pecados.
La oración cotidiana que nos
enseñó el mismo Señor, aunque borra y quita los pecados diarios, cuando se dice
cada día perdónanos nuestras deudas y cuando lo, que sigue inmediatamente, que
es así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no sólo se dice, sino
también se hace: lo cual se dice porque se cometen pecados, y no para
cometerlos. Pues con esta oración nos quiso enseñar el Salvador que por más justa
y santamente que vivamos en las tinieblas y flaquezas de esta vida no nos
faltan pecados, por los cuales debamos rogar para que se nos perdonen, y
perdonar nosotros a los que pecan contra nosotros, para que igualmente nos
perdonen a nosotros.
Así, pues, no dice el Señor: Si
perdonaseis a los hombres sus pecados os perdonará a vosotros vuestro Padre los
vuestros, para que, confiado en esta oración, pudiésemos pecar cada día con
seguridad, o por ser tan poderosos que nada se nos diera de las leyes humanas, o
por ser tan astutos que engañáramos a los mismos hombres, sino para que
supiésemos que no estábamos sin pecados, aunque estuviésemos libres de los
mortales. Advirtió esto mismo el Señor a los sacerdotes de la ley antigua en
orden a sus sacrificios, a los cuales ordenó que lo ofreciesen primeramente por
sus pecados, y después por los del pueblo.
También se deben mirar con
advertencia las propias palabras de tan grande Maestro y Señor nuestro, pues ni
dice si perdonaseis los pecados de los hombres, también vuestro Padre o
perdonará a vosotros cualesquiera picados, sino que dice: vuestros pecados; porque
enseñaba la oración que debían decir cada día, y hablaba con sus discípulos, que
estaban, sin dada justificados. Qué quiere decir vuestros pecados, sino los
pecados sin los cuales no os hallaréis ni aun vosotros que estáis justificados
y santificados. Los que por esta oración buscan ocasión de poder pecar cada día
mortalmente, dicen que el Señor significa también los pecados graves, porque no
dijo os perdonará los pecados ligero sino vuestros pecados; pero nosotro considerando
la calidad de las personas con quienes hablaba, y notando que dice vuestros
pecados, no debemos imaginar otra cosa que los veniales puesto que los pecados
de aquellos sujetos no eran ya graves.
Pero ni aun los mismos graves, que
de ningún modo se deben comete mejorando la vida y costumbres, perdonan a los que
piden perdón oran, si no practican lo que allí ordena: Así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores; porque los pecados mínimos, en que incurrir
hasta los más justos, no se perdonan de otra manera, cuánto más los que
estuvieren implicados en muchas graves culpas, aunque desistan ya cometerlas, no
alcanzarán perdón si mostraren duros e inexorablés en perdonar a otros los que
hubieren pecado contra ellos? Dice el Señor: Si perdonaseis a los hombres sus
pecados tampoco os perdonará á vosotros vuestro Padre; y a este intento hace lo
que dice igualmente el Apóstol Santiago: Que será juzgado y condenado sin
misericordia el que no hizo misericordia. Porque nos debemos de acordar, al
mismo tiempo, de aquel siervo a quien alcanzó su señor, ajustadas cuentas, en
diez mil talentos, y se los perdonó, mandando después que los pagase, porque no
se había condolido de su compañero, que le debía cien dineros. En éstos, que
son hijos de promisión y vasos de misericordia, tiene lugar lo que dice el
mismo Apóstol: Que la misericordia se exalta sobre la justicia, pues hasta
aquellos justos que vivieron con tanta santidad que tienen privilegio para
recibir en los eternos tabernáculos a otros que granjearon su amistad por medio
de la ganancia de la iniquidad, para que fuesen tales, los libró por la
misericordia Aquel que justifica al impío e imputa esta merced y premio por
cuenta de la gracia y no del débito. Porque del número de éstos es el Apóstol, que
dice: Que por la misericordia de Dios consiguió ser fiel ministro suyo.
Y aquellos a quienes los tales
reciben en los tabernáculos eternos, debemos confesar que no son de tal vida y
costumbres que les baste su vida para libertarlos sin el sufragio e intercesión
de los santos, y así en ellos sobrepuja mucho la misericordia a la justicia. Mas
no por eso debemos pensar que algún malvado que no haya mudado su vida. en otra
buena, o más tolerable, sea admitido en los eternos tabernáculos y moradas, porque
sirvió los santos con la ganancia de la inquidad, esto es, con el dinero o con
las riquezas que fueron mal adquiridas, o, si bien adquiridas, no verdaderas, sino
las que la iniquidad imaginan que son riquezas, no conociendo cuáles son las
verdaderas riquezas, de las cuales están abundantes y sobrados aquellos que reciben
a los otros en la eternas moradas.
Hay, pues, cierto género de vida
que ni es tan mala que a los que viven conformes a ella no les aproveche en
parte para conseguir el reino de los cielos la larga liberalidad de las
limosnas con que sustentan la necesidad de los justos y se granjean amigo que
los reciban en los tabernáculos eternos, ni tan buena que les baste para
alcanzar tan grande bienaventuranza, Si por los méritos de aquellos cuya
amistad granjearon no alcanzaron misericordia.
Suele causarme admiración cuando
advierto que aun en Virgilio se hay estampada esta sentencia del Señor que dice:
Procurad granjearos amigo con la ganancia de la iniquidad, para que también
ellos os acojan en eternas moradas; a la cual es mi parecida ésta, donde se
dice: El que recibe al profeta por el respeto y circunstancias de ser profeta, recibirá
galardón de profeta, y el que acoge al justo porque es justo, recibirá el
premio de justo. Porque describiendo aquel poeta los campos Elíseos, donde
supone que habitan las almas de los bienaventurados, no sólo puso allí los que
por sus propios meritos pudieron alcanzar la posesión de aquel ameno lugar, sino
que añade: y los que con sus obras obligaron a otros a que acordasen de ellos. Es,
a la letra, como si les dijera lo que de ordinario suele decir un cristiano
cuando humildemente se encomienda a algún justo que es santo, y dice: acordaos
de mi; y para que sea más factible, procura merecerlo haciéndole obras buenas.
Pero cuál sea este método y
cuáles los pecados que nos impiden el poder conseguir el reino de Dios, y, sin
embargo, nos dejan poder alcanzar indulgencias y perdón por los méritos de los
santos nuestros amigos, es sumamente dificultoso el averiguarlo y peligrosísimo
el definirlo. Yo, a lo menos aunque hasta ahora no he cesado de trabajar por
saberlo, no he podido comprenderlo. Y quizá se nos esconden, para que no
aflojemos en el cuidado de guardarnos generalmente de todos los pecados. Porque
si se supiesen cuáles son los pecados por los cuáles, aunque permanezcan
todavía y no se hayan redimido mejorando la vida se debe solicitar y esperar la
intercesión de los santos, la flojedad humana seguramente se implicaría en
ellos, no cuidaría de desenvolverse de semejantes enredos con el auxilio de
alguna virtud, sino sólo pretendería librarse con los méritos de otros, cuya
amistad hubiese granjeado con las limosnas hechas mediante la ganancia o tesoro
de la iniquidad; pero no sabiéndose la que persevere, sin duda se pone mal
cuidado y más vigilancia en aprovchar y mejorar la vida, instando en la oración,
y no se deja tampoco el cuidado de procurar la amistad de los santos con la
riqueza mal adquirida. Esta liberación, que procede, o de la intercesión de los
santos, sirve para que no le arrojen al fuego eterno no para que, si le
hubieren echado después de cualquier tiempo, por largo que sea, le saquen de
allí. Pues aun los que piensan que se debe entender lo que dice la Escritura de
que la buena tierra trae abundante y copios fruto, una a treinta, otra a
sesenta y otra a ciento por uno, en el sentido de que los santos, según la
diversidad de sus méritos, libran a los hombres, unos a treinta, otros a sesenta
y otros a ciento, suelen sospechar que será en el día del juicio, no, después
del juicio. Y viendo uno que con esta opinión los hombres con particular engaño
se prometían la gracia y remisión de sus culpas, porque así parece que todos pueden
alcanzar la libertad de las penas, dicen que dijo muy a propósito y con cierto
gracejo, que antes debíamos vivir bien para que cada uno viniese a ser de los
que han de interceder para librar a otros, a fin de quererlo vengan a reducirse
tanto los intercesores que, llegando presto cada uno al número que le cabe, de
treinta, o de sesenta o de ciento; queden muchos que no puedan ser libres de
las penas por intercesión de ellos, y se halle entre estos tales cualesquiera
que con temeridad tan vana se promete que ha de gozar del fruto ajeno; Basta
haber respondido así por nuestra parte a aquellos que no desechan la autoridad de
la Sagrada Escritura, de la cual se sirven comúnmente con nosotros, sino que, como
la entienden mal, piensan que ha de ser, no lo que ella nos dice, sino lo que
ellos quieren. Con esta respuesta, pues, concluyo este libro, como lo prometí.
LIBRO VIGESIMOSEGUNDO: EL CIELO, FIN DE LA DIUDAD DE DIOS.
CAPITULO PRIMERO: De la creación de los ángeles y de los hombres.
En este libro, que será el último,
según prometí en el anterior, trataremos de la eterna bienaventuranza de la
Ciudad de Dios; la cual, no por los dilatados siglos que alguna vez han
terminar se llamó eterna, sino porque como dice el Evangelio, su reino tendrá
fin; ni tampoco porque inquiriendo y faltando unos, naciendo sucediéndose otros,
haya en ella una apariencia de perpetuidad, como un árbol que está siempre
verde parece que persevera en El un mismo verde mientras que conforme van cayendo
unas hojas, otras que van naciendo conservan la apariencia de su frescura sino
porque en ella todos sus ciudadanos serán inmortales, viniendo a conseguir
también los hombres lo que nunca perdieron los ángeles santos. Esto lo hará
Dios Todopoderoso su fundador, porque lo prometió y no puede mentir, y para
persuadir de ello a los fieles ha hecho ya muchas cosas no prometidas y
cumplido muchas prometidas.
El es el que al principio hizo
mundo tan lleno de seres tan bueno visibles e inteligibles; en el cual nada
creó mejor que los espíritus, a quienes dio inteligencia, e hizo capaces para
que le viesen y contemplasen, y lo reunió en una comunidad que llamamos Ciudad
santa y soberana, en la cual el alimento con que se sustentasen fuesen
bienaventurados quiso que fuese el mismo Dios, como vida y sustente común de
todos. A esta misma naturaleza intelectual la dio libre albedrío de manera que
si quisiese dejar a Dios que es su bienaventuranza, le sucediera la miseria.
Y habiendo Dios que algunos
ángeles, por la altivez y soberbia con que habían de presumir bastarse para su
vida bienaventurada, serían desertores y apóstatas de tanto bien, no les quite
esta potestad, juzgando mejor sacar bien aun las cosas malas que impedir
hubiese las malas. Las cuales no existieran si la naturaleza mudable aunque
buena y criada por el sumo Dios, o bien inconmutable, no las hubiera hecho ella
misma malas, perecido. Y con el testimonio de este su pecado, se prueba también
que la Naturaleza, en su creación, fue buena. Porque si también ella misma no
fuera un grande bien, aunque no igual a su Criador, el dejar a Dios, que era
como luz suya, no pudiera ser su mal. Pues así como la ceguera es un vicio de
los ojos que nos manifiesta fue criado el ojo para ver la luz, y con este vicio
se nos declara que es excelente que los demás órganos el órgano capaz de luz así
la Naturaleza que gozaba de Dios nos enseño con su mismo vicio que fue criada
muy buena, con cuyo vicio es miserable, porque no goza de Dios, el cual castigó
la caída voluntaria de los ángeles con la justísima pena de la eterna
infelicidad, y a los demás que perseveraron en aquel sumo bien le concedió que
estuviesen ciertos y seguros de su perseverancia, como premio de la misma
perseverancia.
Crió al hombre también con el
mismo libre albedrío, atinque terreno, digno del cielo si perseverase en la
unión de su Criador, y si le desamparase digno de una miseria, cual conviniese
a semejante Naturaleza. Y sabiendo que había de pecar desamparando Dios con
traspasar su divina ley, tampoco le privó del libre albedrío, previendo al
mismo tiempo el bien que de su mal había de resultar, puesto que del linaje
mortal, condenado justamente por su culpa, va, por su gracia recogiendo
multitud de gente para con ella suplir la que cayó de los ángeles y que, de
este modo, su querida soberana Ciudad no quede sin ciudadanos, antes, quizá, venga
a gozar número más copioso.
CAPITULO II: De la eterna e inmutable voluntad de Dios.
Aunque muchas acciones se
practican por los malos contra la voluntad de Dios, este Señor es tan sabio, justo
y poder oso, que todas las que parecen contrarias a su voluntad van encarnadas
a aquellos fines que con su gusta presciencia previó que eran buenos y justos.
Por eso cuando se dice que Dios
muda la voluntad de manera que al que se mostraba benigno se les vuelve airado,
ellos se los que se mudan antes y le hallan mudado en cierto modo en las
aflicciones que padecen, así como se muda el sol respecto de los que tienen los
ojos tiernos y débiles en su organización, y se les vuelve de suave en alguna
manera áspero, y de agradable molesto, siendo él en su esencia el mismo que era.
Llámase también voluntad de Dios la que el Señor forma en los corazones de los
que obedecen a sus mandamientos, de la cual dice el Apóstol: Dios es el que obra
en nosotros como también en el querer o en voluntad. Porque así como se di
justicia de Dios, no sólo aquella con la cual el Señor es justo, sino también
la que obra en el hombre que justifica, por la misma razón sería su ley la que
es más de los hombres que suya, aunque dada por Dios a humana descendencia, porque,
en efecto, hombres eran a los que decía Cristo: En vuestra ley está escrito, y
en otro lugar: La ley de su Dios es impresa en su corazón.
Según esta voluntad que Dios obra
en los hombres, también se dice querer o voluntad libre, no lo que el Señor
quiere, sino lo que hizo que quisiesen los suyos; así como se dice que conoció,
lo que hace que se conozca para los que no lo conocían. Pues diciéndonos el
Apóstol: Ahora que había conocido a Dios, habiéndoos conocido antes Dios, no es
lícito que creamos que entonces conoció Dios a los que tenía predestinados
antes de la creación del mundo, sino que se dice que el entonces conoció lo que
hizo en aquellas circunstancias, fuese conocido. De acuerdo a estas locuciones
o modos de decir, recuerdo haber hablado ya en el libro XVI, capítulo XXXII, y
en otros lugares. Según esta voluntad, pues con la cual decimos que quiere Dios
que hace que quieran otros, que ignoran lo venidero, muchas cosas quiere y no
las pone en ejecución.
Porque muchas cosas quieren sus
santos que se ejecuten, movidos con santa voluntad inspirada por Dios, y no se
verifican, como cuando ruego por algunos piadosamente, y no hace Dios lo que le
piden, habiendo el mismo Señor impreso en ellos con su espíritu esta voluntad
de suplicar. Por eso cuando, según Dios, quieren y ruegan los santos que se
salven todos podemos decir con aquella locución: quiere Dios y no lo hace, para
que digamos que quiere Él mismo que hace que éstos quieran.
Pero según su voluntad, que con
alta presciencia es eterna, sin duda hizo en el cielo y en la tierra todo
cuanto quiso, no sólo lo pasado y presente, sino también lo futuro. Si embargo,
antes que llegue el tiempo en que, quiso que se hiciese lo que con su
presciencia dispuso, decimos hará cuando Dios quisiere; pero cuando ignoramos
no sólo el tiempo en que ha de ser, sino también si ser decimos se hará si Dios
quisiere, no porque Dios tendrá entonces nueva voluntad que no tuvo, sino
porque lo que está decretado ab aeterno en su inmutable voluntad, sucederá
entonces.
CAPITULO III: De la promesa de la eterna bienaventuranza de los santos y de los eternos tormentos de los impíos.
Omitiendo otras muchas razones
con cernientes a esta materia, así como en la actualidad vemos verificado en
Cristo lo que prometió a Abraham diciendo: En tu semilla y descendenos serán
benditas todas las naciones, así también cumplirá lo que prometió esta su
estirpe, diciendo por el Profeta: Resucitarán los que estaban en las sepulturas;
y lo anunciado por Isaías, cuando dice: Que habrá nuevo cielo y nueva tierra, y
no se acordarán de lo pasado, ni que vendrá y más al pensamiento: antes sí, hallarán
en la novedad alegría y contento, por que yo, haré a Jerusalén alegría, y a mi
pueblo contento; me regocijaré en Jerusalén, me alegraré en mi pueblo y no se
oirá más en ella llantos y lágrimas; y lo que por Daniel anunció al mismo Profeta,
diciendo: in tempore illo, salvabitur populus tuus omnis qui inventus fuerit
scriptus in libro el multi dormientium in terrae pulvere, exurgent, hí in vitam
aeternam, et hi in opprobrium, el confusionem aeternam; esto es, en aquellos
días se salvarán los de vuestro pueblo todos los que se hallaren escritos en el
libro, y muchos de los que duerme en el polvo o en las fosas de la tierra se
levantarán y resucitarán los une a la vida eterna, y los otros a la ignominia y
confusión sempiterna; y la que, en otra parte dice por el mismo Profeta: Recibirán
el reino los santos del Altísimo, y le poseerán para siempre por todos los
siglos de los siglos y poco después: Su reino es reino eterno, y lo demás
tocante a esta doctrina que inserté en el libro a lo que allí dejé de poner y
se halla escrito en los mismos libros; todo la cual se habrá de realizar, como
se realizó lo que los incrédulos presumía que no había de verificarse, porque
prometió lo uno y lo otro, y uno otro dijo que había de venir áquel mismo Dios
a quien tiemblan los dioses de los paganos, como lo confiesa hasta el mismo
Porfirio, famoso filósofo entre los gentiles.
CAPITULO IV: Contra los sabios del mundo que piensan que los cuerpos humanos no pueden ser trasladados a las moradas del Cielo.
Hombres doctos y sabios, oponiéndose
a la fuerza de una autoridad tan plausible como venerable, que a toda clase de gentes,
como lo habían anunciado ya mucho antes, hizo creer esperar esto mismo, creen
que arguyen enérgicamente contra la resurrección de los cuerpos, con el
testimonio de lo que Cicerón dice en el libro III de República: donde afirmando
cómo a Hércules y a Rómulo, de hombres mortales los habían colocado en el
número de los dioses, asegura que sus cuerpos no subieron al cielo, puesto que
la naturaleza no sufre que lo que es de tierra se quede en otra parte que en la
tierra esta es la razón principal de dicho sabios, cuyos pensamientos y
discurso sabe el Señor que son vanos.
Si solamente fuéramos almas, esto
es, fuéramos espíritus sin ningún cuerpo, y estando de asiento en el cielo no participáramos
de cualidad alguna de la de los animales de la tierra, y nos dijeran que
habíamos de venir a unirnos en estrecho vínculo con los cuerpos terrenos para
animarlos, pregunto: no arguyéramos con mucho mayor vigor para no dar asenso a esta
doctrina, y diríamos que la naturaleza no tolera que una entidad incorpórea
venga a unirse con lo que es corpóreo? Y, sin embargo, observamos que la tierra
esta poblada de almas vegetantes y que dan vida, con las cuales están unidos y
enlazados con maravillosa armonía estos miembros terrenos.
Por qué causa, pues queriendo el
mismo Dios que formó este animal, no podrá ascender el cuerpo terreno a la
altura del cuerpo celeste, si el alma, que es más aventajada y excelente que
todos los cuerpos, y, por consiguiente, más que los cuerpos celestes, pudo
unirse con el cuerpo terreno? Acaso una partecilla terrena tan pequeña pudo
unirse con objeto que fuese mejor para el cuerpo celeste para tener con él
sentido y vida; y a esta misma que la tiene sensación y vive se desdeñárá el
cielo de recibirla, o admitiéndola no la podrá sufrir, sintiendo y viviendo
ésta en virtud de un ser que es mejor que todos los cuerpos celestes?
No se hace ahora esta maravilla, porque
aún no ha llegado el tiempo en que quiso se hiciese el que ha hecho aquello, que
por ser cosa que vemos no se la estima, siendo mucho más admirable que lo que
estos ilusos creen. Porque qué razón hay para que no nos admiremos de que las
almas incorpóreas, que son más excelentes que los cuerpos celestes, se junten
con los cuerpos terrenos, y sí de que los cuerpos terrenos vayan a las
mansiones celestiales, siendo corpóreos, sino porque estamos acostumbrados a
ver aquello formando lo que somos, y esto aun no lo somos, ni hasta ahora jamás
los hemos visto? Bien reflexionado, hallaremos que es obra más admirable de la
mano divina unir y trabar en cierto modo lo corpóreo con lo incorporeo, que el
juntar cuerpos con cuerpos, aunque sean diferentes, los unos celestiales y los
otros terrenos.
CAPITULO IV: De la resurrección de la carne, que algunos no creen, creyéndola todo el mundo.
Aunque haya sido increíble alguna
vez, ya todo el mundo ha creído, menos unos cuantos incrédulos que se admiran
de ello, que el cuerpo terreno de Cristo fue llevado a los cielos; la
resurrección de su carne, su ascendió y subida a las celestiales mansiones
dándole crédito los doctos e indocto los sabios y los ignorantes. Y si ha
creído lo que es digno de fe, advierta cuán necios son los que no creen. Y han
creído lo que es increíble, también es creíble que se haya creído a lo que es
increíble.
Estas dos circunstancias
increíbles, es a saber, la primera: la resurrección de nuestro cuerpo para
siempre, y la segunda: que una maravilla tan increíble como ésta la había de
cree el mundo, predijo el Señor que había de suceder mucho antes que esta
última se verificase. Ya, vemos cumplido que creyese el mundo lo que era
increíble. Por qué, pregunto, la otra increíble que resta se desespera que
también suceda, y se tiene por increíble cuando ya sucedió lo que era increíble,
esto es, que cosa tan increíble la creyese el mundo, siendo así que ambas cosas
increíbles, de las cuales vemos la una y creemos la otra, la hallamos ya
anunciadas en la misma Escritura, por lo cual ha creído e mundo?
Y si consideramos el modo como en
mundo lo ha creído, hallaremos que es más increíble. Envió Cristo al mas
proceloso de este siglo unos pescadores con las redes de la fe, que ignoraba
las artes liberales, y por lo que respecta a su ciencia y doctrina, totalmente
rudos, sin tener noticia de gramática, sin ir prevenidos ni armado de los
sofismas de la dialéctica, ni hinchados con los discursos elocuentes de la
retórica, y de esta manera pescó de todo género tanto número de peces, y entre ellos
también a los mismos filósofos, lance tanto más admirable cuanto más raro, que
si se quiere podemos añadir a los dos increíbles que hemos dicho.
