Comunicación,
desde el punto de vista lingüístico, proviene de la palabra comunicar y
común, y significa «acción o efecto de comunicar». Viene esta voz a su vez
del latín communicare, «compartir, tener comunicaciones con alguien, o
compartir algo o compartirse con alguien». La misma origina comulgar más
popular, y con sentido especializado en sus evoluciones más vivas y recientes,
bien que sin olvidar el primero. La raíz latina communis, communico, communia
(com-munia), conlleva la aceptación de elementos, cosas o bienes compartidos
por una agrupación comunal cualquiera, o la sociedad o ->comunidad misma. Aquí
se recurrirá más a la acepción de comunicación en el sentido de acción,
efecto, ejercicio, y posibilidad de transmitir, compartir y recibir ser y
realidad personal y comunitaria. Las demás acepciones posibles de
comunicación son incorporadas y tenidas en cuenta tácitamente, sin negarlas
ni excluirlas, aprovechándose discrecionalmente de ellas para intensificar otros
sentidos.
I. EVOLUCIÓN
HISTÓRICA DEL CONCEPTO. S. Kierkegaard, el primer abanderado moderno de la
primacía de la persona como algo peculiar, es el que pone el énfasis, en sentido
actual, en la exclusividad personal: no hay una apuesta posible por una
comunicación eficiente. Kierkegaard parece que quiere un acceso directo a la
divinidad (el coloquio eterno que se realiza en un instante). El rico
mundo del otro, con todas sus posibilidades de realización, se le escapa. La
grandeza humana (sobrehumana) no la encuentra en el estadio estético, ni en el
ético, sino en el religioso. La comunicación con los otros, sus iguales, de la
que no participa, le hubiera parecido un acto de claudicación. A fuerza de
enfatizar en la indeterminación de la persona, en su irreductibilidad, en la
equivalencia de libertad y existencia personal, no se considere que nadie
colabore con él en su propia construcción. Era una interioridad que quería ser
exageradamente divina y, aun sin el atajo de la mística, bloqueada de soledad
titánica, acompañada de temor, temblor, angustia y pecado. Para Gabriel Marcel,
el modo auténtico de vida humana es la comunicación, es la posibilidad suprema.
Desde mi aquí y mi ahora, con sus determinaciones y sus relaciones, que me dan
mi
yo soy, el núcleo de referencia subjetiva de la existencia, se sigue
avanzando en una escala de participación hacia la comunicación. Esta
participación comunitaria se realiza siempre con otros. Participar es sentir la
comunidad, comunicarse es conocer, y ser es la comunión en este orden
progresivo, abierto y autoalimentado. Sentir ya es recibir mensajes
participativos de otros que se sienten desde su ser abierto. Recibir esta
noticia no es actitud pasiva, y hace posible la contemplación, el re-conocer el
->encuentro desbordante de la interioridad. Sintiendo y reconociendo se puede
ser más, abrirse a la comunión por el amor y el misterio. Si el otro oye mis
palabras, pero no me oye a mí mismo, no hay comunicación: yo soy un extraño. Si
al otro lo siento presente, me renueva interiormente, es una presencia
reveladora de ->ser, y el ser es creación abierta, misteriosa. Hay que estar
asentado en la esperanza y abierto al misterio. Una aureola de misterio custodia
lo esencial. Entrar en él es la salvación. La comunicación se produce por una
constante participación en el sentido de tomar parte y dar parte del ser,
siempre abierta, siempre posible, siempre sin completar, siempre sin saberse del
todo, pues tiene como límite la verdad innegable del ->misterio, en la que la
persona se encuentra siempre empeñada desde la inmediatez de la existencia.
La comunicación
forma, con el yo mismo y mi historia, uno de los tres componentes
de la existencia. Si la existencia tiene una posibilidad empírica de ser (yo soy
igual que cualquier hombre), y una posibilidad libre, autogestionada, de ser (yo
soy ,persona), la comunicación es también empírica y existencial. La
comunicación empírica no es aún comprometida, en ella no me arriesgo a ser ni a
la libertad, produce insatisfacción y me abre a la existencia auténtica y a la
comunicación existencial auténtica. La comunicación existencial ocurre entre dos
iguales ->sí mismos, comprometidos, que no son sustituibles por nadie:
cada uno crea mutuamente al otro. Hay comunicación existencial si yo,
libremente, soy yo mismo, cuando el otro es y quiere ser él mismo.
Es llegar a sí mismo con el otro. Es un riesgo trascendente, que me vincula al
otro en el ser, me amplía los límites del ser. No hay comunicación auténtica sin
exposición, sin situación comunicativa y sin posibilidad de fracaso. Buscando
más ser (ser más), más existencia, más comunicación en el límite de la
trascendencia, Dios es el logro más auténtico, mi personalidad más alta.
