miércoles, 6 de enero de 2016

De Gregorio VII a Erasmo de Rotterdam. ALBERTO DI MARE.

Una crónica de la cristiandad[*]

EL TOTALITARISMO RELIGIOSO

Del Cisma de Occidente (1054)
a los albores de la Reforma (1516)

De Gregorio VII a Erasmo de Rotterdam


San Gregorio VII (1020-1085) [<>] [\/] [/\]

      Los primeros cristianos poco pensaron en organizar una iglesia, una institucionalidad religiosa, convencidos como estaban de la parusía, de que Cristo vendría muy pronto. Con la oficialización imperial de la Iglesia esta se mundanizó y se institucionalizó, para ser una congregación para siempre, eterna como el Imperio; esto produjo una crisis religiosa, por la secularización eclesiástica. Los movimientos monásticos (tanto los de ermitaños, como los cenobios o monasterios) fueron la reacción natural de quienes deseaban vivir la vida cristiana en todo su rigor: castidad, pobreza, vida en común (comunismo), separación del mundo y, en fin de cuentas, dedicar la vida a solo lo que era importante. Los movimientos monásticos fueron más importantes en Occidente que en Bizancio, pues casi toda la vida cristiana occidental (por lo menos la institucional) se daría en los monasterios, preponderantemente benedictinos, donde florecerían también la vida intelectual y las más importantes empresas agrícolas e industriales; los monasterios fueron iglesias, gobierno, escuelas y centros de la revolución agrícola y artesanal, además de centros del renacimiento eclesiástico y religioso.
      Cristo terminó por ello siendo considerado conforme al ideal monástico, como un monje rector del universo. Y la normativa cristiana se convirtió en una dicotomía: el cristianismo común, lo que era necesario cumplir por todos para lograr la salvación, y el cristianismo monástico, una vida de perfección dedicada a obras supererogatorias, más allá de lo obligado, y que permitiría, por los méritos con que sería premiada, la salvación del mundo, de los otros hombres, gracias a que con sus méritos los monjes acumularían un tesoro transferible, sobre el que podrían girar los demás, aquellos cuyas órdenes de pago no tuvieran respaldo suficiente para ser honradas: como estos sobregiros eran considerados lo normal entre el pueblo cristiano, pues todos se sentían carne de infierno, los monjes resultaron los financistas espirituales de toda la Cristiandad, la cual utilizaba los fondos sobrantes del tesoro monacal, a cambio de las limosnas donadas a los monasterios. El monje acabó siendo santo, y rico en bienes del mundo, con lo que declinó su asceticismo y cayó en la trampa que le estaba tendiendo su propio éxito espiritual: a la postre el monasticismo se corrompería y tendría necesidad de una reforma a fondo.
      Al principio no fue así. El monasticismo se apoderó de la Iglesia romana y de la Europa cristiana a partir del siglo XI ylas transformó a fondo, sobre todo por obra de un gran monje reformador, Hildebrando, consejero de los papas por 25 años y Papa, con el nombre de Gregorio VII, en 1073.
      Gregorio no fue un caudillo político, como usualmente lo presenta la historia profana, más interesada en sus litigios con el Emperador que en su reforma eclesiástica; fue un reformador religioso, que combatió contra todas las lacras eclesiásticas de su tiempo, sobre todo contra los abusos de las investiduras (derecho del Emperador -del poder civil- de nombrar a los dignatarios eclesiásticos), que había resultado en una privatización de la vida religiosa, ya que los sacramentos y los servicios religiosos eran propiedad de los señores feudales, del poder civil, lo que mediatizaba la religión. Hildebrando, nacido y educado en Italia pero que residió por mucho tiempo en monasterios norteños, fue la eminencia gris del Papa León IX, formando parte del grupo de monjes norteños decididos a reformar a la Iglesia, para que clero y pueblo cristianos vivieran conforme al Evangelio.
      La reforma de Hildebrando, como papa Gregorio, siguió los pasos de la iniciada -hasta entonces sin éxito- por los monjes de Cluny, e intentó acabarcon la simonía (acceso a las dignidades eclesiásticas, comprándolas), y con la licenciosa vida del clero, en concubinato o en matrimonio en lugar de como célibes; pero no tuvo mayor éxito, pues la mayor parte del clero continuó viviendo en concubinato, ni contó con apoyo entro los obispos, muchos de los cuales eran simoníacos, pues habían comprado sus sedes. Se preocupó asi mismo por uniformar la liturgia de la Iglesia occidental.
      Por lo que más se le recuerda es por su lucha contra el Emperador (Enrique IV) sobre las investiduras, y la famosa visita a Canossa del Emperador para hacer penitencia y dar testimonio de la supremacía de Roma. Muy espectacular triunfo, pero para lograrlo hubo de ceder en muchas de sus pretensiones y aunque el poder civil renunció al derecho de investidura, conservó privilegios suficientes como para que, de hecho, la Iglesia le continuara sujeta.

