martes, 6 de enero de 2015

SAN CESÁREO DE ARLÉS

San Cesáreo de Arles nació hacia el año 470, en el territorio
de la actual Chalon-sur-Saone (Francia), punto final de la
navegación del Saona, región entonces ocupada por los
burgundios. Sus padres pertenecían a una buena familia de
origen galo-romano. Admitido como clérigo por el Obispo de
Chalon en el año 488, dos años después marchó Ródano abajo
e ingresó en el monasterio fundado en la isla de Lerins, frente a
Marsella. El rigor de los ayunos debilitó su salud, y tuvo que ser
enviado a casa de unos parientes, en Arles, para que se
repusiera. Continuó sus estudios y fue ordenado presbítero en el
año 500. Tres años más tarde, a la muerte del obispo Fonio, San
Cesáreo fue nombrado Obispo de Arles.

Esta ciudad era a la sazón una encrucijada de pueblos,
lenguas y civilizaciones: el Cristianismo había arraigado, pero
aún quedaban resabios paganos y una fuerte influencia arriana,
la religión de los godos. San Cesáreo ejerció el episcopado bajo
tres régimenes distintos: visigodos, ostrogodos y francos.Tras
diversas vicisitudes y enfrentamientos con el poder civil—sufrió
destierro en Burdeos—, logró un entendimiento con la autoridad
y, paralelamente, alcanzó del Papa el nombramiento de Arles
como sede primada, y el derecho a convocar—como legado suyo
para Galia e Hispania—diversos Concilios regionales. Muchos de
los Sínodos que congregó se ocuparon de la reforma de la
disciplina eclesiástica. Importancia especial tuvo el Concilio 11 de
Orange, del año 529, donde se condenó el semipelagianismo;
fue aprobado poco después por el Papa Bonifacio II.

Cesáreo fue un celoso pastor de almas y uno de los más
grandes predicadores de la Iglesia latina. El primer puesto entre
sus obras lo ocupan 238 sermones. La colección no encierra sólo
homilías sobre pasajes bíblicos o fiestas litúrgicas, sino también
discursos referentes a la moral de las costumbres, en las que
todavía persistían sustratos paganos. Además escribió dos
tratados contra el semipelagianismo y un tercero, más extenso,
titulado El misterio de la Santa Trinidad. Se conservan asimismo
tres cartas pastorales de instrucción y consejo, y dos reglas
monásticas: la Regla para los monjes y la Regla para las
vírgenes. Falleció en Aries el 27 de agosto de 543, víspera de la
fiesta de su gran maestro, San Agustín.

LOARTE
* * * * *
SAN CESÁREO DE ARLÉS fue monje en el monasterio de Leríns, y desde el 502 hasta el 542, obispo metropolitano de Arlés, entonces el centro administrativo más importante de la Galia. Cumplió muy bien con sus deberes pastorales y es uno de los grandes predicadores latinos; contribuyó mucho a la solución de las controversias semipelagianas. Los casi 250 sermones suyos que nos han llegado son muy interesantes también por lo que nos dicen de la supervivencia de las costumbres paganas; además tenemos de él tres tratados, dos contra el semipelagianismo y uno sobre la Trinidad; tres cartas pastorales, dirigida una de ellas a sus obispos sufragáneos y en la que insiste en el deber de la predicación; dos reglas monásticas; e incluso su testamento.

TEXTOS
Templos de Dios
(Sermón 229, 1-3)

TEMPLO/CR/CESAREO: Queridísimos hermanos: con la ayuda de Cristo, hoy celebramos con júbilo y alegría el día del nacimiento de este templo; pero nosotros mismos hemos de ser templo vivo y verdadero de Dios. Con toda justicia el pueblo cristiano celebra fielmente la solemnidad de la madre Iglesia, ya que por medio de ella se sabe renacido espiritualmente. Pues quienes por el primer nacimiento fuimos vasos de la ira de Dios, por el segundo merecimos ser constituidos en vasos de misericordia (cfr. Rm 9, 22).

En efecto, la primera natividad nos engendró para la muerte,
mientras que la segunda nos devolvió a la vida. Todos nosotros,
queridísimos, antes del bautismo fuimos templos del diablo;
después del Bautismo merecimos ser templos de Cristo. Y si
pensamos atentamente sobre la salvación de nuestra alma,
conoceremos que somos un templo vivo y verdadero de Dios. No
habita Dios en casas hechas por mano de hombre (Hech 7, 48),
ni en casa construida de maderas y piedras; sino principalmente
en el alma hecha a imagen de Dios, y edificada por la mano del
mismo artífice. Pues así dijo el bienaventurado Apóstol: santo es
el templo de Dios, que sois vosotros (1 Cor 3, 17).