Luego ya tenemos tres sucesos
increíbles, que, no obstante, sucedieron Increíble es que Cristo resucitase es
carne, y que subiese al cielo con la carne. Increíble es que haya creído el
mundo portento tan increíble. Increíble es que hombres de condición humilde, despreciables,
pocos e ignorantes, hayan podido persuadir de cosa tan increíble, tan
eficazmente al mundo, y hasta a los mismos doctos. De estos increíbles no
quieren estos con quienes disputamos creer el primero; el segundo, aunque no
quieran, lo ven aun con sus ojos, no comprendiendo cómo ha sucedido, si no
creen el tercero.
Es cierto e indudable que la
resurrección de Cristo y su ascensión al cielo con la carne, con que resucitó, ya
se predica y se cree en todo el mundo, y si no es creíble, pregunto: cómo ha
creído en ello todo el orbe de la tierra? Si muchos, nobles, poderosos y
también sabios, dijeran que ellos lo vieron, y lo que así vieron lo divulgaron,
no fuera maravilla que el mundo les hubiese creído, aunque hubiera algunos
tercos que no lo creyeran. Pero si, cómo es cierto, predicándolo y
escribiéndolo unos pocos hombres oscuros, bajos e ignorantes que aquí lo vieron,
ha creído el mundo, por qué unos pocos sumamente obstinados no quieren aún
creer al mismo mundo que lo cree? El cual creyó a unos pocos hombres humildes, abatidos
e ignorantes, porque en testigos tan despreciables más admirablemente lo
persuadió por sí mismo el Espíritu Santo. Pues las elegantes arengas con que
persuadían fueron, no palabras, sino obras maravillosas, y los que no vieron
resucitar a Cristo en carne, subir con ella al cielo, creían a los que decían
que lo habían visto, no sólo porque lo decían, sino también porque hacían señales
rnilagrosas. Porque a hombres que conocían que no sabían más que un idioma, y
cuando más dos, los veían con admiración hablar de improviso en todos los
idiomas. Que uno que nació tullido de los pies desde el vientre de su madre; al
cabo de cuarenta años se levantó sano en virtud de sola una palabra que los
apóstoles le dijeron en nombre de Cristo. Que los sudarios y lienzos que se
quitaban de sus cuerpos servían para sanar los enfermos, y que innumerables
dolientes oprimidos con varias enfermedades, poniéndose en orden por, los
caminos por dónde habían de pasar, para que les tocase la sombra cuando pasasen,
al momento cobraban salud, y otras muchas señales estupendas que hacían en
nombre de Cristo. Y, finalmente, veían resucitar los muertos. S concedieron que
estos portentos se obraron, como se lee en los escritos apostólicos, ved aquí
cómo a aquellos tres prodigios increíbles podemos añadir otros infinitos
increíbles.
Para que crean un suceso
increíble que se dice de la resurrección de la carne, y de la ascensión al
cielo, aglomeramos tantos testimonios de tantas increíbles, y, con todo, podemos
apartar de su increíble rudeza a este incrédulos, para que den crédito a estas
infalibles verdades. Y si no cree tampoco que los apóstoles de Cristo obrasen
tales milagros, para que le creyesen la resurrección y ascensión que predicaban
de Cristo, a nosotros no basta sólo el gran argumento de que sin milagros, lo
haya creído todo orbe de la tierra.
CAPITULO VI: Cómo Roma; amando a su fundador Rómulo, le hizo dios, y la iglesia, creyendo en Cristo, le amó.
Traigamos también aquí a la
memoria lo que celebra y admira Tulio sobre haberse dado crédito a la divinidad
Rómulo. Pondró sus mismas palabras como él las escriben: cosa es, dice más
admirable la de Rómulo, porque los demás dioses que dicen se hicieron de los
hombres, existieron en siglos menos ilustrados, de manera que fue más fácil el
fingirlo cuando los imperitos e ignorantes se movían sin dificultad creer.
Pero observamos que los tiempo de
Rómulo fueron hace seiscientos años no cabales, habiendo ya adquirido antiguo esplendor
las letras y las ciencias, y desterrándose ya aquel antiguo y envejecido error
de la vida inculta agreste de los hombres. Poco después del mismo Rómulo, dice
así lo que pertenece a este mismo intento: lo cual se puede inferir que muchos
años antes fue Homero que Rómulo de manera que, siendo ya los hombres sabios y
los tiempos ilustrados, apeil había lugar para poder fingir patran. Porque la
antigúedad recibió las fábulas compuestas en ocasiones mal e impropiamente; pero
estos tiempos, como son ya cultos, rechazando prinpalmente todo lo que es
imposible, las admiten.
Uno de los hombres más doctos
elocuentes de su tiempo, Marco Tulio Cicerón, dice que se creyó milagrosamente
la divinidad de Rómulo porque los tiempos estaban ya ilustrados y no admitían
las falsedades de las fábulas. Y quién creyó que Rómulo fue dios, sino Roma, y
esto siendo aún población reducida, y cuando comenzaba a cimentarse su futura
gloria? Pórque después los descendientes hubieron de conservar en su memoria
necesariamente las tradiciones que recibieron de sus predecesores, para que
creciese la ciudad con la superstición que había mamado, en cierto modo, con la
leche de su madre, y llegando a poseer un imperio tan vasto y dilatado, desde
su cumbre y mayor, elevación, como de un lugar más encumbrado, bañase con esta
su opinión las otras naciones. a quien dominaba. De suerte que, aunque ésta no
lo creyesen, llamasen dios a Rómulo por no ofender el honor de la ciudad, a
quien rendían vasallaje er asunto de su fundador, llamándole de otra manera que
Roma, la cual creyo aquella patraña, no por afición al error sinó por amor
desordenado a su fundador.
Pero a Cristo, aunque es fundado
de la ciudad celestial y eterna, no por que la erigió le tuvo Esta por Dios
antes ha de irse fundando paulatinamente porque lo creyó. Roma, después de ya
fundada y dedicada, veneró a su fundador como a dios en el templo que le
edificó; pero esta Jerusalén, para poderse fundar y dedicar, puso a Cristo Dios
su fundador en el fundamento de la fe. Aquélla, amando a Rómulo creyó que era
dios; ésta, creyendo que Cristo era Dios, le amó. Así como allá precedió el
motivo para que Roma le amase y del amado creyese ya de buena gana aun el bien
que era falso así precedió aquí causa, por la que ésta creyese, y con fe
sincera, no sin justo motivo amase, no lo que era falso, sino lo que era
verdadero.
Porque además de tantos y tan
estupendos milagros, que persuadieron aún a los más obstinados que Cristo era
Dios, también precedieron profecías divinas, dignas por todas sus
circunstancias de fe, las cuales, no como los padres creemos que han de
cumplirse, sino que las vemos ya plenamente cumplidas; pero de Rómulo, por que
fundó a Roma y reinó en ella, oímos y vemos lo que sucedió, y no un portento
que antes estuviese vaticinado. Dicen las historias que se sostuvo y creyó que
fue transportado entre los dioses; mas no nos prueban que así ocurriera. Con
ninguna señal maravillosa se evidencia que realmente sucediese, pues la loba
que crió a los dos hermanos, lo cual se tiene por singular portento, de qué
sirve o qué prueba para hacernos ver que era dios, puesto que, por lo menos, si
aquella loba no fue positivamente una ramera, sin una bestia, el milagro debía
ser común y extensivo a los dos hermanos, y, sin embargo, no tienen por dios a
su hermano? Y a quién le prohibieron que confesase por dioses a Rómulo o
Hércules, o a otros tales hombres, quiso antes morir que dejarlo de confesar? Hubiera
acaso alguna nació que adorara entre sus dioses a Rómulo, si no los obligara a
este vanorito con temor del nombre romano? Y quién podrá numerar la inmensa multitud
de los que quisieron antes morir con cualquiera género de muerte cruel e
inaudita que negar la divinidad de Cristo Así, pues, el temor de la indignación
de los romanos, si no se adorara Rómulo, pudo forzar a algunas ciudades que
estaban bajo el yugo y jurisdicción romana a adorarle como a dios pero el
adorar a Cristo por Dios confesarle por tal un número considerable de mártires
esparcidos por todo el ámbito de la tierra, no pudo impedirlo el temor, no ya
de alguna ligera ofensa de ánimo, sino de penas y tormentos inmensos y varios, ni
aun el terror de la misma muerte, que suele ser más horrible que todos los
tormentos juntos.
La Ciudad de Cristo, aunque
entonces era todavía peregrina en la tierra y tenía grandes escuadrones de
crecido pueblos y gentes, con todo, no cuidó de resistir y pelear contra sus
impíos perseguidores en defensa de su vida y salud temporal, antes por
conseguir Ia eterna, no repugnó. Los prendían, encarcelaban, atormentaban, abrasaban
despedazaban, mataban y, sin embargo, se multiplicaban. No tenían otro modo de
pelear para salvar su vida que despreciar la misma vida por el Salvador.
Conservo en la memoria que en el
libro III de República, de Cicerón, se dice, si no me engaño, que una ciudad
buena y consumada en virtud no debe emprender guerra si no es o por la fe o por
la salud pública. Y lo que llama salud, o qué quiere significar con esta
palabra, en otro lugar lo manifiesta, diciendo: De estas penas, las que sienten
aun los más insensatos, como son indigencia, destierro, prisión y azotes, se
libertan en ocasiones los particulares con acabar de improviso la vida. Más
para las ciudades, la pena mayor es Ia misma muerte, la cual parece que ir
cierta a cada uno de la pena, porque la ciudad ha de estar establecida y ordenada
de tal conformidad, que ser eterna. Así que no hay muerte natural para la
república, como la hay para el hombre, en quien la muerte no sólo es necesaria,
sino que muchas veces se debiera desear. Mas cuando una ciudad es asolada, destruida
y aniquilada, se asemeja en cierto modo a si todo este mundo pereciese y se
acabase.
Esto dice Cicerón, porque opina, con
los platónicos, que el mundo no ha de fenecer. Consta, pues, que quiso que la ciudad
emprenda la guerra por conseguir aquella salud con la cual permanezca en el
mundo, como él dice, eterna; aunque se le mueran y nazcan uno a uno los
ciudadanos, como es perenne y perpetuo el verdor de los olivos laureles y demás
árboles de esta calidad, cayéndoseles y naciendo una a una las hojas. Porque la
muerte, como dice, no la de cada hombre de por sí, que ésta por la mayor parte
libra de pena a cada uno, sino la de toda ella, es pena de la ciudad. Por lo
cual con razón se duda si obraron bien los saguntinos cuando prefirieron que
pereciese, toda la ciudad, a violar la fe de los tratados con que estaban aliados
con la República Romana, cuya resolución tanto celebran los ciudadanos de la
ciudad terrena. Mas no penetro como pudieran obedecer a esta doctrina por la
cual se ordena que no debe emprenderse guerra sino por la fe o por la salud
pública; y no dice cuando estas dos circunstancias concurren juntamente en un
mismo peligro, de manera que no se puede guardar la una sin la pérdida de la
otra; en tal caso, qué es lo que debe elegirse? Porque, sin duda, si los
sagúntinos escogieran la salud, les fuera preciso desamparar la fe; si habían
de guardar fe, habían de perder la salud, como, en efecto, lo hicieron. Pero la
salud de la Ciudad de Dios es de tal calidad, que se puede conservar o por
mejor decir, adquirir con la fe y por la fe; más perdida la fe ninguno puede
venir a ella. Y esta idea en unos corazones constantes y sufridos formó tantos
y tan ilustres mártires, que no los tuvo, ni pudo, tener tales ni uno solo, cuando
fue tenido por dios Rómulo.
CAPITULO VII: Que fue virtud divina y no persuasión humana que el mundo creyese en Cristo.
Aunque es ridiculez hacer mención
de la falsa divinidad de Rómulo cuando hablamos de Cristo, sin embargo, habiendo
vivido Rómulo casi seiscientos años antes de Escipión, y confesando que aquel
siglo estaba ya ilustrado cultivado con el estudio de las ciencias de manera
que no creía lo que no posible; después de seiscientos años tiempo del mismo
Cicerón, y especialmente en lo sucesivo, reinando ya Augusto y Tiberio, es a
saber, en tiempos más ilustrados, cómo pudiera admirar el entendimiento humano
la resurrección de Cristo y su ascensión a los cielos como suceso posible? Mofándose
de ella, no la escuchara ni admitiera, si no probaran y demostraran que puede
ser, y que fue así la divinidad de misma verdad o la verdad de la divinidad, y
los testimonios evidentes los milagros; de forma que por Ir terror y
contradicción que pusieron tantas y tan grandes persecuciones, la resurrección
e inmortalidad de la carne que precedió en Cristo y la que después ha de
suceder en los demás a en el nuevo siglo, no sólo fue creída fielmente, sino
predicada con heroico valor, sembrada por toda la redondez de la tierra y
regada con la sangre los mártires para que brotara, se mentara y creciera con
más abundancia y fecundidad. Pues se leían los anuncios de los profetas, concurrían
las señales, prodigios y virtudes, y la verdad, aunque nueva al sentido y, uso ordinario,
mas no contraria a la razón, penetraba en los espíritus hasta que todo el orbe,
que la persiguió extraño furor y crueldad, la siguió abrazó con la fe católica.
CAPITULO VIII: De los milagros que se obraron para que el mundo creyese en Cristo, y los que aun continúan obrándose, sin embargo de creer las gentes en el Señor.
Por qué causa no se obran al
presente aquellos milagros que predicáis se hicieron entonces? Pudiera congruentemente
responder que fue absolutamente necesarios al principio, antes que creyese el
mundo en Jesucristo, para que creyera realmente en su sana doctrina. El que
todavía para establecer o afirmar su creencia busca prodigios, no deja de ser
él un gran prodigio, pues creyendo toda la tierra no cree él.
Pero nos hacen esta objeción
porque creamos que ni aun entonces se obraron aquellos milagros. Pregunto por
qué razón se celebra en toda la tierra con tanta fe el grande misterio de haber
subido Cristo al cielo con su propia carne? Por qué en siglos tan ilustrados y
que no admitían opinión que no fuese posible, creyó el mundo sin milagros, sucesos
milagrosamente increíbles? Acaso dirán que fueron verosímiles y que por lo
mismo merecieron crédito? por qué motivo pues no los creen ellos? Bien breve y
conciso es nuestro argumento; o es cierto el portento increíble que no se veía
le hicieron creíbles otros increíbles, que se hacían y observaban ocularmente, o
verdaderamente lo que era tan creíble no tuvo necesidad de milagros para
persuadir. Así se confunde y redarguye la nimia incredulidad de estos espíritus
preocupados.
Esto digo para confundir a los
vanos; porque no podemos negar que hicieron muchos milagros para comprobar
aquel singular, grande y saludable prodigio con que Cristo, con la misma carne
en que resucitó, subió a los cielos, puesto que en los mismos libros, depositarios
de las más venerables verdades, se contienen todos, a los que se obraron, como
aquel por cuya fe y confirmación se hicieron. Estos para dar fe y testimonio se
divulgaron; éstos con la fe que produjeron fueron más claramente conocidos. Porque
se leen en presencia de todo el pueblo para que se crean y no se leyeran al
pueblo si no se les diera fe y crédito.
También al presente se hacen
milagros en su nombre, ya sea por medio de sus Sacramentos, ya por las
oraciones o memorias de sus santos, aunque no son tan claros ni ilustres
famosos ni se divulguen con tanta gloria como aquellos; porque el Canon de la
Sagrada Escritura, el cual convino que se promulgase, hace que lean aquellos
por todo el mundo y que queden fijos en la memoria de todo el pueblo; pero
éstos, dondequiera que sucedan, apenas se saben en toda la ciudad o por, alguno
de los que están en el lugar, porque la mayor parte, aun allí lo saben
poquisimos, ignorándolos los demás, principalmente si es grande la ciudad. Y
cuando son referidos en otras partes y a otros, no llevan consigo tanta
autoridad que sin dificultad o sin poner duda se crean, aunque los refieran y
den noticia exacta de ellos los mismos fieles a los fieles cristianos.
El milagro que sucedió en Milán, estando
yo ahí, cuando recobró la vista un ciego, pudo llegar a noticia de muchos, porque
la ciudad es populosa y dilatada y se hallaba entonces ahí el Emperador, sucediendo
el prodigio en presencia de una multitud inmensa de pueblos, que concurrió a
visitar los cuerpos de los bienaventurados mártires Protasio y Gervasio; los cuales,
habiendo estado ocultos sin saberse su paradero, se hallaron por revelación en
sueños del obispo San Ambrosio, donde aquel ciego, despojándose de sus
tinieblas, vio el día.
Pero en Cartago, quién sabe, a
excepción de muy pocos, la salud que recobró Inocencio, abogado que fue de la audiencia
del gobernador, hallándome yo presente y viéndolo con mis propios ojos? Como él
con toda su familia era muy devoto, nos hospedó a mí y a mi hermano Alipio
cuando veníamos de la otra parte del mar, que aunque no éramos clérigos, sin embargo,
ya servíamos a Dios, y entonces posábamos en su casa. Curábanle los médicos
unas fístulas que tenía, siendo muchas y muy juntas, en la parte posterior y
más baja del cuerpo. Ya le habían abierto, y lo que restaba de la cura lo continuaba
con medicamentos. Padeció, cuando le abrieron, largos y crueles dolores; pero
entre muchos senos que tenía, uno se les olvidó a los médicos, ocultándoseles
en tal conformidad, que no llegaron a él cuando debieran abrirle con el hierro.
Finalmente, habiendo sanado todos los que habían abierto, éste sólo quedo, en
cuya curación trabajaban en vano. Y teniendo él por sospechas estas dilaciones
y recelando mucho le volviesen a abrir (según ya le había anunciado otro médico
doméstico y afecto suyo, a quien los otros no habían admitido para que siquiera
viese cuando la primera vez le abrieron cómo hacían la operación, y por una
disensión que tuvo con él le había echado de la casa y con dificultad le había
vuelto a recibir), exclamó y dijo: Qué, me han de sajar otra vez? He de venir a
parar a lo que predijo aquel que no quisísteis que se hallase presente? Ellos burlándose
de aquel médico, decían que era un ignorante, y con buenas palabras y promesas
le templaban y disminuían el miedo. Pasáronse otros muchos días; nada de cuanto
hacían aprovechaba, y, sin embargo, los médicos perseveraban en sus ofertas de
que había de cerrarse aquel seno, no con hierro, sino con medicinas. Llamaron
también a otro médico, ya anciano y de gran fama en su facultad. Amonio, que
aun vivía, el cual, habiendo registrado la herida, prometió lo mismo que los
Otros, confiado en su pericia e inteligencia. Asegurado el doliente con la
autoridad y fallo de éste, como si estuviera ya solo, con extraordinaria
alegría motejó y se burló de su médico, que le había vaticinado que le abrirían
nuevamente la cisura. Pero para qué me alargo tanto? Al fin se pasaron tantos
días en vano, que, cansados y confusos, confesaron que con ningún remedio podía
sanar sino con la introducción del hierro. Quedóse absorto el enfermo, mudósele
el semblante, turbado del temor y presagio, y cuando volvió en sí y pudo hablar,
les mandó que se fuesen y no le visitasen más; no otro recurso le ocurrió
estando cansado de llorar, y forzado ya de la necesidad, sino llamar a un
alejandrino que entonces era tenido por admirable cirujano para que hiciese lo
que, enojado, no quiso que practicasen los otros. Pero después que vino éste, y
como maestro, advirtió en las cicatrices el trabajo de los otros, como hombres
de bien le persuadió que dejase gozar del fin de la cura a aquellos que en ella
habían trabajado tanto, porque, viéndolo, le causaba admiración; añadió que, en
realidad, sólo sajándole podía sanar, mas que era muy ajeno de su condición
quitar la palma de tan singular molestia por tan poca como quedaba que operar a
hombres cuyo artificioso estudio, industria y diligencia con admiración había
echado de ver en las cicatrices. Volviólos a su gracia y quiso que asistiese el
mismo alejandrino a la operación de abrir aquel seno, que ya, por común
consentimiento, se tenía, de no hacerlo, por incurable. Difirióse la operación
para el día siguiente; pero luego que se ausentaron los físicos por la demasiada
tristeza y melancolía del señor, se excito en aquella casa tal sentimiento, que,
como si fuera ya difunto, apenas los podíamos sosegar.
Visitábanle a la sazón cada día
aquellos santos varones, Saturnino, de buena memoria, que entonces era obispo uzalense;
Geloso, presbítero, y los diáconos de la Iglesia de Cartago, entre los cuales
estaba y sólo vive ahora el obispo Aurelio, digno de que le nombre con
reverencia, con el cual, discurriendo de las maravillosas obras de Dios, muchas
veces he tratado sobre este particular y he hallado que tenía muy presente en
la memoria lo que vamos refiriendo. Visitándole, como acostumbraban, por la
tarde, les rogó con muy tiernas lagrimas que le hicieran favor de hallarse a la
mañana siguiente presentes a su entierro más que a su dolor, porque había
concebido tanto miedo a los, dolores que antes había pasado, que no dudaba que
había de dar el alma en manos de los médicos. Ellos le consolaron y exhortaron
a que confiase en Dios y sufriese con esfuerzo y conformidad todo lo que Dios
dispusiese. En seguida nos pusimos en oración, en la cual, como se acostumbra, hincamos
las rodillas, y puestos en tierra, él se arrojó como si alguno le hubiese
gravemente impelido y derribado al suelo, y comenzó a orar. Quién podrá
explicar con palabras apropiadas con qué emoción, con qué afecto, con qué
angustia de corazón, con qué abundancia de lágrimas, con qué gemidos y sollozos
que conmovían todos sus miembros y casi le ahogaban el espíritu? Si los otros
rezaban o si estas demostraciones de ternura y aflicción distraían su atención,
no lo sé. De mí sé decir que no podía orar, y sólo brevemente dije en mi
corazón: Señor, cuáles son las oraciones que oís de los vuestros si éstas no oís?