El totalitarismo religioso [<>] [\/] [/\]

      Durante las edades oscuras, en Occidente, vida civil y religiosa estuvieron separadas, pero conforme fueron superándose las condiciones iniciales, despuntó una vida cultural capaz de replantearse el gran ideal imperial primitivo, aunque con la tragedia -para la libertad- de que el Imperio había terminado, como en su oportunidad vimos, en una concepción totalizadora de la sociedad ("un Imperio, una lengua, una religión"), suplantando por el centralismo imperial el primigenio concepto de una federación de ciudades-estado. El ideal que entonces Occidente perseguirá de nuevo, será el de de esa institucionalidad totalizadora, más aceptable al espíritu del hombre ahora que el totalitarismo era en nombre del pontífice y no del emperador. Esto no se convertiría en una realidad, salvo los escarceos carolingios, porque las condiciones históricas no lo permitían, todo lo contrario, produjeron un desmenuzamiento social, el nacimiento del feudalismo; pero conforme este se disolvió, renació el ideal totalitario, principalmente en la Iglesia romana que sistemática y pertinazmente trató de plasmarlo del 1000 al 1500, para lo cual intentó centralizar y homogeneizar la vida religiosa, pasando de la piedad espontánea y natural al hieratismo.
      Pronto la espontaneidad de la libertad cristiana fue vista como error, porque estorbaba el nuevo ideal totalitario, fundado no en la comunidad devocional sino en la verdad religiosa, que ascendió a valor religioso supremo, en razón de que, por estar la verdad determinada por la congruencia, es naturalmente centralizable, codificable, encasillable; no así la caridad, que es multiplicidad, inefalibilidad e ininteligibilidad, variopinta realidad del mundo, en lugar del ordenado reino de los entes de razón, con sus verdades convincentes y definitivas, siempre predecibles. La religión occidental adquirirá así, más y más, las características de racionalidad, y perderá, más y más, las de misticismo.

La Inquisición [<>] [\/] [/\]

      La uniformidad no es un fruto espontáneo de la vida religiosa, ni de ninguna manifestación del espíritu de libertad; Roma hubo de recurrir a la coacción externa, para imponerla, lo que hizo no más consolidó su poder como señor feudal: el Papa Gregorio IX, en 1231, instituyó la Inquisición, para la persecución y juicio de los disidentes. Como se trató de un juicio religioso, fue siempre indulgente si el acusado se retractaba; pero, por tratarse de cuestiones de conciencia, no siempre estuvieron los enjuiciados dispuestos a retractarse, considerando que hacerlo era una traición a sus creencias religiosas, por lo que terminaban siendo entregados al brazo secular para que los castigara, con destierros, prisión, tortura o confiscación de bienes: mucha de la gente de más recta conciencia, los que no estaban dispuestos a doblegarla para salvar los bienes materiales, fueron así sistemáticamente eliminados de la sociedad occidental.
      La Inquisición casi no operó en el norte de Europa, no así en el sur de Francia, el norte de Italia y, por supuesto, en España, tardía (a partir de 1478) pero ferozmente, empleada por el poder civil para culminiar la obra de unidad nacional de la Reconquista, es decir, para acabar con árabes y judíos, convirtiéndolos al cristianismo o arrojándolos de España (el "prefiero reinar sobre un desierto que sobre un país de herejes" de Felipe II de España, en el siglo XVI); fue en la península Ibérica donde la Inquisición sería más extremista, mucho más allá de lo que Roma deseaba, pero conforme a lo que Castilla y Aragón demandarían para unificar el estado español, que se basaría en la difusión de la fe católica. Roma trató de oponerse a estos excesos hispánicos pero sin resultado, no sería derogada (1808) sino hasta José Bonaparte, para ser restaurada por Fernando VII en 1814, suprimida en 1820, restaurada en 1823 y finalmente eliminada en 1834.
      Roma, para evitar los excesos hispánicos en Italia (España ocupaba gran parte de la península italiana) hubo de instituir otra inquisición, la Inquisición romana, que estuvo bajo la férula de cardenales de la curia y no de los obispos lugareños, para persecución del protestantismo en Italia; esta inquisición no tuvo la brutalidad de la española, lo cual no quiere decir que procediera dulce y piadosamente, pues siempre se trataba de lograr el agustino doblegar conciencias por la fuerza, aunque siempre dispuestos al perdón, en lugar de andar en búsqueda de una feroz retribución, como era característica brutal del excesivo rigor de la Inquisición española. Expurgada que fue Italia de la amenaza protestante, la inquisición romana se convirtió en un dicasterio, una prefectura de ordinario gobierno, para mantener el orden y las buenas costumbre y velar por la fe cristiana; tanto se dulcificó que hasta perdió su oprobioso nombre y quedó en Santo Oficio (1908), hoy en día Congregación para la Doctrina de la Fe.
      La Iglesia y la Inquisición regularon si se era o no cristiano, y en el último caso sedicioso, pues el poder civil consideraba tales a los herejes; uno podía ser torturado, muerto, puesto en prisiones, despojado de sus bienes; los inquisidores tenían facultad para determinar lo que uno podía pensar, discutir, leer, con quién contraer nupcias. ¡Limitaciones a la libertad impuestas por el cristianismo en nombre y para lograr la libertad de conciencia! El espíritu de la época presumía de cristiano, pero carecía de lo esencial del mensaje cristiano, la tolerancia.