Los templos se levantan con maderas y sillares, para que allí
se congreguen los templos vivos de Dios, y así acudan al templo
de Dios: un cristiano es un templo de Dios, y muchos cristianos
constituyen muchos templos de Dios. Así pues, hermanos, ved
cuán hermoso es el templo que se edifica de los templos. Y del
mismo modo que muchos miembros forman un solo cuerpo,
muchos templos forman un solo templo. Pero estos templos de
Cristo, es decir, las almas santas de los cristianos, están
dispersos por todo el mundo: cuando llegue el día del juicio se
congregarán todos, y en la vida eterna harán un solo templo. Al
igual que muchos miembros de Cristo forman un solo cuerpo y
tienen una sola cabeza, que es Cristo, así también aquellos
templos tendrán el mismo habitante, Cristo; porque somos
miembros de Aquel mismo que es nuestra cabeza. Por eso dice el
Apóstol: que en el interior del hombre, por la fe, habite Cristo en
vuestros corazones (Ef 3, 16-17).

Alegrémonos, porque merecimos ser templos de Dios; pero
temamos, no sea que profanemos el templo de Dios con malas
obras. Temamos lo que dice el Apóstol: si alguien profanare el
templo de Dios, Dios le perderá a él (1 Cor 3, 17). Pues Dios, que
pudo crear sin ningún trabajo el cielo y la tierra con la palabra de
su poder, se digna habitar en ti; y por ello debes obrar de tal
manera que no puedas ofender a tal habitante. Nada sucio
encuentre Dios en ti—esto es, en su templo—, nada sombrío,
nada soberbio: porque, si conociera allí alguna afrenta, al punto
se alejaría; y si el Redentor se alejase, en ese mismo momento
se acercaría el mentiroso. ¿Y qué le sucede a aquella alma infeliz
que es abandonada por Dios y ocupada por el diablo?: se vacía
de la luz y se llena de tinieblas; merma de dulzor y se embriaga
de amargura; pierde la vida y encuentra la muerte; adquiere el
suplicio y disipa el paraíso. Por tanto, hermanos, si Dios quiso
hacer de nosotros su templo y se digno habitar sin interrupción,
afanémonos con su ayuda cuanto podamos en arrojar lo
superfluo y reunir lo útil; en repudiar la lujuria y conservar la
castidad en desdeñar la avaricia y buscar la misericordia; en
despreciar el odio y amar la caridad. Si con la ayuda de Dios
hacemos esto, hermanos, atraemos inmediatamente a Dios al
templo de nuestro corazón y de nuestro cuerpo.

Por lo cual, queridísimos, si deseamos celebrar el nacimiento
de este templo con alegría, no destruyamos en nosotros los
templos vivos de Dios con nuestras malas obras. Y añadiré algo
que todos pueden comprender: cuando venimos a la iglesia,
preparemos nuestras almas para que estén como queremos
encontrarla. ¿Quieres hallar resplandeciente la basílica?: no
manches tu alma con sombríos pecados. Si deseas que la
basílica sea luminosa, también Dios quiere que tu alma no
permanezca en tinieblas sino que haga lo que el Señor dice, para
que luzca en nosotros la luz de las buenas obras, y será
glorificado Aquél que está en los cielos. Del mismo modo que tú
entras en esta iglesia, Dios quiere entrar en tu alma, como Él
mismo prometió: y habitaré en ellos y en medio de ellos andaré (2
Cor 6, 16). De igual manera que no queremos encontrar en la
iglesia ni puercos, ni perros, que nos darían horror, así Dios en
su templo—esto es, nuestra alma—no quiere encontrar ningún
pecado que ofenda los ojos de su majestad. 
* * * * *
Sobre la misericordia
(Sermón 25, 1-3)
MDA/NECESARIA

Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán
misericordia (Mt 5, 7). Dulce es el nombre de la misericordia,
hermanos; y si lo es el nombre, ¡cuánto más lo será la realidad!
Aunque todos los hombres quieren tenerla, por desgracia no
todos obran de manera que merezcan recibirla: todos quieren
recibir misericordia, pero pocos son los que quieren darla.

¿Cómo te atreves tú a pedir lo que no das? Debe dar
misericordia en este mundo quien desea recibirla en el Cielo. Por
eso, hermanos, ya que todos queremos misericordia,
adoptémosla como protectora en esta vida, para que nos libre del
mal en el futuro. En efecto, la misericordia está en el Cielo y a
ella se llega ejerciendo la misericordia en la tierra. Así lo dice la
Escritura: tu misericordia, Señor, está en el Cielo
(/Sal/035/036/06).

Por tanto, la misericordia es terrena y celestial, es decir,
humana y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? Aquella por
la que atiendes a la miseria de los pobres. ¿Y cuál es la
misericordia divina? Sin duda, la que otorga el perdón de los
pecados. Todo lo que la misericordia humana da en el camino, la
misericordia divina lo devuelve en la definitiva Patria.

Dios tiene frío y hambre en todos los pobres de este mundo,
como Él mismo afirma: cuantas veces lo hicisteis con el más
pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicisteis (/Mt/25/40). Dios,
que se digna dar desde el Cielo, quiere recibir en la tierra.

