Traductor: P: Teodoro Calvo Madrid, OAR
Agustín a los santos hermanos y coepíscopos Eutropio
y Pablo.
Presentación del libro
de Celestio. Plan de san Agustín en la respuesta
I. Me ha pedido vuestra caridad -tan profunda
y santa entre vosotros, que es un placer prestarle servicios- que dé una réplica
a las llamadas definiciones de Celestio. Yo creo que esta titulación no
es de él, sino de quienes han traído esta obra desde Sicilia, en donde se ve que
no es Celestio, sino muchos propagandistas de tales ideas, los que, como dice el
Apóstol, equivocados, precipitan también a otros en el error. Sin
embargo, puedo creer que esta doctrina también es de él y de algunos de sus
discípulos. Porque estas breves definiciones, o mejor argumentaciones, no
desdicen de su pensamiento, como he comprobado en otra obra suya, donde consta
que él es el autor. Creo que no va descaminado lo que estos hermanos, que las
han recogido en Sicilia, han oído decir: que Celestio en persona había enseñado
o escrito estas teorías. Por esto desearía, si me fuera posible, atender de tal
modo a vuestra benevolencia fraterna, que, a la vez que os respondo, mi
respuesta fuese también concisa. Pero, si no cito aquellos argumentos a los que
respondo, ¿quién va a poder juzgar cómo he respondido? Por lo tanto, tengo que
intentar, hasta donde pueda y con la ayuda de vuestras oraciones ante la
misericordia del Señor, que mi respuesta no se extienda más de lo necesario.
Primera parte
Las preguntas de Celestio
Las preguntas de Celestio
La justicia perfecta
es posible por la gracia de Jesucristo
El pecado, ¿puede ser
evitado?
II 1. "Ante todo -dice- hay que preguntar qué
es pecado a quien niegue que el hombre puede estar sin él. Cuál puede evitarse y
cuál no. Si no se puede, ya no es pecado. Si se puede, el hombre puede estar sin
el pecado que puede evitar. Porque no hay razón justa alguna para llamar pecado
a aquello que no puede ser evitado en modo alguno".
A esto respondo: El pecado puede ser evitado si
la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor 1,
sana la naturaleza viciada. Y en tanto no está sana en cuanto que o no cumple
por debilidad lo que debe o no lo ve por ceguera, ya que la carne lucha
contra el espíritu, y el espíritu contra la carne 2,
de suerte que el hombre no hace lo que quiere.
El pecado, ¿es un acto libre o necesario?
2. Insiste: "Hay que preguntar de nuevo si el
pecado es voluntario o necesario. Si es de necesidad, ya no es pecado, y, si es
de voluntad, entonces puede ser evitado". Respondo lo mismo que antes: que para
sanar invocamos a aquel de quien decimos en el salmo: Sácame de mis
tribulaciones 3.
¿Cuál es la naturaleza del pecado?
3. "Hay que preguntar de nuevo -continúa
Celestio- qué es pecado. ¿Es algo natural o accidental? Si es natural, no es
pecado. Pero, si es accidental, también podrá desaparecer, y lo que puede
desaparecer puede ser evitado. Y como puede ser evitado, el hombre podrá estar
sin ello".
Respuesta: El pecado no es algo natural, sino fruto
precisamente de la naturaleza corrompida, por lo cual nos hacemos, por
naturaleza, hijos de ira 4.
Y es insuficiente el libre albedrío de la voluntad para no pecar si no le sana
la gracia adyuvante de Dios por Jesucristo Señor nuestro.
El pecado, ¿es un acto o una sustancia?
4. "Otra vez -dice- hay que preguntarse qué
es el pecado: ¿es un acto o es una sustancia? Si es una sustancia, tiene que
tener un creador, y, si convenimos en que tiene un creador, está claro que ya
tiene que existir otro autor independiente de Dios. Como esta afirmación es
impía, hay que concluir que todo pecado es un acto y no una sustancia. Y, si es
un acto, puede ser evitado precisamente por ser un acto".
Respuesta: Ciertamente que el pecado es y se le
llama acto y no sustancia. Pero también la cojera en el cuerpo es, por la misma
razón, un acto y no una sustancia, porque la sustancia es el mismo pie, o el
cuerpo, o el hombre que cojea a causa de su pie viciado; y, sin embargo, no
puede evitar la cojera si no tiene el pie sano. Lo cual puede realizar la
gracia de Dios en el interior del hombre por Jesucristo nuestro Señor 5.
Además, el mismo defecto de la cojera del hombre no
es ni el cuerpo, ni el hombre, ni la cojera en sí, porque ciertamente que no hay
cojera cuando no se anda, y, sin embargo, existe el defecto de la cojera cuando
se anda. Por lo tanto, cabe preguntar cómo habría que llamar a este defecto, si
se le quiere llamar sustancia o acto, o más bien cualidad mala de una sustancia
por la que existe el acto defectuoso. Del mismo modo, en el interior del hombre,
el alma es una sustancia, el robo un acto, la avaricia un vicio, esto es, una
cualidad por la que el alma es mala aun cuando no obre por ser esclava de su
avaricia, a pesar de que escuche el no codiciarás 6
y de que se reprenda a sí misma; pero que, sin embargo, continúa siendo avara.
Únicamente la gracia divina, mediante la fe, la renueva, esto es,
le devuelve la salud, de día en día 7,
por Jesucristo nuestro Señor.
El hombre, ¿debe estar
sin pecado?
III 5. "Hay que investigar -prosigue Celestio-
si el hombre debe estar sin pecado. Sin duda alguna. Entonces, si debe, puede;
pero no puede, luego tampoco debe. Y, si el hombre no debe estar sin pecado,
luego se ve obligado a vivir en estado de pecado. Y entonces no será pecado si
está determinado a tenerlo. Mas, si esto es absurdo, hay que confesar que el
hombre debe estar sin pecado, y es evidente que él no está obligado a más de lo
que puede".
La respuesta es la misma de antes. Porque, cuando
vemos a un rengo que puede curar, decimos con razón: "Este hombre debe vivir sin
cojera". Y, si debe, es porque puede. Sin embargo, aun cuando quiera, no lo
puede inmediatamente si no es curado con un tratamiento eficaz y la medicina
ayuda a la voluntad. Esto mismo, por lo que se refiere tanto al pecado como a su
cojera, sucede en el interior del hombre por la gracia de aquel que no ha
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores 8,
porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos 9.
¿Está mandado que el hombre esté sin pecado?
6. "Hay que volver a preguntar si hay un
precepto que obligue al hombre a estar sin pecado. Porque, o no puede, y
entonces no hay precepto, o sí puede, porque está mandado. Y ¿por qué va a estar
mandado lo que no se puede cumplir?"
Respuesta: Al hombre se le ha mandado
sapientísimamente que camine con rectitud para que, cuando vea que él solo no
puede, busque la medicina, que es la gracia de Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo 10,
para sanar la cojera del pecado en el interior del hombre.
¿Quiere Dios que el hombre esté sin pecado?
7. "Cabe aún preguntar si Dios quiere que el
hombre esté sin pecado. Indudablemente que Dios lo quiere, y, sin duda, que
también el hombre puede. Porque ¿quién hay tan loco que llegue a dudar de que se
puede cumplir lo que, sin duda alguna, quiere Dios?"
Respuesta: Si Dios no quisiera que el hombre esté
sin pecado, no habría enviado a su Hijo sin pecado para sanar a los hombres de
sus pecados. Pero esto se realiza en los que creen y progresan, por la
renovación del hombre interior de día en día, hasta alcanzar la perfecta
justicia como curación completa.
¿Cómo quiere Dios que esté el hombre: en pecado o
sin pecado?
8. Todavía prosigue: "¿Cómo quiere Dios que
esté el hombre: en pecado o sin pecado? No hay duda que quiere que esté sin
pecado. ¡Qué tremenda blasfemia de impiedad sería afirmar que el hombre puede
estar en pecado, cosa que Dios detesta, y negar al mismo tiempo que puede estar
sin pecado, que es lo que Dios quiere! ¡Como si Dios hubiese creado a alguien
para poder ser lo que no quiere, y no poder ser lo que quiere, y existir más
bien contra que según su voluntad!"
Respuesta: Ya he respondido arriba; pero veo que hay
que añadir que estamos salvados en esperanza; y una esperanza que se ve, ya
no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo
que no vemos, esperamos con perseverancia 11.
Por tanto, hay justicia plena cuando hay curación plena, y hay curación plena
cuando hay caridad plena. Por eso, la caridad es la plenitud de la ley 12.
Habrá caridad plena cuando le veamos tal cual es 13.
Porque nada habrá ya que añadir a la caridad cuando la fe se convierta en
visión.
Por qué el hombre está
en pecado: ¿por la naturaleza o por el libre albedrío?
IV 9. Vuelve a preguntar: "¿Por qué causa el
hombre está en pecado, por una necesidad de la naturaleza o por el libre
albedrío? Si por necesidad de la naturaleza, no hay culpa alguna. Si por el
libre albedrío, se busca de quién ha recibido esa libertad de decisión. Sin duda
que de Dios. Pero lo que Dios ha dado es ciertamente bueno, y esto no puede
negarse. ¿Cómo entonces se prueba que el libre albedrío es bueno, si está
inclinado más al mal que al bien? Porque está inclinado más al mal que al bien,
si el hombre por causa suya puede estar en pecado y es incapaz de estar sin él".