La religion como costumbre social [<>] [\/] [/\]

      La Cristiandad latina del 1000 al 1500 pasa por una crisis de identidad, quizás la más aguda de su historia, ordalía de la que saldrá purificada, alcanzando, en la Reforma, una mayor profundización religiosa, mayor sinceridad y autenticidad, como no experimentaba, en Occidente, desde los tiempos apostólicos.
      En estos seiscientos años se dan los acontemientos estelares de la religión cristiana, los más fulgurantes desde los tiempos de Jesús. Una pléyade de grandes santos: Gregorio, Bruno, Anselmo, Bernardo, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Tomás Becket, Tomás de Aquino; de reformadores: Pedro Valdés, Joaquín de Fiore, Marsilio de Padua, Wicleff, Hus, Savonarola, Erasmo, Lutero; florece la sabiduría mundana y el arte, ambos profundamente religiosos: Pedro Abelardo, Buenaventura, Alberto Magno, Duns Escoto, Guillermo de Ocam, Nicolás de Cusa; Dante, Miguel Angel, Leonardo, Petrarca. La Iglesia de Roma logra una profunda reforma interna: elección del pontífice por los cardenales y no por los nobles romanos, evangelización del pueblo gracias a las órdenes franciscana y dominicana, movilización general religioso-militar (las Cruzadas) que concientiza a la población como cristiana y europea, establecimiento de órdenes militares y hospitalarias, constitución de la Inquisición, preeminencia eclesiástica sobre el poder temporal, protagonismo conciliar, florecimiento de la "nueva piedad" cristiana tipificada por "La Imitación de Cristo" de Tomás de Kempis; evangelización del Nuevo Mundo.
      Este época es también escenario de rudos golpes a la Cristiandad: establecimiento del estado otomano, conquista por los tártaros de las comunidades cristianas rusas (la Rusia kievita), ocupación árabe de Sicilia; papas y antipapas como cosa cotidiana; el destierro de Pedro a Aviñón; conquista y pérdida de Jerusalén (las Cruzadas); conversión de los mongoles al Islam y destrucción de la iglesia nestoriana; la peste negra. Los puntos a favor serían la Reconquista de España y la evangelización del Nuevo Mundo.

El caos eclesiástico [<>] [\/] [/\]

