SUMARIO:
I. La comunicación en la sociedad actual: 1. Las
nuevas tecnologías; 2. Una comunicación audiovisual; 3. Ambivalencia de los
medios. II. Los medios, al servicio de la comunicación: 1. El proceso de la
comunicación; 2. Comunicación de masas y comunicación interpersonal; 3. Niveles
de relación en un grupo; 4. La comunicación afecta a todas las facetas de la
personalidad. III. La comunicación en la experiencia cristiana: 1. La raíz de la
comunicación; 2. El camino de la comunicación eclesial. IV. Algunas claves para
la tarea catequética: 1. Recuperar la audiovisualidad del mensaje cristiano; 2.
La opción por los medios grupales. Conclusión: El lenguaje de los pobres.
El ser humano es como una ventana abierta al exterior; por ella se asoma, sale al encuentro de los demás y, a la inversa, permite que los demás entren de alguna manera en su interioridad.
I. La comunicación en la sociedad actual
II. Los medios, al servicio de la comunicación
III. La comunicación en la experiencia cristiana
IV. Algunas claves para la tarea catequética
Conclusión: El lenguaje de los pobres
El ser humano es como una ventana abierta al exterior; por ella se asoma, sale al encuentro de los demás y, a la inversa, permite que los demás entren de alguna manera en su interioridad.
Esta ventana abierta es la facultad de comunicación, una facultad casi
ilimitada, que ejercemos de diversas formas: palabra hablada o escrita, gestos,
imágenes, sonidos, movimientos, etc. Lo que decimos o hacemos, incluso lo que
callamos u omitimos, son formas de manifestarnos a los demás. A estas formas las
llamamos lenguaje, entendido, por su función simbólica, como «el poder de
encontrar a un objeto su representación, y a su representación un signo»1. El lenguaje es, pues, el medio que permite ejercer la facultad de
comunicar y, por ello, la forma más manifiesta de comunicación.
Esto que identifica al ser humano se aplica a la Iglesia y a su misión. ¿Cómo
evangelizar sin ejercer la facultad de comunicar? ¿Cómo anunciar el evangelio
sin adoptar los sistemas que lo hacen posible? La catequesis «desempeña un papel
esencial dentro de la misión evangelizadora» y encuentra en la comunidad
eclesial «su origen, su lugar propio y su meta» (CC 22, 253). En este contexto,
desarrolla un proceso comunicativo que consiste, esencialmente, «en la
transmisión de la fe eclesial» (CC 135).
Por ello, la comunicación es el soporte de la catequesis. «Esta tiene el deber
imperioso de encontrar el lenguaje idóneo que le permita realizarse y
desarrollarse como acto de comunicación y, más en concreto, como acto de
comunicación de la fe eclesial» (CC 140).
I. La comunicación en la sociedad actual
La palabra
comunicación se encuentra por doquier. Está de moda. Y, en parte, se debe al
boom de magnetoscopio, y televisores, de teléfonos y ordenadores, de
satélites y canales de difusión. En cualquier momento y lugar, podemos ser
testigos de todos los acontecimientos que suceden en nuestro mundo. No hay país,
nación ni familia que pueda resistir a los tentáculos que extienden las nuevas
tecnologías aplicadas a la comunicación.
1. LAS NUEVAS
TECNOLOGÍAS. La imagen que se ofrece a todo análisis es la de un mundo cada vez más complejo, donde
se multiplican las fuentes de fricción, a la vez que se fortalecen las razones
para cooperar y los medios para comunicarse. La universalización de las
tecnologías de producción, organización y gestión, la circulación intensa de
productos e individuos, el auge de las telecomunicaciones y de la informática,
la proliferación de mensajes que se difunden por el planeta, contribuyen a
transformar la sociedad y a establecer un nuevo tipo de relación entre los
individuos y los pueblos.
El motor de esta transformación es la comunicación. Esta se apoya, se sustenta y
se difunde en una nueva tecnología, que es como el sistema nervioso de la
sociedad. Expresiones como civilización de la imagen, era espacial, cultura
informática o sociedad de la comunicación, quizá sólo sean una cuestión de
nombres. Sin embargo, un hecho es cierto: la tecnología, impulsada por la
electrónica, es el canal fundamental a través del cual se manifiestan y circulan
las ideas, la cultura, los acontecimientos y, en suma, la vida. Es, sin duda, el
elemento clave que se sitúa en la base de la comunicación moderna.
Sometidos a su impacto, sentimos que nuestra sensibilidad entra en campos
difíciles de controlar y con fuerza suficiente para transformar actitudes y
conductas. Las nuevas tecnologías van minando los sistemas tradicionales de
comunicación, a la par que hacen surgir las líneas maestras de un nuevo estilo
de comunicarse.
2. UNA COMUNICACIÓN
AUDIOVISUAL. Una característica
significativa de la
comunicación actual reside en su carácter audiovisual. Su novedad no está tanto
en sus elementos formales (la imagen y el sonido siempre han estado presentes en
la comunicación humana) cuanto en los medios electrónicos en que se sustenta, lo
que permite registrar y conservar los mensajes, difundirlos y multiplicar hasta
el extremo sus posibilidades de recepción.
En este sentido, la comunicación audiovisual (que se aplica tanto a los canales
que difunden los mensajes como al lenguaje en que se expresan) goza de todos los
parabienes. «Una imagen vale más que mil palabras», dice un antiguo refrán; lo
cual es un indicador de la eficacia comunicativa que se atribuye, de entrada, a
la expresión icónica sobre la verbal. Esto no quiere decir que, en la práctica,
esté exento de problemas. Veamos algunos datos que se dan en nuestra realidad
actual.
a) Un nuevo modelo cultural. Los estudios
sociológicos ofrecen datos elocuentes. Respecto a los niños, las estadísticas
hablan, por ejemplo, de un promedio de veintitrés horas semanales ante el
televisor. ¿Cuántas pasan en la escuela? En cuanto a los jóvenes, la influencia
de los medios de comunicación en su vida personal y social es creciente: la
prensa, el cine, la radio y la televisión ocupan el tercer lugar, después de la
familia y de los amigos, por encima de los libros y centros de enseñanza, y a
mucha distancia de los partidos políticos y de la Iglesia.