Respuesta: Precisamente, el libre albedrío hace que
el hombre esté en pecado; pero la mala inclinación, que se siguió ya como pena a
partir de la libertad, se ha hecho necesidad. Por eso, la fe grita a Dios:
Sácame de mis tribulaciones 14.
Condicionado de este modo, o no podemos entender lo que queremos o, aunque
queramos lo que hemos entendido, no lo podemos cumplir. Porque el libertador ha
prometido también la misma libertad a los que creen. Dice: Y, si el Hijo os
hace libres, seréis realmente libres 15.
Porque, vencida por el vicio, en el que cayó voluntariamente, la naturaleza se
ha visto privada de libertad. Por eso, en otro pasaje se dice: Porque quien
ha sido vencido por el vicio, ha quedado encadenado a él también como esclavo 16.
Luego así como no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos 17,
del mismo modo no tienen necesidad de libertador los libres, sino los esclavos,
para que pueda agradecerle la libertad: Has librado mi alma de la
tribulación 18.
La curación es en sí misma verdadera libertad, y no se habría perdido si la
voluntad hubiese permanecido buena. Mas, porque pecó la voluntad, le ha seguido
al pecador la dura necesidad de que su haber sea el pecado hasta que se cure
totalmente de la enfermedad y reciba la perfecta libertad, en la cual -como debe
ser- permanezca la voluntad de vivir bien en él y tenga también una como
necesidad voluntaria y dichosa de vivir rectamente y de no pecar jamás.
¿Cuál es la bondad original de la naturaleza
humana?
10. Insiste Celestio: "Dios hizo al hombre
bueno, y, además de crearlo bueno, le ordenó también hacer el bien. Sería impío
decir que el hombre es malo por naturaleza y negar que pueda ser bueno. Pero ni
ha sucedido lo primero ni se le ha mandado el mal".
Respuesta: El hombre no es quien se ha hecho bueno a
sí mismo, sino Dios. Por eso es Dios quien restablece en su bondad a todo el que
libremente cree y lo invoca, librándolo del mal que el mismo hombre se causó a
sí mismo. Y esto se realiza cuando el hombre interior se renueva de día en
día por la gracia de Dios mediante nuestro Señor Jesucristo 19,
a fin de que el hombre exterior resucite el último día, no al castigo eterno,
sino a la vida eterna.
¿De cuántas formas
existe el pecado?
V 11. "Nos preguntamos nuevamente cuántas
formas reviste el pecado. Si no me engaño, dos: una cuando hacemos lo que está
prohibido, y otra cuando omitimos lo que está mandado. Tan cierto es que puede
ser evitado todo lo que está prohibido, como que puede ser realizado todo lo que
está mandado. Porque sería inútil prohibir o mandar aquello que no se puede
evitar o no puede ser cumplido. Y ¿negaremos la posibilidad de que el hombre
esté sin pecado, cuando tenemos que confesar que sí le es posible tanto evitar
lo que está prohibido como hacer lo que está mandado?"
Respuesta: Hay muchos preceptos divinos en las
Escrituras santas, todos los cuales sería muy trabajoso recordar. Pero el
Señor, que llevó a término cumplidamente y muy pronto su palabra sobre la
tierra 20,
ha declarado que la ley y los profetas se sostienen en dos preceptos, para que
entendamos que cualquier otro precepto divino tiene su fin en estos dos y a
estos dos se refieren: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todo tu ser; y: Amarás a tu prójimo como a ti mismo 21.
Estos dos mandamientos -dijo- sostienen la ley entera y los profetas 22.
Por lo tanto, lo que nos prohíbe o manda hacer la ley de Dios, lo manda y
prohíbe para que cumplamos estos dos mandamientos. Y tal ve la prohibición
general sea ésta: No codiciarás 23,
y el mandato general: Amarás 24.
Por eso, también el apóstol Pablo los resumió en una frase. Porque ésta es su
prohibición: No os ajustéis a este mundo; y el mandato: sino
transformaos por la renovación de la mente 25.
Lo primero se refiere al no codiciar; lo segundo, al amar. Aquello a la
continencia, esto a la justicia. Lo primero, a evitar el mal; lo segundo, a
hacer el bien. Porque, al no codiciar, nos despojamos de la vejez, y, al amar,
nos revestimos de la novedad. Sin embargo, nadie puede ser continente si Dios
no se lo da 26;
y: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones 27
no por nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Esto es lo que acontece día a día en aquellos que
progresan, mediante el deseo de perfección, por la fe y por la oración y,
olvidándose de lo que queda atrás, se lanzan a lo que está por delante 28.
Para esto, la ley ordena que, cuando el hombre falte a su cumplimiento, no se
engañe hinchado de soberbia, sino que, derrotado, acuda a la gracia. Y entonces
la ley, atemorizándole, con su oficio de pedagogo le lleve al amor de Cristo.
¿Cómo el hombre no
puede estar sin pecado?
VI 12. De nuevo insiste Celestio: "¿Cómo el
hombre no puede menos de estar sin pecado: por su voluntad o por su naturaleza?
Si es por naturaleza, no es pecado. Si es por voluntad, la voluntad puede
cambiar fácilmente por sí misma".
Respuesta: Debo advertir cuán grande es la
presunción de quien llega a afirmar que la voluntad por sí misma no solamente
puede cambiar -lo cual es verdadero con la gracia adyuvante de Dios-, sino hasta
fácilmente, mientras que el Apóstol dice: La carne tiene deseos contra el
espíritu, y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que
no hacéis lo que quisierais. Porque no dice: "Hay entre ellos un antagonismo
tal, que no queréis hacer lo que podéis, sino que no hacéis lo que queréis 29.
Pero ¿por qué la concupiscencia de la carne? Es ciertamente culpable y viciosa,
y no es otra cosa que el deseo del pecado, contra el cual alerta el Apóstol:
Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal 30.
Donde prueba claramente que, a pesar de todo, el pecado está presente en nuestro
cuerpo mortal y que no hay que permitirle que reine. ¿Por qué entonces esta
concupiscencia no es cambiada por la voluntad misma, a la cual se refiere
evidentemente el Apóstol cuando dice: No hacéis lo que quisierais, siendo
así que la voluntad se cambia tan fácilmente? Que conste que no acuso en modo
alguno a la naturaleza ni del alma ni del cuerpo, que Dios creó y que es
enteramente buena, sino que afirmo que la naturaleza, viciada por la propia
voluntad, no puede sanar sin la gracia de Dios.
¿Por qué el hombre no puede estar sin pecado?
13. "Todavía -dice- hay que preguntar: si el
hombre no puede estar sin pecado, ¿de quién es la culpa, del mismo hombre o de
algún otro? Si es del mismo hombre, ¿cómo es culpable si no puede menos de ser
lo que es?"
Respuesta: Precisamente es culpa del hombre el no
estar sin pecado, puesto que únicamente por la voluntad humana se ha llegado a
esta situación de necesidad, de la que no es capaz de salir la sola voluntad del
hombre.
¿Cómo la naturaleza del hombre es buena y no
puede carecer del mal?
14. "De nuevo se pregunta si la naturaleza
del hombre es buena, y nadie se atreverá a negarlo más que Marción o Manés.
¿Cómo entonces no le es posible carecer del mal? Porque ¿quién duda que el
pecado es un mal?"
Respuesta: La naturaleza del hombre es buena y
también puede carecer del mal. Por eso gritamos: Líbranos del mal 31.
Lo cual no se cumple perfectamente en tanto que el cuerpo mortal es lastre
del alma 32.
Pero lo realiza la gracia mediante la fe para que el hombre exclame algún día:
¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón
de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado es la ley 33.
Porque la ley, al prohibir, estimula el deseo del pecado, a no ser que el
Espíritu derrame la caridad, que será plena y perfecta cuando veamos a Dios cara
a cara.
Dios, que es justo, ¿imputa al hombre lo que no
puede evitar?
15. "De nuevo hay que decir que ciertamente
Dios es justo. Y no se puede negar. Pero Dios imputa al hombre todo pecado. Y
también hay que confesar que no es pecado todo lo que no se imputa como pecado.
Y, si hay algún pecado que no pueda evitarse, ¿cómo Dios puede ser llamado justo
afirmando que imputa a alguien lo que es inevitable?"
Respuesta: Hace tiempo que ya se gritó contra los
soberbios: Dichoso el hombre a quien el Señor no le imputa el pecado 34.
Cierto que no apunta el pecado a los que le dicen con fe: Perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 35.
Y justamente no le apunta la deuda, porque es justo lo que dice: La medida
que uséis, la usarán con vosotros 36.
Pero hay pecado cuando o la caridad que debe haber no existe o es menor de la
que debe haber, pueda o no evitarlo la voluntad. Si puede, es obra de la
voluntad actual; pero, si no puede evitarlo, es porque lo ha hecho imposible la
voluntad crónica; y, sin embargo, puede ser evitado no cuando se engalla la
voluntad soberbia, sino cuando recibe ayuda la voluntad humilde.
¿Existe de hecho la
justicia perfecta?
VII 16. Después, el copista introduce su
propia persona, como si disputase con un tercero. Y finge ser preguntado y que
le dice su interlocutor: "Preséntame un hombre sin pecado". Y responde: "Te
presento al que pueda estarlo? Y le replica: "¿Quién?" Respuesta: "Tú mismo,
porque, si dices que yo no puedo ser, hay que contestar: '¿De quién es la
culpa?' Y si dijeres que mía, habrá que concluir: '¿Y cómo va a ser tuya, si tú
no puedes ser?'" Entonces responderá: "Si yo no estoy sin pecado, ¿de quién es
la culpa?" Porque, si contesta: "Es tuya", hay que concluir: "¿Cómo va a ser
mía, si yo no puedo ser?"
