CARTA APOSTÓLICA DEL SUMO
PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS RESPONSABLES
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
1. Un signo
del progreso que experimenta la sociedad actual consiste, sin duda, en el rápido
desarrollo de las tecnologías en el campo de los medios de comunicación. Al
contemplar estas novedades en continua evolución resulta aún más actual cuanto
se lee en el Decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II Inter mirifica
promulgado por mi predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, el 4 de diciembre de
1963: “Entre los maravillosos inventos de la técnica que, sobre todo en nuestros
tiempos, ha extraído el ingenio humano, con la ayuda de Dios, de las cosas
creadas, la Madre Iglesia acoge y fomenta con peculiar solicitud aquellos que
miran principalmente al espíritu humano y han abierto nuevos caminos para
comunicar, con extraordinaria facilidad, todo tipo de noticias, ideas y
doctrinas.[1]
I. Un
camino fecundo trazado por el Decreto Inter mirifica
2.
Transcurridos más de cuarenta años desde la publicación de aquel documento, se
hace oportuna una nueva reflexión sobre los “desafíos” que las comunicaciones
sociales plantean a la Iglesia, la cual, como indicó Pablo VI, “se sentiría
culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios”[2].De
hecho, la Iglesia no ha de contemplar tan sólo el uso de estos medios de
comunicación para difundir el Evangelio sino, hoy más que nunca, para integrar
el mensaje salvífico en la ‘nueva cultura’ que precisamente los mismos medios
crean y amplifican. La Iglesia advierte que el uso de las técnicas y de las
tecnologías de la comunicación contemporánea es parte integrante de su propia
misión en el tercer milenio.
Movida por
esta conciencia, la comunidad cristiana ha dado pasos significativos en el uso
de los medios de comunicación para la información religiosa, para la
evangelización y la catequesis, para la formación de los agentes de pastoral en
este sector y para la educación de una madura responsabilidad de los usuarios y
destinatarios de los mismos instrumentos de la comunicación.
3. Los
desafíos para la nueva evangelización, en un mundo rico en potencialidad
comunicativa como el nuestro, son múltiples. Al tomar en cuenta esta realidad he
querido subrayar, en la Carta encíclica Redemptoris missio,
que
el mundo de la comunicación es el primer areópago del tiempo moderno, capaz de
unificar a la humanidad transformándola, como suele decirse, en “una aldea
global”. Los medios de comunicación social han alcanzado importancia hasta el
punto de que son para muchos el principal instrumento de guía e inspiración para
su comportamiento individual, familiar y social. Se trata de un problema
complejo, ya que tal cultura, antes que de “los contenidos”, nace del hecho
mismo de la existencia de nuevos modos de comunicar, dotados de técnicas y
lenguajes inéditos.
Vivimos en una
época de comunicación global, en que muchos momentos de la existencia humana se
articulan a través de procesos mediáticos o por lo menos deben confrontarse con
ellos. Me limito a recordar la formación de la personalidad y de la conciencia,
la interpretación y la estructuración de lazos afectivos, la articulación de las
fases educativas y formativas, la elaboración y la difusión de fenómenos
culturales, el desarrollo de la vida social, política y económica.
En una visión
orgánica y correcta del desarrollo del ser humano, los medios de comunicación
pueden y deben promover la justicia y la solidaridad, refiriendo los
acontecimientos de modo cuidadoso y verdadero, analizando completamente las
situaciones y los problemas, y dando voz a las diversas opiniones. Los criterios
supremos de la verdad y la justicia en el ejercicio maduro de la libertad y de
la responsabilidad, constituyen el horizonte dentro el cual se sitúa una
auténtica deontología en el aprovechamiento de los modernos y potentes medios de
comunicación social.
II.
Discernimiento evangélico y compromiso misionero
4. También el
mundo de los medios de comunicación necesita la redención de Cristo. Para
analizar, con los ojos de la fe, los procesos y el valor de las
comunicaciones sociales resulta de indudable utilidad la profundización de la
Sagrada Escritura, la cual se presenta como un “gran código” de comunicación de
un mensaje no efímero y ocasional, sino fundamental en razón de su valor
salvífico.
