domingo, 15 de marzo de 2015

Culto (celta) a la cabeza.

De entre las prácticas menos conocidas y más impactantes llevadas a cabo por los pueblos prerromanos, destacan los rituales de culto a las cabezas. Hace poco pudimos leer la noticia sobre el hallazgo de dos cráneos humanos –fechados en el siglo III a.C.- supuestamente clavados en la muralla de Ullastret, poblado ibero del Bajo Ampurdán (Gerona). No obstante, los arqueólogos defienden que este hábito procedía del mundo celta. ¿Qué significado tenían estas decapitaciones?
Cráneos hallados en la muralla Ullastret, atravesados por clavos (s. III a.C.)
Para acercarnos un poco, dentro de la Península Ibérica hemos de mirar hacia las tribus celtíberas, entre las cuales se extendía una de las muchas costumbres que sirvió para granjearles el epíteto de “bárbaros” o “salvajes” a ojos de los romanos. En el arte celtíbero son numerosas las representaciones de cabezas cortadas, ya sea sobre armas, pintadas en cerámicas, en la escultura y joyería. Es muy ilustrativa una fíbula zoomorfa en la que, bajo el morro de un caballo, aparece modelada una cabeza como representación del cruento trofeo cobrado por un jinete en combate.
Y es en el contexto bélico donde debemos ubicar esta práctica. No hay evidencia alguna que apunte hacia la práctica de sacrificios humanos, sino que estamos tratando con las creencias propias del mundo funerario. Por un lado cortarían las cabezas de los enemigos con el fin de apropiarse de la fuerza del oponente caído, o bien con fines disuasorios, exhibiendo los cráneos en las murallas y puertas del poblado, como en Ullastret o Puig de Sant Andreu. Sin embargo, también los arqueólogos han documentado la veneración de cráneos en contextos domésticos familiares, caso del hallado en una vivienda de Numancia, lo que nos indica la conservación de dicha parte del cuerpo como reliquia destinada al culto de los antepasados.
Fíbula que representa a un jinete con la cabeza decapitada de un enemigo (s. II a.C.)
Si consultamos los textos grecolatinos también comprobaremos la plasmación prosaica de este rito entre los pueblos del ámbito celta. Así nos lo narran Tito Livio, Valerio Máximo o Diodoro de Sicilia, siendo este último quien describe cómo los mercenarios hispanos al servicio de los cartagineses (siglo V a.C.) se detenían en pleno combate a cortar las cabezas de sus enemigos para clavarlas en picas (XII, 57, 2). Estrabón incluso habla de los guerreros galos que llevaban las cabezas de los enemigos atadas a las colas de sus caballos cuando volvían de la batalla, además de mostrar a los extranjeros dichos trofeos embalsamados en aceite de cedro (IV, 4, 5).
Según los expertos esta serie de prácticas, que presentan algunas variables, demuestran que muchos pueblos prerromanos, en especial los de raigambre celta, identificaban la cabeza como el lugar donde residía el alma de cada persona. Apropiarse de un cráneo era adquirir el valor que poseía alguien en vida, así como tratar de conservarlo era un modo de recordar al difunto y de mantener un lazo de unión con sus descendientes.
Cabe señalar que en épocas posteriores el alma fue identificada con el corazón, lo cual, como nos ha demostrado la neurología, es incluso más erróneo que la creencia de aquellos mal llamados bárbaros.

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