Respuesta: No debe haber conflicto alguno en esta
discusión, porque el autor no se ha atrevido a decir que exista un hombre sin
pecado, sea uno cualquiera o él mismo; sino tan sólo responde que no puede
existir. Y yo tampoco lo niego. Pero aquí la cuestión es: ¿Cuándo es posible y
por medio de quién ello es posible? Porque, si al presente existe, no debe
suplicar y decir toda alma fiel en este cuerpo mortal: Perdónanos nuestras
deudas 37,
porque ya han sido perdonados todos los pecados pasados en el santo bautismo. Y
cualquiera que intente persuadir a los miembros fieles de Cristo que no se debe
pedir esto, demuestra únicamente que él mismo no es cristiano. Si el hombre
puede estar sin pecado por sí mismo, luego la muerte de Cristo sería inútil 38.
Pero Cristo no ha muerto inútilmente. Por consiguiente, el hombre no puede estar
sin pecado, aunque lo desee, a no ser que le ayude la gracia de Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo 39.
Para conseguirlo, los proficientes se esfuerzan ahora, y lo conseguirán del todo
con la victoria sobre la muerte y con la caridad, que se alimenta de la fe y de
la esperanza hasta la visión y posesión de la perfección misma 40.
Segunda parte
Textos de la sagrada escritura
Textos de la sagrada escritura
Cómo se consigue en
esta vida la justicia con la oposición de la carne
VIII 17. A continuación se propone Celestio
probar con testimonios divinos lo que pretende. Veamos con cuidado su alcance.
"Estos son los testimonios -dice- que prueban la obligación del hombre de estar
sin pecado".
Respuesta: La cuestión no es si está mandado, porque
esto es evidente, sino si este precepto, tan manifiesto, puede ser cumplido en
este cuerpo presa de muerte, donde la carne desea contra el espíritu, y el
espíritu contra la carne 41,
para no hacer lo que queremos. De este cuerpo mortal no se ve libre todo el que
muere, sino el que haya recibido la gracia en esta vida, y, para no recibirla en
vano, fructifique en obras buenas. Porque una cosa es morir, lo cual obliga a
todos los hombres el último día de su vida, y otra cosa es ser librado de
este cuerpo de muerte, lo cual sólo lo concede a sus santos y fieles la
gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo 42.
Además, después de esta vida se otorga un premio completo, pero solamente a
aquellos que lo han merecido. Porque nadie alcanzará la plenitud de la justicia,
cuando haya salido de este mundo, si no ha corrido hacia ella con hambre y sed
cuando estaba en él. Dichosos, en verdad, los que tienen hambre y sed
de la justicia, porque ellos quedarán saciados 43.
18. Así, pues, mientras estamos desterrados
lejos del Señor, caminamos sin verlo, guiados por la fe y no por la visión 44;
por eso dijo: El justo vivirá por su fe 45;
ésta es nuestra justicia durante el mismo destierro, que tendamos ahora con un
caminar recto y perfecto a aquella perfección y plenitud de la justicia, donde
la caridad será ya plena y perfecta en la contemplación de su hermosura,
castigando nuestro cuerpo y sometiéndole a servidumbre 46,
ayudando con limosnas, perdonando con alegría y de corazón los pecados cometidos
contra nosotros y perseverando en la oración 47;
haciendo todo esto con la profesión de la doctrina sana, sobre la que se edifica
la fe auténtica, la esperanza firme, la caridad pura 48.
Esta es aquí nuestra justicia, por la que corremos, hambrientos y sedientos,
hacia la perfección y plenitud de la justicia para después saciarnos de ella. El
Señor dijo en el Evangelio: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante
de los hombres para ser vistos por ellos 49,
a fin de que nosotros no andemos nuestra peregrinación con fines de gloria
humana. Pues bien, en la explicación de la misma justicia indicó solamente estas
tres cosas: el ayuno, la limosna y la oración. Esto es: el ayuno, para
significar la mortificación total del cuerpo; la limosna, para significar toda
benevolencia y beneficencia de dar y de perdonar, y la oración, para resumir
todas las reglas del deseo de perfección. Así, por la mortificación del cuerpo,
se pone freno a la concupiscencia. Esta no solamente debe ser frenada, es que no
debe existir en absoluto. Y no existirá en aquel estado perfecto de la justicia,
donde no habrá absolutamente pecado alguno. Porque incluso en el uso de las
cosas permitidas y lícitas manifiesta muchas veces su inmoderación; hasta en la
misma beneficencia, por la cual el justo atiende al prójimo, se hacen algunas
cosas que perjudican creyendo que aprovechan; incluso a veces por debilidad,
bien cuando se atiende de modo insuficiente a las necesidades de otros, bien
cuando se saca poco provecho de ello; y, al derrochar bondad y sacrificio, cunde
el desánimo, que oscurece la alegría, siendo así que Dios ama al que da con
alegría; y tanto más cunde cuanto menos aprovecha cada uno, y tanto menos cuanto
mayor es su progreso. Por todo esto, pedimos justamente en la oración:
Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 50.
Así que pongamos en práctica lo que decimos: o amamos incluso a nuestros
enemigos o, si alguno todavía, párvulo en Cristo, no llega a tanto, perdone de
corazón al que, arrepentido de haber pecado contra él, le pide perdón, si es que
quiere que el Padre celestial escuche su oración.
19. Si no queremos ser obstinados, en esta
oración se nos propone el espejo donde se contempla la vida de los justos, que
viven de la fe y corren con perfección, aunque no estén sin pecado. Por eso
dicen: Perdónanos, porque todavía no han llegado a la meta.
Dice a propósito de esto el Apóstol: No es que ya
haya conseguido el premio o que ya esté en la meta. Hermanos, yo a mí mismo me
considero como si aún no hubiera conseguido el premio. Sólo busco una cosa:
olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante,
corro hacia el premio de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús. Cuantos
somos perfectos comprendamos esto mismo 51.
Es decir, los que corremos con perfección debemos comprender esto: que aún no
somos perfectos, para que lleguemos a ser perfeccionados allí hacia donde
corremos ahora con perfección. Y así, cuando llegue lo que es perfecto, se
aniquilará lo que es a medias 52.
Es a saber, que allí no existirá nada a medias, sino que todo será íntegro,
porque a la fe y a la esperanza sucederá la realidad misma, que ya no es creída
y esperada, sino contemplada y poseída.
Pero la caridad, que es la más grande de las tres 53,
no será destruida, sino aumentada y completada por la contemplación de lo que
creía y por la consecución de lo que esperaba. En esta plenitud de la caridad
quedará cumplido el precepto: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todo tu ser 54.
Porque, cuando existe aún algún poso de concupiscencia carnal, que será
refrenado, v. gr., por la continencia, Dios no es amado por completo con toda el
alma. Realmente, la carne sola no tiene deseos sin el alma, aunque se hable de
deseo carnal, porque es el alma quien desea carnalmente. Pero entonces el justo
existirá completamente sin pecado, porque no habrá en sus miembros ninguna
ley que guerree contra la ley de su espíritu 55,
sino que amará completamente a Dios con todo el corazón, con toda el alma y
con todo el ser, que es el mandamiento primero 56
y principal.
¿Por qué al hombre no le sería mandada tanta
perfección, aunque nadie la alcance en esta vida? Porque nadie corre bien si no
sabe a dónde debe correr. Y ¿cómo lo va a saber, si no hay un precepto que se lo
indique? Por lo tanto, corramos de tal modo que lo alcancemos. Porque todos los
que corren bien llegan a ganar; no como en el estadio, donde ciertamente
todos los corredores cubren la carrera, pero uno solo se lleva el premio 57.
Corramos con fe, con esperanza, con deseo. Corramos castigando el cuerpo y
haciendo la limosna de dar bienes, y perdonar males con alegría y de corazón,
rezando para animar a los corredores en su esfuerzo. Así atenderemos al mandato
de la perfección, para no descuidarnos en la carrera hacia la plenitud de la
caridad.
Preceptos de la
perseverancia
IX 20. Dicho esto, oigamos los testimonios
del autor a quien respondemos, como si fuésemos nosotros mismos quienes los
presentamos. En el Deuteronomio: Tú serás perfecto delante del Señor, tu
Dios 58.
Ninguno será imperfecto entre los hijos de Israel 59.
Dice el Salvador en el Evangelio: Sed perfectos, porque vuestro Padre
celestial es perfecto 60.
Y el Apóstol en la segunda a los Corintios: Por lo demás, hermanos, alegraos,
trabajad por vuestra perfección 61.
Y a los Colosenses: Amonestamos a todos, enseñamos a todos con todos los
recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida
cristiana 62.
Lo mismo a los Filipenses: Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni
discusiones; así seréis irreprochables y limpios, hijos de Dios sin tacha 63.
Y a los Efesios: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos
ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y
celestiales; él nos eligió en la persona de Cristo -antes de crear el mundo-
para que fuésemos santos e irreprochables ante él 64.
De nuevo a los Colosenses: Antes estabais también vosotros alienados de Dios
y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas
acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo
de carne, habéis sido reconciliados, y Dios puede admitiros a su presencia como
a un pueblo santo sin mancha y sin reproche 65.