La historia de
la salvación narra y documenta la comunicación de Dios con el hombre,
comunicación que utiliza todas las formas y modalidades del comunicar. El ser
humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios para acoger la revelación
divina y para entablar un diálogo de amor con Él. A causa del pecado, esta
capacidad de diálogo ha sido alterada, sea a escala personal o social, y los
hombres han hecho y continúan haciendo la amarga experiencia de la incomprensión
y de la lejanía. Sin embargo Dios no los ha abandonado y les ha enviado a su
mismo Hijo (cf. Mc 12, 1‑11). En el Verbo hecho carne el evento
comunicativo asume su máxima dimensión salvífica: de este modo se entrega al
hombre, en el Espíritu Santo, la capacidad de recibir la salvación y de
anunciarla y testimoniarla a sus hermanos.
5. La
comunicación entre Dios y la humanidad ha alcanzado por tanto su perfección en
el Verbo hecho carne. El acto de amor a través del cual Dios se revela, unido a
la respuesta de fe de la humanidad, genera un diálogo fecundo. Precisamente por
esto al hacer nuestra, en cierto modo, la petición de los discípulos
“enséñanos a orar” (Lc 11, 1), podemos pedirle al Señor que nos guíe
para entender cómo comunicarnos con Dios y con los hombres a través de los
maravillosos instrumentos de la comunicación social. Reconducidos al horizonte
de tal comunicación última y decisiva, los medios de comunicación social se
revelan como una oportunidad providencial para llegar a los hombres en cualquier
latitud, superando las barreras de tiempo, de espacio y de lengua, formulando en
las más diversas modalidades los contenidos de la fe y ofreciendo a quien busca
lugares seguros que permitan entrar en diálogo con el misterio de Dios revelado
plenamente en Cristo Jesús.
El Verbo
encarnado nos ha dejado el ejemplo de cómo comunicarnos con el Padre y con los
hombres, sea viviendo momentos de silencio y de recogimiento, sea predicando en
todo lugar y con todos los lenguajes posibles. Él explica las Escrituras, se
expresa en parábolas, dialoga en la intimidad de las casas, habla en las plazas,
en las calles, en las orillas del lago, sobre las cimas de los montes. El
encuentro personal con Él no deja indiferente, al contrario, estimula a
imitarlo: “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a plena la
luz; y lo que os digo al oído, proclamadlo desde los terrados” (Mt
10, 27).
Hay después un
momento culminante en el cual la comunicación se hace comunión plena: es el
encuentro eucarístico. Reconociendo a Jesús en la “fracción del pan” (cf. Lc
24, 30‑31), los creyentes se sienten impulsados a anunciar su muerte y
resurrección y a volverse valientes y gozosos testigos de su Reino (cf. Lc
24, 35).
6. Gracias a
la Redención, la capacidad comunicativa de los creyentes se ha sanado y
renovado. El encuentro con Cristo los transforma en criaturas nuevas, les
permite entrar a formar parte de aquel pueblo que Él ha conquistado con su
sangre muriendo sobre la Cruz, y los introduce en la vida íntima de la Trinidad,
que es comunicación continua y circular de amor perfecto e infinito entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La
comunicación penetra las dimensiones esenciales de la Iglesia, llamada a
anunciar a todos el gozoso mensaje de la salvación. Por esto, ella asume las
oportunidades ofrecidas por los instrumentos de la comunicación social como
caminos ofrecidos providencialmente por Dios en nuestros días para acrecentar la
comunión y hacer más incisivo el anuncio[3].
Los medios de comunicación permiten manifestar el carácter universal del Pueblo
de Dios, favoreciendo un intercambio más intenso e inmediato entre las Iglesias
locales y alimentando el recíproco conocimiento y colaboración.
III.
