miércoles, 11 de marzo de 2015

Ciudades.

             La diferencia entre una ciudad y un pueblo (o aldea), en tiempos de la biblia, no eran sus dimensiones, sino sus defensas. Los pueblos eran asentamientos no amurallados. Las ciudades estaban rodeadas de murallas. Se edificaban en lo alto de una colina (o de un montículo formado por las ruinas de anteriores ciudades) para su defensa. Asimismo, necesitaban disponer de un buen abastecimiento de agua. En Meguido se había construido un acueducto subterráneo (un "túnel") desde el manantial hasta la ciudad, para abastecerla de agua en caso de asedio. Las ciudades solían construirse en las zonas fértiles del país, donde las cosechas eran buenas y los habitantes tenían que agruparse para protegerse de los invasores. A menudo, las ciudades se hallaban situadas en las encrucijadas de las rutas comerciales.

Las ciudades en el antiguo Israel.

             Las ciudades eran muy pequeñas (con frecuencia no medían más de 12 a 20 hectáreas); el tamaño de la plaza del mercado en una ciudad moderna. Dentro de las murallas solía haber de 150 a 250 casas, con unos 1000 habitantes. Desde alguna distancia, las ciudades de Canaán parecían castillos.  Cuando los israelitas, acostumbrados a vivir en tiendas de campaña, entraron por vez primera en el país, sus espías le informaron que habían visto "ciudades con murallas que llegan hasta el cielo" (Dt 1,28). Estas fortalezas comenzaron a existir cuando los clanes nómadas decidieron asentarse permanentemente. El jefe del clan se convirtió en "rey" de su propio territorio. No había gobierno central, y los reyes de diferentes ciudades se hacían a menudo la guerra unos a otros.

                 Al principio, los israelitas reconstruían sencillamente las casas y los edificios de las ciudades tomadas a los cananeos. Tenían que aprender de sus vecinos el arte de la construcción. En tiempos de paz había un gran "trasiego" de unas ciudades a otras, y la gente acampaba afuera de las murallas, apacentando sus gandos y cultivando la tierra.

                 La vida en las ciudades no era nada cómoda. Las casas estaban mal construidas y se hallaban muy apiñadas. Cuando el terreno estaba en pendiente, se construían unas casas encima de otras. No había verdaderamente calles (únicamente espacios entre las casas: estrehcas callejuelas que no conducían a ninguna parte). No había ninguna pavimentación. Las alcantarillas estaban al descubierto. La basura y los desperdicios (desechos, cacharros rotos, adobes inservibles) se iban apilando fuera de las casas, de forma que el piso de las callejuelas solía ser más elevado que el suelo de las viviendas. La lluvia convertía todo aquello en una ciénaga.  En inverno, la gente estaba atrapada en ese lodazas de horribles olores. El sol del verano saneaba un poco las calles, pero el mal olor persistía. Más, para entonces, la mayoría de los habitantes se habían trasladado a los campos para trabajarlos. En tiempos de paz, los habitantes de una ciudad pasaban en el campo dos terceras partes del año. Y sólo durante una tercera parte se metían en sus casuchas.

                 Las puertas fortificadas de la ciudad eran el centro de la vida pública. Durante el día, ese espacio estaba lleno de vida. Mercaderes que iban y venían, personas que compraban y vendían cosas, los ancianos de la ciudad que se reunían a deliberar; otros que trataban de resolver conflictos y escuchar quejas y acusaciones. Mendigos, buhoneros, trabajadores, escribas, curiosos, comerciantes y hombres de negocio con sus asnos, camellos e incluso rebaños de vacas: toda esta multitud abigarrada se apiñaba junto a las puertas de la ciudad.

                 En las ciudades mayores había más espacio para los tenderos. A veces, cada rama del comercio tenía su propia zona, pero no había casas que fueran sólo tiendas. Cada comerciante exponía su mercancía en un tenderete a un lado de la calle. Por la noche, se recogían los puestos y se llevaban a casa. Y las puertas de la ciudad se cerraban y trancaban.

           Edificios importantes.