De nuevo a los Efesios: Para colocarla ante si gloriosa, la Iglesia sin
mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada 66.
Y en la primera a los Corintios: Sed sobrios y justos y no pequéis 67.
Lo mismo en la epístola de San Pedro: Por eso, estad interiormente preparados
para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer
la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los
deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó es
santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque
dice la Escritura: "Seréis santos, porque yo soy santo" 68.
Por eso, el santo David dice también: Señor, ¿quién puede habitar en tu
tabernáculo o quién puede descansar en tu monte santo? El que procede
honradamente y practica la justicia 69.
En otro lugar: Con él viviré sin tacha 70.
Y también: Dichosos los que con vida intachable caminan en la voluntad del
Señor 71.
Lo mismo en Salomón: El Señor ama los corazones santos, pues acepta a todos
los que son sin tacha 72.
Algunos de estos testimonios exhortan a los que
corren a que corran bien; otros recuerdan la misma meta adonde se dirigen
corriendo. A veces no es absurdo decir que entra sin tacha no porque es ya
perfecto, sino porque corre hacia la misma perfección intachablemente; y, sin
delitos condenables, no descuida tampoco purificar con limosnas los mismos
pecados veniales. Es decir, la oración pura purifica nuestro caminar, esto es,
el camino por donde caminamos a la perfección; y la oración es pura cuando
oramos con verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos 73,
para que, al no ser objeto de reprensión lo que no es objeto de culpa, nuestro
caminar hacia la perfección sea irreprensible, sin tacha, de tal modo que,
cuando hayamos llegado a ella, no haya en absoluto ya nada que purificar con el
perdón.
Observaciones que hace
san Agustín
X 21. A continuación, nuestro autor aduce
testimonios para demostrar que los preceptos divinos no son pesados. Pero ¿quién
ignora que, siendo el amor el precepto general -porque el fin de todo
precepto es el amor 74;
por eso amar es cumplir la ley entera 75-,
no es pesado lo que se hace por amor, sino lo que se hace por temor? Se lamentan
de los preceptos de Dios los que intentan cumplirlos por temor; en cambio, el
amor perfecto expulsa el temor y hace ligera la carga del precepto, que no
sólo no oprime con su peso, antes bien eleva a manera de las alas. Para alcanzar
un amor tan grande como sea posible en la carne mortal, es poca cosa el poder de
decisión de nuestra voluntad sin la ayuda de la gracia divina por Jesucristo
nuestro Señor 76.
En efecto, hay que repetir que ha sido derramada en nuestros corazones no
por nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo que se nos ha dado 77.
La Escritura solamente recuerda que los preceptos divinos no son pesados para
que el alma que los sienta pesados entienda que todavía no ha recibido las
fuerzas por las cuales los preceptos del Señor son tal como los recomienda:
ligeros y suaves, y para que pida con gemidos de la voluntad que le conceda el
don de la facilidad. Ciertamente, el que dice: Haz mi corazón sin tacha 78;
y: Dirige mis pasos según tu palabra para que no me domine la maldad 79;
y: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo 80;
y: No nos dejes caer en la tentación 81,
y otras citas semejantes que sería largo recordar, pide siempre lo mismo:
cumplir los mandamientos de Dios. Porque no mandaría cumplirlos si nuestra
voluntad no interviniese para nada, ni la voluntad tendría que acudir a la
oración si ella se bastase por sí sola. Cuando nos recomienda que los preceptos
no son pesados, es para que aquel a quien le parecen pesados entienda que no ha
recibido aún el don por el cual no son pesados y para que no se crea que los
cumple a la perfección cuando obra de tal modo que, siendo pesados -porque al
que da de buena gana lo ama Dios 82-,
sin embargo, y a pesar de sentir su peso, no se desanima desesperando, sino que
se esfuerza por buscar, pedir y llamar 83.
¿Cómo los preceptos del Señor pueden ser "carga
ligera"?
22. Veamos también en estos testimonios
citados cómo los preceptos que Dios nos recomienda no son pesados. "Porque -dice
él- los mandamientos de Dios no sólo no son imposibles, sino ni siquiera
pesados". En el Deuteronomio: Y el Señor, tu Dios, volverá a complacerse en
hacerte el bien, como se complació en hacérselo a tus padres, si escuchas la voz
del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en
el código de esta ley: conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con
toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es pesado ni
inalcanzable; no está en el cielo; no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al
cielo y nos lo traerá, y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" No está más
allá del mar; no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá,
y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" El mandamiento está muy cerca de ti:
en tu corazón, en tu boca y en tus manos. Cúmplelo 84.
Lo mismo dice el Señor en el Evangelio: Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo
es llevadero, y mi carga ligera 85.
Igualmente, en la carta de San Juan: En esto consiste el amor de Dios, en que
cumplamos sus mandamientos; y los mandamientos de Dios no son pesados 86.
Una vez vistos estos testimonios de la ley, del
Evangelio y de los apóstoles, podemos elevarnos a esta gracia, que no comprenden
los que, desconociendo la justicia de Dios y queriendo imponer la suya, no se
someten a la justicia de Dios 87.
Realmente, los que no comprenden las palabras del Deuteronomio tal como las ha
recordado el apóstol Pablo: Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y
por la profesión de los labios a la salvación 88,
porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos 89;
al menos por este último testimonio del apóstol Juan, traído para probar su
opinión cuando dicen: En esto consiste el amor de Dios, en que cumplamos los
mandamientos; y: Los mandamientos de Dios no son pesados 90,
deben recordar, sobre todo, que ningún mandamiento de Dios es pesado para el
amor de Dios, que se derrama en nuestros corazones únicamente por el
Espíritu Santo 91
y no por el poder de decisión de la voluntad humana, al que dan más importancia
de la conveniente, con menoscabo de la justicia de Dios. Amor que solamente será
perfecto cuando haya desaparecido todo temor del castigo.
Discusión de los
textos: la santidad de Job
XI 23. Después de estos testimonios, Celestio
ha propuesto los que suelen citarse contra ellos, sin dar solución alguna; y, al
considerarlos contradictorios, ha embrollado más las cuestiones.
Así, dice que "los testimonios de la Escritura que
habría que poner como objeción a quienes juzgan a la ligera sobre el libre
albedrío o sobre la posibilidad de no pecar, él los puede anular por la
autoridad de la misma Escritura. En efecto, dice, suele objetarse aquello de
Job: ¿Quién está sin pecado? Ni siquiera el niño de un solo día sobre la
tierra" 92.
A continuación, como para responder a este testimonio con otros parecidos, trae
lo que el mismo Job ha dicho: Hombre justo y sin tacha, me he convertido en
objeto de mofa 93,
no entendiendo que puede llamarse justo al hombre que se acerca tanto a la
perfección de la justicia que casi la toca. No niego que muchos lo hayan podido
conseguir aun en esta vida, en la cual se vive por la fe.
24. Estos testimonios confirman lo que dicho
autor, en buena lógica, aduce, tomado del mismo Job: Heme aquí próximo ante
mi propio juicio, y sé que seré hallado justo 94.
En realidad, el juicio de que se habla allí es éste: Y hará tu justicia como
el amanecer, tu derecho como el mediodía 95.
Por último, no dijo: "Allí estoy", sino: Muy cerca estoy. Si quiso dar a
entender por su juicio, no con el que él mismo se juzgará, sino con el que será
juzgado al fin del mundo, serán encontrados justos en aquel juicio todos los que
pueden decir sin mentira: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores 96.
Por este perdón serán hallados justos y porque borraron con limosnas los pecados
que aquí tenían. Por eso dice el Señor: Dad limosna, y lo tendréis limpio
todo 97.
Finalmente, esto les dirá a los justos que van al reino prometido: Porque
tuve hambre, y me disteis de comer 98,
etc.
Sin embargo, una cosa es estar sin pecado -y esto se
dice en esta vida únicamente del Unigénito-, y otra estar sin tacha, lo cual se
puede decir también en esta vida de muchos justos, porque hay un modo de vivir
virtuoso, del cual, aun en las relaciones humanas, no puede haber queja justa.
Así, ¿quién se puede quejar con razón de una persona que no quiere mal a nadie y
que ayuda fielmente a cuantos puede, ni tiene deseo alguno de venganza contra
quien le hace mal, de tal modo que pueda decir con verdad: Así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores? 99
Y, no obstante, por lo mismo que dice con verdad: Perdónanos, así como
nosotros perdonamos, confiesa que él no está sin pecado.
25. La oración de Job: ¿Qué es lo que
dice Job? Ninguna maldad había en mis manos, sino que mi oración era pura 100.
Ciertamente que su oración era sin tacha, porque pedía perdón con toda justicia
al que lo daba con verdad.
26. Su sentimiento. Y cuando habla del
Señor: Que multiplica mis muchas heridas sin motivo 101,
no dice: "Que ninguna le ha producido con motivo", sino: muchas sin motivo.
Porque le ha multiplicado sus muchas heridas no a causa de sus muchos pecados,
sino para probarle la paciencia. En efecto, cree que debió sufrir un poco a
causa de los pecados, de los que no estuvo exento, como confiesa en otra parte.
27. Progresos en la lucha contra el mal.
También dice: He guardado sus caminos y no me desvié de sus mandatos, ni me
apartaré 102.
Guarda los caminos de Dios todo el que no se desvía hasta abandonarlos, sino que
progresa más corriendo en ellos, aunque a veces, como débil, tropieza y titubea;
progresa reduciendo los pecados hasta que llegue a donde pueda estar sin pecado.