Cambio de mentalidad y renovación pastoral
7. En los
medios de comunicación la Iglesia encuentra un apoyo excelente para difundir el
Evangelio y los valores religiosos, para promover el diálogo y la cooperación
ecuménica e interreligiosa, así como para defender aquellos sólidos principios
indispensables para la construcción de una sociedad respetuosa de la dignidad de
la persona humana y atenta al bien común. Asimismo la Iglesia los emplea con
gusto para la propia información y para dilatar los confines de la
evangelización, de la catequesis y de la formación, en la conciencia de que su
utilización da respuesta al mandato del Señor: “Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15).
Misión
ciertamente no fácil en nuestra época, en la cual se ha difundido en muchos la
convicción de que el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente: el
hombre debería aprender a vivir en un horizonte de total ausencia de sentido, en
busca de lo provisorio y de lo fugaz[4].
En este contexto, los instrumentos de comunicación pueden ser usados “para
proclamar el Evangelio o para reducirlo al silencio en los corazones de los
hombres”[5].
Esto representa un serio reto para los creyentes, sobre todo para los padres,
familias y para cuantos son responsables de la formación de la infancia y de la
juventud. Es oportuno que, con prudencia y sabiduría pastoral, se fomente en las
comunidades eclesiales la dedicación al trabajo en el campo de la comunicación,
y así contar con profesionales capaces de un diálogo eficaz con el vasto mundo
mediático.
8. Valorizar
los medios de comunicación no es sólo tarea de “entendidos” del sector, sino
también de toda la comunidad eclesial. Si, como se ha dicho antes, las
comunicaciones sociales comprenden todos los ámbitos de la expresión de la fe,
es la vida cristiana en conjunto la que debe tener en cuenta la cultura
mediática en la que vivimos: desde la liturgia, suprema y fundamental expresión
de la comunicación con Dios y con los hermanos, a la catequesis que no puede
prescindir del hecho de dirigirse a sujetos influenciados por el lenguaje y la
cultura contemporáneos.
El fenómeno
actual de las comunicaciones sociales impulsa a la Iglesia a una suerte de
“conversión” pastoral y cultural para estar en grado de afrontar de manera
adecuada el cambio de época que estamos viviendo. De esta exigencia se deben
hacer intérpretes, sobre todo, los Pastores: es importante trabajar para que el
anuncio del Evangelio se haga de modo incisivo, que estimule la escucha y
favorezca la acogida[6].
En sintonía con los Pastores deben obrar todos los organismos de consejo y de
coordinación de modo que, en su campo específico, se identifiquen las líneas
pastorales más adecuadas para una eficaz acción misionera. Las personas
consagradas, según su propio carisma, tienen una especial responsabilidad en
este campo de las comunicaciones sociales. Una vez formadas espiritual y
profesionalmente, “presten de buen grado sus servicios, según las oportunidades
pastorales […] para que se eviten, de una parte, los daños provocados por un uso
adulterado de los medios y, de otra, se promueva una mejor calidad de las
transmisiones, con mensajes respetuosos de la ley moral y ricos en valores
humanos y cristianos.”[7]
9. Al tener
precisamente en cuenta la importancia de los medios de comunicación, hace ya
quince años que juzgué insuficiente dejarlos a la iniciativa individual o de
grupos pequeños y sugerí que se insertaran con claridad en la programación
pastoral[8].
Las nuevas tecnologías, en especial, crean nuevas oportunidades para una
comunicación entendida como servicio al gobierno pastoral y a la organización de
las diversas tareas de la comunidad cristiana. Piénsese, por ejemplo, en Intenet:
no sólo proporciona recursos para una mayor información, sino que también
habitúa a las personas a una comunicación interactiva[9].
Muchos cristianos ya están usando este nuevo instrumento de modo creativo,
explorando las potencialidades para la evangelización, para la educación, para
la comunicación interna, para la administración y el gobierno. Junto a Internet
se van utilizando nuevos medios y verificando nuevas formas de utilizar los
instrumentos tradicionales. Los periódicos, las revistas, las
publicaciones varias, la televisión y la radio católicos siguen siendo, todavía
hoy, indispensables en el panorama completo de las comunicaciones eclesiales.