«La demanda juvenil en el campo cultural es fundamentalmente de orden sensorial
–musical rítmico y de imagen– frente a un modelo cultural
basado en valores conceptuales y librescos. Constatamos, a su vez, una
subcultura juvenil caracterizada por una mayor espontaneidad, una reacción ante
los excesos de la racionalidad, una valoración positiva de lo corporal y de los
aspectos más vitales de la personalidad, un desplazamiento de la cultura escrita
en favor de la audiovisual»2.
Si se mira la situación con ojos reduccionistas, es lógica cierta actitud de
sospecha. Los medios de comunicación, por su carácter audiovisual, constituyen
un masaje que determina lo que suele llamarse el hombre desmenuzado.
Basta hojear una revista o ver un telediario: en media hora, o menos,
pasamos de un tema de actualidad política a otro sobre moda, de reír con un
chiste a llorar con un atentado terrorista, de un problema económico a otro
religioso. En un tiempo récord, y a modo de flash o de ráfagas sucesivas,
entramos en contacto con la realidad de una manera mezclada, fragmentada, sin
análisis de los contextos y, a veces, mientras se realiza otra actividad en
paralelo. No es difícil caer en la tentación de entender y saber de todo, aun a
riesgo de superficializar el significado de los hechos. Es como si las excesivas
informaciones impidieran centrarse en un punto particular; claro que, quien lo
consiga, pierde el ritmo y se queda en el camino: mientras él va, los otros
están de vuelta. Y es que hay necesidad de movimiento, de ritmo, de acción.
b) Un lenguaje complejo. Todo lenguaje consiste en un sistema de signos
portadores de significación. Los signos audiovisuales se muestran así y, por
tanto, son lenguaje. Ahora
bien, el número y la identidad de signos que lo componen y su carácter analógico
hacen difícil, por no decir imposible, formular una gramática y hacer un
diccionario semejante al de un idioma. Por otra parte, más que de un lenguaje,
habría que hablar de un conjunto de lenguajes, cuya clave comunicativa no es
fácil de determinar.
Ciertamente, la imagen y el sonido son los principales elementos constitutivos
del lenguaje audiovisual. Pero también se amplía a otros lenguajes que, por su
origen y naturaleza, se diferencian del lenguaje verbal o escrito, como es el
caso del lenguaje del cuerpo, que se expresa con gestos o movimientos
potencialmente comunicativos. Lo audiovisual abarca, por tanto, todo lenguaje
no verbal.
Ahora bien, por su carácter de audio no puede dejarse de lado la palabra
hablada. Está en la televisión, en el cine, en el vídeo, y es el lenguaje básico
de la radio. Pero es un estilo de palabra que pone en escena y dramatiza
una realidad y que se hace imagen verbal, como sucede en el poema y en el
teatro, o que se hace música, como en el caso de la canción.
De ahí que lo audiovisual se entienda como una mezcla de lenguajes que actúan
conjuntamente y se complementan: «una forma particular de comunicación, regida
por reglas originales, que resulta de la utilización simultánea y combinada de
documentos sonoros y visuales variados»3. Añádase a esto la
existencia de un proceso que va del lenguaje a los medios, y que estos le
otorgan cierto carácter específico, de forma que no es igual el lenguaje de la
televisión que el del cine o el del montaje audiovisual.
3. AMBIVALENCIA DE
LOS MEDIOS. a)
Los medios tienen dueño. La cultura actual,
apoyada en los medios de comunicación, pone en manos de la humanidad nuevas
posibilidades para vivir más y mejor, para dominar el medio en que vive y para
establecer unas relaciones humanas libres, respetuosas y democráticas. Nunca ha
tenido la humanidad tantos medios para vencer el hambre, la ignorancia y la
soledad, ni tan eficaces para acortar distancias, eliminar fronteras y estimular
la participación, el diálogo y la libertad de todos los hombres.
Sin embargo, esos resultados potenciales coexisten con la incomunicación, el
subdesarrollo y la destrucción. La técnica, portadora de libertad y de progreso
es, a la vez, vehículo de manipulación e instrumento de violencia. Es una de las
grandes paradojas de la humanidad, que se debe, quizá, no tanto a los medios
tecnológicos cuanto a las personas en cuyas manos están y a los intereses a los
que responden; estos provienen del poder, del dinero, de las fuerzas de presión.
Las nuevas tecnologías son instrumentos para el bien y para el mal; depende de
quién las maneje. Es decir, tienen dueño y este decide su destino.
b) Analogía y subjetividad. Lo audiovisual transmite su información
mediante imágenes y sonidos de carácter analógico. Esto quiere decir que el
receptor reconoce esas imágenes como semejantes a las que conforman su
experiencia perceptiva cotidiana; intuitivamente, ve en ellas cierta
representación de lo que ve o podría ver en presencia de la realidad. Se trata,
pues, de signos que hacen referencia a objetos o realidades
concretas, no a abstracciones ni a argumentaciones conceptuales.
Ahora bien, esta referencia no es absoluta. Por una parte, esa relación, más que
con lo real, es con la imagen previa que cada cual tiene de la realidad; es una
relación de imagen a imagen. Por otra parte, la imagen que vemos, en cuanto
signo, no es una representación pura y simple: su autor ha proyectado en ella su
manera de ver la realidad, lo cual constituye cierta reconstrucción e
interpretación de la misma (subjetividad). Igual sucede con el sonido: la música
se define como un lenguaje de sensaciones que activa la sensibilidad, la
emoción, la vibración; en suma, la afectividad.
En este sentido, no se puede descartar de los signos audiovisuales alguna
arbitrariedad y convencionalismo, o cierta ambigüedad en su significación. Esto
no quiere decir que su analogía con la realidad sea nula o carezca de elementos
(códigos) que avalen su objetividad lingüística y comunicativa; es un lenguaje
que tiene parte de ambigüedad y parte de analogía, parte de subjetivo y parte de
objetivo. Lo cual sucede con todo lo que se presenta ante los sentidos como una
huella de lo real.