Realmente, no puede progresar en modo alguno si no es guardando sus caminos. En
cambio, el apóstata es el que se aparta y aleja de los mandatos del Señor, no el
que, a pesar de algún pecado, no ceja de luchar con perseverancia contra él
hasta que llegue allí donde no subsistirá lucha alguna con la muerte. En esta
lucha somos revestidos de aquella justicia 103
con la cual vivimos aquí por la fe, y con ella somos protegidos de algún modo 104.
Además, tomamos en favor nuestro el juicio contra nosotros cuando condenamos
nuestros pecados al acusarlos. Por lo cual está escrito: El mismo justo es el
acusador de sí mismo cuando expone su causa 105.
Así dice también: Me vestí de justicia y me rodeé del derecho como clámide 106.
Porque ésta suele ser, más bien, vestidura de guerra más que de paz cuando
todavía guerrea la concupiscencia, no cuando la justicia sea plena, sin enemigo
alguno posible, una vez destruido el último enemigo: la muerte.
28. La existencia del mal en nosotros.
El mismo santo Job dice de nuevo: Mi conciencia no me arguye por uno de mis
días 107.
Nuestra conciencia no nos reprende en esta vida, en la que vivimos de la fe,
cuando la misma fe, por la cual del corazón llegamos a la justicia 108,
no descuida reprender nuestro pecado. Por eso dice el Apóstol: Pues no hago
el bien que quiero, sino el mal que aborrezco, eso hago 109.
Efectivamente, lo bueno es no amar desordenadamente, y el justo, que vive de
su fe 110
quiere este bien; y, sin embargo, hace lo que aborrece, porque apetece con
desorden, aunque no se deje llevar de sus codicias. Si lo hace, entonces
él mismo cede, consiente, y obedece al deseo del pecado. Es cuando su conciencia
le arguye, porque se reprende a sí mismo, no al pecado que reside en sus
miembros. En cambio, cuando no permite que el pecado siga dominando en su
cuerpo mortal para obedecer los deseos del cuerpo, ni pone sus miembros al
servicio del pecado como instrumentos del mal 111,
entonces el pecado ciertamente reside en sus miembros, pero no reina en ellos,
porque no obedece a sus deseos. Por eso, cuando él hace lo que no quiere, esto
es, no quiere codiciar y codicia, reconoce la ley, que es buena. Además,
él quiere también lo mismo que la ley, porque quiere no codiciar, y la ley dice:
No codiciarás 112.
Teniendo en cuenta que quiere lo que la ley también
quiere, sin duda alguna que obedece a la ley; y, sin embargo, tiene apetencias
desordenadas, porque no está sin pecado. Pero ya no lo realiza él, sino aquel
pecado que habita en él. Por eso, su conciencia no le reprocha durante su vida,
es decir, en su fe, porque el justo vive por su fe, y, por lo tanto, su
fe es su vida. Realmente sabe que el bien no habita en su carne, donde reside el
pecado; pero, al no consentir en él, vive por la fe, porque pide a Dios que le
ayude en su lucha contra el pecado. Y para que no habite del todo en su carne le
acompaña en el querer, aunque no le acompaña en el realizar perfectamente el
bien. No le acompaña a no hacer el bien, sino a hacerlo a la perfección. Puesto
que, cuando no consiente, hace el bien; y, cuando odia su concupiscencia, hace
el bien; y, cuando no cesa de hacer limosnas, hace el bien; y, cuando perdona al
que le ofende, hace el bien; y, cuando pide que le sean perdonadas sus deudas, y
afirma con verdad que él mismo perdona también a sus deudores, y suplica no ser
arrastrado a la tentación, sino librado del mal, hace el bien. Sin embargo, no
le acompaña a hacer el bien a la perfección, porque esto sucederá solamente
cuando aquella concupiscencia que habita en sus miembros no exista más. Por lo
tanto, su conciencia no le reprende cuando se reprocha el pecado que habita en
sus miembros y no tiene infidelidad alguna que reprender. De este modo, su
conciencia no le reprocha durante toda su vida, esto es, por su fe, y, a la vez,
está convencido de que no está sin pecado. Que es lo mismo que confiesa Job
cuando dice: No se te ha ocultado ninguno de mis pecados. Has sellado mis
iniquidades en un saco y has anotado cuanto, a pesar mío, he transgredido 113.
He procurado demostrar, lo mejor que he podido, cómo
hay que interpretar los testimonios citados por nuestro interlocutor del santo
Job. Sin embargo, él no ha aclarado la cita del mismo Job que ha propuesto:
¿Quién está limpio de pecado? Ni siquiera el niño que tiene un día de vida sobre
la tierra 114.
¿Está en el hombre la
verdad?
XII 29. "Los adversarios -continúa diciendo
Celestio- acostumbran también a proponer esta frase: Todo hombre es
engañoso" 115.
Pero él mismo tampoco aclara esto que propone contra ellos, sino que, al
mencionar otros testimonios como contradictorios, ha dejado sin aclarar las
palabras divinas ante aquellos que no entienden la Escritura santa. Así dice:
"Debo responderles a todos ellos lo que está escrito en el libro de los Números:
El hombre es veraz 116.
Y sobre el santo Job leemos textualmente: Había en tierra de Hus un varón
llamado Job, hombre veraz, íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del
mal" 117.
Me sorprende que tenga la audacia de traer este
testimonio donde se dice: Apartado de todo mal, puesto que él quería que
esto se entendiese de todo pecado, habiendo dicho más arriba que pecado es todo
acto malo y no una sustancia. Recuerde que, aun cuando sea un acto, puede ser
llamado cosa. Pero se aparta de todo mal el que o bien no consiente jamás en el
pecado, del que no está libre, o bien no se deprime cuando alguna vez se ve
agobiado; del mismo modo que un luchador más fuerte, aunque alguna vez es
alcanzado, no por eso pierde su superioridad. Es verdad que se lee hombre
íntegro, hombre sin tacha; pero no se lee "hombre sin pecado", excepto el
Hijo del hombre, que es, al mismo tiempo, el Hijo único de Dios.
30. "También leemos -dice- en el mismo Job:
Y consideró el milagro del hombre veraz 118.
Igual en Salomón a propósito de la sabiduría: Los mentirosos no se acuerdan
de ella, pero los veraces son reconocidos en ella 119.
Lo mismo en el Apocalipsis: En sus labios no se encontró mentira, son
irreprochables" 120.
Se responde a todo esto interpelando, a la vez, que
de algún modo se puede decir que el hombre, mentiroso, sin duda, por sí mismo,
es veraz por la gracia y la verdad de Dios. Por eso se dice: Todo hombre es
engañoso 121.
Esto mismo significa el testimonio citado por él acerca de la sabiduría: Pero
los hombres veraces son reconocidos en ella 122;
sin duda, los que no en ella, sino en sí mismos, se descubre que son engañosos,
como está escrito: Antes sí erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor 123.
Cuando habla de tinieblas, no añade en el Señor; pero, cuando
nombra la luz, añade, sobre todo, en el Señor, porque los hombres
no pueden ser luz por sí mismos, para que el que se gloría, que se gloríe en el
Señor. Con razón se dice en el Apocalipsis de tales hombres que en sus labios
no se encontró mentira 124,
porque nunca dijeron que no tenían pecado. Si lo hubieran dicho, se habrían
engañado a sí mismos y la verdad no estaría en ellos 125;
ahora bien, si la verdad no estaba en ellos, en sus labios se encontraría
la mentira. Pero si, movidos por la envidia, estando sin pecado, dijesen que
ellos no estaban sin pecado, esto mismo sería una mentira, y resultaría falso lo
dicho anteriormente: En sus labios no se encontró mentira 126;
son irreprochables; porque como ellos han perdonado a sus deudores, así son
purificados por Dios, que los perdona.
He tratado de exponer lo mejor que he podido, cómo
han de ser interpretados los testimonios que él ha recordado en favor suyo. En
cambio, él no ha explicado en absoluto cómo debe entenderse lo de todo hombre
es engañoso, ni podrá hacerlo, a no ser que se corrija del error, por el que
cree que el hombre puede ser veraz por su propia voluntad sin la ayuda de la
gracia de Dios.
¿Es la humanidad
originariamente mala?
XIII 31. De igual modo, él ha dejado sin
resolver esta otra cuestión; peor aún, la ha exagerado y puesto más difícil al
citar un testimonio que prueba precisamente en contra suya: No hay quien obre
bien; ni uno solo 127,
y porque, al referir testimonios contrarios, es como si él mismo demostrase que
hay hombres que obran el bien. Lo cual demuestra ciertamente que, aun cuando el
hombre haga muchas cosas buenas, una cosa es no hacer el bien y otra no estar
sin pecado. Por lo tanto, los testimonios aducidos no van contra el dicho de que
en esta vida no hay un hombre sin pecado, pues él no demuestra en qué sentido se
ha dicho que no hay quien obre bien; ni uno solo 128.
"Efectivamente -advierte- que el santo David dice: Confía en el Señor y obra
bien" 129.
Pero éste es un precepto, no un hecho. Precepto que ciertamente no guardaban los
hombres de quienes se dijo: No hay quien obre bien; ni uno solo 130.
Igualmente, lo del santo Tobías: No temas, hijo; somos pobres, pero seremos
ricos si tememos a Dios y nos apartamos de todo pecado y hacemos el bien 131.