        La mayoría de las ciudades tenían algunos edificios y casas más grandes. A partir del tiempo del rey Salomón, en que el gobierno llegó a centralizarse más, la ciudad fue adquiriendo importancia como centro administrativo de la región. En su capital, Jerusalén, Salomón tenía todo un "gabinete ministerial" con su jefe de gobierno, su secretario de estado, jefe de la casa real, ministro de hacienda y ministro de trabajo... forzado. Organizó doce zonas tributarias para el cobro de impuestos, que se pagaban en especie. Esto requería la construcción de almacenes para guardar los víveres que la gente entregaba, y la construcción de viviendas para los empleados y funcionarios en las principales ciudades de cada zona.

         Algunos de los edificios más importantes de Israel estaban dedicados a la religión. Había importantes centros religiosos no solo en Jerusalén  sino también en Dan y en Betel. La mayoría de las ciudades poseían su propio santuario, pequeño, con un altar: muy parecido a los santuarios cananeos (los "lugares altos") que se suponía que habían sido destruidos.

                  Salomón introdujo la esclavitud y los trabajos forzados para realizar su grandioso plan de edificaciones. En Jerusalén, edificó el templo, palacios para él y para la reina, y otros grandes edificios (uno, probablemente para almacén de armas; otro, como tribunal de justicia). Eran impresionantes edificios de piedra, con vigas de cedro y artesonados. El templo era hermoso, decorado con puertas de madera de olivo esculpidas y recubiertad, todas ellas, de oro. Los israelitas, adiestrados por los hábiles artífices de Tiro, habían hecho progresos desde que abandonaron su vida de nómdas en el desierto (aunque fueron capaces, incluso entonces, de producir bellas obras como vemos por la construcción del tabernáculo).

                 Salomón reedificó también y fortificó algunas ciudades para consolidar las defensas del país. Las tres más importantes fueron Guézer, Meguido y Jasor. La doble fila de murallas y las macizas puertas de la ciudad se construyeron en estas tres ciudades según el mismo diseño. Había también almacenes y establos para los caballos y los carros de guerra.

               Cuando los judíos vivían desterrados en Babilonia, no podían acudir ya al templo de Jerusalén. En vez de eso, se reunían el sábado para escuchar la lectura de la ley y su explicación. Una vez que regresaron del destierro, construyeron centros de reunión con ese mismo fin. Fueron las primeras "sinagogas" (palabra que se deriva del verbo griego synágein, que significa "reunirse").

          La época del Nuevo Testamento.

        Con la influencia de la cultura griega y romana, las ciudades se planificaron ya mejor. Las grandes ciudades de la época del Nuevo Testamento eran muy diferentes de las ciudades-fortaleza de los primeros tiempos de Israel. Antioquía de Siria (la ciudad que Pablo adoptó como base de sus actividades) tenía calles amplias, algunas de ellas pavimentadas de mármol, balnearios, teatros, templos y mercados. Tenía incluso iluminación nocturna. Por aquel entonces, muchas ciudades tenían esbeltos edificios, algunos de varios pisos, aunque situados en calles estrechas.

          El rey Herodes el Grande reedificó Samaría (cambiando su nombre por el de Sebaste) y Cesarea al estilo romano, con una calle principal que cruzaba el centro de la ciudad y que tenían a ambos lados tiendas, balnearios y teatros. La calle principal estaba cruzada en ángulo recto por calles más pequeñas. Las casas se construían en bloques de a cuatro. Los romanos construyeron acueductos para la traída de agua a las ciudades, y también balnearios públicos, e introdujeron sistemas más eficientes de canalización y alcantarillado para desagüe de las aguas residuales. La vida en las ciudades, al menos para los ricos, era por aquel entonces mucho más agradable que en tiempos anteriores, pero los pobres y los que vivían en lugares más remotos se beneficiaron menos de estos cambios.

          En los días de Jesús, el edificio más hermoso de Jerusalén era el grandioso templo edificado por Herodes con mármol blanco, y con parte de las paredes recubiertas de oro.    El templo atraía peregrinos de todo el mundo mediterráneo, especialmente con ocasión de las grandes fiestas religiosas. La ciudad podía albergar a 250.000 personas. Sus calles rebosaban de gente que compraba y vendía. Las tiendas y los puestos vendían toda clase de cosas, desde los artículos necesarios como sandalias, ropa, carne, frutas y verduras, hasta artículos de lujo ofrecidos por orfebres, joyeros y vendedores de seda, lino y perfumes. Había siete mercados distintos, y dos días de mercado a la semana. Jerusalén tenía restaurantes, y tabernas para gente más modesta, y grandes edificios: palacios, el anfiteatro romano y la fortaleza llamada la "torre antonia".

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