miércoles, 11 de marzo de 2015

Adoración del Señor.

             "Yo soy el Señor tu Dios", dice el primer mandamiento. "No adores más dios que a mí". Adorar a Dios o rendirle culto es tributarle el honor que se merece. En los salmos, el pueblo de Dios le adora por ser él quien es; por todo lo que ha hecho en la creación; por todo llo que ha hecho en la redención, al salvar y liberar a su pueblo; y pot rodos los dones buenos y bendiciones que ha concedido a cada persona.

             En el N.T, los cristianos, en sus reuniones, expresaban su alegría "ensalzando a Dios". Llenos del Espíritu, hablaban "entre sí con palabras de los salmos, himnos y cánticos sagrados", y "entonaban himnos y salmos al Señor" con el corazón henchido de alabanza. Todos participaban. "Cuando os reunís para el culto divino, uno canta un himno, otro da una enseñanza, otro una revelación recibida de Dios, otro un mensaje en lenguas extrañas, y otro, finalmente, hace la explicación de lo que se ha dicho".

            "Dios es espíritu, y únicamente por el poder del espíritu puede la gente adorarle como le corresponde en realidad" afirmó Jesús. El culto divino, la adoración de Dios, tiene que ser sincera. Debe proceder del corazón. En el Antiguo Testamento, Dios habló com muy serias palabras contra el acto de culto que es sólo un expectáculo externo. La verdadera adoración es respuesta auténtica a Dios: una respuesta que se manifiesta en una vida que vive para agradarle. El culto divino se centra en Dios. El mensaje divino lo llena de contenido y significación. Como escribía Pablo "Viva en nuestros corazones el mensaje de Cristo con toda su riqueza. Enseñaos e instruíos unos a otros con toda sabiduría. Cantad salmos, himnos y cánticos sagrados; cantad a Dios con acción de gracias en vuestros corazones".

              Los cristianos de los primeros comienzos eran judíos. Nada tiene, pues, de extraño que se inspirasen en sus antecedentes judíos para dar forma al culto divino. Los Hechos (2,46) nos dicen: "Día tras día, se reunían comunitariamente en el templo, y celebraban sus comidas juntos en sus hogares, comiendo con alegría y corazón humilde". Seguían adorando a Dios en el templo judío, y añadían un banquete cristiano especial.

              Pero los cristianos llegaron a comprender que los sacrificios del templo no eran ya necesarios, porque la muerte de Jesús había sido el sacrificio definitivo por el pecado, el sacrificio realizado de una vez  para siempre. Por eso los cristianos tendían a distanciarse del culto del templo, particularmente desde que comenzaron los conflictos entre judíos y cristianos. Pero, durante varios decenios, muchos judeocristianos siguierno asistiendo a la sinagoga. Pablo solía comenzar su predicación acudiendo a la sinagoga de una ciudad, y seguía adorando a Dios en ella hasta que le obligaban a marcharse.

               Dos aspectos del culto judío influyeron especialmente en el culto cristiano. El ritual de la pascua se refleja en la cena del Señor (la eucaristía). Y el culto divino de la sinagoga, con sus lecturas de la Biblia, su oración y su sermón, sirvió de modelo para los acos de culto de los primeros cristianos.

               El culto divino, la adoración de Dios, no es sencillamente una actividad humana en la tierra. En los cielos, la creación entera, los seres humanos y los ángeles, alaban y adoran a Dios.

               Éx 20,1-3; Sal 29; 136, 4-9.10-36; 116; Hch 2.43-47; Ef 5,18-19; 1 Cor 14, 26-40; Jn 4,21-24; Miq 6, 6-8; Col 3,16; Ap 4; 5; 7; 15.

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