Los contenidos
–que, naturalmente, se deben adaptar a las necesidades de los diversos grupos-,
tendrán siempre por objeto hacer a las personas conscientes de la dimensión
ética y moral de la información[10].
Del mismo modo, es importante garantizar la formación y la atención pastoral de
los profesionales de la comunicación. Con frecuencia estas personas se
encuentran ante presiones particulares y dilemas éticos que emergen del trabajo
cotidiano; muchos de ellos “están sinceramente deseosos de saber y de practicar
lo que es justo en el campo ético y moral” y esperan de la Iglesia orientación y
apoyo[11].
IV. Los
medios de comunicación, encrucijada de las grandes cuestiones sociales
10. La
Iglesia, que en razón del mensaje de salvación confiado por su Señor es maestra
de humanidad, siente el deber de ofrecer su propia contribución para una mejor
comprensión de las perspectivas y de las responsabilidades ligadas al actual
desarrollo de las comunicaciones sociales. Precisamente porque influyen sobre la
conciencia de los individuos, conforman la mentalidad y determinan la visión de
las cosas, es necesario insistir de manera clara y fuerte que los
instrumentos de la comunicación social constituyen un patrimonio que se debe
tutelar y promover. Es necesario que las comunicaciones sociales entren en un
cuadro de derechos y deberes orgánicamente estructurados, sea desde el punto de
vista de la formación y responsabilidad ética, cuanto de la referencia a las
leyes y a las competencias institucionales.
El positivo
desarrollo de los medios de comunicación al servicio del bien común es una
responsabilidad de todos y de cada uno[12].
Debido a los fuertes vínculos que los medios de comunicación tienen con la
economía, la política y la cultura, es necesario un sistema de gestión que esté
en grado de salvaguardar la centralidad y la dignidad de la persona, el primado
de la familia, célula fundamental de la sociedad, y la correcta relación entre
las diversas instancias.
11. Se imponen
algunas decisiones que se pueden sintetizar en tres opciones fundamentales:
formación, participación, diálogo.
En primer
lugar es necesaria una vasta obra formativa para que los medios de comunicación
sean conocidos y usados de manera consciente y apropiada. Los nuevos lenguajes
introducidos por ellos modifican los procesos de aprendizaje y la cualidad
de las relaciones interpersonales, por lo cual, sin una adecuada formación se
corre el riesgo de que en vez de estar al servicio de las personas, las
instrumentalicen y las condicionen gravemente. Esto vale, de manera especial,
para los jóvenes que manifiestan una natural propensión a las innovaciones
tecnológicas y que, por eso mismo, tienen una mayor necesidad de ser educados en
el uso responsable y crítico de los medios de comunicación.
En segundo
lugar, quisiera dirigir la atención sobre el acceso a los medios de comunicación
y sobre la participación responsable en la gestión de los mismos. Si las
comunicaciones sociales son un bien destinado a toda la humanidad, se deben
encontrar formas siempre actualizadas para garantizar el pluralismo y para hacer
posible una verdadera participación de todos en su gestión, incluso a través de
oportunas medidas legislativas. Es necesario hacer crecer la cultura de la
corresponsabilidad.
Por último, no
se debe olvidar las grandes potencialidades que los medios de comunicación
tienen para favorecer el diálogo convirtiéndose en vehículos de conocimiento
recíproco, de solidaridad y de paz. Dichos medios constituyen un poderoso
recurso positivo si se ponen al servicio de la comprensión entre los pueblos y,
en cambio, un “arma” destructiva, si se usan para alimentar injusticias y
conflictos. De manera profética, mi predecesor el beato Juan XXIII, en la
encíclica Pacem in terris, había ya puesto en guardia a la humanidad
sobre tales potenciales riesgos[13].
12. Suscita un
gran interés la reflexión sobre la participación “de la opinión pública en la
Iglesia” y “de la Iglesia en la opinión pública”. Mi predecesor Pío XII, de
feliz memoria, al encontrarse con los editores de los periódicos católicos les
decía que algo faltaría en vida de la Iglesia si no existiese la opinión
pública. Este mismo concepto ha sido confirmado en otras circunstancias[14],
en el código de derecho canónico, bajo determinadas condiciones, se reconoce el
derecho a expresar la propia opinión[15].