Porque me parecía que no le restaba ya más que dar el alma en la oración. Levantémonos,
pues, y recibida la bendición del obispo nos fuimos, suplicándoles el doliente
que viniesen a la mañana, y ellos exhortáronle a que tuviese buen ánimo. Amaneció
el día tan temido, vinieron' los siervos de Dios como lo habían prometido. Entraron
los médicos, aprestando lodo lo que exigía la próxima operación, sacando la
horrible herramienta, estando todos atónitos y suspensos, animando al desmayado
y consolándole los que allí tenían más autoridad, componen en la cama los
miembros del paciente para la comodidad de la mano del que había de hacer la
abertura, desatan las ligaduras, descubren la herida, mírale el médico, y
armado ya y atento, busca aquel seno que debía abrirse. Escudríñalo con los ojos,
tiéntalo con los dedos, y al fin, buscando y examinando todo, halló una firmísima
cicatriz. La alegría, alabanzas y acciones de gracias que dieron todos llorando
de contento, no hay que fiarlo a mis razones y expresiones patéticas: mejor es
considerarlo que decirlo.
En la misma ciudad de Cartago, Inocencia,
mujer devotísima y de las principales señoras de aquella ciudad, tenía un cáncer
en un pecho, dolencia, según dicen los médicos, que no puede curarse con
medicamento alguno, y por eso se suele cortar y separar del cuerpo el miembro
infecto donde nace, para que el doliente viva algún tiempo más, porque, según sentencia
de Hipócrates, como dicen los físicos, de allí ha de resultar la muerte, y más
o menos tarde es necesario abandonar del todo la cura. Así lo había insinuado a
la paciente un médico perito y muy familiar y afecto de su casa, por lo que
ella se acogió solamente a Dios con sus fervorosas oraciones. Adviértela en
sueños, aproximándose ya la Pascua, que cuando se hallase presente a las
solemnidades del bautismo en el puesto o lugar designado a las mujeres, cualquiera
de las bautizadas que primero se encontrase con ella la santiguase la parte
dañada con la señal de Jesucristo; así lo hizo y al punto sanó. El médico, que
la había dicho que no tomase ningún remedio si quería prolongar algo más su
vida, viéndola después y hallando enteramente sana a la que, habiéndola visto
antes, sabía con toda seguridad que adolecía de aquel mal, le preguntó con grandes
instancias le significase el remedio que había usado, deseando, a lo que se
percibe, saber la medicina que obró más que el aforismo de Hipócrates. Y oyendo
lo que había practicado, con voz o tono como quien hace poco caso, y con un
semblante tal que la buena señora temió dijese contra Cristo alguna palabra
contumeliosa o afrentosa, dicen que respondió con devoto donaire: Pensaba que
me habíais de decir alguna cosa grande e inaudita. Y azorándose y, temblando la
señora oyendo esta contestación, añadió: Qué grande maravilla hizo Cristo en
curar un cáncer, pues resucitó un muerto de cuatro días? Oyendo yo esta
respuesta, y sintiendo en el alma que un milagro tan estupendo como aquél
sucediese en la insinuada ciudad, en aquella persona que no era de condición
baja y estuviese así encubierto, me pareció advertirla y aun reprendería el silencio;
pero habiéndome respondido que no lo había callado, pregunté a unas señoras
matronas muy amigas suyas, que acaso entonces la acompañaban, si habían tenido
antes noticias de este prodigio, quienes me respondieron que no tenían antecedentes
de él, ni le habían sabido. Veis, dije yo, cómo lo habéis callado de manera que
ni estas señoras con quienes tenéis tanta familiaridad lo han oído? Y porque
sumariamente se lo había preguntado, hice lo refiriese todo según el orden de
los acaecimientos delante de ellas, quedando todas admiradas y glorificando a
Dios por su infinita piedad y misericordia.
Y quién tiene noticia de cómo en
la misma ciudad un médico que padecía gota en los pies, habiendo dado su nombre
para bautizarse, un día antes que recibiese la sagrada ablución prohibiéronle
en sueños que se bautizase aquel año ciertos muchachos negros con los cabellos
retorcidos, los cuales entendía él que eran los demonios, y no obedeciéndolos, aunque
le pisaron por su resistencia los pies, padeciendo acerbísimos dolores cuales
jamás los había sentido iguales, antes venciéndolos, no dilató el bautizarse, según
lo había ofrecido, y en el mismo bautismo se libró, no sólo del dolor, que le
molestaba más cruelmente que nunca, sino también de la misma gota, y en lo
sucesivo, aunque vivió después muchos años, jamás le dolieron los pies? Este
milagro llegó a nuestra noticia y de algunos pocos cristianos que por la
proximidad lo pudieron saber.
Un cierto curubitano, bautizándose,
sanó, no sólo de una perlesía, sino también de una disforme bernia, y
habiéndose librado de ambas dolencias, como si no hubiera tenido mal alguno en
su cuerpo, le vieron partir sano de la fuente de la regeneración. Quién supo
este prodigio, a excepción de los vecinos de Curubi, y de algunos pocos que lo
pudieron oír casualmente en cualquiera parte? Habiéndolo entendido nosotros, por
orden del santo obispo de Aurelio le hicimos venir a Cartago, aunque lo
habíamos ya oído a personas de cuya fe no podemos dudar.
Hesperio, tribuno que está en
nuestra compañía, posee en el territorio fusalense una granja llamada Zubedí y
habiendo sabido que los espíritus malignos molestaban su casa, afligiendo a las
bestias, y criados, rogó a nuestros presbíteros, estando yo ausente, que fuese
alguno de ellos a expelerlos de allí con sus oraciones. Fue uno y ofreció el
santo sacrificio del cuerpo de Cristo, rogando a Dios cuanto pudo que cesase
aquella vejación, y al instante, por la misericordia de Dios, cesó. Consiguió
éste de un amigo suyo un poco de tierra santa traída de Jerusalén, del paraje
donde Cristo fue sepultado y resucitó al tercero día, la cual colgó en su
aposento, porque no le hiciesen también algún daño. Pero viendo ya libre su
casa de aquella vejación, le entró un gran cuidado sobre que haría de aquella
tierra, a la cual por reverencia no quería conservar más tiempo en aquel
aposento. Sucedió casualmente que yo y mi compañero, que era Maximino, obispo
entonces de la Iglesia sinicense, nos hallamos allí cerca; nos rogó que
fuésemos allá, y fuimos. Y habiéndonos referido todo el suceso nos pidió
igualmente en particular que enterrásemos aquella tierra en alguna parte, y se
construyese allí un oratorio donde pudiesen congregarse los cristianos a celebrar
los misterios sagrados; accedimos á su ruego, y así se verificó.
Había allí un mancebo paralítico,
de ejercicio labrador, que teniendo noticia del insinuado prodigio, pidió a sus
padres que le condujesen sin dilación a aquel santo lugar, lo cual ejecutado, oró,
y al momento salió de allí sano por sus pies.
En una aldea que se llama
Victoriana, que dista de Hipona la Real menos de treinta millas, hay una
reliquia de los santos mártires de Milán, Gervasio y Protasio. Llevaron allí un
joven, que estando al mediodía, en tiempo de estío, bañando un caballo en lo
profundo de un río, se le entró un demonio en el cuerpo, y encontrábase tendido
en el suelo, próximo a la suerte, o casi como muerto, cuando entró la señora del
pueblo, como acostumbraba, a rezar en la capilla los himnos y oraciones
vespertinas con sus criadas y ciertas beatas, y comenzaron a cantar sus himnos.
A estas voces, el joven, como si le hubieran herido gravemente, se levantó, y
dando terribles bramidos, se asió del altar, y le tenía fuertemente agarrado
sin atreverse a moverle, o no pudiendo, como si con él le hubieran atado o
clavado, y pidiendo con grandes lamentaciones que le dejasen, confesaba el demonio
dónde, cuándo v cómo había entrado en aquel mozo. Al fin, prometiendo que
saldría de allí, fue nombrando todos los miembros que amenazaba se los había de
hacer pedazos al salir,
y diciendo estas expresiones
salió del hombre; pero quedó a este colgando sobre la mejilla un ojo pendiente
de una venilla, como de la raíz interior, y pupila, que solía estar negra, se
había ya vuelto blanca. Advirtiendo esta deformidad los que estaban presentes
porque habían concurrido ya otros las voces que daba, y todos se habían puesto
por el en oración, aunque alegraban de verle que estaba ya en sano juicio, por
otra parte estaban agitados por causa del ojo, y decían que se llamase un médico.
A la sazón marido de una hermana suya que había conducido a aquel lugar, dijo
Poderoso es el Señor, que ahuyentó al demonio por las oraciones de sus santos
para restituirle también la vista. Y como mejor pudo, tomando ojo caído y
pendiente, y volviéndolo a su propio lugar, se le ató con un orario o venda, y
no permitió que lo desatasen hasta pasados siete días, lo cual ejecutado, le
halló ya sano y restituida la vista. Sanaron también otros muchos, y sería
extendernos demasiado el numerarlos todos.
Conozco una doncella de Hipona
que habiéndose untado con el aceite que un sacerdote, rogando por ella había derramado
sus lágrimas, quedó inmediatamente sana y libre del demonio.
También sé que un obispo oró una
vez por un joven que estaba ausente, y no le veía, y al punto le dejó el
demonio, que se había posesionado de ella. Había en nuestra Hipona un anciano
llamado Florencio, hombre devoto pobre que se sustentaba con lo que producía su
oficio de sastre; había perdido su capa, y no tenía con que comprar otra; púsose
en oración delante de los veinte mártires, cuya Iglesia, con, sus reliquias, tenemos
mi célebre y suntuosa; pidió en voz clara y perceptible que le vistiesen; oyeron
su ruego unos mancebos que se hallaron allí casualmente, y burlándose de él, cuando
se marchó le siguieron dándole vaya, como a quien había pedido a los mártires
cincuenta óbolos para comprar la capa. Pero andando el sastre sin responder una
sola palabra, vio en la costa un pez muy grande palpitando, que le había
arrojado sí el mar, y con la ayuda de aquellos mancebos le cogió y vendió a un
bodegenero que se llamaba Carchoso buen cristiano, diciéndole lo que había sucedido,
en trescientos óbolos, pensando comprar con ellos lana, para que su mujer le
hiciese como mejor pudiera alguna ropa con que vestirse. Pero el bodegonero, abriendo
el pecho halló en su vientre un anillo de oro y movido a compasión, y temeroso
de Dios, se lo dio al sastre, diciendo Ves aquí cómo te han dado de vestir los
veinte mártires.
Cerca de los baños de Tíbili, llevando
el obispo Proyecto las reliquias del glorioso mártir San Esteban, acudió a
adorarlas un concurso muy numeroso de gente. Allí una mujer ciega pidió que la
llevasen delante del obispo que traía las santas reliquias, diole unas flores
que llevaba, volviólas a recibir, acercólas a los ojos, y al punto vio con
grande admiración de los que lo presenciaron: iba muy alegre delante de todos, sin
tener ya necesidad de quien la guiase por el camino.
Llevando la reliquia del mismo
santo mártir, que está en la villa Synicense, comarcana a la colonia Hiponense;
Lucilo, obispo del mismo pueble precediendo y siguiendo todos los habitantes, de
repente se halló sano, llevando consigo aquel santo tesoro, de una fístula que
desde hacía muchísimo tiempo le molestaba, y aguardaba que se la abriese un
médico muy amigo suyo. Después, jamás la halló en si cuerpo.
Eucario, sacerdote, natural de
España, viviendo en Calama, padecíó mucho tiempo había dolor de piedra; libróse
de ella por la reliquia del insinuado santo mártir, que condujo allí el obispo
Posidio.
Este mismo, después, adoleciendo
de otra enfermedad, estaba rendido y muerto, de manera que le ataban y los
dedos pulgares; pero con los auxilios del dicho santo mártir, habiendo traído
de su capilla la túnica del mismo sacerdote y poniéndola sobre el cuerpo como
estaba echado, resucitó.
Hubo en el mismo pueblo un hombre
de linaje ilustre, llamado Marcial ya muy anciano y acérrimo enemigo de la
religión cristiana; tenía una hija cristiana y un yerno que se había bautizado en
aquel año, los cuales, como cayese enfermo, le pidieron con muchos ruegos y
lágrimas que se convirtiese, haciéndose cristiano; pero el no quiso, por más
insinuaciones que se le hicieron, y los echó de sí con mucha cólera y enojo. Su
yerno tuvo por conveniente acudir a la reliquia de San Esteban, y rogar por él
cuanto pudiese, para que Dios le diera un santo espíritu, a fin de que no
dilatase ni en creer en la fe de Cristo. Hízolo con singulares suspiros y
lágrimas y con ardiente afecto lleno de verdadera candad, y al salir de la
capilla tomó algunas flores del altar y por noche se las puso debajo de la
cabecera, y así se fue sosegado a dormir. Antes de amanecer empieza a dar voces
diciendo que vayan incontinenti a llamar al obispo que entonces se hallaba
conmigo en Hipona, y habiéndole respondido que estaba ausente pidió que le
trajesen sacerdotes. Vinieron, y luego dijo que creía en verdadera fe. Este
enfermo, mientras vivió, siempre tuvo en su boca estas santas palabras: Cristo,
recibe mi espíritu, no sabiendo que estas expresiones fueron las últimas que
pronunció el bendito mártir San Esteban cuando le apedrearon los judíos, con
las cuales al poco tiempo terminó su vida Marcial.
Concedió allí mismo el santo
mártir la salud a dos enfermos que padecían la gota, uno vecino de aquel pueblo
y otro extranjero; aunque es cierto que el primero sanó del todo, y segundo
supo por revelación lo que debía aplicarse cuando le doliese pierna, y, en
efecto, usando de es medicina, luego cesaba el dolor.
En una aldea llamada Auduro hay
una iglesia, y en ella una reliquia del mártir San Esteban. Unos bueyes de
mandados con su carreta atropellaron con las ruedas a un muchacho pequeño que
estaba jugando con las eras, y momento, palpitando todo su cuerpo expiró; pero
cogiéndole su madre en los brazos, le presentó a San Esteban y no sólo resucitó,
sino que se libró sin lesión alguna de la desgracia pasada.
Una beata que vivía allí cerca e
una granja denominada Caspaliana, cayó enferma, y, desesperanzada de poder
sanar, trajeron su túnica a tocar con la santa reliquia, y antes que volviesen
con ella murió la enferma. Si embargo, sus padres cubrieron el cuerpo difunto
con la túnica, y recobrando el espíritu, se libertó de la muerte resucitando
sana y buena.
En Hipona, cierto hombre llamad
Baso, natural de Syria, se puso en oración delante de la reliquia del mismo
santo mártir, rogando por una hija que tenía enferma y en inminente riesgo
conduciendo a la capilla el vestido de la doliente, y ved aquí que llegan
corriendo los criados de su casa con la fatal nueva de que era difunta su hija;
pero como estuviese aún Baso e oración, sus amigos que le acompañaban los
detuvieron y ordenaron que no diciese tan triste noticia al padre, para evitar
que fuese llorando amargamente por las calles al volver a su casa, que estaba
tan llena de los llantos de los suyos. Arrojando sobre la hija su vestido, que
traía consigo, resucitó y recobró nueva vida.
En el mismo pueblo, entre
nosotros murió de enfermedad el hijo de un cobrador de rentas, llamado Irineo, y
estando tendido el cuerpo difunto y disponiéndole ya con gemidos y lágrimas las
exequias, uno de sus amigos entre los consuelos que otros le daban le advirtió
que untase el cuerpo con el aceite de la lámpara del mismo santo mártir; hízolo
así, y revivió el hijo.
Asimismo, aquí entre nosotros, Eleusino,
tribuno, puso a un niño hijo suyo, que se le había muerto de en, sobre la
reliquia del santo mártir, que está en una aldea suya pro, y después de haber
hecho oración con mucho fervor y copiosas lágrimas allí mismo le recibió vivo.
Qué haré ahora? Pues me insta la
palabra que di de acabar esta obra de forma que no puedo relacionar todo lo que
sé, y, sin duda, la mayor parte de nuestros católicos, cuando leyeres estos
prodigios, se quejarán justamente de mí porque he omitido mucha maravillas, de
las cuales, como yo, tienen exacta noticia. Suplícoles me perdonen y consideren
cuán largo sereís emprender lo que me fuerza no ejecutar aquí la necesidad del
fin que me he propuesto en esta obra. Pues dejando aparte otras particularidades,
si quisiera escribir solamente los milagros de las curaciones prodigiosas que
he obrado este santo mártir, el glorioso San Esteban, en la colonia calamense y
en la nuestra, fuera indispensable formar muchos libros, y, sin embargo no sería
posible recopilarlos todos, si no únicamente aquellos de los cuales nos han
entregado memorias o relaciones circunstanciadas para que se reciten y
publiquen al pueblo. Quisimos que así se hiciese, advirtiendo que también en
nuestros tiempos obraba Dios muchas señales y milagros muy semejantes a los
antiguos, que no era conveniente ignorasen muchos. No hace aún dos años que se
puso en Hipona la Real esta memoria, y habiendo infinitos prodigios, de los
cuales es indudable que no se han presentado testimonios, los que han publicado
llegan ya casi a setenta cuando yo escribí éstos. Pero en Calama, donde el
mismo memorial tuvo su primer exordio se dan con más frecuencia, es
inconcebiblemente mayor el número de los milagros que se refieren. Sabemos
también de otras muchas maravillas que ha obrado el mismo santo mártir en la
colonia de Uzali, que está cerca de Utica, cuyo testimonio archivó allí mucho
antes que tuviésemos noticia de el en este país el obispo Evodio.
No hay allí costumbre de dar
memoriales, o, por, mejor decir, no la hubo antes, porque acaso al presente
habrá ya comenzado a usarse; pues hallándome en aquel pueblo hace poco tiempo, exhorté
con beneplácito del obispo de dicho lugar a Petronia, señora ilustre, que había
sanado milagrosamente de una peligrosa y larga enfermedad, a que diese su
relación para que se recitase al pueblo, a lo que condescendió gustosamente. En
el cual insertó también lo que aquí no puedo pasar en silencio, aunque me
obliga a terminar lo que me resta de esta obra.
Dice que la persuadió un judío
que metiese en una cinta hecha de cabellos un anillo, y se la ciñese a raíz de
la carne debajo de todos los vestidos, y que el anillo tenía debajo de la
piedra preciosa una piedra que se halla en los riñones de los bueyes; ceñida
con este aparente remedio, caminaba a la capilla del santo mártir. Pero
habiendo salido de Cartago, y llegando cerca del río Bragada, se detuvo allí en
una heredad suya. Al levantarse para continuar su camino vio delante de sus
pies, en el suelo, aquel anillo, y admirándose, tentó la cinta de cabellos con
que le traía atado. Hallándola atada como la había puesto, con sus nudos muy
firmes, sospeché que el anillo se habría quebrado o soltado; pero viéndole
también integro, maravillada aún más, parecióle buen pronóstico y seguridad de
la salud que esperaba y desatando la cinta juntamente con el anillo la arrojó
en el río. No darán crédito a este suceso los que no creen que nació nuestro
Señor Jesucristo quedando íntegra virgen su Madre, ni que entró a visitar sus
discípulos estando cerradas las puertas; pero a lo menos busquen y averigüen
esta maravilla, y si hallaren que es verdad, creerán también aquélla. La mujer
es muy conocida; de familia noble; casada ilustremente, vive en Cartago; insigne
es la ciudad, insigne es la persona, no dejarán de manifestar la verdad a los
que quisieren examinarla. Por lo menos el mismo santo mártir, por cuya
intercesión ella sanó, creyó en el hijo de la que permaneció Virgen inmaculada,
en el que entró a ver sus discípulos estando cerradas las puertas. Finalmente, y
éste es el motivo por que decimos todas estas particularidades, creyó en Aquel
que subió a los cielos con la misma carne con que resucitó, y por eso obra el
Señor tan estupendas maravillas, porque por esta fe puso y dio su vida.
Así, pues, también ahora se hacen
muchos milagros, obrándolos el mismo Dios por medio de quien quiere y como
quiere; el cual hizo igualmente aquellos que leemos, aunque éstos no son tan
notorios como los otros, y para que no se olviden, se suelen renovar con la
frecuente lección de ellos, como preservativo de la memoria. Porque aun donde
se pone exacta diligencia, como la que se ha empezado a poner aquí entre
nosotros de que se reciten al pueblo los memoriales o relaciones de los que
reciben los favores divinos, los que se hallen presentes le oyen sola una vez, y
los mismos se hallan presentes; de manera que ni los que los oyeron pasados
algunos días se acuerdan de lo que oyeron, y apenas se halla uno que quiera
contar lo que oyó al que sabe que estuvo ausente.
Uno ha sucedido aquí entre
nosotros, que aunque no es mayor que los relacionados, con todo, el milagro es
tan claro e ilustre, que imagino no haber uno solo de los ciudadanos de Hipona que
no le haya visto o sabido, y ninguno que haya podido olvidarle. Hubo diez
hermanos, siete varones y tres hembras, naturales de la ciudad de Cesárea, de
Capadocia, no de humilde prosapia entre sus ciudadanos entre los cuales vino el
castigo del cielo por una maldición que fulminó contra ellos su madre, recién
viuda y desamparada de ellos, con motivo de la muerte de su padre, muy sentido
por una injuria que la hicieron, de forma que todos padecían un terrible
temblar de miembros; y no pudiendo tolerar el verse así, tan abominables y
vilipendiados, en la presencia de sus vecinos, por donde cada uno quiso se
fueron peregrinando por casi todo el Imperio romano. De éstos acertaron venir
aquí dos, hermano y hermana, Paulo y Paladia, conocidos ya en otros muchos pueblos
por la notoriedad su miseria. Llegaron a esta ciudad; casi quince días antes de
la Pascua acudían diariamente a la iglesia, y en ella oraban delante de la
reliquia del glorioso San Esteban, suplicándole a Dios que los perdonase ya y
les reintegrase en su perdida salud, Allí y donde quiera que iban llamaban la
atención de todos los ciudadanos, y algunos que los habían visto en otras partes
y sabían la causa de su temblor se lo referían a otros como podían. Vino la
Pascua, y el domingo por la mañana, habiendo ya concurrido la mayor parte del
pueblo, estando asido a rejas del santo lugar donde se guardaba la reliquia del
santo mártir, haciendo su oración el insinuado mancebo de repente cayó postrado
en tierra y estuvo así un gran rato, como quien duerme, aunque no ya temblando
como antes, aun cuando dormía. Admirados los que estaban presentes, temiendo unos
y lastimándose otros quisieron algunos levantarle; pero otros se lo impidieron
diciendo, que era mas conveniente esperar a ver en que paraba. En este tiempo
se levantó, y no temblaba, porque estaba ya sano, miraba a los que le
observaban. Quién pues, de cuantos le miraban dejó de alabar a Dios? Llenóse
toda la iglesia de las voces de los que clamaban y bendecían a Dios; desde allí
acudieron a mí corriendo donde estaba sentado para salir. Vienen atropellándose
unos a otros, contando el último como cosa nueva lo que había ya referido otro
antes. Y estando yo muy contento, y en mi interior dando gracias a Dios; entró
también él mismo con otros muchachos, inclinóse a mis rodillas, y levantóse
para recibir mi paz; salimos a la presencia del pueblo; estaba llena la iglesia
y resonaban por todas partes los ecos de las voces de alegría de los que por uno
y por otro lado clamaban sin que ninguno callase, a Dios gracias, a Dios
alabanzas. Saludé al pueblo y volvían a clamar lo mismo con mayor fervor y en
más alta voz. En fin, sosegados y estando ya en silencio, leyéronse las
solemnidades de la Sagrada Escritura, y al llegar a mi sermón hablé muy poco de
la doctrina alusiva al tiempo presente y de aquella actual alegría, porque
antes quise dejar que ellos, en la contemplación de aquel divino prodigio, gustasen
de cierta celestial elocuencia, no oyéndola, sino meditándola. Comió en mi
compañía el hombre, y me refirió muy por menor toda la historia de la común
calamidad suya, de su madre y hermanos. Asi que el día siguiente, después de concluido
el sermón, prometí que otro día se recitaría al pueblo la relación de aquel
milagro. Lo hice el tercer día de Pascua, en las gradas de la exedra o coro, donde
desde mi asiento hablaba al pueblo. Dispuse que estuviesen allí los dos
hermanos en pie mientras se leía el memorial. Estábalos mirando todo el pueblo,
hombres y mujeres, y veían al uno sin aquella terrible y extraña conmoción, y a
la otra temblando en todos miembros. Y los que no habían visto a él, advertían
el prodigio que había obrado en él la misericordia divina, porque veían a su
hermana. Veían lo que por él debían agradecer a Dios y lo que por ella le
debían pedir.