Es muy cierto que el hombre llega a ser rico cuando se aparta de todo pecado,
porque entonces no tendrá mal alguno ni necesidad de decir: Líbranos del mal 132.
Aunque también en este caso todo el que progresa con recta intención, al
hacerlo, se aparta de todo pecado; y tanto más se aleja cuanto más se acerca a
la plenitud de la justicia y a la perfección del mismo modo que la
concupiscencia, que es el pecado que habita en nuestra carne, aunque permanece
todavía en nuestros miembros mortales, sin embargo, no deja de disminuir en los
que progresan. Por lo tanto, una cosa es ir alejándose de todo pecado que aún
está presente en las obras actuales, y otra haberse alejado de todo pecado, como
sucederá en aquel estado de perfección. Es indudable, no obstante, que tanto el
que ya se ha alejado como el que todavía se está alejando están obrando el bien.
Entonces, ¿en qué sentido se dice: No hay quien obre bien; ni uno solo 133,
cita que él ha propuesto y que ha dejado sin aclarar? Yo digo que este salmo
condena a un pueblo donde no hay ni uno solo que obre bien, mientras quiera
seguir siendo hijo de los hombres y no ser hijo de Dios, cuya gracia hace bueno
al hombre para que pueda obrar bien. De este bien ha de entenderse lo que se
dice en otro lugar: Dios observa desde el cielo a los hijos de los hombres
para ver si hay alguno sensato que busque a Dios 134.
Este bien, que consiste en buscar a Dios, no había quien lo hiciese, ni uno
solo, pero en aquella raza de hombres que está predestinada a la perdición.
Porque la presciencia de Dios ha observado a éstos y ha publicado la sentencia.
La bondad trascendente
de Dios
XIV 32. Insiste Celestio: "Aducen también
aquello del Salvador: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que
Dios" 135.
Tampoco ha aclarado esta proposición, sino que se ha limitado a traer otros
testimonios contrarios para intentar probar que el hombre también es bueno.
Porque él mismo ha dicho que había que responder con aquello del mismo Señor en
otra parte: El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas 136;
y otra vez: Que hace salir el sol sobre los buenos y los malos 137;
y vuelve a insistir: Está escrito en otro lugar: "Las cosas buenas han sido
creadas para los justos desde el principio" 138;
y de nuevo: Los que son buenos habitarán la tierra 139.
Es preciso responderle, pero de manera que comprenda
también en qué sentido está escrito: No hay nadie bueno más que Dios 140.
Toda la creación, aunque Dios la creó muy buena, pero, comparada con el Creador,
no es buena, y, en su comparación, ni existe siquiera; pues él ha dicho de sí
mismo de un modo altísimo y apropiado: Yo soy el que soy 141.
Del mismo modo que se dijo: No hay nadie bueno más que Dios, se dijo
también a propósito de Juan: No era él la luz 142,
habiendo dicho el Señor que era una lámpara, como todos los discípulos, a
quienes dijo: Vosotros sois la luz del mundo; nadie enciende una lámpara para
meterla debajo del celemín 143,
pero que, en comparación con aquella luz que es la luz verdadera que alumbra
a todo hombre que viene a este mundo 144,
no era ni siquiera luz; ya porque aun los mismos hijos de Dios, comparados a sí
mismos con lo que llegarán a ser en aquel estado de perfección eterna, son de
tal modo buenos, que al mismo tiempo también son malos. Lo cual yo no me
atrevería a afirmar de ellos -¿y quién hay que se atreva a decir que son malos
aquellos cuyo padre es Dios?-, a no ser que el mismo Señor lo hubiese dicho:
Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le pidan? 145
Precisamente, al decir vuestro Padre, ha demostrado que ya son hijos de
Dios, y, sin embargo, no silenció que todavía eran malos.
De todos modos, no ha aclarado este autor cómo, por
una parte, estos hombres pueden ser buenos y, por otra, cómo no hay nadie
bueno más que Dios. Por eso quedó bien advertido aquel que había preguntado
a Jesús qué bien debía hacer para alcanzar a aquel por cuya gracia era
bueno y para quien esta bondad es su mismo ser, porque el que es inmutablemente
bueno no puede ser malo en absoluto.
La limpieza del hombre
XV 33. Continúa: "También se nos dice:
¿Quién puede gloriarse de que tiene limpio el corazón?" 146
A esto contesta igualmente con muchos testimonios, queriendo demostrar que el
hombre puede tener un corazón limpio, sin explicar el testimonio aducido en
contra suya: ¿Quién puede gloriarse de que tiene limpio el corazón? 147,
no vaya a ser que la divina Escritura aparezca en contradicción consigo misma en
este y en otros testimonios con los que responde.
Por mi parte, al replicar a todo esto, digo que la
frase: ¿Quién puede gloriarse de que tiene limpio el corazón?, no es sino
continuación de aquello que estaba escrito, antes: Cuando el Rey justo esté
sentado en su tribunal 148.
Porque, efectivamente, el hombre debe pensar, por grande que sea su justicia,
que nada puede encontrarse en él digno de culpa, aunque él no lo vea, cuando el
Rey justo se haya sentado en su trono, a cuya mirada no pueden ocultarse
nuestras faltas ni aquellas de las cuales se dijo: ¿Quién conoce las faltas? 149
Cuando el Rey justo esté sentado en su tribunal, ¿quién puede gloriarse de que
tiene limpio el corazón o de que él está limpio de pecado 150,
a no ser, tal vez, estos que quieren gloriarse en su propia justicia y no en la
misericordia del mismo juez?
34. Sin embargo, es igualmente verdad cuanto
añade al responder lo que el Salvador dice en el Evangelio: Dichosos los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 151;
y lo que dice David: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede
estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón 152;
y en otro lugar: Señor, colma de bienes a los buenos, a los rectos de
corazón 153;
lo mismo en Salomón: Buena es la riqueza para aquel que no tiene pecado en la
conciencia 154;
y también: Huye del pecado y la parcialidad y purifica tu corazón de toda
culpa 155;
que es lo mismo de la carta de San Juan: Si la conciencia no nos condena,
tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto pedimos lo recibimos de él 156.
Porque a esto se ordena la voluntad cuando cree, espera, ama; cuando castiga el
cuerpo, da limosnas, perdona las injurias; cuando ora sin intermisión y pide
fuerzas para adelantar y poder decir con verdad: Perdónanos, así como
nosotros perdonamos; y: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos
del mal 157;
a esto se ordena del todo, a que el corazón esté limpio y libre de todo pecado,
ya que el Juez justo, cuando esté sentado en su tribunal 158,
perdone por su misericordia lo que encontrare oculto o menos limpio, para que la
visión de Dios lo vuelva todo sano y limpio. Porque hay un juicio sin
misericordia, pero para aquel que no practica misericordia. Mas la misericordia
triunfa sobre el juicio 159.
Si esto no fuese así, ¿cuál sería nuestra esperanza? Ciertamente, cuando el
Rey justo esté sentado en su tribunal, ¿quién puede gloriarse de que tiene
limpio el corazón o de que él está limpio de pecado? 160
Por lo tanto, entonces únicamente los justos, plena y perfectamente
purificados por su misericordia, brillarán como el sol en el reino de su
Padre 161.
Perfección y plenitud de la Iglesia en la gloria
35. Entonces la Iglesia existirá en plenitud
y en perfección, y al no tener ya ni mancha, ni arruga, ni nada semejante 162,
porque entonces será también realmente gloriosa. En efecto, no decir tan sólo:
Para colocarla ante sí a la Iglesia sin mancha ni arruga, sino que añade
gloriosa 163,
ha señalado suficientemente en qué momento estará sin mancha, ni arruga, ni
nada semejante; ciertamente, entonces, cuando sea gloriosa. Actualmente en
medio de tantos males, escándalos, mezcolanza de hombres perversísimos; en medio
de tantos oprobios de los impíos, no puede decirse que sea gloriosa, puesto que
los reyes le están sumisos; lo cual es una tentación más peligrosa y aún mayor;
pero será gloriosa entonces más bien, cuando se cumpla lo que dice el mismo
Apóstol: Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros
apareceréis, juntamente con él, en gloria 164.
Efectivamente, cuando el mismo Señor, bajo la forma
de siervo, por cuya gracia se unió a la Iglesia como mediador, no había sido
glorificado por la gloria de la resurrección -por lo cual se dijo: Todavía no
se había dado el espíritu, porque Jesús no había sido glorificado- 165,
¿cómo se va a poder decir que antes de la resurrección su Iglesia es gloriosa?
Él la purifica ahora con el baño del agua y la palabra 166,
lavándola de los pecados pasados y arrojando lejos de ella la dominación de los
ángeles malos; después, restableciendo perfectamente su salud, la hace ir al
encuentro de aquella Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga; porque a
los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que
justificó, los glorificó 167.
Creo que a este propósito se dijo: Mira que hoy y mañana seguiré curando y
echando demonios; pasado mañana llego a mi consumación 168,
es decir, a mi perfección. Porque dijo esto refiriéndose a su cuerpo que es la
Iglesia, hablando de días en vez de períodos distintos y ordenados, lo mismo que
quiso decir también con su resurrección en el triduo sacro.