¿Qué clase de hombres somos que, cuando Dios da,
queremos recibir y, cuando pide, no queremos dar? Cuando un
pobre tiene hambre, Cristo padece necesidad. Él lo dice: tuve
hambre y no me disteis de comer (Ibid. 42). No desprecies, pues,
la miseria de los pobres, si quieres tener la firme esperanza de
que tus pecados te serán perdonados; Cristo, en todos los
pobres, se digna tener hambre y sed, y lo que recibe en la tierra
lo devuelve en el Cielo.

Os pregunto, hermanos, ¿qué queréis o qué buscáis cuando
venís a la iglesia? ¿Qué otra cosa sino la misericordia? Dad por
lo tanto la terrena y recibiréis la celestial. A ti te pide el pobre, y
tú pides a Dios; aquél pide un bocado, tú la vida eterna. Da al
mendigo lo que esperas recibir de Cristo; óyele cuando te dice:
dad y se os dará (Lc 6, 38). No sé cómo te atreves a recibir lo
que no quieres dar. Por eso, cuando venís a la iglesia, dad
limosna a los pobres según vuestras posibilidades. El que pueda,
déles dinero; el que no, ofrézcales un poco de vino. Y si ni esto
tuviere, siempre podrá darles un bocado de pan: si no entero, al
menos un trozo, para que se cumpla lo que el Señor nos
amonesta por boca del profeta: parte tu pan con el que tiene
hambre (Is 58, 7). No dijo que dieras todo, no sea que tú mismo
seas pobre y te quedes sin nada.

Si actuamos con generosidad, hermanos, Cristo nos dará
aquello de lo que carece en los pobres. Por esto Dios permite
que haya pobres en el mundo, para que todo hombre tenga un
modo de pagar por sus pecados. Si no hubiese pobres no
podríamos dar limosna y, por tanto, no recibiríamos el perdón.
Pudo Dios hacer ricos a todos los hombres, pero quiso acercarse
a nosotros en la miseria de los pobres: así el pobre con la
paciencia, y el rico por la limosna, pueden recibir la gracia de
Dios. Por nuestro bien existe la carencia de los pobres.

POBRES/LIMOSMA: Atiende y contempla:
el dinero y el reino. ¿Pueden compararse? Tú das dinero a los
pobres y recibes el reino de Cristo; das alimento, y recibes de
Cristo la vida eterna; das vestidos y de Cristo recibes el perdón
de los pecados. No despreciemos, pues, a los pobres, hermanos,
sino que cuidemos de ellos, y alegrémonos de su bien; porque la
miseria de los pobres es medicamento para las riquezas, según
lo que dijo el Señor: dad limosna, y quedaréis limpios (/Lc/11/41);
y también: vended lo que poseéis y dad limosna (/Lc/12/33). Y
por el profeta clama el Espíritu Santo: como el agua extingue el
fuego, igualmente la limosna extingue el pecado
(/Si/03/30/Cesareo). También, en otra ocasión, repite: da
limosna al pobre y éste rogará para que no te suceda ningún mal
(Sir 29, 15). Practiquemos, pues, la misericordia, hermanos, y la
ayuda de Cristo no nos faltará para que vivamos con la atadura
de su prudencia (...).

Como muchas veces os he amonestado, hay dos tipos de
limosna: una buena y otra mejor. Una es proporcionar alimento a
los pobres; la otra que perdones pronto a tu hermano cuando te
ofenda. Las dos limosnas hemos de darnos prisa en practicar,
con la ayuda de Dios, para que podamos alcanzar de Cristo la
eterna indulgencia y la verdadera misericordia. Así dice: si
perdonareis, también vuestro Padre os perdonará vuestros
pecados; si no perdonareis, tampoco vuestro Padre perdonará
vuestros pecados (Mt 6, 14-15). Y el Espíritu Santo clama en otro
lugar: el hombre se comporta con ira con el otro hombre, ¿pide
comprensión por parte de Dios? ¿No tiene misericordia con su
semejante y pide misericordia a Dios? (/Si/28/01-05/Cesareo).
Añade San Juan: quien odia a su hermano es homicida (1 Jn 3,
15), y también: quien odia a su hermano está en tinieblas, y en
ellas anda, y no sabe a dónde va: porque las tinieblas cegaron
sus ojos (1 Jn 2, 1 1 ).

Así pues, hermanos, para evitar los males eternos, y alcanzar
los bienes imperecederos, hemos de vivir los dos tipos de
limosna de los que he hablado, todo lo que podamos y mientras
vivamos. De esta forma, podremos decir el día del juicio: da,
Señor, porque nosotros dimos; nosotros hicimos lo que
mandaste, cumple lo que prometiste. Y Él lo hará, que vive y
reina con el Padre y con el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.

Sermones
La misericordia divina y la humana:
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos lo que quieren practicarla.
Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.
Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.
¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da queremos recibir, y cuando nos pide no le queremos dar? Porque cuando un pobre pasa hambre es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.
Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.
(25, 1; Liturgia de las Horas)

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