Habiéndose leído su memorial
mandé que se quitasen de allí delante del pueblo, y comencé a exponer más
circunstanciadamente aquel infeliz suceso cuando estando yo en esta plática, oímos
otras voces de nuevas congratulaciones por la misma reliquia del bienaventurado
mártir. Volvieron hacia allá los que me estaban oyendo, y empezaron a correr
apresuradamente, porque Paladia, luego que bajó de las gradas donde había
estado, se había ido a encomendar al santo mártir, y al tocar con las rejas, cayendo
asimismo en tierra, como en un sueño se levantó sana. Estando yo preguntando
qué era lo que había sucedido y la causa de aquel festivo rumor, entraron con
ella en la iglesia dónde estábamos, trayéndola sana de la capilla del santo
mártir. Levantóse entonces tan extraordinario clamor y admiración de hombres y
mujeres, que parecía que las voces y las lágrimas nunca habían de cesar. Condujéronla
al mismo puesto donde poco antes había estado temblando. Alegrábanse de verla
vuelta semejante a su hermano los que se habían condolido antes de verla quedar
tan desemejante. Y aunque no habían aún hecho su oración por ella, con todo, veían
ya cómo tan presto había oído Dios su previa y anticipada voluntad. Oíanse las
voces alegres en alabanzas de Dios sin pronunciar palabra, con tanto ruido que apenas
lo podíamos tolerar, según nos aturdían. Qué habría en los corazones de los que
así se regocijaban, sino la fe de Cristo, por la cual se derramó la sangre de
San Esteban?
CAPITULO IX: Que todos los milagros que se hacen por los mártires en nombre de Cristo dan testimonio de aquella fe con que los mártires creyeron en Cristo.
Estos milagros, de qué otra fe
dan auténtico testimonio sino de ésta en que se predica que Cristo resucitó en
carne, y que subió a los cielos con su propia carne? Porque aun los mismos
mártires de esta fe fueron mártires, esto es, testigos, y dando testimonio a
esta fe, sufrieron al mundo, acérrimo y cruel enemigo, y le vencieron, no
resistiendo, sino muriendo. Por esta fe murieron los que pueden alcanzar estas
singulares gracias del Señor, por cuyo santo nombre dieron sus vidas. Por esta
fe precedió su admirable paciencia, para que en estos milagros se siguiera esta
tan grande potencia y virtud. Porque si la resurrección de la carne para
siempre, o no sucedió ya en Cristo, o no sucederá, como lo dice Cristo; o como
lo han anunciado los profetas que nos vaticinaron a Cristo, cómo pueden hacer
tan estupendos prodigios los mártires que dieron su vida por esta fe, con la
cual se predice esta resurrección?
Porque ya el mismo Dios haga
estas maravillas por si mismo del modo totalmente admirable con que, siendo
eterno, obra las cosas temporales, ya por sus ministros; y estas mismas que
obra por sus ministros; ya las haga también por los espíritus de los mártires, como
por hombres que están todavía en sus cuerpos, ya las obre todas por los ángeles,
a quienes manda y ordena invisible, inmutable e incorpóreamente, de modo que lo
que decimos que se hace por los mártires se haga únicamente por su ruego, impetrándolo
ellos, y no obrándolo; ya unos prodigios se ejecuten de ésta, otros de aquella
manera, por un medio y modo que es incomprensible a los mortales, con todo, esto
mismo da testimonio de aquella fe que predica la resurrección de la carne para
siempre.
CAPITULO X: Cuánto más dignamente se reverencian los mártires; por cuya mediación se alcanzan que obre Dios muchos milagros, para que se dé el honor y reverencia a Dios verdadero, que no los demonios, quienes hacen algunos para que tos tengan por dioses.
Aquí, acaso, dirán que también
sus dioses han obrado algunas maravillas. Bien, si ya participan a comparar sus
deidades con nuestros hombres muertos. Pregunto: dirán que también tienen
dioses que los han formado de hombres muertos, como a Hércules y a Rómulo, y
otros infinitos, que están alistados en el catálogo de los dioses? Pero
nosotros no tenemos a los mártires por dioses, porque sabemos que un Dios único
es el que tenemos. Ni tampoco se deben comparar de ningún modo los milagros que
se hacen en las capillas y oratorios de nuestros mártires con los que se dice
se han obrado en los templos de sus dioses. Pero si hay alguno que se asemeje, aunque
muy remotamente, digo que así como los magos de Faraón quedaron inferiores y
vencidos por Moisés, así lo quedan los dioses de estos fanáticos por nuestros
mártires. Los demonios los hicieron con el fausto y presunción de su maldita
soberbia, por querer hacerse deidades de ellos; mas los mártires los hacen, o, por
mejor decir, los hace Dios, o suplicándoselo ellos, o cooperando con su
poderoso influjo para que se acreciente aquella fe con que sostenemos y creemos,
no que los mártires son nuestros dioses, sino que tienen y adoran el mismo Dios
que nosotros
Finalmente los infatuados
gentiles edificaron templos a sus dioses, les dedicaron aras, consagraron
sacerdotes y ofrecieron sacrificios. Nosotros no fabricamos a nuestros mártires
templos, como a dioses, sino memorias u oratorios como a hombres muertos, cuyos
espíritus viven con Dios; ni allí les dedicamos aras para ofrecer sacrificios a
los mártires, sino a un solo Dios, Dios nuestro y de los mártires, en cuyo
sacrificio, como hombres de Dios, y que confesando su santo nombre vencieron el
mundo, los acostumbramos nombrar en su lugar y por su orden. Pero el sacerdote
que sacrifica, no los invoca, porque a Dios es a quien sacrifica, y no a ellos,
aunque sacrifiquen en la capilla o memoria de estos bienaventurados, el que es
sacerdote de Dios y no de ellos. Y el sacrificio es la oblación del sacrosanto
y verdadero cuerpo de Cristo, el cual no se les ofrece a los santos por cuanto
son este mismo sacrificio. A cuáles pues, será más razón que demos crédito
cuando hacen milagros: a los que quieren, haciéndolos, ser tenidos por dioses, o
a los que cualquier milagro que hacen lo hacen para que se crea en Dios, que lo
es también Cristo? A los que quieren que entre sus oficios y solemnidades se
celebren igualmente sus torpezas, o a aquellos que no permitieron que sus
propias palabras se celebrasen en los oficios divinos, sino que todo aquello en
que con verdad los elogian quieren que redunde y se enderece a honor y gloria
de Aquel por quien son alabados? Porque en el Señor se glorían y alaban sus
almas.
Creamos, pues, a estos que nos
dicen verdades y obran maravillas, pues diciendo las verdades padecieron para
poder hacer prodigios entre estas verdades, la principal es que Cristo resucitó
de entre los muertos y fue el primero que en su carne nos manifestó la
inmortalidad de la resurrección, la cual nos prometió que conseguiremos
nosotros; o al principio, del nuevo siglo o al fin de éste.
CAPITULO XI: Contra los platónicos que, por la gravedad natural de los elementos, arguyen que el cuerpo terreno no puede estar en el cielo.
Contra este tan singular don de
Dios, estos raciocinadores cuyos argumentos sabe Dios que son útiles y vanos, arguyen
con sutileza, fundándose en la natural gravedad de los elementos, porque
aprendieron en los dogmas y doctrinas de Platón que los dos cuerpos del mundo, los
mayores y los más extensos, están coligados y unidos con los dos medios, es a
saber, con el aire y con el agua. Según este principio, dicen ellos, puesto que
desde aquí, elevándome hacia arriba, la tierra es la primera y la segunda el
agua sobre la tierra; el tercero, el aire sobre el agua; el cuarto, sobre el
aire el cielo no puede estar el cuerpo terreno en el cielo, porque todos los
elementos están balanceados con mis respectivos pesos, para que guarden y
tengan su propio lugar.
Ved aquí con que argumento
contradice a la divina omnipotencia la flaqueza humana, en quien domina la
vanidad. Pues qué hacen en el aire tantos cuerpos terrenos, siendo el aire el
tercero en orden a la tierra? A no ser el pudo dar a los cuerpos terrenos de
las aves, por medio de la ligereza de sus plumas, facultad para que pudiesen
andar por el aire, no podrá dar a los cuerpos de los hombres ya inmortales
virtud de que puedan habitar también en el supremo cielo. Además, los mismos
animales terrestres que no pueden volar, entre quienes se comprenden los
hombres, por necesidad habían de vivir debajo de la tierra, como los peces, que
son animales acuáticos, debajo del agua. Por qué causa el animal terrestre no
vive a lo menos en el segundo elemento, que es el agua, sino en el tercero, pues
siendo de la tierra, si le obligan a que viva en el segundo elemento, que está
sobre la tierra, luego se ahoga, y para vivir vive en el tercero? Acaso procede
errado este orden de los elementos, o, por mejor decir, no está el defecto en
la naturaleza, sino en el discurso y argumento de estos ilusos? Dejo de decir
lo que ya he expuesto en el libro XIII, cap. XVIII; cuántos cuerpos terrestres
graves hay, como el plomo, y, sin embargo, el artífice les da forma aparente
con que puedan nadar sobre el agua, y niegan al Todopoderoso facultad de dar al
cuerpo humano una cualidad y consistencia con que pueda ir al cielo y estar en
el cielo!
Ya, pues, contra lo que insinué
arriba, los que meditan y filosofan sobre este orden y serie de los elementos
en que se fundan y estriban, no hallan ni tienen qué decir. Porque si es la
tierra la primera, midiendo desde lo más bajo del globo, y accediendo hacia el
cielo, el agua la segunda el tercero el aire, el cuarto el cielo, sobre todos
está la naturaleza del alma. Porque hasta Aristóteles dijo que era el quinto
cuerpo, y Platón que no era cuerpo. Si fuese el quinto, a lo menos sería
superior a los demás; pero si no es cuerpo, será mucho más superior a todos. Qué
hace, pues, en el cuerpo terreno? Qué obra en esta materia lo que es más sutil
e imperceptible que todos los cuerpos? Qué hace en este peso y gravedad la que
es más ligera y menos pesada que todos?
Y qué hace en esta forma tan
tarda y pesada la que es más ligera que todos? Es imposible que elemento de una
naturaleza tan excelente no consiga que se aligere y suba su cuerpo al cielo? Y
que siendo ahora poderosa la naturaleza de los cuerpos terrenos para hacer
bajar las almas a la tierra, no sean poderosas las almas alguna vez para hacer
subir también arriba los cuerpos terrenos?
Si nos aproximamos a examinar los
milagros que hicieron sus dioses los cuales quieren oponer a los que obran nuestros
mártires acaso no hallaremos que estos mismos milagros favorecen nuestra causa?
Porque entre los más nombrados prodigios de sus dioses, sin duda uno es al que
refiere Varrón, que una virgen vestal, peligrando de ser castigada por una
falsa sospecha de haber perdido su virginidad, llenó en el río Tíber un harnero
de agua, y sin que le vertiese ni dila tase gota por agujero alguno le trajo a
la presencia de los jueces Quién detuvo el peso del agua sobré él harnero? Quién
por tantos agujeros abiertos no permitió que cayese una sola gota en la tierra?
Responderán que algún dios o algún demonio. Si dios, por ventura es mayor que
el Dios que crió y dispuso con tan admirable orden el mundo? Si demonio, acaso
es más poderoso que el ángel que sirve y obedece al Dios que hizo este mundo? Luego
si un dios menor, o un ángel o un demonio pudo detener el peso grave del
elemento húmedo, transformando al parecer la naturaleza del agua, será posible
que Dios Todopoderoso, que es el que crió los elementos, no pueda quitar al
cuerpo terreno el peso grave, para que viva el cuerpo vivificado en el mismo
elemento que quiere que viva el espíritu vivificante?
Además, colocando el aire entre
el fuego por parte de arriba, y el agua por la de abajo, cómo muchas veces le hallamos
entre agua y agua, y entre agua y tierra? Porque qué quieren que sean las nubes
cargadas de agua, entre las cuáles y el mar se halla el aire? Pregunto: Con qué
gravedad y disposición de los elementos sucede que arroyos violentísimos y
caudalosos, antes que debajo del aire corran por la tierra, estén colgados
sobre el aire en las nubes? Y por qué, en efecto, se halla el aire medio entre
lo sumo del cielo y lo más ínfimo de la tierra, por dondequiera que se extiende
el orbe, si su lugar propio entre el cielo y el agua, como el del agua entre el
aire y la tierra? Finalmente, si el orden de los elementos está de tal manera
dispuesto que; según Platón, con los dos medios; esto es, con el aire y con el
agua se juntan los dos extremos, esto es el fuego y la tierra, y tenga el fuego
el supremo lugar del cielo y la tierra el ínfimo como fundamento del mundo por
cuyo motivo la tierra no puede estar en el cielo, por qué pregunto, el mismo
fuego se halla en la tira? Pues según esta razón de tal suerte deben estar
estos dos elementos fuego y tierra, en sus propios lugares, en el supremo y en
el ínfimo que así como no quieren creer que pueda hallarse en el supremo lo que
es peculiar del ínfimo así tampoco se puede hallar en el ínfimo lo que es del supremo,
luego así como piensan que no hay o no ha de haber, partecilla alguna de la
tierra en el cielo; así tampoco hablamos de ver partecilla alguna de fuego en
la tierra.
Pero no sólo le hallamos en la
tierra, sino también debajo de ella; de manera que rebosa por las cimas de los
montes fuera de que vemos por experiencia en el uso común de los hombres que
hay fuego en la tierra, y que nace de la tierra; puesto que también le sacan, extraen
y nace de la madera y de las piedras que son, sin duda, cuerpos terrenos. Pero
dicen que el de arriba es fuego tranquilo, puro, sin perjuicio y sempiterno, y
que el de la tierra es túrbido, humoso, corruptible y corrompedor. Sin embargo,
vemos que no corrompe los montes donde perpetuamente arde, ni las cavernas de
la tierra.
Y dado que éste sea diferente de
aquél, de forma que pueda proporcionarse y acomodarse en los lugares terrenos, por
qué motivo no quieren que creamos que la naturaleza de los cuerpos terrenos, hecha
ya incorruptible podrá alguna vez acomodarse en el cielo así como al presente
el fuego corruptible se acomoda en la tierra? Luego no alegan razón convincente,
ni que persuada sobre la gravedad y orden de los elementos, por la cual
despojen a la omnipotencia de Dios de la facultad de no poder hacer a nuestros
cuerpos tales que puedan también vivir en el cielo.
CAPITULO XII: Contra las calumnias de los infieles, con los cuales se burlan de los cristianos, porque creen en la resurrección de la carne.
Pero suelen menudamente preguntar
y del mismo modo burlarse de la fe con que creemos que ha de resucitar la carne.
Preguntan si han de resucitar los partos abortivos, y porque dice el Señor: En
verdad os digo que no perecerá un cabello de vuestra cabeza, si la estatura y
vigor corporal han de ser iguales en todos o ha de ser diferente la grandeza de
los cuerpos. Por que si han de ser iguales los cuerpos, cómo han de tener lo
que no tuvieron en la tierra en la cantidad del cuerpo aquellos abortos, si es
que han de resucitar también? Y si no han de resucitar, porque tampoco nacieron,
entablan la misma cuestión respecto a los niños pequeñuelos. Cómo adquieren el
tamaño y cantidad de cuerpo que vemos les falta aquí cuando mueren en esta edad?
Porque no podrán responder que no han de resucitar los que son capaces, no sólo
de la generación, sino también de la regeneración.
En seguida preguntan el modo que
ha de tener la misma igualdad, porque si todos han de ser tan grandes y tan
altos como lo fueron todos los que aquí fueron grandísimos y altísimos, preguntan,
no sólo de los pequeños, sino también de muchos grandes cómo se les ha de pegar
lo que aquí les faltó, si allá ha de adquirir cada uno lo mismo que aquí tuvo. Y
si lo que dice el Apóstol que todos hemos de venir a la medida y tamaño de la
edad plena de Cristo, cómo también lo que añade: Que a los que predestinó quiso
fuesen conformes a la imagen de su Hijo, debe entenderse que han de tener la
estatura y disposición del cuerpo de Cristo todos los cuerpos de los hombres
que habrá en el reino a muchos, dicen, se les habrá de desmembrar de la grandeza
y longitud del cuerpo. Y cómo realmente se compadece con esta doctrina la de
que no ha de perecer un cabello de nuestra cabeza, si de la misma magnitud del
cuerpo ha de perecer tanto? Aunque pueda también dudarse de los mismos cabellos
si han de volver los que se cortan porque si han de volver, quién no abominará
de aquella deformidad notable que resultará de la unión de todos ellos?
Esto mismo parece que
necesariamente ha de suceder igualmente de las uñas, volviendo otro tanto
cuanto hubiere cortado el cuidado y solicitud que se tuvo con el aseo del
cuerpo. Y dónde se hallará la hermosura y gracia de que, a lo menos ha de ser
mayor en aquella inmortalidad que la que pudo haber en esta corrupción? Si no
ha de volver, perecerá; cómo, pues, dicen que no perecerá un cabello de vuestra
cabeza?
Lo mismo dificultan sobre la
flaqueza y gordura, porque si han de ser todos iguales sin duda que no serán
unos flacos y otros gordos; luego a los unos se les añadirá algo y a los otros
se les quitará. Por consiguiente, no lo que habían de adquirir con justo título,
sino que en alguna parte se les habrá de aumentar lo que no tenían y en otra
parte se les habrá de despojar de lo que tenían.
Y no poco se conmueven por los
diferentes modos con que los cuerpos de los muertos se corrompen y desaparecen,
pues unos se convierten en polvo, otros se resuelven en aire, a unos les
devoran y consumen las bestias, a otros el fuego, otros se sumergen en el mar o
en otras cualesquiera aguas, de manera que sus carnes podridas se resuelven en
el elemento húmedo y no creen que todos éstos se pueda volver a recoger en su
misma carne y reintegrarse en su primitiva entereza.
Hablan también de las fealdades y
vicios, ya sea que sucedan después o nazcan con ellas; y aquí hace también
alarde con horror y escarnio de los partos monstruosos y preguntan la
resurrección que ha de haber de cada deformidad, porque si dijésemos que
ninguna cosa de Estas ha de volver al cuerpo del hombre, presumen que han de
refutar lo que confesamos de los lugares de las llagas con que resucitó Cristo
Nuestro Señor.
En esta materia, la cuestión y
duda más dificultosa de todas es la que se propone sobre a qué carne ha de
volverse aquella con que se sustentó el cuerpo de otro, que compelido de la
hambre, comió de un cuerpo humano, puesto que se convirtió en la carne de aquel
que vivió con tales alimentos y suplió los defectos que causó la flaqueza y
extenuación del otro. Preguntan pues, si se le vuelve a aquel de quien fue
primero aquella carne o aquel de quien vino a ser por último lo cual proponen
con el fin de huir el cuerpo a la fe de la resurrección y de esta manera
prometer al alma del hombre, o las alternativas verdaderas infelicidades y
falsas bienaventuranzas, como lo defendió Platón, o confesar que tras muchas
revoluciones y haber andado vagante por diversos cuerpos, al fin alguna vez
acaba las miserias y nunca vuelve mas a ellas como siente Porfirio; mas no
teniendo cuerpo inmortal, sino huyendo de todo lo que es cuerpo.
CAPITULO XIII: Si los abortos no pertenecen a la resurrección, perteneciendo al numero de los muertos.
Responderé con el favor de Dios
estas objeciones, que, según he referido, me las opone la parte contraria En lo
respectivo a los partos abortivos que habiendo tenido vida en el vientre
murieron allí, así como no me atrevo afirmar que hayan de resucitar, tampoco me
atrevo a negarlo, aunque no advierto motivo para que no les pertenezca la
resurrección de los muertos porque o no todos los muertos han de resucitar, o, habrá
algunas almas que estén eternamente sin cuerpos, como son las que, aunque en el
vientre de su madre, sin embargo efectivamente tuvieron cuerpos, o, si todas
las almas han de recobrar los cuerpos que tuvieron dondequiera que, viviendo o
muriendo, los dejaron, no hallo causa para poder decir que no pertenezcan a la
resurrección de los muertos cualesquiera muertos, aunque hayan fallecido en el
vientre de sus madres. Cualquiera opinión que se establezca en orden a éstos lo
que dijésemos de los niños ya nacidos se debe entender también de ellos, si han
de resucitar.
CAPITULO XIV: Si los niños han de resucitar con el cuerpo que tuvieran si hubiesen crecido en edad.