Cuando se ha llegado a identificar la cultura con el libro, no es fácil
comprender el masaje con que el lenguaje audiovisual ofrece sus
mensajes. Este articula la información mediante signos diferentes a los de
la expresión escrita, y desencadena un tipo de comunicación que no se restringe
al campo de la racionalidad, sino que engloba todas las instancias de la
personalidad humana. Por ello se hace necesario el aprendizaje de
sus códigos lingüísticos, igual que se aprende a leer y a escribir.
c) El efecto de los medios. Durante muchos años se
ha imputado, en particular a la televisión, un efecto desastroso en la
sensibilidad y en la mente, sobre todo, de niños y jóvenes. La sociología de los
medios se basa en una experimentación suficiente para comprobar que las cosas no
son así de simples; el público tiende a recibir y retener aquellas informaciones
que van en el sentido de sus creencias previas y que contribuyen más a reforzar
las opiniones existentes que a transformarlas; como mucho, pueden reforzar una
eventual tendencia al cambio cuando este se manifiesta en el conjunto de la
sociedad o cuando los conflictos entre grupos de pertenencia crean cierta
predisposición a tomar nuevas opciones.
Por otra parte, la abundancia de canales de difusión, potenciada aún más por la
llamada revolución digital, posibilitan una diversificación de mensajes
alternativos que evitan el riesgo de uniformidad comunicativa y prestan atención
al pluralismo y a las particularidades individuales. El usuario puede escoger
sus programas e, incluso, adaptarlos a sus preferencias del momento.
Las conclusiones, pues, están muy matizadas y son poco generalizables. La
televisión no parece modificar, por ejemplo, los resultados de los escolares ni
predisponerlos a la delincuencia. Puede, si se ve con exceso, producir fatiga
psíquica y desencadenar trastornos molestos. En la mayoría de los casos, su
eficacia consiste en reforzar opiniones o actitudes ya tomadas. Además,
generalmente llega al público en una situación de ocio,
de ahí que su eficacia haya que enjuiciarla desde esta perspectiva y conjugarla
con otra serie de factores concurrentes.
En todo caso, la comunicación no es el efecto necesario de la técnica para la
comunicación, ya que esta no se rige por las leyes de causa-efecto; pero sí
es su razón de ser. Sólo la comunicación puede dar validez y justificar
éticamente el uso de unos medios formidables en sí mismos, pero ambivalentes en
sus efectos e intenciones.
II. Los medios, al servicio de la comunicación
Primera convicción: La comunicación no está en los
medios sino en las personas. Propiamente hablando, nadie se comunica con un
televisor o con un ordenador. Este es una máquina que memoriza y controla
informaciones, pero no siente ni padece; es sólo un instrumento que se interpone
entre una persona o grupo que está delante y otra persona o grupo que está
detrás. La comunicación sólo es posible entre personas; los medios son sólo
medios.
Segunda convicción: El término comunicación
conjuga dos palabras: común y acción. Hablamos, pues, de una acción
común. No hay comunicación cuando actúa solamente una de las partes mientras
la otra permanece pasiva, cuando una es la que da y otra se limita a recibir,
cuando sólo uno de los interlocutores tiene derecho a la palabra. La
comunicación —acción común— requiere diálogo, respeto mutuo, libertad de
opinión, igualdad entre las partes... Comunicarse es participar y compartir.
1. EL PROCESO DE LA COMUNICACIÓN.
El siguiente esquema sintetiza los elementos que intervienen en el proceso de la
comunicación:
El emisor es
la persona que envía o transmite un mensaje, la fuente de la que brota la
comunicación; representa la respuesta a la pregunta: quién comunica. El
receptor es la persona o grupo que recibe la información o mensaje que
transmite el emisor; representa la respuesta a la pregunta: a quién se le
comunica. El mensaje es el contenido de la comunicación, lo que se
transmite o de lo que se informa, aquello que el emisor quiere decir y de hecho
dice, aunque no lo pretenda. Es la respuesta a la pregunta: qué comunica.
El código es el conjunto de signos y símbolos que se utilizan para
transmitir el mensaje. Hay códigos verbales, icónicos, sonoros, gestuales,
escritos. Comprende todo lo que se identifica con el lenguaje y responde
al cómo comunica. Para que haya comunicación es menester que el receptor
sea capaz de descodificar o descifrar los códigos que utiliza el emisor;
ambos deben poseer el mismo código, conocer y hablar el mismo lenguaje. El
canal es el medio que transporta el código o lenguaje y, con él, el mensaje;
cumple, pues, una función mediadora entre emisor y receptor. También responde a
la pregunta: cómo comunica. Hay canales fisiológicos, como la
presencia física,
la vista y el oído, y canales técnicos, como la televisión y el
ordenador. Los ruidos son todo lo que perturba, desvía o dificulta la
comunicación. Son elementos ajenos que interfieren negativamente en el proceso
de la comunicación o en alguno de sus componentes. El feedback designa el
control que el emisor ejerce sobre la información una vez recibida por el
receptor. También se denomina retroalimentación, poniendo el acento en la
relación que se establece entre emisor y receptor a partir del mensaje
transmitido. Todo receptor reacciona de alguna manera ante un mensaje; si el
emisor conoce y recibe esa reacción, podemos hablar de feedback; de lo
contrario, no. El feedback significa, pues, la relación e intercambio de
mensajes que se realiza entre emisor y receptor, por lo que de alguna manera se
alternan los papeles de ambos: el receptor es, a su vez, emisor, y el emisor es,
asimismo, receptor.
2. COMUNICACIÓN DE MASAS Y COMUNICACIÓN INTERPERSONAL. Media significa mediación, intermediario. Mass-media o medios de masas es
el conjunto de medios o instrumentos destinados a comunicar a un público
numeroso elementos de información, juicio y cultura. Groups-media, medios de
grupo o medios grupales significa lo mismo, pero con la salvedad de que se
trata de medios destinados a pequeños grupos y que, además, pueden ser manejados
por estos.
Este matiz diferenciador es muy esclarecedor para comprender el contexto de la
comunicación catequética. De hecho, sólo por aproximación se puede hablar de
comunicación en los
medios de masas; son más bien medios de
información o de difusión. En cambio, los medios de grupos tienen todas
las condiciones para desarrollar una verdadera comunicación en cuanto acción
común. Presentamos las características dé unos y otros:
Medios de masas: 1) El protagonismo de la
comunicación está en manos de un grupo de profesionales, que forman parte de una
organización ideológicamente definida y con objetivos precisos. La información
se transmite a un público numeroso y disperso. Es una comunicación ad extra.