Si es cierto que las verdades de fe no están abiertas a interpretaciones
arbitrarias y el respeto por los derechos de los otros crea límites intrínsecos
a las expresiones de las propias valoraciones, no es menos cierto que existe en
otros campos, entre los católicos, un amplio espacio para el intercambio de
opiniones, en un diálogo respetuoso de la justicia y de la prudencia.
Tanto la
comunicación en el seno de la comunidad eclesial, como la de Iglesia con el
mundo, exigen transparencia y un modo nuevo de afrontar las cuestiones
referentes al universo de los medios de comunicación. Tal comunicación debe
tender a un diálogo constructivo para promover en la comunidad cristiana una
opinión pública rectamente informada y capaz de discernir. La Iglesia, al igual
que otras instituciones o grupos, tiene la necesidad y el derecho de dar a
conocer las propias actividades pero al mismo tiempo, cuando sea necesario, debe
poder garantizar una adecuada reserva, sin que ello perjudique una comunicación
puntual y suficiente de los hechos eclesiales. Es éste uno de los campos donde
se requiere una mayor colaboración entre fieles laicos y pastores ya que, como
subraya oportunamente el Concilio, “de este trato familiar entre los laicos y
pastores son de esperar muchos bienes para la Iglesia, porque así se robustece
en los seglares el sentido de su propia responsabilidad, se fomenta el
entusiasmo y se asocian con mayor facilidad las fuerzas de los fieles a la obra
de los pastores. Pues estos últimos, ayudados por la experiencia de los laicos,
pueden juzgar con mayor precisión y aptitud tanto los asuntos espirituales como
los temporales, de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por todos sus
miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del
mundo”[16].
V.
Comunicar con la fuerza del Espíritu Santo
13. El gran
reto para los creyentes y para las personas de buena voluntad en nuestro tiempo
es el de mantener una comunicación verdadera y libre, que contribuya a
consolidar el progreso integral del mundo. A todos se les pide saber cultivar un
atento discernimiento y una constante vigilancia, madurando una sana capacidad
crítica ante la fuerza persuasiva de los medios de comunicación.
También en
este campo los creyentes en Cristo saben que pueden contar con la ayuda del
Espíritu Santo. Ayuda aún más necesaria si se considera cuan grandes pueden ser
las dificultades intrínsecas a la comunicación, tanto a causa de las ideologías,
del deseo de ganancias y de poder, de las rivalidades y de los conflictos entre
individuos y grupos, como a causa de la fragilidad humana y de los males
sociales. Las modernas tecnologías hacen que crezca de manera impresionante la
velocidad, la cantidad y el alcance de la comunicación, pero no favorecen del
mismo modo el frágil intercambio entre mente y mente, entre corazón y corazón,
que debe caracterizar toda comunicación al servicio de la solidaridad y del
amor.
En la historia
de la salvación Cristo se nos ha presentado como “comunicador” del Padre: “Dios
... en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb
1,2). Él, Palabra eterna hecha carne, al comunicarse, manifiesta siempre respeto
hacia aquellos que le escuchan, les enseña la comprensión de su situación y de
sus necesidades, impulsa a la compasión por sus sufrimientos y a la firme
resolución de decirles lo que tienen necesidad de escuchar, sin imposiciones ni
compromisos, engaño o manipulación. Jesús enseña que la comunicación es un acto
moral “El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas; el hombre malo,
del tesoro malo saca cosas malas. Os digo que de toda palabra ociosa que hablen
los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás
declarado justo y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,35-37).
14. El apóstol
Pablo ofrece un claro mensaje también para cuantos están comprometidos en las
comunicaciones sociales -políticos, comunicadores profesionales, espectadores-:
“ Por lo tanto desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su
prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. […]No salga de vuestra boca
palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y
hacer el bien a los que os escuchan” (Ef 4,25.29).