Diremos de los niños que no han
de resucitar en la pequeñez de cuerpo en que murieron sino que lo que se les
había de añadir con el discurso del tiempo, eso habrán de recobrar merced a la
acción maravillosa y prestísima de Dios. Pues en las citadas palabras del Señor,
donde dice: No perecerá un cabello de vuestra cabeza, lo que dice es que no le
faltará lo que antes tenían; pero no niega que tendrán lo que les faltaba. Y al
niño que murió le faltaba la cantidad perfecta de su cuerpo, porque a un niño
perfecto sin duda que le falta la perfección de la grandeza del cuerpo, la cual,
conseguida, no tiene ya que crecer más. Esta especie de perfección de tal
suerte la tienen todos, que con ella se conciben y nacen; pero la tienen virtualmente
y en potencia; y no en la cantidad y grandeza, de la manera que todos los
mismos miembros están ya ocultamente contenidos en el semen, aunque a los que
han nacido ya les faltan algunos, como son los dientes y otras cosas semejantes.
En esta virtud y potencia, impresa naturalmente en la materia corporal de cada
uno, parece que está en cierto modo, por decirlo así, urdido y tramado lo que
aún no es, o, por mejor decir lo que está oculto y se descubrirá en el tiempo
venidero. En ella, el niño que ha de ser pequeño es ya pequeño o grande.
Según esta virtud y potencia; en
la resurrección del cuerpo no tenemos los menoscabos del cuerpo, pues aunque la
igualdad de todos hubiera de ser de tal conformidad que todos fueran de
estatura de gigantes, los que fueron gigantes en este mundo nada perderían en
estatura, conforme a lo que dijo Cristo cuando prometió que no se les perdería
un cabello; y al Criador que todo lo cría de la nada, cómo pudiera faltarle de
donde añadir lo que faltara a los no gigantes, siendo admirable artífice y
sabiendo cómo se debe añadir?
CAPITULO XV: Si al modo y tamaño del cuerpo del Señor han de resucitar los cuerpos de todos los muertos.
Cristo resucito en el tamaño de
cuerpo en que murió, y no puede, decirse que cuando venga el tiempo en que
todos han de resucitar ha de adquirir su cuerpo aquella grandeza que no tuvo
cuando apareció a sus discípulos, con la estatura que éstos le conocían, para
que pueda venir a ser igual a los muy grandes. Y si dijésemos que al modo y
proporción del cuerpo del Señor se han de reducir también los cuerpos mayores
de cualesquiera, habría de perderse mucho de los cuerpos de algunos, habiendo
el Señor prometido que ni un Solo cabello se les perdería. Resta, pues, que
cada un recobre su estatura, la misma que tuvo siendo mozo, aunque haya muerto
anciano, o la que llegara a tener si murió temprano.
Lo que dice el Apóstol acerca de
la medida de la edad plena de Cristo, entendemos que lo dijo con otro intento, esto
es, que cuando recobrase aquella cabeza, en el pueblo cristiano, la perfección
de todos sus miembros, se llena y cumple la medida de su edad o si lo dice
aludiendo a la resurrección de los cuerpos, lo entendemos de forma que los
cuerpos de los muertos no resuciten ni más ni menos fuera del tamaño de mozos, sino
en aquella edad y vigor a que sabemos que llega Cristo en la tierra porque
hasta los sabios del siglo definieron e incluyeron la juventud y mocedad del
hombre alrededor de los treinta años, desde la cual principia ya el hombre a
declinar a los daños y menoscabos de la edad grave y anciana, y por eso no dijo
a la medida del cuerpo o a la medida de la estatura, sino a la medida de la
edad plena de Cristo.
CAPITULO XVI: Cómo se debe entender el hacerse conformes los santos a la imagen del Hijo de Dios.
Lo que también dice el Apóstol, que
los predestinados se hacen conformes la imágen del Hijo de Dios, puede también
entenderse según el hombre interior. Por ello nos dice en otro lugar: No
queráis conformaros con este siglo, sino reformaos conforme a la novedad de
vuestro espíritu Reformándonos para no conformarnos con este siglo, nos
conformamos con e Hijo de Dios. Puede, pues, entenderse que así como el Señor
se conformó con nosotros, en la mortalidad, así nosotros nos hagamos conformes
a su Majestad Divina en la inmortalidad, lo cual sin duda, pertenece igualmente
la misma resurrección de los cuerpos. Pero si en estas palabras no advierte la
forma en que han de resucitar lo cuerpos, así como la medida de que habla el
Apóstol no debe entenderse de la cantidad, sino de la edad, tampoco estas
palabras deben atribuirse a la estatura. Todos, pues, resucitarán tamaños en el
cuerpo como fueron o habían de ser en la edad de la mocedad, aunque nada
importará que sea la forma del cuerpo de niño o de anciano, en donde no ha de
haber ni quedar flaqueza o imperfección alguna, ni del alma ni del mismo cuerpo.
De suerte que cuando alguno quiera porfiar que todos han de resucitar en aquel
modo y proporción de cuerpo en que murieron, no hay para qué quebrarse la cabeza
en contradecirle.
CAPITULO XVII: Si los cuerpos de las mujeres muertas han de resucitar en su sexo y permanecer así.
Algunos (por lo que dice San
Pablo: Hasta que nos juntemos todos en un mismo estado de varón perfecto, a la
medida de la edad plena y perfecta de Cristo, y nos hagamos conformes a la
imagen de Dios) no creen que las mujeres han de resucitar en su propio sexo, sino
dicen que todas resucitarán en el de varón, porque Dios hizo solamente al
hombre de barro y a la mujer del varón. En mi sentir, mejor lo entienden los que
no dudan que ambos sexos han de resucitar, porque no habrá allí apetito malo, que
es la causa de la confusión, pues primero que pecaran desnudos estaban, y, sin
embargo, no se ruborizaron el hombre y la mujer. Así, pues, a los cuerpos se
les quitarán los vicios y defectos, y se les conservará la naturaleza. El sexo
de mujer no es vicio, sino naturaleza, la cual, aunque entonces no se juntará
con el varón, sin embargo, tendrá los miembros correspondientes a su sexo, no
acomodados al uso ya pasado, sino al nuevo decoro y hermosura con que no se atreverá
la concupiscencia de los que la vieren, porque no la habrá, sino que se alabará
la divina sabiduría y clemencia que hizo también lo que no era, y lo que hizo
lo libertó de la corrupción. Pues al principio de la creación del humano linaje,
cuando de la costilla que extrajo Dios del costado del varón que estaba
durmiendo formó la mujer, convenía ya entonces con este maravilloso prodigio
profetizar a Cristo y a la Iglesia, en atención a que aquel sueño del hombre
era el símbolo de la muerte de Cristo, cuyo costado, estando difunto suspenso
en la cruz, fue abierto con la lanza, saliendo de la herida sangre y agua, que sabemos
son los Sacramentos sobre los que se edifica la Iglesia. De esta expresión usó
también la Escritura, pues no dijo formó, fingió sino edificó la costilla en
mujer. Por ello el Apóstol a lo que es la Iglesia llama edificación del cuerpo
de Cristo. La mujer es, pues, criatura y hechura de Dios como el hombre; pero
en haberse formado del hombre se nos encomendó la unidad; el hacerla de aquella
manera fue figura, como he dicho de Cristo y de la Iglesia, y el que crió ambos
sexos, ambos lo restituirá.
Finalmente, el mismo Señor Cristo
Jesús, preguntado por los saduceos que negaban la resurrección, de cuál de
siete hermanos sería la mujer que todos ellos habían sucesivamente tenido por
esposa, procurando cada uno conforme a la ley, resucitar la descendencia del
hermano, les dijo: Andais errados, no entendiendo las Escrituras ni la virtud
de Dios. Y en lugar de decir, aprovechando la ocasión: esta mujer que me
preguntáis será hombre y no mujer, no lo dijo, sino que en la resurrección, ni
las mujeres ni lo hombres se casarán, sino que serán como los ángeles de Dios
en el cielo Iguales a los ángeles, sin duda, en la inmortalidad y
bienaventuranza, no en la carne, ni tampoco en la resurrección, de que no
tuvieron necesidad lo ángeles, porque no pudieron morir. Así que dijo el Señor
que no había de haber casamientos en la resurrección, mas no que no había de
haber mujeres, lo dijo donde se trataba de una cuestión que más presto y
fácilmente la resolviera negando el sexo de la mujer, entendiera que éste no le
había de haber allá: antes confirmó que le había de haber, diciendo: ni las
mujeres se casarán ni los hombres; habrá, pues mujeres y hombres, que en la
tierra se suelen casar, pero en el cielo no lo harán.
CAPITULO XVIII: Del varón perfecto, esto es, de Cristo y de su cuerpo: es decir, de la iglesia que es su plenitud.
Respecto a lo que dice el Apóstol
que todos nos hemos de juntar en estado de varón perfecto, importa reflexionar
las circunstancias de todo el pasaje, donde se expresa así: El que descendió es
el mismo que el que subió sobre todos los cielos para el cumplimiento de todas
las promesas. El mismo designó a unos por apóstoles, a otros por profetas, a
otros por evangelistas, a otros por doctores para la consumación y perfección
de los santos, a fin de que trabajen en el ministerio, en la edificación del
cuerpo de Cristo, hasta que nos juntemos todos en una misma fe y conocimiento
del Hijo de Dios en estado de varón perfecto, a la medida de la edad plena y
perfecta según Cristo, de manera que no seamos ya más como niños fluctuantes, dejándonos
llevar del viento de cualquiera doctrina inventada por el engaño de los hombres
y por la astucia para hacernos errar, sino que, siguiendo la verdad con caridad,
en todo vayamos creciendo en aquel que es nuestra cabeza, Cristo, y en quien
todo el cuerpo, trabado y conexo entre si recibe por todos los vasos y
conductos de comunicación, según la medida correspondiente a cada miembro, el
aumento propio del cuerpo para su perfección, mediante la caridad.
Ved aquí quien es el varón
perfecto, la cabeza y el cuerpo que consta de todos sus miembros, los cuales a
su tiempo vendrán a tener su cumplimiento, aunque cada día se le van juntando
al mismo cuerpo, mientras se edifica la Iglesia, de quien San Pablo dice: Vosotros
sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Y en otra parte; Por el cuerpo de
Cristo, que, es la Iglesia. Y, asimismo en otro lugar: Aunque muchos somos un
pan y hacemos un cuerpo
Y de la edificación de este
cuerpo dice igualmente aquí: Para la consumación y perfección de los santos, para
que trabajen en el ministerio, en la edificación del cuerpo de Cristo. Y
después prosigue lo que tenemos entre manos: Hasta que nos juntemos todos en
una misma fe y conocimiento del Hijo de Dios en estado de varón perfecto, a la
medida y tamaño de la edad plena y perfecta de Cristo, etcétera; hasta que pasa
a manifestarnos de qué cuerpo hemos de entender esta medida, diciendo: Vayamos
creciendo en Aquel que es nuestra cabeza, Cristo, y en quien todo el cuerpo
trabado y conexo entre sí recibe por todos los vasos y conductos de
comunicación según la medida correspondiente a cada miembro, el aumento propio del
cuerpo para su perfección, mediante la caridad. Así, pues, como hay medida y
tamaño de cada parte respectiva, así la hay de todo el cuerpo, que consta de
todas sus partes, y, sin duda, medida plena y perfecta, de la cual dice aquí, a
la medida de la edad plena y perfecta de Cristo, de cuya plenitud habló también
allá donde dice de Cristo: Y le puso por cabeza sobre toda la Iglesia, la cual
es su cuerpo, y la plenitud de aquel que lo llena todo en todo. Pero si este
texto lo hubiésemos de referir a la forma de la resurrección en que cada uno se
ha de hallar, quién impide que donde nombra el varón podamos entender también
la mujer, como en el otro pasaje donde dice: Bienaventurado es el varón que
teme, al Señor, sin duda están comprendidas también las mujeres que temen al
Señor?
CAPITULO XIX: Que no debe haber en la resurrección vicio alguno en el cuerpo que en esta vida del hombre fuere contrario al decoro y hermosura, y que allá, sin alterar ni mudar la sustancia natural, concurrirán en una hermosura la calidad y cantidad.
Para qué he de dar congrua
satisfacción a la objeción relativa a los cabellos y a las uñas? Porque
entendido una vez que de tal manera no parecerá parte alguna del cuerpo que no
haya deformidad en él, asimismo se comprenderá que los miembros que habían de
representar cierta deforme fealdad se han de unir a la masa y no a los lugares
donde pueda recibir fealdad la forma de los miembros. Como si hiciésemos un
vaso de barro, y vuelto a deshacer y reducido a la misma materia de barro, se
volviese a formar de nuevo, no sería necesario que la parte de barro que estuvo
en las asas o la que estuvo en el fondo vuelva nuevamente a formar el mismo
fondo, con tal que el todo volviese al todo; esto es, que todo aquel barro, sin
perderse parte alguna, volviese a todo el vaso; por lo cual, si los cabellos
tantas veces cortados, o las uñas cortadas, vuelven a sus propios lugares, no
volverán con deformidad, pero tampoco se le perderán al que resucitare, porque
con la mutabilidad de la materia se convertirán en la misma carne, para que
tengan allí cualquier lugar del cuerpo, guardando la congruencia dc las partes.
Aunque lo dice el Señor: Que no perecerá un cabello de vuestra cabeza, se puede
entender con más propiedad, no del largo de los cabellos, sino del número. Por
eso dice en otra parte: Están contados todos los cabellos de vuestra cabeza
No digo esto porque se presuma
que se le ha de perder parte alguna a ningún cuerpo de lo que naturalmente
tenía, sino lo que le nació deforme y feo (no por otro motivo sino para
manifestaros cuán penosa sea la actual condición de los mortales) ha de volver
a ser de manera que quede la integridad de la sustancia y perezca la fealdad. Porque
si entre los hombres un artífice puede a una estatua que sacó fea por un
accidente imprevisto fundirla y volverla a hacer muy hermosa, de suerte que en
ella no se pierda cosa alguna de la substancia, solo sí la fealdad; y si en la
primera figura había alguna parte indecente y no correspondía a la igualdad de
los demás, puede no cortarlo y separarlo del todo de la materia de la cual lo
había construido, sino esparcirlo y mezclarlo todo de manera que ni cause
fealdad ni disminuya la cantidad, qué debemos imaginar del artífice que es
Todopoderoso? No podrá acaso destruir todas las fealdades de los cuerpos
humanos, no sólo las ordinarias, sino también las que fueren raras y
monstruosas, que son propias de esta vida miserable, y muy ajenas de la futura
bienaventuranza de los santos, de forma que cualesquiera que sean las
superfluidades de la substancia corporal (en efecto, superfluidades, aunque
naturales, pero indecentes y horribles), se quiten sin ningún menoscabo y
disminución de la substancia?
Así no tienen que temer los que
fueron de complexión flaca o gruesa ser allá lo que, si pudieran, no quisieran
haber sido tampoco acá. Porque toda a hermosura del cuerpo resulta de la
congruencia y simetría de las partes ordenadas con cierta suavidad de color; donde
no hay conformidad de pares suele ofender alguna cosa, o porque es pequeña o
porque es demasiada. Y si no habrá deformidad alguna que produce la
incongruencia de las partes, pues lo que estuviere mal se corregirá, lo que
fuere menos de lo que conviniere al decoro lo suplirá el Criador con su
infinita sabiduría, y lo que fue más de lo que conviene lo quitará, conservando
la integridad de la materia, Y cuán grande será la suavidad del color donde los
justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre? Cuyo resplandor
debemos creer que cuando resucitó Cristo antes se les encubrió a los ojos de
sus discípulos, que imaginar que le faltó a su glorioso cuerpo, porque no
pudiera sufrirle la debilidad de la vista humana, y debía dejarse ver de los
suyos en la forma que le pudiesen conocer.
Con este fin fue también el
patentizarles las cicatrices de sus sacratísima llagas a los que le palpaban y
tocaban, y el comer y beber, no porque tenía necesidad del alimento, sino
porqué tenía amplia potestad para poderlo hacer. No se ve un objeto, aunque
esté presente, por los que ven otros que asimismo están presentes, como decimos
que estuvo aquel resplandor y claridad, sin que la viesen los que veían otras
cosas, lo cual en griego se llama aorasia, y no pudiéndolo decir en latín nuestros
intérpretes, tradujeron en el Génesis por ceguera. Esto fue lo que les dio a
los de Sodoma cuando buscaban la puerta del santo varón Lot y no la podían
hallar, la cual, si fuera ceguera, por la que nada puede verse, buscaran; no la
puerta por dónde entrar, sino quien los encaminara y dirigiera a ella.
No sé cómo nos aficionamos de tal
suerte a los bienaventurados mártires, que deseamos ver en aquel reino en sus cuerpos
las cicatrices de las heridas que sufrieron por el nombre de Cristo, y acaso
las veremos, porque en ellos no será deformidad, sino dignidad y resplandecerá
una cierta hermosura, aunque en el Cuerpo, no del cuerpo, sino de virtud. Y no porque
a los mártires les hayan cortado algunos miembros han de estar sin ellos en la
resurrección de los muertos, puesto que les dijo Dios: No se os perderá un
cabello de vuestra cabeza, sino que si fuera decente que en aquel nuevo siglo
se vean en la carne inmortal las señales de las gloriosas llagas en la parte
donde los miembros fueron heridos, lacerados o estropeados, allí se verán las
cicatrices, no con la pérdida pasada, sino con la restitución de los mismos
miembros. Así que, aunque entonces no haya vestigio de las imperfecciones y
vicios que adquirieron los cuerpos, con todo, no deben llamarse ni tener por
vicios las señales de la virtud.
CAPITULO XX: Que en la resurrección de los muertos la naturaleza de los cuerpos, como quiera que estén deshechos, será renovara del todo y en todas sus partes.
Es un absurdo y desatino pensar
que no pueda la omnipotencia del Criador, para resucitar los cuerpos y
volverlos a la vida, revocar todo aquello que consumió, o la bestia o el fuego,
o lo que deshizo en polvo o en ceniza, o se resolvió en agua, o se exhaló en
aire. Absurdo es y disparate que haya seno o secreto en la naturaleza que tenga
algún arcano tan escondido a nuestros sentidos, que o se le oculte a la noticia
del Criador de todas las cosas o se le escape y exima de su potestad.
Queriendo Cicerón, aquel célebre
escritor, definir a Dios como pudo, dijo que era un espíritu libre, ajeno de
toda mixtión y composición mortal, que lo siente y mueve todo, y tiene
movimiento eterno. Esto lo halló y sacó de los libros y doctrinas de los grandes
filósofos. Por hablar en el lenguaje de ellos, cómo se le esconde alguna cosa
al que todo lo siente, o cómo se le escapa irrevocablemente a que todo lo mueve?
Por lo cual nos conviene ya
resolver aquella cuestión, que parece la más dificultosa de todas, donde se
pregunta: cuando acontece que la carne del hombre muerto se convierte en la
carne de otro hombre vivo, que la ha comido. a cuál de los dos se le ha de
restituir en la resurrección de la carne? Porque sí uno, estando muerto de
hambre, forzado comiese de los cuerpos muertos de los otros hombres, cuya
desventura, que ha acontecido en algunas ocasiones, no sólo nos lo dicen las historias,
sino que la infeliz experiencia de nuestros tiempos nos lo enseña, acaso habrá
alguno que con razón y verdad pretenda que todo aquello se eliminó de nuevo, y
que nada de ello se mudó y convirtió en su carne, pues la misma flaqueza que
hubo y ya no la hay, bastantemente nos manifiesta los vicios y daños que se
suplieron con aquellos alimentos?
Poco antes propuse algunas
particularidades, que pueden y deben valer para resolver esta dificultad. Porque
todo lo que consumió de las carnes el hambre, sin duda se convirtió en aire, y
ya dijimos que Dios Todopoderoso puede restablecer lo que se disipa. Se
restituirá al hombre aquella carne en quien primero comenzó a ser carne humana,
pues respecto del otro, se debe tener como tomada de prestado, y como deuda se
le ha de restituir a la parte de donde se tomó. La carne que el hambre despojó
la restituirá el que puede restablecer lo que se exhaló. Aun en el caso de que
se hubiera deshecho y pereciera del todo y no hubiera quedado materia alguna
suya en ningún rincón de la naturaleza, de dondequiera que quisiere podrá
sacarla y restablecerla el Señor Todopoderoso. Mas por lo que dijo la misma
Verdad: que un cabello de vuestra cabeza no se perderla, es desatino que
pensemos que, supuesto que no puede perderse un cabello de la cabeza, se puedan
perder tantas carnes como comió y consumió el hambre.
Consideradas y expuestas todas
estas razones, según lo exigen nuestras débiles fuerzas intelectuales, se
deduce expresamente esta conclusión: que en la resurrección de la carne que ha
de haber para siempre, la grandeza de los cuerpos tendrá aquella medida y
tamaño que tenía la razón naturalmente impresa en el cuerpo de cada uno para
perfeccionar la juventud; o la que tenía cuando estaba ya perfecta, guardando
también en la forma y disposición de todos los miembros su conveniente
proporción y decoro. Y para que se conserve este decoro cuando se quitare algo
a alguna grandeza indecente que hubiere en otra parte, y se esparciere o
repartiere por todo, para que ni aquello se pierda y en todo se conserve la congruencia
y conveniencia de las partes, no es absurdo creer que allí se puede también
añadir algún tanto a la estatura del cuerpo pues se distribuye a todas partes, a
fin de que guarden en su decoro y hermosura aquello que si estuviera disformemente
en una, no sería decente.
Y si porfiaren todavía que
resucitará cada uno en la misma estatura de cuerpo en que murió, no hay para
qué obstinadamente nos opongamos, con tal que no haya deformidad alguna, ninguna
flaqueza, ninguna tardanza, pereza, flojedad ni corrupción, sin que haya cosa
que desdiga y no convenga a aquel reino donde los hijos de la resurrección y
promisión serán iguales a los ángeles de Dios, cuando no en el cuerpo y en la
edad, por lo menos en la felicidad y bienaventuranza.
CAPITULO XXI: De la novedad del cuerpo espiritual, en que se mudará la carne de los santos.
También se les ha de restituir
todo lo que se les hubiere perdido, así a los cuerpos vivos como a los muertos,
y juntamente con ello lo que quedó en las sepulturas; y mudando el cuerpo viejo
animal en cuerpo nuevo espiritual, resucitarán vestidos de incorrupción e
inmortalidad. Si en algún caso grave o por la crueldad de los enemigos todo el
cuerpo se hubiera resuelto en polvo, esparciéndolo por el aire o por el agua, sin
dejar en ninguna parte, en cuanto fuera posible, rastro de él, con todo, por
ningún motivo le podrán sacar fuera de la jurisdicción del Criador omnipotente,
sino que ni un solo cabello de su cabeza se perderá.