      En el siglo XI, como ya vimos, la corte romana estuvo profundamente influenciada por los monjes, quienes llevaron adelante un programa para independizar efectivamente al pontificado y erradicar la corrupción. Cluniacenses y cistercienses estaban haciendo vivir a la corte romana conforme a las reglas cristianas, para que fueran ejemplo del mundo cristiano; en los cincuenta años posteriores a 1073, contrariamente a lo característico antes y después, casi todos los pontífices fueron monjes. Estos papas fueron trashumantes y visitaron todas las diócesis cristianas, insistiendo en que el celibato, la pobreza y las virtudes cristianas debían ser la norma del catolicismo romano, y tratando de establecer en la iglesia romana la centralización, ya lograda por las reformas de Cluny y Cister en la vida conventual. Pero el centralismo romano no era cosa fácil de lograr.
      La razón fundamental, debemos repetir, estaba en que la religión, mejor dicho el culto occidental, estaba por el siglo XI "privatizada" como diríamos hoy en día, y solo nominalmente era administrada por la autoridad eclesiástica y menos, porsupuesto, por la curia de Roma. Los señores feudales se habían apropiado de los diezmos, de los nombramientos (y sinecuras) eclesiásticas, de las limosnas por la recepción de los sacramentos y -en fin- de todos los beneficios eclesiásticos. La lucha entre el papado y el Imperio, es decir, el feudalismo, fue por ello una de las características de la época, hasta que la Iglesia logró independencia suficiente en la administración eclesiástica, sólo que por el expediente, inadmisible a nuestros ojos, de convertirse en autoridad civil, suplantando hasta donde pudo la influencia del mundo en lo religioso, pero volviéndose mundana para lograrlo y manchándose de corrupción en el proceso, tanto clero secular como monjes; esta difundida corrupción daría pie a los movimientos de reforma.
      La imposibilidad de convertir al mundo fue en mucho debida a causas exteriores, la peste negra del siglo XIV la más importante de todas, pues la población entera, ante la inminencia de una muerte inexorable y próxima, reaccionó en las formas más imprevistas, casi ninguna cristiana. Antes de este flagelo el papado y los monjes lograron galvanizar a Europa para salir del cascarón y enfrentarse al mundo no cristiano, por las Cruzadas, hazaña militar que fue llevada a cabo exitosamente, hasta que los musulmanes recuperaron, bajo Saladino, la unidad política y dieron buena cuenta de la latinidad cristiana. De allí en adelante no hubo más gloria ni triunfos, ni más salida que la derrota final. Las cruzadas posteriores debieron pelearse en tierras españolas, adonde los caballeros cristianos llegaban en busca de fama y fortuna: aquí el éxito coronó sus trabajos y en 1492 la península ibérica quedó libre de musulmanes y el país unido bajo una férrea monarquía católica.
      Al inicio del siglo XVI la religión romana es imponente, tanto por su riqueza y su fausto, como por su poder sobre el mundo. Con todo, la vida cristiana, en el pueblo y entre los clérigos, era casi inexistente; pero conforme avanza la civilización, tanto religiosa como civil, esto se supera mediante nuevas formas de piedad, y nacerá una nueva piedad, de profundo e íntimo compromiso personal e individual con Jesucristo, -la llamada entonces devoción moderna-, que no se aviene con una religión puramente ritual; se viviráun nuevo espíritu de reforma, por parte de los monjes, desde la curia, por parte de predicadores y mendicantes, para convertir al pueblo y la sociedad, por parte de reformadores, para renovar la Iglesia, unos (Erasmo) moderados, otros (Lutero) extremistas. Todos, de lo que tratan, por diversas vías, es de que la vida cristiana corresponda a la predicación cristiana y a que se abandone una religión teúrgica, basada en ceremonias, reliquias, oraciones: magia en fin y no la libertad del mensaje de Jesús y de Pablo.
      No habrá de lograrlo la cristiandad en esta lapso, quedará para la Reforma y la Contrarreforma, acercarse más al ideal. Pero los pasos que dará, son admirables: el ideal de una civilización cristiana en la fe, la ciencia, el arte y las costumbres, ya no abandonará a la Cristiandad. El lapso de culto mágico, del siglo VII al siglo XI, no volverá a aprisionar a la nueva Iglesia: el cristianismo, -de superstición despiadada, cruel e ignorante-, pasa nuevamente a ser religión en que hallará impulso y reposo el espíritu del hombre.

Consolidación de la iglesia romana [<>] [\/] [/\]