Imperfección del hombre en esta vida
36. Sin embargo, creo que hay diferencia
entre un corazón recto y un corazón limpio. Puesto que el corazón recto,
olvidándose de lo que queda atrás, se lanza a lo que está por delante 169
para poder llegar por camino derecho, esto es, con fe recta y buena intención, a
donde pueda vivir el corazón limpio. De este modo hay que aplicar cada una de
las preguntas a cada una de las respuestas cuando se ha dicho: ¿Quién puede
subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de
manos inocentes y puro corazón 170
-el hombre de manos inocentes podrá subir y el de puro corazón podrá estar; lo
primero es el trabajo; lo segundo, el descanso final-, y allí, más bien,
entenderemos aquel dicho: Buena es la riqueza sin pecado 171.
Efectivamente, entonces la riqueza será buena de verdad, es decir verdadera
riqueza, cuando haya pasado toda pobreza, desaparecido toda necesidad. Mas ahora
el hombre debe apartarse de dicho pecado 172,
ya que al progresar se aparta de él y se renueva de día en día y practica las
obras de misericordia y purifica su corazón de todo pecado 173
para que lo que queda le sea perdonado graciosamente. Así se entiende con
propiedad saludablemente y sin jactancia vana y presuntuosa aquel dicho de San
Juan: Si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios, y
cuanto pidamos lo recibiremos de él 174.
Que es lo que parece amonestar en este pasaje el apóstol, para que nuestro
corazón no nos reprenda en la misma oración y petición, no vaya a suceder que,
al comenzar a decir el perdónanos, así como nosotros perdonamos 175,
nos entristezcamos al no hacer lo que decimos y aun no nos atrevamos a confesar
lo que no hacemos, y perdamos la confianza en la oración.
La justicia de Job
XVI 37. Del mismo modo, va en contra suya el
testimonio de las Escrituras que ellos suelen citar: No existe sobre la
tierra ni un solo hombre justo, que obre bien y no peque 176;
y como si se respondiese con otros testimonios que el Señor dice del santo Job:
¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un
hombre justo y honrado, que teme a Dios y se aparta del mal 177.
Ya hemos discutido este punto más arriba. Y, sin embargo, tampoco ha demostrado
cómo, de una parte, Job pudo estar sin pecado alguno en la tierra, si estas
palabras hay que entenderlas en este sentido, ni, de otra parte, cómo puede ser
verdadero el texto que cita: No existe sobre la tierra ni un solo hombre
justo, que obre bien y no peque 178.
La justicia de
Zacarías e Isabel
XVII 38. "Asimismo, se nos dice según él:
Ante ti no se justifica ningún viviente" 179.
A este testimonio casi no ha respondido para otra cosa sino para que parezca que
las Escrituras santas están en conflicto, y cuya concordancia nosotros debemos
demostrar. Porque dice: "Es preciso aclararles aquello que el evangelista afirma
del santo Zacarías cuando dice: Zacarías e Isabel, su esposa, los dos eran
justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del
Señor" 180.
Estos dos justos ciertamente habían leído en los mismos mandamientos de qué
manera podían limpiar sus pecados. Porque Zacarías hacía todo lo que se dice en
la carta a los Hebreos acerca de todo sacerdote tomado de entre los hombres, que
ofrecía ciertamente sacrificios también por sus propios pecados 181.
De qué modo hay que entender entonces la expresión
sin falta, creo que ya lo he demostrado de sobra más arriba.
"En otra parte insiste en que el bienaventurado
Apóstol dice también: Para que fuésemos santos e irreprochables ante su
mirada" 182.
Aquí se trata, para que podamos llegar a serlo, de
si hay que entender por irreprochables a los que están absolutamente sin
pecado, o, por el contrario, de si irreprochables son aquellos que no
tienen delito, y en este caso no se puede negar que, aun en esta vida, los ha
habido y los hay; y, a pesar de eso, no hay ni uno solo sin pecado por el hecho
de que no tenga mancha alguna de delito. De donde se deduce también que el
Apóstol cuando va a elegir a los ministros que ha de ordenar, no dice: "Que sea
sin pecado" -porque no podría encontrarlo-, sino: Que sea irreprochable 183,
lo cual ciertamente era posible. Sin embargo, ese individuo no demuestra tampoco
de qué modo, según su opinión, debemos entender lo que está escrito: Pues,
ante ti no se justifica ningún viviente 184.
Sentencia que aparece clarísimamente por el versillo que le precede: No
entres en juicio con tu siervo, pues ante ti no se justifica ningún
viviente 185.
Teme el juicio, porque desea la misericordia, que triunfa sobre el juicio 186.
Esto significa no entres en juicio con tu siervo: "no me juzgues según
tú, que eres sin pecado", pues ante ti no se justifica ningún viviente 187.
Lo cual se entiende sin dificultad de esta vida. Y lo de no se justifica
se refiere a aquella perfección de justicia que no existe en esta vida.
El hombre no está sin
pecado en esta vida
XVIII 39. Sigue Celestio: "Los contrarios
insisten: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está
en nosotros" 188.
Y se ha esforzado en refutar este testimonio evidentísimo con otros testimonios
en parte contrarios, puesto que el mismo San Juan en esta misma carta dice:
Esto os digo, hermanos: que no pequéis. El que ha nacido de Dios no peca, porque
la simiente de Dios está en él, y no puede pecar 189.
Lo mismo en otro sitio: El que ha nacido de Dios no peca, sino que el nacido
de Dios le guarda, y el Maligno no le toca 190.
"En este mismo sitio -insiste-, hablando del Salvador: Que apareció para
evitar el pecado. El que permanece en él no peca; el que peca no le ha visto ni
le ha conocido 191.
Igualmente en otro lugar: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Y todo el que tiene esta
esperanza en él, se hace puro, como puro es él" 192.
No obstante ser todos estos testimonios verídicos,
también lo es el que ha citado sin aclarar: Si decimos que no tenemos pecado,
nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros 193.
En consecuencia, siguiendo aquello de que hemos nacido de Dios, permanecemos en
aquel que apareció para quitar los pecados, Cristo, y no pecamos -pues esto
significa que el hombre interior se renueva día a día 194-;
pero, siguiendo aquello otro de que hemos nacido del hombre, por el cual
entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se
propagó a todos los hombres 195,
nosotros no estamos sin pecado, porque todavía estamos en la debilidad de aquel
hombre hasta que esta debilidad, en la que hemos nacido del primer hombre y en
la cual no estamos sin pecado, sea totalmente curada mediante aquella renovación
que se hace día a día, puesto que, según ella, hemos nacido de Dios.
Quedando en el hombre interior reliquias del pecado, aunque disminuyan día a día
en los que progresan, si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos y la verdad no está en nosotros 196.
¿En qué sentido es verídico lo de todo el que
peca no le ha visto ni conocido 197
(a Dios), cuando nadie puede verle ni conocerle en esta vida según la visión y
el conocimiento de la contemplación? En cambio, según la visión y el
conocimiento de la fe, son muchos los que pecan; ciertamente, los mismos
apóstatas, los cuales, sin embargo, han creído algún tiempo en él, de manera que
de ninguno de ellos se pueda decir: "Según la visión y el conocimiento que hasta
el presente tiene la fe, no le ha visto ni conocido". Más bien creo
entender que la renovación que debe llegar a la perfección le ve y le conoce,
mientras que la debilidad, llamada a ser aniquilada, ni le ve ni le conoce; y en
el cúmulo de sus reliquias almacenadas en nuestro interior, si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
Por consiguiente, aunque seamos hijos de Dios por la gracia de la renovación,
sin embargo, debido a los residuos de nuestra debilidad, aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es 198.
Entonces no existirá más pecado alguno, porque no permanecerá ninguna debilidad
ni interior ni exterior. Y todo el que tiene esta esperanza en él, se hace
santo, como santo es él 199;
efectivamente, se hace santo no por sí mismo, sino creyendo en él e invocando a
aquel que hace santos a sus santos. La perfección de esta santificación, que
ahora progresa y crece día a día, eliminará todos los restos de la debilidad.
Textos que demuestran
el libre albedrío del hombre con la ayuda divina
XIX 40. "Dicen de nuevo -añade Celestio-:
No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia" 200.
A esto hay que responder, según Celestio, con aquello que el mismo Apóstol
indica en otra parte a propósito de un hombre: Que haga lo que quiera 201.
Insiste en que "lo mismo está en la carta a Filemón sobre Onésimo: Me hubiera
gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar; pero, sin tu
consentimiento, nada he querido hacer, a fin de que ese favor no me lo hicieras
por necesidad, sino por voluntad 202.
También en el Deuteronomio: Ha puesto delante de ti la vida y la muerte, el
bien y el mal. Elige la vida y vivirás 203.
De nuevo en Salomón: Dios hizo al hombre desde el principio y le dejó en
manos de su albedrío. Le dio mandatos y preceptos: si eliges los preceptos,
ellos te guardarán para cumplir en lo sucesivo la promesa dada. Ante ti puso el
agua y el fuego; a lo que tú quieras tenderás la mano. Ante el hombre están el
bien y el mal, la vida y la muerte; la pobreza y la honestidad son del Señor
Dios 204.
Y en Isaías: Y, si sabéis obedecer, comeréis lo sabroso de la tierra; si
rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá, porque lo ha dicho el Señor" 205.
Pero aquí los adversarios se ven descubiertos en
todo cuanto ellos se quieren ocultar, porque están demostrando cómo combaten
contra la gracia o la misericordia de Dios, que es lo que deseamos obtener
cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; o:
No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal 206.
Porque para qué pedimos en la oración todo esto con tanto gemido, si depende del
hombre, que quiere y que corre, y no de Dios, que tiene misericordia? 207
No porque esto se cumpla sin nuestra voluntad, sino porque la voluntad no cumple
lo que se propone sin la ayuda divina. Esta es la fe sana, que nos hace orar:
buscar para encontrar; pedir para recibir; llamar para que nos abran 208.