Así pues, la carne espiritual
estará sujeta al espíritu, siendo, aunque carne, no espíritu, así como el mismo
espíritu carnal estuvo sujeto a la carne, siendo, aunque espíritu, no carne. Por
que no según la carne, sino según el espíritu, eran carnales aquellos a quienes
decía el Apóstol: No he podido hablaros como a espirituales, sino como a
carnales. En esta vida el hombre se llama espiritual, aun cuando todavía está
en el cuerpo carnal, y halla en sus miembros otra ley repugnante y contraria a
la ley de su espíritu; así será igualmente en el cuerpo espiritual cuando la
misma carne resucitare, de manera que se haga lo que dice la Escritura: Que se
sembrará el cuerpo animal y nacerá el cuerpo espiritual.
Y cuál y cuán grande sea la
gracia del cuerpo espiritual, porque aún no lo hemos visto por experiencia, recelo
no se tenga por temerario todo lo que de ella se dice. Con todo, porque no es
razón omitir el gozo de nuestra esperanza, por lo que redunda en gloria de Dios
y de lo íntimo del corazón, ardiendo en amor santo, dijo el real Profeta: Enamorado
estoy, Señor, de la hermosura de vuestra casa, por los dones y gracias que
distribuye en esta vida miserable a los buenos y a los malos, vamos
conjeturando con sus divinos auxilios, según podemos, cuán grande y apreciable
sea aquel don y gracia, del cual, no habiéndole aun experimentado, no podemos
dignamente hablar. Porque paso en silencío cuando Dios hizo al hombre recto; dejó
aquella vida feliz y bien aventurada que pasaron aquellos dos primeros casados
en la amenidad, fecundidad y delicias del Paraíso, siendo tan breve, que no
pudo llegar a noticia de sus hijos; aun en esta que nosotros conocemos, en que
todavía vivimos, cuyas tentaciones, o, por mejor decir, en ésta, que es toda
tentación, y por más que aprovechemos, no dejamos de padecer, quién será
bastante a explicar las señales y demostraciones que experimentamos de la
bondad de Dios para con el linaje humano?
CAPITULO XXII: De las miserias y penalidades a que está sujeto el hombre por causa de la primera culpa, y cómo ninguno se libra de ellas sino por la gracia de Cristo.
Que todo el linaje de los
mortales fue condenado por la primera culpa, lo testifica esta misma vida, si
debe llamarse vida; la que está llena de tantos y tan molestos trabajos. Porque
qué otra cosa nos manifiesta la horrible profundidad de la ignorancia, de donde
resulta todo el error que acoge y recoge a todos los hijos de Adán en tenebroso,
seno, de donde el hombre no puede salir y librarse sin penalidad, dolor y temor?
Qué otra cosa nos demuestra el mismo amor y deseo de tantos objetos varios y perjudiciales,
y los daños que de ellos dimanan; los cuidados penosos, las turbaciones, tristezas,
miedos; los desordenados contentos, las discordias, debates, guerras, asechanzas,
enojos, enemistades, engaños, lisonjas, cautelas, robos, traiciones, soberbias,
ambiciones, envidias, homicidios, parricidios, crueldades, fierezas, bellaquerías,
disoluciones, travesuras, desvergüenzas, deshonestidades, fornicaciones, adulterios,
incestos y tantos estupros y torpezas contra el natural decoro de ambos sexos, que
aún es acción reprensible el referirlas; sacrilegios, herejías, blasfemias, perjurios,
opresiones de inocentes, calumnias, engaños, prevaricaciones, falsos
testimonios, injusticias, violencias, latrocinios y todo lo que de semejantes
males no me ocurre ahora a la memoria, y, sin embargo, no faltan en esta vida
de los hombres? Y aunque estas maldades son propias y características de los
hombres malos, no obstante, proceden de aquella raíz del error y del perverso
amor y deseo con que nacen todos los hijos de Adán. Y quién hay que no sepa con
cuánta ignorancia de la verdad, que en los niños se advierte, y con cuánta
redundancia de vana codicia, que en los muchachos comienza ya a pulular y
descubrirse, entra el hombre en esta vida, de manera que si le dejan vivir como
quiere y hacer todo lo que se ofrece a su capricho, viene a caer en estos
vicios y excesos, en todos o en muchos de los que he nombrado y en otros que no
he podido exponer?
Pero como la Providencia divina
no desampara del todo a los condenados, y Dios no detiene en su ira sus
misericordias, en los mismos sentidos de los hombres están velando la ley y la
instrucción contra estas tinieblas en que nacemos, y se oponen a sus ímpetus, aunque
ellas también están llenas de trabajos y dolores. Porque, de qué sirven tantos
miedos fantásticos y de tan raras especies que se aplican para refrenar las
vanidades y afectos de los muchachos? De qué los ayos, los maestros, las palmetas,
las correas, las varillas? De qué aquella disciplina, con que dice la Sagrada
Escritura que se deben sacudir los costados del hijo querido, porque no se haga
indómito, y estando duro, agreste e inflexible, con dificultad pueda ser domado
o quizá no pueda? Qué se pretende con todos estos rigores sino conquistar y
destruir la ignorancia, refrenar los malos deseos y apetitos, que son los males
con que, nacimos al mundo? Porque qué quiere decir que con el trabajo nos
acordamos y sin el trabajo olvidamos con trabajo aprendemos y sin trabajo
ignoramos, con trabajo somos diligentes y sin trabajo flojos? Acaso no se ve en
esto adonde, con su propia gravedad, se inclina la naturaleza viciosa y
corrompida y de cuántos auxilios tiene necesidad para librarse de ello? El ocio,
flojedad, pereza, indolencia y negligencia, vicios son, en efecto, con que se
huye del trabajo, que aun siendo útil es penoso.
Fuera de las molestias y penas
que padecen los muchachos, sin las cuales no se puede aprender lo que los
mayores quieren, los cuales apenas quieren cosa útil quién explicará con
palabras y quién podrá comprender con el pensamiento cuántas y cuán graves son
las penas que ejercitan y acosan al hombre, las que no pertenecen a la malicia
y perversidad de los malos, sino a la condición y miseria común de todos? Cuán
grande es el miedo, cuán grande la calamidad que proviene de las orfandades y
duelos, de los daños y condenaciones, de los engaños, embustes y mentiras de
los hombres, de las falsas sospechas, de todas las violencias, crímenes y
fuerzas, ajenas, pues de ellas muchas veces proceden la pérdidas de bienes, los
cautiverios, la prisiones, las cárceles, los destierros los tormentos, las
laceraciones de miembros y privación de los sentidos, hasta la opresión del
cuerpo para saciar el torpe apetito del opresor, y otras muchas acciones
horribles? Qué diré de infinitos casos y accidentes que se teme no sucedan
exteriormente al cuerpo, de fríos, calores, tempestades, lluvias, avenidas, relámpagos,
truenos, granizo, rayos, terremotos, aberturas de tierras, opresiones de ruinas,
de los tropiezos, espantos, o también de la malicia de las caballerías; de
tantos tósigos y venenos de plantas, aguas, aires, bestias y fieras; de las mordeduras,
o sólo molestas o también mortíferas; de la hidrofobia que dimana de la
mordedura del perro rabioso, de manera que a veces de una bestia que es
apacible y leal a su dueño nos guardamos con más rigor que de los leones y
dragones, porque al hombre que acierta a morder le hace con el pestilencial
contagió rabioso, de suerte que viene a ser temido de sus padres esposa e hijos
más que cualquiera bestia? Qué de infortunios padecen los navegantes? Y cuáles
los que caminan por tierra? Quién hay que camine que no esté sujeto a mil
desastres impensados? Vuelve uno de la plaza a su casa, cae en tierra, teniendo
sanos los pies; se quiebra un pie, y de aquella herida pierde la vida. El
sacerdote Heli cayó de la silla en que estaba sentado y murió. Los labradores, o,
por mejor decir, generalmente todos los hombres, cuántos fracasos y accidentes
no temen que sucedan a los sembrados y frutos del campo, ocasionados por las
malignas influencias del cielo, de la tierra y de los animales perniciosos? Y
aunque estén ya asegurados de la cosecha del grano que tienen recogido y
encerrado en las trojes, sin embargo, a algunos, como los hemos visto, la
repentina avenida de un río, huyendo los hombres de su furia, les ha llevado sus
graneros con grande porción de trigo. Contra las diversas clases de guerra que
nos hacen los demonios, quién puede estar confiado en su inocencia?; pues para
que ninguno lo esté, en algunas ocasiones molestan a los niños bautizados, rió habiendo
objeto más inocente que ellos permitiendo así Dios que se vea la miserable
calamidad de esta vida y lo que debe desearse la felicidad de la futura. En el
mismo cuerpo humano hay molestias nacidas de enfermedades que aún no se conocen
ni están escritas ni explicadas todas en los libros de los médicos. Y en los
más de ellos, los más selectos específicos, auxilios y medicamentos que se
hallan, son tormentos inventados para libertar al hombre del riesgo de los
dolores con penosa medicina. Acaso el hombre no ha reducido a los hombres a que
no hayan podido abstenerse de las carnes de los hombres, y que se hayan comido,
no a hombres que los hallaron muertos, sino habiéndolos ellos mismos muerto con
este intento por su propia mano; no a cualesquiera extraños, sino con
inhumanidad increíble que causaba el hambre rabiosa que se experimentaba, las madres
a sus hijos? Y, finalmente; el mismo sueño, que propiamente tomó el nombre de
reposó y quietud, quién será bastante a declarar cuán inquieto y desasosegado
está muchas veces con los objetos que se representan en sueños, y con cuán terribles
miedos y espantos de cosas falsas, representadas tan al vivo que no las podemos
distinguir de las verdaderas, perturbe e inquieta el miserable espíritu y los
sentidos, con cuya ilusión y falsedad de visiones más maravillosamente son fatigados
y acosados, aun velando ciertos enfermos y hechizados? Los malignos demonios a
veces engañan también a los pobres sanos con la innumerable variedad de sus
embelecos, y aunque con tales visiones no los muden y reduzcan a su parcialidad,
los engañan y alucinan los sentidos solo por el deseo que tienen de
persuadirles la falsedad.
Del infierno de esta vida
miserable ninguno nos puede librar, sino la gracia del Salvador, Cristo, Dios y
Señor nuestro; porque esto significa el nombre del mismo Jesús que quiere decir
Salvador, especialmente para que después de esta vida no vayamos a la miserable
y eterna, no vida, sino muerte. Pues en esta; aunque tengamos grandes consuelos
de medicinas y remedios por medio de cosas santas y de los santos, con todo, no
siempre se conceden estos beneficios a los que los suplican, porque no se
pretenda y busque por causa de ellos la religión, la cual se debe buscar más
para la otra vida, donde no habrá género de mal. Y para este efecto, particularmente
a los más escogidos y mejores, ayuda la gracia en esos males, para que los toleren
y sufran con corazón tanto más valeroso y fuerte, cuanto más fiel; para lo cual
los sabios de este siglo dicen también aprovecha la filosofía; y la verdadera, como
dice Tulio, los dioses la concedieron a muy pocos. Ni a los hombres, añade, dieron
o pudieron dar don o dádiva mayor; en tanto grado, que aun los mismos contra
quienes disputamos son impelidos a confesar que es necesaria la divina gracia
para. conseguir, no cualquiera filosofía, sino la verdadera. Y si a pocos ha
concedido Dios el único socorro de la verdadera filosofía contra las miserias
de esta vida, también de esta doctrina se deduce cómo el linaje humano está
condenado a pagar las penas de las miserias. Y así como no hay don divino
ninguno mayor que éste, así se debe creer que no le da otro Dios, Sin aquel que
aun los mismos que adora muchos dioses, confiesan ser el mayor de todos.
CAPITULO XXIII: De las cosas que, fuera de los males y trabajos que son comunes a los buenos y a los malos, especialmente padecen los justos.
Fuera de los males de esta vida
mortal, comunes a los buenos y a los malos, tienen también en ella los justos
sus molestias propias con que contrastan los vicios, y pasan su vida en las
tentaciones y peligros de semejantes batallas. Pues unas veces más y otras
menos, nunca deja la carne de desear contra el espíritu y el espíritu contra la
carne, para que no ejecutemos lo que queremos, dando fin y consumiendo toda
mala concupiscencia sino para que no consintiendo con ella, la sujetemos cuanto
pudiéremos, con el favor de Dios, viviendo en continua vela, a fin de que no
nos engañe la opinión aparente; para que no nos alucine, razón astuta, para que
no nos cieguen las tinieblas de algún error, para que no creamos que lo que es
bueno es, malo, o lo que es malo es bueno para que el temor no nos aparte de lo
que debemos practicar; para que no se ponga el sol, durándonos el rencor y
enojo; para que los odios no, nos conviden a devolver mal por mal; para que no
nos sofoque alguna singular y extraordinaria tristeza; para que la ingratitud
no nos haga flojos y tardos en hacer bien; para que la conciencia sana no se
turbe y congoje por las detractaciones y murmuraciones; para que la sospecha
temeraria que tuviéramos de otro no nos engañe; para que la falsa que otros
tienen de nosotros no nos quebrante y desmaye; para que no reine pecado en
nuestro cuerpo mortal condescendiendo a sus deseos; para que nuestros miembros
no sirvan al pecado de armas e instrumentos para hacer mal; para que el ojo no
vaya tras lo que desea el apetito; para que no nos rinda el deseo de venganza; para
que no se detenga la vista o el pensamiento en lo que nos deleita con daño; para
que no oigamos gustosamente palabras malas o indecentes; para que dejemos de
hacer lo que no es licito, aunque nos convide el sentido del gusto; para que en
esta guerra tan cercada de trabajos y peligros no confiemos en nuestras fuerzas
la victoria que estuviere por alcanzar, o la ya conseguida la atribuyamos a
nuestras fuerzas, sino a la gracia de Aquel de quien, dice el Apóstol: Gracias
a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo. El cual asimismo
dice en otro lugar: De todos, estos riesgos salimos vencedores con grandes ventajas
por Aquel que tanto nos amó.
Debemos tener por cierto que con
cualquiera virtud o destreza que peleemos venzamos y sojuzguemos, mientras estuviéremos
en este cuerpo, no nos puede faltar motivo para decir a Dios: Perdónanos
nuestras deudas Pero en aquel reino donde estaremos siempre con los cuerpos
inmortales, ni tendremos guerras que ganar ni deudas que pagar, las cuales jamás
las hubiera si nuestra naturaleza preservara y se conservara en la rectitud con
que Dios la creó. Y por eso esta nuestra batalla, donde corremos riesgo y
peligro y de que deseamos salir libres con una última y final victoria, pertenece
también a los males y trabajos de esta vida, la cual hemos probado bien claro
haber sido condenada por testimonios de tantos y tan grandes males y trabajos.
CAPITULO XXIV: De los bienes de que el Criador llenó también esta vida sujeta a la condenación.
Pero consideremos ahora esta
misma miseria del linaje humano de cuán grande y cuán innumerables bienes la
llenó la bondad de aquel mismo que gobierna con su prudencia divina todo lo que
crió. Lo primero, aquella bendición que le echó antes de pecar, diciendo creced,
multiplicaos y llenad la tierra, no la quiso revocar después del pecado, y así
quedó y perseveró en la generación y descendencia condenada al don de la
fecundidad concedida; aquella admirable virtud de las semillas, o, por mejor
decir, aquella más admirable con que se crían las misma semillas, impresa en
los cuerpos humanos, y en cierto modo engastada y entretejida, no nos la quitó
el vicio de pecado, el cual pudo imponernos la necesidad de morir, sino que lo
uno y lo otro corre juntamente con este casi inagotable río del linaje humano; así
el mal que heredamos de nuestro padre, como el bien de que el Criador nos hizo
merced.
En el mal original hay dos cosas:
el pecado y el castigo. En el bien original hay otras dos: la propagación y
conformación. Pero en lo tocante a los males, que es de lo que al presente
tratamos, el uno de los cuales nos provino de nuestro atrevimiento, esto es, el
pecado, y el otro es justo juicio de Dios, esto es, el castigo, ya hemos dicho
lo suficiente.
Ahora pretendo hablar de los
bienes que Dios: hizo, y no deja de hacer todavía a la misma naturaleza, aún
corrompida y condenada; porque cuando la condenó no la quitó todo lo que la
había dado, pues de otra suerte totalmente dejara de ser y existir, ni la
apartó de su jurisdicción y potestad, aun cuando la sujetó penalmente al
demonio, puesto que ni aun al mismo demonio le eximió de la jurisdicción de su
dominio, pues el que subsista la naturaleza del mismo demonio lo hace Aquel que
tiene ser sumamente infinito y da ser a todo lo que en algún modo tiene ser.
De aquellos dos bienes que
dijimos dimanaban como de una caudalosa fuente de su bondad inaccesible, y se comunicaban
aún a la naturaleza corrompida con el pecado y condenada con el castigo, le dio
la facultad de propagarse cuando la bendijo entre las primeras obras del mundo,
de cuya creación descansó al séptimo día. Pero la conformación anda con aquella
su obra con que todavía obra. Porque si privase a las cosas criadas de su
potencia operativa, ni podrían pasar adelante ni con sus ciertos y tasados
movimientos haría los tiempos, ni podrían permanecer en lo que fueron criadas.
Crió Dios al hombre de manera que
puso en él fecundidad para propagar otros hombres, coengendrando asimismo en ellos,
no la necesidad, sino la posibilidad de recrear; y aunque ésta se la quitó a
los que quiso, y, por consiguiente, quedaron esterilizados, con todo, no
despojó generalmente al linaje humano de aquella bendición de engendrar una vez
concedida a los dos primeros casados. Esta propagación, aunque el pecado no se
la quitó al hombre, tampoco es cual sería si ninguno hubiera pecado, pues el
hombre, que se vio honrado y engrandecido, después que pecó se hizo semejante a
las bestias, y engendra como ellas, aunque no se extinguió del todo en él una
como centella de razón con que fue criado a semejanza de Dios. Y si a esta
propagación no se le aplicase la conformación, tampoco ella se multiplicaría en
las formas y modos de su especie. Pues aun cuando no se hubiesen juntado los
hombres para la generación, y, no obstante, quisiera Dios llenar la tierra de
hombres, así como crió uno sin tener necesidad de la unión del hombre y de la
mujer, así también pudiera criarlos a todos; y los que se juntan, si el Señor
no crea, ellos no engendran.
Así como dice el Apóstol de la
institución espiritual con que el hombre se forma en la piedad y justicia, que
ni el que planta es alguna cosa, ni el que riega, sino el que le da virtud para
que crezca, que es Dios, así también puede decirse aquí: ni el que se junta con
la mujer, ni el que siembra es alguna cosa; sino el que le da la forma y el ser
que es Dios; ni la madre que trae la criatura en el vientre y le sustenta, es
alguna cosa, sino el que le da incremento, que es Dios. Pues el Señor, con
aquella operación con que todavía obra hace que las semillas desplieguen sus
números y tomen su perfección, y de ciertos envoltorios secretos e invisibles
se desenvuelvan en las formas visibles de tanta hermosura, como vemos; y él
mismo, uniendo con admirable modo la naturaleza incorpórea con la corpórea, señora
aquella y ésta sujeta, hace al animal. Y esta obra de sus manos es tan grande y
tan estupenda, que no sólo al que la considerase en el hombre, que es animal
racional y por eso el más excelente y aventajado de todos los animales de la
tierra, sino en el más diminuto mosquito del mundo, le causará estupor y le hará
dar mil alabanzas y bendiciones a su Criador.
Así que Él mismo concedió al alma
del hombre entendimiento; en la cual la razón e inteligencia, en los niños, está
en cierto modo adormecida, como si no la hubiera, para que la despierten y
ejerciten cuando llegue la edad en que viene a ser capaz de las ciencias y
doctrina y hábil e idónea para entender la verdad y aficionarse a le bueno, con
cuya capacidad aprenda la sabiduría y alcance las virtudes, con que pelee
prudente, fuerte, templada y justamente contra los errores y los demás vicios naturales,
y a éstos los venza, no pretendiendo ni deseando otra felicidad que la posesión
y visión intuitiva de aquel sumo e inmutable bien.
Lo cual, aunque no lo haga la
misma capacidad que Dios crió de semejantes bienes en la naturaleza racional, con
todo, quién podrá decir como conviene, quién imaginar cuán grande sea el bien, y
cuán admirable esta obra estupenda del Omnipotente? Porque además de las
ciencias necesarias para vivir bien y llegar a conseguir la felicidad inmortal,
a las cuales llamamos virtudes, y se conceden únicamente por la gracia de Dios,
que está en Cristo a los hijos de promisión y del reino acaso no son tantas y
tan estimable las artes que ha inventado y ejercitado el ingenio humano, parte
necesarias parte voluntarias, que la fuerza y natural tan excelente del
espíritu y Ia rezón, aun en las cosas superfluas o por mejor decir, en las peligrosas
perniciosas que apetece, declara y da testimonio de cuán grandes bienes tenga
la naturaleza con que pudo inventa estas artes, aprenderlas y ejercerlas? A
cuán maravillosas y estupendas obras haya llegado la industria humana el
materia de vestidos y edificios: cuánto hayan aprovechado y adelantado en la
agricultura, cuánto en la navegación, los proyectos que ha inventado y
experimentado felizmente en la fábrica y construcción de todo género de vasos, en
la hermosa variedad de las estatuas y pinturas; las cosas que ha maquinado para
hacer y representar en los teatros, admirables a los que las vieron e increíbles
a los que las oyeron; tantas y tan grandes cosas como ha hallado para cazar, matar
y domar fieras y bestias agrestes; y contra los mismos hombres, tanta especie
de venenos, armas y máquinas; y para conservar y reparar la salud de los
mortales, cuántos medicamentos y auxilios ha descubierto; para el gusto y
apetito del paladar, cuántas salsas y excitantes del gusto ha inventado; y para
declarar y persuadir sus conceptos y pensamientos, cuán gran multitud y
variedad de señales, en las cuales tienen el primer lugar las palabras y las
letras; y para deleitar los ánimos, qué de expresiones donosas; graciosas y elocuentes;
para suspender el oído, cuánta abundancia de diferentes poemas, qué de órganos
e instrumentos músicos, qué de tonos y canciones ha inventado; qué admirables
reglas de dimensiones y números, y con cuánta sagacidad ha comprendido los
movimientos, orden y curso de los astros; cuán exacta noticia ha alcanzado
acerca de las cosas más señaladas del mundo, quién será bastante a referir todo
esto, especialmente si quisiésemos no amontonarlo todo en un breve resumen, sino
detenernos en cada asunto en particular? Finalmente, en defender los mismos
errores y falsedades, cuán sutil ingenio han manifestado los filósofos y
herejes?