El Dasein,
el existente no supera en M. Heidegger su realidad egoísta y cerrada, si bien es
muy consciente de la presencia acompañante de los otros. La existencia
auténtica, solipsista y aniquiladora, no incluye la comunicación, pero sirve
para reflexionar y entender el ser en sí mismo. Los inauténticos, los
impersonales, los del se (se sabe, se dice, se conoce), tal vez vivan en
una incierta aparente comunicación, pero no entienden del ser. No puede haber
comunicación en el límite de la nada. El empeño que ponen en la apertura a la
muerte como posibilidad suprema en la autenticidad, hacen inviable o difícil que
el estar-con-los-otros sea un modo de comunicación con ellos, y no pasa
de ser una preocupación: ayudar, defender, alimentar... El hombre de existencia
autentica es el hombre sin comunicación con los otros hombres. En las formas,
alternativas y complementarias a la vez, de sadismo y masoquismo, de J. P.
Sartre, el ser-para-otro o se apropia del otro (y lo convierte en
ser-para-sí: sadismo), o se convierte a sí mismo en ser-para-sí para
el otro (haciéndose objeto de posesión para el masoquista: masoquismo). El
sádico dice: «Te quiero objeto para mí»; y el masoquista dice: «Yo quiero ser
objeto para ti, como tú quieres». No hay comunicación, si los dos a la vez no
siguen siendo sujeto en el encuentro: la mirada cosifica al otro. En Sartre
estaríamos ante una comunicación reduccionista, unilateral, igual que en
Heidegger nos encontrábamos ante una comunicación ensimismante y angustiosa. La
indiferencia hacia el ->prójimo consiste en mirar la mirada ajena y construir mi
subjetividad sobre el derrumbe de la ajena. La mirada inmoviliza al otro, que es
el infierno. El otro en Sartre acrece mi solipsismo, y cuando se desea al otro
es para reducirlo a objeto personal o que él me anonade. El camino de ida y
vuelta al pleno acceso del otro no es posible, la comunicación no se cumple. La
comunicación entre personas en M. Scheler puede darse como comunidad psíquica y
vivencial en que se percibe al otro; o como relación entre sujetos que se
observan y razonan por analogía; y como vinculación interpersonal a la que
corresponde la comprensión mutua. Esta vinculación interpersonal va desde la
fusión afectiva, corporal, al amor espiritual, pasando por el sentimiento común,
la simpatía que compadece y la filantropía que ama. En M. Buber lo más destacado
es la importancia suprema, constitutiva, que da al diálogo comunicativo entre
interlocutores, vueltos mutuamente el uno hacia el otro, expresándose sin
reservas y libres de toda voluntad de aparentar o parecer. La palabra segregada
por este encuentro del yo y el tú es sustancial, nace de una hondura esencial y
se abre a la presencia, al conocimiento y a Dios. Para F. Ebner y D. von
Hildebrand la comunicación es un salir de la soledad del yo hacia el tú por la
palabra, por el mero contacto, que permite percibir existencias mutuas; por la
unión de quienes buscan una convivencia y un conocimiento reales; y por la
unificación propia del verdadero amor en que desaparece la resistencia mecánica
del yo-tú para entrar en el nosotros. La comunicación sólo es
posible, según E. Mounier, desde la presencia disponible del yo hacia el otro y
con el otro. La comunicación es la caridad ontológica; don de sí, es la
experiencia fundamental de la persona, la cual no se anula, sino que se
enriquece en ser, se crea en ella. Es el primer hecho personal y única realidad
auténticamente comunicable. En la comunicación me realizo y me doy como persona,
creo y me crean, crezco y crece la comunidad, pues la persona sólo existe
proyectada hacia otra y recibiendo la proyección de esta. La comunicación
permite la salida de uno mismo y la experiencia del otro como persona. El límite
creciente de la comunicación es la comunión total de las personas realizadas en
el amor: amo, luego el ser es, y la vida mía se extiende y crece y vale la pena
de ser vivida. Es una explosión de sí, para asumir al otro en su destino, y es
comprender y ser comunitario.
II. REFLEXIÓN
SISTEMÁTICA. 1. La comunicación como dificultad o
imposibilidad. En Heidegger y Sartre la comunicación es una imposibilidad
absoluta, porque ninguno de ellos ve en el otro con el que yo trato a la persona
que, en condiciones de igualdad entre sujetos, me completa, me corresponde, me
crea. El otro es de una condición diferente, es objeto inaccesible en cuanto
tal, o simplemente está ahí como yo. No hay con él un diálogo entre iguales,
creador, comunitario. Estos autores representan la comunicación como
imposibilidad. Tampoco es comunicativa toda relación humana. La indiferencia
invalida toda comunicación, y el amor es a veces sólo necesidad de ser amado.