      Durante los seis siglos de este lapso lo que más llama la atención, y es lo que usualmente se recalca en las crónicas, es la consolidación del Pontificado Romano, que pasa a ser, -exagerando-, el gobierno de la Cristiandad latina, mucho más que los mismos gobiernos civiles y convertirá a la Iglesia más en autoridad política que espiritual. Esta confusión se debió en gran parte a que la autoridad civil había tomado para sí, desde la oficialización del cristianismo, las funciones religiosas: al Emperador correspondía el título de Vicario de Cristo, y no es sino hacia el 1150, que el Pontífice romano lo rescata para su sede, poniendo así en evidencia su supremacía en lo religioso (el Patriarca oriental nunca ha sido Vicario de Cristo, título que en Bizancio pertenece al Emperador); hasta aquí todo habría estado bien, pero fue inevitable que las cosas fueran más allá y pretendiera que la autoridad del Emperador provenía de la Iglesia, pues, según la teoría del Bonifacio VIII en su bula UnamSanctam (1296) habría dos espadas en la sociedad cristiana y:
Ambas están en poder de la iglesia, la espada espiritual y la material. La última debe ser empleada para el bien de la Iglesia, la primera por la Iglesia misma; la primera por el sacerdote, la última por reyes y capitanes, pero según la voluntad y con la autorización del sacerdote. Una espada, consecuentemente, deberá estar bajo la otra, y la autoridad temporal sujeta a la espiritual... (cfr. Denzinger, 469).
      De esta unidad espiritual, de la sujeción a una única Iglesia, nació la idea de Europa como una unidad, reforzada aun máspor las guerras santas ("cruzadas") que promovió la Iglesia, las cuales sembraron la semilla de un imperialismo, hasta entonces no tan claramente sentido por la conciencia europea.
      En lo estrictamente religioso la centralización de la administración eclesiástica, reitero, fue obra monástica, impulsada por el deseo de los monjes de que los clérigos realmente vivieran el ideal cristiano, y debe recalcarse, los clérigos, no todo el pueblo cristiano, aunque las órdenes mendicantes, a partir del siglo XII se entregarán a la tarea de convertir al pueblo minuto y no sólo a la clerecía. La centralización se logró mediante la creación de una burocracia eclesiástica (la curia romana), para dilucidar querellas eclesiásticas, puestas bajo su jurisdicción, así como mediante la creación de universidades en las que se formaron los profesionales que se harían cargo de estos menesteres y mediante una sistemática disminución de las potestades y jurisdicción de los obispos, quienes, -para todo fin práctico-, perdieron su independencia, sin que de esto deba concluirse que pasaron a ser obedientes siervos del Pontífice, pues el gobierno civil, en sus continuas luchas con el eclesiástico, centró sus contiendas precisamente en lo de a quién estaría sujeto el obispo, si a la autoridad eclesiástica o a la civil, la llamada lucha de las investiduras, cuya lógica se halla en que el obispo era tanto autoridad religiosa como civil. A fin de cuentas las iglesias cristianas quedarán sujetas, en realidad de las cosas, a los poderes civiles, como será evidenteen la Reforma, que a fin de cuentas consistió en la creación de iglesias nacionales que suplantarían a la universal: la capitis deminutio, la depreciación del obispo es resultado irrefutable. En la Iglesia romana pasa a ser lo que es hoy en día, un mero burócrata dentro de una regimentada estructura burocrática, en lugar del sucesor de los apóstoles, patriarca y señor último de las cuestiones religiosas de su diócesis. Con todo, al madurar la época, comenzó una resaca que trataría de corregir las cosas, los movimientos conciliares, que intentaron lograr que los obispos gobernaran la Iglesia, mediante los concilios, lo que se alcanzó en las iglesias protestantes, pero no en la Iglesia Romana, que continuaría como un monolito centralista, hasta nuestros días.
      En este período la Iglesia romana, que equivalía a la Cristiandad latina, acumula un gran poder, y a la vez lo pierde; sojuzga al poder civil, y es sojuzgada por él; se asienta sobre la independencia que, -como señor feudal-, deriva de sus posesiones en Italia, y es llevada al destierro de Aviñón o manipulada por la aristocracia romana. Sus escuelas catedralicias florecen en universidades, y desde las universidades es tanto decantada la teología y convertida en verdadera ciencia, como cuestionada la autoridad religiosa en forma hasta entonces desconocida, desde la aurora de la Cristiandad, cuando estuvo a merced de la crítica ilustrada de los paganos.
      De todo este crecimiento resultarán características externas e interiores: sin importar quién hubiera sido el triunfador si la Iglesia o el Imperio, la Iglesia se independiza casi totalmente del poder y las influencias civiles; los papas son electos por los cardenales, quienes son funcionarios nombrados por el mismo pontífice, éste se convierte en tribunal de última instancia en la mayor parte de las cuestiones civiles, concebidas como religiosas (legitimación de los soberanos, derecho de familia, administración de los sacramentos, canonización de los santos, etc.). En lo interior, que es lo más importante, se da una maduración de la concepción de Dios y de su Ungido y una devoción moderna centrada en Cristo, por donde se abandona la práctica cristiana hierática de la alta y parte de la baja Edad Media: la religiosidad dejará de ser liturgia de clérigos y adoración de reliquias, para convertirse en un "vivir como Cristo" y no Cristo de cualquier forma, sino crucificado.