El que se rebela contra ella cierra contra sí mismo la puerta de la misericordia
divina.
No quiero seguir un asunto tan serio, porque es
mejor encomendarlo a los gemidos de los fieles que a mis cavilaciones.
41. Os suplico, sin embargo, que consideréis
lo absurdo de que la misericordia divina, que precede incluso a aquel para que
corra, no sea necesaria para el que quiere y el que corre, porque el Apóstol
dice a propósito del hombre: Que haga lo que quiera; allí, según creo,
donde sigue y dice: No peca; que se case 209
-como si fuera una gran hazaña el querer casarse, cuando se discute con tanta
dificultad sobre la ayuda de la misericordia divina, o, aún más, como si
sirviese de algo el querer, si Dios no une al varón y a la mujer con su
providencia, que gobierna todas las cosas-, o porque el Apóstol escribió a
Filemón: A fin de que ese favor no me lo hicieras por necesidad, sino por
voluntad 210;
como si, por otra parte, ese favor fuese voluntario, a menos que Dios active
en nosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor 211;
o porque está escrito en el Deuteronomio: Ante el hombre he puesto la vida y
la muerte, el bien y el mal 212,
y aconsejó elegir la vida; como si el mismo consejo no procediese igualmente de
la misericordia, o sirviese de algo elegir la vida si Dios no inspirase la
caridad de elegir y concediese mantener la ya elegida, según está escrito:
Porque por un instante dura su cólera, y su benevolencia de por vida 213;
o porque ha dicho: Si eliges los preceptos, te guardará 214;
como si no tuviese que agradecer a Dios, porque ha elegido los preceptos el
hombre que, privado de toda luz de la verdad, no podía elegir ni eso. Puestos
ante el hombre el fuego y el agua, extiende la mano ciertamente a donde quiere,
pero está más alto aquel que llama por encima de todo pensamiento humano, puesto
que la fe es el principio de la conversión del corazón, como está escrito:
Vendrás y harás tu entrada desde el principio de la fe 215.
Y todo hombre elige así el bien según la medida de la fe que Dios otorgó a
cada uno 216;
y: Nadie puede venir a mí -dice el príncipe de la fe- si no lo trae el
Padre que me ha enviado 217.
Lo dicho sobre la fe, por la que creemos en él, lo declara después con evidencia
cuando expone: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo,
algunos de vosotros no creen. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no
creían y quién le iba a entregar. Y añadía: Por eso os he dicho que nadie
puede venir a mí si mi Padre no se lo concede 218.
Un texto de Isaías
42. Nuestro autor ha creído encontrar algo
grande a su favor en el profeta Isaías, porque dijo Dios: Si sabéis
obedecerme, comeréis lo sabroso de la tierra. Si rehusáis y os rebeláis, la
espada os devorará, porque esto lo ha dicho la boca del Señor 219.
Como si la ley entera no estuviera llena de estas expresiones o como si estos
preceptos no hubiesen sido dados a los orgullosos por otra razón distinta, sino
porque la ley fue añadida, por causa de las transgresiones, hasta que viniese
la descendencia, a quien la promesa había sido hecha 220.
Por eso se introdujo la ley, para que abundase el pecado; pero donde abundó el
pecado sobreabundó la gracia 221;
esto es, para que el hombre recibiese los preceptos con soberbia, confiando en
sus propias fuerzas; y así, cayendo y hecho también prevaricador, buscase a su
libertador y salvador; y de este modo el temor de la ley le volviese humilde y,
como un pedagogo, le llevase a la fe y a la gracia. Por esta razón, habiendo
multiplicado sus infidelidades, después se hicieron diligentes 222,
a los cuales vino Cristo a sanar oportunamente. En esta gracia creyeron también
los antiguos justos, ayudados por la misma gracia de Cristo, para que le
conociesen previamente llenos de gozo y algunos predijesen también que iba a
venir; ya entre aquel pueblo de Israel, como Moisés, Josué, Samuel, David y
otros; ya fuera del mismo pueblo, como Job; o antes del mismo pueblo, como
Abrahán, Noé y todos los que recuerda o calla la divina Escritura. Porque uno
solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús 223,
sin cuya gracia nadie se libra de la condenación, sea la que se transmitió de
aquel en quien todos pecaron, sea la que cada uno ha añadido después con sus
propios pecados.
Responsabilidad del
hombre y necesidad de la gracia de Dios
XX 43. Pero veamos cuál es el argumento que
ha dejado para el final: "Si alguno dijera: '¿Es posible que el hombre no llegue
a pecar ni de palabra?', habría que responder, según él, que si Dios lo quiere,
es posible; pero Dios lo quiere, luego es posible". E insiste:
"Si alguno dijera: 'Es posible que el hombre
no llegue a pecar ni de pensamiento?', habría que responder: 'Si Dios lo quiere,
es posible; es así que Dios lo quiere, luego es posible'".
Conclusión
Fijaos cómo no ha querido decir que es posible si le
ayuda Dios, a quien decimos: Sé mi socorro, no me abandones 224;
no ciertamente para conseguir los bienes corporales y evitar los males, sino
para cumplir y perfeccionar la justicia. Por eso decimos: No nos dejes caer
en la tentación, mas líbranos del mal 225.
No es ayudado sino aquel que también hace algo; pero es ayudado si lo pide, si
cree, si ha sido llamado según el designio de Dios, puesto que a los que
había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera
el primogénito de muchos hermanos. Pues a los que predestinó, los llamó; a los
que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó 226.
Corremos, por lo tanto, cuando progresamos, cuando nuestra integridad avanza
entre los que progresan -como se dice también que una cicatriz adelanta cuando
la herida se va curando bien y diligentemente-, para que seamos perfectos del
todo sin debilidad alguna de pecado; lo cual no solamente lo quiere Dios, sino
que también actúa y ayuda para que se cumpla. Es lo que hace con nosotros la
gracia de Dios por Jesucristo, Señor nuestro 227;
no sólo por medio de los preceptos, de los sacramentos, de los ejemplos, sino
también mediante el Espíritu Santo, por quien en secreto el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones 228
para interceder con gemidos inefables 229
hasta que en nosotros se alcance la salud perfecta y Dios se manifieste como es,
visible en la verdad eterna.
Resumen de los bienes
de la justicia
XXI 44. En conclusión, quien crea que ha
habido o que hay en esta vida algún hombre u hombres, excepto el único mediador
de Dios y de los hombres, para quienes no ha sido necesaria la remisión de los
pecados, va contra la divina Escritura cuando dice el Apóstol: Por un solo
hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así se propagó
a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron 230;
y se ve obligado a sostener, con terquedad impía, la afirmación de que es
posible que haya hombres que se vean libres y salvos de pecado sin el Cristo
mediador, que libera y que salva cuando él mismo ha dicho: No tienen
necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores 231.
En cuanto a quien afirme que después de recibir el perdón de los pecados se
puede vivir en esta carne santamente, de tal modo que no se tenga en absoluto
pecado alguno, contradice al apóstol Juan cuando afirma: Si dijéramos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros 232;
porque no dice "hemos tenido", sino tenemos. Si alguien lo entiende de
aquel pecado que domina en nuestro cuerpo, según el vicio contraído por
la voluntad del primer hombre pecador, a cuyas sugestiones pecaminosas el
apóstol Pablo nos manda resistir; si entiende que no peca el que no consiente en
absoluto al pecado mismo para ninguna obra mala, aunque domine en la carne, sea
en hecho, dichos o pensamientos, a pesar de que se revuelva la misma
concupiscencia, llamada, de algún modo, pecado, el cual consiste en consentir en
ella, y que nos provoca a pesar nuestro: quien lo entienda así, realmente
distingue todo esto con sutileza, pero tenga en cuenta el contenido de la
oración dominical cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas 233.
Porque, si no me engaño, no habría sido necesario decir eso si jamás consintiera
lo más mínimo a las sugestiones del pecado ni de palabra ni de pensamiento, sino
que habría dicho tan sólo: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos
del mal 234;
y el apóstol Santiago no diría tampoco: Todos pecamos en muchas cosas 235.
Porque no peca sino aquel a quien la concupiscencia maliciosa persuade contra la
ley justa, sea por engaño o por conquista, deseando u omitiendo hacer, decir o
pensar algo que no debía.
Finalmente, a excepción de aquella cabeza nuestra,
salvador de su propio cuerpo, hay quienes afirman la existencia en esta vida de
hombres justos sin pecado alguno, ya porque no han consentido jamás a las
sugestiones, ya porque no ha de considerarse pecado lo que es tan pequeño que
Dios no lo toma en cuenta en su justicia divina -aun cuando una cosa sea el
bienaventurado sin pecado y otra el bienaventurado a quien Dios no le imputa el
pecado-, no hay por qué seguir disputando.
Ya sé que algunos hay de este parecer. Yo no me
atrevo en este punto a condenar su sentencia, aunque tampoco puedo defenderla.
Pero todo el que niega la obligación de orar para no caer en la tentación,
afirmo, sin duda alguna, que su voz ha de ser apagada, y él condenado por la
boca de todos. Y esto lo niega todo el que sostiene que el hombre no tiene
necesidad de la ayuda divina para no pecar, sino que le basta la voluntad humana
para cumplir la ley después que la ha aceptado.
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