Hay también sucedáneos de la comunicación: la charla pseudocomunitaria, la
necesidad de ser visto, conocido, y los aconteceres que provocan. Todo egoísmo,
todo esbozo comunicativo, balbuciente ensayo, puede ser el principio del fracaso
de la comunicación.
2. La
comunicación como posibilidad. En K. Jaspers la comunicación es limitada,
imprevista, arriesgada, liberadora, posible. Se da sólo desde la conciencia
existencial, no meramente empírica. Es la gran posibilidad que pone al otro ahí,
enfrente de mí, como espejo, en una situación límite, de igual a igual conmigo.
Jaspers entiende que ahí se nos abre la puerta de la comunicación como
posibilidad. La comunicación se realiza con el mundo material, de la persona a
la materia, con fines de aprovechamiento o dominio; con las otras personas y con
uno mismo (autocomunicación, donde se reconoce como materia, como persona igual
a otras y como depositario de lo absoluto); y la comunicación tiene lugar
también entre las personas y el absoluto divino. Ello exige la fe, la apertura
al misterio. En el límite de los otros, de todas las formas inteligibles, está
abierta la posibilidad del encuentro absoluto que incorpora a otros y a todo.
Esta comunicación, como posibilidad cierta, implica siempre en cada persona
conocimiento, apertura y aceptación radicales y una tarea creadora constante.
Para que la comunicación se realice, la persona debe salir de sí, debe hacerse
disponible para el otro, sin dejar de ser persona; situarse en su punto de
vista, comprenderlo; debe instaurar la gratuidad, la generosidad sin esperanza
de reciprocidad. Los llamados medios de comunicación de masas tienden a
hacer prevalecer los elementos impersonales, cuantitativos. Hacen posible una
mayor información, aumentan las condiciones materiales para la comunicación,
pero no garantizan, ni aumentan ni aseguran por sí mismos la comunicación
creadora de ser comunitario, intersubjetiva. Esta información, que podríamos
llamar técnica, pone unos medios magníficos, operativos, pero lo demás lo deja
sin hacer. Desde ahí hay que construir la auténtica comunicación. Este poderío
instrumental puede mejorar y multiplicar los verdaderos resultados comunicativos
que, con su ayuda, se consigan.
En conclusión, la
meditación sobre la comunicación ha sido posible en nuestra cultura, en
períodos recientes, en el marco de un pensamiento personalista, autónomo, no
individualista ni subjetivista, que profundiza en la realidad de la existencia
personal, la realidad del otro y la posibilidad de la ->trascendencia, en un
proceso continuo de dentro a fuera y de fuera a dentro de la persona. La persona
es así un ser radical, existente, abierto a los demás y al ->absoluto. La
comunicación sirve de conducto igualador entre estos tres focos: la persona, la
comunidad y la divinidad. La comunicación verdadera es la que hermana estas tres
realidades (yo, tú, Dios), las vincula, desvelándolas y manteniéndolas
diferenciadas, en una revelación mutua, omnímoda del ser. Enriquece mi
subjetividad, sin alienarla, participando en la subjetividad de los otros,
creciente y amorosamente. El otro abre el camino de la comunicación. ¿Qué debe
cumplir toda comunicación verdadera? Toda comunicación implica apertura del ser
personal, donación verdadera al otro, recepción y aceptación, personalmente
deseadas, integradoras y creadoras del ser propio y del ser del otro. Esta
reciprocidad interpersonal, personalizadora, es amor y está abocada al misterio;
es confiada, confiante, fideísta, salvadora en sus límites. Sólo en una
situación de confianza y apertura máxima, de desesperada certeza, entonces y de
una manera no gobernada ad libitum por la persona, se alcanza la
comunicación. La persona participa así del despliegue máximo de sus
posibilidades: la comunicación es la llave de esa participación desveladora.
VER:
Aislamiento, Consenso, Diálogo, Ética del discurso, Excluido, Lenguaje,
Palabra.
BIBL.: BLÁZQUEZ
F., Gabriel Marcel, Epesa, Madrid 1970; DOMINGO MORATALLA A., Un
humanismo del siglo XX: el personalismo, Cincel, Madrid 1986; JASPERS K.,
Filosofía, Revista de Occidente, Madrid 1961; LAíN ENTRALGO P., Teoría y
realidad del otro, Alianza, Madrid 1983; MARCEL G., El misterio del ser,
Edhasa, Barcelona 1971; MoIx C., El pensamiento de Emmanuel Mounier,
Estela, Barcelona 1969; SÁNCHEZ MECA D., Martin Buber Fundamento existencial
de la intercomunicación, Herder, Barcelona 1984; VERGÉS S., Comunicación
y realización de la persona, Universidad de Deusto, Bilbao
1987.
J.
Fernández-Montes
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