Hablamos ahora de la naturaleza
del entendimiento humano con que se ilustra y adorna esta vida mortal, no de la
fe y del camino de la verdad con que se adquiere aquella inmortal. Siendo el
autor de esta tan esclarecida naturaleza Dios verdadero y sumo, administrando
sabiamente Él mismo todo lo que crió y teniendo en todo suma potestad y suma
justicia, sin duda que jamás el hombre cayera en estas miserias, ni de ellas viniera
a dar en las penas eternas, si no hubiera precedido un pecado tan execrable y
trascendente a la posteridad. Pues aun en el mismo cuerpo, aunque en ser mortal,
le tengamos común con las bestias y sea más débil que muchas de ellas, cuán
grande hondad de Dios se descubre, cuán grande providencia campea del Sumo
Criador? Acaso los lugares propios de los sentidos, y los demás miembros, no
están tan ordenados y bien organizados en él; la misma figura y la constitución
de todo el cuerpo no está modificada de manera que muestra haberse hecho para
el ministerio de un alma racional? Porque no como a los animales irracionales, qué
van inclinados á la tierra, crió Dios al hombre, sino que la forma del cuerpo, elevada
al cielo, le está diciendo que atienda y procure las cosas celestiales. Pues la
maravillosa agilidad de la lengua y de las manos, tan acomodada y conveniente
para hablar y escribir y para poner en su punto y perfección las obras de
tantas artes y misterios, acaso no nos manifiesta claramente cuán excelente
cuerpo vemos acomodado para el ministerio y servicio de un alma tan excelente? Aun
omitidas las necesidades y utilidades de sus obras, es tan armoniosa la
congruencia de todas sus partes y tienen entre sí tan bella y tan igual
correspondencia, que no sabréis si en su fábrica fue mayor la consideración que
se tuvo a la utilidad o a la hermosura. Porque verdaderamente no observamos en
este cuerpo cosa criada para la utilidad que no tenga también su hermosura.
Y mucho más se nos descubrirá
esto, y lo echaremos de ver, si conociéramos los números de las medidas con que
toda esta fábrica está entre sí trabada y acomodada, los cuales, quizá, poniendo
diligencia en las partes que se dejan ver por de fuera, los podría investigar y
conocer la humana industria. Pero en las que están encubiertas y lejos de
nuestra vida, como es la grande combinación de las venas, arterias, nervios y
entrañas, nadie podrá hallarlos. Pues aunque la diligencia, alguna vez inhumana
y cruel, de los médicos que llaman anatómicos ha hecho anatomía de los cuerpos
muertos, o también de los que se les han ido muriendo entre las manos, andándolos
cortando e inspeccionando menudamente, y en los cuerpos humanos, inhumanamente,
han buscado todos los escondrijos y secretos para saber qué, cómo y en qué lugares
habían de curar, con todo, los números de que voy hablando y de que consta la
trabazón interior y exterior de todo el cuerpo, como de un órgano, que en
griego se dice armonía, para qué tengo de decir que nadie los ha podido hallar,
puesto que nadie se ha atrevido a buscarlos? Los cuales, si se pudieran conocer
aun en las mismas entrañas, que no ostentan encanto alguno, tanto nos deleitará
la hermosura de la razón, que a cualquiera forma aparente, visible y agradable
a los ojos se aventajara y antepusiera, a juicio y dictamen de la misma razón
que se sirve de los ojos. Hay algunas cosas en el cuerpo que sólo sirven de
ornato, sin tener uso ni utilidad alguna, como en el pecho del hombre los
pezones, en el rostro las barbas, que no nos sirven de fortaleza, sino de
ornato varonil, como nos lo demuestran las caras tersas y limpias de las
mujeres, a las cuales, sin duda, como a más débiles, conviniera mas el
fortalecerías. Luego si no hay miembro alguno, a lo menos en éstos que se ven, acomodado
a algún oficio que no sirva también de algún adorno, y si hay algunas cosas que
sólo sirven de ornato y no sirven para destino alguno, pienso que fácilmente se
deja entender que en la fábrica del cuerpo prefirió el autor la hermosura a la
necesidad. Porque, en efecto, la necesidad te ha de acabar, y llegará el tiempo
en que gocemos uno de otro de sólo la hermosura, sin, ningún género de malicia;
la cual, particularmente, lo debemos referir a gloria del Criador, a quien
decimos en el Salmo: que te ha vestido de alabanza y hermosura.
Toda la demás belleza y utilidad
de las cosas criadas de que la divina liberalidad ha hecho merced al hombre, aunque
postrado y condenado a tantos trabajos y miserias, para que la goce y se
aproveche de ella, con qué palabras la referiremos? Qué diré de la belleza, tan
grande y tan varia, del cielo, de la tierra y del mar; de una abundancia tan
grande y de la hermosura tan admirable de la misma luz en el sol, luna y
estrellas; de la frescura y espesura de los bosques, de los colores y olores de
las flores, de tanta diversidad y multitud de aves tan parleras y pintadas, de
la variedad de especies y figuras de tantos y tan grandes animales, entre los
cuales los que tienen menor grandeza y cuerpo nos causan mayor admiración? Porque
más nos admiran las maravillas que hacen las hormigas y abejas que los
disformes cuerpos de las ballenas. Y qué diré del hermoso espectáculo del mar
cuando se viste como de librea de diferentes colores, variando su color de
muchas maneras, ya de un verde rojo, ya de un verde azul? Con cuánto deleite no
le miramos cuando se embravece, y nos causa en ello mayor suavidad siempre que
le veamos sin exponernos al combate de las olas? Qué diremos de la abundancia
tan copiosa de manjares contra los asaltos del hambre? Qué de la diversidad de
los sabores contra el fastidio de la Naturaleza, comunicada del cielo, no
buscada en el artificio e industria de los cocineros? Qué de los auxilios y remedios
de tanta diversidad de objetos para conservar y alcanzar la salud? Cuán
agradable no es la sucesión del día y de la noche y la suave templanza del
blando y fresco viento? En las plantas y animales, cuánta materia y abundancia
para adornar y vestir nuestra desnudez? Y quién será bastante a referirlo todo?
Esto sólo, que brevemente he como aglomerado, si lo intentase extender y
desenvolver, y ponderarlo y examinarlo circunstancialmente, cuánto convendría
detenerme en cada ser de por sí, donde se encierra tanta infinidad de virtudes?
Y todo esto consuelo es, y alivio de gente miserable y con nada, no premio de
los bienaventurados. Qué tales serán aquellos bienes, si éstos son tantos, tales
y tan grandes? Qué dará a los que predestinó para la vida el que dio éstos aun
a los que predestinó para la muerte? Qué bienes hará que alcancen en aquella
vida bienaventurada aquellos por quienes en esta miseria quiso que su Unigénito
padeciese tantos males e infortunios hasta la muerte? Así dice el Apóstol, hablando
de los predestinados para aquel reino: El que no perdonó a su propio Hijo, sino
que le entregó por todos nosotros, cómo no nos ha de dar también con él todo
cuanto hay? Cuáles seremos? Qué bienes recibiremos en aquel reino, pues
muriendo Cristo por nosotros hemos recibido ya tal prenda? Cuál será el espíritu
del hombre cuando no tenga género de vicio a quien poder estar sujeto, ni a
quien poder ceder, ni contra quien, aunque sea con honra y gloria suya, pueda
luchar, estando en la perfección de una suma y tranquila virtud? Cuán grande, cuán
hermosa cuán cierta ciencia tendrá allí de todas las cosas, sin error ni trabajo
alguno donde gustará y verá la sabiduría de Dios en su propio origen con suma
felicidad y sin ninguna dificultad? Qué tal será el cuerpo, que estando de todo
sujeto al espíritu, y con él su eficientemente vivificado, se verá sin tener
necesidad de alimentos? Porque no será animal, sino espiritual, y aunque tendrá
substancia de carne, la tendrá sin ninguna corrupción carnal.
CAPITULO XXV: De la pertinacia de algunos en contradecir la resurrección de la carne, que, cómo queda dicho, la cree todo el mundo.
Pero en lo tocante a los bienes, de
que el espíritu gozará después de esta vida, dichoso y bienaventurado no se diferencian
de nosotros los filósofos celebrados, que nos contradicen y debaten el punto de
la resurrección de la carne. Esto, en cuanto pueden, lo niegan; pero los
infinitos que lo han creído dejan muy disminuido el número de los que lo niegan,
y vemos que a Cristo, quien en su resurrección hizo demostración de lo que a
estos insensatos les parece absurdo, se han convertido con corazón fiel doctos
y necios, sabios e ignorantes de este rnundo. Por eso creyó el mundo lo que
dijo Dios, el cual también dijo que este punto había de creerlo todo el orbe. No
le compelieron a que lo dijese tanto tiempo antes, con tan singular gloria de los
creyentes, los maleficios y hechicerías que dicen de San Pedro, pues Él es
aquel Dios (como lo he dicho, ya algunas veces, y no me arrepiento de repetirlo,
puesto que lo confiesa Porfirio, y procura probarlo con los oráculos de sus
dioses) a quien temen y de quien tienen horror los mismos demonios; a quien
elogió dicho filósofo de tal suerte que le llama no sólo Dios Padre, sino
también Rey.
De ningún modo debemos entender
lo que Dios dijo de la manera que quieren aquellos que no han creído lo que anunció
que había de creer el mundo. Y pregunto: Por qué no creen como el mundo, y no
como unos pocos bachilleres que no han querido creerlo, lo que dijo que había
de creer el mundo? Porque si dicen que se debe creer de otra manera, asegurando
que es vano lo que dice la Escritura, por no agraviar a aquel Dios a quien dan
un tan singular testimonio, el agravio, sin duda, lo hacen aun mayor diciendo
que debe entenderse de otra manera, y no como lo creyó el mundo, a quien él mismo
alabó porque había de creer, y se lo prometió y cumplió.
Y por qué, pregunto, no podrá
hacer que resucite la carne y viva para siempre? Acaso creemos que no permitirá
esto porque es cosa mala e indigna de Dios? Pero de su omnipotencia, con que
obra tantas y tan grandes maravillas increíbles, ya hemos insinuado muchas. Y
si buscan alguna que no pueda practicar el Todopoderoso, hay una, yo lo diré, que
no puede mentir. Creamos, pues, lo que puede, y no creamos lo que no puede. Creyendo
que no puede mentir, crean que hará lo que prometió que había de hacer. Y
créanlo como lo creyó el mundo, de quien dijo que lo había de creer, a quien
alabó porque lo había de creer prometiendo qué lo había dé creer, y de quien
efectivamente ha manifestado ya que lo ha creído.
Que esto sea cosa mala, por dónde
lo muestran? Porque allí no ha de haber corrupción, que es el mal del cuerpo
del orden de los elementos ya hemos disputado, y de las conjeturas de los
hombres bastante hemos hablado. Cuánta facilidad ha de tener en el movimiento
el cuerpo incorruptible, del temperamento de la buena disposición y salud de
esta vida, la cual en ninguna manera debe compararse con aquella inmortalidad, bastantemente,
a lo que entiendo, lo he tratado en el libro XIII; lean lo que queda dicho en
esta obra los que no lo han leído, o no quieren acordarse de lo que leyeron.
CAPITULO XXVI: Como la sentencia de Porfirio;. que a las almas bienaventuradas les conviene huir de todo lo que es cuerpo, queda destruida con la de Platón de que el Sumo Dios prometió a los dioses que jamás se despojarían de los cuerpos.
Opina Porfirio que á fin de que
el alma sea bienaventurada, debe huir de todo lo que es cuerpo. Luego no aprovecha
lo que insinuamos, que había de ser incorruptible el cuerpo si el alma no ha de
ser bienaventurada si no es huyendo de todo lo que es cuerpo. Sobre este punto
ya disputamos cuanto pareció necesario en el libro XIII; no obstante, diré aquí
sólo una cosa.
Corrija sus libros Platón, maestro
de todos estos espíritus ilusos, y diga que sus dioses, para que sean
bienaventurados, habrán de huir de sus cuerpos, esto es, habrán de morir los
que dijo que estaban dentro de los cuerpos celestiales; a quienes Dios, que los
crió para que pudiesen estar seguros, les prometió la inmortalidad, esto es, que
permanecerían eternamente en los mismos cuerpos, no porque tengan esta cualidad
por su naturaleza, sino porque prevalecerá en esto la traza y disposición divina.
Donde destruye asimismo aquello que dicen, que por ser imposible no debe
creerse la resurrección de la carne. Pues con la mayor claridad conforme al
mismo filósofo, donde el Dios increado prometió a los dioses que él crió la
inmortalidad, dijo que había de hacer lo que es imposible. Pues de esta manera
refiere Platón que habló: Porque habéis nacido, no podéis ser inmortales e
indisolubles; con todo, no seréis disolubles, ni os acabará hado alguno de la
muerte, ni serán más poderosos los hados que mi orden y disposición establecida,
la cual es un vinculo mayor y más poderoso para vuestra perpetuidad, que aquellos
con que estáis ligados Si es que no sólo son absurdos, sino también sordos los
que oyen este anuncio; sin duda que no pondrán duda en que, según Platón, aquel
Dios prometió a los dioses que él hizo lo que era imposible, pues el que dice: Aunque
vosotros no podéis ser inmortales, qué otra cosa da a entender sino que lo que
no puede ser, lo seréis haciéndolo yo? Resucitará, pues, la carne incorruptible,
inmortal y espiritual, el que, según Platón, prometió que haría lo que era
imposible. Por qué lo que prometió Dios, y lo que, prometiéndolo Dios que lo
había de creer, todavía claman que es imposible, pues nosotros clamamos que el
que ha de obrar este portento es aquel Dios, que, aun, según Platón, hace cosas
imposibles? Así, pues, para que las almas sean bienaventuradas, no es necesario
huir de todo lo que es cuerpo, sino recibir y tomar aquel cuerpo incorruptible.
Y en qué cuerpo inmortal e incorruptible es más conveniente y conforme a razón
que se alegren y gocen, que en el mismo mortal e incorruptible en que gimieron
y padecieron? Porque de esta manera no habrá en ellos aquella cruel codicia que
supone Virgilio siguiendo a Platón. cuando dice: Y volverán otra vez a desear
restituirse a los cuerpos En esta conformidad, digo, no tendrán deseo o codicia
de volver a los cuerpos, puesto que tendrán consigo los cuerpos donde desean regresar,
y los tendrán de tal configuración. que nunca se hallarán sin ellos, nunca los
dejarán por muerte ni aun por un mínimo espacio de tiempo.
CAPITULO XXVII: De las definiciones contrarias de Platón y de Porfirio, en las cuales, si ambos cedieran, ninguno se apartará de la verdad.
Platón y Porfirio, cada uno
estableció su opinión, que si las pudieran comunicar entre sí, se hicieran
acaso cristianos.
Platón dijo que las almas no
podían estar eternamente sin los cuerpos; por eso sentó que las almas de los
sabios al cabo de algún tiempo, por largo que fuese, habían de volver a los
cuerpos. Y Porfirio dijo que cuando el alma volviese purificada al Padre, nunca
más regresaría a los males actuales de mundo.
Si lo verdadero que vio Platón se
lo comunicara a Porfirio, que las almas y aun las más purificadas, de los
justos y sabios debían de restituirse a lo cuerpos humanos; y, por otra parte, si
lo verdadero que vio Porfirio se lo expusiera a Platón, que las almas santas
jamás habían de volver a las miserias del cuerpo corruptible, de forma que no
dijera cada uno de por sí una de estas dos cosas sola, sino ambas cada uno de
ellos dijera las dos, presumo que advertirían que era ya con secuencia legítima
el que volviesen la almas a los cuerpos, y que recibiesen y adquiriesen tales
cuerpos, que en ellos viviesen bienaventurada e inmortalmente.
Porque, según Platón, hasta las
al mas santas han de regresar a los cuerpos humanos, y según Porfirio, las
almas santas no han de volver a pasar los males presentes del siglo. Diga pues,
Porfirio con Platón, que volverás a los cuerpos, y diga Platón con Porfirio que
no volverán a los males, y concordarán así en que volverán a unos cuerpos en
que no padezcan mal alguno. Estos no serán sino aquellos que prometió Dios, es
decir, que las almas bienaventuradas habían de vivir eternamente con sus
cuerpos eternos, cosa que, a lo que entiendo, los dos nos concederían ya
fácilmente, supuesto que confiesan que las almas de los santos han de volver a
cuerpos inmortales, permitiéndoles volver a los mismos en que sufrieron los
males de este siglo, y en que, pera librarse de estas penalidades, sirvieron a
Dios piadosa y santamente.
CAPITULO XXVIII: Las opiniones de Platón, Labeón y Varrón, reunidas, confirman lo que creemos de la resurrección de la carne.
Algunos de nuestros cristianos
aficionados a Platón por cierta excelencia que tiene en el decir, y por algunas
máximas ciertas que estableció, dicen que opinó también algo que frisa y
corresponde con lo que nosotros opinamos acerca de la resurrección de los
muertos. Así lo toca Tulio en los libros De Republica, dando a entender haberlo
dicho Platón, más por vía de ficción y fábula que porque quisiese decir que era
verdad. Porque supone que revivió un hombre, y refirió algunas particularidades
que convenían con la doctrina de Platón. También Labeón refiere que en un mismo
día acertaron a morir dos, a quienes después les mandaron volver a sus cuerpos,
y encontrándose después en la encrucijada de una calle, pactaron mutuamente
vivir en perpetua amistad, y que así se verificó, hasta que, pasado algún
tiempo, volvieron a morir. Pero estos autores nos refieren que acaeció la
resurrección de éstos del mismo modo que fue la de aquellos, que sabemos
resucitaron y volvieron a esta vida, pero no para que nunca ya muriesen.
Un prodigio más admirable cuenta
Varrón en los libros que escribió sobre el origen de las familias del pueblo
romano, cuyas palabras tuve por conveniente insertar aquí: Algunos astrólogos
escriben, dice, que hay para renacer los hombres la que llaman los griegos
Palingenesia o regeneración: ésta escriben que se hace en cuatrocientos y
cuarenta años, para que el mismo cuerpo y la misma alma que una vez estuvieron
juntos en un hombre vuelvan otra vez a incorporarse.
Este Varrón, o aquellos no sé que
astrólogos, porque no declara los nombres de aquellos cuya opinión refiere, dijeron
algo que aunque sea falso (porque en volviendo las almas una vez a los cuerpos
que tuvieron jamás las han de volver a dejar después), con todo, deshace y
destruye muchos argumentos relativos a la imposibilidad de la resurrección, con
que se irritan contra nosotros. Porque a los que opinan u opinaron esto, no les
pareció imposible que los cuerpos muertos que se convirtieron o resolvieron en
exhalaciones, en polvo, en ceniza, en agua, en los cuerpos de las bestias o
fieras que los comieron, o de los mismos hombres vuelvan nuevamente a lo que
fueron. Por lo cual Platón y Porfirio, o, por mejor decir, cualquiera de sus
adictos que todavía viven, si creen con nosotros que las almas santas han de
volver a los cuerpos, y que no han de volver a pasar males algunos (como lo
dice Porfirio de forma que de aquí se siga lo que predica la fe cristiana, que
han de volver a cuerpos de tal calidad en que vivan bienaventuradamente para
siempre, sin ningún mal, tomen también Varrón que han de volver a sus mismos
cuerpos en que estuvieron antes, entre ellos quedará resuelta la cuestión de la
resurrección de la carne para siempre.
CAPITULO XXIX: De la visión con que en el futuro siglo verán los santos a Dios.
Veamos ya, auxiliados del divino
Espíritu, qué es lo que harán los santos en los cuerpos inmortales y
espirituales, al volver a su carne, no carnal, sino espiritualmente. Por lo
respectivo aquella noción, o, por mejor decir, quietud y descanso, qué tal ha
de ser, quiero decir la verdad, no lo sé, por que nunca lo he visto por los
sentidos corporales. Y si dijese que lo he inspeccionado con el espíritu, esto
es, de la inteligencia, qué es nuestra con prensión, comparada con aquella
excelencia? Reinará allí la paz de Dios, cual, como dice el Apóstol, supera
todo entendimiento. Cuál sino el nuestro, o quizá también el de los santos
ángeles? Porque no hemos de decidir que sobrepuja igualmente al entendimiento
de Dios. Luego si los santos han de vivir en paz de Dios, sin duda vivirán en
aquella paz que excede todo entendimiento. Que sobrepuje al nuestro no hay duda,
y si supera también al de los ángeles, pues tampoco a ellos parece que los
exceptúa, el que dice todo entendimiento, debemos entender que la paz de Dios
la conoce Dios; pero no la podemos conocer nosotros, ni tampoco ángel alguno. Sobrepuja
a todo entendimiento, es decir exceptuando el suyo.
Mas porque también nosotros según
nuestra capacidad, cuando nos hicieron participantes de su paz hemos de tener
en nosotros y entre nosotros y con él suma paz, según a lo que se extiende es, nuestro
estado, también según su capacidad la saben los santos ángeles. Pero los
hombres ahora sin comparación mucho menos, por más excelentes que sean en
espíritu; porque debemos considerar cuán grande era el Apóstol, quien decía: En
parte y no del todo sabemos en la actualidad, y en parte profetizamos hasta que
llegue lo que es perfecto; y vemos ahora por espejo en enigma, pero entonces
será cara a cara.
Gozan ya de esta vida los santos
ángeles, los cuales se llaman a si mismos nuestros ángeles, porque, libres del
poder de las tinieblas y trasladados al reino de Cristo, habiendo recibido la
prenda del espíritu, hemos comenzado ya a ser de la parte de aquellos ángeles
en cuya compañía gozaremos de la misma santa y dulcísima ciudad de la cual
hemos escrito tantos libros de la misma conformidad, pues, son ángeles nuestros
los que son ángeles de Dios, como Cristo de Dios es nuestro Cristo. Son de Dios,
porque no dejaron a Dios; son nuestros, porque comenzaron a tenernos por sus
ciudadanos, y así dijo nuestro Señor Jesucristo: Mirad, no despreciéis a uno de
estos pequeñuelos, porque os digo ciertamente que sus ángeles en los Cielos siempre
están viendo la cara de mi Padre, que está en los Cielos. Como la ven los
espíritus angélicos, así también la veremos nosotros; pero no la vemos ahora
así. Porque eso dijo el Apóstol lo que antes indiqué: Vemos al presente por
espejo, en enigma, pero entonces veremos cara a cara. Esta visión intuitiva se
nos guarda por medio de nuestra fe, de la cual, hablando el Apóstol San Juan, dice:
Cuando apareciere, seremos semejante a el porque le veremos como es en sí Por
la cara de Dios hemos de entender su manifestación, y no algún miembro, como el
que tenemos en nuestro cuerpo y le llamamos cara.