Entre emisores y receptores hay distancia física, desconocimiento mutuo y
apenas relación personal. 2) Mensaje unidireccional, en una sola dirección: del
emisor al receptor. Este no participa: recibe la información de manera
básicamente pasiva; es consumidor de programas. 3) No hay, pues, feedback
o, a lo sumo, muy lento,
restringido e incontrolado; este se mide por los índices de audiencia, sondeos
de opinión o llamadas telefónicas. Apenas se da cabida a la valoración crítica
del mensaje por parte del receptor. 4) Proporciona un conocimiento genérico y
fragmentado de las cosas, con profusión de mensajes subliminales que el receptor
no suele percibir conscientemente. No es seguro que este sea capaz de
descodificar los códigos o lenguajes utilizados. 5) Los canales se basan en la
más alta tecnología, con programas sofisticados a los que el receptor sólo
accede de forma pasiva. Pueden estar al servicio de intereses ideológicos o
partidistas. Riesgo de manipulación y de masificación: disminuyen las
particularidades culturales en favor de
una cultura de masas. Desarrollan una conciencia planetaria y un mundo sin
fronteras.
Medios de grupos: 1) Comunicación entre dos o más
personas, en grupo o en una organización. Los protagonistas son tanto los
emisores como los receptores. La información se pone al servicio de individuos
que están unidos o conjuntados. Es una comunicación ad intra en la que
todos, aunque en distinto grado, son emisores y receptores a la vez. Hay
cercanía física y relación personal. 2) Mensaje bidireccional: de emisor a
receptor y de receptor a emisor. Todos participan activamente, lo que suscita el
interés, la conciencia crítica y la responsabilidad activa. 3) Hay feedback
inmediato, vivo, espontáneo y controlable. El diálogo suscita la valoración
crítica y el desarrollo progresivo y veraz del mensaje. Esto influye de tal
forma que puede hacer variar el sentido y contenido de la comunicación. 4)
Tendencia a expresarse abiertamente y a dilucidar lo indirecto o poco claro.
Conocimiento de la realidad más personalizado y educativo. Se asegura la
descodificación correcta del lenguaje mediante la relación y el diálogo. 5) Los
principales canales son los fisiológicos. Los tecnológicos
intervienen en la medida en que son de fácil acceso y favorecen la expresión y
el diálogo. Están al servicio del grupo y de su libertad: ejercen una función
concientizadora y refuerzan la autonomía personal y las particularidades
culturales. Suscitan la conciencia de grupo y la solidaridad con personas
concretas.
Hay características que se dan en un sitio y no en otro o, al menos, no
se dan en todos de la misma manera. Una de ellas, quizá la más significativa,
afecta al feedback. Este es uno de los criterios que determinan el grado
de comunicación que existe e, incluso, su validez; es como el termómetro de la
comunicación, ya que hace que los sujetos de la misma puedan asumir la palabra,
establecer relaciones mutuas, desarrollar su conciencia de pertenencia a un
grupo y valorar el carácter de su interacción en función de la finalidad que les
ha unido o reunido.
También es clave lo que se refiere al qué se comunica. Hay gran
diferencia entre comunicar lo que se sabe y comunicar lo que se vive.
La forma en que se implican las personas no es igual en cada caso. Por eso
se habla de distintos niveles de comunicación.
3. NIVELES DE RELACIÓN EN UN GRUPO. El diálogo es, quizá, el elemento más significativo mediante el cual se
desarrollan las relaciones humanas y, en nuestro caso, la catequesis. El
lenguaje de ese diálogo revela el tipo de relación que existe y, por tanto, el
tipo de catequesis. Se pueden distinguir tres niveles: 1) La palabrería.
Es la forma más superficial de diálogo. Consiste en hablar de cualquier cosa,
sabiendo o no, sin que nadie se implique en lo que se dice. Sucede en la
catequesis cuando faltan unos objetivos precisos o el grupo no los acepta ni se
implica en ellos; los catequizandos se contentan con charlar e intercambiar
opiniones que, aun de signo religioso, no les conducen a ninguna parte. 2) La
información. El diálogo tiene un contenido preciso, pero los interlocutores
siguen sin implicarse en lo que dicen. Hay una información
de base que proporciona los elementos necesarios para investigar, analizar,
contrastar y llegar a conclusiones claras y objetivas; pero si el grupo se queda
ahí, sin implicarse ni comprometerse, no traspasará el ámbito de la cultura
religiosa, aunque esta sea de calidad y suponga una aportación valiosa para la
formación de los catequizandos. 3) La comunicación. El diálogo alcanza
toda su intensidad cuando no se trata sólo de decir algo, sino de decirse a sí
mismos. En este caso, los miembros del grupo expresan la resonancia que tiene en
ellos la cuestión planteada; esto requiere confianza recíproca para exponer lo
que cada uno lleva dentro de sí y para esperar que los otros hagan lo mismo. El
intercambio grupal no es un simple eco de lo que se piensa, se sabe o se dice,
sino de lo que cada uno siente, busca y vive. Hay comunicación cuando cada cual
expresa su implicación personal en aquello que dice, cuando su expresión es una
verdadera y sincera confesión de sí mismo. En esta fase la catequesis
alcanza su sentido pleno como lugar en el que el grupo
confiesa su fe.
La plena comunicación requiere, pues, la implicación personal de los que
participan y un grado de relación cercano al de la experiencia comunitaria.
Jakobson, célebre lingüista, afirmaba: «Quien comunica el mensaje de otro, no
comunica; para que haya comunicación debe ser un mensaje que traduzca la
implicación personal en aquello que se dice, que revele algo de uno mismo».
4. LA COMUNICACIÓN AFECTA A TODAS LAS FACETAS DE
LA PERSONALIDAD. Los
estudios psicofisiológicos realizados
sobre el cerebro humano determinan la presencia en el mismo de dos hemisferios,
el izquierdo y el derecho, con funciones netamente diferenciadas e
independientes, a la vez que relacionadas y complementarias.
El hemisferio cerebral izquierdo desarrolla funciones ligadas a la abstracción y
al lenguaje hablado o escrito; representa el pensamiento conceptual y analítico,
lo intelectual, lo matemático, la lógica formal; en suma, todo lo que es
vehiculado por una comunicación verbal o escrita.
El hemisferio cerebral derecho desarrolla funciones ligadas a lo concreto y al
lenguaje simbólico y artístico; representa el pensamiento global y sintético, lo
sensible y emocional, lo creativo y experiencial, lo intuitivo e imaginario; en
suma, todo lo que es vehiculado por una comunicación audiovisual.
