domingo, 1 de marzo de 2015

BATALLA DE MÜHLBERG



Cuando el rey Carlos I de España consiguió erigirse, además, como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico vio cumplida una ambición: dominar medio mundo política y religiosamente. ¿Quién amenazaba este perfecto conglomerado de la espada y la cruz? Los luteranos, esos pertinaces protestones que ni aceptaban al papa ni aceptaban al emperador. Carlos V, hasta el casco de ellos, se fue a buscarlos a su propio territorio, y lo hizo el 24 de abril de 1547. Fue la famosa batalla de Mühlberg. Famosa porque la ganó y famosa porque Tiziano dejó inmortalizado el triunfo en el famoso cuadro del emperador montado a caballo. 
Desde el mismo momento de la coronación de Carlos V en 1520, su principal empeño fue regir un imperio católico en Europa. Pero al emperador le salieron tres granos en salva sea la parte que no estaban de acuerdo con eso de que el rey de España, encima, fuera emperador de Alemania y el mayor mandón de Europa. 

El primer forúnculo fue el papa, pero finalmente se desinfló porque hubo acuerdo. El segundo, el rey de Francia Francisco I, que estuvo guerreando contra Carlos V hasta que se le acabó el aliento; pero el tercer grano, el más incómodo y el más gordo, fueron los protestantes. 

Los príncipes alemanes protestantes se unieron en la Liga Esmalcalda y, aunque no llegaron a declarar la guerra al emperador, sí le incordiaban todo lo que podían con su defensa de la reforma luterana. Cuando no expulsaban de Alemania a obispos y príncipes católicos, le confiscaban tierras a la Iglesia. Carlos V se hartó y se fue a por ellos. Por Mühlberg pasa el caudaloso río Elba, y los protestantes, muy listos, se apostaron en una orilla y destruyeron los puentes para que los tercios imperiales no pudieran atravesarlo. Se relajaron de más y no calcularon que los soldados españoles sabían nadar. 

La mesnada del emperador cruzó el río en plena noche y pilló por sorpresa y adormilado al enemigo, La tropa protestante salió despiporrada, los príncipes cabecillas fueron capturados y Carlos V creyó haber dado un paso más para acabar con la reforma luterana. Sólo fue una alucinación. 
NIEVES CONCOSTRINA.

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