Así que cuando me preguntan que
han de hacer los santos en aquel cuerpo espiritual., no digo lo que veo sino lo
que creo, conforme a lo que lee en el real Profeta: Creo, y conforme a esta
creencia hablo. Digo, pues, que han de ver a Dios en el mismo cuerpo: pero no
es cuestión pequeña la de si veremos por el cuerpo por él, como vemos ahora al
sol, luna y estrellas, el mar, la tierra y cuanto hay en su ámbito. Es cosa
dura decir que los santos tendrán entonces tales cuerpos, que no puedan cerrar
y abrir los ojos cuando quisieren; pero más duro es decir que quien cierra los
ojos no verá a Dios. Porque sí el Profeta Eliseo, estando ausente del cuerpo, vio
a su criado Giezi cómo tomaba los dones que le presentaba Naamán Siro, a quien
dicho Profeta había curado de la lepra, cosa que el perverso siervo, como no le
veía su señor, pensaba que lo había ejecutado en secreto, cuánto más los santos
en aquel cuerpo espiritual verán todas las cosas, no sólo cerrados los ojos, sino
también estando con los cuerpos ausentes? Porque estará entonces en su colmo y
perfección aquello de que ha hablado el Apóstol, diciendo: En parte, y no del
todo, sabremos ahora, y en parte vaticinamos, pero cuando viniere lo que es
perfecto, lo que es en parte se deshará.
Después, pera manifestarnos del
modo que podía con alguna semejanza lo mucho que dista esta vida de la otra que
esperamos, no sólo de cualquiera persona, sino de los que en la tierra
florecieron con particular santidad, dice: Cuando era pequeño, come pequeño
sabía, como pequeño hablaba como pequeño discurría; pero hecho ya hombre, dejé
las cosas que eran de niño. Vemos ahora por espejo en enigma, pero entonces
veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré, así como
soy conocido Luego si en esta vida (donde la profecía de los hombres admirables
debe compararse a aquella vida como la de un niño respecto de la de un hombre) vio,
sin embargo, Eliseo cómo tomaba su criado los dones en parte dónde él no estaba,
es posible que cuando venga lo que es perfecto, y cuando el cuerpo corruptible
no agravará ya no comprimirá el alma, sino que, siendo incorruptible, no
estorbará, aquellos santos han de tener necesidad de ojos corpóreos para ver lo
que hubieren menester, de los que no tuvo necesidad Eliseo, estando ausente, para
ver a su criado? Porque, según los setenta intérpretes, éstas son sus palabras
que dijo el profeta a Giezi: Acaso no iba mi espíritu contigo y vi que volvió
aquel personaje de su carroza a encontrarte y recibiste el dinero, etc.? O como
las interpretó del hebreo e presbítero Jerónimo; Acaso mi espíritu no estaba
presente cuando volvió aquel personaje de su carroza a encontrarte? Con su
espíritu, pues dijo el profeta que vio esto, sin duda ayudado milagrosamente de
Dios. Pero con cuánta mayor abundancia gozarán entonces todos de este don
cuando Dios será todo en todos! Y, sin embargo, conservarán también aquellos
ojos corporales su ministerio, estarán en su propio lugar, y usará de ellos el
espíritu por medio del cuerpo espiritual. Porque tampoco aquel Profeta, no porque
no tuvo necesidad de ellos para ver al ausente no usó de ellos para ver las
cosas presentes, las cuales podía ver con el espíritu, aunque los cerrara, como
vio las presentes, adonde con ellos no estaba. Luego sería absurdo decir que
aquellos santos en aquella vida no han de ver a Dios, cerrados los ojos, a
quien siempre verán con el espíritu.
Pero la duda consiste en si le
han de ver también con los ojos del cuerpo cuando los tenga abiertos, porque si
han de poder tanto en el cuerpo espiritual los ojos espirituales cuanto pueden
éstos que ahora tenemos, sin duda no podremos con ellos ver a Dios. Serán, pues,
de muy diferente potencia, si por ellos hemos de ver aquella naturaleza
incorpórea, que no ocupa lugar, sino que en todas partes está toda. Pues no
porque decimos que Dios está en el cielo y en la tierra hemos de decir que
tiene una parte en el cielo y otra en la tierra, sino que todo está en el cielo
y todo en la tierra, no alternativamente en diferentes tiempos, sino todo
juntamente, lo cual no es posible a ninguna naturaleza corporal. Aquellos ojos
tendrán una virtud más poderosa, no para que vean más perspicazmente de lo que
se dice que ven algunas serpientes o águilas (porque estos animales, por más
fina vista que tengan, sólo pueden ver cuerpos), sino para que vean también las
cosas incorpóreas. Quizá esta tan singular virtud de ver se la dio por tiempo
en este cuerpo mortal a los ojos del santo varón Job, cuando dice a Dios: Con
el oído de la oreja te oía primero; pero ahora mis ojos te ven, por lo cual me
tuve en poco a mí mismo, y me consumí y me tuve por tierra y ceniza. Aunque no
hay obstáculo para entender aquí los ojos del corazón, de los cuales dijo el
Apóstol: que os alumbre los ojos de vuestro corazón. Que con ellos veremos a
Dios cuando le hubiéremos de ver, no hay cristiano que lo dude si fielmente
entiende lo que dice nuestro Divino Maestro: Bienaventurados los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios.
Pero la cuestión de que ahora tra
tamos es si también con los ojos cor porales vemos a Dios. Lo que dice la
Escritura: que toda carne verá al Salvador de Dios, sin género de dificultad se
puede entender así, como si dijera: y todo hombre verá al Cristo de Dios; el
cual, sin duda se dejó ver en cuerpo, y en cuerpo le veremos cuando viniere a
juzgar los vivos y lee muertos. Hay otros muchos testimonios de la Escritura
que comprueban que él sea el Salvador de Dios; pero los que con más evidencia
lo declaran, son las palabras de aquel venerable anciano Simeón, que habiendo
recibido en sus manos al Niño Cristo, dijo: Ahora despides, Señor, a vuestro
siervo en paz:, ya que han visto mis ojos a vuestro Salvador. Y también lo que dice
Job, como se halla en los ejemplares que están traducidos del hebreo: y en mi
carne veré a Dios, es, sin duda, profecía de la resurrección de la carne; con
todo, no dijo por mi carne. Lo cual si dijera se pudiera entender Dios Cristo, a
quien se verá por la carne en la carne; mas puede también entenderse: en mi
carne veré a Dios, como si dijera, en mi carne estaré cuando veré a Dios. Lo
que dice el Apóstol: cara a cara, no nos excita a creer que hemos de ver a Dios
por cara corporal donde están los ojos corporales, a quien sin intermisión
veremos con el espíritu. Porque si no hubiera cara interior del hombre, no dijera
el mismo Apóstol: Pero nosotros, habiéndose quitado el velo de la cara, representando
como espejos la gloria del Señor, nos transformamos en una misma imagen con Él,
creciendo de gloria en gloria, como a la presencia y comunicación del Espíritu del
Señor. Ni de otra manera se entienda lo que dice el real Profeta: Allegaos a Él,
y seréis alumbrados y no se confundirán vuestras caras de vergüenza. porque con
la fe nos allegamos a Dios, la cual está claro que es del espíritu y no del
cuerpo. Mas porque no sabemos cuán grande será el acrecentamiento y mejora del
cuerpo espiritual, porque hablamos de cosa de que no tenemos experiencia, cuando
la Sagrada Escritura no nos muestra claramente sino como por señas nos apunta
algunas particularidades que no se puedan entender de otra manera, es fuerza
que nos suceda lo que leemos en el libro de la Sabiduría: que los discursos de
los mortales son tímidos e inciertas nuestras providencias o invenciones.
Porque si el argumento de los
filósofos por el cual pretenden que las cosas inteligibles de tal conformidad
se ven con los ojos del entendimiento y con el sentido del cuerpo las sensibles,
esto es, las corporales, que el entendimiento no puede ver ni las inteligibles
por el cuerpo, ni las corporales por si mismo; si pudiera, digo, ser argumento
cierto, sin duda sería también cierto que de ningún modo se pudiera ver a Dios
por los ojos del cuerpo, aun espiritual. Pero de este argumento se burla la
razón y la autoridad profética, porque quién hay tan encontrado con la verdad
que se atreva a decir que Dios no sabe o no conoce estas cosas corporales? Tiene
acaso cuerpo por cuyos ojos las pueda aprender? Y lo que poco ha decíamos del
Profeta Elíseo, no nos muestra bastante que se pueden ver las cosas corporales,
no sólo por el cuerpo, sino también por el espíritu? Pues cuando aquel siervo
tomó los dones, sin duda los tomó corporalmente, y, sin embargo, el Profeta lo
vio, no por el cuerpo, sino por el espíritu. Así como consta que se ven los
cuerpos con el espíritu, quién sabe si será tan grande la potencia del cuerpo espiritual
que con el cuerpo veamos también el espíritu? Porque espíritu es Dios. Además, cada
uno conoce y tiene noticia de la vida con que ahora vive en el cuerpo y con que
vegeta estos miembros terrenos y los hace que vivan, lo conoce, digo con el sentido
interior y no por los ojos corpóreos, y las vidas de los otros, siendo
invisibles, las ve por el cuerpo, porque cómo diferenciamos los cuerpos
vivientes de los no vivientes, si no vemos los cuerpos juntamente y las vidas; las
cuales no rodemos ver sino por el cuerpo? Pero las vidas sin los cuerpos no las
vemos con los ojos corpóreos.
Por lo cual puede ser y es muy
creíble, que de tal manera veamos entonces los cuerpos del cielo nuevo y de la
tierra nueva, como veremos a Dios en todas partes presente y gobernando todas
las cosas, aun las corporales, con los cuerpos que tendremos: y lo que viéremos
por dondequiera que extendiésemos la vista lo veremos con clarísima perspicacia,
no como en ahora, que las cosas invisibles de Dios las vemos como un espejo en
enigma y en parte, conociéndolas por las cosas criadas; valiéndonos más la fe
con que creemos que las especies de las cosas corporales que vemos por los ojos
corporales. Así como vemos a los hombres entre los cuales vivimos y ejercitamos
nuestros movimientos vitales; y, viéndolos, no creemos que viven, sino que los
vemos, sin que podamos ver su vida sin los cuerpos, y la vemos por los cuerpos,
sin que haya en ello duda alguna, así, por dondequiera que lleváremos aquellos
espirituales ojos de nuestros cuerpos, veremos también por los cuerpos a Dios
incorpóreo, que lo rige y gobierna todo.
Si veremos, pues, a Dios con ojos
que tengan algo semejante al entendimiento, con el cual se vea también la
naturaleza incorpórea, cosa es muy difícil o imposible de mostrarlo con testimonio
de la Sagrada Escritura. Más fácil de entender es que de tal manera nos será
Dios notorio y visible, que se vea con el espíritu, y lo vea uno en los demás, y
lo vea en sí mismo; se vea en el cielo nuevo y en la tierra nueva, y en todas
las criaturas que entonces hubiere; se vea también por los cuerpos en todo cuerpo,
dondequiera que dirijamos la vista de los ojos del cuerpo espiritual. También
veremos patentes los pensamientos unos de, otros. Porque entonces se cumplirá
lo que el Apóstol indica después de aquellas palabras: No queráis antes de
tiempo juzgar y condenar a ninguno; y luego añade: hasta que venga el Señor y
alumbre los secretos de las tinieblas, manifieste los pensamientos del corazón,
y entonces tendrá cada uno su alabanza de Dios.
CAPITULO XXX: De la eterna felicidad y bienaventuranza de la Ciudad de Dios, y del sábado y descanso perpetuo.
Cuán grande será aquella
bienaventuranza donde no habrá mal alguno, ni faltará bien alguno, y nos
ocuparemos en alabar a Dios, el cual llenará perfectamente el vacío de todas
las cosas en todos? Porque no sé en qué otra ocupación se empleen, donde no
estarán ociosos por vicio de la pereza, ni trabajarán por escasez o necesidad. Esto
mismo me lo insinúa también aquella sagrada canción donde leo u oigo: Los
bienaventurados, Señor, que habitan en tu casa, para siempre te estarán
alabando.
Todos los miembros y partes
interiores del cuerpo incorruptible que ahora vemos repartidas para varios usos
y ejercicios necesarios porque entonces cesará la necesidad y habrá una plena, cierta,
segura y eterna felicidad) se ocuparán y mejorarán en las alabanzas de Dios. Porque
todos aquellos números de la armonía corporal de que ya he hablado, que al
presente están encubiertos y secretos, no lo estarán, y estando dispuestos por
todas las partes del cuerpo, por dentro y por fuera, con las demás cosas que
allí habrá grandes y admirables, inflamarán con la suavidad de la hermosura y
belleza racional los ánimos racionales en alabanza de tan grande artífice. Qué
tal será el movimiento que tendrán allí estos cuerpos, no me atrevo a definirlo,
por no poder imaginarlo. Con todo, el movimiento y la quietud, como la misma
hermosura, será decente cualquiera que fuere, pues no ha de haber allí cosa que
no sea decente. Sin duda que donde quisiere el espíritu, allí luego estará el
cuerpo, y no querrá el espíritu cosa que no pueda ser decente al espíritu y al
cuerpo.
Habrá allí verdadera gloria, no
siendo ninguno alabado por error o lisonja del que le alabare. Habrá verdadera
honra que a ningún digno se negará, ni a ninguno se le dará; pero ninguno que
sea indigno la pretenderá por ambición, porque no se permitirá que haya alguno
que no sea digno. Allí habrá verdadera paz, porque ninguno padecerá adversidad,
ni de sí propio ni de mano de otro. El premio de la virtud será el mismo Dios
que nos dio la virtud, pues a los que la tuvieren les prometió a sí mismo, porque
no puede haber cosa ni mejor ni mayor. Porque qué otra cosa es lo que dijo por
el Profeta: yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo sino, yo seré su
satisfacción, yo seré todo lo que los hombres honestamente pueden desear, vida
y salud, sustento y riqueza, gloria y honra, paz y todo cuanto bien se conoce? De
esta manera se entiende también lo que dice el Apóstol: que Dios nos será todas
las cosas en todo Él será el fin de nuestros deseos, pues le veremos sin fin, le
amaremos sin fastidio y le elogiaremos sin cansancio. Este oficio, este afecto,
este acto, será, sin duda, como la misma vida eterna, común a todos.
Por lo tocante a los grados de
los premios que ha de haber de honra y gloria, según los méritos, quién será
bastante a imaginarlo, cuanto más a decirlo? Pero es indudable que los ha de
haber, y verá también en sí aquella ciudad bienaventurada, aquel gran bien que
ningún inferior tendrá envidia a ningún superior, así, como ahora los ángeles
no tienen emulación de los arcángeles. No apetecerá cada uno ser lo que no le
dieron viviendo unido con aquel a quien se lo dieron con un vínculo apacible de
concordia; como en el cuerpo no querría ser ojo el miembro que es dedo, hallándose
uno y otro con suma paz en la unión y constitución de todo él cuerpo. De tal
suerte tendrá uno un don menos que otro, como tendrá el de no desear ni querer más.
No dejarán de tener libre
albedrío porque no puedan deleitarse con los pecados. Pues más libre estará de
la complacencia de pecar el que se hubiere libertado hasta llegar a conseguir
el deleite indeclinable de no pecar. Pues el primer libre albedrío que dio Dios
al hombre cuando al principio le crió recto, pudo no pecar, pero pudo también
pecar; mas este último será tanto más poderoso cuanto que no podrá pecar. Este
privilegio será igualmente por beneficio de Dios no por la posibilidad de su
naturaleza. Porque una cosa es ser uno Dios, otra, participar de Dios. Dios, por
su naturaleza, no puede Pecar; pero el que participa de Dios, de Dios le viene
el no poder pecar. Fue conforme a razón que se observasen estos grados en la
divina gracia, dándonos el primer libre albedrío con que pudiese no pecar el
hombre, y el último con que no pudiese pecar, a fin de que el primero fuese
para adquirir mérito y el segundo para recibir el premio. Mas porque pecó esta
naturaleza cuando pudo pecar, con más abundante gracia la pone Dios en libertad
hasta llegar a aquella libertad en que no puede. Porque así como la primera
inmortalidad que perdió Adán pecando fue el no poder morir, y la última será no
poder morir, así el primer albedrío fue el poder no pecar, y el último no poder
pecar. Así será inadmisible y eterno el amor y voluntad de la piedad y equidad,
como lo será el de la felicidad. Pues, en efecto, pecando no pudimos conservar
la piedad. ni la felicidad; pero la voluntad y amor de la felicidad, ni aun
perdida la misma felicidad la perdimos. Por cuanto el mismo Dios no puede pecar,
habremos de negar que tenga libre albedrío?
Tendrá aquella ciudad una
voluntad libre, una en todos y en cada uno inseparable, libre ya de todo mal y
llena de todo bien, gozando eternamente de la suavidad de los goces eternos, olvidada
de las culpas, olvidada de las penas, y no por eso olvidada de su libertad; por
no ser ingrata a su libertador.
En cuanto toca a la ciencia
racional, se abordará también de sus males pasados; pero en cuanto al sentido y
experiencia, no habrá memoria de ellos; como un médico perito en su facultad
sabe y conoce casi todas las enfermedades del cuerpo según se han descubierto y
se tiene noticia de ellas por esta ciencia, pero no sabe cómo se sienten en el
cuerpo muchísimas que él no ha padecido. Así como se pueden conocer los males
de dos maneras, una con las potencias del alma y otra con los sentidos de los
que los experimentan; porque, en efecto, de una manera se sabe y se tiene
noticia de todos los vicios por la doctrina de la sabiduría, y de otra por la
mala vida del ignorante; así también hay dos especies de olvido de los males, porque
de un modo los olvida el erudito y docto, y de otro el que los ha experimentado
y padecido, el primero olvidándose de la pericia y ciencia, y el otro dejando
de sufrirlos. Según este género de olvido que puse en último lugar, no se
acordarán los santos de los males pasados, porqué carecerán de todos los males,
de forma que totalmente desaparezcan de sus sentidos.
Con aquella potencia de ciencia, que
la habrá muy singular en ellos, no sólo no se les encubrieran sus males pasados;
pero ni aun la eterna miseria de los condenados. Porque, de otra suerte, si no
han de saber que fueron miserables, cómo, conforme a la expresión del real
Profeta, han de celebrar eternamente las misericordias del Señor, puesto que
aquella ciudad, en efecto; no tendrá objeto de más suavidad y contento que el
celebrar está alabanza y gloria de la gracia de Cristo por cuya sangre hemos
sido redimidos?
Allí se cumplirá: descansad y
mirad que yo soy Dios, que dice el Salmo, lo cual será allí verdaderamente un
grande descanso y un sábado que jamás tenga noche. Este nos lo significó el
Señor en las obras que hizo al principio del mundo, donde dice la Escritura: Descansó
Dios al séptimo día de todas las obras que hizo, y bendijo Dios al día séptimo
y le santificó, porque en él descansó de todas las obras que comenzó Dios a
hacer. También nosotros mismos vendremos a ser el día séptimo, cuando
estuviéremos llenos de su bendición y santificación.
Allí, estando tranquilos, quietos
y descansados, veremos que Él es Dios, que es lo que quisimos y pretendimos ser
nosotros cuando caímos de su gracia, dando oídos y crédito al engañador que nos
dijo: seréis como dioses y apartándonos del verdadero Dios, por cuya voluntad y
gracia fuéramos dioses por participación, y no por rebelión. Porque qué hicimos
sin Él sino deshacernos, enojándole? Por Él creados y restaurados con mayor
gracia permaneceremos descansando para siempre, viendo cómo Él es Dios, de
quien estaremos llenos cuando Él será todas las cosas en todos. Aun nuestras
mismas obras buenas, que son antes suyas que nuestras, entonces se nos
imputarán para que podamos conseguir este sábado y descanso, porque si nos las
atribuyéramos a nosotros fueran serviles puesto que dice Dios del sábado: que
no practiquemos en él obra alguna servil. Y por eso dice también por el Profeta
Ecequiel: Les di mis sábados en señal entre mí ellos, para que supiesen que yo
soy el Señor que los santificó. Esto lo sabremos perfectamente cuando estemos
descansando y perfectamente, veamos que Él es Dios.
El mismo número de las edades, como
el de los días, si lo quisiéramos computar conforme a aquellos períodos o divisiones
de tiempo que parece se hallan expresados en la Sagrada Escritura, más
evidentemente nos descubrirá este Sabatismo o descanso porque se halla el
séptimo, de manera que la primera edad, casi al tenor del primer día, venga a
ser, desde Adán hasta el Diluvio, la segunda desde éste hasta Abraham, no por
la igualdad del tiempo, sino por el número de las generaciones, porque se halla
que tienen cada una diez. De aquí, como lo expresa el evangelista San Mateo, siguen
tres edades hasta la venida de Jesucristo, las cuales cada una contiene catorce
generaciones: una desde Abraham hasta David, otra desde éste hasta la
cautividad de Babilonia, y la tercera desde aquí hasta el nacimiento de Cristo
en carne. Son, pues, en todas cinco, número determinado de generaciones, por lo
que dice la Escritura: que no nos toca saber los tiempos que el Padre puso en
su potestad. Después de ésta como en séptimo día, descansará Dios, cuando al
mismo séptimo día, que seremos nosotros, le hará Dios descansar en sí mismo. Si
quisiéramos discutir ahora particularmente de cada una de estas edades, sería
asunto largo. Con todo, esta séptima será nuestro sábado, cuyo fin y término no
será la noche, sino el día del domingo del Señor, como el octavo eterno que
está consagrado a la resurrección de Cristo, significándonos el descanso eterno,
no sólo del alma, sino también del cuerpo. Allí descansaremos y veremos, veremos
y amaremos, amaremos y alabaremos. Ved aquí lo que haremos al fin sin fin; porque
cuál es nuestro fin sino llegar a la posesión del reino que no tiene fin?
Me parece que auxiliado de la
divina gracia, ya he cumplido la deuda de está grande obra; a los que se les
hiciere poco, o a los que también mucho, les pido que me perdonen, y a los que
pareciere bastante, no a mí, sino a Dios conmigo, agradecidos, darán las gracias.
Amén.
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