Nuestros sistemas de comunicación han privilegiado comúnmente las funciones
propias del hemisferio izquierdo. No se trata ahora de ir al extremo contrario,
sino de sopesar y equilibrar la balanza entre ambos hemisferios, de forma que la
comunicación, y con ella la catequesis, sea integral y asuma todas las facetas
que configuran la personalidad humana.
El lenguaje audiovisual se inscribe en la categoría de comunicación no verbal y,
por tanto, desempeña las funciones propias del hemisferio cerebral izquierdo. La
riqueza de recursos que confluyen en el audiovisual hacen de él un lenguaje
simbólico por excelencia. El símbolo no está reñido con lo real ni es
sinónimo de misterioso; al contrario, es tal en la medida en que sitúa ante una
realidad evocadora, sugerente y portadora de
sentido. Su función es conducir la sensibilidad y la mente hacia más allá de la
realidad representada. Y esto hace el lenguaje audiovisual. Este expresa lo
concreto, lo real, lo experiencial, y suscita la sensibilidad y la afectividad.
Pero no se queda ahí, a menos que se le impida, ya que el impacto recibido actúa
como resorte que impulsa al individuo a analizar sus efectos, a descubrir sus
causas y a objetivar la información recibida.
De esta manera, y aunque lo uno sea previo a lo otro, el hombre entero se ve
envuelto en un proceso comunicativo total, que no sólo activa su sensibilidad,
sino también su mente, a fin de conducirse hacia más allá de la realidad
expresada y valorar con objetividad su percepción de la misma. Esto es lo que se
entiende por lenguaje total, un lenguaje que despierta el subconsciente y
suscita la subjetividad; pero no para que el individuo se quede ahí, sino para
que, consciente de ella, se sienta motivado a analizarla, a contrastarla, a
controlar sus efectos y, en definitiva, a objetivarla y a tomar opciones
personales.
Este proceso comunicativo es una de las aportaciones más valiosas del lenguaje
audiovisual a la catequesis. No sólo porque asume las diferentes formas de
expresión que tenemos a nuestra disposición, sino porque activa todas las fibras
de la personalidad humana, tanto las emotivas como las racionales.
III. La comunicación en la experiencia cristiana
Para un cristiano, la comunicación no es un simple movimiento psicológico
inherente a la naturaleza humana. Es algo más. Es una categoría fundamental de
la revelación cristiana.
1. LA RAÍZ DE LA COMUNICACIÓN. La
revelación es, en sí misma, un acto de comunicación. Dios revela a los hombres
su esencia misma, su amor trinitario, cuya comunicación es tan profunda y de tan
alto grado que nos resulta un misterio comprenderlo. El misterio de Dios es la
revelación de la mayor relación armónica que pueda existir, por así decir, entre
emisores y receptores: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Perfecta comunicación de
amor entre Personas fundida en una sola naturaleza.
Esta comunicación intradivina se da al exterior y alcanza su momento culminante
cuando «la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14) e «imagen del Dios invisible» (Col
1,15). La Palabra, sin dejar de serlo, se hace Imagen, y esta hace visible la
Palabra. Es el más perfecto audiovisual que jamás mente humana hubiera podido
imaginar: Dios se hace audiovisual para comunicarse con el hombre y para
que este pueda comunicarse con él.
El misterio de la encarnación revela, pues, el más alto grado de comunicación
que pueda darse en la historia. Por una parte, desborda los límites del espacio
y del tiempo impuestos a la condición humana; por otra, se adapta al lenguaje
que los hombres podemos entender y a los medios con que nos comunicamos. Desde
ese momento, por iniciativa de Dios, el ser humano tiene vía libre para acceder
al misterio insondable de Dios y a su acción salvadora. Sólo necesita tener
«ojos para ver y oídos para oír».
También el hombre, en cuanto imagen y templo vivo de Dios (Gén 1,27; 2Cor 6,14), es un
ser-para-la-comunicación. A ello le impulsa el Espíritu en una triple
vertiente: comunicación con Dios, con la humanidad entera, con los creyentes.
Esta comunicación se fundamenta y encuentra su sentido en la comunicación divina
y, por ello, «depende de una Instancia distinta que lo colorea todo y constituye
un a priori fundamental, que se encuentra en la base de todo... Es de
Dios de quien el cristiano recibe un cierto don de comunicar que es, a la vez,
una revelación y un impulso originario»4.
Este impulso a comunicar es el punto de partida de la acción evangelizadora. El
cristiano, movido por el espíritu de Dios, se siente impulsado a abrirse a los
demás para respetarlos, ayudarlos, amarlos y compartir con ellos sus inquietudes
y su vida por el camino del diálogo, de la solidaridad y de la verdad. Ser
testigos de Jesús sólo es posible mediante el don de la comunicación, un don que
lleva a comunicar no la fe —porque esta es gracia y, por tanto, don de Dios—
pero sí la propia experiencia de fe (de la fe eclesial) con la palabra, el
testimonio de vida y el compromiso comunitario.
2. EL CAMINO DE LA COMUNICACIÓN
ECLESIAL. Pablo VI lo expresaba en estos términos: «En cada nueva etapa de la
historia, la Iglesia, impulsada por el deseo de evangelizar, no tiene más que
una preocupación: ¿A quién enviar para anunciar el misterio de Jesús? ¿En qué
lenguaje anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos
aquellos que lo deben escuchar?» (EN 22).
a) La experiencia primitiva.
Jesús,
«el primero y más grande evangelizador» (EN 7), anunció la buena nueva de la
salvación con toda su persona: con sus palabras, con sus signos y con sus
propias opciones. Jesús no habló de comunicación, pero comunicó y, sobre todo,
se comunicó a sí mismo. Transmitió lo que había recibido del Padre, compartió
con sus discípulos su intimidad más profunda y culminó su misión salvadora
mediante un acto sublime de comunicación: la entrega de la propia vida. Esta
entrega la inmortalizó en la eucaristía y la donación del Espíritu.
Jesús no dejó nada escrito. Predicó, pidió a los suyos que hicieran lo mismo y
les otorgó el don, que se hizo mandato, de la comunicación: «Id por todo el
mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Los discípulos,
movidos y guiados por el Espíritu del Señor, anunciaron sin descanso la buena
noticia de Jesús.