La Escolástica [<>] [\/] [/\]

      Alrededor del año 500 floreció un escritor, que se presume sirio sin que se sepa a ciencia cierta quién fuera, que escribió como si fuera Dionisio el Areopagita (uno de los conversos de San Pablo, Hechos, 17:34), conocido por ello como Pseudo Dionisio el Areopagita: se le ha considerado el fundador de la sistematización filosófico-teológica que caracterizó a la Edad Media, la escolástica. La escolástica fue a la religión cristiana lo que la "Teogonía" de Hesíodo a la pagana: una sistematización intelectual que dio coherencia a una cosmovisión multiforme, sistematización gracias a la cual el cristianismo pudo desarrollarse, valga la repetición, sistemáticamente y dentro de casilleros racionales. Los principales escritos de este autor fueron "De los nombres de Dios", "La Teología Mística", "La Jerarquía Celestial" y "La Jerarquía Eclesiástica". Fue el único escritor bizantino que tuvo influencia real en Occidente; es citado por todos los autores posteriores, excepto por Anselmo de Cantorbery: Tomás de Aquino (1225-1274), en sus obras, incluye alrededor de 1700 citas del Pseudo Dionisio.
      Dos son los principios básicos de su pensamiento: la teonomía, como hoy diríamos, siguiendo a Tillich, es decir, la sujeción de la inteligencia a los dictados de la divinidad, el "creo para entender" de Agustín de Hipona; y la teología negativa, por la cual todo lo que afirmamos positivamente de Dios, lo debemos negar por no corresponder a su naturaleza (en el modo en que lo afirmamos), por ser Él trascendente, incomprensible para nuestra mente: Dios es amor, verdad, belleza, bien; pero al mismo tiempo no lo es, pues no posee dichos atributos con las características con que nuestra mente puede concebirlos, por lo que al predicarlos de Él debemos, inmediatamente, corregir lo que predicamos, negándolo por no ser tal cual lo predicamos. Nada puede nuestra mente conocer de Dios, sino lo que Él nos haya revelado, pero incluso esto está sujeto a la teología negativa, pues no podemos entender los nombres de Dios; de aquí se sigue una teología mística, para desde nuestra suprema ignorancia ascender al conocimiento supremo: Estos dos pivotes, la teonomía y la teología negativa, fueron característicos de casi todos los pensadores medioevales (escolásticos) y por ello, debemos conceptuar a este autor como escolástico primigenio y aceptar comolapso en que la Escuela se formó y desarrolló, el del S.VI al S.XVII. La sistematización del Pseudo Dionisio, unida a las vicisitudes históricas, harían que el pensamiento cristiano occidental, además de alcanzar coherencia y rigor, tuviera, aunque fuera accidentalmente, como correlato las universidades, pues esta filosofía fue la de lo que se aprendía en la escuela (y de ahí escolástica): a partir del S.X, sería característica de la cristiandad occidental el fundar universidades y, consecuentemente, aunque también accidentalmente, que la profesión de filósofo quedara unida con la de teólogo: la filosofía como sirviente de la teología, según el decir de Hugo de San Víctor (+1141) y que los catedráticos, en Occidente, fueran usualmente religiosos (aún después de la Reforma, estuvieron, de hecho y a menudo también de derecho, obligados al celibato, hasta entrado el S.XIX).
      Cosas contingentes, que pudieron haber sido de otra forma, pero que por haber sucedido como sucedieron, hicieron de la profesión del pensar abstracto, de la filosofía y la teología, una vocación de dedicación exclusiva, que imprimió al pensamiento occidental un estilo peculiar.
      La civilización cristiana, al finalizar el milenio, tenía una visión pesimista de la historia y del mundo, producto de su propia insuficiencia cultural, pero también origen de ella; no obstante ya había logrado acumular suficientes energías y experiencias para un despegue de la civilización, que no se hizo esperar; un nuevo hombre y un nuevo mundo se estaba incubando, sin que obispos, abades, señores y reyes se percataran de ello. Un mundo nuevo en que habría, otra vez, espacios para la libertad, la sabiduría y la santidad, como nos lo muestra uno de los primeros brotes de esa nueva era: Anselmo de Cantorbery.

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