

Desde el mismo momento de la coronación de Carlos
V en 1520, su principal empeño fue regir un imperio católico en Europa. Pero al
emperador le salieron tres granos en salva sea la parte que no estaban de acuerdo
con eso de que el rey de España, encima, fuera emperador de Alemania y el mayor
mandón de Europa.
El primer forúnculo fue el papa, pero finalmente
se desinfló porque hubo acuerdo. El segundo, el rey de Francia Francisco
I, que estuvo guerreando contra Carlos V hasta que se le acabó el aliento; pero
el tercer grano, el más incómodo y el más gordo, fueron los protestantes.
Los príncipes alemanes protestantes se unieron
en la Liga Esmalcalda y, aunque no llegaron a declarar la guerra al emperador,
sí le incordiaban todo lo que podían con su defensa de la reforma luterana. Cuando
no expulsaban de Alemania a obispos y príncipes católicos, le confiscaban tierras
a la Iglesia. Carlos V se hartó y se fue a por ellos. Por Mühlberg pasa el caudaloso
río Elba, y los protestantes, muy listos, se apostaron en una orilla y destruyeron
los puentes para que los tercios imperiales no pudieran atravesarlo. Se relajaron
de más y no calcularon que los soldados españoles sabían nadar.
La mesnada del emperador cruzó el río en plena
noche y pilló por sorpresa y adormilado al enemigo, La tropa protestante salió despiporrada,
los príncipes cabecillas fueron capturados y Carlos V creyó haber dado un paso más para acabar con la reforma luterana. Sólo
fue una alucinación.

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