Entre los primeros discípulos, igual que en Jesús, la comunicación transciende
las palabras para hacerse experiencia de vida, compromiso misionero y donación
de sí mismo. Palabra, testimonio y comunidad no son vías independientes entre sí
ni circulan en paralelo; son vertientes que se apoyan mutuamente y se funden en
una única realidad: el amor. «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn
13,34). Tal es la clave de la verdadera y auténtica comunicación. Esta hunde sus
raíces en el amor. Por ello, los primeros cristianos, perseverando en las
enseñanzas de los apóstoles y en la fracción del pan (He 2,42), extendieron el
reino de Dios y convivieron como hermanos; había comunicación de bienes, unidad,
solidaridad, diálogo y paz, signos todos ellos de la
más plena y auténtica comunicación ad intra y ad
extra.
La misma redacción de los evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento es
una muestra peculiar y significativa de un sistema de comunicación que integra
la palabra viva, el testimonio apostólico y la experiencia comunitaria. Estas
tres vías son el lenguaje que hace visible y audible el mensaje y, por
tanto, comunicable.
b) A lo largo de la historia. Durante muchos siglos, y antes de que
Gutenberg inventara la imprenta, el modo más natural de comunicación estaba
constituido por el lenguaje oral y por la imagen. Desde los alfabetos
ideográficos, pasando por la pintura, la vidriera, la escultura y la
arquitectura, la imagen fue uno de los principales vehículos de comunicación y
de cultura. Baste recordar, por ejemplo, los símbolos icónicos utilizados en las
catequesis primitivas, las grandes catedrales medievales con su ordenación,
imágenes pintadas o esculpidas, juegos de luz y de sonido, o las mismas
representaciones populares de escenas evangélicas. Todo esto es un lenguaje que
recuerda las principales afirmaciones de la fe, evoca la naturaleza y suscita la
oración y la contemplación; en una palabra, sitúa al pueblo ante la experiencia
de lo trascendente.
Con la invención de la imprenta, la letra impresa empezó a destacar como medio
privilegiado de comunicación. El libro se impuso poco a poco como el más idóneo
y genuino sistema portador de cultura. No era un obstáculo que el pueblo no
supiera leer; siempre habría alguien que pudiera leérselo. No obstante, saber
leer llegó a ser necesario para acceder a la cultura, hasta el punto de que ser
analfabeto suponía marginación y pobreza. Aún hoy consideramos una lacra social la existencia
de analfabetos. Lo cual es una muestra de la importancia de un sistema de
comunicación, como el libro y otros medios impresos, que ha llegado a imponerse
como un símbolo de progreso y de cultura.
Esta situación no fue ajena a la Iglesia ni a sus sistemas de comunicación.
Baste recordar, a título de ejemplo, los catecismos de Astete y de Ripalda, que
durante más de tres siglos han configurado un estilo de catequesis y alimentado
la fe de los católicos de habla hispana.
Estas breves pinceladas manifiestan la importancia que han desempeñado los
medios de comunicación en la tarea catequizadora de la Iglesia. Hoy, igual que
ayer, la Iglesia se encuentra ante un reto evangelizador que afecta de lleno a
sus sistemas de comunicación. La transformación que se ha operado en nuestra
sociedad, de la mano de las nuevas tecnologías, impone la necesidad de encontrar
nuevos cauces de evangelización, adaptados al momento histórico y social, a fin
de conseguir superar la ruptura entre evangelio y cultura, calificada por Pablo
VI como «el drama de nuestro tiempo» (EN 20). «El hecho de que vivimos en una
civilización de la imagen debería impulsarnos a utilizar, en la transmisión del
mensaje evangélico, los medios modernos puestos a disposición por esta
civilización» (EN 42).
IV. Algunas claves para la tarea catequética
La función de todo medio es estar al servicio de..., en nuestro caso, de
la
comunicación
catequética. Lo cual requiere, por una parte, adoptar los mecanismos que
configuran la comunicación grupal ya señalados y, por otra, adaptar el
mensaje de Jesús a los modos de comprender y expresarse que imperan en la
sociedad actual. En palabras de Juan Pablo II, la juventud «emplea un lenguaje
al que es preciso saber traducir con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo,
el mensaje de Jesucristo» (CT 40).
1. RECUPERAR LA
AUDIOVISUALIDAD DEL MENSAJE CRISTIANO. Jesús es el
más perfecto audiovisual de Dios. Esta Palabra-Imagen de Dios que es Jesús sólo
es comparable con las palabras-imágenes humanas de una manera analógica. Jesús
no es sólo una representación o expresión de la realidad de Dios; es el
lenguaje de Dios por excelencia y, en este sentido, el vehículo que comunica
el mensaje de Dios, un mensaje que era desde el principio y que ahora se
manifiesta, es decir, se hace audible y visible. «Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo
que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de
la vida... os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros» (1 Jn 1,1-3).
Ahora bien, Jesús no es sólo el lenguaje de Dios, sino también el
mensajero en quien Dios se comunica. El mensaje se identifica con el
mensajero: Dios no sólo está en Jesús, sino que Jesús es el
Hijo de Dios encarnado; no sólo es el audiovisual de Dios sino Dios
mismo hecho audiovisual, el primer y más perfecto audiovisual que hace
visible al Dios invisible.
Este audiovisual no puede menos de ser el lenguaje original y fundante de
los diversos lenguajes eclesiales. ¿Cómo no recuperar esta audiovisualidad del
mensaje cristiano en la catequesis? Jesús ya no está físicamente entre nosotros;
pero está presente y se hace audiovisual en la vida y en la experiencia
de la comunidad cristiana que, como Jesús, anuncia con su palabra, con su
testimonio y con su compromiso «lo que hemos visto y oído»; comunidad que,
depositaria de la salvación de Jesús, es ahora, y como él, el audiovisual de
Dios en el mundo actual.
Sobre esta base se asienta el valor de los medios en la catequesis. El lenguaje
audiovisual en el que se expresan esos medios hunde sus raíces en la misma
pedagogía de Dios, una pedagogía de signos, el más excelente de los
cuales es «la Palabra hecha carne». ¿Cómo hacer hoy visible y audible esa
Palabra? La primera condición se encuentra en esa audiovisualidad básica y
original de la comunidad eclesial, fundamental para que el mensaje que proclama
no suene como «una campana que toca o unos platillos que aturden» (1Cor 13,1).