A los
operadores de la comunicación y especialmente a los creyentes que trabajan en
este importante ámbito de la sociedad, aplico la invitación que desde el inicio
de mi ministerio de Pastor de la Iglesia he querido lanzar al mundo entero: “¡No
tengáis miedo!”.
¡No tengáis
miedo de las nuevas tecnologías!, ya que están “entre las cosas maravillosas” –“Inter
mirifica”– que Dios ha puesto a nuestra disposición para descubrir, usar,
dar a conocer la verdad; también la verdad sobre nuestra dignidad y sobre
nuestro destino de hijos suyos, herederos del Reino eterno.
¡No tengáis
miedo de la oposición del mundo! Jesús nos ha asegurado “Yo he vencido al
mundo” (Jn 16,33).
¡No tengáis
miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! El divino Maestro ha dicho:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt
28,20). Comunicad el mensaje de esperanza, de gracia y de amor de Cristo,
manteniendo siempre viva, en este mundo que pasa, la perspectiva eterna del
cielo, perspectiva que ningún medio de comunicación podrá alcanzar directamente:
“Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que
Dios preparó para los que le aman. ” (1Cor 2,9).
A María, que
nos ha dado el Verbo de vida y ha conservado en su corazón las palabras que no
perecen, encomiendo el camino de la Iglesia en el mundo de hoy. Que la Virgen
Santa nos ayude a comunicar, con todos lo medios, la belleza y la alegría de la
vida en Cristo nuestro Salvador.
Desde el
Vaticano, 24 de enero de 2005, memoria de san Francisco de Sales, patrono de los
periodistas.
IOANNES PAULUS
II
[1]
N. 1
[2]
Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975): AAS 68 (1976), 35.
[3]
Cf. Juan Pablo II,
Exhortación apostólica post‑sinodal Christifideles laici (30 de
diciembre de 1998), 18‑24: AAS (1989), 421‑435; cf. Pontificio
Consejo de las Comunicaciones Sociales, Instrucción pastoral Ætatis novæ
(22 de febrero de 1992), 10: AAS 84 (1992), 454‑455.
[4]
Cf. Juan Pablo II, Carta
encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), 91: AAS
91 (1999), 76‑77.
[5]
Pontificio Consejo de las
Comunicaciones Sociales, Instrucción pastoral Ætatis novæ (22 de
febrero de 1992), 4: AAS 84 (1992), 450.
[6]
Cfr Juan Pablo II, Exhort. Ap. Post-sinodal, Pastores gregis, 30:
L’Osservatore Romano, 17 octubre 2003, p.6.
[7]
Juan Pablo II, Exhort. Ap.
Post-sinodal, Vita consecrata (25 marzo 1996), 99: AAS 88
(1996), 476.
[8]
Juan Pablo II, Carta enc.
Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 37: AAS 83 (1991),
282-286.
[9]
Cf. Pont. Consejo para las
Comunicaciones Sociales, La Iglesia e Internet (22 febrero 2002), 6:
Ciudad del Vaticano, 2002, pp.13-15.
[10]
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Inter mirifica, 15-16; Pont. Comisión
para los Comunicaciones Sociales, Inst. pastoral Communio et progressio
(23 mayo 1971), 107: AAS 63 (1971) 631-632; Pont. Consejo para las
Comunicaciones Sociales, inst. pastoral Ætatis novæ(22 febrero 1992),
18: AAS 84 (1192), 460.
[11]
Cf. Ibid., 19: l.c.
[12]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2494.
[13]
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la 37 jornada mundial de las comunicaciones
sociales (24 enero 2003): L’Osservatore Romano, 25 enero 2003, p. 6.
[14]
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Lumen Gentium, 37; Pont. Comisión para las
Comunicaciones Sociales, Inst. pastoral Communio et progressio (23
mayo 1971), 114-117: AAS (1971), 634-635.
[15]
Can. 212, § 3: “Tienen el
derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento,
competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión
sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los
demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres,
la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de
la dignidad de las personas”.
[16]
Conc. Ecum. Vat. II,
Lumen gentium, 37
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.