Escritor. N. en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1851, hijo de un médico
homeópata y epidemiólogo. Estudió en Jerez y en la Escuela Naval de San
Fernando, aunque su vocación de marino fue pasajera. Al estallar la
revolución de 1868 marchó a Sevilla y siguió estudios de Derecho. Allí
ofreció a la que había de ser su maestra y amiga Fernán Caballero su
primer bosquejo Todos lloran. En 1871 comenzó su actividad política en
favor de la Restauración y apareció en Madrid su primer libro, Solaces de
un estudiante. En 1872 hubo un suceso en su vida no totalmente aclarado
por los biógrafos: fue herido de un disparo en el pecho por un
desconocido. En 1874 se licenció en Derecho, ingresando ese mismo año en
la Compañía de Jesús. Hizo el noviciado en Poyanne (Landes) y se ordenó
sacerdote en 1883. Desde entonces, su actividad literaria se vincula al
«Mensajero del Corazón de Jesús», de Bilbao, donde publica todos sus
escritos. En 1890-91 apareció su novela Pequeñeces, con gran escándalo de
la prensa y la crítica. Su quehacer literario continuó, derivando hacia la
biografía novelada (Retratos de antaño, La reina mártir, Jeromín, El
marqués de Mora, Recuerdos de Fernán Caballero). Otra novela extensa, Boy,
comenzada en 1896, fue interrumpida hasta 1910. C. fue elegido académico
de la Española en 1908. El discurso de entrada versó sobre el P. Isla. Su
última obra fue otro relato histórico, Fray Francisco (1911-13), del que
sólo pudo concluir la primera parte.
El escándalo producido por Pequeñeces (pintura realista, mordaz y animadísima de la aristocracia madrileña en la época amadeísta) se debió, entre otras cosas, a creerlo un libro en clave, que retrataba despiadadamente personajes influyentes de la política conspiradora del momento. El P. Hornedo ha analizado sagazmente los motivos que canalizaban estos ataques: la existencia de retratos reales, las intenciones políticas encubiertas por C. y, por último, el perfil moral de la obra. Sobre lo primero, teniendo en cuenta la época (triunfo del naturalismo en la novela), y la formación del autor en la escuela realista de F. Caballero, es fácil colegir que C. compuso retratos, realmente inolvidables, tomándolos del natural, pero rehuyendo siempre lo personal. En cuanto a la intención política, fue más del público que del autor, que no pretendió, como decía la Pardo Bazán, «poner en la picota la Restauración». Y respecto a la moralidad de la novela, blanco de los ataques más farisaicos, C. nunca se desprende de su hábito; su obra siempre tiene una intención moralizadora.
C., en su obra literaria, supo dar vida a sus personajes. Currita Albornoz tiene verdadera y seductora contextura humana. C. era novelista nato y su fuerza de narrador hace olvidar su poco lucido estilo, que en sus novelas grandes (Pequeñeces y Boy) está afeado por la importunidad de extranjerismos superficiales. Los escritos menores (agrupados en las cuatro series de Lecturas recreativas) arrancan, sin duda, de los modelos fernanianos y no les falta la amenidad ni ciertas cualidades que producen páginas llenas de vida (Ranoque, ¡Era un santo!, La Gorriona). Están dotadas de una habilidad narrativa de la que es buena muestra sus Cuentos para niños, que recrean motivos tradicionales y en los que es perceptible la huella de cuentistas literarios (Andersen). En cuanto a sus biografías de tipo histórico, C. distribuye desigualmente su tendencia novelesca y su equilibrio de historiador (La reina mártir). Los Retratos de antaño, muy trabajados, adolecen de la pesadez epistolar inserta en el relato, el cual, no obstante, pinta con amenidad personas y grupos cortesanos del s. XVIII. C. es tal vez el último escritor del XII en la faceta realista, al borde mismo del naturalismo. Muy lastrado por prejuicios sociales, por un aristocratismo empachoso, tiene grandes cualidades de novelista, que hacen olvidar defectos de escritor. M. en Madrid, en 1914.
El escándalo producido por Pequeñeces (pintura realista, mordaz y animadísima de la aristocracia madrileña en la época amadeísta) se debió, entre otras cosas, a creerlo un libro en clave, que retrataba despiadadamente personajes influyentes de la política conspiradora del momento. El P. Hornedo ha analizado sagazmente los motivos que canalizaban estos ataques: la existencia de retratos reales, las intenciones políticas encubiertas por C. y, por último, el perfil moral de la obra. Sobre lo primero, teniendo en cuenta la época (triunfo del naturalismo en la novela), y la formación del autor en la escuela realista de F. Caballero, es fácil colegir que C. compuso retratos, realmente inolvidables, tomándolos del natural, pero rehuyendo siempre lo personal. En cuanto a la intención política, fue más del público que del autor, que no pretendió, como decía la Pardo Bazán, «poner en la picota la Restauración». Y respecto a la moralidad de la novela, blanco de los ataques más farisaicos, C. nunca se desprende de su hábito; su obra siempre tiene una intención moralizadora.
C., en su obra literaria, supo dar vida a sus personajes. Currita Albornoz tiene verdadera y seductora contextura humana. C. era novelista nato y su fuerza de narrador hace olvidar su poco lucido estilo, que en sus novelas grandes (Pequeñeces y Boy) está afeado por la importunidad de extranjerismos superficiales. Los escritos menores (agrupados en las cuatro series de Lecturas recreativas) arrancan, sin duda, de los modelos fernanianos y no les falta la amenidad ni ciertas cualidades que producen páginas llenas de vida (Ranoque, ¡Era un santo!, La Gorriona). Están dotadas de una habilidad narrativa de la que es buena muestra sus Cuentos para niños, que recrean motivos tradicionales y en los que es perceptible la huella de cuentistas literarios (Andersen). En cuanto a sus biografías de tipo histórico, C. distribuye desigualmente su tendencia novelesca y su equilibrio de historiador (La reina mártir). Los Retratos de antaño, muy trabajados, adolecen de la pesadez epistolar inserta en el relato, el cual, no obstante, pinta con amenidad personas y grupos cortesanos del s. XVIII. C. es tal vez el último escritor del XII en la faceta realista, al borde mismo del naturalismo. Muy lastrado por prejuicios sociales, por un aristocratismo empachoso, tiene grandes cualidades de novelista, que hacen olvidar defectos de escritor. M. en Madrid, en 1914.
BIBL.: L. COLOMA, Obras
Completas, 19 vol., Madrid 1940-42; en un solo vol. con estudio biográfico
y crítico de R. M. HORNERO, Madrid 1960; J. VALERA, Carta de Currita
Albornoz al P. Coloma, Madrid 1891; E. PARDO BAZÁN, El P. Coloma, en
Retratos y apuntes literarios, P serie, Madrid 1908; A, y A. GARCÍA
CARAFFA, Españoles ilustres. El P. Coloma, Madrid 1918; A. ALCALÁ-GALIANO,
El P. Coloma, Madrid 1930; J. BALSEIRO, Coloma y Picón, en Novelistas
españoles modernos, Nueva York 1948; R. M. HORNERO, Ideas del P. Coloma
sobre la novela, «Razón y Fe», CLXI (1960).
A. SORIA ORTEGA,
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