La segunda condición, consecuencia de la anterior, pasa por la renovación de los
llamados lenguajes eclesiales. Estos forman parte del patrimonio eclesial y son
ingredientes necesarios de todo proceso catequético.
Ahora bien, ¿cómo hacer hablar hoy de forma significativa el lenguaje de una
tradición? Esta tarea de adaptar, reformular o traducir los lenguajes eclesiales
encuentra en los medios audiovisuales una de sus posibilidades más genuinas y
eficaces.
a) La audiovisualidad de la Biblia.
Sus formas expresivas (la narración, el relato, el himno, la acción de gracias,
la aclamación, el acontecimiento, la experiencia de fe) son netamente
audiovisuales. La Biblia se expresa en un lenguaje básicamente narrativo que
muestra y evoca la realidad de un encuentro, la acción que salva, la experiencia
que subyace, el acontecimiento que se celebra, la situación que compromete y el
compromiso al que conduce. Su lenguaje se sitúa en un horizonte de evocación; lo
importante no es el vocablo en sí, en su sentido fonético, sino su condición de
palabra que evoca un pasado que se vive en el presente y proyecta hacia el
futuro. Por eso el lenguaje bíblico es un fiel aliado del lenguaje audiovisual.
b) El valor simbólico de la liturgia.
La liturgia está plagada de elementos cuyo valor expresivo
(sensible, emocional, corporal, imaginativo, icónico y sonoro) es patente. La
lógica de la liturgia y la del audiovisual son coincidentes. Es la lógica del
simbolismo, de ese conjunto de elementos sensibles y visibles en el cual los
creyentes, siguiendo el dinamismo analógico de las imágenes (tales como el
pan, el fuego, el agua, el aceite), captan significados que trascienden las
realidades materiales. Estos significados no son meros objetos de pensamiento;
el símbolo es acción, emoción, experiencia que impulsa a una transformación o,
en otras palabras, a hacer vivir de otro modo. Más que en el plano del
conocimiento, la liturgia nos sitúa en el plano de la emoción, de la analogía
y de la experiencia.
c) El credo, expresión de la acción salvadora de Dios en la
historia, nos sitúa en una doble
perspectiva: una perspectiva vivencial de proclamación o
confesión de la fe, y otra, más racional, que se refiere a la
inteligencia de la fe o a la forma como la Iglesia sistematiza y formula
los contenidos de la misma.
En principio no podemos pedirle al audiovisual que
se haga portavoz de las formulaciones de la fe en lo que tienen de expresión
abstracta y conceptual. Sería pedirle lo que no puede dar como expresión
lingüística; no es el lenguaje idóneo para transmitir conceptos. Esto no
significa que lo audiovisual tenga que ir por un lado y lo conceptual por
otro, como si se tratara de vías paralelas; habremos de hablar, más bien, de
vías convergentes respetando las funciones propias de cada lenguaje. No
obstante, «el símbolo apostólico no presenta verdades abstractas, sino las
obras más importantes que Dios ha realizado en favor de los hombres»
(Catequesis de adultos. Orientaciones pastorales 137); lo cual remite,
como criterio, a la audiovisualidad de la Biblia y de la experiencia eclesial.
d) El lenguaje de la experiencia.
La palabra de Dios se cumple, implica a la
persona, penetra en su interior y la transforma en todo su ser. Es
precisamente en la experiencia humana donde tiene lugar la integración de la
palabra en la acción y de la acción en la palabra. Por eso, por fidelidad a la
palabra de Dios y a la persona humana, es importante la experiencia (personal,
grupal, comunitaria, eclesial) como lenguaje esencial de la comunicación
catequética.
Por otra parte, la experiencia constituye el
contenido fundamental del lenguaje de los medios. El carácter emotivo y
vivencial de estos activa todos los resquicios de la persona humana, tanto los que hemos atribuido al hemisferio cerebral derecho como los que
hemos atribuido al izquierdo. Por ello, el medio audiovisual instaura un camino
inductivo que impulsa a la persona a crecer desde dentro, desde su propia
interioridad, y a descubrir el mensaje cristiano en relación con sus propias
experiencias y en el diálogo grupal.
Por eso, por este carácter experiencia) de los medios, estos actúan como
núcleo generador del proceso catequético y como lenguaje que aglutina a
todos los lenguajes. De ahí el valor del testimonio (EN 21), un valor inherente
a la Iglesia, cuya clave reside en el amor, más visible y veraz que las
palabras. No hay nada tan sincero y profundamente comunicativo como el amor. La
Iglesia aparece ante el mundo como el audiovisual de Dios en la medida en
que transparenta el amor mismo de Dios. Lo cual afecta, ¡y de qué manera!, al
catequista. Este es el primero que, a los ojos de los catequizandos, encarna la
experiencia del amor y el mejor lenguaje; en sus obras, en su manera de ser y de
vivir pone a prueba la autenticidad del mensaje que proclama; un mensaje que no
le pertenece, porque viene de Dios, pero que se expresa y se manifiesta en su
testimonio personal y comunitario.
Esta prioridad del lenguaje experiencial y testimonial lleva a subrayar que,
aunque todos los lenguajes eclesiales pueden tener un lugar propio en la
expresión audiovisual, no todos lo tienen de la misma manera ni con la misma
propiedad. En otras palabras, todo mensaje requiere un lenguaje, pero no todo
lenguaje es capaz de transmitir el mismo mensaje. De ahí
que la catequesis
requiera el concurso de los diferentes lenguajes y medios, a fin de conseguir
una acción integradora. De hecho, un único medio o un único lenguaje, por
sublime que sea, es incapaz de desarrollar por sí solo todo lo que requiere la
comunicación catequética, igual que es incapaz de expresar todo lo que
constituye la comunicación humana. Por tanto, lejos de establecer disyuntivas
entre los lenguajes y los medios, de situar a unos por encima o en contra de
otros, de separar o sustituir, la cuestión está en sumar, unir y conseguir la
complementariedad de los mismos.
2. LA OPCIÓN POR
LOS MEDIOS GRUPALES. La validez
pastoral de un medio depende del grado de comunicación que favorezca. Un grupo
humano se mantiene y se desarrolla en la medida en que existen relaciones
profundas entre sus miembros. ¿Cómo hablar de comunicación (acción común, común
unión) sin que los implicados en ella (emisores y receptores) lleguen a
percibirse y sentirse mutuamente como personas que tienen algo que decir y
necesitan compartir sus experiencias concretas únicas y originales? El ser
humano no sólo necesita escuchar; también ser escuchado.
Los medios grupales ofrecen esta posibilidad, ya que integran los
sistemas actuales de comunicación en dos perspectivas: una de tipo
complementario, que consiste en poner al servicio de los grupos informaciones,
mensajes o programas que circulan en los medios de masas; otra de tipo creativo,
que consiste en la posibilidad de que los grupos accedan activamente, de manera
sencilla, al lenguaje de los medios y puedan expresarse en ellos.
La Iglesia debe abarcar todos los campos que le permita la tecnología actual
para desarrollar su acción evangelizadora, incluidos los medios de masas. Sin
embargo, es en la comunicación grupal donde verdaderamente se desarrolla la
catequesis. Primero, porque esta no pretende la conversión de las masas, sino la
maduración de la fe de los creyentes; segundo, porque es en el seno de los
pequeños grupos, en la relación dialogal, donde se garantiza una comunicación
veraz y auténtica; tercero, porque la fe se vive, se expresa y se celebra en el
ámbito comunitario. Se podrían añadir más razones. Permítase esta última: porque
también los pobres tienen derecho a acceder, de forma sencilla, a las nuevas
tecnologías y beneficiarse de sus ventajas comunicativas.
Recordemos que la comunicación —y la catequesis— no está en los medios, sino en
las personas. El lenguaje de los medios, en manos de un grupo, le dan a este
todo el protagonismo para pertrecharse de defensas críticas frente al lenguaje
camuflado y totalitario que a veces aparece en los mismos medios y, sobre todo,
para suscitar la comunicación interpersonal, ayudar a la búsqueda, estimular la
interiorización, situar ante la propia experiencia de vida y de fe. El medio, en
suma, más que hablar por sí mismo, hace que el grupo hable, reflexione e
investigue. Es la forma de que el medio esté al servicio de la comunicación.
Conclusión: El lenguaje de los pobres
Jesús, el
audiovisual de Dios, sigue acampando entre nosotros. Su lenguaje es el de los pobres, sus preferidos. Estos no hablan con la fuerza de sus
palabras; no hablan desde la altura de la ciencia ni en los estrados de la
televisión, sino desde la debilidad que emerge de la pobreza. Su palabra es de
tú a tú, directa, concisa, interpeladora. No es dominadora ni orgullosa. Es
confiada, humilde, esperanzada. Si hay grito, es contra su injusticia; si hay
dolor y amargura, es para solicitar misericordia. Si hay rebeldía, es para
exigir justicia.
Jesús nos habla en el lenguaje de los pobres. Tal es el lenguaje propio del
cristiano en su comunicación con Dios, la cual impregna —o ha de impregnar—
todas las comunicaciones humanas. Estas, en sus actitudes y en sus palabras, en
sus medios y en sus objetivos, son portadoras, por así decir, del lenguaje
humano de Dios, un lenguaje que sólo manifiesta su fuerza y su poder en la
debilidad. Porque ni siquiera el lenguaje nos pertenece. Como el profeta
Jeremías, el creyente reconoce que no sabe hablar y que ese vacío lo llena el
único que lo puede llenar: «Yo pongo mis palabras en tu boca» (Jer 1,4-10). Y
son palabras que emergen, cual surtidor, del corazón de quien ama la verdad, se
deja penetrar por ella y, en consecuencia, se siente impulsado a hacer
audible y visible la acción y la palabra de Jesús que vive en medio de
nosotros.
En palabras de E. Babin, «si hemos nacido de Dios, siempre habrá en nuestro
interior una voz que nos diga: ¿estás seguro de comunicar como los pobres?
Cuando hablas en la televisión o en el púlpito, desde el olimpo de tu ciencia,
¿hablas como un rico o hablas como un pobre? ¿Hablas dominando o
recibiendo? ¿Buscas tu ideal de comunicación en los altos ejecutivos o en los
niños? ¿Haces que en tu trabajo y en tu casa reine el lenguaje del corazón o el
de la razón? Cuando hablas de Dios, ¿qué es lo que comunicas: tus ideas sobre él
o tu contacto personal con él?»5.
NOTAS: 1. H. WALLON, De lacte á la pensée.
París 1942. – 2 Jornadas sobre juventud y modelos culturales.
Conclusiones, Madrid 1981. – 3. P. BABIN, Nuevos modos de comprender,
SM, Madrid 1986, 32. – 4. ID, La era de la comunicación, Sal Terrae,
Santander 1990, 40. – 5. Ib, 88.
BIBL.: AA.VV., Comunicaciones, fe y cultura,
SM, Madrid 1984; AA.VV., Introducción a los medios de comunicación,
SM, Madrid 1990; AA.VV., Catequistas en la comunidad, SM, Madrid 1987;
ARANGUREN J. L., La comunicación humana, Guadarrama, Madrid 1975; BABIN
P., La era de la comunicación. Para un nuevo modo de evangelizar, Sal
Terrae, Santander 1990; Langage et culture des médias, Universitaires,
París 1991; BABIN P.-KOULOUMDIAN M. F., Nuevos modos de comprender, SM,
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catequesis, Actualidad catequética 91 (1979) 11-22; DAVARA F. J.
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comunicación, San Pablo, Madrid 1990; DAVIS F., La comunicación no
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Los medios audiovisuales en la catequesis,
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El lenguaje audiovisual en la catequesis. Búsqueda de una criteriología
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en España, Actualidad catequética 91 (1979) 23-49; Claves y modelos del
procedimiento audiovisual en la catequesis, Sal Terrae 70 (1982) 353-365;
El procedimiento audiovisual, Religión y Escuela 77 (1992) 25-28; FERNÁNDEZ-ARDANAZ
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GINEL A., Acentuaciones y límites de la
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20 (1979) 401-420; GONZÁLEZ CORDERO D., Lenguaje
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audiovisual en la formación de los catequistas, Actualidad catequética 147
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los hombres de hoy y a la «traditio», Actualidad catequética 149 (1991)
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lenguaje. Fe cristiana y sociedad moderna
I, SM, Madrid 1985; ZECCHETTO V., Educación, catequesis,
audiovisuales, San Pablo, Bogotá 1976.
Maximiano Escalera
Fernández
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